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Estudios del trabajo

versão impressa ISSN 0327-5744versão On-line ISSN 2545-7756

Estud. trab.  no.62 Buenos Aires dez. 2021

 

ARTÍCULOS

Contextos y ámbitos del trabajo comunitario de cuidados: una perspectiva interseccional desde los movimientos populares

Contexts and areas of community care work: an intersectional perspective of popular movements

Anahí Guelman1  1 

María Mercedes Palumbo1  1 

María Laura Lezcano1  1 

1 Investigadora docente Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS)

Resumen

Este artículo propone analizar el trabajo comunitario de cuidados desarrollado por trabajadoras de la economía popular en el contexto de crisis socioeconómica durante el gobierno de la alianza Cambiemos (2015-2019) y su devenir en el nuevo escenario político y en el primer año de la pandemia de COVID-19 en Argentina. Con este fin, se examina un corpus de datos empíricos obtenidos en el trabajo de vinculación con el Movimiento Nacional Campesino Indígena Buenos Aires. Se indaga en torno a los contextos del trabajo comunitario, los ámbitos y las dimensiones que comprenden los cuidados (alimentaria, sanitaria, formación de niños/as, redes de contención por violencia de género) y la condición comunitaria que estos asumen en los movimientos populares. Adoptamos un enfoque basado en la perspectiva feminista de la economía del cuidado en diálogo con un análisis interseccional que inscribe a los cuidados y las cuidadoras en un entramado articulado de género, raza y clase social.

Palabras clave: Trabajo de cuidados; Género; Comunidad; Interseccionalidad

Abstract

This article is aimed at analyzing community care work developed by female workers in popular movements in the context of the socio-economic crisis during Cambiemos Alliance (2015-2019) and its evolution in the new political scenario and the first year of the COVID-19 pandemic in Argentina. To this end, a corpus of empirical data obtained from a partnership work with the Movimiento Nacional Campesino Indígena Buenos Aires is examined. This paper inquiries about the community work contexts, the areas and matters involved in care tasks (food, health, children training and support networks to victims of gender-based violence) and the community nature that they assume in popular movements. We adopt an approach based on the feminist perspective of care economy in dialogue with the intersectional analysis that situates care and female carers in an articulated framework of gender, race and social class.

Key words: Care work; Gender; Community; Intersectionality

Introducción

La reproducción social engloba un conjunto de actividades de cuidados que implican relaciones afectivo-sociales, simbólicas y materiales y que generan, como resultado, un tejido de relaciones humanas sobre las que se sustenta la sociedad toda y que permite a las personas sobrevivir. Algunas de estas actividades se caracterizan por ser desarrolladas usualmente por mujeres y no ser reconocidas como trabajo. De los actores involucrados en la provisión de cuidados (familia, Estado, sector privado y sociedad civil), aquella realizada en la comunidad, en el marco de diversas formas de militancia y activismo social, confesional o político, resulta la menos estudiada (Sanchís, 2020). A pesar de lo anterior, los cuidados comunitarios poseen un papel relevante con una extensa tradición histórica en los territorios populares.

En los barrios populares, encontramos un denso entramado de organizaciones, espacios y sujetos que tienen como finalidad proveer distintos aspectos del cuidado, vinculados a lo alimentario (merenderos, comedores, copas de leche), la salud (espacios de salud comunitaria, promoción de la salud), la formación (apoyo escolar, guarderías y jardines, actividades recreativas) y redes de contención para y entre mujeres. Allí se ponen en juego dimensiones materiales, emocionales y de gestión de políticas alimentarias, sociales y socio-laborales. Seguimos la línea interpretativa de Tronto y Fisher (1990), retomada por Zibecchi, quienes entienden a los cuidados como “una actividad genérica que comprende todo aquello que hacemos para mantener, perpetuar y reparar nuestro ‘mundo’, de forma tal que podamos vivir lo mejor posible. Y ese mundo abarca nuestros cuerpos, a nosotros mismos y nuestro medioambiente, como sostén de la vida” (Zibecchi, 2020, p. 47).

Si bien los trabajos de cuidados se encuentran orientados a la reproducción de la vida, una serie de autoras destacan la artificialidad de la distinción entre producción y reproducción y su condición de construcción histórica. Así, proponen una ampliación de lo productivo que contemple los cuidados como parte central del funcionamiento del sistema económico. Esta mirada cuestiona la subordinación de los cuidados a la esfera privada y reproductiva, su invisibilización como centro articulador y conductor de la vida social y económica, así como también pone de relieve su dimensión inherentemente femenina y racializada. Acordamos con las lecturas que señalan que el trabajo reproductivo es productivo, económico y generador de valor. Bascuas y Roco Sanfilippo sostienen que “la noción de productividad se redimensiona porque se incorporan otras formas de medida. El valor social de lo producido ya no se limita a su capacidad de generar renta sino a su relación con su aporte a la sostenibilidad del ecosistema personas-comunidades” (2019, p. 9).

En este artículo, nos proponemos analizar los trabajos de cuidados desarrollados por trabajadoras de la economía popular en el contexto de crisis socio-económica producto de las políticas llevadas adelante por el gobierno de la alianza Cambiemos (2015-2019) y su devenir en el nuevo escenario político signado por la irrupción de la pandemia de COVID-19. Nos interesa reponer las persistencias y novedades en torno a los cuidados que la pandemia trajo respecto al periodo inmediatamente anterior. Adoptamos un enfoque basado en la perspectiva feminista de la economía del cuidado en diálogo con un análisis interseccional que inscribe a los cuidados y las cuidadoras en un entramado articulado de género, raza y clase social.

Con este fin, se analizará un corpus de datos empíricos obtenidos en el trabajo de campo realizado en el marco de un proyecto de investigación2 en el cual nos vinculamos con el Movimiento Nacional Campesino Indígena Buenos Aires (en adelante, MNCI Buenos Aires), específicamente su desarrollo en el partido de Esteban Echeverría, ubicado en el suroeste del Conurbano bonaerense, Argentina. Esta organización se crea en el año 2004, si bien posee una historia que se remonta a la década del ochenta: primero como SER.CU.PO (Servicio a la Cultura Popular), una ONG vinculada a la Iglesia tercermundista; luego, ya entrada la década del noventa, como parte del movimiento de trabajadores/as desocupados/as; y, en los años 2000, se vincula como organización urbana al Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) y al espacio interorganizacional que se conformó como Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), haciendo dialogar los postulados campesinos con el sujeto que habita en las periferias de las ciudades y sus condiciones de vida y trabajo. Actualmente, conservan esta identidad rural junto a otra más urbana que se asocia a su más reciente integración al Movimiento Evita.

El movimiento en cuestión estructura su funcionamiento en torno a centros comunitarios emplazados en distintos barrios populares del partido de Esteban Echeverría. Allí se desarrollan espacios de primera infancia, propuestas educativas formales orientadas a jóvenes y adultos/as como el Programa de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (Plan FinEs), apoyo escolar, espacios de recreación, talleres de formación política, economía popular y géneros, asambleas para la toma de decisiones, grupos de trabajo (re)productivo, así como merenderos y comedores. Actualmente, el MNCI Buenos Aires cuenta con 18 centros en Esteban Echeverría, y también posee trabajo territorial en otros partidos de la provincia de Buenos Aires como Almirante Brown y Florencio Varela.

Venimos observando, en los centros comunitarios en los que se organiza este movimiento, el corrimiento que fue operando hacia los trabajos de cuidados durante el gobierno de la alianza Cambiemos y que se intensificó en el contexto de pandemia. El estudio sobre este movimiento popular se lleva a cabo desde el año 2012 y, en términos metodológicos, prestamos especial atención a la dinámica que se produce en la organización y en el trabajo vinculado a la economía popular en el tiempo, a la mirada diacrónica en tiempo presente, como parte de nuestra intencionalidad. Nos valemos para ello de un trabajo etnográfico desde un enfoque cualitativo que apela a la vinculación, la reflexión conjunta, la realización de talleres, la observación participante y las entrevistas en profundidad. Durante la pandemia, sostuvimos los espacios posibles desde la virtualidad y la comunicación telefónica.

La decisión de centrar este escrito específicamente en las mujeres trabajadoras de la economía popular se basa en dos elementos: por un lado, la afirmación de la condición feminizada de esta economía, reconociendo el peso cuantitativo de la participación de las mujeres en estos procesos de trabajo; por otro lado, tal como lo señalan las teóricas feministas, una lectura desde las mujeres habilita la desestabilización del aparato conceptual dominante para introducirnos en la porosidad de las distinciones de esferas y pares conceptuales (público-privado, productivo-reproductivo, laboral-doméstico, entre otros). El aporte de las perspectivas feministas a este trabajo no es simplemente conceptual sino también metodológico en los términos de dar cuenta de los trabajos invisibles y los sujetos igualmente invisibilizados que los realizan. Tal como plantean Cielo, Bermúdez, Almeida Guerrero y Moya (2016), “la problematización del trabajo invisibilizado de las mujeres señala maneras de estudiar el papel de todos los trabajos que no se consideran productivos” (2016, p. 162) así como también de los tradicionalmente concebidos como productivos y las relaciones entre ambos.

El artículo se estructura en torno a los siguientes tópicos: i) los contextos que atravesó el trabajo comunitario en los últimos años, marcados por la crisis socio-económica y luego el advenimiento de la pandemia; ii) los ámbitos de cuidados y las dimensiones que comprende (alimentaria, sanitaria, cuidado y formación de niños/as, redes de contención por violencia de género); iii) la condición comunitaria que asumen los trabajos de cuidados en movimientos populares, ubicando a las mujeres como proveedoras de los mismos; iv) un abordaje en clave interseccional de las tareas de cuidados comunitarios.

La economía popular y los contextos del trabajo comunitario en los últimos años

Los movimientos populares encontraron un punto de inflexión en el denominado “neoliberalismo tardío” (García Delgado y Gradin, 2017), que describe el marco de las políticas llevadas adelante por el gobierno de la alianza Cambiemos (2015-2019). En el caso del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, se dio paso a una serie de cambios y reconfiguraciones para paliar las consecuencias de las políticas de ajuste estructural. Se abrió una cantidad considerable de nuevos centros comunitarios en Esteban Echeverría, donde históricamente funcionó la organización: de los 4 centros que la conformaban hasta el año 2015, pasaron a ser 12 para el año 2019 y 18 para 2021. Los nuevos centros surgieron abocados a los trabajos de cuidados, específicamente a la puesta en marcha de merenderos y comedores. Si bien ya existían merenderos en los centros históricos que se habían creado previamente a la llegada de la alianza Cambiemos, y en algunos casos también comedores, observamos la profundización de estos espacios. A diferencia de los nuevos, los centros históricos poseen una fuerte impronta de trabajo productivo en un sentido clásico. Con el agravamiento de las condiciones de existencia, se generó cierto corrimiento respecto a los colectivos de trabajo y proyectos centrados en la elaboración de bienes y en el desarrollo de infraestructura social en los barrios. En paralelo al incremento de la cantidad de centros comunitarios y al protagonismo adquirido por el trabajo de cuidados, se incorporaron nuevos sujetos a los centros históricos y a aquellos de creación más reciente (posterior al año 2015) motorizados por la necesidad y las contraprestaciones pautadas por las políticas sociales, lo que generó un crecimiento cuantitativo de la organización.

En trabajos anteriores (Guelman, Palumbo y Downar, 2021), describimos y analizamos la dinámica que adoptaron las políticas sociales del Gobierno macrista desde el punto de vista de los movimientos populares. Allí sostuvimos que las políticas sociales que se iban articulando en paralelo al deterioro de las condiciones de existencia modificaron las lógicas laborales de los movimientos populares: al tiempo que crecían en número y en cantidad de nuevos miembros que llegaban para satisfacer necesidades básicas, iban desplegando y profundizando trabajos de cuidados y asistencia a la pobreza. Este contexto resultó bastante particular dado que, pese a las consecuencias de las políticas económicas en los sectores populares, conformó una oportunidad para el reconocimiento de los/as trabajadores/as de la economía popular y sus organizaciones (Natalucci, 2018). Destacamos en esta línea, la visibilidad pública y las conquistas obtenidas desde la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), hoy parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). Con una mirada pragmática de la política, pusieron en juego diversas estrategias y saberes para incidir en las políticas y la burocracia estatal, aun en un contexto neoliberal.

Los movimientos populares venían motorizando, previamente al gobierno de la alianza Cambiemos, proyectos productivos en diálogo con el impulso al cooperativismo de las políticas de promoción de la economía social impulsadas por los gobiernos kirchneristas (2003-2015). Este proceso fue denominado en la literatura especializada como el “boom del cooperativismo de trabajo bajo programa” (Danani, Arias, Chiara y Gluz, 2018; Hopp, 2017). Sin desconocer las limitaciones en el proceso de cooperativización impulsado, la llegada de la alianza Cambiemos generó la reconfiguración gradual del sentido de la política social en los primeros dos años. Ubicamos en el programa Hacemos Futuro, implementado en el año 2018, un viraje en el campo del bienestar y la protección social desde una concepción de política social con foco en lo productivo y laboral hacia otra basada en requerimientos educativos y formativos. Así se estimuló un traslado de la centralidad de la idea del trabajo cooperativo hacia la del logro de la empleabilidad vía la formación. Lo anterior implicó un pasaje del trabajo a la formación y de lo colectivo a lo individual3.

Este fomento de políticas en un contexto de crisis socio-económica, que los movimientos populares significaron como intencionalmente desorganizadoras, dejó en los hechos dos grandes vacíos que casos como el que nos ocupa, el del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, intentaron y supieron aprovechar, contrarrestando los aspectos individualizantes de las políticas sociales.

Por una parte, el Estado no pudo ofrecer los ámbitos de formación que exigía el programa Hacemos Futuro. Luego de una disputa con el Estado nacional en torno al derecho a la educación se logró que los movimientos pudieran ofrecer cursos como parte de las instancias formativas que se les requerían a los sujetos para el cobro del plan, así como recibir los recursos estatales para sostener esas formaciones. En la práctica, se consolidaron instancias que las organizaciones ya venían llevando a cabo previamente al programa. De este modo, ofrecieron espacios de terminalidad educativa primaria y secundaria, así como cursos donde cumplir las 300 horas de capacitación exigidas por las condicionalidades de la política social. Particularmente, el MNCI Buenos Aires debió modificar su anterior rol de ente ejecutor del plan Argentina Trabaja y pasó a ser ente capacitador del Hacemos Futuro, utilizando su figura legal como ONG (figura que conserva de sus orígenes como SER.CU.PO, en la década del ochenta).

Por otra parte, el contexto de crisis socio-económica (inflación, aumento de pobreza, retroceso del salario real, caída de la industria) provocó un estallido cuantitativo de los movimientos y el desarrollo de espacios de cuidados, especialmente de alimentación. En ellos, cambió el eje del trabajo, pero se recuperó lo colectivo, se visibilizó el cuidado como trabajo, se consolidaron espacios comunitarios y se puso en evidencia el rol de mediación social y política que estas organizaciones llevan adelante. En palabras de Gradin (2017), los movimientos populares construyen comunidad frente a la desestructuración social. Según lo esgrimido por un militante del MNCI Buenos Aires en una entrevista colectiva4, este crecimiento no solo fortaleció su capacidad logística, sino que permitió repensar políticamente la perspectiva desde la cual se sostienen las prácticas cotidianas y revisar el vínculo de los centros comunitarios con los/as vecinos/as. Como sucedió en todos los movimientos y organizaciones, las tareas de cuidados implicaron una fuerte participación de las mujeres y la visibilización de la cuestión de género.

Bajo la particularidad del cambio de gobierno presidido por Alberto Fernández en diciembre del año 2019, emerge un nuevo contexto signado por la pandemia de COVID-19. En este marco, se tomaron decisiones políticas con el fin de amortiguar los contagios y sostener la economía. Como primera medida, se decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) y se definió la creación del Fondo de Garantía para la Micro, Pequeña y Mediana Empresa para el pago de sueldos de trabajadores/as registrados/as. Luego, se sancionó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) destinado a monotributistas, trabajadores/as independientes e informales. Asimismo, se dispuso el Plan de Continuidad Pedagógica para los/as estudiantes de todos los niveles del sistema educativo. Hacia el final del año 2020, Fernández otorgó un bono para trabajadores/as comunitarios/as en cuanto reconocimiento a su trabajo esencial durante la pandemia5.

La llegada de la pandemia encontró a los barrios populares, que comprende a los del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, en condiciones de vida que poco tienen que ver con las necesidades del ASPO: desde cuestiones materiales como la falta de acceso al agua y el hacinamiento hasta los modos particulares de vinculación entre vecinos/as y las redes construidas entre sí, que se oponen a las necesidades sanitarias y de distanciamiento que plantea la pandemia. Asimismo, la crisis y el deterioro económico que dejó instalado el macrismo no llegaron a transformarse en los tres meses del nuevo gobierno de signo popular, anteriores a la declaración de la pandemia de coronavirus. Para los sectores populares, el ASPO resultó una política difícil de acatar. En términos de Sousa Santos, la “cuarentena resulta discriminatoria e imposible de cumplir para un vasto número de cuidadores” (2020, p. 45) cuya misión resulta hacer posible la cuarentena para el resto de la población. Estas personas forman parte de grupos que tienen en común una vulnerabilidad económica, política, social y cultural que precede a la cuarentena y se agrava con ella.

Sin embargo, las formas de vinculación y las experiencias de organización, particularmente en los trabajos de cuidados que se venían llevando a cabo en el contexto de prepandemia, permitieron a los movimientos populares ejercer un papel central en la prevención y el sostenimiento de la vida en la pandemia, y especialmente durante la cuarentena más estricta. Como se profundizará más adelante, el MNCI Buenos Aires capitaliza toda la experiencia de los merenderos y comedores; siendo parte de la historia de las organizaciones populares de nuestro país, su trabajo se intensificó durante el gobierno neoliberal y cambia las reglas de juego para continuar proveyendo alimentación en pandemia: los/as vecinos/as y miembros del movimiento llegaban a buscar en recipientes la comida preparada que ya no se compartía en los centros comunitarios sino en cada casa. Capitaliza también el tipo de lazo establecido entre vecinos/as y “compañeros/as” y las formas de cuidado de las mujeres y de los/as niños/as que, en el caso del MNCI Buenos Aires, se vinculaba a espacios de primera infancia y recreación, así como a un trabajo en redes de mujeres contra la violencia de género, para llevar a cabo medidas de prevención que se articularon con programas oficiales como “El barrio cuida al barrio”6.

Consideramos de interés detenernos en estos dos contextos, cuya demarcación se centra en la emergencia de la pandemia, para abordar la intensificación del trabajo de cuidados en el MNCI Buenos Aires. Esta intensificación responde a la ampliación de los sujetos (niños/as y adultos/as) involucrados, los mayores esfuerzos requeridos por parte de las trabajadoras para garantizar sus tareas así como la urgencia y necesidad de desarrollo de estas para la sostenibilidad de la vida en los barrios populares.

Ámbitos y dimensiones del cuidado: lo persistente y lo emergente entre contextos

En nuestro trabajo con el MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, identificamos una serie de ámbitos de cuidados que fueron tomando protagonismo en el periodo en análisis: comedores y merenderos en los centros comunitarios, una olla solidaria desarrollada por jóvenes en el centro de la ciudad de Monte Grande, espacios de apoyo escolar, educación de la primera infancia y cuidado de niños/as, redes frente a la violencia de género, y promoción de la salud. La definición de cuidados de Tronto y Fisher ya presentada nos resulta interesante en el diálogo con nuestro trabajo de campo, al permitir abarcar la diversidad de actividades asociadas al cuidado comunitario que no quedan comprendidas en definiciones más restringidas. En el movimiento popular con el cual nos vinculamos, se ponen en juego distintas dimensiones de los cuidados que se fueron intensificando conforme a las especificidades de los contextos y que se articulan entre sí. Nos referimos a la asistencia alimentaria, el cuidado de la salud, la formación y la contención frente a la violencia de género.

Durante el contexto de la alianza Cambiemos, la importancia que fueron tomando los trabajos de cuidados en las organizaciones populares se expresa en la explosión de merenderos y comedores. A este respecto, ubicamos en la génesis de organizaciones sociales y comunitarias la búsqueda por dar respuestas desde el trabajo de cuidados a situaciones de crisis, tal como lo muestran Pautassi y Zibecchi (2010) en relación a la crisis de 2001-2002; de igual modo sucede en organizaciones ya conformadas que reorientan sus actividades hacia este tipo de trabajo para atender las demandas y necesidades de los barrios donde se emplazan. Es interesante mencionar, en nuestro caso, la diferenciación que observamos en el MNCI Buenos Aires entre los centros comunitarios “históricos” y los “nuevos” surgidos a partir del año 2016. Encontramos que en los centros nuevos -como 9 de enero, Bafico, Colinas, El Federal, Fortín, Montana y El Triunfo- la cuestión de los cuidados se presenta como causa de su génesis. Es decir, la apertura del merendero y/o comedor la que inaugura el centro comunitario frente al creciente deterioro de las condiciones de vida. Además, el proceso organizativo en esos territorios se estructura en torno a estos espacios tanto como el trabajo mismo. Las actividades que se llevan a cabo en Fortín y 9 de Enero se centran en el comedor, el merendero y el apoyo escolar. En Montana, por su parte, al comedor, merendero y apoyo escolar, se agrega la “guardería” -pensada para garantizar la participación en la organización y las acciones de lucha de las militantes madres- así como las redes de acompañamiento y asistencia a víctimas de violencia de género.

Por el contrario, advertimos la persistencia de una marca más fuerte del trabajo productivo de bienes en los centros comunitarios “históricos” surgidos entre los años 2004 y 2007 (Gurises, Remolines, Altos y Sin Techo). El sostenimiento en el tiempo de la cooperativa textil en Los Sin Techo y la cooperativa de dulces Manos en Movimiento en Remolines convive con la expansión del trabajo de cuidados a partir del año 2016. A modo de ejemplo, en el centro Gurises se verificó una reorientación del trabajo en tareas de limpieza y mantenimiento del barrio, desarrollado en centros de educación inicial, colegios y sala de primeros auxilios cercanos, hacia el desarrollo de comedores y merenderos.

Frente al aumento del número de niños/as y adultos/as que se acercaban en busca de asistencia alimentaria, se buscaron formas alternativas para garantizar el sostenimiento de las tareas. Para acceder a la compra de alimentos, comenzaron a organizarse rifas y venta de comidas en los barrios tanto en los centros nuevos como viejos. Cabe notar también que el trabajo de cuidados apareció como finalidad del trabajo productivo de bienes; esto es, se crearon emprendimientos autogestivos (especialmente panadería) apoyados en las contraprestaciones de las políticas sociales a los efectos de recaudar dinero para destinarlo al trabajo de cuidados, en la búsqueda por complementar la cantidad o el tipo de alimentos (secos/frescos) que proporciona el Estado, o para pagar la garrafa necesaria para cocinar.

Como se mencionó anteriormente, la situación de vulnerabilidad social y económica se acrecentó en el contexto de la emergencia sanitaria producto de la pandemia de COVID-19, ya en el gobierno de Fernández. La economía popular, en este momento histórico tan particular, visibilizó la esencialidad de los trabajos de cuidadores/as comunitarios/as que garantizan la vida y la supervivencia en el cotidiano de los territorios. Estos cuidados comprendieron un amplio espectro de iniciativas: desde las ollas populares que proveyeron el alimento allí donde la suspensión sanitaria de las actividades laborales lo impedía hasta apoyos escolares de emergencia que acompañaron los intentos de continuidad pedagógica; desde campañas de vacunación contra la gripe a personas adultas mayores hasta tareas de limpieza y desinfección en los pasillos y espacios comunitarios de barrios populares.

Los trabajos de cuidados se reestructuraron en los centros comunitarios del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría por la pandemia: se adoptaron mayores medidas de higiene en la manipulación de alimentos y preparación de las viandas que involucraron el uso alcohol en gel y barbijos, se reorganizó el trabajo en grupos de menor cantidad de personas, se concentró el trabajo cotidiano en las mujeres que no eran grupo de riesgo, aumentó el riesgo laboral por la mayor exposición al virus de las trabajadoras, y se decidió implementar un sistema de viandas. Según el relato de una referente, además de continuar con el sostenimiento de comedores y merenderos por la emergencia alimentaria, aparece con fuerza el aspecto sanitario de los cuidados. Las trabajadoras de la economía popular asumieron el rol de promotoras de salud comunitaria; algunas ya lo venían desempeñando previamente y lo reforzaron, otras se formaron en las capacitaciones brindadas por el programa “El barrio cuida al barrio” para integrarse a las postas sanitarias, o bien se hicieron cargo en la práctica de esta función en cuanto tarea asociada a su trabajo en la provisión de la dimensión alimentaria de los cuidados:

En los comedores, las compañeras han asumido el rol del cuidado, con distanciamiento, barbijos, guantes. Organizan cuando van a buscar la comida estas cuestiones. La demanda es enorme, son familias enteras. Son las mismas compañeras que cocinan las que salen a la fila a pedir la distancia, recordar el uso de barbijos. Tomaron ese rol [...], es un cambio muy fuerte. En cuestiones pedagógicas hemos aprendido prácticas y costumbres de salud, y tal vez nos quede como algo positivo. Hay conciencia de la peligrosidad y de la necesidad de cuidarse.7

En la dimensión sanitaria, cabe destacar la articulación del MNCI Buenos Aires con el Estado por medio de políticas que les dieron un marco a los trabajos de cuidados, tal es el caso del programa “El barrio cuida al barrio”. El barrio Sarmiento, donde funciona el centro comunitario Los Sin Techo, fue parte de la prueba piloto realizada desde el Gobierno en el Conurbano bonaerense8. A través de este programa, promotores/as comunitarios/as de la economía popular ubicaron postas sanitarias en el ingreso al barrio para difundir medidas preventivas y distribuir elementos de seguridad e higiene, y realizaron un acompañamiento específico a grupos de riesgo. Así contribuyeron, además, con el Dispositivo Estratégico de Testeo para Coronavirus en Territorio Argentino (Detect.AR)9. A esto se sumó la participación coordinada con comedores y merenderos con el fin de garantizar el abastecimiento de alimentos y la difusión de números de teléfonos nacionales y locales para denunciar situaciones de violencia de género. En este sentido, consideramos que en torno al programa “El barrio cuida al barrio” se articularon desde la transversalidad distintas dimensiones de las tareas de cuidados vinculadas a lo alimentario, sanitario y género, visibilizando y potenciando así prácticas que ya se venían llevando a cabo en la organización desde la prepandemia, a las que se les brinda legitimidad por parte del Estado.

La dimensión de los cuidados referida a las redes de contención de las mujeres había tomado fuerza en el movimiento con la consolidación del Frente de Mujeres del Movimiento Evita en Esteban Echeverría a partir del año 2016, coordinado por el MNCI Buenos Aires. Desde este Frente, hasta el inicio de la pandemia, se organizaban talleres de género en los barrios populares donde se abordaban temáticas complejas como la violencia de género y la legalización del aborto, entre otras. Particularmente, encontramos un desarrollo considerable en esta línea en el centro comunitario Montana ,que se observa en el discurso y posicionamiento de sus referentes mujeres, en la existencia de una red de promotoras territoriales en abordaje de género con apoyo del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, en la creación de instancias específicas como la nombrada “guardería” comunitaria tanto como en el impulso de proyectos surgidos en pandemia relativos al armado de una consejería de género y de un grupo de trabajo orientado a la producción de insumos para la gestión menstrual.

Cabe destacar la preocupación de las referentes citadas respecto a las situaciones de violencia de género durante la pandemia, dado que este nuevo contexto de cuarentena recrudeció la violencia en el encierro en los hogares. Se pusieron en marcha por parte de las mujeres del movimiento diferentes estrategias: estar atentas a las respuestas en los grupos de WhatsApp y organizar acciones de intervención entre compañeras:

Cómo vamos a hacer para saber si las compañeras están siendo violentadas, si están en peligro, si están pasando por esa situación y nosotros no enterarnos. Porque si bien la pandemia nos obligó a quedarnos adentro de las casas, no tenía por qué hacernos meter tan adentro y callar la necesidad de gritar lo que nos está pasando. Entonces armamos grupos de WhatsApp donde estábamos permanentemente comunicándonos y nos preguntábamos cómo le fue a tu hijo en la escuela, qué dijo la profesora, cómo andan y dependiendo un poco del estado de ánimo en el que contestaba la compañera ya nos dábamos una pauta de lo que estaba pasando10.

Las redes de contención, entonces, se vinculan a lo que el MNCI Buenos Aires ya venía realizando tanto como a la novedad del programa “El barrio cuida al barrio”, donde estas tareas se articulan con la promoción de la salud. No obstante, desde la mirada de la referente a la que entrevistamos en el contexto de cuarenta estricta, la red de promotoras en abordaje de género requería combinarse con una mayor intervención del Estado apoyando, por ejemplo, el acceso a espacios específicos donde pudieran habitar las personas víctimas de violencia:

No se pensó en espacios de compañeras que estuvieran en situación de violencia, van 6 casos, uno por semana, la situación es compleja porque no tienen dónde ir. Parte de las organizaciones sociales hacen que las compañeras puedan salir un poco, [la línea] 144 no da abasto. La situación de violencia es un problema, no tenemos dónde llevarlas11.

Otra cuestión que se evidencia en la pandemia es la persistencia de los cuidados vinculados a las tareas de apoyo escolar que el movimiento venía realizando en los distintos barrios. En las circunstancias de pandemia, los espacios de apoyo se inscribieron en el marco del dispositivo del Plan de Continuidad Pedagógica, referido a las estrategias implementadas desde los establecimientos educativos bajo los lineamientos del Ministerio de Educación nacional con el propósito de sostener las trayectorias educativas de los/as estudiantes y cumplir con los contenidos programados para el ciclo lectivo. El involucramiento del movimiento en la continuidad pedagógica resulta relevante considerando que, en ocasiones, los sectores populares no cuentan con los dispositivos tecnológicos ni la suficiente conectividad para sostener un programa de educación a distancia12. En este punto, el MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría canalizó parte de las demandas de la escuela hacia las familias, con el fin de buscar soluciones en conjunto frente a estas circunstancias excepcionales de escuela virtualizada:

Hay mucha incertidumbre. Porque todo se suspende. Ustedes preguntaban por los niños y la escuela, la verdad [es que] a las compañeras que escuché hablar de cómo se estaban vinculando con la escuela… [es] de mucha demanda por parte de las docentes, se dan situaciones que son muy difíciles y de mucha demanda para con las familias por parte de las docentes. En muchos casos tampoco es que pueden dejarles el celular a sus hijos para que hagan la tarea porque es el celular que utilizan ellas para trabajar, o por si tienen que salir, y además hay que pagar la conexión de internet, la situación escolar es difícil. Muy difícil mantener la escolaridad y el aprendizaje en los barrios populares13.

Desde la perspectiva de los/as referentes del MNCI Buenos Aires, las distintas dimensiones que asume el trabajo de cuidados en el MNCI Buenos Aires da cuenta de un “modelo de la economía popular” que debe ser puesto en agenda; un modelo que sostiene, informa, previene y acompaña a los sectores populares en los barrios mediante trabajos de cuidados con carácter comunitario. Desde allí, se piensan también desde su capacidad de formular, proponer, instalar y demandar políticas públicas. En el MNCI Buenos Aires se plantearon proyectos como la generación de espacios de trabajo dentro de los barrios, que permitieran garantizar el aislamiento colectivo (en vez de individual o familiar), y la creación de una red de promotores/as y cuidadores/as comunitarios14. Los movimientos populares buscaron trascender el plano de la resistencia, proponiendo alternativas desde la economía popular a la crisis socio-económica y sanitaria que ampliasen el espacio de lo público y reconstruyeran los lazos sociales desde la territorialidad.

Las tareas de cuidados: trabajo, género y comunidad

La organización social de los cuidados se erige sobre dos aspectos: una distribución desigual de las responsabilidades de cuidados entre hogares, Estado, mercado y organizaciones comunitarias; y una desigualdad entre varones y mujeres que se basa en la existencia de una división sexual del trabajo y la naturalización de la capacidad de las mujeres para cuidar (Esquivel, 2011; Rodríguez Enríquez y Pautassi, 2014; Rodríguez Enríquez, 2015). Las personas que cuidan son, entonces, generalmente mujeres, pobres y/o migrantes (o las tres condiciones a la vez) (Zibecchi, 2020). Aquí se entrama el género, la raza y la clase, tal como se particularizará en el próximo apartado.

La organización social de los cuidados en el contexto de los movimientos populares posee características particulares: asume la forma de los cuidados comunitarios, se inscribe en el marco de la rama socio-comunitaria de la economía popular, y se encuentra desarrollada por mujeres pobres, algunas de ellas migrantes, verificándose la racialización de la pobreza y la feminización de estos trabajos que funciona como tendencia social general. Al decir de Aloi (2020), las mujeres corporalizan la sostenibilidad de la vida, la crisis y la demanda.

La economía popular comparte con los trabajos de cuidados, que tienen lugar en y más allá de la primera, su condición fuertemente feminizada (Gago, 2018; Frega, 2020). Esto es así debido al peso cuantitativo de la participación de las mujeres en los procesos de trabajo15, a la común subordinación al modelo de trabajador varón asalariado (que comprende también la economía popular practicada por hombres), a la centralidad de las preocupaciones por la reproducción de la vida en un sentido amplio, marcando límites lábiles entre producción y reproducción, y al potencial de alteración que provoca en las prácticas y los marcos categoriales de abordaje.

Como fue desarrollado en la sección anterior, las mujeres en el MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría llevan adelante un conjunto de tareas para la provisión de cuidados que se articulan en torno a los centros comunitarios. Las mujeres que participaban en los espacios de cuidado fueron asumiendo progresivamente el carácter de trabajo de estas tareas. Nuestra vinculación con el MNCI Buenos Aires desde el año 2012 nos permite sostener que su reconocimiento se fue dando en el marco de los procesos organizativos de la economía popular, que adquirieron un fuerte protagonismo desde el año 2016, y del uso de las contraprestaciones de las políticas sociales para remunerar estas tareas. No obstante, el reconocimiento simbólico y la retribución económica de este trabajo siguen siendo limitados.

Según Federici (2015a), uno de los aspectos que sustenta el confinamiento de las mujeres a la esfera de la domesticidad reproductiva es la mistificación de su lugar y su rol económico, que se sustenta en la postulación de una tendencia natural hacia el cuidado, la ética de la gratuidad como rectora de las acciones y la disposición amorosa propias del género femenino. La mistificación actúa en contra del reconocimiento simbólico y material de los cuidados como trabajo. Resulta relevante el siguiente fragmento, que recupera la intervención de dos mujeres que trabajan en merenderos de centros comunitarios del MNCI Buenos Aires en un taller desarrollado en el año 2017, cuando ya se observaba el aumento de las personas que se acercaban por necesidad:

E: -¿Es trabajo cocinar en el centro, picar la cebolla, preparar la merienda?

e1: -Sí, pero es un trabajo que lo hacés con amor. Ahí lo hacés por los chicos, porque sabés que estás colaborando, que hacés algo para alguien. Pero a mí no me molesta hacer todas esas cosas, siempre las hice en mi casa.

e2: -Yo lo que entiendo por trabajo es más que nada un esfuerzo físico y que recibís, más allá de que sea plata o algo, recibís algo emocionalmente. Es un resultado de conocimiento. Lo considero un trabajo todo lo que sea en la casa o afuera, no solamente afuera. El esfuerzo físico que se pone16.

Allí se advierte la presencia de consideraciones morales aplicadas al trabajo doméstico a la hora de significar tareas de cuidados socio-comunitarios en un gesto de extrapolación valorativa. En la cita anterior se observa un reconocimiento de la preparación de la comida en comedores y merenderos dentro de la esfera laboral. En efecto, la segunda intervención propone una definición de trabajo que incluye el adentro y el afuera de los hogares en cuanto “el esfuerzo físico que se pone”. A su vez, se establece una distinción entre el trabajo (como concepto genérico) y “el trabajo que lo hacés con amor”, “[el trabajo que] lo hacés por los chicos”. Aparece así, por un lado, cierta tensión entre lo emocional y la consideración de que es trabajo de todos modos; por otro, la adjudicación de un plus vinculado al trabajo con amor en relación a “los chicos” como receptores de estas tareas y a una “paga emocional” (además de la paga económica). Tal como sostiene Fraser (2016), el trabajo de reproducción social de las mujeres fue remunerado con la moneda del amor y la virtud. Esta ambivalencia en torno al trabajo de cuidados, que se asienta en el tipo de actividades y los fines que comprende e involucra una dimensión ética, relacional y afectiva, ha sido abordada por distintos estudios antecedentes a nivel internacional y local (Barrios, 2019; Federici, 2015b; Fraser, 2016; Zibecchi, 2020; entre otros). Se observa, además, una naturalización de la condición femenina y doméstica del trabajo con amor -de las tareas de reproducción social- dado que “siempre las hice en mi casa”.

El reconocimiento de la condición de trabajo, aun con los matices presentados, se refuerza en el marco de la intensificación de las actividades de la rama sociocomunitaria de la economía popular durante la pandemia de COVID-19 y la importancia que cobraron las tareas de asistencia alimentaria y promoción de la salud (Fernández Álvarez, Laurens, Pacífico, Pederiva, Señorans, Sorroche y Stefanetti, 2020). Así se visibilizó aún más el rol protagónico de este trabajo y de las personas comprometidas en su provisión. Las mujeres de los barrios populares aportaron saberes y prácticas a la gestión territorial cotidiana de la pandemia desde su experiencia acumulada sobre la base de su conocimiento del territorio. A este respecto, cabe señalar el recorrido con el que ya contaban en la administración de los recursos siempre escasos para garantizar la provisión de alimentos según la demanda, en la organización interna de los grupos de trabajo y hacia fuera a partir de la organización de actividades con el barrio, en la construcción de redes territoriales con distintos actores, y en el armado de espacios de y entre mujeres. Por lo tanto, la demanda por el reconocimiento social y económico de estos trabajos comunitarios de cuidados, que corre a la par de la disputa por la condición de “esencialidad” de estas trabajadoras, adquirió particular relevancia en este contexto17.

En intercambios realizados durante el periodo más estricto de cuarentena con mujeres referentes territoriales del MNCI Buenos Aires, ellas describieron de este modo el rol asumido por las trabajadoras comunitarias:

Y bueno, hay algo que no puedo dejar pasar [que] es el trabajo incansable que están haciendo nuestras compañeras de [centro comunitario] los Sin Techo, con el [programa] “El barrio cuida al barrio”. Están desde las 7 y media de la mañana hasta las 10 de la noche. Y la verdad que es un trabajo arduo, extraordinario, con mucho amor, con muchas ganas. Sí, la verdad que es un trabajo que era para felicitar a las compañeras18.

Y bueno, con esta pandemia nos enseñó mucho lo que es la solidaridad comunitaria. Acá somos pocos vecinos, ya te dije que estamos distanciados, pero en esos pocos vecinos hay mucha necesidad y entonces tratamos de alguna forma de mitigar la mala situación por la que se está pasando. Tratamos de que, a su vez de dar esa ayuda comunitaria a la comida, también nos estamos ocupando con la parte de sanidad […]19.

Más allá del reconocimiento como trabajo desde las propias trabajadoras y desde otros actores, los cuidados realizados por movimientos y organizaciones de diverso tipo poseen un papel relevante y tradición histórica en los barrios populares. Fournier (2017) refiere a la noción de “subsidios invertidos” desde abajo hacia arriba (subsidios hacia el Estado y el mercado) para caracterizar la contribución a la reproducción social e intergeneracional que realizan las organizaciones a partir del compromiso y de los recursos que generan y gestionan. La importancia de estos actores adquiere mayor relevancia en contextos de crisis, cuando funcionan como sustento principal de los cuidados, aun cuando estos se realicen en articulación con políticas estatales.

Es importante señalar la imbricación de estos trabajos con las condicionalidades de las políticas socio-laborales de transferencia de ingresos por cuanto permiten cierto reconocimiento material de los cuidados. Tanto el Argentina Trabaja20, hasta su desarticulación en 2018 con la implementación del Hacemos Futuro, como el Salario Social Complementario21 (SSC) mediaron y median la participación de las mujeres en los centros comunitarios. En el caso del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, la definición de una contraprestación de cuatro horas de trabajo para el SSC ubica a las mujeres interviniendo como trabajadoras en ámbitos de cuidados. El SSC le asigna valor de trabajo a las tareas socio-comunitarias y las remunera, aunque en los hogares continúe siendo gratuito y obligatorio y sus integrantes, como vimos más arriba, convoquen valores morales y afectivos para definir la tarea en el marco del carácter ambivalente del trabajo de cuidados. En estos espacios de cuidados se juega, entonces, la inserción laboral y el acceso a ingresos tanto como la atención de urgencias y problemáticas comunitarias que los vuelven una referencia territorial. Como sostienen Timpanaro y Spinosa para dar cuenta de las estrategias de la economía popular, funcionan como “formas comunitarias y populares del trabajo, en la que territorio y trabajo se unen para dar lugar a distintas actividades, con valor económico y también, social” (2019, p. 37).

Por lo tanto, las “tramas comunitarias de la reproducción de la vida” (Bascuas y San Filippo, 2019) se ponen en juego en dos sentidos en los trabajos de cuidados llevados a cabo en los centros comunitarios. Por un lado, el objetivo es comunitario porque se busca cuidar, alimentar y acompañar, garantizando la subsistencia de las personas de los barrios populares. Por otro lado, lo comunitario da cuenta de la organización del trabajo que se colectiviza en grupos de mujeres que llevan adelante las tareas y se dan instancias conjuntas de toma de decisiones sobre la división de tareas, la organización del trabajo, la gestión de recursos, entre otras cuestiones. Con relación al primer sentido de la comunitarización de los cuidados, opera un proceso de construcción de “familias ampliadas”, al decir de Campana y Rossi Lashayas (2020) o, en términos de Fournier (2017), una “desfamiliarización” del trabajo de cuidados. Para esta última autora, cuando el cuidado se asume como cuestión de responsabilidad social, cuando se desprivatiza y socializa, no recae en mujeres circunscriptas al ámbito doméstico (hogareño y familiar). Así, convive la forma de brindar cuidados en los hogares con otra que implica una salida de la domesticidad hacia los centros comunitarios donde se ponen en común los recursos -materiales, relacionales, afectivos y simbólicos- con los que las mujeres ya cuentan para la provisión del bienestar. Los cuidados van asumiendo carácter público y, desde ese lugar comunitario, las mujeres pueden reflexionar sobre sus trabajos domésticos.

En esta línea, se retoma una reflexión surgida en un intercambio que realizamos con integrantes del MNCI Buenos Aires durante la pandemia respecto a la reorganización del trabajo en los comedores para garantizar el ASPO22. Allí nos plantearon que habían resuelto colectivamente el armado de viandas para que fueran retiradas por un solo integrante de cada familia y que los hogares pasaban a ser el espacio donde se comía. Esto era significado por parte de las mujeres trabajadoras como una ruptura de la lógica prepandemia, en la cual comedores y merenderos fungían como espacios de encuentro comunitario. Si bien se mantiene el sentido de lo comunitario y la desfamiliarización del trabajo de cuidados vinculado a la organización de un colectivo de trabajadoras y a la contribución a la resolución de la asistencia alimentaria de otros sujetos, se fragmentan los escenarios en los cuales discurre: en el centro se elaboran y retiran los alimentos, mientras que los alimentos se comen en los hogares. Así, se observa cierto reforzamiento de la domesticidad, ya no de las trabajadoras, pero sí de a quienes se provee de alimentos en los centros, en el marco de un contexto particular que obliga al aislamiento social.

La mirada interseccional sobre los trabajos de cuidados

Los trabajos de cuidados en los sectores populares y en la economía popular resultan un cristalizador en el que se condensa la interseccionalidad de las opresiones. Patriarcado, colonialidad/racialidad, y explotación de clase se conjugan de manera particularmente intensificada. El trabajo naturalizado como no trabajo sosteniendo a la economía capitalista tiene como epicentro de esta cristalización interseccional el hecho inicial de que mujeres pobres, mayoritariamente migrantes y racializadas, produzcan su mercancía básica -la fuerza de trabajo- (Federici, 2015a; Fraser, 2016; Barrios, 2019). Existe una poderosa “mano invisible de la vida cotidiana” (Carrasco, 2003 citada en Cielo et al., 2016) que se sostiene en un ejército de mujeres (re)productoras que brinda las condiciones necesarias para el desarrollo del trabajo “productivo” y para la supervivencia del sistema en su conjunto. Pivoteando en un entramado donde se anudan género, raza y clase social, se ponen de relieve los condicionamientos que operan en el trabajo de cuidados. Sin embargo, esta intersección, que parece clara cuando empieza a verse el anudamiento y los modos en que se construyen entre sí estas formas de opresión, no puede analizarse de manera esencialista y lineal, porque es en la cotidianeidad donde se entretejen en concreto de maneras particulares.

La economía popular corre el riesgo de ser abordada como una economía no capitalista cuando, en rigor, es parte y está articulada al capital, a pesar de contener cierta potencialidad de generar relaciones horizontales, entre iguales, de otro tipo. Los cuidados como parte de la economía popular son sostén de toda actividad económica: de los procesos productivos, del mercado, de la provisión de fuerza de trabajo (Sanchís, 2020). La posibilidad de remunerar estas tareas con planes sociales y con el SSC, como lo hacen en el MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría y otras organizaciones, trastoca la lógica que asocia las tareas de cuidado con el “no trabajo” y comienza a visibilizar su carácter como trabajo esencial. En este sentido, el reconocimiento de su esencialidad cobró particular fuerza con la pandemia, que puso en el centro de la escena su aporte a la sostenibilidad de la vida de los barrios y las familias de sectores populares.

En los trabajos de cuidados de los centros comunitarios del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, de manera contradictoria e incompleta, algo de este orden patriarcal se disloca. El trabajo en los comedores y merenderos restablece la reciprocidad y la colaboración entre las mujeres que cocinan, proveen alimentación, dan de comer (en los períodos prepandemia) o reparten viandas (ya en la pandemia), brindan apoyo escolar y gestan redes de contención. El trabajo colectivo en estos espacios posibilita la salida del mundo privado de la domesticidad y coloca a la reproducción en el orden público. Muchas de estas mujeres eran militantes de estas organizaciones, lo que indica que el orden público, social y político ya era un espacio para ellas. Sin embargo, el orden doméstico privado podía estar coexistiendo, como de hecho sucedía y sucede, con los espacios de militancia y participación. La diferencia es la recuperación del trabajo propiamente reproductivo en el orden público, su reconocimiento como trabajo y, entonces, la apertura a su posibilidad de cuestionamiento. Aun así, se observan vacilaciones y posturas afectivas y morales que sostienen algunas mujeres que allí trabajan. Por otra parte, en el período prepandemia, ante la crisis propiciada por el macrismo, los espacios para compartir los momentos de comida pudieron haber estimulado ámbitos de comunitarización y desfamiliarización que también trastocan las lógicas patriarcales y de confinamiento de la domesticidad23.

La realización de tareas de cuidados en espacios distintos al hogar, la existencia de destinatarios/as de dichas tareas que exceden a la familia de cara al barrio, la organización en colectivos de trabajo, la valoración del protagonismo de las mujeres y la esencialidad de su trabajo son factores que se encuentran en la base de una posible ruptura del patriarcado de alta intensidad. Así, se cuestiona lo privado como ámbito exclusivo de provisión de cuidados en tanto el orden de la domesticidad se expande hacia lo público-comunitario y, en dicha expansión, también se politiza. Al tiempo que se rescata y se visibiliza el rol económico de las mujeres en el sostenimiento de la economía familiar y barrial y se cuestiona el hogar replegado sobre sí mismo, también nos preguntamos respecto a la extensión de ciertos roles de género de la domesticidad hacia lo socio-comunitario en la persistencia de la feminización.

Gran parte de las mujeres que se ocupan en el MNCI Buenos Aires de los trabajos de cuidados son migrantes del campo, migrantes de provincias del interior de la Argentina y también de países limítrofes. Sus saberes de origen tienen en algunos casos resabios del campo, resabios comunitarios que se recuperan en las tareas comunitarias de cuidados. Sin embargo, cada centro comunitario del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría muestra, desde este punto de vista, características específicas y diferenciales. Como señalamos más arriba, no queremos esencializar la interseccionalidad. Los saberes de origen, las creencias, las experiencias de vida, las relaciones de género y hasta la mirada sobre estas relaciones son específicas en cada centro comunitario. Lo interesante es que las tareas de cuidados recuperan parte de estos saberes de origen en lo comunitario, en los saberes que se ponen en juego en la cocina, en los proyectos productivos que les dan ayuda económica a las tareas de cuidados y en las propias formas de cuidado, que se asumen y desarrollan comunitarias. La cotidianeidad de la vida en los barrios populares, y por lo tanto en los barrios que forman parte de MNCI Buenos Aires, están permeadas por relaciones comunitarias y por condiciones de vida complejas que apelan a relaciones de reciprocidad solidaria. Los trabajos de cuidados pueden ser vistos, en este sentido, colaborando con procesos de descolonización, en cuanto mirada del mundo deconstruyendo abordajes hegemónicos, eurocéntricos, coloniales.

Conclusiones

En este trabajo nos propusimos analizar el trabajo comunitario de cuidados desarrollado por trabajadoras de la economía popular pertenecientes a centros comunitarios del MNCI Buenos Aires en el Partido de Esteban Echeverría. Partimos de asumir, junto a referentes de la literatura especializada, la condición feminizada y el carácter productivo de las tareas y espacios de trabajo involucrados en la provisión de cuidados en y desde los movimientos populares. Situamos nuestra reflexión en una trayectoria que comprende el devenir de dos contextos específicos que condicionaron el desarrollo del trabajo comunitario en el campo popular; esto es, desde la asunción del gobierno de la alianza Cambiemos en el año 2015 hasta el primer año de la pandemia por COVID-19 en 2020 en el marco del inicio de un nuevo escenario político en Argentina. Consideramos que esta trayectoria histórica nos permite abordar las condiciones en las cuales la pandemia encuentra al trabajo en los movimientos vinculadas a una crisis socio-económica, así como recuperar las experiencias organizativas que se venían llevando a cabo para paliar las consecuencias de la crisis que son retomadas y puestas en valor ante la novedad de la pandemia.

El trabajo de cuidados cobró un destacado protagonismo en todo el periodo considerado, incluso en organizaciones como el MNCI Buenos Aires, que posee una marca fundacional asociada a la conformación de grupos de producción de bienes, especialmente en los centros históricos de Esteban Echeverría. Si bien lo anterior no implica la desarticulación del trabajo productivo, observamos un corrimiento relacionado con el nuevo lugar asumido por el trabajo de cuidados. A su vez, nos resultó importante delimitar sus distintas dimensiones, adscribiendo a perspectivas que sostienen una concepción amplia de la categoría cuidados. Sobre la base de nuestro trabajo empírico, identificamos la asistencia alimentaria, el cuidado sanitario, la formación y la contención frente a la violencia de género como los aspectos que insistían en las entrevistas y conversaciones.

En este sentido, buscamos dar cuenta en este artículo de la interesante trama que se construye entre trabajo, género y comunidad en torno a los centros comunitarios del MNCI Buenos Aires. En la provisión de cuidados en los territorios en el periodo en análisis se reactualizó una tradición histórica de las organizaciones y los movimientos ligada a brindar respuestas a las necesidades más apremiantes de los sectores populares como la demanda alimentaria, así como a impulsar la promoción de la salud y el apoyo a la formación. De igual modo, se dio lugar a la cuestión de género, conforme a la fuerza que adquirió en los últimos años en nuestro país, a partir de la construcción de redes entre mujeres preocupadas por la violencia de género. Esta historia de largo, mediano y corto plazo se puso en juego en la relatada situación de crisis socio-económica que luego devino también sanitaria. El activo involucramiento de los movimientos populares en la provisión de cuidados durante la pandemia se explica, en parte, por su conocimiento previo del territorio, los espacios de trabajo comunitario ya existentes, así como los saberes adquiridos en esos ámbitos. La pandemia deja también un saldo proyectivo que, en el caso del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría, apunta al armado de consejerías de género, a la intención de reconvertir las postas sanitarias en espacios de atención primaria de la salud, a la creación de nuevos grupos de trabajo productivo de bienes y a la consolidación de existentes abocados a la elaboración de insumos para el cuidado sanitario (como gestión menstrual y kits sanitarios).

Finalmente, propusimos una aproximación al trabajo de cuidados desde la mirada de la interseccionalidad asumiendo el hecho de que son generalmente mujeres, pobres y/o migrantes quienes lo llevan a cabo. Sostuvimos la complejidad y el sentido no unívoco de estos trabajos en contextos y experiencias particulares donde se entraman las dimensiones económica, social y política pero también ética, relacional y afectiva. Así, los cuidados comunitarios emergen como un terreno difícil, pero particularmente potente para cambiar las reglas de juego que impone la red de opresiones del mundo moderno, capitalista, patriarcal y colonial/colonizado.

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Notas

2 Proyecto de investigación UBACyT “Formación en el trabajo de la economía popular. Aportes a una pedagogía descolonizadora de los movimientos populares”, dirigido por la Dra. Anahí Guelman, con lugar de trabajo en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IICE) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (programación 2018-2021).

3 Entre los cambios más importantes se destacaron, siguiendo a Hopp (2017): i) la desvinculación de las políticas sociales de las cooperativas de trabajo como requisito de acceso y permanencia, lo que generó un “programa de transferencias sin cooperativas”; ii) el marcado énfasis en una contraprestación basada en la formación laboral, entendida como condición para el fomento de la empleabilidad, a partir de la asistencia a capacitaciones y la finalización de estudios; iii) la concepción filantrópica de la solidaridad mediante la descentralización de los entes ejecutores -antes mayormente concentrados en los municipios- para la incorporación de nuevos actores gubernamentales y no gubernamentales (mutuales, federaciones, fundaciones, organizaciones de la sociedad civil y organizaciones internacionales); y, finalmente, iv) la construcción de un enfoque individualista de la sociedad y de las intervenciones del Estado en materia de políticas sociales en cuanto se priorizó la individualidad del beneficiario frente a los espacios de construcción de trabajo conjunto y colectivo.

4 Entrevista colectiva a referentes del MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría realizada el 20 de julio de 2019.

5Nos referimos al acto de Alberto Fernández en Morón junto a representantes de organizaciones sociales y de la economía popular del 18 de diciembre de 2020, en el cual anunció un bono de 5000 pesos para trabajadoras de comedores y merenderos junto a otras medidas para el sector como el refuerzo de $9540 para los/as inscriptos/as en el programa Potenciar Trabajo, que reemplaza al Hacemos Futuro de la gestión anterior, y el pago doble de la Tarjeta Alimentaria.

6 Programa del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, a través de la Secretaría de Economía Social, que fue lanzado en abril de 2020. Véase: Se lanza "El Barrio cuida al Barrio" frente a la pandemia del COVID-19 | Argentina.gob.ar. Si bien no es objeto de este artículo, durante la pandemia se desarrolló el trabajo de producción de bienes en la cooperativa textil del MNCI Buenos Aires, ubicada en el centro comunitario Los Sin Techo de Esteban Echeverría, a partir de la compra pública de kits sanitarios por parte del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires a cooperativas del Movimiento Evita. Según lo expresado por un referente de la organización en una entrevista realizada el 20 de septiembre de 2021, la lógica de trabajo y los saberes de la cooperativa textil “irradiaron” a otros centros comunitarios que asumieron la producción textil como Los Sin Techo 2 y Juana Azurduy, en el partido de Esteban Echeverría, y Mitaí, en Almirante Brown. De igual modo, se multiplicaron las panaderías en distintos centros a través del acceso a compra de harina a precios subsidiados, que les permitió vender el pan a un precio popular en los territorios.

7 Entrevista a una referente del MNCI Buenos Aires realizada el 13 de mayo de 2020.

8 Para el mes de septiembre del año 2021, el MNCI Buenos Aires en Esteban Echeverría cuenta con 5 postas sanitarias en los barrios donde se encuentran los centros comunitarios El Federal, Bafico, Zorzal, El Gaucho y Los Sin Techo. Mientras la primera experiencia de posta sanitaria en el barrio Sarmiento se desarrolló con participación del Municipio, además del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, y se enmarcó en la UTEP con un carácter interorganizacional, las siguientes cuatro postas surgieron en octubre del año 2020, fruto de un convenio entre el Ministerio de Desarrollo Social y el Movimiento Evita. Actualmente, trabajan entre 10 y 14 mujeres de la organización por posta sanitaria.

9 Este dispositivo del Ministerio de Salud de la Nación se abocó a la búsqueda, testeo y cuidado de casos positivos de coronavirus. En ese marco, se establecieron estrategias especiales para el abordaje de la pandemia en barrios populares.

10 Entrevista a una referente del MNCI Buenos Aires realizada el 24 de agosto de 2021.

11 Entrevista a una referente del MNCI Buenos Aires realizada el 13 de mayo de 2020.

12 Durante el año 2020, el ciclo lectivo se llevó adelante de manera virtual. Durante el mismo, se imprimieron cuadernillos de contenidos prioritarios Nivel Inicial, Primaria y Secundaria donde se propusieron contenidos para trabajar por semana, organizados por nivel y por materia. Los materiales y actividades que reunían podían complementarse con la programación de la radio y la televisión en el marco del programa “Seguimos Educando” del Ministerio de Educación Nacional.

13 Entrevista a un referente del MNCI Buenos Aires realizada el 13 de mayo de 2020.

14 Entrevista a una referente del MNCI Buenos Aires realizada el 13 de mayo de 2020.

15 Según el Observatorio de Géneros y Políticas Públicas (2020), las mujeres representan el 56% de la economía popular.

16 Intervención en el taller realizado en el centro comunitario Montana, 2017-Grupo productivo “Dulceras”.

17 Estas demandas cobraron fuerza tras el fallecimiento de Ramona Medina, referente de la organización Garganta Poderosa en la Villa 31 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en mayo de 2020. Ramona contrajo el virus COVID-19 sosteniendo sus tareas de cuidado en condiciones sanitarias signadas por la falta de agua, luz y cloacas, que agudizan la situación de pandemia. En este contexto, surgen consignas como “Somos esenciales. Por el reconocimiento de nuestras tareas”.

18 Intercambio con una referente del Centro Comunitario Nancy Vieytes de Esteban Echeverría, MNCI Buenos Aires (junio 2020).

19 Intercambio con una referente del Centro Comunitario Los changuitos de Almirante Brown, MNCI Buenos Aires (junio 2020).

20 El Programa Ingreso Social con Trabajo (PRIST)-Argentina Trabaja fue implementado a partir del año 2009, luego ampliado con la línea Ellas Hacen desde 2013 y sostenido durante la primera parte del gobierno de la alianza Cambiemos hasta el año 2018 cuando aparece el Hacemos Futuro. Siguiendo a Natalucci (2018), visto desde el plano agencial que trasciende su formulación institucional, el PRIST se erigió en una oportunidad para el desplazamiento de la marca piquetera de las organizaciones sociales, asociada al trabajador desocupado, hacia el reconocimiento y construcción de la figura de los trabajadores de la economía popular tanto como su posterior traducción en instancias de representación colectiva de los intereses del sector.

21 El SSC surge del articulado de la Ley de Emergencia Social, sancionada en diciembre de 2016. Consiste en un complemento a los ingresos mensuales que equivale al cincuenta por ciento del salario mínimo vital y móvil. A diferencia del Programa Hacemos Futuro, que convivió durante el año 2019 con el SSC, cuya condicionalidad se orientaba a la formación requiriendo acreditar una contraprestación de 300 horas en terminalidad educativa o cursos de capacitación, la contraprestación laboral del SSC en el MNCI Buenos Aires consiste en cuatro horas de trabajo en proyectos productivos de bienes o cuidados de cariz colectivo. Más allá de la lógica individualizante que pudiera contener dicha ley, en los territorios el salario social complementario potencia procesos de organización y de trabajo colectivos (Guelman, Palumbo y Downar, 2021).

22 Intercambios con referentes del MNCI Buenos Aires durante el ASPO.

23 Este es un aspecto que nos resulta convocante para continuar nuestras indagaciones en torno al trabajo de cuidados en clave de desfamiliarización.

Recibido: 26 de Abril de 2021; Aprobado: 01 de Noviembre de 2021

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