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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.1 Bernal jun. 2006

 

ARTÍCULOS

Córdoba en el imaginario de lo nacional. La ciudad pensada por Domingo F. Sarmiento, Joaquín V. González y Juan Bialet Massé

 

Ana Clarisa Agüero

Universidad Nacional de Córdoba

 

[…] cuando Sarmiento describía en su libro una ciudad detenida en el tiempo expresaba una opinión compartida por muchos. Cristalizado con la fuerza del sentido común un esquema interpretativo que acentuaba la bipolaridad entre la ciudad excéntrica y la ciudad mediterránea -laica una, clerical la otra- acabaron por ser los tipos ideales de una contradicción que recorre desde la noche de los tiempos nuestra identidad nacional.
José Aricó

 

En 1989 José Aricó publicaba un texto llamado a reverberar en muchos de los intentos sucesivos de pensar la especificidad sociocultural de Córdoba.1 Su fuerza, en parte, reposaba en la suerte de final de ciclo sugerido respecto de las representaciones hegemónicas de la ciudad urdidas por el siglo XIX. La noción de "ciudad de frontera" parecía capaz de alojar tanto el pasado que aquellas representaciones habían identificado con la colonia y la fortaleza clerical, como un cierto optimismo ante la capacidad transformadora, modernizadora, que Aricó consideraba un dato firme de la ciudad del siglo XX.2 Sobre un primer territorio modelado por el eje andino colonial, que había vinculado a Córdoba con la complejidad americana, otro territorio en expansión -porteño, atlántico y europeo- parecía haberla empujado al tiempo de Occidente. Producto de esta interpenetración de formas, modelos y tradiciones culturales diversos, la ciudad emergía como arena de convivencia y de combate entre elementos de pasado y de futuro, tensados ya en forma constitutiva.
Claro que esta mirada dislocada tenía antecedentes, especialmente entre aquellos reformistas que habían intentado torcer tanto unas imágenes ajenas como un estado de cosas de cuyo carácter colonial habían llegado a convencerse. Respecto del repertorio imaginario disponible, la Reforma introdujo una alteración significativa al consolidar y nacionalizar una serie de representaciones conflictivas de la ciudad, representaciones que integraban el pasado rechazado a la vez que subrayaban la seriedad de los agentes de cambio. Adicionalmente, este ciclo de imágenes, a diferencia del anterior, resultaba inaugural en la medida en que reconocía sobresalientes artífices locales. Si la Reforma erosiona sensiblemente la sinonimia entre Córdoba y tradición (se entienda esto como residuo o como reserva), introduce también otras imágenes, no necesariamente más justas. Imágenes que resaltan la autenticidad de esa ciudad respecto de Buenos Aires y su sincronía con la historia mundial; imágenes que subrayan su costado americano, universal y moderno en la medida misma en que presumen la muerte de Europa y señalan a América como su relevo.3
La noción de "ciudad de frontera" de Aricó se inscribe en esa tradición reformista que confía en la productividad cultural del conflicto entre lo viejo y lo nuevo y, como ella, elude ponderar antecedentes de otro cuño para esa Córdoba "docta", "civil" y "laica" que habría corroído los tipos ideales decimonónicos.4 En rigor, aun cuando careciera del sentido socialmente progresivo de la línea reformista, es claro que el propio juarismo representó, a su modo, un factor erosivo de la identificación entre Córdoba, Iglesia y colonia. Siendo un producto endógeno, no logró contrarrestar el tono general que habían impuesto las miradas externas, pero sí condicionó la ocurrencia y singularidad de algunas de ellas -Bialet Massé- es un ejemplo muy sensible de esto.5
Como puede advertirse, la elaboración imaginaria de Córdoba reconoce múltiples sustratos cuya complejidad ha resultado parcialmente absorbida por ciertos sentidos hegemónicos. El más poderoso de estos sentidos tiene su génesis en el siglo XIX, es producto de miradas ajenas a la ciudad y, virtualmente, encuentra su actualización arquetípica en Sarmiento. Conforme ese sentido hegemónico, la ciudad expresaría una persistente premodernidad en clave colonial, monárquica y monástica, y representaría, por ende, la exacta contrafigura de una Buenos Aires abierta, dinámica y moderna. Frente a esta imagen de sencillos fundamentos, la Reforma procura instalar un nuevo ciclo, insinuándose como sofisticación (al integrar lo viejo a un conflicto con fuerzas nuevas) o como relevo (al reemplazar estática por dinámica social). Sucede que, más allá de la aparente simplicidad del esquema, hay subtendida una cuestión de proporciones. En efecto, la imagen decimonónica no parece tan elemental ni sus formulaciones arquetípicas tan unívocas; por su parte, la propia contestación reformista, siéndolo, parece haber requerido cierto empobrecimiento de la idea contrincante.
Considerando, entonces, que aquel primer ciclo de imágenes fuertes de la ciudad reconoce demiurgos externos a ella, aquí nos proponemos avanzar sobre algunas de esas representaciones étrangeres que en parte urdieron, en su formulación o en sus reapropiaciones, la imaginación prereformista de la ciudad. Intentaremos inventariar los rasgos y los desplazamientos más notables de esa elaboración y cuestionar la univocidad de ciertas formulaciones que resultarían clave en la producción de un sentido común sobre la ciudad; sentido común que extrema sus elementos de antiguo régimen bastante más acá de la efectiva presencia de unos discursos, unos grupos y sucesos significativos en otra dirección. Puede ensayarse un repertorio de esas representaciones que vaya desde aquéllas virtualmente más revulsivas y distanciadas hasta otras más vivenciadas y, consecuentemente, más vacilantes. Los diagnósticos, diversamente sombríos, reposan en la común presunción de que existe un tránsito deseable -aunque doloroso- para la ciudad, tránsito que iría de lo viejo a lo nuevo, de lo tradicional a un moderno desigualmente definido. La propia tematización de Córdoba sugiere su singular protagonismo en las querellas relativas al territorio y su destino. Al menos, sólo un protagonismo tal pudo haber provocado ciertas imágenes (en este caso simultáneamente mentales y literarias) como las que acusaron en ella, primero, una estacionaria Roma argentina y, luego, una gramsciana Turín argentina.
Hemos escogido tres figuras -Domingo Faustino Sarmiento, Joaquín V. González y Juan Bialet Massé- y una porción de su obra para leer la cuestión. La elección puede, a nuestro criterio, ampararse en una serie de consideraciones. En primer término, todas son figuras no locales pero especialmente estimuladas por Córdoba, aun cuando entablaran con ella relaciones muy diversas.6 Si las menciones del Facundo deben leerse a la luz de los Recuerdos -en que se evoca el viaje de niñez que constituye la única experiencia sarmientina de Córdoba hasta ese momento- la relación de González y Bialet con la ciudad es radicalmente alterada por su asentamiento en ella, temporario en el primer caso, definitivo en el segundo. Mientras que la ciudad de Sarmiento es una ciudad nunca habitada, sometida a una distante memoria de infancia y a valoraciones siempre muy actuales, la ciudad de González da lugar a representaciones marcadamente cambiantes conforme se aleja de ella. La Córdoba revulsiva de 1883, cuando el riojano estudia en su Universidad, puede ser objeto de nostalgia desde el ejercicio de funciones nacionales y aun celebrada en virtud del mismo fondo colonial maldecido en los ochenta. En el caso de Bialet Massé, la ejecución del encargo estatal se sobreimprime a su mirada etnográfica y su pasión por la provincia. El mismo ánimo "fáustico" que impulsara al juarismo a una obra pionera en el país como la del dique San Roque, tiñe toda su mirada respecto de la potencialidad de una transformación local que considera en curso.7 Como hemos sugerido, esa transformación parece deber operarse contra la tradición pero, también, contra las imágenes sarmientinas. Y esto por el segundo elemento fuerte para nuestra elección: hay una red textual subtendida entre nuestros personajes, red que entrelaza el Facundo con la imaginación de dos de sus lectores. La intertextualidad, expresa en González, es apenas solapada en las imágenes visuales que de la ciudad propone Bialet, casi tan vívidas como las sarmientinas, aunque los campanarios muten en chimeneas para mejor marcar que el sitio de la tradición cede, está cediendo, al de la modernidad. Aricó acierta al considerar el Facundo un emergente discursivo de un consenso más amplio sobre Córdoba. Su mayor interés, sin embargo, tiene relación con su repercusión efectiva en los prolegómenos de una cultura nacional y, por ende, con su carácter de excepcional vehículo de ciertas ideas compartidas a la vez que de otras muy personales. Facundo dice al promediar el siglo lo que muchos piensan pero, también, diseña la imaginación de sus lectores.
Hay un último elemento que alienta el recorrido. El conjunto de textos analizados (más o menos polémicos, públicos o articulados con el poder estatal) corresponde a momentos diversos en los cuales no sólo la fisonomía de la ciudad real se altera sino, también, la evolución de la cuestión estatal y el equilibrio de las cuestiones relativas al espacio nacional. Intervenciones de mediados del siglo XIX, de los años ochenta y de comienzos del siglo XX constituyen el corpus principal de este trabajo. Al afán polémico del Facundo y a los matices de los Recuerdos, sucede una escritura más íntima que pública de González; luego su palabra oficial. Finalmente, la escritura tan administrativa como etnográfica de Bialet Massé.

Sarmiento y la ciudad como recinto

[…] he sido el intérprete de los deseos de la parte pensadora de mi país.
Domingo Faustino Sarmiento

Toda clasificación es superior al caos; y aun una clasificación al nivel de las propiedades sensibles es una etapa hacia un orden racional.
Claude Lévi-Strauss

 

Hasta donde sabemos por el propio Sarmiento, su primer contacto con Córdoba -y el único hasta la escritura del Facundo- se remonta al año 1821 o 1822, cuando llega a la ciudad para ingresar al Seminario de Loreto, proyecto frustrado por motivos que Sarmiento no explicita aunque algunos de sus biógrafos adjudican a una súbita enfermedad. En ocasión de ese viaje, presencia la misa en la Catedral referida en los Recuerdos, misa en la cual el cura jesuita no omite provocaciones al general Bustos, quien se encontraba en el templo. "Tengo presente la estructura del trozo oratorio a que aludo"8 dice Sarmiento en el texto publicado en 1850, refiriéndose a una escena contemplada a los 10 u 11 años. Como muchas de las sarmientinas, las imágenes son vívidas y, más que determinar su justeza -cuestionable por muy buenas razones-, interesa atender al hecho mismo de que también en ese fondo vivencial distorsionado, incompleto y enormemente actualizado se apoyen muchas de las imágenes "fuertes" de Córdoba que, plasmadas en el Facundo, devuelven a la ciudad una mirada nada complaciente y, ciertamente, tampoco aislada.
Todo Facundo está atravesado por pares de oposiciones que (como las establecidas entre ciudad-campaña, cultura-naturaleza, organización nacional-caudillismo) tienden a polarizar las posibilidades de clasificación de lo real y se condensan en el binomio "civilización-barbarie". Dichas categorías funcionan como "tipos ideales", como modelos y expectativas que sacrifican en gran medida los desplazamientos y las mixturas de lo real. Como forma dual y, en ese sentido, algo salvaje de razonamiento, esas categorías ideales fracasan en la historia aunque sirvan a su análisis y expresen un horizonte proyectivo.9 En todo caso, Sarmiento no elige la binarización más simple sino que, caracterizado lo civilizado y lo bárbaro, admite una serie de combinaciones cuya dominante en un espacio social determinado parece recomendar el uso de uno u otro término. Precisamente, el drama de la pampa reside en la imposibilidad de disolver la dicotomía mediante la definitiva absorción de la barbarie por la civilización. La tendencia inversa le parece patente en el avance de la campaña sobre la ciudad, corporizado en las figuras de Bustos, Quiroga o Rosas. Así, en Facundo Sarmiento vacila entre la caracterización de esas ciudades típico-ideales (identificadas con la civilización en su sentido más estrecho) y las descripciones particulares que acentúan lo que de barbarie hay en ellas. Los mismos centros de los que se postula su carácter civilizado10 son objeto de primitivas descripciones (Córdoba y su Universidad produciendo al salvaje-"sabio"-tirano Francia; Buenos Aires llamando a Rosas, "más hostil, si se puede, a las ideas, costumbres y civilización de los pueblos europeos").11 A juicio de Sarmiento, ésta es una conjunción propiamente argentina de los términos y para que Europa pueda comprenderla cree necesario (formidable autoinclusión en esa civilización, en su doble carácter de nativo y traductor) atender a la excepcional geografía local, determinante de unas personalidades individuales y colectivas, de unos caracteres particulares.
Córdoba se le antoja una interrupción en el paisaje nacional. Depresión en el desierto, su terreno y su crecimiento parecen naturalmente limitados por las barrancas que la enmarcan: "sita en una hondonada […] se ha visto obligada a replegarse sobre sí misma" siendo "edificada en corto y limitado recinto".12 Esa geografía organiza una personalidad local,13 una cultura (cerrada y sombría) que, a su vez, se expresa en intervenciones urbanas que la emulan. La ciudad entera es un recinto en el que las formas y las conciencias citan al paisaje.

[…] el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una calle de álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario. La ciudad es un claustro encerrado entre barrancas; el paseo es un claustro con verjas de hierro, cada manzana tiene un claustro de monjas o frailes, los colegios son claustros; la legislación que se enseña, la Teología, toda la ciencia escolática de la Edad Media, es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia contra todo lo que salga del texto y del comentario. Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdoba; ha oído, es verdad, decir que Buenos Aires está por ahí, pero, si lo cree, lo que no sucede siempre, pregunta: "¿Tiene Universidad? Pero será de ayer. Veamos: ¿cuántos conventos tiene? ¿Tiene paseo como éste? Entonces eso no es nada" […].14

El pasaje, célebre por la fuerza de sus recursos, instala una de las imágenes más duraderas de Córdoba y de su lugar en la cultura nacional. La hondonada, los claustros, el parque enrejado con sus aguas quietas, resaltan la circularidad entre espacio físico y social. Si en el orden proyectivo se verá que la cultura puede y debe vencer al entorno, en el diagnóstico y en el juego literario los términos parecen intercambiables: tanto puede leerse que Córdoba deriva su clausura cultural de su ubicación entre barrancas como que su "parque" es cerrado porque así es su sociedad. En todo caso, la reproducción de la naturaleza -señalada respecto de la Universidad y del paseo- expresan la provisoria victoria de ésta. El texto condensa bien los elementos estructurantes de esa imagen fuerte sarmientina, elementos que organizan tanto la percepción de las propiedades sensibles como la intuición cultural y que redundan en una serie de conceptos que entrarían en identidad con Córdoba: deprimida, cerrada, conservadora, clerical, jerárquica, contrarrevolucionaria. La ciudad expresa en grado sumo, por su geografía y en sus formas urbanas, el modelo de civilización (en su sentido más amplio) "hispánico-argentino" al que Sarmiento contrapone un programa modernizador que encuentra físicamente compatible con Buenos Aires. Esta oposición es medular porque, más allá de su justeza analítica, instala una dicotomía durable entre la abierta ciudad-puerto, apta para la modernización, y la hundida ciudad enclaustrada que no puede -que no podría- ver más allá espacial ni temporalmente.15 La historia viene en auxilio del topos del encierro permitiendo contraponer una ilustrada y revolucionaria Buenos Aires a una conservadora y contrarrevolucionaria Córdoba; se trata de un desplazamiento de la "pelea" entre civilización y barbarie en el interior de la civilización.16 Dentro de esa construcción quisiéramos señalar someramente tres aspectos relevantes: la diversa relación con el pasado leída en una y otra ciudad, la disímil ubicación de una y otra respecto de la Ilustración y la revolución de mayo y la inversión operada por Sarmiento del tópico "docta" con el que Córdoba gusta identificarse.
Respecto del primer punto, Buenos Aires parece tener el privilegio de carecer de pasado. Su historia colonial es la de su conversión en sede administrativa del Virreinato, consecuencia a la vez de un crecimiento y unas condiciones naturales que Inglaterra aprecia -desde la orilla y en las invasiones- mejor que una embrutecida España. Entre la llanura y el río, "sin conciencia de sus tradiciones, sin tenerlas en realidad [es un] pueblo nuevo improvisado, y que desde la cuna se oye saludar pueblo grande".17 Córdoba, por el contrario, tiene un pasado colonial, monástico, clerical, es decir, coherente con su paisaje. Es ese modo de ser de la civilización, esa cultura, lo que se impugna en bloque porque instala las trabas más severas para vencer la naturaleza y ver más allá de las barrancas. Y aunque ese pasado es objeto de valoraciones no exentas de contradicciones, Sarmiento exhibe una constante irritación ante su herencia y por ella declina toda nostalgia.
En lo que hace al segundo punto, Buenos Aires es señalada como una ciudad rápidamente ilustrada y liberalizada -"la desespañolización y la europeificación se efectúan en diez años de un modo radical, sólo en Buenos Aires, se entiende"-18 y esto al calor del comercio ilegal y las invasiones, punto de inflexión de la nueva conciencia. En sentido inverso, para Sarmiento Córdoba es parejamente contrarrevolucionaria, animosidad que puede, como lo ha hecho, tomar las formas del realismo o las del caudillismo.19 Hay, entre el Facundo y los Recuerdos, ciertos cambios de énfasis respecto de las notas distintivas de la ciudad. Por la vía biográfica, Sarmiento encuentra en el Deán Funes una figura singularísima de transición. Es, como todos los hombres notables de la época revolucionaria, "el término medio entre la colonia y la República".20 El retorno de su periplo europeo, cargado de una biblioteca "cual no la había soñado la Universidad de Córdoba", introduce "el siglo XVIII entero […] al corazón mismo de las colonias" e inaugura, con ello, una suerte de época dorada de la Universidad:

Era Córdoba, entonces, el centro de luces y de las bellas artes coloniales. Brillaban su Universidad y sus aulas; estaban poblados de centenares de monjes sus varios conventos; las pompas religiosas daban animado espectáculo a la ciudad, brillo al culto, autoridad al clero, y prestigio y poder a sus obispos.21

Funes, el individuo-bisagra que vuelve en el momento adecuado, articula un pasado colonial y un presente de orientación atlántica; puede así, especialmente desde sus cargos de rector del Colegio de Monserrat y de canciller de la Universidad (1807), ser el artífice de una reforma, de un clima intelectual y de una generación a la cual Sarmiento pasa revista en tanto víctima del realismo o de las luchas civiles.22 Y es este último marco el que, arrastrado definitivamente al pasado, Funes ya no ilumina porque no comprende; porque su época ha quedado atrás y "hacía tiempo que había muerto en la opinión de sus contemporáneos".23 Su decadencia vital expresa, a los ojos de Sarmiento, la decadencia de la propia revolución.24 Es la consideración de dos segmentos temporales diversos, antes que un cambio en la valoración de la ciudad, lo que explica la distancia entre las versiones del Facundo y los Recuerdos. Dispuestos conjuntamente, la mirada sarmientina gana profundidad histórica: con Funes y sus discípulos la ciudad ha perdido una chance ilustrada y revolucionaria a manos de la reacción promonárquica, primero, federal, luego. Insistir en estas variaciones parece relevante sobre todo porque desestabiliza en algo esa imagen "fuerte" del Facundo -tampoco meramente negativa- devolviéndola a un pensamiento que es, en sí, más dinámico. Vista desde su ansiedad proyectiva, Córdoba es tan impugnable en la contrarrevolución como con Bustos, pero puede ser rehabilitada en el momento-Funes o en la victoria de Paz en La Tablada. Con Funes, la Universidad brilla y "Muchos hilos de la trama, si no todos, [pasan] por Córdoba bajo la mano suave y entendida del doctor y deán […] centro natural de todos los movimientos preparatorios para la revolución de la independencia". Contra Funes, la contrarrevolución, que era "La Edad Media [parapetada en los] numerosos claustros",25 tuerce una situación alentadora e inicia un retroceso cuya actualidad Sarmiento exacerba en el Facundo. Así, "La lucha de ideas entre [Córdoba y Buenos Aires pasa] de la ciudad a la campaña, y el último representante del orgullo doctoral de Córdoba es hoy un pastor de ganado, gobernador federal" (p. 118).
Si la sede de esa chance perdida y principal víctima de su estrépito había sido la Universidad (al igual que el Colegio de Monserrat, institución muy relevante en la constitución de una identidad local), es su estado actual lo que convierte a ambos en centro, en tercer término, de una radical inversión valorativa. Las instituciones de saber que Córdoba tiene para mostrar (por tradicionales, por clásicas, por primeras) son equiparadas a un orden anterior de la cultura, casi bárbaro, que se impugna en conjunto. Sarmiento combina los términos y pone de relieve lo primitivo en lo docto, lo popular en lo culto, lo bárbaro en lo civilizado:26

Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aún diarios y la imprenta es una industria que no ha podido arraigarse allí. El espíritu de Córdoba hasta 1829 es monacal y escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor.27

[…] el pueblo de la ciudad, compuesto de artesanos, participa del espíritu de las clases altas; el maestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería y os enderezaba un texto latino al tomaros gravemente la medida; el ergo andaba por las cocinas, en boca de los mendigos y locos de la ciudad, y toda disputa entre ganapanes tomaba el tono y forma de las conclusiones.28

A pesar de lo provocativo de estos pasajes del Facundo, los Recuerdos ayudan a atenuar la originalidad de la mirada. En efecto, allí Sarmiento cita un manuscrito -cuyo autor y data omite- pleno en señalamientos de esa barbarie-culta que, desde la Universidad, parece extenderse hacia las capas populares como signo de distinción expansiva pero irreparablemente falaz.29 Más allá de la constatación de que hay una imagen de Córdoba que, insistentemente, flota en el discurso social decimonónico, lo relevante es que Sarmiento se sirva de ella -dándole un alcance inédito- para marcar un contrapunto respecto de Buenos Aires y sugerir los lugares de ambas ciudades dentro de un espacio imaginado nacional. La diversidad del paisaje y de las formas culturales parecen coagular en "partidos" que dividen la porción civilizada (urbanizada) del país:

Córdoba, española por educación literaria y religiosa, estacionaria y hostil a las innovaciones revolucionarias, y Buenos Aires, todo novedad, todo revolución y movimiento, son las dos fases prominentes de los partidos que dividían las ciudades todas […] No sé si en América se presenta un fenómeno igual a éste; es decir los dos partidos, retrógrado y revolucionario, conservador y progresista, representados altamente cada uno por una ciudad civilizada de diverso modo, alimentándose cada una de ideas extraídas de fuentes distintas: Córdoba, de la España, los concilios, los comentadores, el Digesto; Buenos Aires, de Bentham, Rousseau, Montesquieu y la literatura francesa entera.30

Estas imágenes son significativas porque estabilizan una topografía simbólica en la que Córdoba es definitivamente despojada de su antigua centralidad colonial. Ellas tienen la fuerza de volver natural algo históricamente complejo y de larga duración. Si Córdoba ya no tiene la exclusividad universitaria en el Río de la Plata, si los circuitos económicos que la te nían por centro han sido desarticulados y reorientados, si ya parece evidente -y el fracaso de la Confederación vendrá a confirmarlo- que no habrá Estado durable sin la preeminencia porteña; bueno, en tal caso, aquí están estas imágenes que disuelven esa antigua centralidad aunque permitan imaginar otras. Parte de esa naturalización es la idea sarmientina de que hay entre Córdoba y Buenos Aires "una antigua ojeriza" puesto que, a la segunda, "disputaba la supremacía la docta ciudad central".31 Pero, en el marco del Facundo, son también imágenes significativas porque expresan el especial interés de Sarmiento por esta ciudad, revelador más que sus descripciones de la importancia otorgada a ella en el diseño material e imaginario de la futura nación. En efecto, sólo excepcionalmente la rehabilitación se hace expresa y ello sucede siempre de manera parcial: "[…] hay una circunstancia que la recomienda poderosamente para el porvenir, la ciencia es el mayor título para el cordobés, dos siglos de universidad han dejado en las conciencias esta civilizadora preocupación, que no existe tan hondamente arraigada en otras provincias del interior".32 Conviene no sobrestimar la fuerza de un rescate que alude a una cultura de universidad local antes que a la ciudad o a la institución en sí. Pero conviene también no eludir una formulación que abre una cesura respecto de otras ciudades argentinas, a la vez que el propio topos sobre el cual ésta y todas las menciones sarmientinas de Córdoba reposan: la ciudad debe ser considerada, sea en tanto facticidad, frustración o posibilidad. El contraste con San Juan, respecto de la cual se reiteran en otra escala irritaciones semejantes, es absoluto; y esto sin contar con el borramiento de Salta. Lo claro es que Córdoba le parece un artefacto adecuado para desmontar tanto el pasado colonial como el presente federal que rechaza, a la vez que un parámetro ajustado para juzgar la cultura y la barbarie de Buenos Aires.
Córdoba adquiere así una centralidad específica,33 aunque a la par se señale crudamente que el cambio no puede librarse a ella misma (precisa de reformas inducidas y de agentes ilustra dos). Mucho de esta idea puede leerse en las intervenciones posteriores de Sarmiento des de la función pública. La creación de la Academia de Ciencias y del Observatorio Astronómico, la realización en Córdoba de la Exposición Industrial de 1871, la dotación de científicos y docentes extranjeros por él promovida sugieren que el vehemente desprecio por el sesgo que el paisaje y la colonia habían impuesto a la ciudad se funde con la centralidad otorgada a la misma en un proyecto que admitía más de un centro. Esta centralidad reviste un orden diverso a la de Buenos Aires y está inevitablemente unida a su carácter de encrucijada geográfica pero también cultural; semeja la punta de lanza para la modernización societal del antiguo eje centro-norte.

Joaquín V. González. La ciudad entre la tragedia del origen y el optimismo del pasado

Joaquín V. González realiza sus estudios preparatorios y universitarios en Córdoba, ciudad a la que esa experiencia lo une con extraña hostilidad. Si esa hostilidad es expresa en un texto muy temprano, no más fluida parece su partida de la institución a la que reclama sus títulos recién en 1890, cuatro años después de graduarse como licenciado y doctor en Derecho.34 Incluso cuando las representaciones de la ciudad producidas por el riojano admiten desplazamientos notables a lo largo de los treinta años en que se despliegan las intervenciones aquí consideradas, el carácter universitario de Córdoba emerge como marca recurrente de la ciudad, hasta identificarse por completo con ella.35 Esa ciudad-universidad se despliega en un terreno respecto del cual tenues variaciones literarias traducen valoraciones cambiantes. Puede ser sucesivamente un "pozo" o un "valle", según quiera subrayarse su naturaleza cerrada (en homología con la ciudad-claustro) o dulcificar su recuerdo apelando vagamente a su fertilidad y a la suavidad de sus contornos. En el primer caso la referencia al terreno, más peyorativa que topográfica, es una variación de aquella idea "fuerte" sarmientina que asimilaba barrancas a claustro, esto es, de la idea según la cual la cultura cita al entorno porque no puede vencerlo. En el segundo, una alusión más estrictamente topográfica viene a sugerir precisamente la más fluida relación entre naturaleza y cultura. Las figuras corresponden a distintos momentos de escritura y se enlazan con visiones alteradas del espacio local y nacional. Si la Universidad funciona como metáfora durable de la ciudad y su comportamiento frente a la naturaleza es porque permite, en un caso, jugar con la idea de la sujeción de la cultura a la natu raleza y, en el otro, con la de la alteración de la naturaleza por la cultura, lo que es también su conversión en paisaje. En términos estrictamente sociales -aunque también desigualmente valorados- la Universidad parece buena para decir la ciudad porque siempre es capaz de expresar dos clases, unas "superiores" y otras "ignorantes",36 ordenadas según una distinción espacial entre un "adentro" y un "afuera" y articuladas según una jerarquía de saber que asigna a cada una de ellas una misión histórica: a las primeras la dirección política, cultural y moral, a las segundas un proceso continuo de ilustración dependiente. Se juzgue como se juzgue a las élites locales, la idea de que su sede está en los claustros y que desde ellos empapan la ciudad de universidad -por épocas de manera despreciable, por épocas saludable- reitera también un tópico sarmientino.
Se ha hecho referencia a un escrito temprano (1883) en el cual González establece una completa identidad entre Córdoba y jesuitismo (anacronismo deliberado que insiste en la homología entre la ciudad y el pasado de su Universidad), subrayando la marca de la Orden que se habría desplegado casi naturalmente en una topografía desgraciada que la favorecía. Prolongando el malestar y casi la fórmula sarmientinos, sugiere que los jesuitas "encuentran que la ciudad de Córdoba es completamente adecuada para establecerse, tal vez porque su configuración topográfica tiene mucha semejanza con la naturaleza de la dominación que traían consigo, sombría y estrecha".37 Terreno y dominación reverberan en los claustros en que los jesuitas desplegaran su acción hasta lograr "someter espiritual y materialmente a toda la ciudad y gran parte de la campaña" (p. 400).
La tragedia del origen se manifiesta en su actualidad: al influjo de la Compañía obedece "el sello de lentitud, de oscurantismo y enervamiento, que ha caracterizado [la] historia local por espacio de tres siglos" (p. 397), "el sello imborrable de sumisión intelectual, que distingue en la historia las sociedades que [como Córdoba] han recibido su espíritu" (p. 402). Como para Sarmiento, la expulsión de los jesuitas habría abierto un fugaz intermezzo para el surgimiento de algunas vocaciones revolucionarias capaces de sobreponerse a la pesada herencia y contrarrestar una reacción que, guiada por "ese espíritu falsamente religioso estuvo a punto de hacer fracasar la revolución de mayo".38 Jesuitismo y barbarie ya no son en González el contraste entre un tipo de civilización y su ausencia, sino que funcionan como sinónimos resistentes dentro de una lectura según la cual la Orden dio "al salvaje las ideas más absurdas de religión y de gobierno" a la vez que instaló "en el corazón de la virgen América todos los vicios de que se hallaba infecta la Iglesia Católica" (p. 393). La descripción de González, que reitera y extrema años después muchos de lo motivos de aquella imagen más fuerte y explícita en Sarmiento, intenta explicar el presente por el pasado, presumiendo su identidad. En el carácter tradicional -esto es, clerical y monárquico-, "estrecho", "sombrío" de la ciudad colonial residen su premodernidad estructural y su destino. Córdoba es la edad media, es la Contrarreforma y es lo culturalmente reactivo porque tiende siempre, como los jesuitas, a "oponer Aristóteles a Descartes" (p. 408). Impugnada desde la celebración del progreso, la ciudad es objeto de una suerte de pesimismo cultural ante su inmanencia histórica.39
Esas imágenes de Córdoba, singularmente resistentes en la imaginación general del cambio de siglo y aun en la historiografía del siglo XX, parecen sustancialmente alteradas en los textos posteriores de González. O mejor, no son tanto las imágenes las que se alteran sino la manera en que son articuladas con el proceso de transformación económico-social en general y con el de construcción de la nación, en particular. Las intervenciones consideradas a partir de 1903 presentan ciertos rasgos recurrentes que pueden sintetizarse como sigue: a) expresan una visión de la modernización que acentúa sus aspectos problemáticos, con lo cual la idea de progreso se debilita como valor en sí mismo; b) exhiben una aguda preocupación por estabilizar una imagen de la nación y sus componentes así como por forjar una unidad imaginaria entre ellos; c) reconocen en el devenir histórico un elemento fundamental para la construcción (material y simbólica) de esa unidad y reclaman, en esa medida, tanto una síntesis sociohistórica como una narrativa capaz de expresarla; d) finalmente, y como resultado de esos desplazamientos, conllevan una revalorización del espacio Córdoba en tanto complejo material y cultural.
En lo que hace al primer punto, el debilitamiento de la identidad entre progreso y felicidad general (presupuesto del texto de 1883) es definitivo. En él incide la percepción del carácter contradictorio de la inmigración y de la técnica que alimenta en González una especie de desencanto social (ante la conflictividad que es su correlato) y cultural (ante la constatación del desajuste entre confort material y desarrollo espiritual). Consecuentemente, el recurso al tópico "progreso" se ve sensiblemente disminuido en estos textos.
Atenuado el progreso como factor de elevación pública, resulta inminente la búsqueda de otros elementos cohesivos de una realidad cuya amenaza más sensible parece la "disolución" de la sociedad en una miríada de clases y nacionalidades diversas y aun enfrentadas. Este sedimento es el que se busca en la nacionalidad cuya construcción, para González, debe contemplar la diversidad de componentes para luego elevarse sobre ella a partir del legado común. Esa nacionalidad parece, conforme se rehabilita España, del todo compatible con variadas formulaciones míticas del mestizaje.40
En tercer término, la elaboración de ese legado común parece deber centrarse en la historia.41 Esta preocupación histórica (tanto por el proceso como por su relato), más sensible en González conforme pasan los años, redunda en la tematización de la unidad del devenir temporal. Esto lo lleva a problematizar la relación pasado-presente-futuro y a buscar de continuo vías posibles para una síntesis lógica e histórico-social (en el proceso) y para un relato (una historiografía) que la exprese y le permita realizarse. La presunción de una unidad espiritual y la idea de que la revolución de mayo ha cumplido cabalmente su rol de escindir pasado y presente lo empujan en este sentido.
Todos los elementos señalados contribuyen, como se dijo, a una revalorización de Córdoba que no es posible atribuir sólo al carácter de las intervenciones aquí consideradas. En esa búsqueda de un sedimento común, fuertemente vinculada con la construcción de una narración histórica, el espacio que sigue admitiéndose marcado por la herencia colonial y, en ese sentido, tradicional adquiere un nuevo significado. Es precisamente en virtud de ese legado que Córdoba encuentra su lugar en la nación: como reserva de un pasado común hispano-argentino y como ciudad-universidad, sinónimo de cultura universal y potencialmente moderna. La relectura del pasado cordobés, entonces, queda signada por la revisión de la etapa colonial, por un desplazamiento notable en la consideración del rol de Córdoba en la Revolución y por una valoración positiva de la singularidad local en vistas a la unidad histórica de unos orígenes y un destino nacionales. Desplazamientos todos que dialogan con la evocación nostálgica de la ciudad por quien cree encarnar al hijo pródigo, actualizado en cada uno de sus retornos:

Fundada esta Universidad entre las penumbras de un gobierno colonial sin luces ni orientación [en ella] iba envuelto el germen de vastas reacciones cívicas no sospechadas, de revoluciones políticas incontrarrestables: iba en él […] la Revolución de Mayo, encendido el yunque donde se forja la Nación Argentina, y con el seno nutrido de todas las ideas orgánicas legadas por las emancipaciones anteriores, frutos a su vez, de aquellas doctrinas salvadas de la antigüedad en el asilo hermético de las ciencias medievales.42

La cita condensa varios de los desplazamientos referidos. La relectura de la etapa colonial, cuya valoración negativa se restringe ahora al (desaparecido) estado colonial en tanto se omite toda mención a la (vigente) Compañía de Jesús; la atenuación de ese pasaje histórico ligada a que en él se gestaba su disolución; la simultánea rehabilitación de la antigüedad y la escolástica (la una como reserva intelectual y moral, la otra como guardiana de aquéllas); y, finalmente, una identificación entre Córdoba y la Revolución que se vuelve estructural (ya no son algunos visionarios los que logran romper el yugo sino que Córdoba, al ser universitaria, debía ser ilustrada y revolucionaria). La especificidad de Córdoba la vuelve ahora adecuada para operar la síntesis histórica entre ese pasado que se aloja en sus claustros y un presente, moderno, que ha encontrado también sitio en una Universidad que "atrae y asimila la ciencia con espíritu libre y abierto" (p. 281). En esa dirección, González encuentra que "[…] ningún instituto argentino está mejor colocado que éste para realizar la restauración del vínculo disuelto entre el presente y el pasado, en cuanto al valor representativo de la nacionalidad misma. La revolución ha roto, sin duda, el lazo político, pero no ha podido destruir el hecho social y étnico sancionado por la sucesión de tres siglos".43 De esta manera, Córdoba parece encontrar su misión histórica en instalar una continuidad donde antes hubo una cesura de la cual la Revolución fue inevitable agente. Lo que antes se señalara como su tragedia aparece ahora como su virtud: los clásicos pueden ser leídos no como signo de retraso sino como reserva moral, la escolástica puede desentumecerse y ser puesta al servicio de la vida, la etapa colonial puede servir como memoria común de una dorada comunidad sudamericana que es también comunidad de raza:44

Pronto resonará sobre estos graves muros [de la Universidad] la campana anunciadora del tercer siglo de su historia viviente y dos épocas revivirán a su llamamiento, para confundirse, para reconstruirse en espíritu, para restablecer la unidad psicológica de una raza, y para mostrar a la patria los cimientos seculares de su hogar, que las vicisitudes de la guerra emancipadora pudieron cubrir de cenizas pero no destruir, para que reapareciesen un día a reanimar en las conciencias la fe en el porvenir por la hondura de los cimientos en el pasado. […] Con el secreto de la antigüedad sobre la cual la patria nuestra puede levantar su edificio eterno. […] quedará nuestra vieja Universidad como la guardadora augusta del fuego originario, custodia del legado fundamental del patrimonio primitivo, maestra y sacerdotisa de los cultos ancestrales y de la mística levadura generatriz de todas las transformaciones.45

Nuevamente, la Universidad condensa la ciudad y es su metáfora, en tanto la percepción del paisaje se altera en la evocación de "la dulzura y atractivos de su ciudad y su valle" (p. 74). Todo esto acompañado de un continuo retorno sensorial, crucial para esa puesta en nostalgia. Cada regreso parece acercar a González a la verdad, a "aquellos años de Córdoba, impregnados de un perfume de alma, semejante al de los viejos armarios de familia, cuyas puertas, al abrirse después de una larga ausencia, envían al corazón un hálito de memorias amadas que lo expanden, lo marean, lo arrebatan, como una humareda de incienso en medio del acorde de un órgano lejano".46 Años cuya oscura descripción sensorial contrasta con la de un clima intelectual -el de los ochenta- que parece definitivamente perdido. Años en que "era brillante el núcleo de hombres que hacían constelación, cátedra, núcleo atractivo e influyente, foco vívido de pensamiento, de lucha, de acción social y política. ¡Qué, si hasta del seno de los círculos eclesiásticos, como del fondo de una nube oscura, surgían resplandores que alumbraban el camino a la dispersa juventud! [….] En la calle, los muchachos hervían de entusiasmo literario, que desbordaba en veladas, en periódicos, en diarios; y la gran oda, la endecha amante, la prosa poética o la pieza jurídica, eran la preocupación del día" (p. 468). La tragedia del origen cordobés y las disociaciones que entraña parecen resolverse en la sensacional alquimia en la cual tradición y modernidad (pensados como monaquismo y monarquismo y como transformación técnica y republicana, respectivamente), pasado y presente, llegan a fundirse en una única y patriótica alma colectiva. De cara al porvenir, el desencanto es sorteado mediante un optimismo del pasado.

Juan Bialet Massé y la ciudad como energías en conflicto

Las imágenes de Córdoba elaboradas por Bialet Massé se hallan inevitablemente unidas a su fascinación por el paisaje y los recursos de la provincia en general. En toda ella el catalán encuentra energías que concibe en pleno despliegue a lo largo del cambio de siglo y es por esa especificidad que, aunque más sucintamente que a las figuras anteriores, no queremos dejar de tratarlo aquí. Ningún texto plasma como el Informe la imagen de una ciudad en proceso de una transformación inducida, acelerada y profundamente contradictoria.

El estado de cosas es característico de una sociedad que evoluciona hacia una transformación total en su manera de ser económica y que afloja los resortes mismos de sus rigideces tradicionales para que se infiltren elementos nuevos. Los contrastes no se pueden mantener por mucho tiempo.47

La voluntad y el optimismo modernizadores de Bialet carecen, sin embargo, de ingenuidad. Su propio viaje intenta desentrañar y dejar constancia (inscribir, como buen etnógrafo) de los aspectos más crudos de una implantación cuyos bemoles mostrara Europa antes que América. La idea de un progreso que es material y social aparece íntimamente ligada con el recurso a la ciencia, puesto que de ella se espera un saber que vuelva controlable lo real. Así, Bialet enfrenta cada espacio munido de un complejo positivo dentro del cual energía, inercia y dinamómetro representan paradigmas de la actividad social (creativa y reactiva) a la vez que de la posibilidad de su mensura y control.48
Al describir Córdoba reformula varios de los tópicos recurrentes en la imaginación general sobre la ciudad a la vez que logra situarlos como representaciones relativas del paisaje y la cultura locales. La perspectiva conflictiva parece desprenderse casi naturalmente de la contradictoriedad del proceso y resulta adecuada para enlazar sus relecturas a formulaciones dualistas anteriores.

[Córdoba]…una ciudad hermosa, característica, concentrada, surcada por calles de pisos imposibles e insuperablemente sucias. Una sociedad culta, amable y distinguida; con traje moderno, pero con ribetes de la nobleza del siglo XVI que la fundó; con el sentimiento superior del arte bello, salones elegantes; todo esto en casas de fondos vergonzosos de suciedad, sobre un subsuelo de muladar podrido, en que se alojan todos los microbios posibles, que devoran a los niños, como los ogros de la fábula. […] Universidad, colegios, conservatorios, escuelas normales y de agricultura, de todo y bueno, que irradia en la República; una alta intelectualidad, que se disipa en estériles discusiones de política bizantina, en ociosidades de club y en vicios de confitería; espíritus democráticos con resabios de monarquía absoluta…49

Desde su perspectiva, la modernización es ese conflicto entre elementos tradicionales e innovadores que en Córdoba tienen por agentes, respectivamente, una oligarquía disminuida y una juventud cuya liberalización es favorecida por el "espíritu moderno" que invade la Universidad (p. 220). Su deprecio por la élite improductiva es análogo al de ésta por los sectores implicados en las actividades prácticas. Entre ellos, Bialet rescata especialmente a los obreros y artesanos que, siendo representantes de una cultura del trabajo, logran experimentar un ascenso social acorde con la época. Su mirada aprobatoria se acompaña de la insistencia en el origen mayormente criollo de esos grupos y, por ende, de una rehabilitación de la herencia hispánica. El criollo le parece el tipo más apto para cualquier tarea manual o intelectual con lo que la crítica -hasta el desprecio- del legado social de la colonia se restringe a la porción dominante, a esas presuntuosas y quietas élites sin sentido de la laboriosidad ni del progreso.
Sus imágenes de la ciudad, reforzadas por la virtualidad de fijar un movimiento,50 entrañan la reformulación de varios de los tópicos presentes en Sarmiento y en González. Uno de ellos es el relativo a la religiosidad de la ciudad, cuestionada como una representación entre otras en la idea de una "reputación" creada (p. 280) y no necesariamente justa. En segundo lugar, y acaso más significativo aquí, es la idea del paisaje y la cultura locales, de su relación, la que resulta completamente alterada. La ciudad ha superado las barrancas en términos espaciales (en su urbanización) pero también temporales, ya que ello representa un avance de la cultura sobre la naturaleza:

La ciudad se destaca dibujada, con las agudas agujas de sus templos, las siluetas de sus edificios públicos, parques y plazas, ha roto las ligaduras de las barrancas y se desborda por los altos; al sur, la Nueva Córdoba, continúa las calles que cortaba la barranca […] y el gran parque de nueva Córdoba, con su lago artificial, se ve como una mancha de azulada plata, con el chalet de la escuela agronómica como un centinela encastillado, el vigía que anuncia una nueva era.
Al norte, Alta Córdoba, amojona con casitas para obreros, sus manzanas, y las hileras de arboledas marcan las calles. ¡Qué movimiento en aquel desierto de ayer! Locomotoras que maniobran, unas que se van, otras que llegan por los cuatro rumbos, no se las oye, pero se las ve silbar, el penacho blanco del silbato lo demuestra. Las estaciones son ya insuficientes. El erial se ha convertido en un edén…51

La cita sólo parece subrayar lo obvio, es decir, que la ciudad que ve Sarmiento no es la misma que ve Bialet Massé y que, evidentemente, no la ven desde el mismo lugar. Pero lo interesante aquí es que Bialet necesite discutir todavía con una imagen cuya vigencia pone de relieve en ese acto y que esa imagen es, básicamente, aquella imagen fuerte sarmientina. La diversa percepción de la ciudad pero también la certidumbre de un combate -de imágenes y por el imaginario- se expresan en la utilización de figuras altamente contrastantes. Ante una descripción que acentuaba lo cerrado y sombrío, la oscuridad y confusión del terreno y la cultura, se instala otra que destaca una luminosidad que permite ver siluetas, perfiles y detalles y releer por completo el paisaje social: "Hace treinta años que oigo decir que la depresión de Córdoba es causada por su ubicación, entre barrancas, que no permiten levantar la cabeza y abarcar el horizonte, pero hace treinta años también que yo veo que eso es falso" (p. 240). El señalamiento temporal conduce al establecimiento de Bialet en Córdoba y comprende la experiencia traumática del dique. Hombre ligado al proyecto juarista, que ciertamente compartía en su afán técnico, Bialet había sido víctima precisamente de aquellas élites que juzgaba retardatarias. Casi quince años después del expediente, el catalán insiste en la realidad de esa lucha entre lo viejo y lo nuevo y renueva su voto optimista. Sus imágenes anuncian una ciudad futura que imagina fruto del conflicto entre una herencia idealista y conservadora y unas fuerzas innovadoras técnicas y morales que le parecen destinadas a vencer. "¡Qué fe le tengo a esa evolución! Lo he dicho en cien ocasiones. Córdoba es, por su situación topográfica, el corazón de la República, y por un fenómeno sociológico especial, la República en pequeño; allí nace y allí están los gérmenes del porvenir del país, en materia de trabajo como en cualquier otra" (p. 222).
El optimismo de Bialet no debe oscurecer el hecho de que su decidido rescate, tanto de la ciudad como de la provincia, radica más en la perspectiva de articulación de naturaleza y técnica que en su diagnóstico efectivo de la arena social en que los cambios habrían de operarse. Su mirada es contemporánea al desencanto progresista de González, desencanto que hace fluido en este último el rescate de la herencia hispánica. Para el catalán, en cambio, la potencialidad energética y la técnica están en el centro del optimismo por Córdoba, que es un optimismo signado por una imagen de futuro que condena el pasado como algo que debe ser definitivamente abandonado. Coincide en esto con las más belicosas imágenes sarmientinas, pero se aleja de ellas por una valoración presente que las pone en crisis. Juega literariamente con el Facundo y su lectura invita a la revalorización del espacio en su conjunto y, en ese sentido, constituye una suerte de bisagra hacia la elaboración reformista de la ciudad.

A modo de cierre

El artículo ha intentado recuperar las imágenes de Córdoba elaboradas por tres personajes que formularon diagnósticos y proyecciones sobre su fisonomía y su lugar en un espacio estatal y en un imaginario nacional en vías de conformación. En los desplazamientos señalados entre unas y otras no quiere sugerirse un curso evolutivo sino sólo algunas de las posibilidades abiertas para pensar esa relación en el cambio de siglo y algunas de las tensiones que éstas suponían. Las mismas conforman un repertorio que, montado sobre cierta tópica común, autoriza valoraciones diversas conforme el momento de su formulación pero también conforme el ánimo proyectivo que las alienta. Puede advertirse, en efecto, la existencia de dos núcleos de imaginación comunes, sujetos a valoraciones cambiantes: por un lado, para todos Córdoba está en identidad con su pasado colonial, actualizado en diverso grado en un presente conservador; por otro, para todos también, la resolución de la tensión entre naturaleza y cultura, entre barrancas y ciudad es crucial para el destino cordobés. Pese a esta relativa convivencia, se advierte también la desigual ponderación de los rasgos acordados conforme la tematización esté guiada por un "deseo" de futuro (el Sarmiento del Facundo, el joven González, Bialet Massé) o por una urgencia presente de pasado (el "segundo" González). En un caso, el pasado y sus connotaciones parecen deber ser borrados hasta en la más leve posibilidad de evocación; en el otro, la herencia antes impugnada puede ser rehabilitada como elemento distintivo de la ciudad en el espacio nacional y como su necesario aporte a éste.
Siendo contemporáneas, las reválidas de Bialet y de González tienen distinto signo. La primera reivindica la ciudad como espacio originalísimo de un cambio que encuentra ya operándose y que estima ha de barrer con el pasado colonial; la segunda monta el rescate precisamente en la pervivencia de ese pasado, en el carácter inédito de reserva que reivindica para Córdoba. Tanto uno como otro rescate son muy significativos, sin embargo, porque alimentan la crisis de aquella imagen radical de Córdoba como sede de la reacción y obstáculo a la transformación nacional que, imagen explícita y fuerte en el Facundo, excede ampliamente en sus reapropiaciones las consideraciones sarmientinas.
Si se lee el Facundo en relación con los Recuerdos, se advierte la dirección de un proceso que sigue el curso de la decadencia de la propia revolución. Se trata, en todo caso, de una lectura que reconoce momentos de esplendor dentro de un esquema colonial más comprensivo (esto es, marcado en los Recuerdos respecto de la última década del siglo XVIII y la primera del XIX, es decir, del momento-funes) y momentos de retrogradación que juzga inaceptables a partir de 1820 y cuyos rasgos más revulsivos resalta con singular ferocidad en el Facundo. La de Sarmiento no es en absoluto una mirada plana sobre la ciudad, y el interés que lo guía tampoco expresa una actitud generalizada respecto de los núcleos urbanos existentes.
Es el sentido común elaborado sobre las más corrosivas de aquellas imágenes el que resulta impugnado por las valoraciones que, en cierta medida, abren camino a unas autorrepresentaciones del espacio local -quizás no más justas pero sí más orgullosas- como las que caracterizan el ciclo reformista. Imágenes que, en gran medida, deben luchar durante todo el siglo XX con la fuerza residual de aquella cristalización de fines del siglo XIX, presente en la mirada que la nación (en gran medida identificada con su Capital) lanza sobre Córdoba. Pensar por qué, visto desde fuera, ese viejo complejo de representación y valoración hegemónicas fue más resistente que sus "correcciones" valorativas (caso del segundo González o de Bialet) o sustantivas (caso de la propia Reforma, que no deja de colarse en este texto) es un convite sugestivo, sobre todo cuando esta imagen "premoderna" (lo que allí equivale a persistentemente colonial y regresiva, es decir, a la descripción y la valoración) reverbera incluso en la historiografía local contemporánea. Es, en parte, la propia simplicidad de la imagen lo que invita a pensar en su eficacia.

Notas

1 Tribuna, 26 de julio de 1898, p. 2;         [ Links ] La Nación, 8 de enero de 1893, p. 11 Se trata de "Tradición y modernidad en la cultura cordobesa", intervención publicada en la revista Plural, Nº 13, Buenos Aires, 1989. El texto dialoga con otro de Antonio Marimón incluido en el mismo número bajo el título "La cultura de lo imposible", texto en el cual jalones intelectuales y editoriales de esa experiencia cultural local son señalados o sugeridos a partir de la preocupación por rastrear homologías entre agitación política y cultural.

2 Es conveniente señalar que, para Aricó, la Córdoba modernaes una realidad del siglo XX. Difiere, en este sentido, de las sucesivas consideraciones mediante las cuales la historiografía local ha intentado asir un proceso -el de modernización- sobre cuyos indicadores no hay consenso pero sobre cuya temporalidad las diferencias son menores: se trataría, en cualquier caso, de un fenómeno iniciado en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque no es estrictamente este problema conceptual (en absoluto específico del caso cordobés) el que nos convoca, parece necesario señalar que el derrotero historiográfico local de nociones como modernidad o modernización ha prolongado bastante fluidamente ciertas representaciones decimonónicas de la ciudad no orientadas en un sentido histórico-crítico. Algunas de ellas serán consideradas aquí, aunque debe quedar claro que su carácter de imágenes de combate, representaciones más o menos subjetivadas, o meramente imágenes producto de un afán proyectivo que debe pensarse como presente, no aconseja convertirlas en presupuestos del análisis histórico. Cf. Ana Clarisa Agüero, "Laciudad y su relato. Córdoba como unidad de análisis y de producción histórico-cultural", IV Jornadas de Historia Moderna y Contemporánea, Resistencia, 2004 (CD). Horacio Crespo, por su parte, retoma la noción de "ciudad de frontera" y sugiere la problemática conceptual e historiográfica involucrada en el uso de las nociones de tradición y modernidad. A su juicio, parte de la especificidad local estaría dada por la marca barroca de la ciudad y por lo que ésta representa en tanto proyecto de una modernidad específica, no capitalista y doblemente reprimida (en su derrota por una modernidad atlántica más tardía y en su borramiento desde el positivismo reformista). La presencia fantasmática de ese reprimido jesuita, acaso hallado desmesuradamente nutritivo por Crespo, parece exigir una lectura atenta de los retornos a lo largo de un ciclo moderno tout court que, tanto Aricó como él mismo en textos anteriores, encuentran especialmente realizados en la segunda mitad del siglo XX. Horacio Crespo, "Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera'. Ensayo acerca de una singularidad histórica", en Carlos Altamirano (ed.), La Argentina en el siglo XX , Buenos Aires, Ariel, 1999.

3 El rescate reformista de la ciudad se opera a partir de énfasis diversos y a lo largo de varias décadas: Saúl Taborda certificando la muerte de Europa, Raúl Orgaz señalando la bifacialidad de Córdoba -que mira hacia ambos lados de la frontera de Árico-, Deodoro Roca asumiendo la fractura respecto de Buenos Aires y defendiendo que "La Argentina está en las provincias, en el resto de candor, de hospitalidad y lirismo que aun no ha podido sucumbir". Deodoro Roca [1936], "Apuntes de un observador", en Prohibido Prohibir, Buenos Aires, La Bastilla, 1972, pp. 21 y 22.         [ Links ]

4 José Aricó, op.cit., pp. 10 y 11.

5 La vinculación entre juarismo y reformismo es subrayada incluso por alguien que, como Ramón J. Cárcano, no celebra en perspectiva el evento reformista. A su juicio, la juventud liberal que, en los ochenta, constituía "el núcleo de vanguardia, extremista y ardiente, activo y violento" es la que impulsa un creciente movimiento "innovador". Luego, "se dividen las opiniones, aparecen las facciones, y se sostiene una lucha sorda, intransigente y reversiva, hasta culminar con el ruidoso y estéril estallido de 1918". Ramón J. Cárcano [1943], Mis primeros ochenta años, Buenos Aires, Ediciones Pampa y Cielo, 1963, pp. 54 y 195, respectivamente. En otro registro, un trabajo central y ampliamente documentado sobre el giro de siglo cordobés como el de Waldo Ansaldi permite ponderar el vigor del grupo de hombres que, incluso enfrentado en el seno del orden conservador, conducía la vida política e intelectual de la ciudad en los ochenta. Waldo Ansaldi, Industria y urbanización, Córdoba, 1880-1914, tesis doctoral presentada a la FFyH - UNC, Córdoba, 1991. Las dos primeras partes de esta tesis han sido publicadas como Una industrialización fallida. Córdoba, 1880-1914, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000.         [ Links ]

6 Sarmiento (1811-1888) es uno de los primeros en incluir en sus cartografías esta ciudad a la que, básicamente, lo unen la fascinación y el desprecio. Sus imágenes (como representaciones de lo real y representaciones de posibles, como proyecto) expresan esa ambivalencia y logran imponer, en parte, un relato crucial en la geografía cultural de la nación. Joaquín V. González (1863-1923), riojano, llega a Córdoba hacia mediados de los años 1870 por lo que ésta tenía de Meca cultural para el eje norteño. Monserratense y posterior alumno de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, vive su juventud en una ciudad de la que tendrá impresiones diversas conforme pasa el tiempo y aparece con mediana claridad el lugar que la historia le asigna en la vida pública argentina. Córdoba se presentiza en su intensa biografía, su profusa bibliografía y su casi inimitable carrera política. Finalmente Bialet Massé (1846-1907), catalán llegado a Córdoba en 1877, afincado en ella y rápidamente vinculado con su transformación urbana y con su sociabilidad político-cultural. Acaso en virtud de estas redes es convocado en 1904 por Joaquín V. González (entonces ministro del Interior) para realizar una de las expediciones arquetípicas de reconocimiento del país. De ella surge el Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas, en el cual la descripción sarmientina de la ciudad, intertexto fundamental, es sometida a una singular relectura.

7 Y se trató de un expediente desolador para Bialet quien, involucrado en la ejecución del proyecto, se convirtió junto al ingeniero Cassafousth en blanco de una oposición que lo envió a la cárcel arguyendo deficiencias técnicas -luego desmentidas- en el dique. Es Waldo Ansaldi quien retoma de Berman la idea de ánimo "fáustico" para caracterizar al juarismo y su denodada voluntad de vencer la naturaleza por la técnica. Véase, Waldo Ansaldi, op. cit.

8 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de Provincia [1850], Buenos Aires, Eudeba, 1960, p. 105.         [ Links ]

9 Ambas aproximaciones sarmientinas al artefacto ciudad han sido señaladas por Adrián Gorelik. Es en un "doble sentido, analítico y programático, en el que la ciudad entra, casi como tópico, en el horizonte de sus intereses: para Sarmiento, una ciudad materializa el completo sistema en el que una sociedad y un estado se organizan, y una ciudad moldea -y por lo tanto puede cambiarla- a la sociedad que la habita". Adrián Gorelik, La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Buenos Aires, UNQ, 1998, p. 51.         [ Links ]
En lo que hace a las categorías (cuyo carácter típico ideal ya ha sido señalado por Aricó), las distorsiones introducidas por lo real contribuyen, sin duda, a la corrosión de su significado en el uso. En Sarmiento conviven, por ejemplo, un uso acotado y otro amplio del término civilización: el uno en identidad con Europa y la modernidad, es decir, con un tipo de civilización; el otro, alusivo a cualquier formación cultural particular (cf. Carlos Altamirano, "Introducción" a Facundo o civilización y barbarie, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993, p. 29). Este uso genérico parece claro en un pasaje que, en sentido contrario, intenta precisar hasta el estereotipo las diferencias entre ciudad y campaña: "En la República Argentina se ven a un mismo tiempo dos civilizaciones distintas en el mismo suelo; una naciente que, sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media, otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas". Domingo F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie [1845], Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 49 (las cursivas son nuestras).

10  "La ciudad es el centro de la civilización argentina, española europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos.
La elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tienen allí su teatro y su lugar conveniente", Facundo, cit., p. 29.

11  Ibid., p. 14. Para Ana María Barrenechea, en Sarmiento hay siempre la idea de que el interior y Buenos Aires pueden ser alternativamente buenos o malos con vistas a la civilización. Ana María Barrenechea, "Sarmiento and the ‘Buenos Aires/Córdoba duality'", en Halperin Donghi-Jaksic-Kirkpatrick-Masiello (eds.), Sarmiento author of a nation, California, University of California Press, 1994, p. 68.

12  Domingo F. Sarmiento [1845], Facundo, cit., pp. 101 y 29, respectivamente.

13  "Los accidentes de la naturaleza producen costumbres y usos peculiares a estos accidentes, haciendo que donde estos accidentes se repiten, vuelvan a encontrarse los mismos medios de parar a ellos, inventados por pueblos distintos", ibid., p. 38.

14  Ibid., p. 103.

15  Cf. Adrián Gorelik, Lagrilla…, cit. La condena al pasado es muy significativa dado el supuesto de que en el pasado colonial no hay nada que buscar. A diferencia de Norteamérica "Nosotros, al día siguiente de la revolución, debíamos volver los ojos a todas partes buscando con qué llenar el vacío que debían dejar la inquisición destruida, el poder absoluto vencido, la exclusión religiosa ensanchada". Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 122 (las cursivas son nuestras).

16  Cf. Tulio Halperin Donghi, "Facundo y el historicismo romántico", en Ensayos de historiografía, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1996, p. 26.         [ Links ]

17  Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 108.

18  Facundo, cit., pp. 106 y 107.

19  Durante la Revolución "Córdoba ha sido el asilo de los españoles, en todas las demás partes maltratados"; en lo que hace al caudillismo, Bustos "crea un gobierno español sin responsabilidad; introduce […] el quietismo secular de la España…", ibid., pp. 104 y 105.

20  Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 102.

21  Ibid.

22  Ibid., pp. 111, 114. La Reforma propuesta por Funes en los estudios de derecho fue aprobada recién en 1814. La misma resultaba inusitada porque planteaba desde el comienzo la fusión de las formaciones en derecho civil y derecho canónico -dando una doble acreditación a los egresados- a la vez que incorporaba como materia común derecho natural y de gentes, materia que había sido borrada de los programas españoles y del limeño como autodefensa absolutista. Cf. Raúl Orgaz, Para la historia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, Editorial Assandri, 1950.         [ Links ]

23  Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 125. Dice Sarmiento, con análogo dramatismo: "[…] hay hombres a quienes nada puede salvar de la muerte porque se ha modificado la atmósfera en la que se habían desenvuelto", ibid., pp. 120-121.

24  Años después, en sus Comprobaciones históricas, Mitre (re)introduce análogamente su Historia de Belgrano…: "Este libro es al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época. […] Combinando la historia con la biografía, vamos a presentar, bajo un plan lógico y sencillo, los antecedentes coloniales de la sociabilidad argentina, la transición de dos épocas, las causas eficientes de la revolución argentina…", Bartolomé Mitre, "La sociabilidad argentina. 1770-1794" [1876], en Obras Completas de Bartolomé Mitre, vol. IV, Buenos Aires, edición ordenada por el Congreso de la Nación, 1940, p. 1. El texto fue incluido como Introducción a la Historia de Belgrano y la Independencia argentina desde su tercera edición, en 1876.         [ Links ]

25  Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., pp. 111-113 (las cursivas son nuestras).

26  El acento puesto en los movimientos tanto progresivos como regresivos del proceso civilizatorio constituye una regularidad fuerte en Sarmiento. Rosas está en Buenos Aires para decir lo propio y la decadencia de las élites sanjuaninas marca homología: "Bárbaros! Os estáis suicidando; dentro de diez años, vuestros hijos serán mendigos o salteadores de caminos". Santa Fe le parece, asimismo, una aldea donde antes hubo una ciudad. Domingo F. Sarmiento, ibid., pp. 52 y 110, respectivamente.

27  Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 103.

28  Ibid., p. 104.

29  "El espíritu monástico -dice un manuscrito que consulto-, el aristotelismo y las distinciones virtualesy formales de Santo Tomás y de Scott, habían invadido los tribunales, las tertulias de señoras y hasta los talleres de los artesanos. Con pocas excepciones, los clérigos eran frailes, los jóvenes coristas y la sociedad toda un convento". Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 106.

30  Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 111.

31  Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 117.

32  Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., pp. 139-140.

33  Para aceptar esta perspectiva no es necesario admitir con Barrenechea que Córdoba haya sido el "verdadero centro" de interés de Sarmiento.

34  González adquiere ambos grados simultáneamente en 1886 (3/5/86) pero, aparentemente, no participa de la colación, motivo por el cual en 1890 -y no sin la consulta respectiva sobre la veracidad de los grados- se revalidan y conceden los títulos con fecha 26 de marzo. Documentos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC, años de 1886 y 1890, folios 179 y 69, respectivamente.

35  Conviene apuntar algunas de las particularidades de las fuentes principales de este apartado. Consideramos un escrito temprano, de 1883, inédito hasta la publicación de las Obras Completas, que pone formas académicas a su revulsión ante la ciudad y que expresa la posición aun muy marginal de quien lo escribe (estudiante de menos de 20 años aun no "establecido" ni profesional ni socialmente en Córdoba). Los textos de 1903, 1904, 1913 y 1916 constituyen todos manifestaciones públicas y en ejercicio de la función pública. Los tres primeros son discursos redactados para ser pronunciados en la Universidad Nacional de Córdoba en ocasiones diversas (la inauguración de la estatua al fundador de la misma, una colación de grados, su designación como miembro académico honorario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales) mientras que el último es una carta personal-pública en la que responde a su designación como miembro honorario de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Se consideran también un prólogo de 1910 y un capítulo de Hombres e ideas educadores (1912), dedicado a los colegios de Monserrat y San Carlos. En los últimos casos González es ya una personalidad consagrada como funcionario, político y académico que vuelve a la ciudad de su juventud acreditado, entre otras cosas, por el ejercicio de los ministerios del Interior y de Justicia e Instrucción Pública de la Nación y la presidencia de la Universidad de la Plata por él creada. Algunas de las sugerencias centrales de este apartado han sido exploradas en Ana Clarisa Agüero, "Nación, historia nacional y continuo histórico en Joaquín V. González", Cuadernos de Historia, Nº 6, Córdoba, CIFFyH-UNC, 2004.         [ Links ]

36  Joaquín V. González, "La Universidad de Córdoba en la cultura argentina" [1903], en Obras Completas, vol. XIII, Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata, 1935, p. 206.         [ Links ]

37  Joaquín V. González, "Córdoba religiosa" [1883], en Obras Completas, cit., vol. I, p. 398 (las cursivas son nuestras).

38  Esta etapa es, de manera genérica, identificada con la coyuntura de emergencia de Funes y su grupo. Cf. Joaquín V. González, "Córdoba religiosa", cit., p. 397.

39  Idéntica relación con aquella imagen "fuerte" sarmientina de la ciudad guarda, aún en 1894, un texto publicado en dos ocasiones por Lucio V. López. Aunque no es centro de nuestro trabajo, incluimos aquí un pasaje muy significativo en la medida en que ayuda a completar una secuencia de usos de esa imagen, en este caso ya muy advertida respecto de las variaciones literarias que podían justificarla. El texto es publicado en 1894 en La Nación (2/11/1894) e incluido -dado el mérito literario de este "cuadro de costumbres, lleno de vida y colorido" - en 1896 en el segundo tomo de La Biblioteca. López procura narrar una anécdota vivida en Córdoba por su padre durante su exilio de 1839 y que le fuera por él relatada; se trata de la hazaña de un bandido rural que, viéndose cercado por las milicias, se lanza junto a su caballo a un precipicio en cuyo fondo corría un río y huye nadando. El episodio, presuntamente visto y silenciado por Vicente F. López, le parece a Lucio apto para la romantización de las figuras fuera del orden ensayada "por Byron, por Hugo, por Dumas, por Merimée, más tarde por Sarmiento entre nosotros" (p. 491). Así, claramente avisado sobre el vigor literario de ciertas escenas, Lucio López decide incluir, de manera absolutamente innecesaria a la economía del relato, una larga descripción sobre la ciudad de Córdoba que su padre había abandonado cuando se dirigía a Ascochinga, destinado a presenciar la anécdota. La intertextualidad con el Facundo es deliberada y, por encima de ella, hay sólo el denodado intento de ganar en vivacidad y lujo de descripciones: "[mi padre] huía frecuentemente de la ciudad, inundada por su río desbordado, caldeada por el sol africano al que le sirve de lente, enclavada en aquel hoyo en que Sarmiento la encontró […]. Probablemente, ya había registrado todo aquel vasto monasterio, especie de Escorial indígena, mezcla informe, pero intensamente característica, de todos los estilos de las villas y ciudades de la América española [bastardeados tanto el gótico como el morisco] peculiarmente en los pueblos del Alto Perú, en los mismos de Chile, por el artífice quichua, que ha puesto en todos estos frentes de iglesias y casas del otro siglo algo de la ingenua y rudimentaria inspiración de aquellos tenaces y anónimos constructores. Córdoba, en el año 39, era una agrupación de iglesias, como lo seguirá siendo mientras el cosmopolitismo no la haga rebalsar en el Alto, con las construcciones barrocas y profanas que la individualizan. En el centro, la catedral, con sus lomos de rinoceronte fabuloso y el cabildo insípido, que parece, como todos sus congéneres, la decoración obligada de la Plaza Mayor, destinada a las ejecuciones capitales. Dos cuadras más lejos, la Compañía con sus torres pardas, admirable como curiosidad sudamericana, en cuyos muros la cal mordiente de Malagueño ha unido lozas, ladrillos, bloques de granito y hasta enormes piedras, lamidas y redondeadas por la corriente secular del río. Al oeste, el paseo Sobremonte con su inmenso estanque y su isla central de mampostería greco-romana, con que el virrey quiso remedar, tan luego en la ciudad graduada in ultroque, las maravillas de la Corte de Versalles. Alrededor, en fin, de toda la población, el suburbio, con sus habitantes pobres y sucios, sus casuchas de adobe o de piedra, y sus techos de paja; cavadas algunas en la greda viva del cerro, como las que se suelen ver todavía en Aragón: la familia harapienta que se reproduce allí en el hacinamiento bohemio en el que vive…" (las cursivas son nuestras). Lucio V. López, "El salto de Azcochinga", en La Biblioteca. Revista mensual dirigida por P. Groussac, año I, t. II, Buenos Aires, pp. 483 y 484.         [ Links ]

40  Un ejemplo de esta recuperación de España, simultánea a la integración del legado indígena, es la referencia de González al fundador de la Universidad de Córdoba: "Hijo de la tierra americana sentía quizá ese vago aleteo interior de los grandes pensamientos o de las misteriosas profecías, innato, además, en los indígenas de un suelo vigoroso, y le imprimió, en su lema heráldico el mandamiento, -ungido sin duda en el divino simbolismo del Evangelio- de hacer oír su nombre por todas las gentes. […] una nueva Patria aparece en el escenario del mundo". Joaquín V. González, "La universidad de Córdoba en la cultura argentina", p. 281 (las cursivas son nuestras). Para Darío Roldán, es en El Juicio del siglo [1910] donde mejor se expresan algunos de los diagnósticos y propósitos de González, quien opera "como un puente entre el liberalismo antihispánico a la manera de Alberdi y el nacionalismo prohispano de Gálvez. De esta manera, también, descubre uno de esos hilos conductores donde asentar sólidamente un fuerte nexo entre el pasado y el presente: entre la historia y la política". Roldán, Darío, "De la certeza a la incertidumbre. El periplo de un liberal consecuente: Joaquín V. González (1910-1920)", en Documentos del CEDES, Nº 5, Buenos Aires, 1988, p. 5. En la medida en que se ha utilizado una versión digital del texto, la paginación puede diferir ligeramente de la impresa.         [ Links ]

41  Según Darío Roldán, El juicio del siglo intenta responder a dos órdenes de cuestiones: por un lado, las estrictamente políticas, que convocan a superar un pasado divisionista y signado por los intereses de partido. Por otro, la histórica, que exige un tipo de búsqueda deductiva de "leyes constantes y periódicas", ibid., p. 3. Los términos del propósito histórico de González no son parejamente claros a lo largo de la etapa y conforme al diverso tipo de registros en los que se pronuncia. Muchos de ellos parecen traducir una propuesta más cercana a -o al menos mixturada con- la de La tradición nacional [1888], donde el imperativo de un relato de pasado convive con la distinción entre historia y tradición y la apelación al fondo de oralidad que se considera propio de ésta. Cf. Ana Clarisa Agüero, "Nación, historia nacional…", cit., pp. 19-20.
Parece interesante, por otra parte, atender a algunas de las distancias gonzalianas respecto de Mitre, quien parte del resultado e intenta explicarlo en un relato que oficie de historia. Aquello a explicar es la desigualdad regio
nal; lo que le permite explicarlo a grandes rasgos es la apelación a dos colonizaciones diversas. Como es evidente, la historia empieza allí (precisamente, objetará a González la inclusión de un pasado indígena en La tradición nacional). En tanto narrativa historiográfica temprana, comparte la tópica común sobre la ciudad y la remite a la especificidad de su propia colonización, menos buena, más quichua, que la litoral. El interés puramente presente de la consideración -se busca suturar la diferencia para reconducirla a la unidad- tiene un correlato en la relativa ausencia de toda referencia que exceda el espacio litoral, lo que necesariamente lo aleja de los ensayos tradicional-historiográficos de González -que lo admira-, también distanciados temporalmente. "Aún cuando la colonización del litoral del Plata no siempre fue acertada en la elección de los lugares que se poblaron y en los medios que al efecto se emplearon, ella obedecía, empero, a un plan preconcebido que tenía en vista la producción, el comercio y la población. No así la colonización mediterránea del país, debida a la corriente del Perú, la cual, teniendo siempre presente su modelo, marchaba por instinto tras las huellas de la antigua civilización quichua desde Salta hasta Córdoba, y fundaba sus ciudades al acaso, sin consultar las condiciones geográficas ni tener en mira ninguna idea económica para el futuro […] tenían una constitución distinta, siendo la consecuencia más notable de esto la desigual distribución del progreso". Mitre, Bartolomé, "La sociabilidad…", cit., p. 17.

42 Joaquín V. González, "La universidad de Córdoba en la cultura argentina", cit., p. 282.

43  "La universidad de Córdoba en la cultura argentina", cit., p. 286 (las cursivas son nuestras).

44  Sobre la articulación de esta noción con el hispanismo característico de la generación del novecientos, véase Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo, "La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos", en Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997.         [ Links ]

45   Joaquín V. González, "La Universidad de Córdoba en la evolución intelectual argentina" [1913], en Obras Completas, op. cit., vol. XVI, pp. 70 y 71 (las cursivas son nuestras).

46  Joaquín V. González, "Prólogo" a Pensamiento y Acción de Angel Avalos [1910], en Obras Completas, op.cit., vol. XV, p. 463.

47  Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas a comienzos de siglo [1904], 3 vols., Buenos Aires, CEAL, 1985, p. 222.         [ Links ]

48  Cf. Javier Trímboli, Mil novecientos cuatro.Por el camino de Bialet Massé, Buenos Aires, Colihue, 1999.         [ Links ]

49  Juan Bialet Massé, op.cit., pp. 219-220.

50  Y es el tipo de viaje realizado por Bialet, el carácter etnográfico de sus descripciones, su identidad con la ciencia y la efectividad de su "estar allí" lo que proporciona gran parte de su fortaleza al Informe

51  Juan Bialet Massé, op.cit., p. 217 (las cursivas son nuestras).

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