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Cuadernos del CILHA

versão On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.18 no.1 Mendoza jun. 2017

 

MISCELÁNEAS

Crítica del lenguaje y emancipación política en Contorno (1953-1959)

Critique on language and political emancipation in Contorno (1953-1959)

 

Pilar Roca Escalante

Universida de Federal da Paraíba
Brasil
pilarocaes@hotmail.com

 

Recibido: 19/4/2017
Aceptado: 16/6/2017


Resumen

La revista literaria y política Contorno (1953-1959) se convirtió con el paso del tiempo en una referencia para la crítica literaria. Sus organizadores entraron a formar parte del canon de autores frecuentados por la siguiente generación. Su fama certera se debió a la habilidad para identificar viejos temas bajo abordajes novedosos que encontraron eco en las generaciones que les siguieron. Aquí tratamos la importancia y el sentido que tuvieron las afirmaciones sobre el lenguaje que se emitieron desde sus páginas como un camino hacia la necesaria emancipación política. Analizamos las relaciones establecidas entre lengua, política y literatura a través de las principales observaciones emitidas en la revista y las situamos en las coordenadas espacio temporales por las que la publicación atravesaba durante los años de actividad entendidas como un reflejo de la realidad lingüística y política argentina del momento.

Palabras clave: Historia de las ideas; Política lingüística; Literatura hispanoamericana; Revista Contorno.

Abstract

The literary and political magazine Contorno (1953-1959) became, over time, a reference for literary criticism. The organizers became part of the canon of authors who would be followed by the next generation. Their fame was due to the ability to identify old issues under new approaches that found echo in the coming generations. Therefore, we discuss the importance and meaning of the affirmations about language that wereissued from its pages as a way to the necessary political emancipation. We analyze the relations established between language, politics and literature by way of the main observations emitted in the magazine, within a time and space coordinationin which they were published during the years of activity, understood as a reflection of the Argentine linguistic and political reality of that moment.

Keywords: History of Ideas; Language Policy; Hispanic American Literature; Contorno Magazine.


 

Origen y formación de la revista

Fundada por los hermanos Ismael (1925-2014) y David Viñas (1927-2011) Contorno (1953-1959) nació y creció como un proyecto crítico de la ideología vigente en la cultura letrada argentina que permeaba tanto la concepción de lengua como la producción literaria. Se nutrió de contribuciones muy variadas por lo que a opciones políticas y orígenes sociales se refiere. No obstante, sobre las diferencias, sus colaboradores tenían en común la comprensión del peronismo como la encrucijada histórica en la que para bien o para mal se había realizado la identidad nacional argentina y que se concretaba en el lenguaje.

Para adentrarse en su complejidad social e histórica, además de los hermanos Viñas, otras figuras intervinieron en mayor o menor medida en su análisis, como Juan José Sebreli, Adolfo Prieto, Carlos Correas, Rodolfo Günther Kusch, F.J. Solero, Oscar Masotta, Noé Jitrik, León Rozitchner, Ramón Alcalde o Tulio Halperin Donghi contribuyendo a formar y expandir una reflexión que, como es frecuente en corrientes intelectuales destinadas a desentrañar la identidad de los estados nacionales, comenzó por revisar los ideas vigentes sobre lengua y lenguaje. Durante sus seis años de vida, la revista redimensionó ambas, considerándolas huellas históricas esenciales para la comprensión de las ideologías. Desde sus páginas reivindicó un idioma patrimonial y específicamente argentino, y desveló la estructura ideológica presente en la sociedad argentina mediante la crítica literaria e histórica hasta derivar en el comentario político durante la fase de Cuadernos de Contorno, ya bajo la responsabilidad de Ismael Viñas.

De Contorno se ha llegado a decir que fue más comentada que leída, pero nadie duda de su carácter fundador. Intelectuales como Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Josefina Ludmer, Teresa Gramuglio o Jorge Lafforgue la reconocen como su mito de origen. Influyó en el cambio de rumbo que se le logró imprimir a la crítica literaria argentina de los años cincuenta, así como al comentario político, habilitándolo para pensar el momento presente, ofreciéndole a una posible nueva izquierda caminos alternativos a los transitados por los partidos tradicionales y por los nacionalistas que no eran capaces de atraer a las nueva clase obrera que el peronismo convocaba con indudable éxito.

Su lectorado era universitario, sobre todo de la ciudad de Buenos Aires seguida de otras como Rosario o Córdoba. Todas ellas tenían además en común contar con una importante clase obrera, colectivo con el que durante los años sesenta –época en la que la revista alcanza su estatus de mito fundador– los movimientos estudiantiles unen fuerzas para reivindicar cambios en el sistema socioeconómico. Desde sus páginas se abrió un proceso revisionista de los principales intelectuales del momento. Se denunciaba que se mantuvieran estructuras cristalizadas en un ideario político tanto de derechas como nacionalista que se revelaba insuficiente para dar cuenta de un país cuya creciente complejidad social solo el peronismo daba muestras de entender. Desde la primera administración de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) el objetivo era implantar una política nacional socialmente integradora y ofrecer la participación activa en la política a aquellas capas de la población provenientes tanto de un complejo proceso inmigratorio como a aquellas que permanecían relegadas por la vigencia de largos periodos de políticas gubernamentales sesgadas y clasistas.

Sin embargo, aunque el radicalismo de Yrigoyen tuvo logros, como la ampliación del derecho al voto, terminó por claudicar ante las fuerzas socioeconómicas vigentes que a su vez sustentaban los intereses institucionales. Para ambos hermanos Viñas, ese fracaso que entendían más como una inhibición derivada de las raíces ideológicas del radicalismo a la hora de restablecer un sistema integrador, se dibujaba simbólicamente en la fallida actuación de su padre durante las huelgas de la Patagonia que tuvieron lugar entre 1920 y 1921. En su manera de dirigir el conflicto, él, al igual que Yrigoyen, se revelaba incapaz para asumirse como un proyecto eficaz que pudiese conducir políticamente la compleja identidad argentina de inicios del siglo XX. En esos momentos parte de la sociedad cuestionaba el orden instituido y parecía que solo la violencia podría modificarlo. Esa comprensión de fracaso será un fuerte motor emocional de los Viñas, estimulando una sensibilidad de izquierdas, ya presente en su familia de origen, que se tradujo en una constante actitud crítica hacia la ideología dominante.

Ismael Viñas siempre se reconoció como un pensador de cuño marxista, teniendo su análisis un impacto directo sobre la obra crítica de su hermano David. Al comienzo de una nota a modo de obituario, Carbone y Cernadas afirmaban poco después de su muerte en 2014 que

Ismael nació en Los dueños de la tierra de su hermano David, luego del encuentro entre Yuda (Esther Porter: de tradición judía, rusa y anarquista) y Vicente Vera (Ismael Pedro Viñas: radical católico y medio positivista), luego de que el Viejo (Yrigoyen) enviara al joven juez, como mediador, a resolver el caso de las huelgas en la Patagonia a comienzos de los años 1920.

Se comprende que afirmen eso, porque David es el referente más claro para un lector en Argentina, en Buenos Aires y en concreto en el ámbito universitario. Entendido en ese sentido es verdad, Ismael nació en ella. Pero en realidad no solo lo fue Ismael sino también el propio David. Aún más, habría inclusive que invertir los términos, fue la novela Los dueños de la tierra, la que nació en Ismael porque como observa la crítica, en sus planteamientos históricos de la literatura se pautó David para desarrollar los fundamentos de toda su crítica y su creación literaria. Según subrayan Marcela Croce y los compiladores de la revista, Carlos Mangole y Eduardo Warley, David partió del análisis histórico–político de raíz marxista demarcado por Ismael y en él se respaldó “para la formulación de una historia de la literatura argentina” (Croce, 1996: 9).

No obstante, y en esto discordamos con Croce, que el método de análisis de los dos editores de la revista fuera marxista no los hacía existencialistas, sobre todo porque este último no era un método sino una corriente literaria. Como prueba de ello están las insistentes correcciones que Ismael Viñas hizo en las ocasiones que habló de la revista desde su exilio. Ni él ni su hermano habían leído Sartre al establecer la línea editorial y cuando el primero llegó a hacerlo –El ser y la nada, en concreto– fue mucho tiempo después de que la revista ya hubiera dejado de salir y no le dijo gran cosa (Montes-Bradley, 2005). Por su parte, Ismael, en alguna conversación en Jerusalén comentaba el despegue fulgurante de su hermano como escritor y crítico, un adolescente que no había leído un libro hasta que dio con 24 horas de una mujer, de Stefan Zweig y ya nunca paró en su carrera.

Por tanto, y a pesar de David haber recuperado muy bien el tiempo pedido, en la época en que se fundó la revista no tenía entre sus lecturas a Sartre, aunque en numerosas ocasiones se autodefiniera como existencialista. En realidad, él no parecía preocuparse por las etiquetas y adoptó la que mejor le vino en el momento. Cuando preparaba la biografía intelectual de Ismael (Roca, 2005) y le entrevisté en el 2003 en su despacho del Instituto de Literatura Argentina, señaló como responsable de ese existencialismo a su amigo y también contornista León Rozitchner, alguien que, a su vez, no solo no se reconocía como existencialista sino que siempre se había declarado como merleau-pontiano, es decir, un pensador de cuño marxista, como lo era Sartre y como lo era también su hermano Ismael. Además de que, en semejantes planteamientos, se hacía difícil tal influencia, porque ésta habría tenido que ser a posteriori o con efecto retroactivo, pues cuando Rozitchner regresa de Francia a Buenos Aires hacia 1954, la revista ya había decidido sus coordenadas programáticas y era un éxito editorial para la corta tirada que tuvo en sus comienzos. Contribuye a insistir en esa evaluación una serie de factores derivados en general de la falta de análisis detallado, atenida a los hechos, y de la repetición de clichés. Por un lado, existe la tendencia generalizada de la crítica a caer en la inconsistencia de desconsiderar a los dos hermanos como responsables principales del programa y detenerse en los tres colaboradores que no intervinieron en el diseño programático de la revista y que en general se declararon existencialista aunque en realidad su formación era más la de un marxismo humanista recibido de Héctor Raurich, a saber, Juan José Sebreli, Oscar Masotta –intelectuales que nunca fueron centrales en Contorno, y Carlos Correas que, además de no haber tenido contacto con Raurich, nunca se consideró miembro de la revista, declarándose inclusive lector más dedicado de Sur. Además redunda en esa falsa evaluación el hecho de que otros escritores o intelectuales influyentes de esa generación entraron en la literatura a través de sus lecturas directas de la revista dirigida por Sartre, Les Temps Modernes. Un caso muy claro es el del editor Francisco Porrúa (1922-2014) que ideó su colección de Ediciones Minotauro desde ella, inclusive sus intereses literarios fueron orientados por la lectura de determinados artículos publicados por la revista. No obstante, como señala Luis Harss en recientes conversaciones, no concretó ninguna línea crítica con relación al lenguaje al verter los diálogos traducidos del inglés al “tú” y al “vosotros”.

En realidad las líneas de fuerza de la revista se establecierona principios de los años cincuenta en conversaciones entre Ismael y David en la casa del primero. Este último venía de una aparatosa ruptura con el editor de una revista de único número, Héctor Murena. Murena y Viñas preparaban una publicación, Las ciento y una, que se pretendía innovadora frente a las que el panorama de la época ofrecía cuando divergencias de planteamientos sobre conceptos históricos estalló en un desacuerdo más que verbal, haciendo el proyecto inviable. Las causas estribaban en que Murena, con una incipiente fama de joven crítico se acogía a las tendencias filosóficas y literarias de autores como Jürgen Habermas, Theodor Adorno, Max Horkheimer y Walter Benjamin, llegando a ser codirector de la Colección de estudios alemanes de Sur. Murena explicaba los hechos sociales y culturales de América, y en concreto de Argentina, por la presencia de un sentimiento de culpa originado en el proceso inmigratorio entendido como expulsión del paraíso -representado por Europa- y por el aislacionismo que las condiciones geográficas le infringían. Así adoptaba, una perspectiva clasista de la historia y la sociedad que se manifestaba en el lenguaje y en las elecciones del canon literario de autores de la revista Sur. Tras la ruptura y sin compañero de viaje, David buscó apoyo en Ismael con quien había sintonía política e intelectual, porque habían testimoniado en casa desde niños las principales carencias del proyecto político radical. Al llegar a casa de su hermano, David ya tenía pensado los objetivos, las metas, los propósitos y hasta gran parte de los colaboradores que integrarían su nuevo proyecto editorial.

Se forma así un grupo neurálgico: Susana Fiorito, mujer pragmática, comprometida, solidaria y trabajadora que se ocupará de los aspectos prácticos, entre ellos la diagramación, salida y distribución de la revista; David, promotor de ideas tomadas por una intuición genial, atosigante, que esparcía una comprensión novedosa y rompedora de la literatura y de la crítica e Ismael, menos callejero que su hermano y muy dotado para la observación y el análisis de la actualidad política. Con su enfoque histórico de la literatura se adelantaron a su época y abrieron hoja de ruta a posteriores sociólogos de la talla de Beatriz Sarlo. Como ella misma reconoce en un artículo con motivo del fallecimiento de Ismael:

Como muchos, fui marcada por la revista Contorno, que se hacía en la casa de Ismael y Susana Fiorito, donde por rachas vivió David Viñas. Leímos Contorno cuando la revista ya no se publicaba. Por razones de edad, no fuimos contemporáneos a Contorno como lo fueron otros amigos. La alcanzamos 15 años después, en bibliotecas. Y mi generación intelectual comenzó a hacer la historia de la revista y de su impacto. Contorno revisó la cultura y la política argentina. Fueron pocos números (ahora accesibles en la facsimilar de la Biblioteca Nacional) pero definitivos: un programa (Sarlo, 2014).

La decisión de sacar Contorno se hizo a sabiendas de que habría que mantenerla a pulmón es decir sin otros recursos que los propios, razón que si bien fue la causa de su éxito,porque no le debían favores a nadie, también lo fue de su disolución, porque según palabras del propio Ismael se alcanzó tal éxito (de los primeros 300 ejemplares a los cinco mil del final) que a esas alturas no podía ser promovida por una pareja ni mucho menos por la fuerza de una sola persona, puesto que fue este quien acabó llevando adelante los Cuadernos de Contorno, ya centrados en el comentario político. En esa fase, Ismael Viñas analiza el frondizismo como un estudio implícito del peronismo en el que desnuda la naturaleza y la formación del nacionalismo argentino con todas sus fisuras. Pero para llegar a él había que evaluar y calibrar el lenguaje del que se disponía.

Las afirmaciones políticas sobre el lenguaje

Si Borges es el primer autor argentino que a Europa le suena conocido y con ello identifica a Argentina como una continuación de sus tradiciones letradas, Roberto Arlt había sido el elegido para poder pensar Argentina con una identidad propia, aunque estuviera en la periferia de Europa, sin que ello sonase a despectivo. En Contorno, Arlt les da la clave de sol de sus identidad nacional y cotidiana. Aunque Ismael Viñas siempre se interesase por la política, el ingreso de la revista en el comentario expresamente dirigido a ella no fue inmediato, principalmente, porque, como ha recordado en varias ocasiones, en la época del primer peronismo eso no estaba permitido y no querían que les secuestraran la publicación, lo que estuvo a punto de ocurrir en alguna ocasión. Sin embargo eso no significa que sus semillas no estuvieran ya diseminadas desde el primer número, que inclusive fuera su punto neurálgico ni que desde los primeros números permaneciese en la sombra. Inclusive podríamos afirmar que gran parte de su habilidad intelectual para el análisis político le venía de su sensibilidad lingüística que había adquirido en el ejercicio de la crítica literaria, una inquietud que siempre le acompañó. Y esas claves las encontramos en las palabras que le dirige a Arlt en quien sus limitaciones se convierten en llave de tránsito al análisis de la identidad argentina. Tales limitaciones

no adquieren mayor importancia en su obra sino en los momentos en que admite que sus personajes se salgan de sus existencias, para dar su opinión o explicación sobre las mismas (…). En (sus) intentos de colocar a sus personajes en esquemas elaborados sobre esas opiniones (…), cuando en lugar de vivir y exponer directamente sus intenciones y sentimientos, pretende racionalizarlos (Viñas, 2007: 10).

Esto no solo no era novedad sino una constante en los procesos de formación de identidades nacionales, lo que lo hacía y aun lo hace significativo. La dirección política dada a la lengua y a la literatura se encuentra presente en las corrientes intelectuales que se ven en la tesitura de describir y fijar las características de un determinado nacionalismo. En términos generales tienen en común que acostumbren a pararse primero sobre el lenguaje haciendo afirmaciones políticas sobre él, fijando las bases de su historiografía lingüística nacional y analizando las narrativas específicas que surgen de ella, narrativas que por lo general son escritas, aunque algunas identidades recurren con no poca frecuencia también a las orales porque es en ellas donde se forman los mitos básicos y las creencias más operativas de las unidades sociales, además de ser de ellas de donde surgen muchas de la opiniones más arraigas en los grupos y clases sociales. Durante el siglo XIX y XX esas narrativas identitarias aceleraron el ritmo de encapsulamiento e instrumentalización lingüística bajo la forma de gramáticas, diccionarios y retóricas, también llamadas artes de las bellas letras, que en el ámbito escolar se constituyen en herramientas de divulgación y cristalización de las formas de ideologías dominantes, ayudando a la implantación los nuevos nacionalismos que emergían en Hispanoamérica tras los procesos independentista.

En un primer momento los instrumentos lingüísticos forman una clase letrada elitista, pero pronto empiezan a ser dirigidos como herramienta de formación de la masa inmigrante que a través de la escuela encuentra su camino de integración social. El posterior surgimiento de hombre de masas hacia inicios de siglo XX aceleró el proceso, aunque a costa de que la ideología se hiciese más rígida hasta el punto de dogmatizarse. Varios ejemplos lo muestran, y algunos ya anuncian su desenlace siglos antes. Fue el caso de España durante el siglo XV y XVI, cuando se fundan las bases de la historiografía a partir de un tándem entre la fidelidad a la gramática, como vemos en la propuesta de Antonio de Nebrija (1492), o al uso de una comunidad, como defiende Juan de Valdés (ca.1535 [1736]), para quien el sentido de la lengua dimanaba de la convivencia cotidiana en un tiempo en el que se extienden las discusiones para determinar los textos revelados, los criterios para la traducción de la Biblia y la pertinencia o no de posibilitar su acceso igualitario por parte de la sociedad. Todo ello llevaba a replantearse implícita o explícitamente el principio de autoridad. En los nacionalismos de formación reciente esas claves se repiten. Un caso claro es el de Israel, con la reactivación pública de una lengua antes reservada a una función ritual, así como la orientación nacionalista de los estudios sobre la cábala que se extienden durante la mayor parte del siglo XX, destinándolos a estructurar discursivamente la identidad del estado recién formado, o, en Brasil, los esfuerzos de un José de Alencar por resaltar las cualidades de un lengua diferenciada del portugués de Portugal que exprese sus diferencias como señas de una nueva nación autónoma e independiente.

Son solo algunos casos que muestran los ingredientes inherentes a las dinámicas históricas de formación de los nacionalismos, tanto en sus discursos constructores como en los críticos entre los que Contorno se encuadra. Pero no son aquí casuales, España e Israel, y sus identidades como nación, constituyeron lugares de reflexión para Viñas junto a la Argentina. No es de extrañar, por tanto, que preparando su discurso político y simultáneamente a sus tareas críticas sobre la literatura tuviera que adoptar una postura que podría ser definida como un “alinearse con”, o “frente a”, o “al margen de” los debates sobre lenguaje e identidad nacional que desde principios de siglo hasta los años treinta se intensificaban en Argentina. Si al cambiar de siglo, la mentalidad sudamericana mudó su percepción sobre el contingente cultural y lingüístico ligado al potente mito de origen representado por España, en la Argentina se debió más a una acción defensiva que proactiva. Según Glozman y Lauria (2012: 21) hubo dos causas que lo motivaron,

la apelación a una tradición hispánica común fue también un modo de fundamentar el rechazo que generó el proyecto panamericanista en importantes figuras de la élite intelectual sudamericana, proceso que ilustra, ya sobre el cambio de siglo, el Ariel de José Enrique Rodó (1900). No es casual, pues, el año de esta publicación: el hecho de que la imagen de España no solamente comenzara a perder su connotación negativa sino que fuera adquiriendo nuevos sentidos, en gran medida, fue una operación de contraste con la cultura y la lengua anglosajonas, que se acentuó, a partir de 1899, con la guerra de Cuba.

En segundo lugar, la emergencia de posiciones conservadoras y puristas fue una de las respuestas de la élite intelectual frente a la contundente presencia de nuevas voces, lenguas y modos de enunciación que, en el marco de la llegada masiva de inmigrantes al país, atravesaban visiblemente los espacios públicos de la nación. La percepción, creciente desde la década de 1880, de que la inmigración podría constituir una amenaza a la unidad nacional de la Argentina se articulaba con una mirada clasista sobre las prácticas lingüísticas y discursivas de los extranjeros que llegaban al puerto de Buenos Aires.

Todo ello Ismael lo entiende como una manera de sustituir dependencias. Así en uno de sus últimos artículos, el larguísimo “Orden y progreso” que después publicará en forma de libro bajo el título Análisis del Frondizismo, lo dejará claro:

Nuestras clases altas se vieron frustradas [...] en su tendencia a constituir una sociedad capitalista autónoma. Desarrollaron, en su frustración una especie de mecanismo compensador: obraban como si expresaran a una sociedad independiente, presentándose como campeones de Latinoamérica frente al imperialismo de estado Unidos y como representantes de la cultura latina frente a la anglosajona. Lo primero les era fácil, porque estando sujeto nuestro país a Inglaterra, al enfrentarse nuestra diplomacia a Estados Unidos, no daba señal alguna de independencia y, al contrario, servía de instrumento al choque interimperialista. Nuestra vanagloria de antiyanquismo o no representaba nada o representaba lo contrario de lo que quería hacer creer: nuestro estado de dependencia y no nuestra autonomía. Nuestro latinismo cultural tenía un parecido significado. Se trataba, en realidad, de nuestro francesismo cultural. Es decir de la adopción por nuestras clases altas de un ersatz de liberación (una liberación dada en el plano del puro espíritu) que ni siquiera era eso, pues en los años de nuestro francesismo también la cultura de las clases superiores inglesas era afrancesada (1960: 221).

Sin embargo, en el periodo inmediatamente anterior a la aparición de Contorno las cosas ya están cambiando, como afirma Glozman en esa época “´el problema del lenguaje´ formaba parte del horizonte político” (2015: 57). La cuestión candente para la revista era que la generación de intelectuales precedente parecía no haberse dado cuenta de ello, encerrándose en un ensimismamiento rayano en la insensibilidad social, cuyas consecuencias no eran solo morales sino también económicas y repercutían en una desagregación social que solo el peronismo, con todas sus incoherencias, estaba, sin embargo, consiguiendo entender e integrar.

Por otro lado, si en los primeros años de la década de los 50 las críticas se centran en una discusión de nacionalismos que se debate entre el argentino, el panhispánico o el iberoamericano, en la revista eso no se expone en dichos términos debido a varias causas. En primer lugar su programa no se para mucho tiempo en ningún tema y el lingüístico en concreto se trata como inherente al discurso ideológico, asumiéndolo en el campo literario, lo que no lo hace menos importante. Por otro lado, la combatividad intelectual de los contornistas y especialmente de Ismael Viñas, era interna a Argentina: la responsabilidad del enyesado lenguaje cuya referencia era el español peninsular, y no la variante argentina que los definía, se debía a las elecciones de escritores argentinos y no quería entrar en ninguna discusión nacionalista. Ni David ni Ismael se interesaron nunca por adoptar algún tipo de nacionalismo, aunque sí les interesó el peronismo como nudo de problemas desde el cual crear una plataforma visible, tangible para pensar su país. Cuando se centraron en la revisión crítica de la generación de escritores que les precedía, les interesaba sobre todo mostrar el grado de omisión o compromiso que esos intelectuales podrían tener con el proceso nacionalista y las consecuencias que ello traía en lo social y lo político. Para los contornistas, de manera generalizada, era en la observación del uso del lenguaje donde mejor se podía evaluar su postura. Años después, en la edición facsímil de la revista, Ismael Viñas recordaba:

Uno de los problemas que afrontamos desde Contorno fue […] el voseo […] que da otra cadencia a las frases y que implica un modo diferente de relacionarse con los otros. Porque no es lo mismo decir: “Ven, siéntate” que “vení, sentate” […] En los tiempo en que apareció Contorno […] existía una vergüenza oficial por su uso […] las maestras se empeñaban en una batalla abierta y constante contra su uso, su aparición en la impresa era inusitada, y aun en las simples cartas familiares, había personas que no se animaban a tratar de vos a sus corresponsales […] los poetas usaban la conjugación “tú” […] Lugones: “Oh luna, quiero cantarte/con todas las reglas del arte …cuánto, cuánto albayalde/llevas gastado en balde/ para alumbra a tu hermana morena (Viñas, 2007: VIII).

Así las cosas, el carácter innovador de la revista, cuya paternidad Ismael Viñas siempre atribuyó a su hermano, partió de afirmaciones sobre el lenguaje para discutir la dimensión política que su tratamiento suponía, pudiendo, entre otros asuntos, dibujar un proyecto en el cual se hacía prioritario el giro hacia el empleo consciente de la lengua. Abrían una reflexión sobre la dimensión política que traía aceptar el uso de la lengua, en vez de imponer la prescripción y la corrección que no tenía apoyo en el empleo cotidiano del lenguaje en el cual los argentinos vivían, se relacionan y daban sentidos a las palabras. Para los contornistas su adopción era parte del necesario cambio político. Visto desde su horizonte social, negar esta realidad de tenor lingüístico mostraba el bloqueo proveniente de las políticas imperantes que se mantenían en las instituciones académicas y de enseñanza. En otras palabras lo que más tarde la ciencia y la política lingüística liderada por Spolsky llamaría de “políticas declaradas” (leyes, resoluciones, documentos oficiales), se topaba con la resistencia de las que este denomina “percibidas” (lo que el hablante considera correcto o incorrecto) y “practicadas” (lo que el usuario hace y dice de hecho).

A […]la nacionalización del lenguaje contribuyeron sin duda de un modo activo el teatro, las canciones y los espectáculos que alcanzaron un casi impresionante número de espectadores desde las últimas décadas del siglo XIX, tanto desde las carpas circenses como desde salas formales. En cambio en la escuela fracasó totalmente para imponer el castellano “normal”, según lo destaca en múltiples oportunidades, con indignación y sorpresa, El monitor de la educación común, publicación del Consejo Nacional de Educación (Viñas, 2007: IX).

Los intelectuales, la literatura, la clase alta de la cultura tenían una guerra abierta contra la variante porteña, y desarrollaban políticas muy claras que pretendían descalificarla, aunque no consiguieran disminuir su uso,

la lucha contra el voseo contó con el alborotado apoyo de escritores e intelectuales de la época […] bregar por la pureza del idioma (…) la nacionalización del lenguaje como forma de integrar y cohesionar al pueblo no fue lograda por el castellano “normal” defendido por la enseñanza y los puristas sino por el idioma del voseo, considerado al mismo pie de descalificaciones que el cocoliche y el uso de extranjerismos. (…) un inspector técnico dice, por ejemplo: “Al visitar algunas escuelas, he hallado maestras que decían a los alumnos: ‘sentate’ o ‘parate’. El maestro tiene libertad de dirigirse al alumno el prenombre tú o usted, pero hablando siempre en castellano”. El voseo y sus conjugaciones verbales no eran castellano (Viñas, 2007: IX).

Para Contorno, por tanto, lenguaje, literatura y política eran vertientes de la misma pirámide. Es esa relación la que, contrariamente a lo afirmado por sectores de la crítica, lleva a observar que estuviesen hablando de política desde sus primeras páginas. Considerar la autoridad lingüística proveniente de la inmanencia del uso, reivindicar el carácter de la variante porteña tan castellana como la peninsular, los habilitaba para asumir su propia manera de establecer relaciones con el mundo y definir sus espacios políticos no desde el mito de origen, que remitía al español peninsular en el que la acción política se haría imposible, fuera de lugar, sino desde sus coordenadas espacio temporales inmediatas, desde su aquí y ahora. Esa afirmación política sobre el lenguaje consideraba a la comunidad de hablantes soberana y ampliaba la noción de lengua, entendiéndola como lugar de integración, facilitando la comprensión de lo político como un conjunto de elecciones básicamente lingüísticas que trazaba un camino para entender y definir su identidad como nación.

Legitimar la comunidad de uso como una realidad inmanente frente a la tradicional autoridad correctiva y reduccionistas de una gramática formal era una novedad en la Argentina de la época, aunque no lo fuese en la historiografía lingüística del castellano ni en el proceso de formación de nacionalismos, como indicado más arriba. El proceso de gramatización al que las lenguas eran sometidas en los centros de enseñanza europeos desde el renacimiento formaba parte de la formación y consolidación de esa identidad nacional. Un método amparado en categorías filosóficas aplicado a las lenguas muertas no era ningún problema, pero al aplicarse a las lenguas vivas o romances, que crecían a través de la particular dinámica que la historia imprimía en los grupos y clases sociales como usuarios cuya lengua debía dar cuenta y servir para adaptarse a una realidad cambiante, surgió la dualidad en los conceptos lingüísticos cuya problemática creció a la par que la complejidad de los movimientos sociales del siglo XX. De ese proceso derivaban los países latinoamericanos y la Argentina, aunque a pesar de su independencia daban continuidad en su sistema educativo a la tradición europea de la gramatización de lenguas vivas según parámetros de una lengua desajustada a la realidad inmediata, sin culminar su emancipación política.

Durante los años de la publicación de la revista, Argentina mantenía actitudes lingüísticas básicamente ectópicas. Como todos los países americanos a pesar de la independencia, era una continuación de las políticas lingüísticas que no se apartaban de los dictados de un proceso centralizador de procedencia europea, aunque las reivindicaciones sobre el lenguaje en la revista acabasen siendo también centralizadas al ser más porteñas que propiamente argentinas. No obstante, Buenos Aires era el puerto de entrada donde una buena porción de la inmigración optaba por quedarse, definiendo su modalidad lingüística una parte considerable de la población por lo general excluida de la cultura letrada, tanto de la europea como de la argentina, lo que impactaba en la ausencia de una fórmula política tan dinámica como los hechos que debía explicar.

Para Contorno, defender la obra de figuras como Roberto Arlt, inclusive por encima de sus carencias estructurales y el grado de apropiación de sus relaciones vehiculas en el lenguaje de cada comunidad de hablantes les permitía instalar la literatura en el terreno político. Con ello cambiaba el punto de mira, como afirmaba Beatriz Sarlo” la verdad no está allá, en el origen, sino aquí en la historia” (1983). Será en el primer artículo de Ismael en el primer número de la revista desde donde partirán las afirmaciones sobre el lenguaje para denunciarlas causas de la incapacidad en la formación de espacios sociales participativos destinados a acoger una política integradora en la Argentina de la época, aunque fueran desarrolladas por otros, especialmente por Oscar Masotta, F.J. Solero, Carlos Correas y por David Viñas en su larga carrera literaria.

A Ismael Viñas no le llevó mucho tiempo llevar esa visión rupturista a su lenguaje, atravesado por el estilo del partido radical al que su padre siempre estuvo unido, a pesar del juicio político al que le sometieron, al igual que su hermano David, que lo incorporó en sus obra literaria. Ambos encuentran su antecedente, en el campo literario que habían cribado en los años de ensayo discursivo que supuso Contorno. Desde su primera novela, David introduce en sus textos una lengua actual, diálogos traídos de la calle, impregnados de giros del porteño. No en vano su mentor era Roberto Arlt, como lo había sido para los fundadores de la revista desde los primeros números de Contorno en los cuales Ismael había destacado que el mundo de este era próximo, real, y que aunque a veces estuviera tomado por lo histriónico estaba claro que sus personajes pasaban por nuestra pieza. En Contorno, a Arlt lo rescataban del baúl de los marginados porque su marginalidad no le obligaba a mantener deudas con ningún canon de autores, lo que le permitía tener un horizonte amplio y una perspectiva crítica personal, vivencial, cuyo foco era su propia situación humana,

El uso natural del vos fue nuestra puerta de entrada para nuestra reivindicación de Roberto Arlt, frente a las “decorosas” posiciones de Mallea […] Adolfo Prieto: ¿cómo un escritor podía ser considerado tal, si se avergonzaba de su lengua? ¿O acaso a él lo habían amamantado con el “tú” en los labios? (Viñas, 2007: VIII).

Contorno rescata intelectuales que de un modo u otro habían visto la realidad social contemporánea, y que eran lo más parecido a un comentarista político y social. Y lo encuentran en un ensayista, Ezequiel Martínez Estrada. A él se le dedica el número de diciembre de 1954 con artículos de los editores, Ismael y David, Adelaida Gigli, a la sazón esposa de este último, Rodolfo Kusch, F.J. Solero, además de algún pseudónimo que escondía a uno de los editores, probablemente al propio Ismael, que era el más aficionado a ellos, elegido con el objetivo de que pareciera mayor el número de colaboradores ya que el gran peso de la producción de notas, reseñas y artículos lo mantenían los dos hermanos, así como –y esto es fundamental– la decisión sobre la línea editorial. Esa estrategia la va a repetir en otras publicaciones con el mismo objetivo, en concreto en el semanario que dirigió en Jerusalén durante su exilio.

Lo que se rescataba por parte del grupo de Contorno en Martínez Estrada era la capacidad para ver una realidad humana que la literatura de la época, comenzando por Eduardo Mallea, no hacía visible. Cuando conocí a Ismael Viñas en Jerusalén en 1988 aun comentaba la mudez a la que se condenaba a toda una clase social y el solipsismo mental de los intelectuales entronizados por la revista Sur: “¡Mallea escribe páginas y páginas sin un solo diálogo!”, exclamaba en un gesto melodramático, por cierto compartido con su hermano, de echarse la mano a la cabeza. A él ya le había dedicado un artículo el mismo año que fundaran Contorno, publicado en la revista Centro de estudiantes. En aquella época ya afirmaba:

[…] sus personajes rara vez viven y actúan […] no dialogan entre sí […] Aun las pocas conversaciones son contrapuntos de monólogos […] Esa esquivez al diálogo, es necesidad de huir del lenguaje concreto y vulgar que los hombres usamos. Mallea prefiere un lenguaje que sea un orden ecuménico, sin vulgaridades ni localizaciones, sin la fuerza que sólo lo individual y lo vivo tienen. El voseo no existe, no debe existir, ni aun entre estudiantes amigos, que usan un pulero tú, aséptico e increíble (1953: 11).

Las marcas lingüísticas de la generación anterior

Aunque lo hiciera de manera fría y distante, Martínez Estrada, sin embargo, veía y percibía esa bolsa humana que Mallea obviaba, borrando las marcas de identidad que su uso específico de la lengua les confería. Lo hacía, eso sí, mediante un lenguaje que si bien tenía sus hallazgos, era pesado, filosófico, solemne y casi catedralicio. Con esa falta de referencias dentro del género del comentario político no era de extrañar que años después Ismael aun tuviera que recurrir a la literatura cuando en 1985 entrega una nota y dos años después, en 1987, un artículo, a la revista Hispamérica para poder definir su situación, su aquí y ahora político desde un exilio que ya parecía prescribirse desde los márgenes de una literatura clasista encabezada por Borges, a quien, por cierto, poco interés se le había dirigido desde las páginas de Contorno. Se podría decir que Ismael recurre a la literatura no para elogiarla sino para delatar la ausencia del pensamiento consciente -y sobre todo de carácter económico- que si se hubiera explicitado e incluido en la literatura describirían un mapa de Argentina con contornos sensiblemente distintos, incluyendo enormes bolsas sociales a las que, literalmente, no se les daba voz. Los omnipresentes son los latifundistas y los consumidores de arte tradicionales, mientras que no hay rastros significativos de la nueva burguesía ni de los obreros industriales. Y de esa omisión, dice, no se libraba ni su hermano, a quien por cierto siempre le reconocía sin ambages su enorme talento como escritor y novelista así como su actitud rompedora e independiente.

Claro que, volviendo a sus críticas al canon que imperaba sobre la literatura argentina en la década de los ochenta, en dichos artículos Viñas no discutía el valor literario intrínseco a la obra de Borges, que era para él indudable, lo que hacía era exponer más que nada el sentido de sus omisiones dentro de un silencio intelectual compartido por los escritores de la generación del 25, un silencio que poco o nada le importaba a Borges y sobre lo que este nunca manifestó incomodidad alguna, pero que, sin embargo, la nueva generación de entonces, la que descollaba en la década de los cincuenta, consideraba un pobre legado porque esos modelos poco le decían a gran parte de los jóvenes de los años cincuenta en Argentina y que inmediatamente sienten que la revista es un buen portavoz de su desorientación porque demolía un canon de autores hieráticos, señalaba alternativas y daba la voz a una generación nueva de intelectuales. Borges, por su parte, estaba en otra dimensión. De hecho, en el documental que Eduardo Montes-Bradley dedica a Osvaldo Bayer, Los cuentos del timonel, este comentaba que en su época de estudiante Borges era un completo extraño en el ámbito estudiantil. Lo político, si existía, lo estaba por exclusión previa cristalizada a través de un proceso de idealización o espiritualización en el que el lenguaje que se presentaba, con pocas excepciones, limpio de alusiones a la oralidad porteña.

Las marcas de una lengua porteña, que existía con pocas excepciones en la pura oralidad, estaban, por tanto, ausentes de la literatura de la generación del 25, marcas que para ambos Viñas eran el reconocimiento del carácter orgánico no solo del hombre sino de su estructura social que comprometía el orden pretendido de los llamados por Contorno “hombres honestos” (Viñas, 2007: 2). Sin embargo, su presencia para la generación posterior, a cuyos miembros Rodríguez Monegal bautizó como los parricidas, era incómoda, casi una injerencia que se castigaba con desdén o con exclusión silenciosa porque con ella se hacía visible el cuerpo, la materialidad de la vida y una amplia masa de la población que no solo no lo escondía sino que se hacía repugnante protagonista para unos grupos socialmente asentados en comodidades de una clase media inmovilista e inmovilizada.

De esa ausencia parten los Viñas para ir afirmando su actitud de crítica que cuaja en la rehistorización de la literatura por parte de David y la modernización del comentario político por parte de Ismael. Lo hace David, que desde sus primeras novelas las referencias al cuerpo aparecen desde los títulos y funda la crítica literaria argentina moderna e Ismael deja claro el carácter integrador que ofrece la variante castellana porteña, como hemos visto cuando se le encarga el prólogo de la edición facsímil de Contorno en la editora de la Biblioteca Nacional. En su introducción Ismael le dedica espacio generoso a la función que tuvo en ellos la inicial crítica del lenguaje como pórtico para un análisis sociopolítico eficaz. Pero el lenguaje que más le servía a Ismael no era el literario, y no contaba con antecedentes sólidos en el comentario político, económico y social. Lo que le fue quedando a Viñas fue el terreno de la rapidez y la libertad periodística, que si le ofrecía la oportunidad de escribir al ritmo del pensamiento aunque para eso liquidase todo un canon estético de voces aquietadas, solemnes e hieráticas.

El comentario político

Las afirmaciones sobre el lenguaje y sus derivas literarias, por tanto, eran tomas de posturas que iban indicando el tenor y fibra del discurso de los intelectuales de la generación anterior, revelando una dependencia ideológica respecto a las áreas centrales europeas alimentada por el mito de origen. Eso podría remitirnos a las ideas que siguiendo a Héctor Murena tanto Rodolfo Kush como F.J. Solero habían expuesto en la revista. Pero en vez de quedarse en una actitud resignada, tanto David en el campo de la crítica literaria como Ismael en el de la política lo entienden como un síntoma de la ambigüedad de valores dentro de los que se había desarrollado la clase media ya que la conciencia nacional, necesaria para el desarrollo del país, tropezaba con la tendencia globalizante propia de sus intereses.

Es frecuente, a la vez que sorprendente, encontrar entre la crítica afirmaciones sobre el dogmatismo de Ismael Viñas, considerándolo una secuela por el hecho departir de categorías marxistas, aunque dichas críticas provengan de una generación dogmática por antonomasia, que lideró rupturas violentas desde el seno familiar hasta las relaciones sociales, políticas y económicas. No es aquí ni el lugar ni el momento para hacer consideraciones de si aquellas rupturas y sus modos eran o no pertinentes, de lo que no cabe duda es de que fueron hechos. Por ello impresiona que, según comentó José Luis Mangieri en una entrevista que me concedió cuando realizaba la biografía de Ismael, fuese la generación que en los años sesenta era joven la que pensase estar viviendo la revolución cuando en realidad preparaba la dictadura de los años setenta. Esas palabras, matizadas, las retomó en una entrevista en 2008 (Mangieri, 2016).

Por otro lado quien le conoció de cerca encontraba en él un pensador inusual cuyo escepticismo sobre la revolución si bien no la cuestionaba la creía improbable en aquellos señeros años sesenta, lo que no dejó de decírselo a cuantos le rodeaban, inclusive a los militantes de las organizaciones políticas que él había fundado o ayudado a fundar, con su sempiterna ironía hacia todo y todos, principalmente de sí mismo, que avisaba de que no se llevaba demasiado en serio ni creía que debería hacerlo nadie, sobre todo en el campo de la política. En cualquier caso, si sus derivas en la formación de pequeños partidos por su parte no funcionaron, la innovación de la crítica emprendida por David es hoy incontestable, y es a Ismael a quien David siempre mencionaba cuando hablaba de política, como recordaba Sarlo en el obituario que le dedicó (2011), aunque no fuera Ismael nunca, ni lo pretendiera ser, un intelectual de citas. Siempre se relacionó con el pensamiento no como formas acabadas sino como un proceso dinámico que se instauraba de manera diferente y fecundo en las mentes de quienes le escuchaban.

A pesar de los años de dedicación a la crítica literaria, a Ismael le interesaba más la crítica ideológica expresamente política y para ello el comentario le ofrecía más posibilidades. Ya él mismo había confesado a algunos amigos hacía tiempo que eso de la literatura se lo dejaba a David (Roca, 2005). Es decir, en la época que comienza a participar activamente en la política mediante la formación de partidos consideraba superada esa etapa intelectual. Lo suyo era a partir de ese momento el análisis político y económico, y en ese campo los antecedentes no le ofrecían un cauce precursor que le facilitase la ruptura con los moldes clásicos, es decir, en su ámbito inmediato no tenía unos antecedentes claros por lo que se refería al lenguaje que vehiculase el pensamiento social. Carecía de antecedentes que, como Arlt en lo literario, partiesen del análisis de la realidad social argentina del momento y a ella volviese reintegrada. Y esa era la razón principal para reivindicar en la literatura el empleo del voseo o si era el caso hasta el checheo, porque “El lenguaje del vos, el lenguaje hablado, no el oficial y el escrito del tú, fue un instrumento de unificación cultural en esa región atravesada por varias lenguas desde temprano, obviamente dividida en clases desde sus orígenes” (Viñas, 2007: IX). Sin duda Arlt había sido un punto de partida para sentar las bases de su análisis lingüístico y político. Desde Contorno, donde fue probando ideas y ensayó su discurso, había valorado en él los defectos estructurales de la trama como fisuras desde la cuales se alumbraban realidades sociales que otros novelistas ignoraban bajo un cuidado esteticismo. Las limitaciones de Arlt ´no adquieren mayor importancia en su obra sino en los momentos en que admite que sus personajes se salgan de sus existencias, para dar su opinión o explicación sobre las mismas […]. En (sus) intentos de colocar a sus personajes en esquemas elaborados sobre esas opiniones […], cuando en lugar de vivir y exponer directamente sus intenciones y sentimientos, pretende racionalizarlos´, afirmaba en su artículo “Una expresión, un signo” (Viñas, 2007: 10).

El antecedente lingüístico y literario, por tanto, aunque no fuera literal, existía. Los años de práctica de crítica literaria le dieron flexibilidad para desarrollar el comentario expresamente político. Y desde esa perspectiva Ismael emprende su análisis del frondizismo. Aunque Ismael no se volvió a dedicar a la crítica literaria, las afirmaciones sobre el lenguaje que había ido diseminando por las artículos de la revista desde el primer número culminan en su largo estudio del frondizismo titulado “Orden y progreso” en el que partiendo de un panorama confuso por lo que se refiere a la filiación ideológica de los diferentes partidos hace un análisis pormenorizado de las opiniones que las principales fuerzas políticas del momento hacían sobre las acciones del gobierno.

Si comparamos la fibra textual de los Cuadernos de Contorno, que protagonizaron el giro de la revista desde la crítica literaria hacia la política, con el lenguaje usado en la nota referida en Hispamérica, ya en pleno exilio, vemos que las décadas de profesionalización no habían pasado en vano. Tampoco su capacidad para moverse en mayores espacios. No piensa ya en la Argentina de manera aislada sino que la incluye en América Latina como una tremenda mancha que presenta relámpagos de ese siglo XX y sus particularidades reflejadas, ya no en una literatura que defiende la estética tradicional de la formas, sino desde un lenguaje más lavado y descarnado que fluye más libre en el comentario político. Había sido esa convicción la que había permitido una nueva dirección a Contorno, cuajando en sus Cuadernos, por cierto quejándose siempre que la ocasión lo permitía de que eran los que menos habían sido llevados en consideración por los periódicos rescates que de la publicación hacía la crítica cultural y política.

Desde los primeros números de Contorno estaba Ismael Viñas intentando encontrar un estilo que le alejara de la retórica radical y le permitiera hacer visible la circunstancia concreta sin ambages estéticos para poder operar en la conciencia de quienes convivían con ella. Y esa preocupación traducida casi en un perpetuo malestar cultural se manifestaba en la afirmación incluida en “La traición de los hombres honestos”, uno de los artículos del primer número:

No podemos pasearnos por jardines amparadores, discutiendo la belleza intrínseca de nardos o de rosas; ni discurrir en construcciones perfectas […] No queremos que nos asusten ni que nos agraden las palabras, ni las grandes, ni la pequeñas, ni las gastadas. Esperamos que simplemente nos sirvan (Contorno, n. 1, 1953: 2).

El comentario como género para pensar la periferia

Relevante es hacerse la pregunta de qué había pasado en todos esos años de exilio y de profesionalismo periodístico para llegar a un lenguaje más lavado y pragmático, lejos del discurso enyesado del partido radical, representado por la memoria paterna, o del catedralicio de un Martínez Estrada. En Viñas, el comentario político se hace cada vez más marcadamente económico y su lenguaje se carga de datos que recoge en extensos y difíciles trabajos de campo posteriores a la época de la revista. Pero Contorno había sido, como para la mayoría de sus colaboradores, el terreno de formación profesional como pensador y escritor, el lugar donde sentó sus bases de crítica y análisis y donde publicó el mencionado trabajo fundacional, “Orden y progreso”, un estudio sobre la realidad política de la Argentina contemporánea que en realidad lo era del peronismo y que más adelante mercería una edición independiente con pocas alteraciones y un prólogo bajo el título de Análisis del frondizismo. En él queda claro que las palabras heredadas le quedan no ya grandes, pequeñas o gastadas. Es que no le sirven. Si su hermanos David rompe con el circulo viciosos apoyado en Roberto Arlt, Ismael también lo hará, pero desde esa postura de hombre que comenta, que emite opiniones sobre sí mismo, sobre la sociedad que habita y su lugar en ella y lo hace pragmático, rápido e inmediato como un pensamiento en el que no hay distancia entre los hechos y la percepción que se hace de ellos. Así, el corto comentario que encierra una opinión propulsa a los personajes de Arlt a otras acciones que por no ser planeadas, por no elevarse sobre un horizonte más amplio, acaban fracasando. Es la aceleración la que los saca del lugar para llevarlos a situaciones aún más complicadas lo que caracteriza a las creaciones de Arlt y es lo que Viñas observa en la sociedad de su tiempo.

En ese estudio sociopolítico, el punto de partida es diferente al adoptado por la mayoría de los intelectuales del momento, inmersos en una discusión sobre lo nacional en oposición a la política externa del panhispanismo, polarizándola con la del panamericanismo y situándolos, por tanto, como lugares del pensamiento enfrentados. En ese número de Contorno se culmina la política editorial de asumir la realidad argentina desde sí misma, entendiéndola y reflexionando sobre ella como consecuencia de elecciones puramente internas y patrimoniales, analizadas por un equipo que, aunque variado, coincide “en una actitud fundamental: la preocupación por el planteamiento de la situación local como problema, es decir, como hecho que debe examinarse cada vez como si fuera íntegramente nuevo, puesto que se trata de una realidad dinámica” (Viñas et al, 2007: 187). Eso va a definir su toma de postura marcada por la decisión de apropiarse de sus decisiones políticas y de esa manera poder cambiar su curso. En ese número se inicia un intento colectivo por comprender y redirigir de manera eficaz desde las izquierdas las fuerzas que el peronismo había conseguido entender y utilizar políticamente durante ese complejo periodo de la historia argentina que años más tarde David Viñas definiría en el programa televisivo Espejados como “el sentido común del argentino” (Zaiat, 2 parte).

Por todo ello, la revista fue proa para una tendencia crítica y literaria que rompía el paradigma lingüístico tradicional, basado en referencias enyesadas y enajenantes, centrándose en un presente mediado por una lengua propia que les conectaba con su espacio y su tiempo. La siguiente generación tuvo un nuevo suelo desde el que comenzar a construir una crítica transitando entre lo literario y lo social que no se quedaba en las reivindicaciones estéticas de la lengua sino que se proyectaba hacia la realización política.

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