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Boletín de Estética

versão On-line ISSN 2408-4417

Bol. estét.  no.59 Buenos Aires jun. 2022

 

Comentarios bibliograficos

Richard Shusterman. Ars Erotica: Sex and Somaesthetics in the Classical Arts of Love. Cambridge: Cambridge University Press, 2021, 420 páginas.

Howen Isaac Rava1 

1 UNCO

¿Qué tendrá que ver la filosofía, y en particular la estética pragmatista, con el erotismo? Esta podría ser, ciertamente, una pregunta no solo legítima sino, incluso, esperable. Sin embargo, y como veremos en lo que sigue, ambas esferas tienen para el filósofo estadounidense Richard Shusterman mucho más que ver de lo que podría parecer a primera vista. En efecto, para el autor, la estética no solo incluye temas como el arte y la belleza, sino además diversas cualidades como pueden ser la armonía, el refinamiento, la sensibilidad, la inteligencia, el encanto, el estilo, el cuidado, la elegancia, entre otras. Shusterman concibe a la estética como una disciplina relacionada con la cultivación de la percepción sensorial y el mejoramiento en el desempeño que la percepción intensificada puede dar (10). De este modo, las teorías clásicas de la ars erotica (las artes de las practicas erótico-sexuales) proponen diversas técnicas para el perfeccionamiento de las conductas y apariencias personales, así como de las habilidades performativas que permiten una mayor conciencia sensitiva de los sentimientos de los demás.

En este reciente libro, Shusterman ofrece un detallado análisis sobre las teorías eróticas más influyentes en las tradiciones culturales pre-modernas, comenzando por los antiguos griegos, pasando por la tradición bíblica judeo-cristiana y las teorías eróticas de las culturas china, india, islámica y japonesa, concluyendo con la de la Europa medieval y renacentista. A través de un cuidadoso examen, el autor va mostrando diferentes perspectivas sobre el eros con el propósito, no solo de lograr una reflexión más profunda respecto a dicho tópico, sino también de mejorar nuestra calidad de amar y vivir en estos tiempos, brindando una visión más positiva de las prácticas sexuales y una mayor consideración por el placer corporal.

El interés en el tópico de la ars erotica procede de la previa investigación realizada por el autor en el campo de la somaestética, una sub-disciplina estética que se preocupa por el estudio del cuerpo como un centro de apreciación sensorial y en donde se pretende utilizar la propia conducta corporal para expresar los valores de uno mismo. A partir de esta disciplina, Shusterman se propone re-valorizar los gustos, deseos y sensibilidades corporales, pero ahora específicamente dentro de las relaciones sexuales-amorosas, bajo la consideración de que dicha autopercepción y atención podría resignificar las vivencias y experiencias que tenemos y mejorar nuestra calidad de vida. Esta atención corporal y sensorial contribuiría a un perfeccionamiento de los placeres vivenciados, así como una mayor consciencia en esas experiencias. Desde la somaestética, el conocimiento no se puede obtener solo mediante el pensar teórico o contemplando realidades ideales; el conocimiento del mundo no mejora negando nuestros sentidos corporales, sino más bien perfeccionándolos. De esta manera, se podría decir que Ars erotica es un libro que pretende poner en el centro del debate estético tanto la importancia de la consciencia y la atención corporal en las prácticas sexuales, así como también la importancia que pueden tener estas últimas en nuestras vidas.

Esquemáticamente, los tres puntos fundamentales que el autor está interesado en examinar a lo largo de esta copiosa investigación son: por un lado, en qué sentidos pueden ser apreciadas (y practicadas) las artes del amor en términos estéticos; luego, cómo podría ser utilizado dicho estudio como medio para enriquecer el crecimiento personal (tanto propio como de los demás); y, por último, cómo reflejarían estas energías somáticas los diferentes trasfondos culturales e ideológicos a través de los diversos periodos históricos (y en distintos lugares del mundo).

El libro se estructura en ocho capítulos, dedicando el primero a las consideraciones iniciales más generales y de tipo terminológicas, y el resto de los capítulos a abordar de manera más específica e histórica las diferentes concepciones que se han tenido del sexo a través de los años y en diversas tradiciones de pensamiento. De esta manera, sería correcto afirmar que la obra es el resultado de una combinación tanto de un estudio filosófico como de un análisis histórico de las ideas culturales relacionadas al deseo erótico y las prácticas sexuales.

En el primer capítulo, titulado “Ars Erotica and the Question of Aesthetics” [Ars Erotica y la cuestión de la estética], Shusterman ofrece algunas definiciones fundamentales de conceptos, como los de “ars erotica” y de estética, tanto como las posibles relaciones que cabrían hacer entre ambas dimensiones, examinando de manera cuidadosa qué categorías estéticas resultarían de interés para el análisis de las practicas eróticas. Aquí, el autor también explicita algunas de las ideas centrales que guiaron la investigación, como la consideración de que las técnicas y disciplinas del arte erótica fueron diseñadas no solo para mejorar la satisfacción sexual sino también para ofrecer un placer estético particular y poder cultivar cualidades del entendimiento, la sensibilidad y el autocontrol -cualidades que trascenderían los límites de la propia actividad sexual-. En este sentido, para Shusterman dicho arte buscaba proveer una educación estética que, a través del desarrollo del carácter, la sensibilidad, el gusto y la consciencia interpersonal, pudiera contribuir al arte de vivir -y más específicamente, del buen vivir-. El estudio filosófico de estas técnicas del eros (del deseo y atracción entre personas) produciría también, entonces, conocimientos éticos que serían útiles para el comportamiento en la vida social. Así, se podría decir que este primer capítulo le servirá al lector para poder anticiparse a todo el posterior desarrollo del libro, poniendo el foco en determinados puntos de contacto que se irán estableciendo entre la dimensión estética y el arte del amor -haciendo especial énfasis en su sentido cognitivo, emocional, social, ético, religioso, y de conocimiento y crecimiento personal-.

Luego de este interesante planteamiento inicial, el autor dedica el resto del libro a explorar y evaluar la variedad de formas de ars erotica y sus significaciones estéticas, realizando un minucioso análisis histórico-cultural sobre las teorías eróticas más influyentes tanto en la tradición occidental como en la oriental -a partir del periodo antiguo hasta llegar al Renacimiento-. En el capítulo segundo, “Dialectics of Desire and Virtue: Aesthetics, Power, and Self-Cultivation in Greco-Roman Erotic Theory” [Dialéctica del deseo y la virtud: estética, poder y cultivo personal en la teoría erótica greco-romana], nos encontramos con un análisis de las filosofías eróticas de la Antigua Grecia y sus desarrollos en los tiempos románicos. Este análisis se basa, principalmente, en el rol que tuvieron las deidades griegas en la difusión y legitimación de una sexualidad claramente diversa y exuberante que no se limitaba a una función reproductiva, sino que ponía el deseo y placer erótico-polimórfico en el centro de la civilización occidental. En la antigüedad, la pluralidad sexual impregnó la esfera erótica: la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad, el sexo con cortesanas, con esclavos, y adolescentes; todas estas prácticas son manifestadas en este periodo.

El siguiente capítulo, titulado “The Biblical Tradition: Desire as a Means of Production” [La tradición bíblica: el deseo como medio de producción], se encarga de examinar las perspectivas judeo-cristianas respecto a las relaciones sexuales que aparecen en el primer libro del Antiguo Testamento (el Génesis). Aquí Shusterman considera que la cultura hebrea, a diferencia de la greco-romana previamente examinada, carece de un modelo de divinidad para las artes del amor, por lo que se limita a la teorización erótica en el ámbito de la procreación. Esta focalización en el aspecto meramente reproductivo y no placentero de las prácticas sexuales nos permitiría ver algunas características enigmáticas dentro de la ley mosaica: en efecto, la obligatoria circuncisión (que busca disminuir la parte más sensitiva y placentera del pene masculino), vendría a simbolizar la subordinación del deseo y la satisfacción del hombre a la voluntad de Dios. Además, este mismo foco en la procreación explicaría las diversas prohibiciones de prácticas sexuales como la homosexualidad, el adulterio, el incesto, la masturbación, el coitus interruptus, y las relaciones con menstruación.

El capítulo cuarto, “Chinese Qi Erotics: The Beauty of Health and the Passion for Virtue” [Erótica china Qi: la belleza de la salud y la pasión por la virtud], analiza la antigua tradición china, probablemente la más ancestral y extraordinaria de todas en las “artes del amor”, debido a su amplia y transdisciplinaria significancia. El autor muestra cómo la ars erotica de China, lejos de centrarse en un hedonismo irrestricto, estaría profundamente preocupada por temas como la religión, el ritual, el gobierno, la administración doméstica, y el crecimiento personal y ético a través de la disciplina del auto-control. De hecho, se podría decir que aquí las prácticas amorosas alcanzan una significancia de tipo ontológica: la unión creativa de sexos opuestos simbolizaría la unidad cósmica de los opuestos complementarios (como lo serían también el cielo y la tierra), que produce la riqueza de todas las cosas. Además, Shusterman explora las relaciones entre las teorías sexuales clásicas de China y la dimensión estética y ética, mostrando cómo la ars erotica despliega principios estéticos y artísticos como la armonía, la belleza, el tiempo, el ritmo, la unidad en la variedad, y la atención en la conducta sexual.

En el quinto capítulo, “Lovemaking as Aesthetic Education: Pleasure, Play, and Knowledge in Indian Erotic Theory” [La relación sexual como educación estética: placer, juego y conocimiento en la teoría erótica india], el filósofo se focaliza en la sexología de la India, la cual resulta ser tan antigua y rica como la de China, aunque los textos que se han podido conservar no sean tan numerosos. Ciertamente, la India proporciona la visión estética más abundante en torno a la ars erotica, combinando el deseo erótico con el ascetismo espiritual. Aquí, la divinidad Shiva (diosa de la potencia sexual y las prácticas meditativas ascéticas) sirve como fuente mitológica de la sexología india. El texto fundante para dicha tradición es sin dudas el Kama-sutra, que surge probablemente en el siglo III d.C, y que muestra unas conexiones profundas con la estética clásica de la India, tanto en el drama como en la danza, la poesía y el arte visual. En este sentido, la estética impregna por completo a la perspectiva erótica india, contemplando también la dimensión psicológica, cognitiva, ética y espiritual de los practicantes. Dentro de los objetivos que tendrían dichas prácticas se encontrarían el entrenamiento para una mayor maestría en la percepción y el control de las emociones, así como también un mayor entendimiento de los sentimientos, la personalidad y los estados de ánimo. De hecho, su intención última -más que lograr solo un placer pasional- sería precisamente el perfeccionamiento del conocimiento y de uno mismo para tener éxito en el arte del vivir.

En el capítulo sexto, “Fragrance, Veils, and Violence: Ars Erotica in Islamic Culture” [Fragancia, velos y violencia: Ars Erotica en la cultura islámica], el autor se vuelca al análisis de las artes del amor en el mundo islámico, comenzando por mostrar cómo las leyes y doctrinas islámicas contenidas en el libro sagrado del Corán habrían dado forma a las prácticas sexuales tanto dentro como fuera de la institución poligámica marital. Uno de los elementos distintivos dentro de dicha tradición es sin dudas la caracterización que se hace de la fuerza masculina dentro de la teoría erótica como una expresión placentera de la apasionada e incluso violenta virilidad del hombre. Además, a través de pensadores Sufi como al-Ghazali y al-Arabi, Shusterman muestra cómo se ha defendido al sexo como un camino hacia la espiritualización que combina el ascetismo con el placer.

El séptimo capítulo, titulado “From Romantic Refinement to Courtesan Connoisseurship: Japanese Ars Erotica” [Del refinamiento romántico a la experticia cortesana: Ars Erotica japonesa], luego de mostrar el rol del sexo en la mitología fundacional de la cultura japonesa, se dedica a explorar tres tradiciones claves dentro del erotismo clásico japonés. Por un lado, la tradición romántica del amor cortés de Heian Dynasty (794-1185), donde se enfatizaban elementos como la ternura, la elegancia en los modales, la sensibilidad, la discreción, entre otros. Luego, la tradición del amor masculino, que se desarrolló entre los monjes budistas y los guerreros samuráis, caracterizada por la pederastia hacia jóvenes atractivos (particularmente, actores Kabuki) como objetivo erótico principal. Finalmente, se analiza el conocimiento erótico de la cultura cortesana de clase alta en la sociedad de Edo, en donde se destacaba la maestría en las Bellas artes y la moda, y su elegancia exhibida, más que las habilidades sexuales. Además, en esta tradición se privilegiaba el hecho de que el hombre ganase el corazón de la mujer, más que el disfrute de su cuerpo. Sin embargo, detrás de esta apariencia de “fina elegancia”, la cultura cortesana japonesa realizó prácticas atroces, como lo fue la comercialización y mercantilización de la mujer.

El libro cierra con un octavo y último capítulo, “Commingling, Complexity, and Conflict: Erotic Theory in Medieval and Renaissance Europe” [Mezcla, complejidad y conflicto: la teoría erótica en el medioevo y el renacimiento europeo], que representa el análisis más largo y exhaustivo de toda la investigación, y en el cual se volverá al mundo occidental a través de un examen de los textos y temas centrales de la teoría erótica secular en la Europa renacentista y medieval. Aquí, se exploran tres ideales filosóficos del amor que resultaron ser imprescindibles para la formación de la teoría erótica medieval. Primero, el ideal clásico de la amistad amorosa que es libre de toda clase de necesidad, dependencia, o apetito por algún beneficio financiero, político o hedónico. Según Shusterman, este ideal limitaba el amor a las relaciones entre hombres virtuosos, ya que la mujer carecía de la independencia y libertad socioeconómica requerida. Sin embargo, este foco exclusivamente masculino del amor generó, a través de las influencias del cristianismo, un temor y escrúpulo generalizado respecto de caer en el pecado de la homosexualidad. El segundo ideal veía al amor heterosexual como una fuerza suprema que unificaba y sostenía el cosmos, por eso se le santificó a través del matrimonio, reconociéndole el estatus de una práctica estructural para la sociedad bajo la idea de la procreación como una expresión natural de dicha unión. Por último, el tercer ideal erótico buscaba la unión espiritual con lo divino a través de la castidad célibe, dirigiendo el propio deseo solo hacia Dios. En este ideal, se desdeñaban las prácticas de apareamiento, considerándolas como algo propio de los animales o las bestias.

El capítulo explora entonces las dificultades en la reconciliación de estos tres ideales tan diferentes dentro de la teoría erótica medieval y renacentista, y cierra con una hipótesis que, si bien es claramente de carácter especulativo, no deja de resultar muy interesante, a saber: que la ruptura entre la estética y la erótica que heredamos del siglo XVIII surge precisamente del divorcio entre la idea estética de belleza y el deseo sexual-amoroso. Según Shusterman, entre el siglo XVII y XVIII surge un discurso estético nuevo que desliga, finalmente, lo bello de lo erótico, ya que se comienza a considerar que la belleza debía ser apreciada mediante una actitud contemplativa desinteresada en vez de como un deseo erótico de unión -asociado a los apetitos y necesidades carnales para la satisfacción de placeres sensuales-. Y es precisamente debido a esta ruptura en los ideales que para Shusterman, estética y erótica, después de haber sostenido un vínculo íntimo por más de un milenio, se terminan separando.

Ante este escenario, la esperanza del autor no es otra que la de haber proporcionado suficientes elementos de análisis histórico-conceptuales para que, de esta manera, podamos ampliar y profundizar el entendimiento de lo erótico y así poder enriquecer el campo de la estética -y con ello, nuestras vidas-.

REFERENCIAS

Richard Shusterman. Ars Erotica: Sex and Somaesthetics in the Classical Arts of Love. Cambridge: Cambridge University Press, 2021, 420 páginas. [ Links ]

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