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 número41AFECTIVIDAD Y LIRISMO EN NOSILATIAJ, LA BELLEZA DE DANIELA SEGGIARO: UN ABORDAJE SOBRE LA REPRESENTACIÓN DEL PUEBLO WICHÍMontserrat, María Inés (2020). Pobladores de Luján: devoción, pestes y malones: 1700-1750. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia. (270 pp.). ISBN 978-987-9443-55-2. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Folia Histórica del Nordeste

versión impresa ISSN 0325-8238versión On-line ISSN 2525-1627

Folia  no.41 Resistencia mayo 2021

http://dx.doi.org/10.30972/fhn.0415164 

ARTÍCULOS

VIOLENCIA TRAUMÁTICA Y ELABORACIÓN. ALGUNAS COORDENADAS TEÓRICO-CONCEPTUALES PARA ABORDAR LA EXPERIENCIA LÍMITE DE LA (PROPIA) DESAPARICIÓN Y SUS INSCRIPCIONES SUBJETIVAS

TRAUMATIC VIOLENCE AND ELABORATION. SOME THEORETICAL AND CONCEPTUAL GUIDELINES TO ADDRESS THE LIMIT EXPERIENCE OF THE (SELF) DISAPPEARANCE AND ITS SUBJECTIVE INSCRIPTIONS

1 Centro de Investigaciones Sociales - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. julieta.lampasona@gmail.com.

Resumen:

El presente artículo recupera algunas de las líneas teóricas que guiaron mi investigación doctoral, abocada al estudio de las inscripciones biográficas de la experiencia de la (propia) desaparición y posterior sobrevida en sobrevivientes de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) en la Argentina. En particular, hace foco en algunos de los principales antecedentes teóricos relativos, por un lado, a las experiencias sociales límite y sus persistencias traumáticas en el espacio subjetivo y, por el otro, a los procesos de elaboración y rememoración, con el objetivo de abordar conceptualmente la radicalidad de esta experiencia singular y sus inscripciones subjetivas.

Palabras claves: Experiencia social límite; Inscripciones Subjetivas; Elaboración; Sobrevivientes

Abstract:

This article recovers some of the theoretical lines that guided my doctoral research, which studied biographical inscriptions of (own) disappearance on survivors of Clandestine Detention Centers (CCD) in Argentina. Particularly, it focuses on some of the main theoretical framework related to social limit experiences, their traumatic persistence in subjective space, and elaboration and remembrance processes, in order to conceptually address the radicality of this singular experience and its subjective inscriptions.

Keywords: Social limit experience; Subjective inscriptions; Elaboration; Survivors

Introducción

Por su cualidad liminar y por la violencia radical que configuró al dispositivo concentracionario en la Argentina1, las vivencias asociadas al cautiverio clandestino -atravesadas por la tortura y la producción de muerte, entre otras- constituyeron instancias profundamente disruptivas de la estructura de sujeto en términos de: (i) sus construcciones simbólicas, (ii) de sus proyecciones de futuro y sus configuraciones identitarias, y (iii) de los entramados de interrelación. Producido el secuestro, el ingreso a la espacialidad del CCD inauguraba un proceso continuo de avasallamiento respecto de aquello que constituía la humanidad del sujeto y su propia identidad (Calveiro, 1998; Gatti, 2008)2. Esta (pretendida) “desligazón” del sujeto respecto de su historia, de su linaje y del andamiaje socio-político que lo(/la) constituía en ciudadano(/a) (Gatti, 2008, p. 47), sustentada en la emergencia de una diferencia radical que lo(/la) objetualizaba y destituía de su propia condición humana (Berezin, 2003; Puget, 2003), nos permite considerar al CCD como dispositivo de crueldad3.

La experiencia límite del CCD supuso, por tanto, un proceso tendiente a la destrucción del sujeto. Ahora, una vez producida la liberación y (re-)aparición en el mundo de la vida, esa situación de dos lugares no se fue desarmando fácil ni inmediatamente y aquí radica la vulnerabilidad extrema en la que continuaron inmersas, en muchos casos, las víctimas4. Pero, ¿cómo abordar conceptualmente estos procesos límites? El presente artículo recupera algunas de las líneas teórico-conceptuales que guiaron mi investigación doctoral, abocada al estudio de las inscripciones biográficas de la experiencia de la (propia) desaparición y posterior sobrevida en hombres y mujeres sobrevivientes5 de los CCD; en particular, se hace foco en algunos de los principales antecedentes teóricos relativos a las experiencias sociales límite y sus persistencias traumáticas en el espacio subjetivo, por un lado, y a los procesos de elaboración y rememoración, por el otro. El recorrido teórico por estos nudos temáticos nos permite aproximar tanto a las formas de vulneración subjetiva que se anudan a las situaciones de violencia radical como a las posibles modalidades -desplegadas en determinadas condiciones- de recomposición y/o reposicionamiento6.

Aproximaciones al problema de lo traumático y las persistencias de la violencia en el espacio subjetivo

La pregunta en torno a las rupturas subjetivas y simbólicas que se anudan a los procesos de violencia -y su articulación con los trabajos de significación y rememoración- puede inscribirse en un campo más amplio de discusiones que remite a la (im)posibilidad de representar la experiencia límite. El problema de la representación, en efecto, configuró un campo de estudios profuso, sustentado particularmente en la experiencia del genocidio nazi. En este marco, los desarrollos de Adorno (1998) resultan inaugurales de preguntas y debates acerca de la representación y sus límites: ¿qué es posible decir y cómo, después de Auschwitz? Como destaca Souto Carlevaro (2010), no era la indecibilidad del acontecimiento límite lo que se proponía en sus desarrollos sino, ante todo, la necesidad de admitir, teórica y estéticamente, una (im)posibilidad como elemento constitutivo de la propia espesura de la experiencia límite. Auschwitz, en efecto, no supondría el fin de todo lenguaje posible sino su redefinición plena, esto es, su modulación sobre nuevos modos de decir/pensar que, lejos de negar la violencia, asumieran su radicalidad constitutiva:

(…) tal imposibilidad alude, más que a una obstrucción en términos absolutos, a que el cambio de estatuto de la cultura es irreversible, y ya no es posible escribir como antes de lo que significó la “solución final” sin caer en una complicidad con los genocidas y con un estado de cosas que posibilitó no sólo un Auschwitz, sino también la connivencia del grueso del pueblo alemán, que no supo/pudo/quiso evitarlo. (…) pero el autor de ningún modo está exhortando al silencio, (…) principalmente porque es menester reflexionar sobre Auschwitz (aunque no de cualquier modo: sólo ‘según Auschwitz’) (…). En rigor, el imperativo alude a la necesidad de poner en duda todo aquello (no solo la poesía sino también la teoría, como apunta Moutot) que no ha advertido la imposibilidad, y que no ha colocado su voz ‘después de Auschwitz’. (Souto Carlevaro, 2010, pp. 80-82)

En esta línea, que apunta a la discusión de todo intento negacionista, se inscriben también los desarrollos de Agamben (2000), insoslayables al momento de pensar los lager nazis y el testimonio de sus sobrevivientes. En efecto, es la búsqueda de una forma de decibilidad -nuevamente, anclada en la (im)posibilidad misma- lo que hilvana sus elucidaciones en torno del testimonio: ¿quién habla por “el musulmán”, es decir, en lugar de quien ha atravesado la experiencia del campo al límite y no puede ya contarlo porque ha muerto? Y al mismo tiempo, ¿qué dice el/(la) sobreviviente cuando su palabra no alcanzaría -siguiendo a Agamben- a decir la vivencia integral del campo -esto es, aquella que se produce en y por la muerte-? En ese “entre” se constituye, según el autor, el testimonio: como estructura dual que articula la palabra y el silencio último en torno de la experiencia límite7. La experiencia argentina, en tanto, aportó también elementos para la discusión. Siguiendo a Gatti (2008), entre otros/as, los procesos de desaparición forzada produjeron una ruptura, un resquebrajamiento entre la identidad y el lenguaje que la enuncia y representa; aquello que permitía pensar la vida social, la distinción entre vivos y muertos, las presencias y las ausencias en un tiempo y espacio determinados, se desvanece frente a la desaparición. Y se configura, aquí, -nuevamente- el problema de una representación “(im)posible” (Feld y Stites Mor, 2009, p. 28).

Dentro de este vasto campo de discusión, y desde esta perspectiva, que asume la (im)posibilidad como complejidad constitutiva de la vida -individual y social- después del límite de lo posible, nos abocamos aquí a una dimensión específica, sustantiva para el estudio sobre las reconfiguraciones biográficas producidas por la experiencia de la (propia) desaparición: la de las inscripciones subjetivas de la violencia y su (im)posible sutura. Abordamos para ello, como dijimos, el problema de lo traumático y sus persistencias, primero, para avanzar luego sobre las posibilidades de elaboración. En relación con el primero de estos nudos temáticos, autores como Laub (1992) y LaCapra (2005) -entre otros/as- han conceptualizado la vigencia de actualidad que inviste a las experiencias límite y su presencia acuciante en el psiquismo. Desde allí, ambos autores insisten en el carácter repetitivo del recuerdo traumático y su emergencia intempestiva como un revivir la situación de violencia. Desde la idea específica del entreapment - “entrampamiento”, como su traducción posible-, señala Laub que la situación traumática persiste en silencio y acucia al sujeto desde la repetición de “un evento que no termina” (1992, p. 67), reforzando en ese movimiento los efectos de la violencia vivida. En tanto, LaCapra repara en las yuxtaposiciones y/o imbricaciones temporales producidas por la re-emergencia presente del acontecimiento traumático; en ese revivir -señala-, pasado y presente se confunden, como imbricados en un tiempo de asedio, indisoluble: “Cuando el pasado se vuelve a vivir sin control, todo ocurre como si no hubiera distancia entre él y el presente. Sea que el pasado se ponga en acto o se repita literalmente, sea que no, la sensación es que uno está de nuevo allí viviendo el suceso una y otra vez, y desaparece la distancia entre el aquí y el allá, entre el ahora y el entonces” (2005, p. 108).

Sobre esta conceptualización de lo traumático, otras producciones han problematizado también sus efectos fantasmáticos en el psiquismo, tanto en lo referido al sujeto de experiencia como a su propia descendencia, asumiendo centralidad el problema de la espectralidad, por un lado, y el de la transmisión intergeneracional, por el otro (Tisseron, et. al., 1997; Gordon, (1997) 2008; entre otros/as).

La experiencia argentina, por su parte, abonó también profusos desarrollos en torno a los procesos de ruptura simbólica anudados a la experiencia traumática, las dificultades de representación que suscitan y el necesario “trabajo de memoria” (Jelin, 2002) para que una simbolización sea posible (Kordon y Edelman, 1986; Puget y Kaës, 1991; Kaufman, 1998; Jelin, op. cit.; Jelin y Kaufman, 2006; entre otros). En todos ellos, los procesos de terror configurados en torno a la figura del detenido-desaparecido dotaron de especificidad a estos abordajes. Como señala Puget (1991), estos procesos de violencia impusieron un estado de amenaza social e impulsaron al silencio implicando, con ello, un ataque a la palabra y a la propia actividad de pensamiento. La violencia misma del acontecimiento traumático, como nos señalan también Kaës (1991) y Kaufman (1998), impide su inscripción en el mundo simbólico hasta tanto no se despliegue un trabajo de elaboración y significación que dote de sentido lo vivido y lo inscriba en el campo de experiencia. Como advierte Kaufman: “En situaciones traumáticas, la violencia del acontecimiento (…) puede quedar fuera del registro de lo simbólico, de lo expresable; lo vivido es vaciado de sentido, queda como un hueco, al que no se tiene acceso por medio del recuerdo ni es posible su reconstrucción histórica” (1998, p. 4). En el mismo sentido, señala Kaës:

Las situaciones de catástrofe social provocan efectos de ruptura en el trabajo psíquico de ligadura, de representación y de articulación. El pensamiento está coartado por la dificultad de representarnos la violencia asociada a la ruptura catastrófica. (…) El primer acto de la violencia social catastrófica es el de establecer el terror mediante la desarticulación de los procesos del pensamiento. Es por ello por lo que la abolición del mundo simbólico da al objeto desaparecido el estatus enloquecedor de una representación fantasmática en el psiquismo. La angustia que suscita el terror no puede ser reprimida ni proyectada, ni ligarse a representaciones de cosas y palabras, ni encontrar representaciones y objetos en el simbolismo lingüístico y social. El ataque contra la identidad de la especie (genocidio) y de la sociedad (tortura, desaparición) es un ataque contra el orden simbólico. (Kaës, 1991, pp. 167-168)

La experiencia límite de la desaparición queda desligada, así, del mundo de significación, anclada con ello en una “temporalidad intemporalizable” (Cantis, 2010). El tiempo se suspende y y/o disloca, y asume con ello una vigencia de actualidad acechante, asediante y paralizante. Desde ese acecho, el pasado se re-vive, a modo de repetición -ya sea en pesadillas, dolores u otro tipo de hacer compulsivo- e impide su distinción del tiempo presente: “atrapadas en una suerte de temporalidad actual para siempre, eternidad en la que persistiría un núcleo traumático que niega la paz al atormentado, pero que a la vez le sumerge en la temporalidad que engancha” (Cantis, 2010, p. 4).

Desde esta perspectiva, es en y por esas des-ligazones de sentido que “la violencia vivida se incorpora al mundo fantasmático, de modo que a partir de ese momento la propia historia se reorganiza alrededor del núcleo traumático” (Ulriksen-Viñar, 1991, p. 125); y desde allí, reaparece intempestivamente en sueños y/o todo tipo de situación que remita a ese nudo traumático, atrapando -e incluso paralizando- al sujeto. Y es desde esa presencia, desinvestida de significación, que la situación traumática produce -aun en el presente- efectos devastadores en la subjetividad. De lo dicho hasta aquí, se desprende que estas reactualizaciones y persistencias subjetivas de la experiencia traumática trascienden el acontecimiento en su ocurrencia material para configurarse también, y fundamentalmente, en sus efectos8. Las situaciones límite a las que refiere este estudio remiten a un hecho traumático que no cesa de ocurrir, cuyo padecimiento no se limitaría al acontecimiento material de la situación de violencia, sino que permanece en el tiempo, produciendo siempre y, por cada reactualización, nuevas consecuencias (Serritella, et. al., p. 2011).

En el apartado subsiguiente veremos que, en el marco de espacios sociales que habiliten y contengan, es posible que el sujeto despliegue múltiples modalidades de elaboración que le permitan inscribir lo vivido en el campo de experiencia, darle sentido, re-temporalizarlo. En todo caso, serán esas nuevas construcciones temporales las que, a modo de re-historización de la experiencia, permitirán construir nuevas afirmaciones subjetivas y proyecciones vitales.

De los procesos de elaboración y rememoración

Frente al golpe inesperado y su inscripción en el espacio subjetivo, los trabajos de elaboración y rememoración aparecen como nociones sustantivas desde las cuales se han abordado conceptualmente las modalidades de “lidiar”-con, de hacer-con aquello propio de lo traumático. Como veremos, estas formas de elaboración no se proponen en sí mismas como tramitaciones “exitosas” y acabadas de una vez y para siempre, sino que permanecen abiertas a nuevas resignificaciones. En efecto, y como señala LaCapra (2005), la tendencia a la repetición y el acting out -como anclaje en este tiempo otro, en este presente continuo y atemporal del trauma-, por un lado, y la elaboración, por el otro, constituirían límites posibles de un campo en el que se despliegan múltiples modalidades de tramitación que los incluyen, conjuntamente. Ahora bien, ¿a qué nos referimos con procesos de elaboración? Estas nociones nos permiten aproximar a los intentos del sujeto -entendido, siempre, en tramas intersubjetivas y sociales que lo propicien- por simbolizar, dar sentido y nombre a lo vivido.

Como mencionamos a continuación, estas modalidades de lidiar con la violencia vivida suponen la configuración de nuevas temporalidades, anudadas en construcciones reflexivas del sujeto que permiten trazar y distinguir, conjuntamente, eslabonamientos posibles entre pasado -como temporalidad cronológica del acontecimiento traumático- y presente. Para ello, los procesos de elaboración se despliegan articulando de un modo específico trabajos de duelo -en tanto procesos de separación de la libido del sujeto respecto del objeto de amor perdido (Freud, (1915) 1976)- y rememoración: la construcción del recuerdo exige un tiempo de duelo a partir del cual el sujeto elabora la pérdida, simbolizando y construyendo significados en torno a esta realidad disruptiva. Es por ello que la elaboración de lo vivido en situaciones sociales límite requiere de un esfuerzo subjetivo, un “trabajo de memoria” (Jelin, 2002)9, de construcción del recuerdo, a partir del cual se toma distancia y se interpretan las huellas de ese pasado.

Los procesos de rememoración suponen, siempre, una articulación compleja -y de fronteras móviles- entre memorias, olvidos y silencios (Jelin, 2002; Ricoeur, 2004; Pollak, 2006). En efecto, la memoria es en sí misma selectiva y supone por ello, necesariamente, remisiones al olvido. Al respecto, señala Jelin: “(…) la memoria y el olvido, la conmemoración y el recuerdo se tornan cruciales cuando se vinculan a acontecimientos traumáticos de carácter político y a situaciones de represión y aniquilación, o cuando se trata de profundas catástrofes sociales y situaciones de sufrimiento colectivo” (2002, p. 10 y 11)10. Y enfatizan, también, Pollak y Heinich:

El trabajo para sobreponerse a los traumas puede implicar la represión de recuerdos singulares o su integración en un discurso muy general sobre los diferentes sufrimientos infligidos, que incluye el olvidar los puntos de referencia -nombres propios, situaciones o eventos particulares- que los singularizarían. Pero es más frecuente, sin duda, y por definición menos visible, el silencio que, a diferencia del olvido, puede ser elegido como un modo de gestión de la identidad según las posibilidades de comunicación de esa experiencia extrema. (2006, p. 59)

En este entramado, los procesos de rememoración viabilizan una “doble inscripción” (LaCapra, 2005, p. 109) del sujeto en una temporalidad que permite retornar críticamente al pasado sin dejar de vivir en el presente. Tiempos conexos y, al mismo tiempo, no-idénticos. En efecto, el trabajo de memoria permite al sujeto “distinguir el pasado del presente y reconocer (…) algo que está relacionado con el aquí y ahora pero no es idéntico a él” (LaCapra, 2005, p. 86).

Ahora, estas formas de rememoración no anulan enteramente los asedios del pasado, sino que se despliegan en una tensión permanente con formas de acting out, en tanto emergencia compulsiva y repetitiva de lo traumático; en efecto -señala el autor-, la elaboración y el acting out conforman “el par de una distinción”, movimientos que, sin anularse plenamente, se compensan mutuamente (LaCapra, 2005, p. 162). Y en esa tensión se configura esa distancia crítica conjugando, con ello, múltiples temporalidades:

Cuando el pasado se hace accesible a la evocación en la memoria y cuando el lenguaje funciona aportado cierto grado de control consciente, distancia crítica y perspectiva, se ha iniciado el arduo proceso de repaso y elaboración del trauma de un modo que tal vez no logre jamás trascender plenamente el acting out (el acoso de los aparecidos y la experiencia de volver a vivir el pasado con toda su demoledora intensidad) pero que puede dar cabida a otros procesos vinculados con el juicio, con una responsabilidad limitada y un agenciamiento ético al menos. Tales procesos son indispensables para dejar en paz a los fantasmas, distanciándonos de los aparecidos que nos asedian, reavivando el interés por la vida y recobrando la capacidad de comprometer la memoria en un sentido más crítico.

Como aspecto de la elaboración del pasado, el recuerdo implica volver allá y estar aquí simultáneamente, y ser capaz de distinguir esos dos tiempos sin dicotomizarlos. En otras palabras, se recuerda lo que sucedió entonces sin perder la noción de que se vive y se actúa en el ahora, aun cuando en cierta medida quizá se vuelva a vivir todavía compulsivamente el pasado o a ser poseído por él. Esta dualidad (o doble inscripción) del ser es fundamental para la memoria como elemento de repaso y elaboración. (LaCapra, 2005, pp. 108-109)

Esta compleja tensión entre acting out y elaboración, entre el asedio del pasado y la vida en el presente, dará lugar a la supervivencia (LaCapra, 2005, p. 126). En efecto, es desde este tomar distancia crítico y reflexivo que remite, ante todo, a la posibilidad de re-temporalizar (Cantis, 2010) e inscribir el evento en el mundo simbólico, de representarlo (Kaës, 1991, p. 174-187; Bleichmar, 2003, p. 49; Berenstein, 2003, p. 86) que el sujeto puede re-apropiarse de su historia (Kaufman, 1998: 4), transitando, habitando su propio presente11.

Desde una perspectiva sociológica y atento a los modos de gestionar y habitar la catástrofe, para el caso argentino, Gabriel Gatti (2008) identifica dos modalidades narrativas que moldean el “campo del detenido-desaparecido” y tornan posible la vida. Estas narrativas -señala- suponen posiciones discursivas, procesos performativos sobre los que se apoyan las identidades sociales, y deben ser pensadas en términos de “tipos ideales”, de límites posibles que atraviesan el campo y estructuran una vida posible en la tensión permanente entre lo pleno de sentido y aquello que le rehúye; y es que “entre la búsqueda del sentido y la gestión cotidiana de la ausencia estamos todos” (Gatti, 2008, p. 25). Las narrativas del sentido son aquellas más duras, originarias, “trágicas”, que tienen por vocación dotar de sentido, explicar y explicar-se la novedad radical que implica la desaparición; así, buscan representar, exorcizar el horror, recuperar lo borrado, desaparecido. Por su parte, las narrativas de la ausencia de sentido son aquellas que, desde la “parodia”, aspiran a habitar esta ausencia; sin ser dominantes como las primeras, pueden vincularse más a las segundas generaciones, a los/las “hijos/as-de…” (Gatti, 2008). Surgidas desde y desplegadas en la ausencia, buscan gestionar ese imposible que supone la desaparición, al tiempo que inventan lenguajes para esa realidad asumida como catastrófica, incómoda, pero habitable. Y es en ese “entre”, en ese espacio arrasado por la desaparición y tensionado entre el sentido y su ausencia, que propone pensar la identidad y la palabra de los y las sobrevivientes.

Comentarios finales

Para cerrar nuestro recorrido teórico, nos interesa resaltar la centralidad de los espacios de escucha y contención como apoyatura sustantiva de los procesos de elaboración y recomposición subjetiva. En efecto, considerando que el sujeto elabora y recuerda -siempre- con otros, para que estos procesos puedan desplegarse, serán necesarios espacios sociales de contención y miramiento que, desde la ternura como estructuradora del vínculo12, los propicien. Como señalan diversos autores y autoras (Laub, 1992; Jelin, 2002, 2006; LaCapra, 2005; Rousseaux, 2009; entre otros/as) hablar sin ser realmente escuchado puede llevar al sujeto a un retorno, un re-vivir el evento traumático, reafirmando sus efectos devastadores. En este sentido, ese otro que desde una escucha atenta devuelve la mirada, se configura como condición de posibilidad ineludible no tan sólo para la toma de la palabra sino, en un sentido más amplio, de toda elaboración, rememoración y recomposición personal posible. En el caso específico que nos convoca, diremos que si las vivencias al interior del CCD fueron desamparando al sujeto, en un proceso que tendía a su deshumanización, la(s) reconstrucción(es) del mundo relacional y el encuentro de y con esos otros que cobijan y escuchan constituye una instancia que, desde la ternura y el miramiento -en tanto ese reconocimiento del otro como “sujeto distinto y ajeno” (Ulloa ((1999) 2005: 2) -, propiciarán nuevas condiciones desde las cuales mirar-se y decir-se sujeto de la (su) historia.

A lo largo de este escrito hemos ido repasando un cúmulo diverso de lecturas y conceptualizaciones teóricas que, entendemos, nos permiten aproximar y tornar inteligibles -no sin mediaciones- algunas de las dimensiones que configuran la experiencia singular de la (propia) desaparición; en particular, aquellas relativas a su cualidad liminar, a las inscripciones subjetivas de lo traumático y sus posibles formas de elaboración. Para finalizar, es necesario advertir no obstante que tanto por el campo disciplinario en el que se inscribe esta indagación -el sociológico- como también y, fundamentalmente, por el encuadre en el que tuvo lugar la palabra de nuestros/as entrevistados/as13, no es posible avanzar sobre un análisis de la configuración psíquica del sujeto como portador “necesario” del trauma sino sobre la espesura de esa experiencia y su vigencia de actualidad en términos de las posiciones subjetivas que se fueron re-configurando en el largo plazo, los modos de habitar/transitar la sobrevida y los espacios de interrelación. En este sentido, recuperando la potencia que, creemos, aporta la noción de “trauma” -aquella que remite a los modos de irrupción de la violencia vivida en el campo vital y la estructura de sujeto y los procesos de desligazón simbólica que allí se suscitan- proponemos ya no una aplicación mecánica de su uso psicoanalítico sino un deslizamiento conceptual hacia la noción de “persistencias de la violencia en el espacio subjetivo”. Con ello, buscamos desplazar la mirada desde los procesos psíquicos -asibles desde el encuadre terapéutico- a sus modos de inscripción y re-emergencia subjetiva en el presente.

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Recibido: 20 de Noviembre de 2020; Aprobado: 25 de Abril de 2021

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