1) Algunas reflexiones iniciales
Ya desde las primeras semanas del 2020, con la irrupción y dispersión del COVID-19 a nivel pandémico, en la comunidad local/global de las ciencias sociales y humanas vivimos algo similar a lo que ya nos había acontecido a finales de los años ‘80 del pasado siglo. Por entonces, en menos de lo que cantó un gallo, se produjo el estrepitoso derrumbe de aquella experiencia decisiva de la modernidad a la que todavía llamábamos “socialismo real”. Aun cuando todavía el proceso pandémico sigue su curso, ni sabemos cuándo (ni si alguna vez) terminará, está sucediéndonos algo que en buena medida se parece a lo que hemos vivido poco más de tres décadas atrás, al menos en el siguiente sentido: tampoco esta vez pudimos siquiera imaginar que iba a ocurrir un acontecimiento de esta magnitud que, como bien sabemos, incluyó desde una relativa parálisis de la producción, el comercio, los medios de transporte y los sistemas educativos hasta el confinamiento de millones de seres humanos durante meses. Por demás, también ahora nos resulta imposible avizorar los posibles efectos de futuro de esta situación.
Así, de manera repentina e imprevista, sin darnos tiempo para pertrecharnos material, intelectual y espiritualmente, y cuando medidas similares recién se acababan de implementar en algunos países de Europa, desde marzo del 2020 nos vimos obligados y obligadas a quedarnos en casa, mis colegas y yo, y muchas otras personas que, como es nuestro caso, somos trabajadores y trabajadoras “no esenciales”, o bien están fuera del mercado de trabajo. La mayoría de los y las agentes del sistema universitario y de CyT tuvimos que aprestarnos de manera inmediata para unas nuevas e inciertas condiciones signadas mayormente por el teletrabajo. Aun sin ser dominante en nuestro ámbito laboral, ya habíamos venido realizando antes algunas experiencias en esas lides. Pero desde entonces se han convertido prácticamente en nuestro único modo de seguir en actividad y de hacer lo que siempre hicimos: enseñar, investigar, dirigir y evaluar tesis, leer los trabajos de colegas y escribir trabajos propios.
De la mano de todos estos inesperados acontecimientos parece incluso que hubiéramos recibido una inyección motivacional adicional.1 La monotonía burocrática del curso que tiende inercialmente a repetirse (siempre igual en su forma y en su contenido cada cuatrimestre/semestre), o las inveteradas rutinas alienantes del capitalismo académico (el cual, de manera insidiosa, impulsa la publicación serial de irrelevancias muy poco originales pero de probable retribución en el mercado de las evaluaciones y los referatos), se han visto bastante desestabilizadas por la pandemia.
Esta alteración de las rutinas es, de por sí, algo para celebrar. De repente, se ha empezado a comprender de otro modo la (a menudo menospreciada) relevancia social de nuestro trabajo. Esto se ha dado especialmente entre quienes nos desempeñamos en la universidad pública. En el plano docente de nuestra actividad, aun lamentando que a menudo debamos suplir con nuestros propios recursos lo que nuestros empleadores no nos proveen (o nos proveen de manera defectuosa), e incluso debiendo reclamar por el respeto de nuestros derechos en un escenario laboral cuya “normalidad” se ha alterado de manera significativa, defendemos con vehemencia la importancia de nuestra labor como garantía del derecho a la educación pública a nivel superior, y nos interrogamos (quizás con mayor intensidad que nunca antes) sobre las implicancias pedagógicas de nuestro trabajo docente.2 En el plano de la investigación, por otro lado, reavivamos con firmeza el supuesto de que existe una demanda social y política de los conocimientos que producimos. Si bien esa demanda a menudo sólo existe en nuestra imaginación, puesto que nuestros saberes científico-sociales se encuentran de manera evidente a la sombra de otros que hoy por hoy son mucho más requeridos y esperados por las autoridades y por el público en general,3 el efecto es el mismo que en el plano de la docencia: un fuerte híperactivismo por parte de investigadores e investigadoras.
En lo personal, mi primera sensación ante “todo esto” fue la de la estupefacción y la perplejidad. Nunca practiqué el boxeo, pero no me cuesta imaginarme qué puede sentir un púgil cuando, luego de recibir una ristra de trompadas a repetición, apenas le resulta posible sostenerse en vertical. Pero, una vez transcurridos unos pocos segundos, quizás se vuelva inesperadamente posible primero un lento y luego un más sostenido juego de pequeños saltos en el sitio, como si se tratara de desentumecer músculos tensionados, de llegar a la superficie desde el fondo del mar, o de despertar de una profunda pesadilla. Precisamente así, en ese vaivén entre la sorpresa inicial y una primera y muy tímida puesta en movimiento, transcurrieron mis primeras semanas de cuarentena/pandemia. Muy pronto se me hizo evidente que nos encontrábamos (como todavía hoy nos encontramos) ante un laboratorio sociológico y civilizatorio descomunal, ante uno de esos escenarios que nunca hasta ahora se nos habían ofrecido y quizás no se nos vuelvan a plantear nunca más. Si no fuera porque estos tiempos vienen (y vendrán probablemente más aún) asociados a cuantías importantes de sufrimiento para millones de seres humanos, serían simplemente sólo ocasiones apasionantes (¡y de las más apropiadas!) para la siembra y el cultivo de la imaginación sociológica.
Pero lejos de poder imaginar creativamente algo novedoso, disruptivo e innovador, en aquellas primeras semanas de pandemia mi sensación predominante fue el agobio. Amén de algunas irrenunciables obligaciones docentes y familiares, no pude hacer otra cosa que leer con avidez. Ni más ni menos que lo mismo que hace muchos años que hago, aunque ahora de otro modo. La lectura es muchas veces un reposado ejercicio de distracción y de evasión de “las cosas de este mundo”. Pero en este caso se trataba de una práctica deliberada (diría más bien: desesperadamente) puesta al servicio de la comprensión de este mundo, cuya opacidad y cuyos inciertos destinos me inquieta(ba)n tanto.
Así, empecé a consumir y a compilar lecturas de una manera febril. Al principio, se trataba sobre todo de textos que asumían la forma del artículo breve, o del provocativo ensayo en redes sociales o revistas digitales.4 Pero no tardaron en aparecer también variados formularios electrónicos con encuestas, diseñadas con gran celeridad por muchos equipos de investigación, seguramente en muy acaloradas sesiones de plataformas de videollamadas. Nadie podía y sobre todo nadie quería perderse la ocasión de relevar las más variadas actividades sociales (consumos de alcohol, formas de movilidad, situación emocional de niños, niñas y adolescentes, conductas sexuales virtuales, estrategias de autosubsistencia implementadas por los actores de la economía popular, usos del tiempo diferenciados según género, pautas de comensalidad, y muchos etc. más), en el medio de cambios tan vertiginosos. El argumento es bastante comprensible: si este tipo de cuestiones nos preocuparon siempre como objeto de estudio, mucho más en un momento en el cual, quizás, estén mutando de manera irreversible. O quizás no, y es probable que se mantengan tal como estaban antes de “todo esto”. Y en tal caso sería precisamente eso lo que se impone averiguar, es decir, si no se estarán produciendo también sorprendentes continuidades o incluso reforzamientos o consolidaciones de tendencias previamente existentes desde largo tiempo atrás.
Pocas semanas después, empezaron a aparecer ya las primeras codificaciones preliminares de aquellas encuestas, a menudo impactantes descripciones que, independientemente de su potencia explicativa (que no siempre la tuvieron), tenían el sabor (y el calor) del pan recién horneado. Y luego siguieron informes que en algunos casos alcanzaron ya mayores grados de elaboración y refinamiento conceptual. Al lado de todas estas variadísimas incursiones, excelentes, regulares o mediocres exponentes de la variopinta tradición de la llamada “investigación social empírica”, tampoco escasearon los ensayos teóricos con pretensiones totalizantes y totalizadoras, como los mencionados en el párrafo anterior. Las pretensiones no menguaban en estos textos, incluso cuando a menudo venían acompañados de altisonantes declaraciones emitidas contra venerables conceptos de la epistemología moderna tales como “totalidad”, “verdad” y demás constructos (a los que, una vez más, se cuestionó como pretenciosas vanidades y/o veleidades positivistas).5
Tengo que admitir que, ante esta apabullante circulación de producciones académicas teóricas y empíricas, además de la ansiedad por leerlas todas también se me generó una poco confesable envidia respecto de mis colegas. El contraste con mi propia experiencia no podía ser mayor: abrumado y aturdido por la inesperada novedad y por mi propia incapacidad de tramitarla, apenas si podía leer un poco y balbucear algunas pocas líneas en Facebook, la mayor parte de las veces incluso en muros ajenos, en apurada réplica o comentario a intervenciones de otros y otras.
Finalmente, opté por llamarme a sosiego, y de allí se derivó una actitud que se funda en razones a la vez emocionales y epistemológicas, y que terminó resultándome bastante provechosa: decidí tomarme bien en serio todo lo que está implicado en la bella y famosa metáfora del “Búho de Minerva”, según la cual (para decirlo con otras palabras que no son precisamente las que usó Hegel, pero en cierto modo las emulan) la actividad de teorización exige sus tiempos de maduración, si es que no aspira a ser otra cosa que a convertirse en ocurrentes provocaciones en redes sociales. Así, más que pretender buscar yo mismo mis quince minutos de fama, empecé a leer y compilar textos y a borronear algunas notas que fueron el germen del presente trabajo.
Parto del convencimiento de que realmente necesitamos algo más de tiempo y de perspectiva, en el medio de este torbellino, para poder lanzar afirmaciones contundentes del tipo “vamos hacia un mundo que”, o “se perfila un panorama de post-algo” o “llegó a su fin la sociedad del XXX”. Es más, creo que conceptos del tipo “la sociedad del…”, o “un mundo de”, con todo lo estimulantes que siempre han sido y podrían seguir siéndo para la imaginación sociológica, muchas veces le quedan demasiado “grandes” a las realidades que pretenden captar. De tal forma, al tratar obstinadamente de hacer encajar la realidad en esquemas prefijados, terminan siendo paralizantes del pensamiento, y aplanadores brutales de la compleja y esquiva textura del “mundo” y de la “sociedad”. Por todo esto, más que obsesionarnos con buscar “la” respuesta, y “la” clave interpretativa para todo lo que nos pasa y pasará, me parece que en una coyuntura como la actual, resultaría mucho más productivo plantear algunas buenas (aunque humildes, y quizás también pocas) preguntas, que ayuden a seguir reflexionando, con una sobriedad que no es mera pose declamatoria, y que precisamente en esa (y a través de esa) parquedad adquieren toda su profundidad cognoscitiva (y también, ¿por qué no?, su radicalidad política).
Un sintagma me vino entonces a la cabeza y de allí en adelante no dejó de taladrármela de manera insidiosa: “menos es más”. Brevemente: hace casi dos años creí (y lo sigo creyendo aún hoy) que, de cara a una teorización social radical y profunda del mundo surgido en/tras la pandemia, necesitamos desplegar ejercicios interpretativos mucho más preocupados por localizar buenas y humildes preguntas que por obtener respuestas presuntamente geniales; que se vuelquen en mayor medida a interrogar con una fundada e informada inocencia (y no es paradoja: “fundada inocencia”) las emergentes configuraciones epocales que a ofrecer omnicomprensivas interpretaciones basadas en los parámetros teóricos con los que ya se contaba de antemano. Se trata, en suma, de una suerte de “minimalismo teórico” que no renuncia a su ambición de ofrecer descripciones y explicaciones potentes (y esto tampoco es paradojal), y que no teme a salir de la aventura de conocer de otro modo a cómo se entró en ella, esto es, habiendo efectuado en el proceso de conocimiento una verdadera transformación del sujeto que conoce y de las herramientas que utiliza para hacerlo.
Para avanzar en todos estos propósitos, este trabajo sugerirá una especie de encuentro teóricometodológico entre el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe (a quien habitualmente se le atribuye ese sintagma “menos es más”, que pasó a convertirse en una especie de parámetro orientativo de los caminos que fue tomando mi reflexión) y el sociólogo Robert K. Merton (conocido referente de nuestro panteón de las ciencias sociales). Con su planteamiento de las “teorías de alcance intermedio” Merton no sólo planteó una alternativa frente al duro teoricismo de su maestro-colega Talcott Parsons, sino que de alguna manera le puso un nombre a lo que de manera casi inconsciente hacemos (al menos la mayoría de nosotros y nosotras) y al uso que le damos a las teorías cuando investigamos en el campo de las ciencias sociales. No he llegado a conseguir información de que un encuentro como el que propongo “en el papel” haya tenido efectivamente lugar en vida de ambos.6 Tampoco logré enterarme de la existencia de intercambios intelectuales o citas cruzadas entre ellos.
Entonces, más que buscar influencias recíprocas entre Merton y Mies, que con gran probabilidad no tuvieron lugar, me propongo apenas esbozar algunas “afinidades electivas”7 entre ellos, con la expectativa de que esta articulación no sólo resulte interesante (ya lo es, prima facie, al menos para mí) sino también productiva, y permita extraer algunas consecuencias de utilidad para la reflexión sociológica del presente. Dada la ausencia de intercambios directos, para la detección de estas posibles “afinidades electivas” seguiré una pista indirecta, o daré un rodeo. Así, me serviré de algunos trabajos que han explorado lo que son más que afinidades electivas, sino más bien verdaderas “fertilizaciones cruzadas” entre la Bauhaus (aquella famosa escuela/academia de artes aplicadas y arquitectura de la cual Mies fue director en su último periodo) y algunos filósofos del Círculo de Viena (un conjunto de filósofos con inclinaciones científicas, activos desde los años ’20 del pasado siglo, pertenecientes a una amplia y heterogénea corriente que ha recibido diferentes denominaciones: empirismo lógico, positivismo lógico, neopositivismo). De este cruce entre filosofía de la ciencia y arquitectura moderna brotarán algunas sugerencias que tenderán una mesa en la cual también sentaré a nuestro sociólogo Merton.
Así se desplegará el plan del presente trabajo: primero, repasaré las (tan conocidas en nuestro medio) “teorías de alcance intermedio” del sociólogo funcionalista estadounidense, a las que ahora, con el recorrido de lecturas y reflexiones ya realizado, puedo caracterizar como sorprendentemente convergentes con las famosas inspiraciones del “menos es más” del arquitecto modernista. A estas últimas las presentaré a continuación de lo anterior, de forma mucho más breve y esquemática, por obvias razones relacionadas con el desigual conocimiento y experticia que tengo, respectivamente, en los campos de la sociología y la arquitectura. Luego de desarrollar algunos de estas posibles convergencias entre Mies, Merton y los filósofos del Círculo de Viena, cerraré el trabajo proponiendo algunos modestos aportes para el debate y la reflexión acerca de en qué podría consistir la actividad de teorización sociológica en un mundo como el que ya se nos está instalando ante nuestros ojos. De tal forma, en este artículo se anudarán recuerdos de autores que conocí hace más de tres décadas como estudiante en sus primeras clases de la licenciatura en sociología (autores y escuelas cuya importancia no siempre valoré tal como lo estoy haciendo ahora), mis persistentes intereses profesionales de investigación, algunas inquietudes estéticointelectuales que hace tiempo que cultivo de manera amateur, y urgencias de orden práctico.8
2) Merton y las teorías de alcance intermedio
La institucionalización académica de la sociología en las universidades se dio a diferentes ritmos, y fue algo más temprana en Estados Unidos que en los países europeos. Pero además de este desfasaje temporal, me interesa subrayar que la sociología en ese país nació profundamente comprometida con (para decirlo rápido) diversos programas de “reforma social”, tan característicos de aquella Progressive Era.9 Como comprimidamente resumen Hinkle y Hinkle en su pequeño volumen de historia de la sociología norteamericana, ella surgió después de la Guerra Civil en un ambiente social de rápida urbanización e industrialización, y puso el foco primordialmente en los problemas sociales en “un substrato social cuyos principales factores de cambio eran la ciudad y la fábrica” (1959: 18).
No casualmente, uno de los sitios en ese país donde la sociología institucionalizada alcanzó un importante y muy temprano desarrollo fue Chicago, una ciudad que había experimentado en el transcurso de pocas décadas un impresionante crecimiento poblacional, resultado de masivas migraciones internas y de ultramar, atraídas por un vertiginoso desarrollo de la industria, el comercio y las artes. Por todo esto a la vez, Chicago se convirtió en un laboratorio social y sociológico de primer rango. Así, la llamada Escuela de Chicago de Sociología fue un espacio extremadamente prolífico, donde se ensayaron innovaciones teóricas y en la metodología del trabajo empírico, en un muy interesante cruce de influencias entre las tradiciones filosóficas más “genuinamente estadounidenses” (como el pragmatismo) y diversas sociologías europeas, en especial la alemana, la francesa y la británica.10
Esta impronta humanista, empirista, reformista y de raíz pragmatista que caracterizó los primeros desarrollos de la sociología en Estados Unidos recibirían tiempo después un fuerte cuestionamiento por parte de Talcott Parsons, figura que emergió en el panorama sociológico recién en la segunda mitad de los años ’30, de la mano de su primer gran obra: La Estructura de la Acción Social (1971). Como se sabe, este libro fue fundamental porque además de ofrecer una elaborada y refinada propuesta de una teoría sociológica de la acción, contribuyó a conformar un primer panteón de clásicos (europeos) para nuestra disciplina cuya composición, a pesar de algunas modificaciones que habrían de darse después, aún subsiste.11 Posteriormente, en especial desde finales de los años ‘40 y de manera más clara en los ’50, ya en el medio de la fase estructural-funcionalista de su obra, Parsons se convirtió en una figura ciertamente dominante del debate sociológico. Esto vale no sólo para su país, sino también para las diversas sociologías reconstruidas sobre los escombros de la posguerra europea y, last but not least, para las sociologías latinoamericanas, por entonces ya plenamente embarcadas en un proceso de consolidación institucional de sus “sociologías científicas”, tal como por entonces, entre otros, se las designaba (Germani 1956). En todas estas sociologías, y en todo el mundo, los libros de Parsons serían fundamentales, en especial como material bibliográfico en las asignaturas teóricas en la formación de grado.12
Aun siendo una perspectiva central y dominante, y a pesar de su ambición de constituirse en el marco de referencia compartido no sólo para la sociología sino para el conjunto de las llamadas “ciencias de la acción”, la sociología de Parsons nunca logró ser plenamente hegemónica. Tampoco lo fue en su país. Por un lado, su pretencioso teoricismo de elevadísimos niveles de abstracción no encajaba demasiado bien con la fuerte tradición empirista de la sociología y del conjunto de las ciencias sociales estadounidenses. Esto, obviamente, desencadenaría críticas desde distintas procedencias, tanto desde quienes cultivaban sociologías de carácter más bien “micro”, más “artesanales” (como algunas de las de la Chicago School, que observaban gangs juveniles, analizaban conductas desviadas y describían estigmas raciales), como para las grandes macrosociologías, de estilo más “industrial” (las de las tarjetas perforadas en las que se codificaban los grandes surveys de opinión pública, o se hacía el seguimiento de cohortes de miles de casos). Las primeras alegaban que los grandes esquemas teóricos les quedaban demasiado “lejos” de sus problemas empíricos localizados, y las segundas alegaban no necesitarlos. Por otro lado, el énfasis parsoniano de impronta colectivista y objetivista puesto sobre las dimensiones consensuales de la acción, y su preocupación normativista por el orden social, desencadenó críticas desde otras corrientes y orientaciones, algunas de ellas informadas críticamente por el marxismo (y que consecuentemente otorgaban mayor centralidad al conflicto social y/o de clases), y otras de raíz fenomenológica (que, a su turno, se afanaban por realzar las capacidades constructivas y creativas del actor social individual). En suma, para ninguna de todas estas variantes de la sociología, ni en Estados Unidos ni en otras partes del mundo, la “Gran Teoría” parsoniana resultaba una opción válida.13
Quisiera ahora detenerme con algún detalle en la propuesta teórico-metodológica elaborada por Robert K. Merton, un colega de Parsons, algo más joven que él, pero que fue ciertamente crítico de la orientación “gran teorética”. En términos de teoría sustantiva, Merton mantuvo su adhesión general al funcionalismo. Pero, a su vez, planteó la necesidad de que la sociología se distancie de la “gran teoría” del estilo de la parsoniana, y elabore en cambio “teorías de alcance intermedio” (TAI). Es precisamente este último punto el que me interesa profundizar ahora, porque, tal como proponía en la sección introductoria de este trabajo, de cara al mundo que la pandemia está constituyendo ante nuestros ojos, me parece que necesitamos más TAI y menos “grandes teorías”. Una afirmación tan tajante como ésta requiere sin duda de una mayor fundamentación. Pero antes convendrá desarrollar, aunque sea brevemente, qué son, cómo se usan, a qué otras perspectivas se oponen y qué (buenos) servicios prestan las TAI.
Precisamente esto es lo que ha desplegado Merton en muchos lugares a lo largo de su extensa y prolífica carrera.14 Las recuperaré principalmente de Teoría y Estructura Sociales (1995), una compilación de trabajos escritos en diferentes momentos de su trayectoria, que se publicó por primera vez en 1949 y que tuvo reediciones revisadas y aumentadas en 1957 y en 1968, y que es quizás el libro más importante de Merton.15 Muchos de los grandes hits por los cuales Merton alcanzaría su renombre, como el problema de las funciones manifiestas y latentes, la teoría de la anomia, la teoría de los grupos de referencia, la sociología de la ciencia, y, desde luego, la caracterización de las TAI, encuentran en este libro su mayor desarrollo.16
Una primera definición tomada de ese libro afirma que las TAI son “teorías intermedias entre esas hipótesis de trabajo menores pero necesarias que se producen abundantemente durante las rutinas diarias de la investigación, y los esfuerzos sistemáticos totalizadores por desarrollar una teoría unificada que explicara todas las uniformidades observadas de la conducta, la organización y los cambios sociales” (1995: 56). Las primeras son presentadas como “descripciones ordenadamente detalladas de particularidades” y las segundas como “teorías generales de los sistemas sociales que están demasiado lejanas de los tipos particulares (…) para tomarlas en cuenta en lo que se observa” (ibídem). Las TAI incluyen, por cierto, abstracciones, pero ellas están “lo bastante cerca de los datos observados para incorporarlas en proposiciones que permitan la prueba empírica” (ibídem).
Aunque bien podríamos imaginarnos cuáles son las “cabeceras” de estas estaciones intermedias representadas por las TAI, Merton no escatima en ejemplos. Así, además de indicar que un autor como Pitirim Sorokin es representativo de esas “teorías generales” frente a las que las TAI se ofrecen como alternativas, resulta muy claro, porque él mismo lo dice de manera expresa y porque toda la bibliografía secundaria lo confirma, que está haciendo sobre todo una inequívoca referencia crítica a Parsons. Cataño, por ejemplo, se refiere a “una crítica callada (por parte de Merton; PdM) a su profesor Talcott Parsons” (2006: 375). Levine va todavía un poco más lejos: “Merton había desbaratado la noción de teoría general con un llamamiento a lo que él llamaba teorización de alcance intermedio, que, tomada en serio, invalidaba todo el proyecto parsoniano” (2006: 237; mi traducción). Estas diferencias son admitidas por los mismos contendientes, aunque la disputa se desarrolle siempre en un plano de extremada politeness. La diferencia de edad entre ambos era escasa (sólo 7 u 8 años), pero cierta respetuosa distancia jerárquica debe haber persistido a lo largo del tiempo, quizás debido a que Parsons había sido uno de los primeros docentes que Merton tuvo en Harvard.17 Merton, entonces, admite haber empezado a desarrollar su noción de TAI sobre la base de una crítica a un texto de Parsons (1995: 56 n2).18 Por otro lado, reconoce los “grandes avances teóricos” realizados, entre otros, por su maestro-colega, en la difícil y necesaria tarea de lograr una convergencia gradual de las corrientes de teoría en sociología, psicología social y antropología (1995: 69).
Sus cortocircuitos con Parsons son todos del mayor interés, porque en ellos había en juego bastante más que diferentes “estilos de trabajo”. Así, el planteamiento de Merton sobre las TAI tiene variadas facetas, teóricas, epistemológicas y de las que atañen a la institucionalidad de la disciplina. En cuestiones de orden teórico general, por ejemplo, Merton afirma que una misma TAI puede ser congruente con diferentes sistemas de teoría sociológica, como el marxismo o el análisis funcional (1995: 60). En cuestiones de orden epistemológico, a su vez, sostiene que las TAI permiten trascender el “falso problema” de un conflicto entre lo nomotético y lo ideotético, o entre lo general y lo totalmente particular (1995: 61).19 Y, finalmente, atendiendo a cuestiones de orden más bien práctico, las TAI ponen sobre la mesa del debate otras dimensiones que atañen a la empresa de la sociología en su conjunto, entendida como institución y como profesión. En este sentido, Merton refiere a las expectativas que la sociedad descarga sobre la sociología (a menudo exageradas, o quizás exageradamente asumidas por parte de los sociólogos y las sociólogas). También hace alusión al grado de madurez alcanzado por ella en contraste con otras disciplinas (para Merton sin duda menor, en relación con las ciencias naturales).20 Y, finalmente, reflexiona acerca del carácter acumulativo (o no) de sus hallazgos, entre otras importantes cuestiones.
Por demás, me parece del mayor interés subrayar un aspecto a menudo mal interpretado de las TAI, y que es la escala del análisis que ellas pueden alumbrar. En efecto, lo “intermedio” de las TAI pasa a “través de la distinción entre problemas microsociológicos (…) y problemas macrosociológicos” (1995: 87). Por eso pueden utilizarse TAI tanto en investigaciones sobre pequeños grupos como en estudios comparativos de movilidad social, que, como se sabe, suelen involucrar cohortes enteras durante largos periodos de tiempo. A esta función de “intermediación” y a este lugar intermedio de las TAI precisamente Merton lo pone en relación con los “peldaños sociológicos intermedios” (sociological stepping-stones) a los que apelaba T.H. Marshall (1995: 68) como imprescindibles para un adecuado desarrollo de la sociología.21
Para no extenderme ya más, voy a cerrar este apartado del trabajo con una cita algo extensa, pero particularmente pertinente para preparar el terreno para los temas que se volverán a abordar en las conclusiones del trabajo. Allí afirma Merton que “(l)a orientación de alcance intermedio conlleva la especificación de la ignorancia. En lugar de pretender un conocimiento donde en realidad está ausente, reconoce expresamente lo que debe aprenderse aún, con el objetivo de sentar las bases para un mayor conocimiento. No supone, por sí misma, que está a la par con la tarea de dar soluciones teóricas a todos los problemas prácticos urgentes del día, sino que se aboca a aquellos problemas que podrían esclarecerse ahora a la luz del conocimiento existente” (1995: 87; mi énfasis).
3) Mies van der Rohe: “menos es más”
En las discusiones de teoría e historia de la arquitectura, la denominación “Movimiento Moderno” parece ser bastante más amplia e incluyente de diversidad de tendencias, estilos y orientaciones, que otras emparentadas con ella, tales como “racionalismo” o “estilo internacional”. El arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969) fue uno de los más importantes exponentes de este movimiento en arquitectura,22 junto al también alemán Walter Gropius, el estadounidense Frank Lloyd Wright y el suizofrancés Le Corbusier. Simplificando al extremo lo que sin duda merece un desarrollo mucho más extenso, sólo diré aquí que el movimiento moderno impulsó una arquitectura de líneas sencillas, funcionales, basada en formas geométricas simples, y que recurre básicamente a materiales de fuerte impronta industrial, tales como el acero, el vidrio y el hormigón. Se caracterizó, asimismo, por una renuncia explícita a la ornamentación.23
La obra de Mies van der Rohe es amplia y variada, e incluye desde viviendas unifamiliares hasta complejos de viviendas populares, pasando por monumentos, museos, pabellones de exposiciones, edificios universitarios, torres de oficinas, edificios corporativos, bibliotecas, etc. No tiene mayor sentido a los fines de este artículo reconstruir las diversas fases, etapas o momentos que comprende su prolífica obra.24 Sólo subrayaré un hito importante en su biografía, pero también en la historia de la arquitectura moderna: Mies fue el último director de la Bauhaus, en los últimos meses del periodo en el cual esta famosa escuela/academia de artes aplicadas y arquitectura funcionó en la ciudad de Dessau y, posteriormente, en su etapa final, en Berlín.25 Ese periodo, con Mies como director, culminó con el cierre o clausura de la escuela por parte de los nazis en 1933. Luego de este episodio, y de algunos intentos infructuosos de reestablecerse profesionalmente en una Alemania ya gobernada por Hitler, emigró a los Estados Unidos, país donde continuó su carrera principalmente en el Chicago’s Armour Institute/Illinois Institute of Technology, y donde vivió hasta su muerte ocurrida en 1969.
A diferencia de otros arquitectos y arquitectas, que además de su obra construida o proyectada han legado una abundante producción teórica o doctrinaria, las publicaciones de Mies son bastante escasas y, por lo general, breves. “Mi trabajo principal ha sido la planificación de edificios. Nunca he escrito ni hablado mucho”, admitió en un corto artículo publicado en 1928 en una revista alemana de decoración de interiores.26 Así, obviamente, además de por sus obras o proyectos, más que por sesudos tratados se lo conoce por algunas frases de corte aforístico, que han producido un enorme impacto en la recepción posterior, y que han sido objeto de las más variadas interpretaciones. Así, por ejemplo, “es imposible ir hacia adelante y mirar hacia atrás; quien vive en el pasado no puede avanzar”. O: “la arquitectura es la voluntad de una época traducida a espacio”. O: “Dios está en los detalles”, una frase que fue atribuida no sólo a él, sino también a Voltaire, a Gustave Flaubert, a Vladimir Nabokov y a Aby Warburg.
En este contexto, y particularmente interesante a los fines de este trabajo, es cuando adquiere su mayor relevancia la también muy citada frase “Menos es más”. Más allá de la prolífica utilización de la que ha sido objeto en los más diversos contextos,27 en una primera impresión la frase evoca (o convoca a) una suerte de frugalidad formal, a un cierto ethos minimalista, a una especie de transacción que, en manos de quien la impulsa o lleva a cabo, genera un ahorro o una reducción de algo (de lo cual entonces hay - o queda - “menos”) a cambio de ganar, mejorar o perfeccionar otra cosa (que pasa así a ser o a convertirse en “más”).28 La frase viene evidentemente imbuida de una impronta paradojal, de lo que “a primera vista” parece ser una cosa pero “en realidad” o en un “sentido más profundo” es otra. Junto a este elemento paradojal, en la frase hay también presente algo del oxímoron, esa figura de la retórica que coloca dos conceptos opuestos en la misma frase, para dar así lugar a una tercera conceptualización posible. Pero, en cualquier caso, más que de reflexionar en torno a los posibles significados de “menos es más”, en general o en las formas a través de las cuales se encarnó de manera efectiva en la propia obra de Mies van der Rohe, se tratará aquí de tender unos posibles lazos con la propuesta de las teorías de alcance intermedio de Merton sintetizada más arriba.
Tal como ya lo indiqué, en la amplia revisión bibliográfica que realicé para este trabajo no he podido encontrar ni una sola vinculación directa entre Mies van der Rohe y Merton, ni de referencias teóricoconceptuales ni de vínculos epistolares entre ambos. Tampoco he podido verificar apropiaciones explícitas por parte del arquitecto de la sociología en general, ni siquiera considerada en su contexto más amplio junto a otras ciencias sociales. En contraste, han sido muy abundantes y manifiestas las conexiones que he encontrado entre “los/las arquitectos/as de la Bauhaus” (entre ellos Mies van der Rohe, pero también quienes fungieron antes que él como directores de esa escuela: Walter Gropius y Hannes Meyer) o más ampliamente “el movimiento moderno en arquitectura”, y “los/las filósofos/as” del Círculo de Viena (sobre todo Rudolf Carnap y Otto Neurath, quienes han sido incluso invitados expresamente a la Bauhaus, en reiteradas ocasiones, para dictar clases y dar conferencias).29 Esta “conexión Viena-Bauhaus” está ampliamente documentada en una ya vasta bibliografía secundaria.30 Pero no me ha resultado posible encontrar articulaciones directas entre Merton y los autores del Círculo de Viena. En efecto, no creo que resulte evidencia suficiente de una lectura exhaustiva de los filósofos del Círculo de Viena por parte de Merton la incidental referencia que hace Holton (2004: 508), cuando afirma que Merton leyó “ampliamente, aunque con escepticismo”, a Comte, Marx, Spencer, Durkheim, Toennies, Weber, Pareto, Veblen, Usher y a otras fuentes, incluyendo a Ernst Mach, P. W. Bridgman, Rudolf Carnap y los neopositivistas. O cuando Valero Lumbreras (2003/4: 17) afirma que la sociología de Merton fue elaborada, primero, sobre el trasfondo de la filosofía neopositivista, y luego sobre la filosofía de factura popperiana y kuhniana, sin dar mayores precisiones acerca de qué sería tal “trasfondo”. En suma, de haber existido articulaciones evidentes entre Merton y el Círculo de Viena, ellas podrían haberme servido de puente, enlace o bisagra entre el sociólogo estadounidense y el arquitecto alemán.
De todos modos, de antemano, el puente entre Merton y Mies me parece no sólo plausible sino también potencialmente productivo. Para tenderlo, deberé realizar algunos rodeos, y es precisamente esa tarea la que encararé en el tramo final del trabajo, que hará las veces de conclusiones y que me abre una veta de investigación entre sociología y arquitectura que quisiera continuar en el futuro.31 Efectivamente, creo que existen algunas “afinidades electivas” entre el “menos es más” atribuido al arquitecto alemán y las “teorías del alcance intermedio” que popularizó el sociólogo estadounidense. Si bien han recibido en este trabajo un nivel diferente de atención, creo que ambas “propuestas”32 podrían constituirse en canteras de una serie de sugerencias para la teorización sociológica en tiempos de pandemia (¿o postpandemia?). Sobre todas estas cuestiones versarán las conclusiones de este trabajo.
Conclusiones
Esta sección de conclusiones se compondrá de dos partes. En la primera, en la forma de simples tesis, todas superpuestas y entrelazadas, construidas sin ningún ánimo de conformar un ordenado sistema de categorías exhaustivas y mutuamente excluyentes, desplegaré algunas posibles “afinidades electivas” entre Merton y Mies van der Rohe, que seguramente continuaré explorando en el futuro. Para ello, me serviré de algunas sugerencias detectadas en la (ya bastante vasta) bibliografía que relaciona la Bauhaus y el Círculo de Viena, y que, convenientemente reacomodadas y expandidas, podrían volcarse al análisis de una posible relación entre Mies y Merton. En la segunda parte, y para concluir el artículo, desplegaré algunas propuestas teórico-metodológicas de carácter más general que podrían derivarse del ejercicio anterior, y que me parecen de apropiación aprovechable para los desafíos que en la actualidad se le presentan a nuestras ciencias sociales en tiempos de pandemia (y que quizás puedan también expandirse más allá de ella).
Primera parte de las conclusiones (a caballo entre sociología, arquitectura y filosofía de la ciencia)
a) “economía formal” y “construcción transparente” (de conceptos y/o espacios)
La idea de la “economía formal” la he tomado prestada de Laura Alemán, que apela a ella para ilustrar las posibles convergencias entre la Bauhaus y el Círculo de Viena.33 Quizás esta referencia a la economía formal resulte también aplicable a la obra de Merton. Si así fuese, la propuesta arquitectónica tendría su directo correlato en una sociología más bien frugal, no atiborrada de afirmaciones altisonantes34 que casi nunca resultan apuntaladas a través de evidencias, las cuales a su vez son obtenidas en análisis empíricos detallados, fundados en preguntas bien localizadas. Se trata, dice la investigadora, de un “impulso reductivo aplicado al lenguaje - entendido en su versión literal (en los filósofos, PdM) o aplicado a la forma (en los arquitectos, PdM)” (2020/21: 69). Pero se trata de una sustracción que “no busca delinear la forma mínima per se sino apresar el reflejo fiel de los hechos” (ibídem). Esto es, un minimalismo como medio para otra cosa, con fuerte apego factual. En suma, una “nueva sobriedad”, dice Dahms (2004: 4). Hay en esto nuevamente, también, algo de rechazo al ornamento, en el sentido de Adolf Loos apuntado más arriba.
Otro aspecto interesante para traer a colación en este juego a tres bandas entre filosofía de la ciencia, arquitectura y sociología es la idea de “construcción transparente” señalada por Galison, esto es, una construcción que parte de elementos simples hasta formas más elevadas y que, en virtud del programa construccional mismo, puedan garantizar la exclusión de lo místico, lo decorativo y lo metafísico (1990: 710). Entiendo que esto vale también para la apuesta mertoniana, pues ella se orienta a reducir la complejidad del mundo sin aplanarlo a través de la descarga de arriba-abajo de una visión unilateral de corte “gran-teorético”, sino descomponiéndolo a partir de una serie de preguntas de rango intermedio capaces de localizar con mayor precisión los diferentes observables.
b) “ruptura con un legado de largo aliento”
Esta idea, también formulada por Alemán en el mismo texto arriba citado, se refiere a la ruptura que encaró el Círculo de Viena con el legado del empirismo clásico y con la lógica moderna. En paralelo, también la Bauhaus protagonizó una ruptura respecto de la enseñanza y la práctica de la arquitectura precedentemente dominante. En esa ruptura se “conjura el esteticismo” y se procura efectivizar formas arquitectónicas que son el resultado de “premisas objetivas” (2020/21: 69). Para lo que interesa a los fines de este trabajo, vale la pena subrayar que, pese a la evidente politeness de sus modos de ejercicio de la crítica, también Merton fue un impulsor y ejecutor de importantes rupturas, en especial respecto de su maestro Parsons. Pero, en su caso, no se trata de rupturas de tan largo aliento, en relación a tradiciones de varias décadas e incluso siglos de vigencia, como las otras dos consideradas.
De todas formas, estas rupturas sin duda le sirvieron a Merton para dos cosas a la vez, ambas igualmente importantes. Por un lado, para fundamentar positivamente una propuesta teórico-metodológica que no sólo alcanzaría gran consenso en su momento, sino que de algún modo lo sigue teniendo hoy. En efecto, el bricolaje compuesto de variadas referencias teóricas de alcance intermedio sigue siendo el procedimiento usual de construcción del llamado “marco teórico” en la mayor parte de las investigaciones sociológicas. Por eso, ese tipo de ejercicio suele darse con mucha mayor frecuencia que la “aplicación” o “bajada” derivada de los enunciados de alguna “Grand Theory”. Por otro lado, la ruptura con la “Grand Theory” parsoniana le sirvió a Merton para retomar tradiciones de investigación social con decidido apego al trabajo empírico, que fueron rasgos fundacionales de la sociología estadounidense, y que el impulso parsoniano fuertemente teoricista había soterrado o relegado.
c) antimetafísica, antiestética, antiteoricismo
En Dahms (2002: 52) se hace referencia a la encarnizada lucha de los miembros del Círculo de Viena contra “la metafísica”. Galison, a su vez, se refiere a ellos como cultores de una “filosofía antifilosófica” (1990: 711) y, por otra parte, subraya la importancia de la apuesta por una “estética antiestética” en la Bauhaus (ibídem). A su vez, muy lejos de cultivar una “sociología antisociológica”, lo que prevalece en Merton, sobre todo, es un marcado antiteoricismo. Es sólo en ese sentido en el que recupera de alguna manera ese mismo movimiento antimetafísico que se atribuyó a los filósofos del Círculo de Viena. Lo más justo, entonces, para caracterizar el juego que Merton quiere jugar con sus teorías de alcance intermedio, sería designarlo como un “impulso teórico antiteoricista”. En efecto, frente a las posturas que a su vez Mills (1961) presentaría de manera extremadamente crítica a través de la curiosa denominación de “empirismo abstracto” (encarnadas en investigadores como Paul Lazarsfeld), Merton jamás renunciaría a otorgarle una centralidad a la teoría, ni dejaría de atribuirle un papel relevante en la investigación sociológica. Más aún, las cuestiones teóricas son objeto principal de sus reflexiones a lo largo de toda su vida. De hecho, uno de sus libros más importantes, y que mayormente he citado aquí, lleva “teoría” en su propio título: Social Theory and Social Structure .
d) Funcionalismo, orientación al futuro y superación de la vanguardia
Recuperando un importante manifiesto de Hannes Meyer,35 en el cual el anteúltimo director de la Bauhaus afirma que “arte es composición, propósito es función”, Dahms (2004: 6) realza con mucha claridad el funcionalismo, el internacionalismo, la orientación al futuro, el rechazo del pasado y la glorificación de la ciencia como atributos constitutivos de esa “Nueva Objetividad” que encarnó la Bauhaus. Un “cruce” posible con el funcionalismo de las teorías de alcance intermedio está, pues, al directo alcance de nuestra mano. Por demás, es suficientemente conocida la referencia que hace Merton de la famosa frase de Alfred Whitehead para ponderar el significado de los clásicos en la actualidad de la disciplina sociológica, según la cual “una ciencia que vacila en olvidar a sus fundadores está perdida”.
Y para concluir, se ofrece un elemento más como posiblemente convergente entre Merton y Mies: la idea de “superación de la vanguardia”. Benévolo (2010: 450) afirma que los artistas de vanguardia creyeron que “la reforma arquitectónica podía efectuarse permaneciendo en la esfera del conocimiento”, esto es, elaborando “proyectos teóricos y demostrativos”. Luego, cuando pasa a describir las tareas y los fines de la Bauhaus, afirma que, en contraste “el nuevo movimiento sale (…) al campo abierto, y extiende su campo de trabajo por todo el ambiente (…); renuncia (…) a la idea de alcanzar de golpe la victoria” y se embarca en un “trabajo paciente e indefinido de mejora de la producción”. Esta es también una idea muy mertoniana, la que describe el trabajo de la ciencia (en su y en nuestro caso, la social) como una empresa progresiva, de acumulación lenta pero sostenida. Así, “mientras la escena artística aparece aún repleta con las volubles e intolerantes manifestaciones de los grupos de vanguardia, los maestros del Movimiento Moderno trabajan y hablan en tono totalmente diferente: razonable, moderado, preocupado por actuar a largo plazo” (Benévolo 489).
e) Politicidad y compromisos prácticos
Tanto los integrantes de la Bauhaus, como los miembros del círculo de Viena así como también Merton entendían sus respectivas actividades como eminentemente prácticas, y conducentes a mejorar la situación vital de las personas en el mundo. A esto quiero referirme al hablar de “politicidad”. Desde luego, todo esto tiene sus matices y ellos deben contemplarse en un análisis comparativo o, como se hace aquí, en un ejercicio de detección de “afinidades electivas”. Por ejemplo, Hannes Meyer tuvo un compromiso partidario muy explícito con el comunismo, por el cual fue obligado a resignar su cargo de director en la Bauhaus. Ese compromiso político-ideológico radicalizado no fue compartido por su predecesor (Walter Gropius) y tampoco por quien lo siguió en la dirección de la Bauhaus (Mies van der Rohe), quienes si bien tuvieron simpatías tendencialmente izquierdistas o progresistas, fueron mucho más pragmáticos y políticamente más moderados que Meyer. A su vez, en el Círculo de Viena, la orientación izquierdista resultó clara y decidida en Rudolf Carnap y sobre todo en Otto Neurath, pero mucho más matizada en otros filósofos.
Merton, por su parte, según afirma Cataño (2006: 377), a pesar de que en su juventud se había autodefinido como “socialista”, jamás quiso transgredir la supuesta neutralidad del científico, y sus opiniones políticas, sociales o religiosas rara vez superaron los límites de la esfera privada. Eso no le impidió, en varias ocasiones, apoyar las luchas por las libertades civiles.36 Crothers (2021: 145) va en la misma línea, cuando sostiene que la mayor parte de su vida Merton fue independiente en términos partidarios. Así, afirma que las protestas estudiantiles de la década de 1960 ejercieron una presión especial sobre él, aunque no pareció implicarse demasiado en esa causa, sino que apoyó ampliamente al establishment, al tiempo que mantenía una posición que genéricamente podría considerarse como liberal de centro-izquierda.37
Segunda parte de las conclusiones: consecuencias para la teorización sociológica en tiempos de pandemia (¿o postpandemia?)
El recorrido realizado, en cierto tramo a tres bandas, entre los arquitectos de la Bauhaus, los filósofos del Círculo de Viena y el sociólogo Merton, debería haber sido suficientemente elocuente como para poder extraer de allí algunas pistas y sugerencias que pudieran contribuir con el tipo de teorización que, según creo, necesitamos en tiempos como los que vivimos. Hoy por hoy, el imperativo de “pensar corto” se nos ha hecho tremendamente acuciante,38 pero también somos fuertemente compelidos y compelidas a afrontar weberianamente “las exigencias de cada día”.39
Así, he intentado tomarme bien en serio lo que afirmaba al principio de este artículo: creo que lo que hoy más necesitamos en nuestro trabajo en las ciencias sociales es plantear(nos) apenas algunas pocas (pero buenas preguntas), que nos puedan ayudar a reflexionar abriendo el pensamiento, sin encorsetarlo en rígidos esquemas prefijados, y, sobre todo, especificando nuestra ignorancia, como bien proponía Merton a través de sus teorías de alcance intermedio.
Sin por ello renunciar al pensamiento, ni al compromiso ético-político ni al esfuerzo por comprender el mundo emergente ante nuestros ojos, juzgo también importante darnos el tiempo necesario de maduración para un proceso complejo como es el de la teorización (en nuestro caso, social), que siempre exige perspectiva y dimensión histórica. Se trata de un proceso que, si no quiere correr el peligro de convertirse en mero malabarismo conceptual de corte teoricista, requiere preparar y disponer evidencias y referencias empírico-sociales. La elaboración de esas referencias siempre lleva tiempo. Sin necesidad de tomar posición ahora acerca de un debate que felizmente está despuntando en medios académicos bajo el slogan de la “slow science”, sólo diré que desde mi perspectiva el tiempo de la teorización social no debería ser el que marcan las redes sociales y las entrevistas televisivas. A ellas, a menudo, asistimos tentados y tentadas por potenciales audiencias que multiplican por miles en unos pocos minutos el reducido número de lectores y lectoras que suelen tener nuestros textos estrictamente académicos, que a veces llevan meses e incluso años de levado y fermentación, para terminar siendo leídos apenas por un puñado de colegas de todo el mundo, a quienes incluso conocemos personalmente.
Al plantear estas cuestiones, no me refiero luhmannianamente a “irritaciones” que proceden desde afuera sobre el sistema de la ciencia, sino que asistimos más bien a la entronización de mecanismos que se han vuelto ya casi condición de funcionamiento del propio sistema, descargando así sobre sus agentes un cúmulo de exigencias propias de un productivismo académico acelerado. Se trata de un aceleracionismo ávido de “hallazgos” y de “novedades” que no sólo es promovido, sino que incluso resulta premiado por los sistemas de evaluación de las universidades y los organismos de CyT.
En este contexto, no deja de resultar ciertamente irónica la recuperación que ensayé aquí de ciertos referentes de pensamiento que no son precisamente “novedades”, y que a primera vista podrían generar la impresión de que las presentes reflexiones están impregnadas de cierta tintura vintage. De todos modos, quisiera que se interprete este ejercicio en el sentido estricto que pretendo darle: no estoy desplegando aquí una defensa del “empirismo lógico” en un sentido literal como postura epistemológica, ni promuevo un seguimiento a rajatabla de las recetas mertonianas, como si desde aquellos pensamientos en adelante nada importante hubiera sucedido en sociología y en filosofía de la ciencia. Se trata simplemente de un ejercicio motivado por la irrupción en el marco de la pandemia de teoricismos demasiado “grandes” pero también de descripciones cuasi periodísticas demasiado “pequeñas”. Dado que me desempeño en el campo de la teoría, son los primeros los que más me han preocupado. Derivado de ese ejercicio de lecturas cruzadas, y motivado por estas producciones sociológicas emergentes a raíz de la pandemia, apenas estoy sugiriendo la adopción de algunas precauciones de método, algunas de las cuales giran en torno al sintagma “menos es más” que se le ha atribuido a Mies, y que creo que también se encuentran en el espíritu de las diversas convergencias descriptas en la sección anterior de las conclusiones.
Creo, finalmente, que la imaginación sociológica podría beneficiarse en buena medida si le hiciera caso a una reciente (y, como casi siempre en él, sabia) indicación de Jürgen Habermas, lanzada en abril del año 2020: “Los expertos en ciencias económicas y sociales deberían evitar los pronósticos imprudentes. Pero una cosa puede decirse: nunca ha habido tanta conciencia de nuestra ignorancia y de la compulsión a actuar y vivir bajo incertidumbre”. Ojalá que el presente trabajo valga, pues, como una humilde aunque no por ello menos contundente apelación a esa conciencia.