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Anuario de investigaciones
versión On-line ISSN 1851-1686
Anu. investig. v.16 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2009
PSICOLOGÍA EDUCACIONAL Y ORIENTACIÓN VOCACIONAL
Transformaciones de la producción simbólica en el tratamiento psicopedagógico
Symbolic transformations in psychopedagogical treatment
Rego, María Victoria1
1 Rego, María Victoria: Lic. en Psicología, UBA. Becaria Doctoral UBACyT (2007-2009). Docente y miembro del Equipo de investigación de la Cátedra de Psicopedagogía Clínica, Facultad de Psicología, UBA. E-mail: mavirego@yahoo.com.ar
Resumen
En este artículo se presenta un modelo de análisis de
las transformaciones psíquicas que tienen lugar en el
tratamiento psicopedagógico de niños y adolescentes
con problemas de aprendizaje. Los cambios observables
en la producción simbólica de estos sujetos (modos
de narrar, leer, escribir, dibujar) permiten ponderar modificaciones
de procesos psíquicos subyacentes, tales
como los modos de elaborar conflictos, las formas que
adquiere la relación entre la tramitación afectiva y la
actividad representativa, y las modalidades preferenciales
que toman las tendencias selectivas en relación a la
apropiación de los objetos de conocimiento.
La construcción de estas dimensiones de estudio posibilita
una mejor aproximación a las transformaciones en
los procesos de simbolización que tienen lugar en la
particularidad de este encuadre terapéutico, a través del
diseño de mediaciones conceptuales e indicadores clínicos
específicos que explicitan las modificaciones resultantes
de la intervención terapéutica.
Palabras clave: Problemas de aprendizaje; Tratamiento psicopedagógico; Procesos de simbolización; Transformaciones terapéuticas
Abstract
This article presents an analysis of psychical changes
during psychopedagogical treatment in children and
adolescents who suffer from learning disorders. Changes
seen in symbolic production (talking, drawing, writing
and reading modes) allow to know about some transformations
in psychical processes such as the ways of
solving conflicts, the relationship between afective tramitation
and representation activity and the prefered ways
of relation with knowledge and social objects in order to
learn and apropiate new subjects.
These dimensions improve the study of symbolization
processes and transformations that take place in this
specifical setting, through the design of theoretical contribuitions
and clinical descriptors that make able to know
therapeutic results in psychopedagogical treatment.
Key words: Learning disorders; Psychopedagogical treatment; Symbolic processes; Therapeutic changes
1. Aspectos teóricos
Pulsión y representación
La especificidad del recorte de objeto de la Psicopedagogía
Clínica plantea pensar al aprendizaje a partir del
concepto de producción simbólica y posibilita teorizar
acerca de los modos en que lo pulsional constitutivo es
elaborado a partir del lenguaje, con el propósito de inscribir
al pensamiento en una teoría general del psiquismo
que lo ligue a su origen corporal.
P. Aulagnier (1977) presenta un modelo acerca de la
génesis y el funcionamiento de la actividad representativa,
a la cual describe como análoga a la metabolización
biológica, por la cual un material heterogéneo es
incorporado al psiquismo del niño en una situación de
encuentro entre su psique y el mundo. El material con el
que esta actividad opera es un elemento de información
que pasa a ser parte de una representación que se corresponde
con alguno de los tres modos de funcionamiento
psíquico planteados como procesos originario,
primario y secundario. Las representaciones originadas
en su actividad serán respectivamente el pictograma, la
fantasía y el enunciado. Las instancias originadas en la
reflexión de esta actividad sobre sí misma serán designadas
como el representante, el fantaseante y el enunciante
o el Yo. Por último, se denominará como espacio
originario, primario y secundario a los lugares hipotéticos
en los que se desarrollan estas actividades y que
contienen a cada una de sus producciones (Aulagnier,
1977).
Estos tres procesos no están presentes desde un primer
momento de la vida psíquica, sino que aparecen y
se suceden temporalmente, a la vez que van incluyéndose
y complejizándose progresivamente. El surgimiento
de cada uno de ellos estará guiado por el encuentro
con nuevas características del objeto, que la actividad
psíquica estará obligada a reconocer. Lo característico
de este modelo es que el surgimiento de un nuevo proceso
nunca silencia el anterior sino que lo incluye y reordena
(Aulagnier, 1977).
Los procesos psíquicos originario y primario se continuarán
con una posterior puesta de sentido cuando se
reconoce que la relación entre los elementos que ocupan
el espacio exterior se define por relaciones impuestas
desde la lógica del discurso. El lenguaje opera como
el principal organizador del psiquismo, su entrada en
escena marca la más sofisticada organización de la actividad
representativa. La actividad del pensar caracteriza
este momento, actividad sustitutiva que le permite al
sujeto diferir la fantasía y depositarla parcialmente en
representaciones sociales de características simbólicas
que actúan como una nueva oportunidad para el potencial
enriquecimiento de los procesos de simbolización.
Con la entrada de la representación palabra, a través de
la participación del sistema preconsciente - conciente,
la realidad intrapsíquica se ve posibilitada de ser decible
y compartida, rol fundamental de la acción identificante
del discurso (Aulagnier, 1977).
A. Green (1996) brinda otro modelo teórico acerca de la
actividad representativa, en el que se realzan las relaciones
entre pulsión y objeto como par primordial y matriz
fundamental de la vida psíquica. Este enlace recíproco
está dado por un proceso dinámico de búsqueda,
la "función objetalizante": actividad de creación de objetos
psíquicos, representaciones, a partir de una fuerza
tensional libidinal, donde la principal función del objeto
es fundar la capacidad de crear objetos psíquicos, de
representar. Se trata de un acto de creación de sentido
e intrincación pulsional, por medio del cual se realizan
investiduras significativas, con la creación ininterrumpida
de formas objetales que aseguran la subsistencia de
la vida psíquica. Función que no sólo abarca a los objetos
como tales sino también a funciones psíquicas que
pueden alcanzar el rango de objetos en sí mismas
(Green, 1996).
El plazo inevitable impuesto a la satisfacción estimula al
aparato psíquico, obligándolo a transformar a la pulsión
en representación de otro orden. Las pulsiones se encuentran
en demanda constante de representación,
como matriz de desarrollos, diferenciaciones, diversificaciones ulteriores, en el que se anudan los fundamentos
de la fuerza y el sentido (Green, 1996).
La función objetalizante tiene el mérito de arrancar a un
sujeto de su narcisismo primordial, de la íntima clausura
de sus objetos primarios, para lanzarlo a un mundo de
significaciones y objetos novedosos que se ofertan como
garantes de sustitución. La sustitución, junto con el desplazamiento,
convierten en infinito e ilimitado el campo de
lo objetalizable (Green, 1996).
La representación es una actividad polimorfa que implementa
puestas en forma de tipo diferente según el material
sobre el que se ejerce y crea de esta manera una
rica heterogeneidad en el aparato psíquico. La actividad
representativa transita caminos progredientes y regredientes
por los que va complejizándose y enriqueciéndose
en distintos modos representacionales o gradientes,
que coexisten en una combinatoria múltiple (Green,
1996).
Green (2000) propone una teoría de la representación
que cubra un campo más vasto y diverso en comparación
al modelo freudiano que sostenía el par representación
cosa y representación de palabra y hace intervenir
directamente el componente afectivo en la actividad
representativa. El afecto es resultado de lo que queda
de la pulsión luego de efectuarse un trabajo de representación
por el lado de la representación de objeto,
fuerza que se distribuye a lo largo de todo el aparato
psíquico y lo dinamiza.
Distintos gradientes son parte de un dispositivo completo
que parte del representante psíquico de la pulsión,
estrechamente ligado al cuerpo, se expande en representaciones
de cosa inconscientes y conscientes, luego éstas se asocian en la conciencia a representaciones
de palabra y, por último, se unen a los representantes
de la realidad en el yo, todo lo cu al implica una relación
con el pensamiento.
El esquema de la "Metapsicología Ampliada" contempla
territorios y barreras psíquicas. Las barreras son zonas
de pasaje de un territorio a otro, un filtro, una censura.
Serán zonas de conflicto psíquico entre corrientes pulsionales
contrarias. Esto funda relaciones de doble sentido
entre lo somático y lo psíquico. No obstante, las barreras
funcionarán también como privilegiados espacios de
transformación psíquica por el salto cualitativo que implica
el pasaje de un territorio a otro (Green, 2005).
Este juego de direcciones regredientes y progredientes
en el aparato psíquico da cuenta de una intrincación y
una combinatoria del proceso primario con el secundario
en "procesos terciarios" (Green, 1996) que los ponen
en relación, evitando la tiranía de uno sobre otro, en pos
de su coexistencia en relaciones de conjunción y disyunción.
En un equilibrio inestable, se convierten procesos
primarios en secundarios y viceversa por las transformaciones
acaecidas en la energía libidinal. De la pérdida
de esta posibilidad de relación resultan un insuficiente
proceso primario en el caso del control racional
excesivo, y un insuficiente proceso secundario cuando
la supresión del control adopta la forma caricaturesca
de la desagregación del pensamiento (Green, 1996).
A la diversidad de funcionamiento analizada en relación
a las representaciones, se corresponde, por el contrario,
una relativa unidad de la vida afectiva. Las representaciones
trabajan por medio de la concatenación,
mientras que el afecto lo hace a través de la difusión. El
afecto es un fenómeno fundamentalmente interno, que
se dirige desde el cuerpo a la conciencia. El peligro de
una difusión descontrolada del afecto pone en riesgo la
concatenación de representaciones, por ejemplo, siendo
capaz de hacer zozobrar la cadena del discurso, infiltrándose en el proceso secundario de manera desmedida,
haciendo perder el sentido. El afecto remite a la
idea de fuerzas que atraviesan, animan, pero también
pueden destruir al psiquismo. Un aparato psíquico tomado
por el afecto en forma masiva comprueba la ausencia
de formaciones intermediarias, es decir, las formaciones
del inconsciente propiamente dichas. Prevalecen en esos
casos los "desbordes del inconsciente": procesos de evacuación
a través del acto o de la expulsión somática,
que empobrecen la actividad fantasmática del sujeto.
Así, el afecto evidencia que no todo es simbolizable por
el lenguaje (Green, 2005).
La función objetalizante tendrá su contraparte en una
función opuesta y "desobjetalizante", que incluirá a todos
los procesos que tienden a desplazar la investidura
del objeto, primero hacia las investiduras narcisistas y
después autoeróticas, y que descalifican al objeto aún
cuando mantengan su existencia, pero retirándole lo
que hace de él el soporte de la alteridad. El trabajo desobjetalizante
parece llevar a la psique a ceder cada vez
más terreno a la excitación y a la lucha contra la excitación
respecto de la función de representación (Green,
1996).
Problemas de aprendizaje y conflicto psíquico
El aprendizaje, entendido en sentido amplio, incluye el
conjunto de factores incidentes en las particularidades
de la relación de un sujeto con el mundo cuando integra
e incorpora conocimientos, y refleja la manera individual
de procesar novedades, condicionada por la plasticidad
subjetiva para instrumentarlas y transformarlas dinámicamente
(Schlemenson, 2006).
En los niños con problemas de aprendizaje la adquisición
de novedades se encuentra precariamente instaurada,
predominando el desinterés por los objetos circundantes
y presentándose en su lugar serias restricciones
para concretar actividades como leer, escribir, dibujar,
comprender o memorizar. La producción simbólica se
restringe y empobrece, y se caracteriza por modos rígidos
y estereotipados de presentación.
Los problemas de aprendizaje pueden ser comprendidos
desde una perspectiva metapsicológica y clínica
que los ligue al conflicto psíquico y los factores dinámicos
intervinientes (Hornstein, 2003).
El conflicto psíquico es constitutivo del ser humano, resultado
de la división del aparato psíquico en instancias,
en donde distintas legalidades psíquicas conviven en relaciones
de transacción y oposición, producto de la represión
fundante (Bleichmar, 1993). El conflicto aparece
cuando el aparato sufre la presión de exigencias internas
contrarias que, en relación al Principio del Placer - Displacer,
pugnan por su satisfacción (Freud, 1920). De acuerdo
con Green y su concepción metapsicológica (1996), la
libido circula en direcciones regredientes y progredientes,
debiendo atravesar diferentes territorios entre los
que se encuentran diversas barreras de pasaje. Cuando
las mismas no presentan la permeabilidad deseada, se
producen restricciones en las posibilidades sustitutivas
de la actividad representativa, la cual queda capturada
como consecuencia del conflicto psíquico.
Para Laplanche y Pontalis (1998) el conflicto psíquico
puede ser manifiesto o latente, pudiendo expresarse
este último de un modo deformado en el conflicto manifiesto y traducirse por la formación de síntomas, trastornos
de la conducta, perturbaciones del carácter.
El Complejo de Edipo da cuenta del conflicto nuclear del
sujeto, en su conjunción dialéctica y originaria del deseo
y la prohibición. Esto realza la doble vertiente intersubjetiva
e intrapsíquica del conflicto psíquico. Todo sujeto
se constituye en el entramado de una tópica intersubjetiva
edípica, en la que se ubica el conflicto en la infancia
en términos eróticos y hostiles, de rivalidades, identificaciones y elecciones objetales. Esta lógica intersubjetiva
enmarca la conflictiva psíquica, cuyas características
se harán visibles en los modos particulares con que un sujeto elabora y resuelve sus conflictos, en las vicisitudes
de tramitación de la dinámica pulsional, en la
modalidad de las defensas y en la singular distribución
de la economía psíquica.
La heterogeneidad de inicio entre pulsión y objeto, entre
la exigencia erógena y el otro (objeto y ser hablante) a
cargo de procurar la satisfacción, marcan un desfasaje
de realidades psíquicas que es fundante de una alteridad
que genera conflictivas resolubles sólo en formas
parciales y relativas (Álvarez, 2008).
En los niños con dificultades para concretar sus aprendizajes,
estas relaciones intersubjetivas iniciales con
sus objetos primarios son extremadamente inestables o
precarias y los niños son receptores de improntas libidinales
que les generan dificultades para el acceso a la
actividad representativa, ya que se instalan formas fallidas
de resolver los conflictos ligadas a distintas modalidades
de la descarga, inhibiciones y síntomas. De esta
manera se ve condicionado el alcance del proceso secundario,
dando lugar a una producción simbólica restrictiva
(Schlemenson, 2006).
La conflictiva alcanza las relaciones entre afecto y representación
y evidencia el carácter conflictivo del origen
del trabajo representativo y su función de creación
de sentido. La conflictividad atraviesa el psiquismo y éste trabaja para defenderse de sus efectos en la ilusión
de búsqueda de una unidad estable y totalizadora que
evite el sufrimiento. El trabajo representativo se muestra
como una conquista psíquica que transforma y complejiza
el alcance del intento de resolver la incompatibilidad
propuesta por antagonismos pulsionales, la alteridad
radical de la pulsión con el sujeto y de las demandas
pulsionales con el objeto (Álvarez, 2008).
El conflicto psíquico no debe ser siempre considerado
patológico; tendrá estas características en cuanto produzca
un sufrimiento que ponga en marcha defensas
excesivas que dificulten el encuentro de cursos sustitutivos
a la satisfacción pulsional. El conflicto resultará patológico en la medida en que, por su carácter restrictivo,
perturbe la actividad representativa y genere modalidades
de aprendizaje rígidas y repetitivas que cercenen
la relación con los objetos del conocimiento, en
una franca tendencia hacia la desobjetalización (Green,
1996; Schlemenson, 2006).
En la clínica psicopedagógica, los problemas de aprendizaje
posibilitan la aproximación al conflicto psíquico
en juego y a la particular modalidad que cada niño encuentra
para resolverlo. El denominador común en estos
casos es el sufrimiento psíquico del niño y la implementación
de estrategias singulares y frecuentemente
fallidas frente al mismo, que se sostienen en aspectos
de su historia libidinal (Bo, 2006).
Conocer en profundidad el conflicto psíquico preponderante
en cada sujeto así como sus modos específicos
de tramitación, es una parte esencial del análisis realizado
en la instancia diagnóstica, en un momento previo
al ingreso del niño al tratamiento psicopedagógico. La
caracterización del conflicto puntualiza las defensas
comúnmente utilizadas y los modos particulares de investimiento
y desinvestimiento resultantes de esas modalidades
singulares de procesar la ener gía libidinal
(formación de síntomas, inhibiciones, descargas somáticas
o en actos, entre otros). También son delimitados
en esta instancia los aspectos intersubjetivos y posicionales
presentes como características identificatorias y
narcisistas de la conflictiva edípica, así como la forma
de vincularse con pares y elaborar salidas exogámicas
(Bo, 2007).
El relevo de esta información en la instancia diagnóstica
permite arribar a hipótesis de interpretación complejas,
posteriormente organizadas en una síntesis diagnóstica
que opera a modo de mapa de inicio para la posterior
evaluación de los cambios y transformaciones durante
el tratamiento, y que permite orientar los ejes de indagación
relevantes para el seguimiento de la dinámica terapéutica
de cada sujeto.
El tratamiento psicopedagógico grupal
El tratamiento psicopedagógico focaliza sus intervenciones
en las inhibiciones que afectan el acceso a la
producción simbólica y resultan manifestaciones de la
problemática intrapsíquica de cada niño; trabaja las restricciones
proponiendo tareas de nivel representacional
asimilables a las que se suscitan en las situaciones escolares,
pero mediatizadas por la situación terapéutica
que buscará otorgarles un lugar y una significación ligada
a la historia y al sentido de cada uno de los niños. Al
interior del encuadre propuesto y merced a las relaciones
transferenciales que se susciten, se promoverán
situaciones en las que emerjan las perturbaciones y las
dificultades de cada niño (Schlemenson, 1997).
Se trata de encontrar el sentido histórico subjetivo que
sostiene las fracturas particulares de la producción simbólica
de cada caso singular, intentando modificarlas
clínicamente para ampliar la relación de un sujeto con el
mundo. El trabajo terapéutico se propone recuperar el
deseo por el investimiento del conocimiento y ampliar
los recursos psíquicos a través de estrategias que activen
la transformación dinámica de las producciones representativas
de cada niño (Schlemenson, 2006).
El encuadre grupal guarda características específicas
en acuerdo con lo planteado por R. Käes (1995): el grupo
no es pensado como objeto en sí mismo sino como
situación, esto es, como un espacio intersubjetivo que
exige en cada sujeto integrante la puesta en marcha de
procesos intrapsíquicos propios y singulares.
Todo encuadre se compone de un conjunto de condiciones
de posibilidad requeridas para el ejercicio de la
función terapéutica y que abarca tanto a los aspectos
materiales como al tipo de relación que se establece
para concretarla (Green, 2005). En el tratamiento psicopedagógico
grupal pueden reconocerse cuatro condiciones encuadrantes (Schlemenson, 2006): el establecimiento
explícito del tiempo y espacio en que se desarrolla
la sesión (las sesiones son de frecuencia semanal, con
duración de una hora, en encuentros coordinados por un
terapeuta y un co-terapeuta, y lo mismo para los grupos
de padres que funcionan en paralelo, quincenalmente);
la marcación de la dinámica interna de cada sesión, dividida
en tres momentos distintos; el uso de material
escolar y un cuaderno individual para cada niño; y el
análisis de tres tipos de transferencias (sobre los otros,
sobre el terapeuta y sobre el producto).
El tratamiento psicopedagógico grupal está pautado en
secuencias que tratan de poner en juego cada uno de
los aspectos que comprometen las actividades representativas
requeridas en las demandas escolares: la
actividad discursiva, la gráfica, la escritural y la lectora.
La transferencia define los límites del campo de juego e
incentiva a que el conflicto psíquico y los modos preponderantes
de investimientos y desinvestimientos psíquicos
encuentren un lugar específico para su puesta en
escena y despliegue (Schlemenson, 2006).
El primer momento de cada sesión comienza con la
convocatoria al desarrollo de la actividad discursiva, incitando
la aparición de temáticas psíquicamente comprometedoras,
propulsoras de una cadena asociativa
reveladora de las diferentes posiciones subjetivas de
los pacientes en relación al conflicto planteado. El terapeuta
interviene promoviendo la asociación libre y propicia
el investimiento del lenguaje por parte del niño
como herramienta privilegiada para la expresión compartida.
Las técnicas terapéuticas incluyen la puntuación
de alguna palabra significativa, la reconsideración
discursiva de los conflictos expuestos y su puesta en
otro niño o convocatorias sucesivas para que los distintos
niños desplieguen su posición frente a la escena en
cuestión (Schlemenson, 2006). El investimiento de la
significación que posibilita el uso y la disponibilidad del
lenguaje permite la construcción de sentidos por relación
al otro (ya no sólo privado) generando una expectativa
narcisista de ganancia de placer en el intercambio
simbólico (Álvarez, 2008). El discurso posibilita también
el diálogo interior, la autocrítica, la reflexión, ya que promueve
el desdoblamiento del enunciante en una trama
discursiva en donde el sujeto se toma a sí mismo como
objeto de interrogación en su propio discurso (Ducrot,
1986). El sí mismo se construye en el tiempo y el espacio
en diálogo con el Otro, con los otros y con él mismo
en tanto que otro (Ricoeur, 1995).
En el segundo momento de cada sesión se invita a los
niños a escribir o dibujar sobre lo hablado, y es el único
momento de cada encuentro en que se da una consigna
general para todos, la cual opera como convocatoria a
la postergación pulsional y puesta en marcha de procesos
simbólicos complejos (Schlemenson, 2008). La temática
sobre la que se invita a producir es elegida por el
terapeuta en relación a aquellos temas que surgieron en
el momento previo y del cual éste rescata algún aspecto
del núcleo del debate del proceso asociativo inicial. La
producción de marcas escritas y/o gráficas permite un
nuevo despliegue simbólico y simbolizante pues durante
la misma, cada niño escribe o dibuja de acuerdo al
particular posicionamiento hallado en relación al tema
expuesto en el momento anterior, a la vez que se reconoce
en su producción. Esta escritura es la que muestra
los lugares de fractura terapéuticamente significativos
para el niño y su terapeuta: repeticiones, omisiones, tachaduras
y borrones que deberán ser resignificados al
interior del proceso terapéutico. Según G. Prol (2006),
la escritura es la herramienta privilegiada de la clínica
psicopedagógica porque promueve una experiencia
superadora de la idea de mera transcripción, en pos de
la subjetivación (Derrida, 1998) y la re-historización (Aulagnier,
1984). La escritura en la clínica constituye una
marca o huella dejada por su autor que implica tanto la
ruptura del sentido que atrapa el modo sufrie nte de
aprender como la generación de sentidos nuevos, a
partir de estrategias de intervención que facilitan procesos
deconstructivos inéditos (Derrida, 1989). Escribir
supone siempre la presencia de un destinatario. Incluye
la presencia de una multiplicidad de otros que pueden
criticar o aprobar lo escrito. Cuando un niño escribe no
está solo, escribe para sí y escribe para otro (Schlemenson,
1999). Una propiedad esencial de la escritura es su
carácter de iterabilidad (Derrida, 1998): el poder que
tiene un escrito de ser reproducido en cualquier momento
ya que, a diferencia de la enunciación, posee independencia
de su referente así como de sus contextos
real y semiótico (Prol, 2004).
Por su parte, la producción gráfica da cuenta de un
modo especifico de actividad representativa que posibilita
conocer las modalidades singulares de creación de
sentido y presentación de problemáticas y conflictos a
partir de índices figurales con soporte en la imagen
(Wald, 2007). La producción gráfica posibilita considerar
los factores psíquicos involucrados en las modalidades
singulares de creación de sentido a través de los modos
primarios de elaboración psíquica involucrados en el
trabajo que da figura a la pulsión en el psiquismo, por
medio del investimiento de las representaciones inconscientes
de cosa. La pulsión adquiere dimensión figural
en la fantasía y crea a la vez disponibilidad de este recurso
para próximas sustituciones imaginarias (Wald,
2001-2007).
Para este segundo momento se utiliza un cuaderno, el
cual se define esencialmente por su diferencia con el
escolar, ligado al fracaso y la dificultad, para convertirse
en un espacio material para la creación y utilización de
estrategias productivas novedosas. Opera como pantalla
proyectiva en la que se cristalizan los cambios psíquicos
que tienen lugar durante el tratamiento (Schlemenson,
2008). Es el documento privilegiado para observar los
cambios y transformaciones en la producción, a la vez que oficia de archivo (Derrida, 1997) y posibilitador de
una ligazón entre el pasado y el porvenir, ya que habilita
la revisión de situaciones pasadas, modificadas (Schlemenson,
2006).
Durante el tercer momento de la sesión, se interpela a
cada niño a leer lo que escribió o mostrar lo que dibujó.
Momento en que se hace público lo escrito y se jerarquizan
las marcas distintivas de la producción de cada
quién. Los semejantes amplían las oportunidades para
la actualización de los conflictos, promoviendo procesos
reflexivos (Castoriadis, 1993; Kristeva, 1996). El grupo
se constituye como una red de intercambios temáticos,
subjetivos y conflictivos, que requieren ser pensados en
relación a las investiduras y relaciones transferenciales
que moviliza (Käes, 1995). En el tratamiento psicopedagógico
grupal el otro fuerza a la desestabilización y
pérdida de lo conocido, y resulta un propulsor de la interrogación
que orienta hacia la re-creación de lo diferente
(Schlemenson, 2006).
Las intervenciones clínicas en este encuadre están
orientadas a producir asociaciones y movimientos psíquicos
en la subjetividad de quien las recibe. Para poder
intervenir, es necesario comprender lo que ocurre en el
aquí y ahora de cada sesión y ubicarlo en un entramado
que vincule los aspectos histórico-libidinales de cada
niño con los elementos que se hacen presentes en función
de la transferencia. En la clínica de niños con problemas
de simbolización, estas intervenciones no sólo
se dirigen hacia aspectos reprimidos, sino que intentan
ampliar la capacidad representacional a partir de potenciar
la narratividad, la capacidad asociativa y la actividad
reflexiva. También se orientan a visibilizar el conflicto
psíquico y sus manifestaciones para acceder a formas
menos restrictivas y más plásticas en su resolución (Bo,
2008).
Estos nuevos procesos psíquicos son simultáneos a los
cambios observables en los modos de narrar, escribir,
leer, dibujar. En la dinámica del tratamiento psicopedagógico
grupal las transformaciones en la producción simbólica
dan cuenta de nuevas formas de trabajo psíquico
representacional que operan con cierta estabilidad y mayores
posibilidades sustitutivas, dinamizando el acceso al
conocimiento y los aprendizajes de maneras más placenteras
y anteriormente inexistentes. Estas transformaciones
si bien son observadas sobre un eje temporal diacrónico
no se relacionan con un ordenamiento progresivo y
evolutivo sino que se presentan como combinatorias de
formas de circulación pulsional regredientes y progredientes
generadoras de nuevos recursos simbólicos
complejos y heterogéneos (Green, 2005).
La inclusión del conflicto en el tratamiento propicia en
cada niño el encuentro con la carencia y la dificultad, lo
cual dinamiza la producción y complejiza la actividad
psíquica a partir de los procesos reflexivos y deconstructivos
que se generan (Derrida, 1989; Castoriadis,
1993).
De esta manera el trabajo representacional se complejiza
y enriquece, al hallar nuevas ligaduras propiciadas
por las intervenciones en busca del incremento de la
plasticidad psíquica, el levantamiento de represiones, la
generación de nuevas representaciones alternativas, y
la facilitación de la circulación libidinal (Bo, 2008).
Estos cambios psíquicos no dan lugar a modificaciones
inmediatas en el desempeño escolar de un niño, pero sí establecen los fundamentos psíquicos necesarios para
un mejor acceso a lo simbólico y un mayor despliegue
de la actividad representativa. El incremento de recursos
narcisísticos en la resolución de situaciones conflictivas
es un indicador de modificaciones esperadas, que
probablemente habilitan el deseo del niño por incorporar
novedades y conocimientos (Schlemenson, 2006).
2. Aspectos metodológicos
El tratamiento psicopedagógico posibilita circunscribir
procesos de transformación que tienen lugar durante el
trabajo clínico, lo cual permite elaborar dimensiones de
análisis que hacen posible describir e interpretar los
principales procesos implicados en el trabajo representativo
y establecer relaciones conceptuales sobre la
complejidad del trabajo clínico y su implicancia en los
problemas de aprendizaje. El objetivo es caracterizar
las transformaciones en la producción simbólica de niños
que asisten a tratamiento psicopedagógico grupal a
causa de sus problemas de aprendizaje. Se buscará elaborar hipótesis teóricas de la relación entre las transformaciones
de la producción simbólica y los procesos
psíquicos implicados.
Para ello, este análisis parte de dos ejes centrales de
indagación, cada uno de los cuales posee sus dimensiones
especificas:
1) PROCESOS DE SIMBOLIZACION
2) MODALIDADES DE PRODUCCION SIMBOLICA
El primer eje contempla tres aspectos del trabajo psíquico
necesarios para la simbolización, a partir de los cuales
han sido diseñadas tres dimensiones de estudio:
-Elaboración de la conflictiva psíquica: formas de metabolización
psíquica del yo sobre sus conflictivas, que se
sostienen en un trabajo de representación que adquiere
modalidades de mayor plasticidad o rigidez en cuanto a
sus posibilidades de apertura sustitutiva
-Tramitación afectiva y actividad representativa: características
que toma la actividad proyectiva en su articulación
con el trabajo representativo, que se expresan en
diversas posibilidades figurativas del afecto en su trabajo
de ligazón, desligazón y religazón representacional al
servicio de la elaboración de sentido
-Procesos de investimiento y desinvestimiento psíquico:
tendencias preferenciales que toman las relaciones entre
la pulsión y los objetos, lo cual orienta las elecciones
y evitaciones preponderantes que caracterizan las modalidades
singulares de apropiación subjetiva de los objetos ofertados socialmente
Estos tres aspectos de los procesos de simbolización se
encuentran íntimamente relacionados en el trabajo representativo.
Los mismos han sido discriminados a fin
de ordenar y sistematizar el análisis, para posteriormente
dar lugar a la elaboración de hipótesis conceptuales
sintéticas e integradoras de sus resultados, que permitan
profundizar el conocimiento de las transformaciones
de los procesos de simbolización.
Cada uno de ellos es analizado al interior de cada una
de las tres modalidades de producción simbólica seleccionadas
para el segundo eje:
-Producción Discursiva: aquello que un niño dice en el
devenir de una sesión permite trabajar, en sus formas y
contenidos, los recursos de elaboración de sus problemáticas
históricas y develar sus caminos de construcción
simbólica. Lo que dice y cómo lo dice, los temas
que jerarquiza y los que evita, la amplitud o restricción
de las relaciones que establece entre ellos, la apertura
o cierre en la escucha del discurso de los otros, son todas
dimensiones de análisis centrales que permiten
construir hipótesis sobre sus principales conflictos y
modalidades defensivas (Álvarez, 2004). En la clínica
se distinguen dos formas discursivas diferentes que
presentan sus organizaciones específicas: el discurso
asociativo (en situación de intercambio dialógico con el
terapeuta) y el discurso narrativo ficcional. Mientras el
trabajo sobre la producción narrativa muestra las modalidades
singulares privilegiadas de elaboración de sentido
en síntesis argumentativas acerca de sus conflictos
y enigmas, el trabajo asociativo abre una dimensión inédita
de producción discursiva que amplía los caminos
de enlaces sustitutivos. Ambos tipos de producción discursiva
representan un material sumamente valioso
para la interpretación de las modalidades singulares de
simbolización y su potencial dinamización y modificación
durante el tratamiento psicopedagógico (Álvarez,
2008).
-Producción Gráfica: los procedimientos de lectura de lo
figural se diferencian de las interpretaciones clásicas en
torno al plano de los contenidos y la simbología (Punta
Rodulfo, 1992). Para poder estimar el trabajo de simbolización
a realizar en cada caso singular así como sus
transformaciones durante el tratamiento, resulta necesario
evaluar las formas productivas predominantes de
cada niño, es decir, las características que adquiere en
cada caso el proceso proyectivo y las posibilidades de
simbolización de deseos, fantasías y conflictos por medio
del código plástico figurativo, deducibles de ciertos
componentes del dibujo tales como la secuencia, el tamaño,
la presión y calidad de la línea, el trazo, los detalles,
la exactitud, la simetría, el emplazamiento en la
hoja, el movimiento, la perspectiva, las proporciones,
las repeticiones y transformaciones en una zona del
gráfico (Punta Rodulfo, 1992). Esta perspectiva permite
introducirse en la estructura del dibujo y en el trabajo
psíquico que este opera, observables en las omisiones,
inversiones, desplazamientos, condensaciones, así como las conexiones asociativas y el contenido argumental
que acompañan a los gráficos (Wald, 2007).
-Producción Escrita: lo que un sujeto escribe tiene que
ver con procesamientos inconscientes que pulsan por
ligarse o desligarse, manifestando en los escritos aquello
que se oculta o sostiene. El error en la escritura,
tanto formal como semántico, puede considerarse un
quiebre que refleja un cúmulo de sentidos a descifrar e
interpretar. Esos errores marcan la pérdida del deseo de
expresión a través del código lectoescrito (Schlemenson,
1999). El análisis de las inadecuaciones en el uso
del espacio gráfico, los yerros formales por confusiones,
adiciones u omisiones de letras, espacios que quedan
en blanco, tachaduras y borrones que perturban la lectura
de lo escrito, posibilita una aproximación a los aspectos
intrapsíquicos y procesos subjetivos intervinientes,
así como a las posibilidades de modificación
terapéutica de los mismos.
Este análisis posibilita conocer la modalidad que adquieren
trabajos psíquicos implicados en los procesos
de simbolización, en cada una de las modalidades específicas
de producción simbólica, las cuales presentan
características heterogéneas y singulares en cada paciente
asistido por sus dificultades de aprendizaje. Cuatro
sujetos integrantes de un grupo de tratamiento serán
estudiados a lo largo de dos años, y estas dimensiones
posibilitarán ponderar posibles modificaciones en dichos
trabajos psíquicos a lo largo del proceso terapéutico
singular de cada paciente.
El estudio requerirá elaborar indicadores específicos
para cada dimensión que permitan construir las mediaciones
conceptuales precisas de los procesos estudiados,
a partir de los cuales se analizará cada dimensión
abordando en profundidad su especificidad.
3. Conclusiones
La producción simbólica es una actividad psíquica representacional
compleja cuyos modos de presentación
son una expresión empírica privilegiada del funcionamiento
psíquico de un sujeto. A través de las marcas que
un sujeto produce cuando narra, dibuja, lee o escribe es
posible inferir aspectos intrapsíquicos que sostienen esos
modos singulares de producción (Schlemenson, 2001).
El encuadre clínico psicopedagógico opera como delimitación
conceptual de las dimensiones de estudio de la
investigación y resulta un parámetro conceptual para el
análisis de los diferentes modos de complejización de la
actividad psíquica de los niños en el acceso a posicionamientos
de mayor autonomía y reflexividad.
La realidad social actual en nuestro país brinda cifras
alarmantes en cuanto a las estadísticas de deserción
escolar que marcan la interrupción temprana de trayectorias
educativas que siquiera alcanzan los límites de
escolaridad obligatoria establecidos por la Ley Federal de Educación.1 Esta realidad hace imprescindible la reflexión sobre los factores intervinientes en el fracaso
escolar, el cual remite a un fenómeno complejo que
amerita su aproximación teórica desde diversos enfoques
que contemplen la diversidad de sus causas: sociales,
económicas, políticas, antropológicas y psíquicas,
entre otras (García, 2006). Cada uno de estos
abordajes realiza recortes que resultan necesarios toda
vez que se intenta conocer en profundidad alguno de
los factores intervinientes en su complejidad (Schlemenson,
1999). En acuerdo con lo planteado por el Paradigma
de la Complejidad (Morin, 2000), la Psicopedagogía
Clínica es una disciplina que aborda exclusivamente
la dimensión subjetiva del aprendizaje, en relación a los
factores psíquicos que comprometen y condicionan los
procesos de simbolización.
Los aportes de esta investigación contribuirán a ampliar
las posibilidades comprensivas de los fenómenos psíquicos
intervinientes en la complejidad del fracaso escolar
y las dificultades en el aprendizaje. De este modo
se espera brindar herramientas teórico-clínicas que posibiliten
profundizar el conocimiento de un modelo de
abordaje específico de los problemas de simbolización
en la infancia y la adolescencia.
Es importante destacar que la ponderación de los cambios
no toma en cuenta la temporalidad como proceso
lineal, progresivo y acumulativo, sino la complejidad y
heterogeneidad de los procesos de producción. Los
cambios observados en la producción simbólica son
considerados derivados de transformaciones psíquicas
implicadas en los entramados de procesos progredientes
y regredientes que se articulan para complejizar los
procesos de simbolización (Green, 2005).
Los cambios que tienen lugar en el tratamiento psicopedagógico
no implican soluciones instantáneas a la problemática
escolar pero sí ofrecen al sujeto los fundamentos
psíquicos necesarios para una participación
más activa y placentera en el proceso de producción del
conocimiento, a la vez que amplían la promesa de una
inscripción social y cultural satisfactoria.
Notas
1 Sólo en la ciudad de Buenos Aires, entre 2000 y 2006 se registró un incremento del 130% en la cantidad de alumnos que abandonan
la escuela media, según datos de la Dirección de Informática
y Planeamiento Educativo Bonaerense. (Fuente citada en el diario Clarín, sección Sociedad, del martes 30 de octubre de 2007).
Por su parte, el "Documento preliminar para la discusión sobre la
Educación Secundaria en la Argentina", publicado por el Ministerio
de Educación de la Nación en 2008 reveló que solamente el 50%
de los alumnos completan el periodo de escolaridad obligatoria en
el tiempo previsto, como consecuencia de la repitencia, la sobreedad
consecuente y los abandonos temporarios.
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