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Anuario de investigaciones
versión On-line ISSN 1851-1686
Anu. investig. v.16 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./dic. 2009
PSICOANÁLISIS
La creencia en el padre: ¿un impasse freudiano en la dirección de la cura?
The belief in the father: a freudian impasse in the direction (address) gives he (she) treats it?
Domínguez, María Elena1
1 Domínguez, María Elena: Lic. en Psicología, Universidad de Buenos Aires, Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra 1 de Psicología,Ética y Derechos Humanos, UBA. Becaria UBACyT, Maestría (2008-2010) en el Proyecto P431 Programación 2008-2010 "Variables jurídicas en la práctica psicológica: sistematización de cuestiones éticas, clínicas y deontológicas a través de un estudio exploratorio descriptivo". E-mail: mariaelenadominguez@psi.uba.ar
Resumen
Tomando como punto de partida la creencia en el padre,
impasse freudiano del analista en la dirección de la
cura, y en continuidad con la investigación que venimos
realizando sobre el padre en la apropiación de niños en
la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983),
Beca Maestría UBACyT (2008-2010), desplegaremos,
en este trabajo, algunas perspectivas para pensar dicha
creencia en estos casos. Se considerarán distintas versiones
del padre para precisar una salida a este atolladero
freudiano: la creencia en el padre y el analista
como sustituto paterno y plantearemos la creencia en el
padre real, su estatuto y su función justamente en esta
época caracterizada por la declinación del amor al padre
como aquella creencia que debe sostenerse en la
dirección de la cura.
Palabras clave: Creencia; Función paterna; Deseo del analista; Apropiación
Abstract
Taking the belief in the father as a point of departure,
impasse Freudian for the analyst in the direction of the
cure, and in continuity with the research that we are realizing
about the father in the children's appropriation in
the last military dictatorship in the Argentina (1976-1983), Scholarship Mastery UBACyT (2008-2010), we
will deploy, in this work, some perspectives to think that
belief in these cases. We wil consider different versions
of the father to solve this freudian problem: the belief in
the father and the analyst as paternal substitute, and the
belief in real father, its statute and function, exactly in
this epoch characterized by the decline of the love to the
father as that belief that must be supported in the direction
of the cure.
Key words: Belief; Paternal function; Desire of the analyst; Appropriation
"... no se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño"
Freud, s. (1937), Análisis terminable e interminable."El análisis no consiste en que uno esté liberado de sus "síntomas" ("sinthomes"), dado que es así como lo escribo "symptome" (sic). El análisis consiste en que se sepa por qué se está enredado en eso: eso se produce debido a que hay lo Simbólico"
Lacan, J (1978), el momento de concluir.
1. Introducción: los impasses
Una de las profesiones imposibles junto con las de gobernar
y educar es para Freud la de analizar. La aptitud
del analista debe adquirirse. En Análisis terminable e
interminable (1937) el problema queda planteado en los
siguientes términos "¿dónde y cómo adquiriría el pobre
diablo aquella aptitud que le hace falta en su profesión?" (Freud, 1937: 250) La respuesta no se deja esperar: "en
el análisis propio, con el que comienza su preparación
para su actividad futura" (ibídem) el cual cumple su función "si instila al aprendiz la firme convicción en la existencia
de lo inconciente (...) y le enseña, en una primera
muestra la técnica únicamente acreditada en la actividad
analítica" (ibídem). Pero agrega que esto no basta
como instrucción sino que hay que contar "con que las
incitaciones recibidas en el análisis propio no finalizan
terminado aquel, con que los procesos de la recomposición
del yo continuarán de manera espontánea en el
analizado y todas las ulteriores experiencias serán aprovechadas
en el sentido que se acaba de adquirir" (ibídem).
Y concluye diciendo: "en efecto ello acontece y en
la medida que acontece otorga al analizado aptitud de
analista" (ibídem).
Se siguen de aquí varias cuestiones. Una, la convicción
no basta para lograr un saber-hacer. La otra, más compleja
aún, se refiere a la noción misma de aptitud. Y es
que para obtenerla Freud plantea una distinción no sólo
temporal, sino la imperiosa necesidad de diferenciar
esa empresa de dos tiempos con dos vocablos diferentes.
Seguiremos en este punto el análisis realizado por
Osvaldo Delgado (S/F, Inédito) sobre los dos términos
del alemán, utilizados por Freud. Hallamos así que,
cuando se interroga por ¿dónde adquiriría el pobre diablo
la aptitud?, utiliza el término eignung sustantivo que
señala idoneidad, disposición, dotes; mientras que
cuando se refiere al tiempo posterior, el de la recomposición
del yo, utiliza tauglich. Adjetivo que puede traducirse
por capaz, o hábil para realizar algo, saber hacer
algo. Ciertamente no son sinónimos y claramente el último
queda ligado a la dimensión pulsional, en tanto, es
en el tiempo posterior en el que se pone en juego la dimensión
económica y la recomposición de las alteraciones
del yo.
Así, la convicción, necesaria pero no suficiente, se corresponde
con cierta idoneidad para el ejercicio de la
técnica siendo el didacta el encargado de juzgar su adquisición
admitiendo o no al candidato; mientras que las
incitaciones del análisis propio, que perduran más allá de él, otorgan al analizado la aptitud concebida como un
saber hacer.
De allí que, esta segunda cuestión -la de la distinción de
los términos- nos introduzca de lleno en la problemática
referida a la presencia del analista. Y es que el punto central
en torno a la aptitud, es que ella no se reduce solamente
al ejercicio de una técnica, al quehacer sino que, al incluir
a la persona del analista, no es su técnica lo que se
pone en juego sino su presencia. Se trata del saber-hacer-ahí-con {savoir y faire avec} (Lacan, 1976-77: inédito). Un
saber que no se adquiere como conocimiento.
Pero lo lamentable de este punto es que, tal como lo
indica Freud, "muchos analistas han aprendido a aplicar
unos mecanismos de defensa que les permiten desviar
de la persona propia ciertas consecuencias y exigencias
del análisis" (Freud, 1937: 250) y acaso su labor lo
llevará a despertar también en él "todas aquellas exigencias
pulsionales que de ordinario él es capaz de
mantener en sofocación" (ibídem). En este sentido, la
noción misma de aptitud -en su segunda acepción- nos
introduce en otra cuestión o problema: el del destino del
saldo del análisis del analista. Saldo que Freud sitúa en
aquellos mecanismos de defensa, propios del analista,
que podrían conducir a la producción de "desvíos" en la
dirección de la cura, en el modo de conducir las curas
dado que, ese tiempo posterior señalado por Freud,
puede coincidir con aquel en que el pobre diablo se dedique
a atender pacientes.
Y es que los mecanismos de defensa, como manifestación
de las resistencias estructurales, implican una dificultad no menor para la conclusión de la cura. Ellos no
sólo retornan como resistencia al reestablecimiento lo
cual implica que: "la cura misma es tratada por el yo
como un nuevo peligro" (Freud, 1937: 240), sino que, y
este es un punto central: "esos peligros «son peligros
del análisis» que por cierto no amenazan al copartícipe
pasivo sino al activo de la situación analítica, y no se
debería dejar de salirles al paso" (Freud, 1937: 251).
Son los desvíos propios de las exigencias del análisis
del analista, vueltos sobre la cura del analizado.
Entonces, ¿cómo hacer para que los propios mecanismos
de defensa puestos en juego en el análisis del
analista no se desvíen hacia el análisis de los analizantes?
El impasse del análisis del analista ya está planteado.
El problema es que el modo en que se intenta resolverlo,
las respuestas freudianas a dicho impasse conducen a producir otros impasses en las curas mismas,
en la dirección de la cura.
La aptitud manifiesta así su conexión con ciertas resistencias
estructurales, aquellos mecanismos de defensa
que ahora se vuelven obstáculo para el ejercicio de la
función si el analista no se encuentra advertido de ello y no sabe-hacer-allí, cada-vez. La aptitud del analista no
se resuelve, entonces, por la vía del ejercicio de una
técnica sino que ella apunta a la experiencia de lo real,
aquello que opone resistencia para la cura, pero que a
su vez la orienta.
En suma, si el problema de la aptitud incluye a la persona
del analista, su aná ;lisis y su presencia, lo que de él se
espera es que sepa hacer con ese saldo "lamentable",
que esté advertido de ello para que el análisis mismo,
aquel dirigido por él, no se transforme en una práctica
sugestiva y los mecanismos no se erijan a contramano
de la convicción de la existencia del inconciente.
Tomaremos a continuación, uno de los impasses freudianos
del analista para la dirección de la cura: la creencia
en el padre. Modo fantasmático que señala ya un
tratamiento de la castración. Un tratamiento morigerado
del encuentro siempre traumático del viviente con lalengua,
lo que lo vuelve ser hablante.
Situaremos, entonces, esta creencia en un historial freudiano:
el caso Dora, recortando el modo en que el dirige
desde ese impasse la cura y las consecuencias de ello, el
abandono del tratamiento por parte de la paciente ante el
empeño de Freud en encaminarla hacia el Sr. K como
sustituto del amor paterno. Propondremos como salida a
este atolladero freudiano (la creencia en el padre y el
analista como sustituto paterno) considerar distintas versiones
del padre -antinómicas por cierto- para pasar de la
creencia en el padre simbólico, el padre muerto a la orientación
por lo real, la creencia en el padre real, el padre
deseante, el padre síntoma. Creencia que proponemos
debemos sostener en la dirección de la cura.
Finalmente, haremos una breve referencia a una viñeta
del tratamiento analítico de una niña apropiada en la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983),
restituida por orden judicial, con el objetivo de articular
algunas cuestiones propias de este impasse en el tratamiento
de estos casos -de apropiación de niños- ahí dónde la figura del padre, su función, el lugar del padre
se encuentra cuestionado. Justamente porque allí varias
de las respuestas aportadas sobre estos casos
procuraron restablecer, restituir al padre simbólico sin
interrogarse por el estatuto del padre real1.
2. Versiones del padre: del impasse de la creencia en el padre a su declinación
"No podemos asegurar que en un mundo transformado por la ciencia y por el discurso del capitalismo el padre conserve todavía un estatuto trágico. Es un padre que nos resulta conocido: el estatuto del padre moderno es el del padre humillado (...) al que se le pide únicamente que sea un trabajador aplicado"
E. Laurent (1991), Hay un fin de análisis para los niños
Pensar el impasse freudiano de la creencia en el padre
nos conduce a retomar nuestro primer epígrafe del escrito
allí donde Freud, tomado por el tema del amor a la
verdad como fundamento de la posición del analista, del
vínculo terapéutico, se topa con las resistencias estructurales,
aquello que resiste al mejoramiento y a la cura
misma. Es que, a partir de la formulación de la segunda
tópica, como puede leerse en Análisis terminable e interminable (1937), puede entreverse los impasses a los
que conduce el amor por la verdad, el amor al padre2.
Freud ha quedado embrollado en el amor al padre/verdad
-ese es su propio impasse- de allí que la posición del
analista quede soportada de ese ideal. No sólo en el nivel
teórico, en el que a veces promueve al analista en esa
posición -ideal de padre que, como sustituto de los progenitores
se erige como un maestro, un educador que profiere indicaciones- (Freud, 1937: 249), sino especialmente
en las curas que dirige. De ello testimonian alguno de
sus historiales, entre ellos: Dora, el hombre de las ratas,
Juanito, y por supuesto, el hombre de los lobos. En los
dos niveles, y como corolario de ese empeño...terapéutico,
afloran las resistencias: tanto en su estudio teórico,
como en la práctica freudiana misma.
En Dora de entrada la demanda de su padre a Freud
perseguía localizar en él la procuración de un padre: "procure usted ponerla en buen camino" (Freud, 1905
[1901]: 25) fueron los términos en que el padre de Dora
requirió lo servicios de Freud, agreguemos dado que yo,
su padre, no he podido. Un llamado a Freud a ocupar
ese lugar de padre, lugar del amo y Freud presuroso allí va. Esa es su convicción.
Pero si bien Dora en su fantasía había consentido a esa
demanda paterna y, transferencia mediante, situó a
Freud como sustituto del padre, y esto fue prontamente
advertido por él, no pudo Freud, sin embargo, sustraerse
de su empeño en interpretar los síntomas de Dora
como derivados de su amor por el Sr. K y finalmente fue "sorprendido por la transferencia y, [tal como él lo explica]
a causa de esa x por la cual yo le recordaba al señor
K., ella se vengó de mí como se vengara de él, y me
abandonó, tal como se había creído engañada y abandonada
por él. De tal modo, actuó {agieren} un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de
reproducirlo en la cura" (ibídem: 104) De este modo,
Dora abandona la cura. Dora resiste a ese empeño de
Freud.
Encontramos allí claramente a Freud tomado por la idea
del Edipo simétrico (aquel que encamina al niño a un
acercamiento "natural" a su madre y a la niña al padre)
que ha producido múltiples estragos en su clínica. La
propia Dora se revela a ello interrumpiendo el tratamiento
como consecuencia de la dirección en la que el clínico
la orientaba.
Puede entreverse ahí uno de los nombres freudianos
dados a la aplicación de los mecanismos de defensa,
producto del desvío de las exigencias del análisis del
analista: el sustituto paterno, en tanto el padre, en sentido
neurótico, se presenta como castrador o prohibidor
del goce haciendo de este un goce imposible... aquí al
servicio de mantener el deseo insatisfecho. Y es que
ella, con su neurosis, sostenía la impotencia del padre "porque el deseo de la histérica ¿qué es? Es sostener al
padre, pero sostener al padre precisamente en tanto el
padre planteado como Ideal. Sostenido en el ideal es un
deseo un poco venido a menos, sería impotente además.
Pero no porque sea impotente sino porque su deseo
está caído. Y ese es el drama de la histérica tomar
a un padre, con un deseo desfalleciente (...) Insistimos
el deseo del analista no puede equivalerse a este deseo
de sostener este padre como Ideal desfalleciente" (Aramburu, 2000: 73-74). Justamente sostener allí el
sustituto paterno se erigiría así a contramano de suscitar
la firme convicción de la existencia del inconsciente.
Es más, ubicar al padre como castrador o prohibidor del
goce, ya implica un tratamiento neurótico, un modo de
defensa neurótica respecto de la castración.
Se desprenden de aquí varias cuestiones.
Por un lado, Freud hace girar su clínica en torno al Edipo3,
procurando así un modo de sostener la función
declinante del padre en nuestra cultura (Mazzuca, 2004:
378) -tal como sus neuróticos intentan sostenerlo con
sus neurosis- por la vía de un tratamiento sustentado en
la procuración de un padre. En el año 38 Lacan proponía
que la declinación de la imago paterna constituye
una crisis psicológica, y que las formas actuales de la
neurosis se sostienen de alguna insuficiencia paterna "la personalidad del padre, carente siempre de algún
modo, humillada, dividida o postiza" (Lacan, 1938: 93-4).
Y agrega que "quizás la aparición misma del psicoanálisis
debe relacionarse con esta crisis" (ibídem). ¿Cuál?
la declinación de la imagen del padre.
Sin embargo, por el otro debemos decir que, si bien
Freud quedó embrollado en torno al padre, nos proporcionó algunas herramientas para guiarnos: señalemoscomo una de ellas la regla de abstinencia. Una operación
contra la creencia del otro, contra el padre como
garante de sentido. En segundo lugar, articulemos ese
concepto con el del deseo del analista. Un deseo que no
se halla soportado en ningún ideal...moral, aún el del
padre4.
En este sentido, Lacan nos exhorta dejar alejar cada
vez mas de nuestro horizonte, incluso a negar cada vez
más en nuestra experiencia de analista el lugar del padre
porque borra, porque nos hace perder el sentido y la
dirección del deseo en nuestra acción que es dirigida a
quienes confían en nosotros. En el Seminario 8: "La
transferencia" lo dice en los siguientes términos: "sabemos
perfectamente que tampoco podemos operar en
nuestra posición de analistas como operaba F reud,
quien adoptaba en el análisis la posición del padre. Y
esto es lo que nos deja estupefactos de su forma de intervenir.
Por eso no sabemos donde meternos -porque
no hemos aprendido a articular a partir de ahí cual debe
ser nuestra posición, la nuestra" (Lacan, 1960-61: 332).
Y es que situar al padre como agente de la castración
por la vía de la frustración es un nombre del obstáculo
para la aptitud del analista. Esa creencia en el padre, en
el analista como padre conduce a quedar entrampado
en la dialéctica de la frustración en lugar de orientarse
por lo real del síntoma. Entonces, así como la función
del padre declina en la época, la creencia en ese padre,
el que profiere indicaciones a los analizantes debe declinar
en la dirección de la cura para dar lugar a la orientación
por lo real.
De otro modo, tratar el impasse de la creencia en el
padre y en la verdad, tal como lo señala Miller, puede
conducir a sostener radicalmente la creciente "desvalorización
de la verdad en beneficio de lo real" (Miller,
2003: 111). Pero de lo que allí se trata, realmente, es del
pasaje a la orientación por lo real, agreguemos lo real
del padre. Y es que si ello no ingresa en el terreno analítico
nos vemos conducidos a girar en redondo. De allí el porqué de nuestro segundo epígrafe del escrito, como
un modo de salida de ese atolladero: saber en que está uno enredado, embrollado para poder desembrollarse,
cada vez.
Entonces, si en nuestra práctica incidimos en el caso,
traumatizando el discurso (Laurent, 2002) común, el discurso
corriente, el que hace común medida entre los
cuerpos, para dar lugar a discurso del inconciente, discurso
amo que comanda el goce del sujeto, el analista no podrá situarse allí como un "héroe hermenéutico" (ibídem),
como un partenaire que aporta sentido, que repara
el sentido, por el contrario situemos allí al analista traumático,
que como el lenguaje mismo, sabe que el sentido
puede tornarse peligroso para el sujeto. Así, "por la posición
que el analista ocupa es el garante del surgimiento
del inconciente que emerge siempre en su dimensión de
ruptura con el sentido establecido" (ibídem).
En suma, la posición del analista, soportada en esa figura
paterna, en el ideal, en los puntos de fijación propios
del analista, se vuelve sugestiva, al conducir a los analizantes
a suturar la brecha abierta, por el quiebre del
sentido, por medio de la obtención de un nuevo saberhacer
listo para usar, que reprograma los cuerpos por la
vía de la procuración de un padre. Un viraje de la impotencia
a la potencia del padre, sin toparse con su imposibilidad.
Se revela así la importancia de nuestro epígrafe del
apartado ya que aquello que el discurso de la época le
pide al padre, un padre humillado es que sea un trabajador
aplicado, aplicado a ese discurso. Un discurso que
no quiere saber nada de lo imposible.
Pareciera, entonces, tratarse de un predicar en el vacío.
Sin embargo, más allá del mito, más allá del Edipo como
guía en la dirección de la cura se sitúa como operador
estructural el padre real, que si bien es un padre que no
forma parte de la teoría freudiana, sin embargo puede
leerse en su clínica. Así el padre de Dora más allá de su
impotencia, aquella que la histérica recorta del padre,
es un padre deseante y no un padre muerto.
En este sentido Lacan en el mito individual del neurótico
sostiene esa disonancia entre el padre simbólico, el
nombre del padre y el padre real. "¿De qué se trata
pues en este mito cuaternario, si puede decirse así, que
reencontramos tan profundamente en el carácter de las
impasses, de las insolubilidades de la situación vital de
los neuróticos? El padre no sólo sería el nombre del
padre, sino realmente un padre que asume y representa
en toda su plenitud esta función simbólica, encarnada,
cristalizada en la función del padre. Pero resulta claro
que ese recubrimiento de lo simbólico y lo real es completamente
inasible, y que al menos en una estructura
social similar a la nuestra el padre es siempre en algún
aspecto un padre discordante en relación con su función,
un padre carente, un padre humillado como diría
Claudel, existiendo siempre una discordancia extremadamente
neta entre lo percibido por el sujeto a nivel de
lo real y esta función simbólica. En esa desviación reside
ese algo que hace que el complejo de Edipo tenga su
valor, de ningún modo normativizante, sino generalmente
patógeno" (Lacan, 1953b): 56). Entonces, ir más allá del Edipo no implica un más allá del padre, por el contrario
se trata de diferenciar, diversificar las distintas
funciones del padre, a partir de la introducción de la diferencia
entre los tres registros: simbólico, imaginario y
real.
El padre real será entonces, tanto el padre dador del Seminario 5 (1957-1958), como el padre agente de la
castración del Seminario 17 (1969-1970), el que en las
fórmulas de la sexuación hace lugar a la excepción en el Seminario 20 (1972-1973), así como el que hace de una
mujer la causa de su deseo en el Seminario 22 (1974-1975) para, finalmente, ser situado como padre-síntoma
o padre-sinthome, cuarto anillo que anuda los tres registros
en el Seminario 23 (1975-1976). Así Lacan pone en
evidencia, a lo largo de su enseñanza y de modos diversos,
que hay algo de la función paterna que no puede
ser asimilada al significante. Y ese padre real, esa
creencia en ese padre real, la posibilidad de hacerse
incauto de ese padre real, es la que propongo debe
operar en un análisis.
Se puede hallar, de este modo, un articulación posible
con la problemática presentada por Freud en Análisis
terminable e interminable (1937) respecto del la aptitud
del analista, pero también del fin de los análisis ya sea
en los terapéuticos como en los de carácter. La distinción
de los sexos ya no debe ser pensada únicamente,
en términos del Edipo sino en relación a los distintos
padr es, a las distintas funciones del padre que allí pueden
articularse.
¿Cómo pensar, entonces, el impasse de la creencia en
el padre y las respuestas freudianas a dicho impasse si
en la actualidad hay declinación de la función del padre? ¿Cómo pensar este impasse en los casos de apropiación
de niños? ¿Cómo pensar la procuración de un
padre en la cura justamente cuando aquello cuestionado
allí es justamente el lugar del padre?
3. La versión del padre en el caso P.:
"mas preocupados pues en su ser que en la verdad de cada análisis, se encandilan en lo que debería ser nada más que apariencia y se ensordecen con su demanda de reconocimiento".
Aramburu, J. (2000), el deseo del analista."...sabemos efectivamente qué devastación [ravage], que llega hasta la disociación de la personalidad del sujeto puede ejercer una filiación falsificada cuando la constricción [contrainte] del medio se empeña en sostener la mentira"5
Lacan, J. (1953), Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis.
El caso P. no es cualquier caso, se trata de la primera
niña restituida por orden judicial, en diciembre de 1984.
Los análisis de histocompatibilidad genética hicieron
viable su restitución, en lo jurídico, pero la incidencia de
otro discurso: el analítico posibilita que la pequeña P.
pueda anudar su nombre al de su abuela "la mamá de
su mamá", expresión utilizada por el juez D´Alessio para
su restitución, como al de su padre.
Señalaremos algunos momentos donde P. logra situar alguna traza del nombre del padre en su cuerpo, tomaré para ello cuatro tramos del análisis de la pequeña.
Primer tramo: la demanda "Decime: ¿tu profesora
no querrá ser mi psicóloga?"
P. ya había asistido a unas pocas entrevistas con un
terapeuta del equipo psicológico de Abuelas luego de la
restitución en la que intervinieron representantes de
ambos discursos jurídico y analítico tomados aún por la
idea del trauma. No obstante P. se situó, de entrada, en
un lugar diverso a lo programado y no sufrió ninguna
crisis. Sin embrago, una tía materna preocupada por
ella hace el pedido. La analista de entrada traumatiza el
discurso común, el que bogaría por el auxilio a la víctima,
diciendo que era necesario darle tiempo para que
ella misma lo solicitara. Así ofertado el espacio...la demanda
no tardó en aparecer. P. de 9 años y medio
acepta ese lugar que, despojado de sentido, le permitirá
crear el propio. Algo que ella siempre defendió, desde
su nombre propio que logró conservar pese a la apropiación,
pero también, el modo propio en que llamaba a
su padre cuando era pequeña C. (deformación del nombre
de su padre). Modo que recuperó y que marca un
quiebre en ella para aceptar ir con su abuela. Y es que
los nombres en la pequeña P. le permiten historizar(se)
y a su vez enlazarse y reconocerse en un lazo filiatorio
que la incluye en una serie...generacional.
Segundo tramo: los nudos. "Juguemos a los nudos
porque tengo que armarlos de otra manera"
P. pide jugar a un juego que jugaba con la terapeuta
anterior a la restitución: los nudos. Se trata del "Juego
de Garabatos" de Winnicott. Para este autor, el juego es
heredero del Objeto transicional y del Espacio transicional
y su desarrollo se da topológicamente en un área
que no pertenece ni al mundo interno de la persona, ni
al externo. Una zona tercera, que le posibilita crear(se)
en ese encuentro entre terapeuta y paciente.
Este Juego tiene la función de comunicación, como el
síntoma, porta un mensaje a ser descifrado o cifrado,
propiciando que se comunique la falla del nudo, o su
falta o el nudo a resolver, re-anudando. Mientras dure,
en el momento de máxima confianza, el sujeto será encontrado
si juega en presencia de un verdadero Self.
Piedra libre para P. ¡te encontré! Un encuentro en los
nudos para aquella que se perdió y olvidó como regresar.
Y es que cuando P. jugaba a ese juego con una psiquiatra
antes de la restitución ella le decía que una señora
que estaba loca se hacía pasar por su abuela y la quería
robar. Ahora en este nuevo juego con esta analista P.
puede reparar el nudo, así hace una cara y dice: "es una
nena", la analista hace una más grande, la niña agrega
un pañuelo y dice: "mí abuela sí que es importante, es
más famosa que yo, ella me buscó y me encontró".
Otro juego hace su entrada aquí pero ahora con títeres
de dedo en los que la pequeña pone gran empeño en
construir para armar una familia: una gallina un gallo y
varios pollitos Una historia, un relato en la que cuenta
como una pollita salió a pasear con sus hermanos y su
mamá y se olvida de volver. La mamá el papá y los hermanos
pollito salen a buscarla pero no la encuentran.
Luego de mucho tiempo cuando la pollita se da cuenta
que se había quedado en una casa que no era la suya
decide volver, pero ya no encuentra el camino. Finalmente
logra encontrar su casa. Pero la pollita tenía
miedo de que el papá gallo estuviera enojado, él primero
la reta pero prontamente la perdona y la deja ir a jugar
con sus hermanos a los que ella les cuenta todo lo
sucedido durante su pérdida.
La analista allí no la interroga, no se trata de recuperar
una verdad material, ni de recordar la escena traumática,
sino que con su presencia, como partenaire, posibilita
que lo familiar en ella se situé en la escena del consultorio
mediante ficciones. De allí otro juego otro uso
para la analista perdete que te encuentro"6 que actualiza
el encuentro con su abuela, pero también de la emergencia
de la angustia: "¿dónde estabas? yo fui y vos no
estabas" Pregunta que devela el desencuentro, la angustia
del desencuentro a partir de un error de la pequeña
que confunde el día de la sesión y llama a su analista
para reclamarle7.
Tercer tramo: "se fue la primavera, llegó el invierno
y pasaron nueve meses y llegó el invierno y pasaron
nueve meses y llegó el verano".
Ante la propuesta de dibujar, en forma alternada con la
terapeuta, a partir de un punto cualquiera de la hoja. P luego de hacer unos pequeños dibujitos profiere la frase
que nombra nuestro tercer tramo. P. comienza a hablar.
Habla de dos embarazos y la mezcla que realiza de los
tiempos...y finalmente habla de la doble inscripción del
nacimiento. Y es que la pequeña, no solo fue inscripta
por su apropiador L. como hija propia sino que la anotó
como recién nacida cuando en realidad P. tenía 23 meses
al momento de ser secuestrada junto con sus padres
en mayo de 1978.
Agreguemos que, en este sentido, P. no escapa a ser
tomada como un objeto de esa causalidad programada,
siendo ofrendada como objeto de goce a la maquinaria
capitalista que aspira a reprogramar sus cuerpos dejando
de lado la castración y la transmisión de la ley por
amor. Aunque logra retener su nombre de pila su cuerpo
es tomado por ese programa e inscribe en él una segunda
filiación, falsa por cierto, que es certificada en el retraso
-de dos años- de su desarrollo óseo respecto de
su edad cronológica. Señalamos que, luego de la restitución
el desarrollo de la niña alcanzó los patrones normales
esperables para su edad.
Cuarto tramo: "Le saqué la lengua"
Un llamado telefónico a la analista en un impasse del
tratamiento para relatar un suceso: el apropiador la había
esperado en la puerta de su casa y la llama por su nombre. P. sale corriendo, pero se da vuelta y le saca la lengua.
Al respecto comenta: "le saque la lengua, era lo
único que se me ocurrió". Si la lengua crea parentesco
(Lo Giúdice, 2005: 80) quizás se pueda leer en ese acto
una escritura/lectura de otras marcas de la lalengua,
aquellas de las que la sujeto P. ahora decide prenderse.
4. Algunas conclusiones: otra procuración del padre, otra versión
Habiendo situado el impasse del análisis del analista, el
impasse freudiano de la creencia en el padre y las consecuencias
que de él se derivan en la dirección de la
cura, en los modos en que se dirigen las curas. Habiéndonos
interrogado por la aptitud del analista, por su adquisición.
Hemos procurado en el desarrollo pasar de la
creencia en el padre simbólico y su procuración en el
análisis a pensar en la creencia en el padre real, su estatuto
y su función justamente en esta época caracterizada
por la declinación del amor al padre. Siendo así
que ese cuarto es el que anuda los tres registros como
el síntoma. En este sentido, podría hacerse una distinción
más entre las versiones del padre: el padre como
nombre ligado al significante del Nombre del padre, del
padre que nombra, el padre real, el padre que la nombra,
en este caso. De ello P. da testimonio.
En este contexto hemos situado un recorte de una pequeña
viñeta del análisis de un caso de una niña apropiada
y restituida -lo que denominamos un caso de
apropiación de niños- justamente donde el lugar del
padre se halla cuestionado y sería muy tentador procurar
uno allí donde se supone una carencia. Sin embargo,
señalemos que no se trata de restituir o al menos
restituir solamente los atributos del padre ligados a la
ley y a la autoridad sino lo real del padre, el padre real y
no un sustituto que profiere indicaciones.
Recortados varios tramos del análisis dimos cuenta de:
1. como P. se sustrae del empeño terapéutico que intentó alojarla en el tratamiento del primer equipo de
Abuelas aún tomado por la idea del trauma y la creencia
en el padre dador de sentido.
2. como la presencia de la analista puede situarse en el
centro de la demanda, demanda de análisis dado que
ofertado el espacio el pedido de inicio no demora en
llegar.
3. la no respuesta de la analista sobre el trauma, la no
pregunta por la situación traumática, la abstinencia de la
analista en el supuesto empeño por llegar a la verdad
histórica, permite que surja el tema (sujet) del recuerdo
que resiste a la eliminación. De allí que P. plantea la
necesidad de volver a anudar aquello mal anudado en
el análisis llevado a cabo antes de su restitución cuando
su apropiador L. le decía que había una vieja loca que
decía ser su abuela y la reclamaba. Y es que la abstinencia
ya es un tratamiento contra la creencia en el
padre, va contra el sentido. La terapeuta se abstiene de
hacer jugar su partenaire posibilitando así la emergencia
del partenaire de la pequeña sujeto permitiendo con
su presencia que lo familiar se situé en la escena del
consultorio mediante ficciones.
4. el no responder por parte del analista a la demanda
debe situarse del lado de la imposibilidad y no de la impotencia
neurótica.
5. el deseo del analista, de esa analista en particular, allí puesto en juego en juego su presencia o su ausencia
permitiendo que surja la angustia y la pregunta por la
causa. Una analista que no se deja tomar por su ser analista.
6. el deseo del analista no sustentado en ningún ideal,
en ninguna respuesta desde el ideal ni siquiera el de los
derechos humanos.
7. la versatilidad del objeto analista, permite ser tomada
en su dimensión de objeto ya sea para aflojar identificaciones
ideales que la asedian, para articular algún sentido
bloqueado, para desbloquearlo o para introducir algún
punto de detención en su discurso (Miller, 1997: 10).
8. de cómo se cuestionó en el momento de pensar la
restitución la idea que proponía que si los lugares identificatorios
parentales habían sido aportados por aquellos
encomendados a su crianza, no debía innovarse
por el "bien del menor". Al respecto la psicoanalista
Francoise Doltó prevenía: "si se los arranca de la familia
adoptiva se le puede estar repitiendo la experiencia que
vivió con sus padres naturales" (Abuelas de Plaza Mayo:
1997; 90). Esta creencia señalaba a la restitución como
un segundo trauma, equiparando la apropiación a la
acogida que los campesinos franceses dieron a los niños
judíos huérfanos por el nazismo, pero en realidad
sólo se pensaba allí en un padre, el simbólico y no en
sus versiones.
9. finalmente tauglich, la aptitud del analista en la versión
que nos interesa la del saber-hacer pone en juego
aquello que ella conlleva, al poseer el mismo origen
etimológico que tyché, un encuentro fallido con lo real;
la dimensión de la contingencia aquella que puede volverse
una oportunidad.
En suma, los peligros que amenazan al analista en el
caso de la apropiación de niños no son otros que los
que amenazan a cualquier analista, los impasses que
debe sortear en la dirección de la cura son los impasses
que aparecen en los análisis que él conduce si no está advertido de la experiencia de lo real y si no se deja
orientar por ella en su hacer. Así, el analista como padre,
como defensa frente a la castración queda entrampado
en la dialéctica de la frustración en lugar de orientarse
por lo real del síntoma.
En este sentido, el analista debe saber que eso que le
pide la transferencia no existe y no puede darlo el riesgo es que ese lugar quede cubierto por el ideal. Y es que,
como anticipaba Lacan en la última cita "...sabemos
efectivamente qué devastación [ravage], que llega hasta
la disociación de la personalidad del sujeto puede
ejercer una filiación falsificada cuando la constricción
[contrainte] del medio se empeña en sostener la mentira".
Aquí el lugar del analista es crucial, pues no se debe
sostener, ni consentir la incompletud del relato de los
apropiadores que se traduce en la falsedad del relato de
esa filiación, ni la falsedad, propia del familiarismo delirante
(Laurent: 2005) que se empeña en sostener la
existencia de una familia allí donde no la hay. Ahí, el
decir no funciona como límite que vuelve imprevisible,
contingente, la marca aportada por el Otro y de la que el
sujeto se ha prendido. Allí se quiebra el estrago en la
instalación falsificada del parentesco, en esa supuesta
filiación por adopción que deja al sujeto desorientado de
un modo siniestro.
En este sentido, ella no busca la normalización del sujeto
acorde a algún ideal... psicoterapéutico, ni se erige
como un sustituto de los progenitores desaparecidos,
profiriendo indicaciones para la pequeña, por el contrario
permite que surja la demanda de la sujeto y con ello
posibilita en ese presente temporal, en ese consultorio,
con ese objeto analista y en la superficie misma del papel
donde dibuja los garabatos, donde anuda y re-anuda,
iniciar la cuenta de sus pérdidas. Y es que en ese
plano, en esa puesta en plano (Lacan: 1977-78, inédito)8 podrá comenzar a contabilizar sus agujeros y sus encuentros,
lo roto, lo olvidado y lo recordado. Y así, sustraerse
del lugar de identidad sufriente, de víctima donde
el discurso común la aloja o al que un nuevo discurso
del amo podría conducirla.
Otra vez allí el impasse de la creencia nos sale al cruce
y es que el saldo "lamentable" del análisis del analista,
situado por Freud en los mecanismos de defensa -como
defensa contra la castración, contra la imposibilidad
estructural- conduce a una dirección de la cura centrada
en la persona del analista, en su ser, no en su presencia
lo cual introduciría la dimensión del objeto y la pregunta
por la causa, cuya orientación se soporta en el ejercicio
de un p oder, el de la transferencia. Entonces ¿qué-hacer? ¿Qué tratamiento para dicho impasse? Tratar la
castración con la castración misma. Apostando a pensar
nuevas ficciones para pasar de la creencia en el
padre, a su uso, sirviéndose de él. Una apuesta al analista
traumático (Laurent: 2002), aquel que como partenaire
traumatiza el discurso común para dar lugar al del
inconciente, con el fin de procurar un tratamiento para el
sujeto que ponga en juego la porción de real que a cada
uno le toca en suerte. Un saber-hacer-ahí-con {savoir y
faire avec} (Lacan: 1976-77, inédito) las marcas que el
trauma lenguajero nos ha dejado.
Notas
1 La investigación que vengo realizando sobre "El padre en la apropiación" y que constituye mi tema de tesis de Maestría, Beca UBACyT (2008-2010), Director: J. J. Michel Fariña, aborda la función paterna -especialmente el distingo y anudamiento entre el padre imaginario, el padre simbólico y el padre real- con el objetivo de plantear soluciones a algunos de los problemas que presenta la apropiación de niños, referidos específicamente a la pregunta:¿qué es un padre? ¿quién es el padre?
2 Si situamos ese escrito como respuesta, punto por punto, a los reproches de Ferenczi podrá entreverse allí el reclamo al padre, un padre que frustra, un padre impotente que no permite pasar de él. Que no permite servirse de él para toparse con su imposibilidad y no su impotencia.
3 Es preciso señalar que a esta altura de su obra Freud no contaba con la conceptualización del Edipo invertido y ello, como ya lo hemos señalado ocasionó los estragos a los que codujo su empeño en la cura de Dora. Cf. Lacan, J. (1951).
4 En esta lista podríamos ubicar otras herramientas como ser: la teorización de las resistencias estructurales, la formulación de la segunda tópica, la segunda teoría de la angustia, los mecanismos de defensa y la paradoja que ellos mismos se transforman en un modo de satisfacción. Nos centraremos en la abstinencia como nombre freudiano del deseo del analista en Lacan, en tanto nos posibilitará una vía privilegiada para salir del atolladero en la creencia, dado que si el analista, como figura paterna, queda en el lugar mismo de la defensa difícilmente pueda reconducir a la pulsión.
5 Se agregan entre corchetes los términos en francés traducidos generalmente como "estrago" y "coerción" respectivamente.
6 P. solía jugar con la analista a un juego que ella había inventado: "perdete que te encuentro" y P. era la que buscaba a la analista.
7 Un dato importante, esto acontece luego del retorno de la pequeña de sus vacaciones en las que viajó al país donde fue secuestrada junto con su madre.
8 Lacan en clase del 11-4-78 dice: "poner en plano algo, sea lo que fuere, siempre sirve".
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Fecha de recepción: 20 de marzo de 2009
Fecha de aceptación: 19 de octubre de 2009