A finales del año 1882, el presidente provisorio del Perú, Lizardo Montero, llegó a La Paz en circunstancias algo oscuras. Acreedor de un poder que era solo considerado legítimo por Bolivia, Montero ostentaba un puesto ambiguo y controversial, mientras que Lima se encontraba ocupada por las tropas chilenas y no reconocía su autoridad.2 Su arribo fue muy esperado en el país y, meses antes, los periódicos ya comunicaban su presencia con expectativa e incluso sorna: “¿Vendrá? ¿No vendrá? ¿Y, en caso de venir, traerá algún plan gordo?”.3
La duda sería zanjada un poco más tarde, cuando se supo que se encontraba en la ciudad y que, para celebrarlo, se estaba preparando una espléndida recepción. Desde el 2 de diciembre y durante los cuatro días de su permanencia, el invitado de honor disfrutó de elegantes cenas, recitales de poesía y números musicales. Las secciones de sociales llenaron sus columnas con una actividad agitada: desde un agasajo en Puerto Pérez y una comida en Chililaya, hasta una parada militar a puertas de la ciudad.4 Sin embargo, el plato principal fue la velada literaria ofrecida por la Sociedad Progresista, pues, bajo el pretexto de nombrar a Manuel María del Valle -ministro plenipotenciario del Perú en Bolivia- como miembro honorario, la asociación propuso un abultado programa cultural.5
Aunque no se conoció el contenido de las reuniones entre Lizardo Montero y Narciso Campero, entonces presidente de Bolivia, quedaba claro que aquellas veladas fueron el escenario de delicadas charlas en un tenso contexto bélico. Partiendo de aquel episodio, esta investigación se interroga acerca del rol que cumplieron las sociedades intelectuales paceñas durante los años de la guerra del Pacífico. Su centro de interés se sitúa entre 1881 y 1884: un lapso temporal breve, signado por las contiendas bélicas, pero también por la aparición y, sobre todo, la institucionalización de asociaciones intelectuales que dejarían huella, no obstante su corta vida. Las siguientes páginas procuran rastrear la formación de estos grupos y sus principales características.
La cuestión ha suscitado escasamente la atención de la crítica especializada, aunque se pueden citar algunos trabajos que sientan las bases para su estudio. Así, Mario Chacón Torres se ha enfocado en Potosí, y Beatriz Rossells, en un conjunto más amplio que incluye Sucre.6 En ambos textos, el énfasis recae en la conformación de asociaciones de duración efímera. En contraste, las sociedades geográficas, más longevas y mejor instaladas, continúan siendo analizadas desde inicios del siglo xx hasta la actualidad.7
Por su parte, Josep Barnadas ha trazado una breve genealogía de la vida asociativa nacional en su Diccionario histórico de Bolivia. En las líneas dedicadas a las sociedades literarias y culturales, él recuerda las principales iniciativas para crear espacios de reflexión común.8 Una de las más importantes fue el decreto supremo promulgado el 2 de julio de 1873 por Adolfo Ballivián, presidente vinculado con el arte y la cultura, siendo él mismo músico y poeta ocasional. Mediante aquel documento, su intención fue crear sociedades científicas y literarias en Sucre, La Paz, Cochabamba y Potosí, asegurando la designación de los primeros veinte miembros. Aunque cada una de las sedes era libre de redactar sus estatutos, todas estaban obligadas a comunicarlos al Gobierno, que, a su vez, les destinaría un pequeño estipendio anual. Al parecer, el proyecto quedó en papel. Sin embargo, luego florecerían varias sociedades que cultivarían las ciencias y las letras dentro de la línea planteada por Ballivián.
Esta propuesta apunta a enriquecer aquellos abordajes mediante el uso de documentación diversa, especialmente de prensa y folletería. En efecto, la revisión de periódicos como El Comercio, La Patria y La Reforma o de revistas como Las Verdades y El Álbum del Hogar nos devuelve la imagen de una enérgica vida cultural. Dentro de este amplio abanico, se encuentran, además, actas de fundación y escritos sueltos que van en ese mismo sentido. Con el objetivo de demostrar la existencia, el funcionamiento y las eventuales proyecciones que pudieron tener las sociedades intelectuales durante los primeros años de la década de 1880, este texto se divide en cuatro partes. La primera se interroga sobre la sociabilidad como categoría analítica para la investigación de la literatura decimonónica boliviana. La segunda busca describir el funcionamiento de estas instituciones a través del modelo de la Sociedad Progresista de La Paz. La tercera se centra en los vínculos que tuvo con la Sociedad de Beneficencia de Señoras durante la guerra. Y la última plantea el surgimiento, dentro de estos espacios, de autores que inauguraron nuevas corrientes de pensamiento.
1. Hacia una historia de la sociabilidad literaria en la Bolivia del siglo xix
La obra de Maurice Agulhon representa el aporte más significativo para la transformación del término “sociabilidad” en un concepto ampliamente aceptado por la historia. Si bien los límites de su empleo pueden tornarse difusos (como el propio Agulhon está dispuesto a aceptar), el autor propone concentrarse específicamente en la vida asociativa y en “la aparición de sociabilidades voluntarias […] cada vez más numerosas y diversificadas, y por otro lado, en el paso del estadio informal […] al estadio formal”.9 Por ende, se trata de una categoría que permite estudiar la “densidad de la existencia de las asociaciones constituidas”.10
En El círculo en la Francia burguesa, 1810-1848. Estudio de una mutación de sociabilidad, Agulhon postula que el salón aristocrático evolucionó y se transformó en el círculo burgués y republicano durante la primera mitad del siglo xix. A pesar de que el estudio se presenta como una metodología, resulta imposible transponerla, en su totalidad, a otros contextos. Al respecto, Paula Bruno señala que “en América Latina -dadas las características de las sociedades hispanoamericanas- es difícil sostener que surgieron para sustituir a los salones y las tertulias de los tiempos coloniales”.11
Así, es necesario diferenciar fenómenos propios de la región y que han sido estudiados por investigadores como François-Xavier Guerra y Pilar González Bernaldo de Quirós, por ejemplo. Ambos se han centrado en las formas asociativas del temprano siglo xix y sus vínculos con los movimientos independentistas. González Bernaldo de Quirós señala los matices propios del término “sociabilidad” en la obra de intelectuales latinoamericanos, pues “la ‘sociabilidad’ de la que habla un Juan Bautista Alberdi, un Francisco Bilbao o un Bartolomé Mitre tiene poco que ver con la definición que de ella pudo dar el propio Agulhon”.12
Ciertamente, en el caso boliviano, el paso de salones (de carácter privado) a círculos intelectuales (públicos y cada vez más especializados) no se confirmó con el tiempo. Ambas formas se superpusieron en vista de la falta de espacios públicos tradicionales y destinados a una concurrencia letrada y, de preferencia, masculina. Basta con saber que, a mediados de 1879, solo dos cafés funcionaban en La Paz.13 Es más, cuando el español Eloy Perillán Buxó llegó a la ciudad en 1877 y quiso abrir una sala de lectura, se encontró con la reticencia de los lugareños y sus planes fracasaron con tal rapidez que tuvo que partir, endeudado.14
Sin embargo, esta fría recepción no parecería indicar una animadversión generalizada hacia las prácticas de sociabilidad intelectual: desde muy temprano, surgieron sociedades, sobre todo con fines cívico-literarios, en Sucre y en Potosí y su instalación en aquel eje tradicional marcó una tendencia que luego se acentuaría y se extendería al resto del país.15 La expresión “sociedad literaria” volvía con “frecuencia” y “banalidad” (como diría Agulhon) en los nombres de estas organizaciones. La denominación englobaba principalmente a escritores profesionales y aficionados, ligados a las élites políticas y económicas. Por ejemplo, en La Aurora Literaria, el órgano de difusión de la Sociedad Literaria de Sucre durante los primeros años de la década de 1860, escribían figuras de la talla de Manuel María Caballero (director) y María Josefa Mujía, junto con los paceños Félix Reyes Ortiz, Belisario Loza y otras plumas menos conocidas del emergente movimiento romántico. En su acta de reinstalación a principios de 1864, sus redactores se jactaban de que la Sociedad Literaria había mantenido una asombrosa disciplina celebrando reuniones “dos veces por semana” y que había producido numerosas obras.16 La regularidad de sus publicaciones anuales y mensuales también probaba el compromiso de sus miembros.
Mención aparte merecen las sucursales de la Unión Americana fundadas en distintos puntos de Bolivia. La filial cochabambina, activa desde 1863, demostró un gran gusto por la versificación y contó con la participación de los poetas Néstor Galindo y Benjamín Blanco Unzueta.17 Las de Sucre y La Paz también fueron instauradas ese mismo año. En el caso de esta última, su imprenta fue fundamental para la publicación de folletos, opúsculos y estatutos, como se puede comprobar con la Asociación 16 de Julio y con la Sociedad de Beneficencia.
Para finales de los años 1870, estas formas de asociación eran comunes en las grandes ciudades y en sus filas solían militar los notables del lugar.18 Con un pronunciado tinte patriótico, sus concurrentes tenían la costumbre de dedicar sus trabajos a los próceres de la Independencia19 y demostraron un gran interés por temas históricos.20 Sin embargo, la aparición, en 1877, del Círculo Literario de La Paz resultaba un hito, al tratarse de una ambiciosa agrupación cuyos intereses también abarcaban las ciencias.
En paralelo, ese mismo año se fundó, en Potosí, la Sociedad Literaria y Científica Cortés. Su instalación fue directamente apoyada por su homóloga paceña y así lo recalcaba Reyes Ortiz en una carta pública dirigida a Pedro H. Vargas, su presidente.21 Ambas fueron difusoras de corrientes más o menos identificables con el positivismo y con el darwinismo en su vertiente spenceriana, aunque las orientaciones podían variar de acuerdo con cada uno de sus miembros.
En su discurso inaugural, pronunciado el 30 de septiembre de 1877, Vargas propuso una historia de las sociedades intelectuales en el país. Con la ley del 9 de enero de 1827, “se estableció un Instituto Nacional en la capital de la República, que debiera ser el centro de los conocimientos científicos y literarios […], dividiéndose en seis secciones que abrazaban todos los conocimientos humanos”.22 A partir de este núcleo, se buscaba fundar asociaciones similares en las capitales departamentales y dotarlas de “colegios nacionales de ciencias y artes”.23 Sin embargo, Pedro H. Vargas subrayaba que “esas ilusiones lisonjeras se desvanecieron fugaces” y que fueron rápidamente reemplazadas por “el torbellino de las pasiones políticas”.24 La educación pública quedó entonces relegada a un segundo plano, de ahí la urgencia de establecer una sociedad científico-literaria capaz de abarcar el estudio de la física, la electricidad, la química y la historia natural. Incluso, en un discurso pronunciado a finales de 1877, el fiscal del distrito de Potosí, Manuel María Jordán, volvía sobre los avances científicos en términos religiosos, entendiéndolos como un aporte a la justicia, capaz de devolver “sus derechos naturales al hombre y sus fueros mayestáticos al pueblo”.25
Por ende, en vísperas de la guerra del Pacífico, la cultura letrada boliviana se encontraba en una etapa de florecimiento, como también lo atestiguaba la proliferación de revistas literarias. El Recreo Literario (1881) y La Revista Literaria (1881) en Sucre, además de La Revista de Cochabamba (1877-1878) en Cochabamba y El Álbum del Hogar en La Paz (1882-1883) fueron solo unas cuantas muestras de este fenómeno. A estas iniciativas se sumaba un creciente interés por el aymara que daría paso a la fundación de la Sociedad de Aymaristas en 1880, bajo los auspicios de José Rosendo Gutiérrez, con el apoyo de socios como Vicente Ballivián y Roxas, Eloy Salmón, Carlos Bravo, Nicolás Acosta, Isaac Escobari y los hermanos Pinilla.26
Si bien la atmósfera estaba enrarecida, las asociaciones continuaron sus actividades y sirvieron como un espacio de reflexión sobre la situación que estaba atravesando el país. Para el 6 de agosto de 1879, la Sociedad Literaria y Científica Cortés organizó un acto conmemorativo que incluía una conferencia de Demetrio Calvimonte en la que el jurista hacía un repaso de la historia diplomática entre Bolivia y Chile.27 Aunque el público se encontraba agotado tras la larga intervención, se ofrecieron, además, unos cuantos “apreciativos de las evoluciones operadas en el seno de la patria en ocasión de la guerra”.28 Al día siguiente, y antes de la función teatral final, Eduardo Delgadillo también pronunció unas palabras al respecto.29
En La Paz, el modelo más evidente de estas dinámicas, junto con la Sociedad El Porvenir,30 fue la Asociación 16 de Julio, establecida a finales de 1881, alrededor de Rosendo Gutiérrez.31 Este escritor, periodista y político siempre fungió como un impulsor de la sociabilidad letrada paceña y su nombre formó parte de numerosas agrupaciones ligadas a la literatura y a las ciencias. De igual manera, mantuvo fructíferas relaciones intelectuales con sus pares, desde pequeños grupos estudiantiles nacidos en el colegio Ayacucho hasta el prestigioso Círculo Literario de La Paz y la Sociedad de Aymaristas.
La Asociación 16 de Julio fue, entonces, una prolongación de estas agrupaciones y, en los estatutos de 1882, se podía apreciar su magnitud: estaba dividida en tres secciones (jurídica, literaria y artística) y tenía una cuarta (científica) en vías de organización. Aparentemente, en sus principios, causó cierto malestar, y la publicación de su nómina y de sus objetivos era la respuesta a “conjeturas absurdas […] propias del vulgo y de ruines anónimos”.32 Su cuerpo directivo también subrayaba con insistencia que su misión era constituirse en “el centro de la vida intelectual y activa” boliviana. Tal idea era reforzada por la destacada plantilla de novelistas, poetas, artísticas, geógrafos y bibliómanos que la componían (cuadro 1).
Fuente: Estatutos de la Asociación [16] de Julio con la nómina de sus miembros, La Paz, Imprenta de la Unión Americana, 1882.
La larga lista de miembros, titulares, correspondientes y honorarios probaba la fuerza de su estructura. Cada una de sus partes operaba con relativa independencia y se reunía según su disponibilidad. Asimismo, la repetición de determinados nombres demostraba la multiplicidad de intereses que podían cultivar estos personajes y, también, advertía aspiraciones a largo plazo. De hecho, muchos de ellos, como Rosendo Villalobos y Manuel Vicente Ballivián, fundarían, en 1897, la Sociedad Geográfica de La Paz, estableciendo de esta forma una de las instituciones finiseculares más perdurables y con mayor proyección de aquel entonces.
En los dos discursos que Rosendo Gutiérrez brindó para los festejos del 16 de julio de 1882, él volvía sobre las “sólidas y sanas bases” de la Asociación. A pesar de encontrarse bajo el “peso de la calamidad nacional”, el grupo continuó con tenacidad su labor y produjo “frutos ya bastante sazonados en varios géneros literarios”. Más aún, estos “estudios de crítica histórico-filosófica” se leían y se escuchaban “con general satisfacción” dentro y fuera de Bolivia. Incluso en un contexto adverso, su presidente se felicitaba de la “feliz casualidad” que hacía que los miembros se reunieran con tanta puntualidad y que continuaran sus labores intelectuales bajo la sombra de la guerra.33
Todos estos indicios revelan una intensa vida asociativa durante la guerra del Pacífico y echan luces sobre las prácticas culturales que marcaron la segunda mitad del siglo xix. En especial, permiten entender la vida letrada de las ciudades bolivianas, a partir de la década de 1870. De este modo, la categoría histórica de sociabilidad apunta a la identificación de una serie de hábitos ligados al ejercicio de la literatura y al consumo cultural que fueron bastante frecuentes durante aquel periodo y que se materializaron en constantes reuniones y, en algunos casos, inclusive en publicaciones periódicas. Las próximas líneas aluden al caso particular de la Sociedad Progresista y a cómo constituyó un claro ejemplo de las formas asociativas propias de la época.
2. La Sociedad Progresista
Al estallar la contienda contra Chile, el potosino Julio Lucas Jaimes -también conocido como Brocha Gorda- estaba en Lima. Ahí, había gozado de prestigio e influencia, gracias a su papel como redactor del diario limeño La Patria. Apresado, fue enviado a San Bernardo, donde permaneció hasta 1882. Su liberación se comenzó a discutir en abril de ese año junto con rumores de tregua34 y se concretó a principios del mes siguiente. Al anunciarla, los medios paceños no dudaron en caracterizarlo como un “escritor anfibio”, mitad peruano y mitad boliviano, cuya dualidad lo hacía doblemente sospechoso.35 Por lo mismo, su arribo a La Paz no fue fácil y su presencia levantó suspicacias.
Sin embargo, al poco tiempo, Jaimes ya ostentaba una posición central dentro de la sociedad local, sin duda favorecida por su rápida integración en el Gobierno de turno. Tras un breve paso por el ministerio, terminó siendo nombrado director de Estadísticas, cargo que ocuparía durante varios años. Finalmente, la aparición de Las Verdades, entre septiembre de 1882 y enero de 1884, lo convertiría en una pieza clave para la literatura y las artes escénicas paceñas.
A su lado, se encontraba su esposa, Carolina Freyre, periodista, poeta y aclamada dramaturga de origen tacneño. Su producción se había concentrado en el esfuerzo de guerra desde 1879 y, sobre todo, en la puesta en escena de obras de teatro con temática patriótica.36 Su trabajo como dramaturga ya le había valido cierta fama y su nombre solía aparecer en la prensa con bastante frecuencia. Al poco tiempo de llegada a La Paz, también comenzó a difundir episodios históricos ambientados en el período independentista. Su prosa, de claro influjo romántico, recibió muy buenas críticas y fue aplaudida de manera entusiasta por los periódicos, que reprodujeron el cuento “¡Una madre!”.37
Junto con sus hijos -y, especialmente, un muy joven Ricardo Jaimes Freyre-, se organizaron como una “empresa familiar”.38 Fundaron y animaron numerosos periódicos y revistas, en los que escribieron sobre política, economía, arte y literatura. Dentro de este amplio abanico, es necesario resaltar la notable presencia de “espacios frívolos”, como los llama Víctor Goldgel.39 Para este crítico argentino, estas secciones de la prensa se caracterizaron por “una prosa fácil, menor, movida no por una pulsión de informar, ordenar o racionalizar, sino por un deseo de distraer”.40 Estas columnas, de temática heteróclita y fragmentaria, solían tratar, sobre todo, acerca de la vida social y del “buen gusto”. En ellas, los Jaimes Freyre reseñaron gran parte de la actividad cultural paceña durante los años de su estancia en la ciudad y Carolina Freyre se transformó en la principal autoridad en la materia.41
Desde los primeros números de Las Verdades, el jefe de redacción comenzó a publicitar las reuniones de la Sociedad Progresista, aunque sin vincularse de forma directa como su presidente. Además, la escritora tacneña les dedicó su columna titulada “Mosaico” (un término frecuente para designar los espacios destinados “al bello sexo”), donde también alternaba consideraciones sobre modas y temas de actualidad. Así, a partir de finales de septiembre de 1882, se anunciaron los ensayos de la Sociedad y, un mes después, el estreno de El barbero de Sevilla, pieza actuada y dirigida por sus miembros. Sin embargo, el momento más intenso fue a principios de diciembre de 1882, con la llegada de Lizardo Montero a La Paz.
Los grandes rotativos difundieron un resumen muy pormenorizado de las actividades que el mandatario peruano realizó durante su visita y, entre los actos solemnes, resaltaron la conmemoración de la batalla de Tacna.42 El lunes 4 de ese mes, la legación de su país le ofreció una “espléndida soirée” en la casa de Manuel María del Valle, ministro plenipotenciario del Perú en Bolivia. Según reportaron, a este “soberbio festival” asistieron más de cincuenta personas que representaban lo más selecto de la ciudad. La velada literaria fue amenizada, sobre todo, por mujeres, que leyeron sus composiciones y cantaron en coro un número musical. El comité organizador estuvo compuesto por los principales miembros de la Sociedad Progresista: su presidente, Julio Lucas Jaimes; su vicepresidente, Federico Bueno; “las socias fundadoras, señoras Carolina Freire [sic] de Jaimes, Natalia Palacios, Amelia Armaza de Vidal; los socios activos, señores Rosendo Villalobos y Moisés Ascarrunz, y los socios honorarios, señores Samuel Oropeza y Rodolfo Soria Galvarro”.43
La publicación de una serie de textos producidos en honor a Simón Bolívar, en julio del año siguiente, probaba que la Sociedad Progresista seguía reuniéndose y continuaba produciendo. En las primeras páginas del opúsculo titulado Al padre de la patria en el primer centenario de su nacimiento, se reafirmaba su relevancia y se reproducía la lista de sus miembros. Aunque las personalidades que gravitaban en torno a ellos eran numerosas, los socios fundadores y activos eran relativamente pocos -es decir, solo Julio Lucas Jaimes, Moisés Ascarrunz e Isaac G. Eduardo (cuadro 2)-.
Fuente: Al padre de la patria en el primer centenario de su nacimiento, La Paz, Imprenta de La Razón, 1883.
Este desequilibrio fue, sin duda, motivo de cierta inestabilidad en la organización. En efecto, en enero de 1883, el directorio propuso a Federico Diez de Medina como su nuevo presidente. Conocido intelectual paceño, Diez de Medina también ejerció como profesor y político. Aunque estuvo vinculado a la Sociedad Progresista en sus inicios, rechazó la oferta de encabezarla en una carta abierta, en la que se excusaba por razones de salud.44
Asimismo, Julio Lucas Jaimes nunca estuvo exento de polémica y La Patria de La Paz le dedicó varias líneas hirientes. Durante el período en que estuvo en cautiverio, el periódico reprodujo noticias de diarios peruanos críticos hacia el “cuico Jaimes”.45 Una vez en la ciudad, lo acusó de oportunismo, pues, para los redactores, “don Julio Lucas” conocía “mucho el arte de vivir y, para él, todos los medios [eran] buenos”;46 llegó a sugerir que el folletín Morir por la Patria era un plagio47 e incluso lo señaló por falsedad intelectual y censuró su designación como organizador de los festejos para el centenario de Bolívar.48 En contraste, otra facción de la prensa local, como El Comercio, siempre se mostró benevolente hacia los Jaimes y difundió su obra con entusiasmo a lo largo de los pocos años que estuvieron en La Paz.
Sin embargo, su principal alianza sería con la Sociedad de Beneficencia de Señoras, con quienes cooperaron en un esfuerzo de guerra en el que la literatura y el arte podían jugar un papel fundamental, recolectando dinero para diferentes causas, pero también construyendo imaginarios colectivos. El siguiente punto se centra en el funcionamiento de estas veladas culturales con fines patrios que fueron, en su mayoría, impulsadas por figuras femeninas.
3. La Sociedad de Beneficencia de Señoras
La Sociedad de Beneficencia de Señoras, fundada en 1871, estuvo muy vinculada al quehacer de escritoras como Natalia Palacios y de compositoras como Modesta Sanginés,49 y fue impulsada por la hermana de Adolfo Ballivián, Adelaida. En 1871, su primera presidenta accidental, Narcisa Orosa de Prudencio, presentó una memoria en la que daba cuenta de las dificultades que tuvo esta organización en sus comienzos y de las reticencias a las que debió enfrentarse.50 Empero, también reconocía la inmensa labor que había realizado en el hospital de mujeres, además de crear espacios de ayuda para los huérfanos y los más necesitados.
La idea de fundarla había surgido en 1859, gracias al obispo José María Fernández de Córdova,51 pero, como solía pasar en muchos casos, el proyecto no se concretó sino años más tarde. Aun así, su acción destacó durante las hambrunas de 1878 y, luego, durante la guerra del Pacífico. El compromiso de las mujeres artistas también pasó por la organización de eventos para recaudar fondos. Sanginés ofreció varias presentaciones, coordinadas con otros nombres relevantes del escenario cultural de la ciudad. Así, se dieron cuatro conciertos en favor de los damnificados y prisioneros en Chile, entre finales de 1880 y mediados de 1881. A decir de la historiadora Patricia Montaño Durán, “un total de veintitrés personas actuaron en ellos, entre músicos paceños, extranjeros residentes en La Paz y algunos peruanos visitantes”.52
La novelista Lindaura Anzoátegui, por entonces primera dama, también participó en la Sociedad de Beneficencia de Señoras y las columnas de sociales alabaron sus intervenciones públicas en 1880 y 1881 como parte de estas veladas filantrópicas. Ella estuvo presente en un acto a favor de los desplazados tacneños que se celebró en el teatro de La Paz y en el que se dio cita una “selecta” y “abundante” concurrencia que aplaudió su actuación.53 Tuvo también la oportunidad de lucirse como cantante y pianista en funciones de carácter cívico que se convirtieron en parte íntegra de la vida paceña de aquel entonces.54
Las relaciones entre la Sociedad de Beneficencia de Señoras y la Sociedad Progresista se entablaron desde la fundación de esta última. Ya a finales de septiembre de 1882, se anunciaba que ambas estaban planificando ensayos en conjunto. Para preparar la esperada función pública, se realizaron pequeños festejos íntimos “llenos de señoras y señoritas”. En la reseña que ofreció Las Verdades, el columnista anónimo -que, a todas luces, era Julio Lucas Jaimes- insistía en el papel que cumplían con evidente optimismo:
Ningún obstáculo se ofrece, ningún sentimiento de emulación o egoísmo turba la marcha satisfactoria de esas asociaciones en que no son de rigor, para llenar la nobilísima tarea, los vínculos de amistad ni la antelada relación de sociedades entre las familias.
Resulta llamativo que el autor afirmase que no era necesario que existieran “vínculos de amistad” ni “antelada relación” con las familias que las componían. De hecho, este fue el contexto perfecto para que ellos se incorporaran a la sociedad paceña y se relacionaran con las familias más importantes de la ciudad. Por ejemplo, los locales que solían utilizar para sus actividades variaban según la necesidad y, en muchos casos, eran provistos por los notables del lugar, que no solo abrían las puertas de sus casas, sino que también ofrecían colaciones. Sin embargo, los espectáculos oficiales se llevaban a cabo en el teatro. En ellos, se combinaban los números musicales con obras o, en su defecto, fragmentos escogidos. En otros casos, propusieron “bazares” callejeros56 y subastas en espacios comerciales como el almacén de Otto Richter.57
Pero el viaje que hizo Lizardo Montero a La Paz fue, sin duda, el momento culminante para las dos agrupaciones. Luego de la puesta en escena de una obra de Beaumarchais en octubre, la Sociedad Progresista preparó la ya mencionada soirée en la legación peruana. Para la ocasión, Carolina Freyre leyó un texto titulado “Al Perú en su desgracia”. Unos meses después, publicaría el drama histórico Blanca de Silva, que ya había sido estrenado en Lima el año 1879 y que completaba una trilogía compuesta por Pizarro (1877) y María de Bellido (1878).58 La dedicatoria a Gregorio Pacheco probaba también un vínculo de amistad entablado con las altas esferas del poder.
Y es que todas estas muestras literarias se encontraban en profunda relación con la creación de nexos con los personajes influyentes del lugar. Carolina Freyre insistía en la necesidad de tejer nexos con personajes que formaban parte de las élites locales. En su columna “Mosaico”, se dirigía constantemente a sus “nuevas amigas” y recalcaba la elegancia y la cultura de las señoras y señoritas de la ciudad.59 Las conexiones femeninas fueron importantes a lo largo de su vida y su estadía en La Paz no constituyó una excepción. La concurrencia a la fiesta en la casa de Manuel María del Valle estaba, en su mayoría, compuesta por mujeres, que cantaron, declamaron y tocaron el piano, después de una solemne inauguración oficiada por los Jaimes Freyre.60
Dentro de este conjunto, sobresalía Natalia Palacios. Escritora, educadora y periodista, ella siempre permaneció cerca de esta familia, pues estuvo entre los corresponsales de La Broma (1877-1878), una revista satírica editada por Brocha Gorda en Lima en complicidad con autores como Manuel Atanasio Fuentes y Ricardo Palma. Asimismo, fue un miembro importante del Círculo Literario impulsado por José Rosendo Gutiérrez y participó, junto con Claudio Pinilla, en la elaboración de los almanaques de El Comercio para 1879. Durante la guerra del Pacífico, continuó sus labores dentro de la Sociedad de Beneficencia de Señoras y publicó poemas de tema cívico. Así, a la llegada de Eliodoro Camacho, le dedicó varios versos en su honor, celebrando su reciente liberación.61 Poco tiempo después, sería declarada miembro fundador de la Sociedad Progresista.62
De esta manera, la sociabilidad literaria se revelaba especialmente relevante en tiempos bélicos: no solo era una actividad benéfica, sino que también confirmaba los lazos de lealtad y simpatía dentro de un determinado núcleo de personas. Por ende, estas sociedades funcionaban, en cierta medida, como los salones del Antiguo Régimen, es decir, dentro de espacios privados, donde las mujeres podían participar e incluso ocupar un rol preponderante. Pero, al mismo tiempo, fungían como asociaciones especializadas, cuyo objetivo principal era el de apoyar el esfuerzo de guerra, tanto de manera económica como simbólica.
La creación de una Sociedad Peruana de Beneficencia ese mismo año de 1882 iba en una dirección similar y, en sus estatutos, se constataba la buena salud de la vida asociativa en La Paz:
El espíritu de asociación progresa entre nosotros. Cada día tenemos que anunciar, ya la formación de un club, ya el establecimiento de una compañía industrial, ya en fin la organización de sociedades de beneficencia, formadas por colonias extranjeras.
Su presidente, Manuel María del Valle (que también se encontraba a la cabeza de la legación peruana) afirmaba, de esta manera, el carácter heteróclito de las asociaciones paceñas. En una misma rúbrica, se mezclaban clubes, compañías industriales y sociedades de beneficencia. Esta tendencia parecería confirmarse durante la etapa inmediatamente posterior a la guerra del Pacífico. Por eso, la última parte de este trabajo busca mostrar el desarrollo de algunos de estos proyectos en años siguientes, probando una indudable continuidad que podría rastrearse por varias décadas, hasta el naciente siglo xx.
4. Proyecciones de la sociabilidad posbélica
Desde principios de la década de 1870 (e incluso un poco antes, como en el caso de la Sociedad Literaria de Sucre), en Bolivia, comenzaron a institucionalizarse los grupos letrados que cultivaban diversas artes, según sus inclinaciones. Hubo intentos infructuosos desde el Estado, como la ley del 9 de enero de 1827 o el decreto supremo del 2 de julio de 1873, ya señalados. No obstante, surgieron proyectos concretos en espacios íntimos que cumplían “una pluralidad de funciones”, un poco como las asociaciones de la Francia prerrevolucionaria, estudiadas por Maurice Agulhon.64 En ese sentido, los lugares de reunión solían ser domicilios privados, “donde un dueño o una dueña de casa ricos reciben con regularidad a sus amigos, hombres y mujeres, que forman una sociedad”. Es más, estas asociaciones raras veces se manifestaban en lugares públicos, salvo, por ejemplo, el teatro y los locales de la universidad para las efemérides. Sin duda, tampoco se apoyaban en los escasísimos cafés. Por ejemplo, para 1890, Julio César Valdés no consignaba ninguno en su guía para el viajero, pero, al contrario, subrayaba las labores de algunas agrupaciones especializadas en la sección de imprentas, periódicos y litografías, puesto que varios núcleos como la Sociedad Médica o la Sociedad Geográfica tenían sus propias revistas y llevaban a cabo sus reuniones a puertas cerradas.65
Asimismo, entre sus papeles sueltos del año 1884, la Sociedad Geográfica de Sucre dejó una lista de colectivos con fines técnicos, científicos y culturales en distintas ciudades capitales (cuadro 3).
Fuente: Sociedad Geográfica de Sucre, Artículos de la Sociedad Literaria de La Paz, sobre diversos temas…, manuscrito inédito, 1884.
Esta enumeración probaba que el término “sociedad” era muy común y que servía para designar a una variedad de grupos, sean eruditos, profesionales o de ocio. Maurice Agulhon anota esta plasticidad semántica y remarca que la “diferencia de funciones nunca es absoluta, la separación nunca es completa”.66 Sin embargo, contrariamente al caso que él estudia, en Bolivia no se empleó con tanta frecuencia el vocablo “círculo”, con la notable excepción del Círculo Literario de La Paz, activo durante los últimos años de la década de 1870.
La vida asociativa continuó creciendo en años posteriores a la guerra del Pacífico, puesto que se fundaron varias sociedades, sobre todo literarias y científicas, en todo el país. El primer tomo de la hoja de servicios de Ricardo Mujía revelaba su incorporación a varios grupos instalados en ciudades como La Paz, Sucre y Cochabamba, pero también en poblaciones medianas.67 Entre 1882 y 1886, Mujía fue nombrado miembro de la Sociedad Literaria Sucre, de la Sociedad Ayacucho (La Paz), de la Sociedad Cortés (Potosí) y de la Sociedad 6 de Agosto (Cochabamba), pero también estuvo en contacto con el Club de la Independencia, la Sociedad del Progreso (Corocoro) y la Sociedad 14 de Septiembre (Cochabamba).
A pesar de la defunción de un cierto número de personalidades, como Félix Reyes Ortiz (1882) o José Rosendo Gutiérrez (1883), el ímpetu no decayó. Al contrario, poco después de la muerte de este último, se fundó una sociedad con su apellido que continuó con su legado y, en particular, con el cultivo del aymarismo. En 1885, la Sociedad Gutiérrez se encargó de realizar el Álbum del 16 de julio, en el que Nicolás Acosta figuraba como presidente. Esta colección, publicada por el Ayuntamiento, reproducía una serie de documentos coleccionados por sus miembros referidos al 16 de julio de 1809 y, en la introducción, Claudio Pinilla reconocía su deuda hacia pensadores y protectores de los archivos como Vicente Ballivián y Roxas, Gabriel René Moreno o Samuel Velasco Flor.68
Asimismo, muchos de sus miembros jugarían el papel de informantes científicos. Con motivo de la reunión del 23 de agosto de 1884 de la Sociedad Gutiérrez, José Luis Ruiz presentó una farmacopea aymara a pedido de Alphons Stübel, por el intermediario del comerciante alemán residente en La Paz, Fernando Steiner.69 Poco después, personalidades cercanas a la Sociedad de Aymaristas, como Nicolás Acosta, Agustín Aspiazu y Carlos Bravo, también proveerían valiosos datos para las investigaciones de Max Uhle y de Ernst Middendorf, aunque sus aportes fueron “minimizados”70 en libros como Las ruinas de Tiahuanaco en las tierras altas del Antiguo Perú (1892) y Die Aymara-Sprache (1891), ambos publicados en Alemania.
Los aymaristas tuvieron una gran proyección internacional y constituyeron un “grupo de élite”, compuesto, sobre todo, por abogados y curas provenientes de los yungas.71 Su perdurabilidad se materializó, en 1900, con la creación de la Academia Aymara, liderada por Carlos Bravo e integrada por veintidós miembros. El cambio de nombre también obedecía a una voluntad de formalización y de reconocimiento institucional. A pesar de no llegar a conformar una cátedra de aymara dentro de la universidad, lograron ser dotados de un local propio, facilitado por la Alcaldía,72 y sacar un boletín mensual homónimo, que circuló hasta 1901.
Las sociedades intelectuales sirvieron, igualmente, como palestra para nuevas corrientes literarias. Por ejemplo, es de notar que Julio Lucas Jaimes colaboró desde muy temprano con figuras importantes del modernismo boliviano, como Moisés Ascarruz e Isaac G. Eduardo, además de haber sido, por supuesto, el padre del poeta Ricardo Jaimes Freyre. La formación de esta nueva generación estuvo, sin duda, vinculada a su paso por distintos grupos en los que se cultivaban las artes y, sobre todo, la literatura. Así, entre 1882 y 1890, Jaimes Freyre participó en -al menos- ocho sociedades, en La Paz, Sucre y Tacna. Más allá de la Sociedad Progresista y de la Sociedad Sucre, él formó parte de:
[…] la Bohemia Tacneña, desde 1886, la Sociedad Progresista de Tacna (a la que [fue] invitado en junio de 1887), el Centro Científico-Literario, una sucursal de la Unión Ibero-Americana que ayuda a fundar en 1887, la Sociedad 25 de Mayo (una transformación de la Sociedad Sucre) y la Sociedad Filarmónica (que organiza[ba] “veladas literario-musicales”).
Asimismo, una mirada a El Heraldo de 1884 arroja algunas dinámicas asociativas, poco antes del fin de la guerra, en otros puntos urbanos importantes, como la ciudad de Cochabamba. Solo en los dos primeros meses de aquel año, se celebraron reuniones del Club Patriota y del Club Progreso74 y comenzó a circular la revista literaria de la Sociedad 14 de Septiembre.75
Es así que las últimas décadas del xix perfilaron el camino para las asociaciones del siguiente siglo. Esa voluntad de organizarse de forma oficial, mediante estatutos y listas de miembros oficiales, supuso una cierta estructura para las reuniones, ya sean de ocio o bien de estudio. Efectivamente, muchas veces, la frontera entre ambas se desvanecía, pero aquello no eximía a sus asistentes de cumplir con ciertas formalidades que, con el tiempo, fomentarían la especialización en secciones, como claramente lo muestra la Asociación 16 de Julio (véase cuadro 1). La emergencia de grupos cada vez más diferenciados daría paso a importantes sociedades científicas como también a nuevos movimientos literarios.
Algunas reflexiones finales
El propósito de este trabajo ha sido estudiar algunas formas de sociabilidad durante la segunda mitad del siglo xix con énfasis en los años que van de 1881 a 1884. A pesar de esta elección temporal tan limitada, el análisis de este período específico también permite entender una larga historia que atraviesa varias décadas, desde la fundación de la República hasta el siglo xx. De esta forma, se evidencia una indudable continuidad de prácticas ligadas al cultivo de las letras y de las artes, pero también de las ciencias. En efecto, al mismo tiempo que se leían poemas y novelas, se discutían ideas acerca de la física, la química o la medicina. Más todavía, pues las asociaciones también impulsaron el estudio de nuevas ciencias como la arqueología y la lingüística, que tuvieron un espacio muy particular en las veladas de las sociedades aymaristas y, luego, de las sociedades geográficas.
Al evidenciar este panorama, también se busca cuestionar algunas teorías sobre la conformación del campo intelectual en Bolivia. Así, por ejemplo, en El nacimiento del intelectual en Bolivia, Salvador Romero Pittari sostiene que la primera generación de intelectuales nacionales nació a principios del siglo xx. Su datación se encuentra, en parte, justificada por la “creación en los primeros años del siglo xx, en las principales capitales del país, de cenáculos literarios juveniles”.76 Sin embargo, como se ha evidenciado, es necesario replantear esta afirmación y entender la emergencia de una generación de escritores liberales como una prolongación más que como una novedad. Los fenómenos comprobables en el 1900 resultan, en todo caso, una ampliación de las configuraciones asociativas decimonónicas.
Esta idea de continuidad es perceptible, por ejemplo, en el prólogo que Lucas Jaimes escribió para la primera edición de Celeste (1905) de Armando Chirveches.77 En él, Brocha Gorda “armaba” como caballero al joven escritor y le dedicaba un “espaldarazo” para que fuese a las “lides del ingenio”. Aunque Romero Pittari intuye la existencia de una generación previa, también supone que el inicio del intelectual se da recién con el despunte del nuevo siglo. Sin embargo, los cimientos se establecieron mucho antes y estuvieron sujetos a dilatados procesos de formación. A pesar de varios intentos fallidos y de numerosos proyectos efímeros, las prácticas de sociabilidad se fueron afianzando, institucionalizando y especializando.
El estudio de este fenómeno permite, entonces, echar nuevas luces no solo sobre los escritores, sino también sobre los letrados en un amplio sentido del término. Poetas, novelistas, músicos, lingüistas o archivistas compartieron preocupaciones conjuntas que discutieron en veladas donde el ocio se mezclaba con la investigación y, en algunos casos, incluso con la política. La exploración de los años 1881 a 1884 se conecta, en gran medida, con importantes antecedentes desde los albores republicanos y los pone en relación con iniciativas posteriores que se extienden hasta el siguiente siglo. Esta es, simplemente, una muestra de las posibilidades que podría tener la categoría de sociabilidad para dimensionar la producción intelectual boliviana de antaño.