Mundo editorial, redes y mediaciones: la Editorial Rosario SA y el circuito de la Universidad Nacional del Litoral (1930-1950)
Introducción
El artículo se modula desde una historia de las sociabilidades intelectuales delimitada territorialmente por las relaciones sociales y sus resultados materiales. Desde allí se focaliza de forma primordial, aunque no excluyente, en las trayectorias, vinculaciones y mediaciones de los sujetos intervinientes que movilizan recursos propios, grupales e institucionales, a la par que articulan y redefinen redes. En esa línea se recorta un conjunto de reciprocidades intelectuales en el circuito de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) entre el librero y editor español Laudelino Ruiz y un grupo de profesores universitarios entre las décadas de 1930 y 1950.
La trayectoria de Ruiz está atravesada por los cambios en la expansión del mercado interno del libro en Argentina y una nueva avanzada de los emprendimientos comerciales peninsulares europeos luego de la Primera Guerra Mundial. Su traslado a la ciudad de Rosario lo pone en contacto con el ámbito universitario litoraleño, con el cual se ligó rápidamente al incorporarse a sus redes territoriales extensionistas.
Las rupturas del orden introducidas por la intervención a la UNL en 1943 por decreto del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), en manos de militares golpistas, impactaron en todas las relaciones sociales establecidas, aspecto que abrió un umbral en las orientaciones de previsibilidad, cuando una parte del grupo profesoral perdió el nicho institucional. Esto habilitó posibilidades de diversificación y resignificación de las acciones y relaciones a través de apuestas originales y, a la par, riesgosas. Una novedosa inversión fue el proyecto en el cual un grupo de profesores se asoció a Laudelino Ruiz, y pasó a denominarse Editorial Rosario Sociedad Anónima. Frente a la desvinculación de la institución universitaria, un grupo de profesores ingresó en la esfera de la producción editorial en calidad de agentes mediadores –editores, traductores, prologuistas, autores, gestores–. Las materialidades resultantes permiten reconstruir algunas apuestas y también la reutilización de las redes que dichos agentes efectuaron.
Un librero y editor en el circuito de la UNL
Laudelino Ruiz (Robles de la Valcueva, España, 1904 – Rosario, Argentina, 1972) arribó de pequeño a Buenos Aires; ya a sus 15 años, en 1919, comenzó a trabajar en la librería de Antonio García Santos, un madrileño que a fines del siglo anterior había abierto su local en la ciudad. Este librero, además de ocuparse de la comercialización, editaba libros de educación secundaria y universitaria.[1] Fue el comienzo de Ruiz en el oficio el que, además, lo relacionó con el ambiente cultural y comercial de Buenos Aires, una ciudad “cosmopolita desde el punto de vista de su población” (Sarlo, 2007, p. 17), donde el sistema educativo, con aciertos y errores, había contribuido a crear un “público lector potencial, no solo de capas medias sino de sectores populares” (Sarlo, 2007, p. 18). Esto último habilitó “un momento auspicioso para los editores locales”, en relación con un mercado interno aún difuso pero que “crece continuamente y posee un potencial enorme en los nuevos lectores que año a año se van incorporando a un público que se expande y diversifica” (Delgado y Espósito, 2014, p. 67).
Este “momento auspicioso” también fue identificado por los libreros y editores españoles, en particular por catalanes que, sin excluir otras experiencias, tejieron una densa trama de relaciones sociales, culturales, políticas y comerciales que rediseñaron y proyectaron el mundo editorial español a la conquista de los mercados hispanoamericanos (Dalla Corte y Espósito, 2010). En esta coyuntura, fue fundamental el papel desempeñado por las corporaciones patronales del libro en España, tales como el Centro de Propiedad Intelectual, la Cámara del Libro y la asociación político-cultural La Casa de América, todas de Barcelona (Dalla Corte, 2012). Estas instituciones apuntaron a incrementar el “protagonismo de los libreros y los editores españoles en un mercado dominado por las casas editoras francesas, alemanas y norteamericanas” (Espósito 2010, p. 520).
La Primera Guerra Mundial favoreció a los españoles, a causa del abandono de los mercados hispanoamericanos de las naciones involucradas en la beligerancia. Hacia la década de 1920, las políticas del sector español ya dominaban el mercado local (Dalla Corte y Espósito, 2010). Este escenario es fundamental en la trayectoria de Laudelino Ruiz. En 1924, la casa editorial de los hermanos catalanes Sopena abrió la segunda sucursal en Argentina, esta vez fuera de Buenos Aires, en otra dinámica urbe a menor escala: Rosario, en la provincia de Santa Fe. La incorporación de herramientas y de conocimientos del oficio, más las vinculaciones tejidas dentro del mundo del libro, posibilitaron al joven Ruiz acceder al puesto de encargado de la nueva sucursal de la Casa Editorial Sopena, por lo tanto se trasladó a la ciudad litoraleña.[2]
La editorial catalana se distinguía “en la venta de libros universitarios, sobre todo aquellos de medicina importados de España y Francia”,[3] junto con sus propias ediciones. En función de tal especialidad, Ruiz comenzó a constituir una red de carácter comercial y de amistades en los ámbitos universitarios rosarinos para introducir el catálogo, ese accionar lo vinculó con profesores, estudiantes, graduados y referentes de las facultades.[4]
Las repercusiones de la crisis económica de 1929 imposibilitaron el sostenimiento de la sucursal litoraleña de Sopena, que hacia 1930 cerró sus puertas. Sin embargo, el afincamiento definitivo de Ruiz en la ciudad se detecta en sus elecciones y apuestas. En junio de 1931 inauguró su propio negocio, Librería y Editorial Ruiz, y ya para 1934 se encontraban libros editados bajo ese sello,[5] cuya comercialización complementó con actividades culturales tales como tertulias, conferencias, seminarios y exposiciones, en las cuales participaban “pintores, escultores, poetas, filósofos, médicos, ingenieros, educadores, abogados”.[6]
La relación del espacio comercial y cultural da cuenta de las prácticas y estrategias de Ruiz, que apostaban a potenciar los fines comerciales a través de gestiones culturales. Estas acciones favorecían la publicidad de la librería, como también constituían, a nivel simbólico, el reconocimiento de esta como punto de encuentro y de circulación cultural. Dichas operaciones se pueden leer en los argumentos de Verónica Delgado y Fabio Espósito (2014), quienes exponen que en “las décadas de 1920 y 1930 la figura del editor registra una inflexión que le otorga un carácter diferencial, indisociable, por otra parte, de la índole comercial que va cobrando el mundo cultural” (p. 69).
Además de su librería y las actividades que allí se realizaban, Ruiz promovió las acciones político-culturales vinculadas con el “asociacionismo” de la colectividad española local, en particular el identificado con el republicanismo. En octubre de 1933, participó como miembro fundador y vocal del Centro Español de Unión Republicana (CEUR) (De Laurentis y De Marco, 2014). Con el transcurso de la guerra civil española, en 1938 se constituye la sección cultural del CEUR, denominada Ateneo Luis Bello, en consonancia con los objetivos del centro de difundir la cultura republicana entre sus asociados. La secretaría general del ateneo quedó a cargo de Ruiz. Desde allí se dieron a conocer al público muchos escritores e intelectuales, y se organizaron ciclos de conferencias, encuentros y cursos,[7] al tiempo que se gestionaron apoyos a la causa republicana y, luego, con el triunfo del totalitarismo franquista, se oficiaron amparos a exiliados españoles.[8]
Ruiz ocupó el cargo de secretario general por doce años, durante los cuales incrementó las actividades que realizaba en su librería y se posicionó como un productor y promotor en la vida cultural e intelectual regional. Su figura comienza a mostrar el perfil de un nuevo tipo de editor, en tanto agente cultural moderno que a través de sus prácticas mediadoras interviene como promotor, animador o propiciador (Delgado y Espósito, 2014).
La misma trayectoria de Ruiz lo introdujo en el circuito de la UNL, dado que, como expusimos, se vinculó al ámbito universitario y capitalizó estos lazos en sus propios emprendimientos. En el período 1930-1943, varios de los títulos publicados en el catálogo de Librería y Editorial Ruiz estaban ligados a las cátedras universitarias, ya que eran obras de profesores, graduados, estudiantes, referentes de colegios y asociaciones profesionales, organismos estatales relacionados, o de normativas específicas de dichos ámbitos. [9]También, entre las actividades culturales –tanto de la librería como del CEUR y del ateneo–, se sucedían los nombres ligados a la UNL.
El circuito de la UNL aludido conformaba una extensa y dinámica red, que integró territorialmente a la Universidad con instituciones educativas, asociaciones gremiales y culturales, diarios de las principales ciudades de la región, revistas, editoriales, bibliotecas (Escobar, 2011, 2021) e, incluso, con sectores del poder político (Iglesias y Macor, 1997). Esta red estuvo asociada y potenciada por el extensionismo universitario, institucionalizado formalmente en 1928 con la creación del Instituto Social de la UNL, que en la década de 1930 fue puesto en el primer plano de la política universitaria desde la promoción de variadas líneas de acción (Rubinzal, 2022). Entre ellas, se destacaron ediciones, conferencias, seminarios, cursos y transmisiones radiales, todos frentes de acción cultural que articularon diversos espacios y agentes (individuos o instituciones), que consolidó una trama relacional muy dinámica.
Por otra parte, el reformismo extensionista y el mundo editorial estuvieron enlazados desde los primeros pasos, tanto con el “campo revisteril” (Tarcus, 2020), en el cual los jóvenes reformistas harían sus primeras armas de promoción y de vinculación, como con los libros. El caso de Ruiz es un importante ejemplo del circuito y de la reciprocidad con este extensionismo universitario. A fines de la década de 1930, profesores y profesoras de la Universidad estuvieron en conexión continua con este editor y librero, que se posicionó como un mediador cultural.
Desde temprano, Ruiz introduce títulos del campo educativo local en su catálogo. Las elecciones están aunadas, en parte, a la misma trayectoria del librero conectada con la edición y venta de materiales didáctico-educativos, aunque hizo una apertura en la inclusión del nivel educativo básico y del magisterio en general.[10]
En 1930 editó a la educadora María Luisa Petetin; luego imprimió y distribuyó una revista publicada por el Consejo Escolar de Rosario, llamada Escuela, de la cual Petetin fue directora y cuyo primer número apareció en mayo de 1935. Hacia 1938 sumó a su catálogo otro libro de Petetin, Mi escuela ideal; un año antes había incorporado el texto Serenidad. Centro de interés: El río nuestro (2do. grado), de las maestras Juana López y María Pezzano Bullo. Desde allí pareció entroncarse la relación con la maestra, escritora y abogada Marta Samatan, para entonces una importante agente del extensionismo universitario litoraleño (Escobar, 2021), a quien en 1939 le publicó uno de sus primeros libros, Campana y horario.
Para 1938 surge otra pista ligada al extensionismo, coincidente con la inclusión del ingeniero y matemático José Babini[11] como uno de los visitantes del CEUR. Babini comenzaba a ser una figura de peso en el ámbito académico y científico. Además, su amplio interés intelectual y cultural, atravesado por el reformismo universitario, lo llevaron a ocupar la dirección del Departamento de Extensión Universitaria del Instituto Social de la UNL en dos oportunidades (1930-1933 y 1935-1943). La visita de Babini, ubicado en una posición institucional clave, daba cuenta de una consolidación vincular con el espacio rosarino e incluso de manera indirecta con Ruiz, el mediador del CEUR.
Otro nombre partícipe del Instituto Social fue el de Ángela Romera Vera (Escobar, 2016), quien en 1942 dictó una conferencia en el ateneo. Aunque la amistad con el editor pareciera ser anterior, dado que, a través de un intercambio de cartas entre esta, Laudelino Ruiz y el español exiliado Francisco Ayala –por entonces profesor en la UNL– se detectan huellas al respecto.
El 8 de abril de 1942, Romera Vera respondía una misiva de dos carillas a Ruiz e inició el escrito disculpándose por no visitarlo en Rosario. Los puntos centrales se resumen en que la remitente da por sentado que Ruiz había entrado en comunicación con Ayala para organizar un curso en el ateneo –pautando que el librero solicitó la intervención de aquella en la mediación–. También le comentaba sobre el "Dr. Rudesindo Martínez", a quien sugiere contactarlo de forma directa.[12] Otra mención es sobre “López Rey”, a quien Ruiz parece querer invitar; Romera Vera acota que para definir esa visita “no se puede contar con ninguna institución de Santa Fe”, debido a que la facultad tiene problemas, “el Instituto Social no tiene interés y el Colegio Libre no cuenta con fondos así que me parece imposible hacer nada”. [13]Finaliza estas cuestiones consultando al librero si estaba al tanto de la venida al país del estadounidense Waldo Frank y si le interesaba, “porque dará seguramente alguna Conferencia en Rosario y acaso pudieran conseguirlo con poco desembolso”.
Al siguiente día, Francisco Ayala despachaba una carta a Ruiz desde Buenos Aires y le adjuntaba el contenido de un curso titulado Formas del Estado moderno, para desarrollar en nueve encuentros, “que me propongo tratar de una manera accesible al gran público”.[14] Posteriormente se suceden varios intercambios, que incluyen, sobre todo, el acuerdo de la fecha del curso, dado que el español tenía previsto un viaje a Chile y otro a Tucumán que le imposibilitaban dictarlo en el primer semestre. El “cursillo” se haría entre agosto y septiembre de ese año.[15] De similar manera, Romera Vera fue convocada por Ruiz ese año, y entre julio y agosto dictó el curso “La conciencia moderna del hombre moderno”.[16]
Por último, entre los medios institucionales de la UNL, en la revista Universidad de 1940 a 1943 se encuentran en la sección bibliográfica reseñas de libros publicados por el sello Librería y Editorial Ruiz, esto pone en evidencia la reciprocidad y el reconocimiento relacional.[17]
Hasta aquí, pueden observarse algunos de los vínculos que muestran la intensa relación que tejió Laudelino Ruiz con una parte de los profesores y profesoras de la UNL y, a la par, cómo se fueron dibujando zonas y agentes del circuito de la UNL con nombres y acciones que cada vez se cruzan más, se reiteran y se encuentran en nodos relacionales, convocados por reciprocidades convergentes.
Un proyecto hijo de la irrupción: Ediciones Rosario SA
El 28 de julio de 1943, el PEN, en manos de militares golpistas, decreta la intervención a la UNL y ubica al frente del rectorado al nacionalista Jordán Bruno Genta. De inmediato se exonera a un importante porcentaje del cuerpo profesoral de la Universidad, tanto de cargos de gestión como de docencia e investigación, mientras que otros suman su renuncia en un gesto de solidaridad y oposición frente a la situación desatada (Salomón, 2007).
Las redes y nodos se desanudaron como consecuencia del gran cimbronazo y la acelerada acción del nacionalismo en la Universidad pero, casi a la par, comenzaron a reconfigurarse desde los capitales individuales y grupales que se entramaron en una diversificación del circuito desmembrado de los nodos institucionales universitarios. En este sentido, el rol de Laudelino Ruiz se intensifica al estrecharse con otro de los nombres importantes del ahora exgrupo profesoral, un hijo de catalanes y allegado desde los inicios al CEUR: el ingeniero Cortés Plá (De Laurentis y De Marco, 2014).
Cortés Colón Solís Pla (Rosario 1898-1975) realizó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal y luego se trasladó a Córdoba, donde se graduó en 1920 como ingeniero arquitecto y, al año siguiente, de ingeniero civil en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Durante sus años de estudiante, participó de la Reforma Universitaria de 1918, incluso estuvo entre los estudiantes detenidos por la policía cordobesa. Por entonces, dirigía la Revista del Centro de Estudiantes de Ingeniería, y combinaba la militancia estudiantil con el desempeño académico –era auxiliar del Museo de Botánica y de la cátedra Física II– y la gestión administrativa –fue oficial de la Secretaría General de la UNC.
Luego de graduarse, vuelve a Rosario y hacia 1922 se integra como docente a la FCMFyN –unidad académica de reciente inicio–, en la asignatura Materiales de la Construcción. Para 1925 accedió por concurso a la titularidad de la cátedra Complementos de Física General. En la década siguiente, fue decano de la facultad durante tres períodos consecutivos, desde 1934 hasta la intervención de 1943 (Cinalli, 2005), cuando se revalidaron en las normativas estatutarias de la Universidad que él mismo había contribuido a redactar en la comisión especial designada a tal fin, de la que participaron, entre otros, Josué Gollán y José Babini. Además, Pla ejerció como vicerrector entre 1925 a 1927 (ad honorem), y en los períodos 1934-1936, 1942-1943 –gestión inconclusa en la cual acompañó a Josué Gollán– (Salomón, 2018).[18]
Pla fue uno de los gestores y dinamizadores en la temprana modernización en clave reformista de las facultades litoraleñas. Un ejemplo de ello fue la constitución de investigación e incorporación de catedráticos y científicos europeos (Fernández, 2019; Bacolla, 2022). La cesantía universitaria de 1943 facilita construir algunas de sus acciones y relaciones por fuera de la institución y, en particular, sus redes académicas y culturales.
A fines de 1943, entre docentes que habían sido parte del cuerpo académico y dirigente universitario, junto con otras personas relacionadas a la cultura, se constituyó en la ciudad de Rosario el sello Rosario Sociedad Anónima. Sus fines fueron posicionarse como referente de publicaciones científicas y literarias en lengua española por medio de la planificación de ediciones y su difusión. En este emprendimiento, “Laudelino Ruiz se desempeñó como vocal y administrador gerente de la sociedad”, mientras que Cortés Plá era jefe de Publicaciones.[19]
Esta actividad asociativa comporta una densidad que articula capitales específicos, mundo editorial, redes de sociabilidad, afinidades y sensibilidades políticas y sociales, entre otras, que se concreta y se sistematiza por fuera de la institución universitaria, intervenida por el PEN (1943-1945 y 1946-1955), a excepción de un corto período de recuperación.[20]
El sello funcionó hasta aproximadamente 1954. Cortés Pla asumió en 1952 el puesto de jefe de la sección Ciencias y Tecnología de la Unión Panamericana en Washington (Estados Unidos), donde permaneció hasta 1957; mientras que Ruiz organizó un nuevo sello hacia 1954, Ediciones Musicales del Interior, tras concluir la anterior sociedad.
Con Rosario SA concretaron una selección editorial cuidada, verificable en el catálogo de autores y obras, así como en la presentación de estas –en los aspectos estéticos, editoriales y lingüísticos–. Dentro del mercado del libro lograron difundir, distribuir y vender en circuitos bastante amplios.[21]
Durante esta etapa se han encontrado 60 títulos[22] de un listado que funde, según las propias etiquetas del sello, libros de arte,[23] sociología, política y derecho,[24] temas científicos,[25] literatura,[26] historia,[27] educación,[28] medicina,[29] economía argentina y temas económico-sociales.[30] El etiquetado no se corresponde con series armadas previamente, sino que se trata de ordenadores aparecidos en las solapas de “obras publicadas”. Sin embargo, de la revisión de los datos correspondientes a la “página de derechos/legales”, surge que los libros no estaban incorporados explícitamente en tales “series”, por lo que pareciera tratarse de clasificadores posteriores. La tirada de cada obra es de dos mil ejemplares declarados.
El primer texto con el que se presenta la editorial da cuenta, a través de una edición homenaje, de una tradición liberal y del reformismo universitario en un momento preciso de la política argentina: La constitución argentina y sus principios de ética política. En ocasión del 75° aniversario de la era constitucional, del rosarino Rodolfo Rivarola (1944), cuya primera publicación se imprimió en 1928. Esta obra cuenta con un prólogo de Mario Rivarola (hijo), y sus primeras páginas se abren con una presentación del sello. Allí se expone que la editorial “quiere ser un exponente más de la cultura nacional”, por lo que busca:
aunar sus esfuerzos a los de aquellos que con clara visión, han impulsado entre nosotros la actividad editorial, brindando al lector de habla castellana el fruto del pensamiento argentino, al mismo tiempo que las obras de los pensadores y escritores que lograron sobresalir como representantes de un sentir y de un pensar característico de épocas y naciones distintas.
Nos inspira y guía un afán de cultura. (Presentación, 1944, p. VII)
Para el movimiento reformista estudiantil santafesino, Rodolfo Rivarola fue un faro fundamental. Desde los debates legislativos nacionales de mediados de la década de 1910, Rivarola había manifestado su apoyo a la creación de una nueva universidad de dimensiones regionales, a la par que mantuvo un estrecho lazo de colaboración y asesoramiento con los estudiantes reformistas (Bertero y Larker, 2018; Alonso y Bertero, 2019), algunos de los cuales conformaban el grupo de profesores exonerados o renunciantes de la UNL y participaban en el proyecto editor.
Dentro de esta línea editorial, de tradición liberal-reformista, se pone otra vez en circulación El juicio del siglo (Cien años de historia Argentina), de Joaquín V. González (1945). En similitud con el título anterior, también cuenta con un prólogo de su hijo, Julio González. En las “Palabras del editor”, se resalta el vínculo de González con Rosario y el apoyo de éste, desde 1912, a la creación de una universidad en la ciudad.[31] Asimismo, González, junto con Rivarola y otros destacados nombres, en 1916 colaboró con el Centro de Residentes Santafesinos en Buenos Aires, desde donde promovieron en el Congreso Nacional la creación de una nueva casa de estudios (Bertero y Larker, 2018).
Estos rescates, en los que se cruzan liberalismo vernáculo y reformismo universitario, constituyen operaciones importantes del sello en un contexto en el cual ambas tradiciones están jaqueadas, cada una con su gravedad y singularidad. Por lo que no hacen sino dar cuenta de linajes y trayectorias desde donde apelar o posicionarse para resguardar y mostrar herencias en tiempos hostiles.
El segundo libro que editó el sello fue Tratado de los sofismas políticos, de Jeremy Bentham (1944). En esta obra, la traducción y el prólogo estuvieron a cargo de Francisco Ayala. Para el español significó un trabajo más en la ardua tarea de sobrellevar una economía compleja de exiliado junto a su familia y, al mismo tiempo, fue una cierta devolución de favores y filiación, tanto al editor español-rosarino como al grupo de profesores universitarios que lo había acogido como “profesor contratado de Sociología” ni bien arribó a la Argentina. Entonces, así como la editorial ganó con un traductor y prologuista de renombre para una obra clásica –aspecto que además muestra la apuesta a la calidad de la edición–, también hay mediaciones que exceden lo comercial-académico del producto final resultante. En las palabras a cargo del “editor” que abren el libro, se retoma el vínculo de Bentham con Bernardino Rivadavia y su institucionalización en “la gran aldea” a través de la asamblea, la universidad y los salones, así como se menciona su temprano ingreso en los centros de cultura y política del resto de América (Bentham, 1944, pp. V-VIII). Mientras que Ayala rescata entre los fines del escrito el de tratarse de un “manual” para miembros de una asamblea, en tanto “oriente su actividad parlamentaria” y funja como un “tratado de lógica” (1944, p. XII). Además, no fue casual la traducción que hizo Ayala de Bentham, en perfecta consonancia con la búsqueda de reforzar las libertades individuales, que el español veía acechadas por los regímenes totalitarios y democráticos de masas (Escobar, 2022a).
En sintonía, colaboró Ángela Romera Vera, quien estuvo presente en la editorial en los primeros años como traductora y redactora de prólogos, es decir, puso un capital cultural expresado en su buen manejo de idiomas, y también su trayectoria académica, a través de la escritura y firma –y tal vez otros capitales propios de sus recursos sociales y económicos–.
Las publicaciones en las que intervino Romera Vera fueron: Cómo pensar sobre la guerra y la paz, de Mortimer Adler, lanzada en 1945 (traducción); Sociología del derecho, de George Gurvitch (traducción y prólogo), y Libertad y cultura, de John Dewey, de 1946 (traducción y prólogo).
Adler, profesor de la Universidad de Chicago, se especializaba en estudios de filosofía del derecho y desde allí se pueden establecer los primeros vínculos con el perfil de Romera Vera.[32] Este libro, prologado por Sebastián Soler, reflexiona sobre las consecuencias de la guerra mundial y la conquista de la paz como un problema, y propone una práctica de la paz fundada en (y sostenida por) organismos de derecho internacional. La temática de la traducción seleccionada está en consonancia con el marco de posturas y relaciones del grupo de profesores universitarios que, desde la década anterior en las páginas de la revista Universidad, habían instituido un espacio de diálogo y difusión sobre la paz regional frente a la conflictividad occidental creciente (Escobar, 2022b). Los universitarios pensaban a América desde un orden jurídico interamericano, creado y ampliado por la Unión Panamericana, mientras que en el caso del texto de Adler, pretendía extender ese mismo orden a nivel mundial.
En cuanto a Gurvitch y Dewey, hay una clara afinidad con los circuitos de sociabilidad en los cuales se movía Francisco Ayala, que tenían como eje Buenos Aires–asiento del español– y la ciudad de México, nodo en el que su viejo amigo José Medina Echavarría estaba a cargo de la Sección Sociológica del Fondo de Cultura Económica (FCE). Ambos exiliados fueron dinamizadores de redes entre los polos regionales, donde se fue conformando una renovación sociológica (Escobar, 2022a).
Ayala colaboró en las ramificaciones territoriales del entramado, un buen ejemplo es el caso del litoral argentino, donde estuvo presente a partir de su trabajo como profesor universitario en la FCJS y, además, conformó un grupo de estudio e investigación que terminan integrados en las redes de ambos polos (Escobar, 2022a). Romera Vera es un ejemplo de ello, los dos autores que traduce y prologa constatan tales vínculos. En 1941, Ayala ya había traducido y prologado una obra de Gurvitch, Las formas de la sociabilidad, para editorial Losada, libro que iniciaba una colección que él mismo dirigía, la Biblioteca Sociológica, primera de su tipo en el país. En consonancia con ello, Romera Vera colabora con la selección, traducción y elaboración de prólogos de obras que parecen reforzar un corpus de reciente aparición en el circuito bibliográfico, y así contribuye a su mayor presencia y divulgación, a la par que garantiza con su trabajo la calidad del producto presentado por la editorial –en correlación con la traducción de Ayala de Bentham–. Asimismo, Romera Vera venía trabajando a George Gurvitch con antelación, dado que es parte de la bibliografía abordada en su tesis doctoral de 1940.
En el caso de John Dewey, es un autor que Medina Echavarría introdujo en México a través de programas, cursos y en sus propios libros (Morales Martín, 2017). Hacia 1940, en la revista El Trimestre Económico, Medina había publicado un ensayo del reciente libro Freedom and culture (1939). Allí argumenta que una vigilancia perpetua es el precio de la libertad, tarea que concierne a todos los hombres, y “John Dewey no ha rehuido esa responsabilidad… fiel a sí mismo indaga cuál es la ‘experiencia’ de estos tiempos para la vida de la democracia” (Medina Echavarría, 1940, p. 613). Este texto estaba dentro de los seleccionados por Medina para adquirir los derechos de autor con el objetivo de incorporarlos al catálogo del FCE. Debido a algunos inconvenientes entre Medina y la gestión gerencial del FCE, este proyecto se terminó demorando y se modificó, por lo cual el libro quedó fuera del catálogo de la gran editorial mexicana (Del Castillo Santos, 2014).
Y fue en esa instancia cuando las redes y el corredor de ideas habilitaron la posibilidad de contrato en una ramificación en el otro polo –seguramente con intervenciones de Ayala mediante–, en la reciente Rosario SA, que se transformó en traductora de esta obra de Dewey al castellano, incluso antes de que el FCE incorporara al autor en su colección de filosofía a partir de 1948.
En concordancia con la lectura de Medina Echavarría, Romera Vera (1946) aseveraba que el norteamericano en la obra "enfrenta problemas de urgente solución si queremos salvar la libertad política". El rescate del concepto de libertad como principio fundamental de cualquier régimen democrático era la puerta de entrada que proponía el autor porque, siguiendo a Romera Vera, “la razón de ser de esta organización política estaba en que era la mejor forma de gobierno para la realización de la libertad moral del individuo y, por lo tanto, de su destino" (pp. V-VI).[33]
Los hilos que entraman los textos presentados hasta aquí por la editorial van exponiendo el tejido de capitales específicos (culturales, simbólicos y sociales), redes de sociabilidad –que se anudan, se cruzan o corren en paralelo–, así como afinidades y sensibilidades políticas e ideológicas, expresadas en las nociones siempre presentes de libertad, democracia y reformismo universitario.
Sobre este último punto, cuando entre marzo de 1945 y junio de 1946 se abre un interregno en el que se reestablece el gobierno universitario y el grupo profesoral vuelve a la universidad, el sello editorial publica un libro del rector Josué Gollán, La universidad al servicio de la democracia. Una experiencia en política universitaria (1945). El texto recoge los discursos de Gollán durante sus gestiones –incluido el de la reasunción de 1945– y cierra con un apéndice.[34] Según el rector, toda su gestión se había basado en dos referencias fundamentales: “atención al correcto ajuste de la Reforma y al desarrollo de fuertes sentimientos y hábitos democráticos" (1945, p. IX). El texto es una apuesta a reposicionar a Gollán en el ámbito universitario pero, sobre todo al ser publicado por fuera de los circuitos oficiales de la UNL, da cuenta de un posicionamiento político en el espacio público frente a los hechos institucionales recientes; apela a una continuidad y responsabilidad institucional democrática reformista, demostrada y cimentada en la propia gestión de Gollán, en comparación con los “pronunciamientos grotescos” de la intervención de 1943.
En esta misma dirección, en los cuatro números que se editan de la revista Universidad –interrumpida desde 1943– en el breve retorno del grupo, aparecen reseñas de las publicaciones de Editorial Rosario.[35]
Por otra parte, las intervenciones específicas de Pla en el catálogo se pueden constatar en las diferencias que surgen de la comparación con lo que Ruiz editaba en su sello anterior. Por ejemplo, en el rubro “Educación” no hay nada vinculado al entorno del magisterio; son textos educativos de corte científico, como los del ingeniero uruguayo Félix Cernuschi que, en el caso de La ciencia en la educación intelectual –con prólogo de Pla–, presenta algunas orientaciones para el nivel educativo medio. Esta iniciativa, en otro orden de cosas, pauta que el sello no se restringía a un mercado local específico. También esto se constata en la menor participación de autores literarios locales y regionales, si se coteja otra vez con Librería y Editorial Ruiz, así como un mayor número de traducciones en las áreas académico-científicas del catálogo, que se trata del área donde Cortés Pla tuvo mayor influencia.[36]
En esta línea vincular de Pla colaboró José Babini, quien tradujo el libro del químico, matemático e historiador de la ciencia George Sarton, titulado Historia de la ciencia y nuevo humanismo (1948). Otras relaciones son las de Beppo Levi, el gran matemático italiano exiliado, invitado por Pla en 1939 para incorporarse en la FCMFyN; de este académico publicaron Leyendo a Euclides en 1947. Por último, el hermano de aquel, Roger Pla, sumó dos libros al catálogo, uno de arte, La pintura pompeyana (1947), y la novela Los Robinsones (1946).
Arribando al terreno conclusivo
Lo expuesto en cuanto abordaje de un catálogo editorial, las redes y el circuito de la UNL se centró, principalmente, en las trayectorias, mediaciones y dinámicas materializadas en la actividad editorial, a partir de instancias de reciprocidad intelectual, gestiones, traducciones y la difusión en un período de movimientos convulsos a nivel político y de repercusiones culturales.
Se buscó focalizar en dos momentos: por un lado, la trayectoria del editor y librero español Laudelino Ruiz, que, al coincidir con el auge exportador peninsular, se asienta en la ciudad de Rosario, desde donde comenzó ya en la década de 1930 sus propios planes que lo condujeron a estrechar lazos con los universitarios litoraleños. Hacia finales de la década de 1930 se cristaliza un nudo, en el que Ruiz, desde su rol de productor y promotor en la vida cultural e intelectual, se torna un agente importante en el tejido extensionista universitario. Las relaciones con parte del cuerpo docente, así como las acciones, materializadas en publicaciones, cursos, conferencias y otras mediaciones, son recíprocas y muestra claras afinidades en común. En este punto, Librería y Editorial Ruiz y las actividades culturales emprendidas por el editor en Rosario son prácticamente apéndices territorializados con el nodo del Instituto Social de la UNL, que, previo a julio de 1943, estaba en un momento de gran densidad, verificable en las variadas conexiones y acciones presentadas.
Por otro lado, el segundo momento se abre con la intervención a la Universidad en 1943 y se extiende hasta aproximadamente 1954. En esos años muy contingentes se articuló un proyecto por fuera de los nodos institucionalizados, como consecuencia y respuesta creativa y resignificante a la pérdida del nicho institucional de los profesores exonerados y renunciantes. La nulidad producida por la intervención de la institucionalidad universitaria favorece la mayor visibilidad y densidad de relaciones sociales en el mundo de la edición, a partir de las especialidades y capitales de los agentes mediadores que se implicaron como editores, traductores, prologuistas, autores, gestores. El proyecto de la Editorial Rosario SA surge como una apuesta novedosa y autónoma, con un impulso fuerte y planificado de las reciprocidades intelectuales y culturales. Ruiz y Pla se tornaron agentes dinamizadores y referentes junto con otros profesores y profesoras que participaban apostando sus capitales.
Pero, con el correr de los años, el sello desacelera el empuje inicial, mientras que el cierre pareciera darse con los distintos caminos laborales que asumen Cortés Pla y Ruiz. Los números son elocuentes en cuanto al inicio y al final, que se constata en la cantidad de libros editados: se imprimieron 2 libros en 1944, 16 en 1945, 11 en 1946, 10 en 1947, 5 en 1948, 5 en 1949, 3 en 1950, 7 en 1951, 1 en 1952 y ninguno en los dos años siguientes. Como se observa, hay un repunte en 1951 pero termina de decaer en el año en que se aleja Pla, sin dejar registros en forma posterior.
La Editorial Rosario SA fue la puesta en práctica de una novedosa y creativa experiencia en respuesta a los cambios bruscos de las condiciones y espacios de producción y circulación de los sujetos, que se vieron obligados a rearmar y reorientar sus relaciones sociales de sentido. Una respuesta que, vale aclarar, parece que no alcanzó para suplir en el tiempo el nicho institucional perdido. Así como el proyecto fue posible y visible en la medida en que se hizo por fuera de la Universidad, salvo en el corto lapsus de 1945-1946 –que paradójicamente coincide con el de más libros publicados–, pareciera que esa desinstitucionalización prolongada temporalmente fue un límite –quizá económico y profesional– imposible de sostener en el tiempo, porque el grupo se desintegra gradualmente. De manera que el proyecto se va desarmando hasta desaparecer hacia el final del segundo momento abordado.
También habría que considerar el contexto específico del mundo del libro argentino, cuyos números exportables tenían desde mediados de la década anterior un relevante crecimiento, mientras que a partir de 1948 comienzan a bajar las cifras, que se estabilizan en el descenso de la exportación hasta 1954. En este sentido, si se considera que el catálogo rosarino estaba orientado a un mercado que excedía el local, puede sumarse como otro factor explicativo de su declinación (De Diego, 2014; Giuliani, 2018).
Por último, si bien están presentes de manera lateral, se destacan la superposición de redes y de espacios de sociabilidad y reciprocidad en este recorte de relaciones que giran alrededor de una “sensibilidad antifascista” (Pasolini, 2005). Esta se puede inferir frente a una amenaza inminente –una latencia– a determinados tópicos, que son los que de una u otra manera fueron asumidos por el grupo abordado, a grandes rasgos: reformismo universitario, liberalismo, republicanismo y democracia. Finalmente, en 1943 esa amenaza se presenta como forma específica y con toda su gravedad en la propia Universidad y, con la posterior llegada del peronismo al gobierno, parece confirmarse para el grupo. En general, son los mismos hombres y mujeres que se cruzan y se encuentran en distintos ámbitos, quienes construyen y posibilitan proyectos intelectuales movidos por una cierta “estructura de sentimiento” (Williams, 2009), en tanto una posible experiencia vivencial compartida y contextualmente percibida en sus itinerarios concretos. Los dos momentos propuestos están atravesados y convocados, con sus singularidades, por esa sensibilidad antifascista.