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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.1 Bernal jun. 2006

 

RESEÑAS

José Nun (comp.)
Debates de Mayo. Nación, cultura y política. Buenos Aires, Gedisa, 2005, 317 páginas

 

Debates de Mayo agrupa trabajos escritos por un amplio elenco de autores provenientes de diversas disciplinas dentro del campo de las humanidades y de las ciencias sociales. Los artículos, dieciocho en total, están organizados en apartados que procuran abordar temas y problemas vinculados con la Revolución de Mayo y con las maneras de recordarla, interpretarla y celebrarla. Nación, Estado, república, ciudadanía y democracia son algunos de los tópicos que, de un modo u otro, se reiteran en los textos, pero las preocupaciones de los autores varían considerablemente, tanto como las perspectivas en función de las cuales exponen sus argumentos. El resultado es un libro en múltiples aspectos heterogéneo, con el inconveniente de que esa heterogeneidad, que por momentos se torna interesante y hasta estimulante para el lector, en otros tramos lo desorienta.
En efecto, el riesgo de que la disparidad resulte en el desconcierto no es un dato menor y ello no solamente vuelve una tarea complicada la de pensar la compilación como una unidad, sino que, asimismo, puede terminar operando en detrimento del valor que, sin duda, poseen buena parte de las contribuciones que la integran. Precisamente por eso, es importante efectuar el ejercicio -posible y legítimo, por otra parte- de rescatar un sentido que, aun a través de la heterogeneidad, recorre el libro y repercute en varios de los artículos. En la búsqueda de ese sentido, lo primero que hay que recordar es que la compilación recoge ponencias que fueron presentadas en mayo de 2005 durante unas jornadas convocadas por la Secretaría de Cultura de la Nación. José Nun, impulsor de la iniciativa, abrió dichas jornadas con un discurso que, además de contener una propuesta para hacer del Bicentenario el motivo y la oportunidad de un esfuerzo de autorreflexión, era también una exhortación a fin de que la sociedad argentina y, ante todo, los intelectuales orientaran dicha reflexión en una dirección específica. La intervención de Nun (incluida en el libro a modo de introducción) era, en realidad, "una invitación a hablar del pasado y del presente para construir desde ahora ese futuro que denominamos Bicentenario" (p. 13). Evocando la figura del festival elaborada por Durkheim, Nun ofrecía transformar la conmemoración en

un gran momento de entusiasmo colectivo, de efervescencia de la sociedad, que la hace revisar sus valores y normas, que la hace cuestionar lo que daba por descontado (p. 14).

Justamente, esa disposición a cuestionar lo dado es la que, en dosis, formas y sentidos diversos, se reitera en muchas de las participaciones que conforman los Debates de Mayo. Los textos (aunque, vale la pena insistir, no todos) exhiben, cada uno a su manera, más o menos explícitamente, las marcas de un modo de pensar que se alimenta del empeño por desnaturalizar procesos, desmitificar conceptos, develar tensiones e impedir simplificaciones. Un primer grupo de trabajos lo componen aquellos que tienen como referente la empresa que en los últimos años encararon los historiadores con el objetivo de desarmar la versión canónica que situaba en la Revolución de Mayo los orígenes de la nación argentina. Hoy, por el contrario, se sabe y se reconoce que -tal como señala Jorge Myers en su artículo- ese significado atribuido a 1810 fue "una construcción a posteriori, una construcción deliberada" (p. 74), que comenzó a edificarse bajo el influjo del movimiento romántico y que, como la nación misma, fue tomando forma a lo largo del siglo XIX. Ciertamente, como Beatriz Bragoni apunta y Myers acuerda, fue el acceso a ciertos enfoques y nociones desarrollados por la historiografía europea (en especial, el concepto de invención de la nación) lo que, en el marco del debate más general acerca de las naciones y el nacionalismo, posibilitó desmontar el mito genealógico fabricado alrededor de la revolución.
Por un camino alternativo, aunque complementario, condujo José Carlos Chiaramonte sus investigaciones acerca de las formas de identidad política vigentes en el Río de la Plata hacia 1810. El análisis del vocabulario político de los actores le permitió comprobar la ausencia de una identificación nacional a comienzos del siglo XIX. Chiaramonte repasa aquí, en su contribución a los Debates, la labor realizada a fin de corregir errores y anacronismos producidos por la historiografía que, promotora del mito de la nacionalidad originaria, había basado sus aseveraciones en múltiples "olvidos históricos" (p. 30). En esa misma línea se inscribe el trabajo presentado por Marcela Ternavasio. La propuesta de la autora consiste en examinar el "esfuerzo retórico" practicado por los criollos rioplatenses para fundamentar primero su rechazo a la Constitución de Cádiz y para legitimar después su posición insurgente (p 79). Nuevamente, ese ejercicio analítico lleva a refutar los supuestos de las explicaciones más clásicas: la conciencia separatista no asumió en 1810 una forma nacional, en el sentido esencialista del término; el tema de la representación fue, en cambio, el motivo predominante en aquella instancia inicial. Tal como muestra Elías Palti, sin embargo, no son únicamente las interpretaciones canónicas las que pueden convertirse en blanco de objeciones. En su opinión, "la versión revisionista merece también ser revisada", para prevenir que se deslice hacia "una suerte de teleología inversa a la épica" (p. 93). Aun cuando la nación moderna no fuera todavía concebible, advierte Palti, emergía ya entonces "como problema". La fragmentación política no era el resultado inevitable de la desaparición del virreinato.
Por otra parte, un momento que indefectiblemente hay que transitar con rumbo al Bicentenario es, por su puesto, 1910. Y también en este caso, como observa Hilda Sabato en su intervención, es necesario prescindir de las interpretaciones reduccionistas que oscurecen las ambigüedades y los matices del proceso histórico. Esto porque, siguiendo a Fernando Devoto, las fiestas del primer Centenario deben ser vistas en dos perspectivas temporales: no tan sólo la coyuntura, sino igualmente la "apoteosis" de una secuencia que arranca en 1880 (p. 188). Desde ese punto de vista, entonces, y recuperando el señalamiento de Sabato, aquello que de manera simplista suele plantearse como una operación de nacionalización impuesta desde el Estado con una intención monolítica, debe ser visto -en realidad- como un proceso no exento de debates, resistencias y negociaciones. En ese sentido, el artículo de Lilia Ana Bertoni confirma que el modelo de nación culturalmente homogéneo, preponderante en el clima exaltado de los festejos del Centenario, no se impuso si no luego de suscitar profundos conflictos que manifestaban, a su vez, la existencia de otras concepciones alternativas acerca de cómo se definía la nación y cómo debía entenderse el patriotismo.
Con un criterio semejante, es decir, rehuyendo las simplificaciones, corresponde abordar los otros dos grandes temas que dominaban la escena hacia 1910: la situación política y la cuestión social. Por un lado, la participación de Natalio Botana viene a recordar que el debate político excedía en mucho la imagen que pretende limitarlo a la confrontación entre una élite dominante uniformemente aferrada al poder y unas mayorías populares que clamaban por la ampliación del sufragio. Al explorar los derroteros cursados por las ideas regeneracionistas y reformistas, Botana va dando cuenta de los diversos significados que en las divididas filas gubernamentales y en el también fragmentado arco opositor se le asignaban a conceptos como república, democracia y sufragio universal. Por su parte, Fernando Devoto se refiere al clima de conflictividad social que acompañó la celebración del Centenario, pero para remarcar el hecho de que por detrás de la sensación de "amenaza", lo que se revelaba era la debilidad del anarquismo, "pasible de quedar aislado ante la oleada celeste y blanca" (p. 189).
No deja de resultar problemático, como decíamos al comienzo, comprobar llegado este punto que algunas intervenciones en los Debates no consiguen sustraerse a la tentación de incurrir en los mencionados anacronismos y reduccionismos. En ese sentido, es de lamentar -por ejemplo- que José Pablo Feinmann declare, en abierta contradicción con las complejidades que otros trabajos de la compilación evidencian, que entre 1880 y 1910 la Argentina se organizó "como una nación profundamente antidemocrática" en la que los inmigrantes

no son integrados sino que son o bien expulsados por la Ley de Residencia, o bien conchabados en distintos trabajos y se les niega el sufragio universal, conquista que logra fundamentalmente Hipólito Yrigoyen (p. 112).

Más cuidadoso, Eduardo Rinesi subraya la imposibilidad de pensar la nación como una categoría inmanente y, sin embargo, no alcanza a desnaturalizar, analizándola en contexto, la noción de democracia. Hablar de conmemoraciones y de los sentidos que los actores tejen en torno de ellas supone, como bien indica Alejandro Cattaruzza en su artículo, atender a los condicionamientos, las expectativas y los valores dentro de los cuales esos actores enmarcan sus acciones y sus juicios. En 1910, la fe en la modernización y en el progreso indujo a los contemporáneos a celebrar no sólo las transformaciones ya ocurridas sino asimismo las que, aparentemente de un modo inexorable, se anunciaban para el inmediato porvenir. Margarita Gutman analiza una selección de imágenes de Buenos Aires (ciudad capital y metrópoli moderna) en las que, a propósito de las fiestas del Centenario, se perciben elementos de esa "imaginación del futuro", en particular los que aludían a los adelantos tecnológicos urbanos (p. 159). Evidentemente, allí no se agotaban las significaciones asignadas al aniversario. Bajo la forma de huelgas y atentados, la protesta social -sostiene Gutman- operó como la "contracara" del festejo.
En cualquier caso, esa comprobación no hace más que convalidar la afirmación de Cattaruzza: lejos de ser unívoco, el sentido de una conmemoración con frecuencia se vuelve objeto de discusiones y luchas que tienen, además, claras connotaciones sociales y políticas. Tal es, en efecto, el punto de partida del trabajo de Alejandro Grimson y Mirta Amati. Los rituales y los símbolos nacionales son, en palabras de los autores, "un lugar de naturalización de los sentidos de la nación" (p. 204). De ahí la importancia de "historizar" esos significados, porque "el ritual se imbrica en un tiempo histórico específico" y expresa, en consecuencia, las tensiones que lo traspasan (p. 210). Sobre la base de esas premisas, Grimson y Amati buscan identificar algunos de los significados de "lo nacional" encerrados en las celebraciones del 25 de Mayo, entre 1960 y la actualidad.
Por su parte, Pablo Alabarces y Horacio González procuran situar sus respectivos artículos en la línea marcada por Grimson y Amati. Alabarces se propone introducir "lo popular" en el debate sobre la nación y lo nacional, argumentando que "esa presencia de lo popular repone espesor democrático al relato de la patria", pero sin que sea evidente -al parecer, tampoco para el propio autor- cómo entender dichas clasificaciones (p. 239). González, en tanto, despliega una serie de reflexiones que giran alrededor de la idea de la "supresión de honores" en la evocación de una fecha patria. Las pompas y, en general, las "elaboraciones antidemocráticas" tienen que ser suprimidas, para instalar, en contrapartida, textos e imágenes con los que construir "momentos dramáticos de conjugación y de aglutinamiento de voluntades" (p. 245). Sin embargo, no siempre se alcanza a discernir con claridad cuáles son los itinerarios por los que González hace discurrir sus consideraciones.
Ahora bien, si retomando la cuestión del carácter polisémico que poseen las celebraciones nos preguntamos por los sentidos que habrá de tomar el Bicentenario, la referencia al presente aparece como ineludible. Un presente que Maristella Svampa define como de transición, luego de una década de hegemonía neoliberal. Es indispensable, indica Svampa, profundizar el "efecto desnaturalizador" que comportó la crisis de 2001, a fin de restituir a las transformaciones operadas en la década de 1990 su "verdadero carácter social, esto es, conflictivo y contradictorio" (p. 268). Tanto ella como Inés Pousadela apuntan a subrayar que la reestructuración del Estado y la expansión de modelos restringidos y excluyentes de ciudadanía no son los efectos naturales de una evolución supuestamente inevitable. En consecuencia, también cabe pensar que podrían no ser irreversibles.
El esfuerzo por cuestionarlo todo, pasado y presente, interpretaciones, relatos y representaciones, subyace -por lo tanto- al desenvolvimiento de este libro y constituye, por eso mismo, una clave en función de la cual poder hacer un acercamiento provechoso a los Debates de Mayo.

Inés Rojkind
UNQ

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