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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versão On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.48 Córdoba jul. 2022

 

ARTICULOS ORIGINALES

Terra Mater: reivindicación del principio femenino1
Terra Mater: vindication of the feminine principle

Vandana Shiva2

En diciembre de 1987, en Estocolmo se otorgaron dos premios: el Premio Nobel de economía fue concedido a Robert Solow, del MIT, por su teoría del crecimiento basado en la posibilidad de prescindir de la naturaleza. En opinión de Solow, «El mundo puede, en efecto, progresar sin recursos naturales, por lo tanto el agotamiento es sólo un acontecimiento, no una catástrofe.» (Citado en Singh, 1987).

Al mismo tiempo, el Premio Nobel Alternativo (nombre con que se conoce el Right Livelihood Award), instituido para «la visión y la tarea que contribuyen a hacer la vida más íntegra, recobrando la salud de nuestro planeta y mejorando la humanidad», galardonó a las mujeres del movimiento Chipko, quienes, como líderes y militantes, habían dado más importancia a la vida de los bosques que a las suyas propias y que habían proclamado con su actuar, que la naturaleza es indispensable para la supervivencia.3

Ambos premios son elocuente expresión de dos concepciones en pugna. Estos dos modos de ver el mundo sostienen hipótesis opuestas acerca del valor de distintas categorías de trabajo y existencia. La visión del mundo personificada por el profesor del MIT solamente considera conocimiento el que producen los técnicos masculinos de Occidente, y sólo concibe como riqueza la que ese conocimiento produce. El «crecimiento» económico que el modelo masculinista de progreso ha vendido es el crecimiento del dinero y del capital sobre la base de la destrucción de otros tipos de riqueza como la producida por la naturaleza y las mujeres. Según este parecer, la naturaleza en sí misma no tiene valor, a menos que esté dominada y explotada por la ciencia masculina occidental, y las mujeres y los pueblos no occidentalizados no tienen ni producen valor, porque ellos, al igual que la naturaleza, no tienen valor intelectual o económico interior: son portadores de ignorancia y pasividad mientras que el hombre occidental es el portador del conocimiento y el progreso.

Para la concepción del mundo que representan las mujeres de Chipko, la naturaleza es Prakriti, que es creadora y fuente de riqueza, y las mujeres de las regiones rurales, los campesinos y los pueblos tribales que viven en contacto con la naturaleza, y obtienen el sustento de ella, tienen un conocimiento profundo y sistemático de los procesos naturales de reproducción de riqueza. Con la dominación del hombre moderno Occidental, la naturaleza y las mujeres no adquieren valor, ambas lo pierden: con este proceso de sometimiento. La dominación de la naturaleza por parte de la cultura industrial de Occidente, y la dominación de las mujeres por parte del hombre industrial es parte del mismo proceso de desmerecimiento y destrucción que la historia masculinista ha caracterizado como el «Siglo de las Luces». Con el Premio Nobel Alternativo, una parte de la población mundial se está uniendo a las mujeres de Chipko en el planteo de un desafío a la noción de progreso y de ilustración. Diez años después de que las mujeres de Henwal Ghati vinieron con faroles encendidos durante el día a mostrarle a los técnicos forestales «la luz» de que los bosques producen suelo y agua, no solamente madera y rentas, otras personas se han sumado a ellas para poner en tela de juicio el símbolo de la «luz» como monopolio exclusivo de los especialistas occidentales.4

Las categorías de desigualdad de género que tuvieron su origen en el Siglo de las Luces están siendo impugnadas en todo el mundo por ser las de un proyecto especial de un estrecho grupo de tecnócratas occidentales que excluyeron a todos los demás grupos de la producción de riqueza intelectual y material, pero los incluyeron en cambio para que compartieran el mito que consiste en ver la destrucción de la naturaleza y la subyugación de la mujer como «progreso». Las categorías reduccionistas del pensamiento moderno occidental eran categorías intrínsecamente violentas y destructivas hacia la naturaleza como productora y hacia las mujeres como expertas. En esta destrucción de la riqueza material e intelectual, las categorías reduccionistas de la ciencia están dialécticamente vinculadas a las categorías reduccionistas de la economía que reduce todo valor al valor del mercado, y registra sólo las actividades y procesos que se pueden convertir en dinero e implican transacciones comerciales por dinero. La economía reduccionista supone que sólo el trabajo pago produce valor. Esto lleva por un lado a ignorar la dependencia del ser humano con respecto al mundo natural, mientras que por el otro genera la ideología de la división por género del trabajo, de modo que la tarea de las mujeres en la producción de sustento es considerada carente de valor económico aun cuando constituye el fundamento mismo del sustento y el bienestar. Como el agua, el forraje o la madera que consiguen las mujeres pobres del Tercer Mundo son bienes gratuitos que la naturaleza da a todos, la economía reduccionista no ve la recolección como una forma de trabajo. Se crea una dicotomía basada en géneros entre el trabajo «productivo» y el trabajo «no productivo», que parte del dinero y el precio como únicas medidas del valor y de la riqueza.

Esta división ideológica entre trabajo «productivo» e «improductivo» que parte de los criterios del mercado queda inmediatamente en evidencia con las crisis económicas contemporáneas, en las cuales la riqueza ya no está relacionada con el trabajo o con la producción de bienes y servicios.

La producción de bienes y servicios dejó de ser la arista dinámica de la actividad económica, se produjo una transición hacia las transacciones documentarias y la especulación. Los mercados de futuros y la especulación empezaron a dominar a los verdaderos productores y consumidores que son los pobres, las mujeres, los pueblos tribales y los campesinos del Tercer Mundo, y prescinden de ellos a menos que se «adecuen» a las transacciones comerciales con precios creados artificialmente. En lugar de apuntar a una reproducción sostenible de riqueza, el sistema económico mundial, conducido por el capitalismo comercial, se ha dedicado a crear riqueza instantánea a través de la especulación efectuada a expensas del futuro, y de los pobres. La década transcurrida entre 1973 y 1982 fue testigo de una intensificación de los movimientos de capital que van desde los bancos trasnacionales y las instituciones financieras hacia el Tercer Mundo. Esta etapa de solicitud de préstamos constituye la raíz misma de la crisis de la deuda contemporánea del Tercer Mundo. Y los préstamos se estimularon con el fin de reciclar la enorme liquidez que el sistema financiero del Norte había generado y no podía absorber. El Tercer Mundo se convirtió en un importante campo de inversión con una gran rentabilidad: las ganancias de los siete bancos estadounidenses más importantes aumentaron vertiginosamente del 22% en 1970 al 55% en 1981, y al récord del 60% registrado al año siguiente. El Sur cayó en una trampa de deudas, recibiendo préstamos con la sola finalidad de pagar los intereses de préstamos anteriores (Clairmonte y Cavanagh, 1986).

La naturaleza paradójica de la actual integración de las economías mundiales a través de la red de especulación y dinero prestado, radica en que se maneja con construcciones míticas realizadas en computadoras y tableros electrónicos, y puede destruir instantáneamente las verdaderas economías de países enteros por obedecer a los números que fulguran en los centros financieros mundiales. Se ha pasado de la fábrica al ámbito financiero, pero este cambio vincula íntimamente dicho ámbito con las explotaciones agrícolas más pequeñas y remotas del planeta. Durante el período de posguerra, el «crecimiento» capitalista provenía de la expansión industrial; hoy, la riqueza nace del intercambio económico improductivo y ficticio. Su fundamento no es el intercambio de mercancías sino el pago de intereses a un sistema monetario integrado por documentos y ordenadores. Los objetos reales y las personas reales son meros insumos de lo que en esencia se ha convertido en un juego de comprar y vender mercancías ficticias con la esperanza de acumular grandes ganancias con las variaciones de los precios. Sólo aproximadamente el cinco por ciento de las transacciones comerciales en los mercados de futuros tienen alguna relación con la entrega efectiva de bienes. Pero este juego mítico pone en ventaja a los especuladores del Norte, que «arriesgan no solamente la riqueza de las naciones sino también las vidas de los agricultores desposeídos de esos países'' (Bennet, 1987, p. 131). La riqueza del Sur se transfiere al Norte, en una nueva oleada que coloniza la tierra y los bosques del Tercer Mundo a través de los precios de las materias primas y de los mercados de futuros. Hay países, ecosistemas y poblaciones enteras que pueden experimentar un colapso repentino en este juego de la especulación, que apuesta a ellos y su producción, y luego los abandona por improductivos: tierras y personas. Como lo señalaba Ruth Sidel en su libro, Women and Children Last, cuando las economías del mundo, regidas por el paradigma masculinista de la riqueza, comiencen a derrumbarse «las mujeres y niños van a ser los primeros, pero no los primeros en salvarse, sino en caer en el abismo de la pobreza.» (Sidel, 1987, p. XV).

El moderno mito de la creación que propagan las mentes occidentales masculinas, tiene su fundamento en el sacrificio de la naturaleza, las mujeres y el Tercer Mundo. En la problemática de fines del siglo XX lo que está en juego no es sólo el empobrecimiento de estos sectores excluidos, sino la posibilidad misma de prescindir de la naturaleza y de las culturas no industrializadas y no comerciales. Lo único que cuenta es el precio en el mercado. Y la circunstancia de que hoy los precios del mercado mundial estén totalmente alejados del verdadero valor de las mercaderías, poco importa. Considérese el simple caso del arroz, que las mujeres tailandesas denominan «vida» porque como alimento el arroz es vida en sí mismo. Los Estados Unidos, en virtud de la ley agrícola de 1985, hicieron bajar los precios mundiales del arroz de 8 dólares la tonelada a menos de 4 dólares. Los agricultores tailandeses, cuyas exportaciones de arroz aportaban el 15% de las divisas extranjeras que entraban al país, se vieron obligados a disminuir los precios y aumentar el volumen de producción para mantener las exportaciones y cumplir con las obligaciones crediticias con el extranjero. La necesidad de extender el cultivo de arroz para la exportación llevó a que se destruyeran bosques y se desalojara a las tribus que vivían allí (Rithchie y Ristau, 1987, p. 7).

Las deudas, la caída de los precios de las mercaderías y la especulación en los mercados de futuros se han convertido en una importante fuente de «crecimiento económico». En los Estados Unidos, el pago de intereses de las deudas del sector agrícola que aumentó un 1.000 por ciento en un período de diez años –de 20.000 millones de dólares en la década de los setenta a 225.000 millones de dólares en la de los ochenta– supera el ingreso neto de dicho sector. Con respecto al Sur, a partir de 1981, los países del Tercer Mundo se han transformado en exportadores netos de capital al pasar las cifras de 7.000 millones de dólares en 1981 a 74.000 millones de dólares en 1985, sin incluir la repatriación de ganancias de las trasnacionales y la fuga de capitales. Si se suma todo, la afluencia de capital desde el Sur hacia el Norte asciende aproximadamente a 240.000 millones de dólares, lo cual cuadruplica la del Plan Marshall, que fue reembolsada con intereses a los Estados Unidos. La mayoría de estos fondos están siendo vaciados en empresas muy características de la sociedad basada en la especulación; y la subsistencia y el futuro de los pobres se sacrifican para que éstas continúen operando. Los recursos de los pobres se han convertido en una gran fuente de dinero y ahorros que se desplazan hacia los centros financieros. Según Cavanagh, «Si se relaciona y compara la enorme magnitud del tributo que nababes como Warren Hastings y la Compañía de las Indias Orientales extrajeron del subcontinente indio (una de las mayores fuentes de financiamiento de la revolución industrial del siglo XVIII) todo el dinero que se saca actualmente parece insignificante» (Clairmonte y Cavanagh, 1986).

Resulta bastante evidente que el sistema económico mundial no es equitativo ni sostenible. Está cimentado en la deuda, en la vida a costa del futuro, por tanto no puede generar nada que no sea crisis. El Lunes Negro, día en el cual quebró la bolsa de valores de Wall Street, podría ser sólo el comienzo de una serie de crisis cada vez más profundas del comercio y las finanzas internacionales.

Vivir bien sobre la base de riqueza robada o cobrada por concepto de intereses es la receta económica de los sumos sacerdotes que orientan los bancos y las instituciones financieras, quienes creen que los recursos naturales y los pobres son elementos prescindibles de los ecosistemas. La caída de Wall Street ha demostrado que esta receta no sólo es injusta e inmoral, sino también irrealizable. Estados Unidos, que ha suministrado el modelo de la opulenta sociedad de consumo, no puede seguir siendo el canon, porque la prosperidad de las mujeres, los obreros y los pequeños agricultores estadounidenses se acabó, y ellos también se han vuelto prescindibles. La crisis que afecta a la supervivencia, engendrada por las categorías y conceptos que concibió el masculinista «Siglo de las Luces», no se puede superar desde dentro de las mismas. Cuando la bolsa de valores de Wall Street quebró resultó evidente que la riqueza de que disfruta Estados Unidos, porque otros le financian el déficit y por la especulación, no era sostenible. John Kenneth Galbraith expresaba que con la propia magia del mercado, que era la favorita de Reagan, se estaba escribiendo el último capítulo de la «Reaganeconomía». Pero lo que Reagan pudo responder fue: «He creído en esto durante tanto tiempo que no voy a cambiar de idea ahora» (citado en Morrow, 1987, p. 20).

La mentalidad que ha generado la crisis no puede ofrecer soluciones. Los que aceptan el desafío de buscarlas son precisamente los que fueron declarados incapaces de pensar. Las mujeres del Tercer Mundo tienen la certeza de que la cuestión está en sobrevivir, y tienen además la pericia necesaria para ello. Hoy en día, está quedando en evidencia que el hombre «racional» del Occidente moderno es un manojo de irracionalidades que amenaza la propia supervivencia de la humanidad. Cuando nos damos cuenta de que quienes decían estar llevando la luz nos llevaban hacia la oscuridad y los que supuestamente vivían en la oscura ignorancia eran de hecho los iluminados, no hay nada más racional que redefinir las categorías y los significados. Reivindicar el principio femenino como respeto por la vida de la naturaleza y la sociedad parece ser el único camino para avanzar, tanto hombres como mujeres, tanto en el Norte como en el Sur. Las metáforas y conceptos de las formas de pensar que prescinden del principio femenino han tenido su fundamento en una concepción según la cual la naturaleza y las mujeres son pasivas, inertes y por último prescindibles. Estas categorizaciones etnocéntricas fueron universalizadas, y con la universalización también ha estado asociada la destrucción de la naturaleza y la subyugación de las mujeres. Pero este modo dominante de organizar el mundo hoy está siendo impugnado por las mismas voces que había silenciado. Estas voces, acalladas por el sometimiento, transmiten de forma apacible pero con firmeza la idea de que el hombre occidental sólo produjo una cultura, pero existen otros caminos para estructurar el mundo. Las luchas femeninas por la supervivencia a través de la protección de la naturaleza están redefiniendo el significado de las categorías esenciales. Están impugnando esa concepción dominante según la cual la naturaleza y las mujeres son inútiles e improductivas, obstáculos para el progreso y hay que sacrificarlas.

Las luchas ecológicas de las mujeres están introduciendo dos cambios fundamentales en el modo de pensar con respecto al valor económico e intelectual. El primero se refiere a lo que se considera conocimiento y quiénes son los peritos y productores del valor intelectual. El segundo abarca los conceptos de valor económico y riqueza y quiénes los producen. Las mujeres productoras de medios de subsistencia nos demuestran que la naturaleza es el fundamento y la matriz de la vida económica a través de su función de sustento, y los elementos de la naturaleza, que la visión dominante ha catalogado de «improductiva», son el principio de la sostenibilidad y de la riqueza de los pobres y los marginados. Ponen en tela de juicio los conceptos de improductivo, desperdicio y prescindencia definidos por el Occidente moderno. Están demostrando que no se puede sobrevivir sin producir medios de subsistencia y esto no puede suprimirse de los cálculos económicos; si la producción de vida no se puede calcular en función del dinero, entonces son los modelos económicos, y no el trabajo femenino que produce sustento y vida, lo que se debe sacrificar. Los expertos en subsistencia son quienes poseen el acervo intelectual en materia de supervivencia ecológica; ellos tienen el conocimiento y la experiencia para sacarnos del atolladero en que nos metió la mentalidad masculinista occidental. Y además de tener un acceso privilegiado a la ciencia de sobrevivir, el conocimiento de las mujeres del Tercer Mundo incluye en vez de excluir. Las categorías ecológicas con las cuales ellas piensan y actúan pueden convertirse en categorías de liberación para todos, hombres y mujeres, occidentales y no occidentales, seres humanos y no humanos del planeta. Al haber apartado la «vida» del centro de la organización de la sociedad humana, el paradigma dominante del conocimiento se ha convertido en una amenaza para la vida misma. Las mujeres del Tercer Mundo están situando nuevamente en el centro de la historia humana el interés por la vida y la supervivencia. Al recuperar las posibilidades de supervivencia de todas las formas de vida, están poniendo los cimientos de la recuperación del principio femenino en la naturaleza y en la sociedad y, a través de éste, la recuperación de la tierra como sustentadora y proveedora.

Notas

1. Publicado originalmente en Vandana, S. (1995). Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo (pp.277-300). Madrid: Hora y Horas. Su reproducción en Estudios fue autorizada por la autora.
2. Indian Institute of Science (India). Contacto: vandana.shiva@gmail.com
3. Comunicado de prensa de Right Livelihood Foundation, 9 de octubre de 1987, que expresa: «El movimiento Chipko es el fruto de cientos de iniciativas autónomas y descentralizadas. Sus líderes y militantes son en primer lugar aldeanas que actúan para proteger sus medios de subsistencia y sus comunidades».
4. La construcción social del género y la naturaleza como actividad de género durante el Siglo de las Luces está ampliamente analizada en MacCormack y Strathern (1980).

Referencias bibliográficas

1. Bennet, J. (1987) The Hunger Machine. Cambridge: Polity Press.         [ Links ]
2. Clairmonte, F. F. y Cavanagh, J. (1986) Third World Debt: The Approaching Holocaust. Economic and Political Weekly, XXI (31), 1361- 1364.         [ Links ]
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4. Morrow, L. (1987) Who's in Charge? Time, 130 (18), 18-49. Recuperado de http://content.time.com/time/subscriber/article/ 0,33009,965916,00.html         [ Links ]
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