Universidad, revolución y dólares pone en relación, con mucha originalidad, como sugieren las palabras clave del título, tres ejes temáticos escasamente asociados el uno con el otro en el debate historiográfico actual. Las preguntas orientadoras del volumen son: ¿Cómo se financia la actividad científica en un país como Uruguay? ¿Qué ocurre cuando se acepta dinero de gobiernos extranjeros y de organizaciones internacionales para impulsar esas actividades? ¿Y qué sucede si se rechaza? Sobre este primer conjunto problemático, la financiación de distintos campos del saber en contextos latinoamericanos por parte de países ‘otros’, cabe destacar que se está abriendo, afortunadamente, una corriente de estudios relativamente pioneros, como los de Fernando Quesada.1 La autora muestra un conocimiento sólido, que utiliza todos los posibles matices interpretativos de las dinámicas sociales, políticas, intelectuales (y financieras) de Norteamérica.
Vania Markarian es una historiadora ya bien conocida en el panorama tanto latinoamericano (actualmente es presidenta de la Asociación Uruguaya de Historiadores) como estadounidense. Doctora por la Columbia University, ha trabajado como visiting professor por la misma Universidad y por Princeton. Sus estudios -entre ellos Idos y recién llegados: La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos (1967-1984)- han tenido ya traducción y amplia circulación en el mundo anglosajón.
Otro importante eje temático se relaciona con el nexo entre procesos modernizadores impulsados por agentes extranjeros y dinámicas políticas locales. Destacan, en este sentido, las siguientes preguntas: ¿Qué opinaron los universitarios sobre esos temas en los años sesenta del siglo pasado? ¿Qué opciones tenían? ¿De quién aceptaron dinero y para qué lo usaron? ¿Se puede hacer ciencia en tiempos de radicalización política? ¿Qué tuvo que ver todo esto con la fundación del Frente Amplio?
El tema de la radicalización política y la formación de estrategias partidarias en el ámbito nacional, en el marco cronológico de los sesenta, se presenta como un campo de estudios en el que la autora ya ha trabajado en profundidad.2 En este sentido, Vania Markarian inscribe su trabajo dentro de una serie de otros estudios que han propuesto el análisis de la “guerra fría cultural” en América Latina como mucho más que un fenómeno unidireccional, de exportación estadounidense. Esto es, la reflexión sobre cómo determinados sujetos sociales latinoamericanos recibieron, transformaron, volvieron a elaborar determinados procesos impulsados desde el extranjero3 -cuando no solicitados directamente por actores latinoamericanos por exigencias internas-. Avanza en este sentido también la historiografía latinoamericanista europea.4
Entre las fuentes utilizadas, destacan varios repositorios documentales, examinados con la sutileza metodológica que la autora (responsable del Área de Investigación Histórica del Archivo General de la República de Uruguay) muestra en cada pasaje analítico; entre ellos, el Archivo general de la Universidad de la República en Montevideo, los NARA en Washington D.C., los Cultural Freedom Records de la Universidad de Chicago; además, aparecen publicaciones periódicas francesas y uruguayas, discos y películas.
El texto está dividido en dos bloques temáticos, según el ámbito disciplinario examinado. La primera parte está focalizada alrededor de las ciencias básicas en la Facultad de Ingeniería y analiza principalmente el rol de los “ingenieros reformistas” además de la interacción con los estudiantes. En la segunda, se profundizan, a través de la “lupa” de las ciencias sociales, algunos conjuntos problemáticos tan delicados como controvertidos; uno entre ellos: la oportunidad, los vínculos, los posibles “efectos colaterales” en la recepción de fondos extranjeros y aun más el clima de sospecha debido a la polarización política dictada por las tensiones del mundo bipolar. Quizás entre los posibles ejemplos, además del controvertido rol del Congreso por la Libertad de la Cultura,5 de gran interés, son las polémicas desarrolladas alrededor del Plan Camelot. Este escándalo internacional puso para la inteligencia uruguaya la “disyuntiva moral que obligaba a hacer de la sociología un instrumento de cambio social” unida al pesimismo del control social, que llevó a algunos científicos hasta a denunciar “una nueva agencia de inteligencia dedicada a los problemas sociales de los pueblos neocoloniales, con la misión de coleccionar información y proponer líneas contrarrevolucionarias” (p. 187). Además, influyó de manera determinante en las discusiones contemporáneas sobre la débil institucionalización de esos campos de estudio en el Uruguay de aquel entonces (p. 223).
Finalmente -asunto relevante para las instituciones del conocimiento- se analiza el profundo quiebre entre las expectativas, las esperanzas, las ambiciones (a veces utópicas) de determinados grupos de intelectuales frente a los logros concretos que efectivamente pudieron llevarse a cabo en sus respectivas instituciones. El campo de las proyecciones imaginarias, y eventualmente de sus fracasos, durante la colosal batalla de “corazones y mentes” capilarmente difundida durante el conflicto bipolar, indica un sendero investigativo, extremadamente estimulante para el porvenir, del que todavía tenemos mucho que aprender.