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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versão On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.48 Córdoba jul. 2022

 

ARTICULOS ORIGINALES

El ecofeminismo y sus compañeros de ruta. Cinco claves para una relación positiva con el ecologismo, el ecosocialismo y el de-crecimiento1
Ecofeminism and its fellow travelers. Five keys to a positive relationship with environmentalism, ecosocialism and de-growth

Alicia H. Puleo2

La memoria feminista conserva un pasado de esperanzas defraudadas y apoyos no recíprocos en relación con otros movimientos sociales. El presente trabajo pretende contribuir a lo que me gusta llamar «Pactos de Ayuda Mutua» entre los movimientos sociales contemporáneos, en este caso, entre el ecofeminismo y el ecologismo en sus diversas variantes, en un tiempo de crisis múltiples y desesperada necesidad de alternativas viables y solidarias. Nada más adecuado, para comenzar, que recordar unas palabras de la malograda Petra Kelly, cofundadora de Los Verdes alemanes (Die Grünen): «Nosotras queremos trabajar con nuestros hermanos del movimiento verde, pero no queremos estar sometidas a ellos. Ellos deben demostrar su buena voluntad para abandonar sus privilegios de miembros de la casta masculina» (Kelly, 1997, p. 29).

En el primer apartado recordaré algunas de las numerosas decepciones históricas que sufrieron las feministas en su contacto con otros movimientos por la libertad y la igualdad. En el segundo, realizaré una breve aproximación al ecofeminismo, esa corriente del feminismo que actualmente despierta tantas expectativas en un mundo que se enfrenta a una crisis ecológica de dimensiones crecientes. Finalmente, en el tercero, abordaré lo que considero cinco escollos en la relación entre (eco)feministas y ecologistas con el objetivo de señalar las vías de su superación y el consiguiente éxito de los Pactos de Ayuda Mutua a corto, medio y largo plazo.

La Historia, esa gran maestra

La larga historia de amores no correspondidos que arrastra el feminismo le previene ante la posibilidad de depositar una confianza ingenua en los actuales compañeros de ruta por un mundo más justo. Observando los hechos históricos, el fenómeno de los esfuerzos de las mujeres en movimientos emancipatorios distintos al feminismo fue calificado certeramente por Celia Amorós de «alianzas ruinosas» (Amorós, 2005a, p. 342), dado que no estaban acompañadas de la correspondiente reciprocidad. Las mujeres fueron, una y otra vez, utilizadas como luchadoras de la libertad y la igualdad para, más tarde, ser olvidadas cuando llegaba el momento de la reorganización social y del cumplimiento de las promesas.

Recordemos brevemente algunas de estas amargas decepciones. Heidi Hartmann condensó la experiencia de las feministas con el marxismo en la elocuente metáfora del «matrimonio mal avenido» que servía de título al artículo en el que denunciaba la constante subordinación de «la cuestión femenina» en partidos y sindicatos de clase y llamaba a una integración en igualdad o, en caso contrario, al «divorcio» (Hartman, 1979).

Ya durante la Revolución francesa, en ese momento fundacional de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, las mujeres que participaron en la gesta vieron de- fraudadas sus esperanzas. Tras la exclusión de las mujeres de los debates de la asamblea revolucionaria, la girondina Olympe de Gouges escribe: «El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres!

¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible» (De Gouges en Puleo, 1993, p.160). Las jacobinas –protagonistas de la marcha de las mujeres a Versalles que dejó al rey Louis XVI en manos de la Asamblea Nacional– vieron cómo sus compañeros de partido cerraban por decreto su Club de Ciudadanas Republicanas Revolucionarias y las exhortaban a volver al ámbito doméstico en nombre de las leyes naturales. Según afirmaba el diputado Amar, inspirado en Rousseau, su deseo de participar en la política no era sino un alejamiento de la misión fijada por la Naturaleza, la de ser madres dedicadas al hogar. 3 Este recordatorio solo se produjo cuando los jacobinos habían llegado al poder y ya no necesitaban movilizar a sus bases femeninas. Pauline Léon y Claire Lacombe, sus activistas más destacadas, se salvaron de la guillotina gracias a una oportuna huida al extranjero. Ni el esfuerzo de las revolucionarias fue reconocido ni se produjeron avances en la situación del colectivo femenino. En el siglo siguiente, las mujeres se implicaron en la lucha por la abolición de la esclavitud de los negros pero los líderes abolicionistas no devolvieron el apoyo recibido cuando, más tarde, se trató de conseguir el voto para las mujeres.

Cierto es que la participación en los movimientos emancipatorios a menudo ha sido un revulsivo que despierta iniciativas feministas. Las delegadas norteamericanas en la lucha antirracista por la abolición de la esclavitud descubrieron que se les negaba la entrada al Congreso internacional abolicionista de Londres por el hecho de ser mujeres. Este rechazo inesperado les llevó, ya de vuelta a EE UU, a crear, en 1848, el movimiento sufragista, convencidas de que era necesario luchar por sus propios derechos civiles y políticos: el voto, la capacidad de administrar sus bienes, de trabajar sin solicitar el permiso de sus maridos, de cursar estudios superiores o ejercer profesiones liberales. El sufragio era considerado la clave para poder, a partir de su obtención, superar su condición de eternas menores de edad.

Como señala Ana de Miguel, el sufragismo encontró en el socialismo marxista un inesperado oponente que recomendó a las mujeres postergar cualquier demanda de igualdad con la promesa de que la revolución proletaria solucionaría automáticamente la injusta subordinación femenina (De Miguel, 2008a). Por un lado, los escritos de Engels contribuyeron a socavar los argumentos naturalizantes que excluían a las mujeres del trabajo y de la vida política, pero, por otro, su tesis –que más tarde los estudios antropológicos revelaron errónea– sobre el origen del patriarcado como resultado de la aparición de la propiedad privada, fundamentaba el mandato de abandonar las reivindicaciones sufragistas, consideradas irrelevantes, y de concentrar todas las energías exclusivamente en la lucha de clase, negando la existencia de cualquier opresión de sexo en el seno de la familia obrera (Puleo, 2012).

Con la segunda ola del feminismo, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, resurgió el debate sobre «el enemigo principal» (Delphy, 1982): patriarcado o capitalismo y las feministas socialistas tuvieron que batallar para que se reconocieran los legítimos intereses de las mujeres (Molina Petit, 2005). Las experiencias frustrantes en el movimiento de estudiantes de la Nueva Izquierda llevaron a las más jóvenes a crear los grupos del feminismo radical. Observemos la similitud con los acontecimientos vividos en Madrid, Barcelona y otras ciudades en 2011 cuando las jóvenes descubrieron, perplejas, que entre los participantes del nuevo movimiento de Indignados del 15-M se manifestaban actitudes sexistas, indiferentes y hasta agresivas contra sus demandas de visibilización de las mujeres. Esta experiencia las llevó a organizarse en torno al lema «Sin feminismo, no hay revolución» (Ezquerda, 2012). No hay duda de que, como señalaba más arriba, los momentos de movilización social y política abonan el terreno para el resurgimiento de las demandas feministas.

Las feministas radicales de los setenta releyeron el freudo-marxismo en clave de género (Amorós, 2005b) y plantearon una transformación social en profundidad que reconocía en las bases del sistema patriarcal no solo aspectos jurídicos y económicos, sino también afectivos y simbólicos (Puleo, 2005; De Miguel, 2008b). Autodenominadas «radicales» en alusión al sentido etimológico de «ir a la raíz» de un problema,4 estaban redefiniendo lo que se consideraba una buena vida (en tanto anhelo de felicidad), la vida buena (como ideal ético) y la sociedad justa (u organización política basada en principios, virtudes y valores éticos). De ahí que se incluya al feminismo, a pesar de su larga trayectoria, dentro de los llamados «nuevos movimientos sociales» junto con el ecologismo (Dalton y Kuechler, 1992). Ambos tuvieron similares desencuentros con teóricos y militantes de la izquierda que tardaron bastante en aceptar (quienes lo han hecho, que no son todos) que la economía no era la única clave explicativa de todo fenómeno social y que una industrialización devastadora basada en el mito del crecimiento indefinido no era la meta indiscutible que aportaría un bienestar sin sombras a la humanidad.

Pero el ecologismo, como movimiento emergente, a pesar de tener unas bases altamente feminizadas, no ha estado exento de reproducir los viejos errores de otros movimientos progresistas con respecto a las mujeres. Cierto es que los partidos verdes fueron pioneros en la aplicación de la paridad en sus listas e integraron al feminismo ya en sus inicios, impulsados en este aspecto tan innovador por el pensamiento de figuras de la talla de Petra Kelly (Riechmann, 1991, 1992; Velasco Sesma, 2010 y 2014). Pero las ecofeministas materialistas Ariel Kay Salleh (1994) y Mary Mellor (1997) tuvieron que criticar la devaluación del trabajo reproductivo realizado por las mujeres en que incurrían hasta los mismos teóricos ecosocialistas. Val Plumwood (1993) mostró la exclusión de la experiencia femenina del cuidado empático del Otro en la noción de «Yo expandido» de la Deep Ecology. Mary Judy Ress (2006) se lamentó de lo poco que se escuchaba a las ecofeministas espiritualistas latinoamericanas en el seno de la propia Teología de la Liberación a la que se adscribían. Estos reproches apuntan a un problema compartido que, después de una rápida aproximación al ecofeminismo, analizaré, sin pretensiones de exhaustividad, en cinco puntos clave.

El ecofeminismo

Si comparamos nuestro presente con el de quienes vivieron hace un siglo y medio, concluiremos que las mujeres han cambiado las sociedades modernas de manera profunda, exitosa y no violenta. Lo han logrado a partir de dos momentos históricos inéditos: el sufragismo que nació a mediados del XIX y la segunda ola del feminismo surgida en el último cuarto del siglo XX. Por lo general, no se reconoce la autoría de tal proeza, pero es incontestable. La tarea emancipatoria no ha terminado y las mujeres conservan el entusiasmo y la fuerza de los sujetos sociales emergentes. El análisis feminista de las relaciones de poder y de la construcción de las identidades de género se ha extendido a múltiples aspectos sociales y culturales. Con mucha propiedad, el feminismo podría hacer suya la afirmación «nada de lo humano me es indiferente». Y si atendemos a su implicación ecológica a través de la corriente llamada ecofeminismo, agregaremos: «ni de lo no humano». En sus diferentes formas, el ecofeminismo aborda los nuevos problemas derivados del desarrollo industrial; analiza las relaciones entre patriarcado y dominio sobre la naturaleza; revaloriza las actitudes y virtudes de la ética del cuidado históricamente propias de las mujeres; denuncia los graves problemas de salud sufridos por las mujeres a causa de la contaminación;5 revela la miseria y la multiplicación de las tareas de las mujeres más pobres debido al deterioro medioambiental y sostiene que el modelo neoliberal tecnocapitalista depredador ha de ser reemplazado por una relación armónica con el medio que, en vez de buscar el beneficio mercantil a corto plazo, conserve los recursos naturales, respete a los demás seres vivos y atienda al bien común.

Minoritario dentro del feminismo, el ecofeminismo es hoy una fuerza emergente que atrae sobre todo a las jóvenes, genera estilos de vida ecológico-feministas, se concreta en acciones precisas ecológicas y animalistas, se difunde en las redes sociales a través del ciberactivismo y se expresa con diversos enfoques en las Humanidades y las Ciencias Sociales. Como en toda corriente de pensamiento vivo, el núcleo de ideas compartidas –en este caso, la tesis de una relación entre patriarcado, subordinación de las mujeres y dominio sobre la Naturaleza no humana– no impide la existencia de posturas diferentes y hasta radicalmente opuestas entre las distintas pensadoras. Algunas teóricas se han decantado por el esencialismo con respecto a la identidad de género, otras optan por el constructivismo. El materialismo histórico ha inspirado ciertas investigaciones, las teorías postmodernas, otras. Hay quien ha partido de hipótesis antropológicas de difícil comprobación sobre la existencia de un supuesto matriarcado primitivo que, sostienen, subsistiría en algunos pueblos actuales,6 afirmación que –no puedo dejar de señalar– suscita mi escepticismo. Algunas pensadoras se han centrado en el análisis de la estructura socioeconómica del capitalismo desde una perspectiva ecofeminista.7 Otras han desarrollado sus tesis ecofeministas desde la Teología (p. e. Gebara, 2000) o la Filosofía (p. e. Plumwood, 1993), o desde cosmovisiones no occidentales (p. e. Shiva, 1988). También existe diversidad en la interpretación de la historia de la Filosofía y en las consideraciones en torno a la ética animal (Adams y Donovan, 1995; Warren, 1996; Puleo, 2011).

Por último, cabe destacar que la interrupción voluntaria del embarazo y hasta el control de la natalidad parecen suscitar reparos a algunas ecofeministas (p. e. Mies, 1998), lo cual me ha llevado a sostener que un ecofeminismo que parte de la idea de «santidad de la vida» conlleva un alto riesgo de alejamiento con respecto a las reivindicaciones de libertad y de decisión sobre el propio cuerpo del feminismo. Existe también lo que puede considerarse una praxis ecofeminista en la que sus agentes no se autoaplican ese calificativo. Como forma del llamado «ecologismo de los pobres» (Martínez Alier, 2004), esa praxis ecofeminista tiene una presencia creciente en la resistencia a lo que la ecofeminista y altermundialista Vandana Shiva ha llamado «el mal desarrollo» (Shiva, 1988). Los grupos de mujeres en lucha contra proyectos locales devastadores del medio ambiente se han multiplicado en las últimas décadas. Este incremento responde principalmente a la intensificación del ritmo de la globalización neoliberal. La disminución de los recursos naturales debido a la sobreexplotación y el fenómeno de la deslocalización de las empresas han ampliado los límites espaciales y la profundidad de implantación del modelo que algunos han llamado, con demasiado optimismo, «capitalismo desmaterializado». Lejos de hacerse independiente de los bienes naturales, esta fase globalizada corresponde a la liquidación final de la Naturaleza y a la inclusión forzada de la totalidad de humanos y no humanos en los engranajes implacables de la economía de mercado.

El sistema de producción agrícola hegemónico destruye la biodiversidad, genera pobreza y exclusión social. Empeora notablemente las condiciones de la vida cotidiana de las campesinas del Sur, haciendo más difícil su labor de obtención de alimentos, de leña o de agua. Ya en los años ochenta del siglo XX, V. Shiva denunciaba que las mujeres rurales de la India que vivían en una economía de subsistencia eran las primeras víctimas de la llegada de la explotación intensiva «racional» dirigida al mercado internacional (Shiva, 1988). El avance de la deforestación les condenaba a recorrer a pie grandes distancias para encontrar la leña que antes recogían junto al pueblo. Organizadas en torno a los principios de respeto a los demás seres vivos propios de la tradición de la India y de las enseñanzas de Gandhi, las mujeres Chipko se abrazaron a los árboles en turnos de vigilancia hasta lograr la detención de la tala de los bosques comunitarios en contra de la voluntad de sus maridos que preferían venderlos. En los últimos años, mujeres de los pueblos originarios de América Latina han comenzado a organizarse para reivindicar las tierras ancestrales y rechazar los proyectos de la megaminería. El Frente de Mujeres Guardianas de la Amazonia ha denunciado las actividades extractivistas de empresas multinacionales causantes de una monstruosa contaminación y de la expulsión de los pueblos originarios de sus propios territorios. Numerosas mujeres rurales se han opuesto a la invasión de los transgénicos y al uso masivo de agrotóxicos, esa guerra contra la Naturaleza que es también guerra contra los seres humanos más pobres. Gracias a organizaciones de mujeres rurales e indígenas como Anamuri, de Chile, se ha revelado el potencial político de algunas costumbres de valor ecológico que antes se consideraban sin relevancia. Este es el caso del intercambio de semillas y saberes en el Trafkintu8 propio del territorio mapuche. Hay casos trágicos, como los de madres que perdieron a sus hijos debido al incremento de la leucemia infantil en zonas cercanas a campos fumigados.

Como antaño las Madres de Plaza de Mayo, ahora las Madres del Barrio Ituzaingó Anexo, en la provincia de Córdoba, Argentina (García Forés, 2012) se han movilizado hasta conseguir pequeños pero difíciles éxitos judiciales. En otras ocasiones, las mujeres tomaron el relevo de la resistencia cuando los hombres habían sido asesinados. Tal fue el origen del movimiento de mujeres organizadas que se opusieron con valentía a la deforestación en el pueblo de Cherán, en Michoacán, México. Como puede observarse en la entrevista a una de las participantes en esta lucha, los motivos prácticos de orden utilitario se unen a una visión biocéntrica, pre-moderna que coincide con intuiciones de la ética eco- lógica desarrollada en centros filosóficos de vanguardia: «Antes había árboles que solo se podían abrazar entre cuatro personas, nos dejaron arbolitos que puedes abrazar tú solita, por eso decidimos reforestar, muchas nos dedicamos a plantar y cuidar los árboles; para nosotras son una fuente de recursos, pero también un ser al que le debemos respeto».9

La participación de mujeres en el movimiento internacional por la Soberanía Alimentaria ha dado lugar a la Declaración de Nyéléni (Mali, 2007) en la que piden que se reconozca que las mujeres han sido pioneras en el conocimiento popular de la agricultura y que, actualmente, actúan como verdaderas guardianas de la biodiversidad cuando se ocupan de conservar e intercambiar semillas autóctonas. Recuerdan también que son quienes producen el 80 % de los alimentos en los países más pobres. Enumeran los daños causados por la agricultura industrial, reclaman para las mujeres el acceso a la tierra, a los recursos y servicios esenciales y piden la participación política. Rechazan explícitamente tanto la opresión moderna del mercado como la antigua de las sociedades tradicionales. Por su parte, el Documento Final del Noveno Encuentro Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres (2013),10 preparatorio de la Cuarta Acción Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres de 2015, reivindica una «cultura feminista contra hegemónica» que incluye entre sus objetivos la lucha contra el agronegocio, el hidronegocio, el extractivismo, los cultivos transgénicos y la expropiación de tierras a la vez que denuncia la violencia sexista y el conservadurismo crecientes que están vinculados a estas nuevas formas de dominio del mundo. Vemos, pues, que la lucha por la Soberanía Alimentaria abre nuevas vías de reivindicación de la dignidad y la autonomía de las mujeres.11 En el medio rural, un ámbito difícil para las reivindicaciones feministas, se comienza a tomar conciencia de la subordinación femenina y de la violencia patriarcal. Las mujeres ya no se resignan a ser productoras invisibles y reclaman reciprocidad.

Cinco claves para una amistad duradera

De los llamados nuevos movimientos sociales se ha afirmado que son praxis cognitiva que opera una redefinición de la realidad. En este sentido, el feminismo, a pesar de su larga historia, puede ser incluido entre los nuevos porque ha redefinido lo que es ser hombre y mujer al cuestionar y transformar las relaciones entre los sexos (De Miguel, 2003). El ecologismo y el animalismo, en sus diversas formas, redefinen también al ser humano y a la naturaleza no humana. Los movimientos gay y lésbico, el LGTB y, recientemente, el movimiento asexual han propuesto nuevas visiones del amor y la sexualidad. En la estela del ecologismo, son también redefiniciones de la realidad aquellos paradigmas que, como el decrecimiento, la ecología social, el ecosocialismo y el ecofeminismo, a pesar de las diferencias que los separan, coinciden en transformar el criterio con el que se mide la calidad de vida, abandonando la tiranía del mercado o dogmas tales como «más siempre es mejor».

Tanto en su teoría como en su praxis, el ecofeminismo comparte numerosos principios y metas con los demás paradigmas alternativos a los dogmas actuales del crecimiento, del homo economicus, del antropocentrismo extremo y de la economía de mercado. La crítica al sistema capitalista, el reclamo del ecosocialismo de transformar en profundidad las estructuras de producción y consumo y de democratizar las decisiones económicas, acaparadas hoy en día por unos pocos (Lowy, 2011; Riechmann, 2013), son compartidos por numerosas ecofeministas en su propuesta de un mundo más justo y sostenible. La convivialidad de Iván Ilich, la sencillez y la amistad de las sociedades verdes del futuro frente a los objetivos de competitividad, poder y dinero eran ya una meta de las escritoras consideradas inspiradoras del pensamiento ecofeminista.12 Los ocho pilares del decrecimiento en Serge Latouche, expresados en sus famosas ocho R (reevaluar, recontextualizar, restructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar) (Latouche, 2009), pueden leerse desde la perspectiva ecofeminista. También la R de «recuperar» técnicas y saberes tradicionales.13 En primer lugar, como ya he señalado, el ecofeminismo reconceptualiza el mundo humano y no humano. Si el feminismo permite ver el mundo con gafas violetas, el ecofeminismo inaugura una visión verde y violeta. Frente al contractualismo, revaloriza la ética del cuidado, abriendo así el espacio de la responsabilidad ecológica y transgeneracional y de la superación del especismo, concebido como visión arrogante patriarcal sobre los animales no humanos. El ecofeminismo nos recuerda que reutilizar y reciclar son actitudes y tareas cotidianas de millones de mujeres en el mundo. Tanto la agricultura campesina como el saber tradicional de las mujeres que trabajan los huertos familiares se caracterizan por el cierre de los ciclos de la materia y el respeto a los tiempos necesarios para la vida. Con respecto a reducir el consumo, la huella ecológica, los desplazamientos y el tiempo de trabajo para poder disfrutar del ocio y de las relaciones interpersonales, el ecofeminismo puede añadir las consideraciones feministas sobre la doble jornada de trabajo que agobia a la «superwoman» moderna.

La salida de las mujeres del espacio doméstico se ha producido sin que se transformara el perfil masculino del puesto de trabajo, es decir, conservando una visión del trabajador como hombre liberado de las tareas domésticas necesarias para la vida puesto que había una esposa que se ocupaba de ellas. Reestructurar la base económico-productiva, desde la perspectiva de la economía feminista, incluye tomar en cuenta también la esfera del cuidado indispensable para la reproducción de la vida humana.

Finalmente, las demandas de acceso a los recursos y las movilizaciones por los conflictos ecológicos distributivos de la praxis ecofeminista plantean redistribuir como forma fundamental de la justicia y de la sororidad internacional tras desvelar que las mujeres pobres son las más afectadas por la injusticia económica y ambiental.

Son muchos los puntos de contacto y coincidencia entre el ecofeminismo y las diferentes propuestas ecologistas. Sin embargo, también existen zonas de sombra para los intereses emancipatorios de las mujeres. Voy a referirme brevemente a las más notables. No trataré el animalismo, tanto porque reivindica su diferencia con respecto al ecologismo como porque me propongo dedicarle un estudio específico en el futuro.

Llamaré a estas cinco zonas opacas de los nuevos paradigmas ecológicos: mujeres invisibles, emancipación en diferido, Ilustración olvidada, multiculturalismo beato y viejo hombre nuevo.

1) Mujeres invisibles
En las relaciones entre la teoría feminista y las teorías ecologistas (en sus muy diversas variantes) se suele reproducir la falta de reciprocidad y reconocimiento que se observa entre los sexos en el conjunto de la sociedad patriarcal. Las feministas estudian y citan a teóricos de todo origen; pero la inversa es mucho menos frecuente. Pocos son los autores que, desde el ecologismo, el ecosocialismo o el decrecimiento, reconocen las aportaciones del feminismo. 14 Así, por ejemplo, un famoso pensador de la teoría del decrecimiento no tiene problemas en reconocer parentescos con la Ecología Social de Murray Boockin, la Deep Ecology de Arne Naess, el neozapatismo de Chiapas, el sumak kausay (buen vivir) de los pueblos originarios de Latinoamérica pero reduce la gran diversidad existente de expresiones del ecofeminismo (populares y académicas, filosóficas y sociológicas, etc.), a una irónica y peyorativa mención a las «grandes sacerdotisas ecofeministas de los cultos neopaganos sincréticos y new age» (Latouche, 2007, p. 156). Asimismo, es asombroso que logre el prodigio de hablar de control demográfico y reproducción humana sin mencionar siquiera una sola vez la palabra «mujeres» o referirse de alguna otra manera a su existencia (Latouche, 2007, pp. 46-50). En otros autores, existe una tendencia a subsumir la pluralidad de las mujeres en la categoría «la mujer», lo cual es también una forma de invisibilidad de todas y cada una en tanto personas diversas. Esta invisibilidad no solo suele ser algo común en los textos, también se da en la dinámica cotidiana de grupos de jóvenes por la sostenibilidad. En ocasiones, algunas activistas me han comentado su decepción por haber descubierto que se contaba siempre con las mujeres para las tareas cotidianas de infraestructura pero pocas veces las elegían cuando surgía la oportunidad de enviar un portavoz a los medios de comunicación, por ejemplo. Asimismo, en la estructura de numerosas ONG ambientales puede advertirse la conocida pirámide de bases femeninas y cúspide masculina.

2) Emancipación en diferido
Esta es una antigua y recurrente exigencia que se ha hecho a las mujeres desde movimientos sociales progresistas distintos al feminismo. Se les llama a postergar sus intereses como colectivo de género y a plegarse a un objetivo general que, supuestamente, solucionará en el futuro todos los problemas del «segundo sexo». Como ya hemos visto, tal fue el mensaje que Engels envió a las mujeres con respecto al sufragismo: la lucha sufragista no tenía sentido ya que la sociedad comunista que emergería tras la revolución no sería patriarcal. Por ello, las mujeres debían olvidar sus propias reivindicaciones y dedicar todos sus esfuerzos a acelerar el proceso revolucionario. La historia demostró después que no se cumpliría tal promesa. Este no es el único caso de promesa incumplida. Los ejemplos históricos son innumerables. En los procesos de lucha social y política se suele aceptar la participación de las mujeres mientras se está en el momento de la lucha y se necesita sumar energías. Cuando se alcanza el poder, las demandas de las mujeres son generalmente ignoradas. Recordar este triste fenómeno no implica aconsejar que las mujeres se abstengan de participar en otra lucha social que no sea el feminismo; pero sí que lo hagan desde la autoconciencia de pertenecer a un colectivo de sexo que ha padecido y padece un tipo especial de opresión. La emancipación en diferido no es más que una promesa vana si no se acompaña de una praxis igualitaria en el seno del grupo desde el presente. Este gran escollo de la emancipación en diferido está estrechamente ligado a la invisibilización de las mujeres, a su percepción como «idénticas» y a su no reconocimiento pleno como sujetos en igualdad. El ecofeminismo ha de cumplir, al respecto, la función de una necesaria negociación preventiva con el ecologismo.

3) Ilustración olvidada
El discurso postmoderno ha desmontado la imagen autocomplaciente de la Modernidad occidental. Era necesario hacerlo pero, en su esfuerzo deconstructivo, ha terminado poniendo en duda los principios de la resistencia a la opresión. He denominado ecofeminismo crítico (Puleo, 2011) a mi propuesta de una teoría ecofeminista que sea capaz de eludir los peligros que encierra para las mujeres la renuncia al legado de derechos de la Modernidad. Todos los ecofeminismos son críticos en la medida en que cuestionan el sistema actual pero el adjetivo «crítico» alude en este caso a la necesidad de conservar el legado emancipatorio del pensamiento ilustrado. Indudablemente, la Modernidad tiene muchas caras y algunas nos han llevado a la crisis ecológica actual. Pero no debemos olvidar que el movimiento filosófico de la Ilustración representa una formidable lucha contra la opresión religiosa y política.

La crítica al prejuicio y las ideas de autonomía y de igualdad de todos los hombres han sido decisivas para el surgimiento imparable de las reivindicaciones de las mujeres. Tenemos que construir una nueva cultura ecológica sin desandar el camino recorrido por el feminismo ni abandonar los fundamentos que nos han permitido avanzar en él. En este sentido, es necesario dejar clara la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos. Frente a una difusa exaltación de la Vida que esconde la tradicional negativa a dar autonomía sexual a las mujeres, el ecofeminismo crítico que propongo defiende la libre determinación sobre el propio cuerpo (Puleo, 2011).

De hecho, el texto en el que por primera vez se utilizó el término ecofeminismo era un artículo de Françoise d'Eaubonne publicado en 1974 que sostenía que la sobrepoblación del planeta, tema que preocupaba a los ecologistas, era el resultado de la negación patriarcal del derecho a decidir de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Esta idea se ha debilitado en los desarrollos ecofeministas posteriores. Algunas teóricas incluso han demonizado todo recurso tecnológico por considerarlo una expresión del patriarcado capitalista. Vuelven, así, a la imagen de la mujer definida por su rol de madre.

Por otro lado, ciertas formas del ecologismo están actualmente impulsando un discurso esencialista y antifeminista que reactivará probablemente el justificado temor de las mujeres al ecologismo. Esto es muy negativo tanto para las mujeres como para el ecologismo. «Your body is a battleground», denunciaba la artista plástica Barbara Krugger en una obra feminista ya célebre. Una vez más, ahora teñido de verde, el cuerpo de las mujeres se presenta como territorio de lucha. En 2012, la influyente revista The Ecologist, en su versión para España y Latinoamérica, publicó un monográfico titulado «La revolución calostral» que confirma el giro de esta publicación periódica hacia posiciones espiritualistas neoconservadoras profundamente antifeministas. Los temas de portada eran elocuentes con respecto a la estructuración del discurso: «La usurpación de la fertilidad», «La esterilización de la población», «El proselitismo pro-abortista», «Las tecnologías Terminator», «La mercantilización de la maternidad», «El parto/nacimiento natural», «Ciclos lunares e indigenismo».15 El conjunto de sus artículos es una clara declaración de guerra contra el Ecologismo Político que, por el contrario, acepta el derecho al aborto y a la eutanasia. Estos derechos de libertad individual son presentados como formas de opresión del Estado «paternalautoritario». La eutanasia solo es objeto de una breve mención. El tema central es, como lo muestra el título elegido, la condena inapelable del aborto al que consideran negación de la fertilidad y oculta forma antiecológica elegida por los poderes económicos y políticos para dominar el mundo. Al no llamar a la obediencia, sino a la insumisión, los autores muestran conocer bien cómo conseguir la adhesión de un público alternativo y contestatario.

Afirman que la forma de rebelarse frente al «tecnopatriarcado» es (que las mujeres acepten) volver a los «ciclos sagrados» de la vida. Se mezclan en un totum revolutum preocupaciones que no podemos dejar de compartir como la dominación económica, la contaminación con agrotóxicos o los peligros inherentes a los cultivos transgénicos con manipulaciones ideológicas en torno a la interrupción del embarazo y las prácticas anticonceptivas. Para el ecologismo neoconservador la planificación familiar y la interrupción de una gestación son algo tan irresponsable y violento como el accionar de las grandes corporaciones que devastan el planeta o el genocidio nazi.

Entre metafísicas oscuras sobre el poder de la Eternidad y citas de sanadoras indígenas, encontramos alusiones a un san Agustín retocado que pondría todas las esperanzas de cambio del mundo en el poder de las madres. En toda mujer habitaría una naturaleza salvaje, indómita, en la que el placer sexual estaría ligado inexorablemente a la reproducción. El parto llega a ser presentado como éxtasis orgásmico que las madres comunes modernas no son capaces de experimentar porque están profundamente reprimidas por el patriarcado.

La nueva maternidad-paternidad regida por la Naturaleza ancestral y liberada del «catecismo feminista» será capaz de regenerar a la humanidad. Se dice que el feminismo ha introducido la discordia entre los sexos, disminuyendo así la natalidad, como si siglos de Historia no nos hubieran enseñado que el patriarcado ha herido y matado mucho antes de que el movimiento por los derechos de las mujeres fomentara el «desorden» de la autonomía femenina y la maternidad responsable.

Según este ecologismo neoconservador, la liberación de las mujeres consistirá en dejar de pretender ser iguales a los hombres. Vuelve, así, la decimonónica teoría de la complementariedad a recordar a las féminas cuáles son sus labores naturales. Desde luego, como hemos visto, esta no es la primera vez que se utiliza el concepto de Naturaleza para poner en su lugar a un colectivo insubordinado. En su tratamiento filosófico de los sexos, Rousseau ya desplegaba lo que he llamado «discurso del elogio»: nadie puede hacer las labores domésticas del cuidado como vosotras, por lo que no seréis ciudadanas de pleno derecho, sino que os limitaréis a criar ciudadanos. El ecologismo neoconservador vuelve a utilizar su engañoso tono adulador: sois maravillosas, poseéis virtudes y poderes extraordinarios y los estudios universitarios estropean esas capacidades innatas de vuestro sexo.

Evidentemente, no será con este ecologismo neoconservador con quien corresponda hacer Pactos de Ayuda Mutua. Pero incluso en los círculos de la Ecología Política ajenos a estas posiciones neoconservadoras, encontramos, en ocasiones, cierta tendencia a mistificar la maternidad y la crianza. El discurso sobre la lactancia adquiere un carácter normativo y las mujeres que por razones laborales no pueden cumplir estrictamente con el modelo comienzan a sentirse culpables. Se preguntan si son egoístas o madres incompletas por haber elegido la autonomía del trabajo asalariado o la carrera profesional. Es significativo que la llamada para que las mujeres retornen al hogar vuelva a oírse en una época de altas tasas de paro y en un período histórico que puede considerarse de Contrarreforma patriarcal.

He sostenido que, entre el hedonismo nihilista irresponsable y carente de objetivos solidarios y el retorno a la sacralización de los procesos biológicos, existe una alternativa que combina libertad y responsabilidad: la conciencia ecológica y empática que preserva su plena autonomía. El olvido de la Ilustración, su rechazo sin matices es altamente peligroso para todos, pero las primeras en sufrir sus consecuencias son, sin lugar a dudas, las mujeres.

4) Multiculturalismo beato
En estrecha conexión con el olvido de la Ilustración, encontramos en algunos textos y posturas ecologistas una reverencia extrema hacia prácticas que, si se dieran en nuestra propia cultura, serían objeto de indignado repudio por parte de esos mismos que dicen respetarlas cuando tienen lugar en otras. El necesario rechazo del etnocentrismo, prejuicio ingenuo e interesado correlato del imperialismo, ha llevado a algunos –sobre todo en el terreno de las costumbres opresoras para con las mujeres y los animales no humanos– a un culto beato a lo consagrado por la tradición en culturas que no conocemos bien. Considero que un pensamiento emancipatorio no puede aceptar mistificaciones opresoras, ni propias ni ajenas. La vocación universalista de la ética no es simple etnocentrismo, sino reconocimiento de la similitud de necesidades de los sujetos, humanos y no humanos. Sufrimiento, encierro, discriminación, esclavitud, tortura, explotación... son universalmente malos. No podemos justificarlos con el argumento de que existen formas similares o peores de abuso en nuestra sociedad.

Ninguna cultura es perfecta, pero todas pueden mejorar con el aprendizaje intercultural. Frente a un multiculturalismo extremo que beatifica cualquier práctica con tal de que esté fundada en la tradición, el aprendizaje intercultural nos permite comparar, criticar y criticarnos.

Hemos de aprender de culturas sostenibles como oportuno correctivo a nuestra civilización suicida, pero hacerlo sin caer en una admiración beata. También tenemos que ser capaces de reconocer en lo propio algo que ofrecer a los demás. A través de la autocrítica y de la crítica, avanzaremos. El objetivo ha de ser construir en conjunto una cultura ecológica de la igualdad, no venerar toda costumbre solo por ser parte de la tradición cultural nuestra o de la ajena. Todas las culturas han sido y continúan siendo injustas con las mujeres y con los animales no humanos y el feminismo tiene una larga historia olvidada de defensa conjunta de ambos (Rodríguez Carreño, 2012; VVAA., DEP, 2013). Los criterios mínimos de comparación que he propuesto para presidir la ayuda mutua intercultural del ecofeminismo crítico (Puleo, 2011) son la sostenibilidad, los derechos humanos, con especial atención a los de las mujeres por ser los más ignorados transculturalmente y el trato dado a los animales.

5) El viejo hombre nuevo
Toda interpretación del mundo que busque mejorarlo suele tener una propuesta de «hombre nuevo». Sin duda, un cambio social de este tipo requiere la construcción de un anthropos éticamente mejorado. Los paradigmas ecológicos no son una excepción al respecto. Pero, ¿puede hacerse esta gran transformación sin una perspectiva (eco)feminista que permita deconstruir el aner? A esta altura del acontecer histórico, con la potencia tecnológica de que se dispone y la estructura económica capitalista basada en el crecimiento infinito, la consigna de la construcción social del varón en torno a la idea de poder implica la liquidación del ecosistema global a medio plazo. Evidentemente, no se puede obviar la denuncia de los intereses económicos implicados en la devastación medioambiental contentándose con una crítica a las identidades de género. Sin embargo, esta también es imprescindible si queremos una transformación ético-política profunda que no se quede en mera gestión racional de los «recursos». Habrá que proceder a una visibilización y crítica del androcentrismo que hace del varón (andros) la medida de todo valor. «Androcentrismo» es un concepto clave para la comprensión de la ideología del dominio. El sesgo androcéntrico de la cultura proviene de la bipolarización histórica extrema de los papeles sociales de mujeres y varones. En la organización patriarcal, la dureza y carencia de empatía del guerrero y del cazador se convirtieron en lo más valorado, mientras que las actitudes de afecto y compasión relacionadas con las tareas cotidianas del cuidado de la vida fueron asignadas exclusivamente a las mujeres y fuertemente devaluadas. En el mundo moderno capitalista, bajo la búsqueda insaciable de dinero y el omnipresente discurso de la competitividad, late el antiguo deseo de poder patriarcal. De ahí que una mirada crítica a los estereotipos de género sea también necesaria para alcanzar una cultura de la sostenibilidad. El guerrero, el cazador y el broker no son las únicas formas de cristalización de la voluntad de poder patriarcal, desde luego. El ámbito intelectual y el activista tienen las suyas. Por ello, debemos tener siempre presente que el verdadero hombre nuevo no invisibiliza a las mujeres con sus actos mientras las alaba con sus palabras. Tampoco calla, por mor del respeto a las tradiciones, cuando se vulneran los derechos de las mujeres o se impide a las niñas desarrollar sus capacidades.

Avanzar hacia un nuevo anthropos implica no caer en esencialismos uniformizadores ni en un discurso del elogio que haga de las mujeres las abnegadas salvadoras del ecosistema, sino practicar la igualdad, reconocer el valor de la empatía y el cuidado atento, desarrollar estas potencialidades desde la infancia también en los varones y aplicarlas más allá de nuestra especie, a los animales –esclavizados y exterminados a una escala sin precedentes– y a la Tierra en su conjunto. La crítica al modelo neoliberal de desarrollo basado en la competitividad del mercado que explota y oprime ha de tener perspectiva de género. Necesitamos una reconceptualización del ser humano que integre razón y emoción, un sentido moral ampliado y una ética de la responsabilidad acorde con el nuevo poder tecnológico de la especie.

Conclusiones para un futuro común

Frente al siniestro panorama del nihilismo consumista, de los fundamentalismos religiosos y de la globalización neoliberal explotadora y ecológicamente suicida, los nuevos movimientos sociales han de apoyarse y reforzarse mutuamente. Esto no excluye la crítica. Tengamos siempre presente los cinco obstáculos que hay que superar: mujeres invisibles, emancipación en diferido, Ilustración olvidada, multiculturalismo beato, y viejo hombre nuevo. El hombre nuevo seguirá siendo viejo si no se autoaplica la hermenéutica (eco)feminista con honestidad y profundidad. Los movimientos por la sostenibilidad tienen mucho que ganar si reconocen a las mujeres como sujetos con una historia de autoconciencia emancipatoria. Desactivar estereotipos de género discriminatorios, no aplazar sine die las reivindicaciones feministas y combatir el androcentrismo de la cultura son algunas de las claves de este reconocimiento. A la vista de ello, podemos concluir, pues que, para el pensamiento y la praxis verdes, el ecofeminismo ha de ser el tábano socrático que les acompañe en ese largo camino hacia otro mundo posible. Los «matrimonios» son desventurados cuando se asientan en amores no correspondidos. Es preferible que el ecofeminismo y sus compañeros de ruta cultiven amistades francas que, como es sabido, suelen ser sólidas y duraderas.

Notas

1) Publicado originalmente en Puleo, A. H. (Ed). (2015). Ecología y género en diálogo interdisciplinar. Madrid: Plaza Valdés. Su reproducción en Estudios fue autorizada por la autora. Este trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigación La igualdad de género en la cultura de la sostenibilidad. Valores y buenas prácticas para el desarrollo solidario (FEM2010- 15599) y «Prismas filosófico-morales de las crisis» (PRISMAS: FFI2013-42935-P). Una versión anterior ha sido publicada en italiano con el título de Donne e mutamento sociale: uno sguardo ecofeminista, en Cacciari (2014).
2) Universidad Complutense de Madrid (España). Contacto: aliciapuleo@gmail.com
3) Su discurso, que fue seguido por el decreto de la Convención Nacional que prohibía todo club político de mujeres, tuvo lugar en la sesión del 9 Brumario, que corresponde a la fecha del 30 de octubre de 1793. Fue publicado en el periódico revolucionario Le Moniteur universel (Tome 18, N°40, p. 164).
4) Y no por emplear la violencia, como parece sugerir ahora este término debido a su interesado uso como arma de descalificación en las últimas décadas.
5) Los pesticidas y herbicidas actúan como xenoestrógenos, causando un notable incremento del cáncer de mama y del Síndrome de Hipersensibilidad Química múltiple tanto en productoras como en consumidoras. Sobre la incidencia de los productos químicos en la salud de las mujeres, ver, en este libro, el capítulo «Sesgos de género en medio ambiente y salud», de la endocrinóloga Carme Valls-Llobet.
6) Para un ejemplo de esta posición, ver en este libro el trabajo de Kaarina Kailo «Del patriarcado como sistema alquímico al imaginario del don».
7) Para una exposición del ecofeminismo materialista de Mary Mellor, ver en este mismo libro el capítulo de María José Guerra «Ecofeminismos materialistas. Política de la vida y política del tiempo en Mary Mellor».
8) La conciencia de la importancia del trafkintu ha llevado a la Carta de Kurarrewe: Proclamación por el cuidado de la semilla y la soberanía alimentaria del wallmapu de mayo de 2012. Puede consultarse en Internet.
9) Campesinas se transforman en Guardianas para asegurar la defensa de la Amazonia. Entrevista a Inés Fajardo, en «Cimacnoticias. Periodismo con perspectiva de género», 21/02/2014. Puede consultarse en: http://www.adital.com.br/?n=cdfs (consultado el 30 de noviembre de 2013).
10) MMM (Marcha Mundial de las Mujeres) (2013): Declaración Feminismo en Marcha para cambiar el mundo, disponible en: http://encontrommm.wordpress.com/2014/02/20/declaracion-feminismo-en-marcha-para-cambiar-el-mundo/ (consultado el 30 de diciembre de 2013).
11) Sobre las tensiones provocadas por las demandas de las mujeres en la práctica de la Agroecología, una disciplina ligada a la meta de la Soberanía Alimentaria, ver el capítulo de este libro titulado «Una mirada ecofeminista sobre las luchas por la sostenibilidad en el mundo rural» de la investigadora brasileña Emma Siliprandi.
12) Un ejemplo de ello es la excelente novela de ciencia ficción de Ursula Le Guin El nombre del mundo es bosque (The Word for World Is Forest) cuya publicación en inglés data de 1976.
13) Sobre el protagonismo de las mujeres en esta tarea, ver, en este libro, el capítulo «Aportaciones de las mujeres indígenas al diálogo entre filosofía y ecología», de la profesora mexicana Georgina Aimé Tapia González; y el ya citado de la especialista brasileña en mujeres y Agroecología, Emma Siliprandi.
14) Son honrosas excepciones a esta regla del total olvido y el silencio: Andrew Dobson (1997), Paolo Cacciari (2008), Jorge Riechmann (2012, 2013), Joan Martínez Alier (2007) y Florent Marcellesi (2012), entre otros.
15) El fundador de la revista, Edward Goldsmith (1928-2009), ya sostenía en sus escritos que solo se salvaría la naturaleza si se santificaba la familia y se adoptaba una organización social tradicional en que las mujeres volvieran a sus tareas de cuidado del hogar.

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