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Relaciones

versión impresa ISSN 0325-2221versión On-line ISSN 1852-1479

Relaciones vol.48 no.2 Buenos Aires dic. 2023

http://dx.doi.org/10.24215/18521479e086 

Articulos

Las Yungas y los Valles orientales del norte de Salta y Jujuy dentro de las esferas de interacción del Noroeste argentino prehispánico (ca. 900 d.C.-1300 d.C.)

THE YUNGAS AND EASTERN VALLEYS OF NORTH SALTA AND JUJUY IN THE INTERACTION SPHERES OF THE PREHISPANIC ARGENTINE NORTHWEST (ca.900 AC-1300 AC)

Beatriz N. Ventura1 

1Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. E-mail: beatrizventura2006@yahoo.com.ar

RESUMEN

Presentamos algunas propuestas sobre interacción entre poblaciones de las Yungas del norte de Salta y Jujuy, de la Quebrada de Humahuaca y la Puna en el Noroeste argentino (NOA) y de sectores de Bolivia a fines del primer milenio y en los primeros siglos del segundo, a través de diversos mecanismos. Se reúnen evidencias directas registradas en contextos funerarios de tres sitios arqueológicos, Manuel Elordi 1, El Talar y Orán, ubicados en la Selva pedemontana. A partir de distintos indicadores -tales como cerámica, metales, cuentas de diversas materias primas, caracoles de agua dulce y arte rupestre-, y ciertos recursos de Yungas registrados en regiones con mejor preservación de materiales orgánicos, consideramos su movimiento a través de posibles redes de interacción que involucraron a esas regiones, refiriendo a diferentes propuestas sobre los responsables de dichas interacciones.

Palabras clave: Yungas; valles orientales; Salta; Jujuy; interacciones

ABSTRACT

We present some proposals about the interactions between populations of the northern Salta and Jujuy Yungas, those in Quebrada de Humahuaca and Puna in the Northwest of Argentina (NOA), and sector of Bolivia at the end of the first millennium and the first centuries of the second, employing different approaches. Direct evidence recorded in funerary contexts of three archaeological sites, Manuel Elordil, El Talar and Oran, located in the piedmont forest is presented. Several indicators, such as ceramics, metals, beads of diver se raw materials, freshwater snails and rock art, as well as some evidence from the Yungas found in regions with a better preservation of organic materials are considered. We consider their dispersal through possible interaction networks between these regions, with suggestions about those responsible for them.

Keywords: Yungas; eastern valleys; Salta; Jujuy; interactions

INTRODUCCIÓN

El hallazgo de recursos de bosques y selvas de las Yungas ha sido frecuente en diversos sitios arqueológicos en los Andes centro-sur y numerosos trabajos refieren a las interacciones con poblaciones de esos ambientes a lo largo del tiempo. Las Yungas (Cabrera, 1976) constituyen una de las regiones de mayor biodiversidad del norte de Argentina y cuenta también con valiosos recursos minerales, pero es poco conocida arqueológicamente. En este trabajo presentamos propuestas sobre la interacción prehispánica entre poblaciones de las Yungas, la Quebrada de Humahuaca y la Puna del Noroeste argentino (NOA),mencionando sectores de Bolivia y Chile. Utilizamos la distribución y procedencia potenciales de variados recursos, así como el conocimiento implicado para explotarlos para sugerir una amplia red de circulación a través de diversos mecanismos de personas, materiales, tecnologías, creencias, habilidades y valores, durante el fin del primer milenio y en los primeros siglos del segundo.

En esos momentos la importancia de los metales de base cobre, bronces estañíferos principalmente y de oro, así como distintas aleaciones, plantean interacciones macrorregionales, aunque su dispersión es previa (Lechtman y Macfarlane, 2006). A través de distintos indicadores, como cerámica, metales, cuentas de diversas materias primas, caracoles de agua dulce y arte rupestre, analizaremos posibles redes de interacción entre las Yungas del norte de Salta y Jujuy, la Quebrada de Humahuaca y sectores de la Puna. En estas dos últimas regiones, caracterizadas por mejor preservación de los materiales orgánicos, es donde se han registrado algunos recursos y/o materiales provenientes de las Yungas tales como maderas, huesos y cueros de mamíferos, restos óseos y plumas de aves subtropicales, semillas de cebil (Anadenanthera colubrina) y cañas.

En las Yungas, la humedad, el calor y la bioturbación afectan la preservación orgánica y una tupida vegetación dificulta la visibilidad arqueológica. Sea por muestreo o tafonomía, los registros de la Selva pedemontana, ubicada en el sector inferior de las Yungas, presentan limitaciones en relación con otras regiones andinas. La Selva pedemontana (Brown y Grau, 1993; Brown et al., 2001), llamada también Selva de transición por ocupar áreas ecotonales con el bosque xerofítico chaqueño (Cabrera, 1976),se extiende entre los 350 y 500 m s.n.m. en el norte de las provincias de Salta y Jujuy y en los sectores fronterizos con Bolivia, formando parte de la Alta Cuenca del río Bermejo. Se la ha considerado un relicto de un bosque que se extendió por gran parte de las áreas tropicales y subtropicales de Sudamérica (Brown et al., 2001, p. 629).

Aquí presentamos las evidencias directas registradas en contextos funerarios de la Selva pedemontana y la Quebrada de Humahuaca en el momento cronológico tratado. Luego, se plantean asociaciones entre los materiales alóctonos de esos contextos, que corresponden principalmente a elementos de prestigio y/o rituales en Selvas Pedemontanas (metalurgia, cerámica, cuentas, textiles) y en Quebrada de Humahuaca (restos de aves subtopicales, tabletas de madera, maderas, cebil, etc.). Estos contextos funerarios con asociaciones recurrentes de recursos de Yungas y de otras regiones se expresan claramente en sitios del área circumpuneña con buena preservación, sin embargo, se presentan incompletos en la Selva pedemontana debido a los agentes destructores.

También, se incluyen datos de sectores intermedios entre la Selva pedemontana y la Quebrada de Humahuaca con intereses comunes (metalurgia, recursos de las distintas regiones, por ejemplo, cueros) y a aleros con arte rupestre ubicados junto a senderos que pudieron haber sido transitados en el pasado uniendo ambas regiones. Por último, nos referiremos a las diferentes propuestas que se han planteado sobre los responsables de dichas interacciones.

Sin duda, son varias las investigaciones que han tratado el tema de las interacciones entre las diversas regiones del NOA en momentos prehispánicos, incluyendo los contactos entre la Quebrada de Humahuaca y las regiones orientales (Sánchez y Sica, 1990; Albeck, 1994; Ventura, 1999; Garay de Fumagalli y Cremonte, 2002,entre otras). Nielsen (2003, p. 262) ha sintetizado los cuatro tipos de propuestas de interacción entre estas dos regiones. Una de ellas se basa en los hallazgos directos de recursos o artefactos propios de las Yungas en la Quebrada de Humahuaca, o de esta última región en las Yungas. En otra se propone la interacción a partir de la complemen-tariedad ecológica, sin evidencias directas. Una tercera se justifica con argumentaciones de tipo analógico. La última propuesta utiliza el hallazgo de evidencias directas de tráfico registradas en las rutas entre ambas regiones. En este caso, la investigación realizada en los altos de las serranías de Zenta (Nielsen, 2003) es más difícil de llevar a cabo en los sectores de bosques y selvas.

En este trabajo, al incluir evidencias directas de sitios de las Selvas pedemontanas, intentamos aportar a la interacción con la Quebrada de Humahuaca en un momento (800/900 d.C.-1300 d.C.) en que en esta región se están registrando diversos cambios. A este lapso corresponden los componentes cerámicos Alfarcito Antiguo (AA) e Isla-Alfarcito Polícromo (IAP) (Nielsen et al., 2021, p. 2),destacándose en los contextos funerarios piezas de metal, principalmente de oro, elementos del complejo alucinógeno y evidencias de materiales foráneos (Tarragó et al., 2010; Nielsen et al., 2021).

CEMENTERIOS EN LA SELVA PEDEMONTANA

Nos centraremos en tres sitios arqueológicos ubicados en la Selva pedemontana del norte de Salta y de Jujuy: Manuel Elordi 1 (ME1) y El Talar (ET), situados en el sector septentrional del valle del río San Francisco, y el sitio Orán (O), en las cercanías del río Bermejo (figura 1). Estos sitios distan entre 30 y 40 km entre sí. Se trata de cementerios con entierros de adultos en urnas cerámicas, con acompañamiento funerario compuesto por vasijas cerámicas, piezas de metal, cuentas de sodalita, turquesa, crisocola y sobre material malacológico, gasterópodos de agua dulce, piezas líticas y fragmentos de textiles de fibra de camélidos (ET) (Ventura, 1999, 2001).1

En Manuel Elordi 1 realizamos dos fechados radiocarbónicos sobre restos óseos humanos: 1030-120 AP (cal AD 904-920 / cal AD 968-1188) y 810±40 AP (cal. AD 1228-1278 / cal AD1189-1194/ cal AD 1196-1296) (Ventura, 1999; 2001).

Los tres cementerios registran un amplio y diverso conjunto de vasijas que consideramos de manufactura local, aunque en ME1 y ET también hay piezas alóctonas (Ventura, 1999). Por otro lado, el hallazgo en los tres sitios de un centenar de piezas y numerosos fragmentos de metal nos permitió realizar 37 análisis, que muestran una metalurgia compleja con predominio de piezas ornamentales de variadas morfología, funciones y simbología, mayormente de bronce estañífero, con altos contenidos de estaño (Ventura, 1984-85, 1985, 1999, 2001).

Figura 1: Mapa del sector del NOA referido en el trabajo con los sitios arqueológicos y lugares mencionados

En ME1 las piezas de metal corresponden a colgantes (representaciones zoomorfas, principalmente camélidos: “llamitas”), brazaletes tubulares, pulseras, anillos y campanitas. ET presenta piezas similares, pero mayor diversidad en las formas de colgantes. También, los brazaletes tubulares son diferentes, mientras que los de ME1 son largos y tienen gruesos rebordes, los de ET son circulares y abiertos, de menores dimensiones y de latón (figura 2). En ET hay, además, una aguja de cobre, una valva de pinza de depilar de cobre y fragmentos de otra pinza, fragmentos de piezas aguzadas, una de ellas de cuproníquel, un anillo de suspensión o argolla de latón y un par de residuos de fundición, uno de cobre y otro de bronce (Ventura, 1999). En O al igual que en ET se hallaron cuatro colgantes de Formas D (figura 3).

Figura 2: Brazaletes de: (A) El Talar; (B) Manuel Elordi 1

Figura 3: Placas de bronce con Forma D: dos piezas de El Talar (A); cuatro piezas de Oran (B1 y B2)

En ME1 y en ET se registró más de una docena de representaciones de llamas de bronce y una de oro en ME1 (Ventura, 1984-85).Esta pieza de oro es laminar, de gran calidad y decorada por repujado. Representa un camélido con rasgos indicativos de posible domesticación (doble collar en el cuello). Su análisis determinó Au 87%, Ag 10% y Cu 3% (Palacios y Rodríguez, 1985) (figura 4). Además, en ET se hallaron tres fragmentos de textiles realizados con fibra de llama con hilado en dirección Z, característico del área andina meridional (Rolandi de Perrot, 1984-85).

Figura 4: Representación de llama en lámina de oro de Manuel Elordi 1 (ME1): (A) frente; (B) reverso

También, en los entierros de ME1, ET y O se presentan cuentas sobre diversas materias primas. Algunas fueron analizadas y se pudo determinar sodalita, turquesa, crisocola y material malacológico (Ventura, 1991). Estas últimas son las únicas realizadas sobre recursos locales. En ME1 y ET se hallaron caracoles de Megalobulimus (antes Strophocheilus) y cuentas discoidales sobre valvas de moluscos. Además, en ME1 hay tres colgantes realizados con un extremo de posibles Megalobulimus (Ventura, 1999).

En la Urna 5 en ME1 se halló una valva de Mycetapodides (almejas dulciacuícolas) Anodontites2 ubicada dentro de una jarra globular decorada. En la cavidad de la valva se halló una sustancia de color azul-grisácea de consistencia gomosa, posiblemente de origen orgánico.3 Los caracoles de Megalobulimus no presentan modificaciones. Menghin (1952, s/f), quien excavó en ET, menciona la presencia de “caracoles marinos” en uno de los entierros, pero estos no se hallaron en la colección, aunque se registró un caracol de Megalobulimus y valvas de Diplodon sin huellas de uso (Ventura, 1999).

Entre las cuentas minerales, aquellas realizadas sobre sodalita superan en cantidad y tamaño a las de turquesa y crisocola. En ME1 hemos contabilizado unas 400 cuentas de sodalita (Ventura, 1991). Además, como acompañamiento mortuorio se registró un posible colgante lítico y piedras planas rectangulares y cuadrangulares, algunas usadas como tapas de urnas. También un guijarro rectangular muy pulido que pudo haber sido usado como pulidor de cerámica y piedras de molienda (Ventura, 1999).

Otro recurso local, pero hallado fuera de los contextos funerarios, son vértebras quemadas de peces en Manuel Elordi 2 (ME 2), posible sitio de asentamiento, ubicado a 3 km de ME1 (Ventura, 1999).

INTERACCIONES CON LA QUEBRADA DE HUMAHUACA

Como mencionamos, en ET y ME1 se registraron vasijas cerámicas alóctonas. En ME1 detectamos en excavación un par de estas piezas. Una de ellas, decorada en Negro sobre Rojo, asociada al fechado 1030±120 AP (Ventura, 1999, 2001) es similar a las halladas en Tilcara (SJuTil 22) (Rivolta y Albeck, 1992, figura 3), con fechados entre 1190±90 AP y 940±60 AP (Tarragó y Albeck, 1997), que corresponderían al componente Alfarcito Antiguo (AA) de la Quebrada de Humahuaca (Nielsen, 2018) (figura 5).

Figura 5: (A) Vasija decorada Negro sobre Rojo de ME1; (B) Vasijas decoradas Negro sobre Rojo de Tilcara (Rivolta y Albeck, 1992, Figura 3)

Por otro lado, las representaciones de camélidos (“llamitas”) en láminas de oro no son comunes en el NOA, pero la mayoría se registra en la Quebrada de Humahuaca con cinco casos, dos en La Isla de Tilcara, dos en Juella y una llama bicéfala en Pueblo Viejo de la Cueva, decorada con repujados similares a los de la pieza de ME1. Además, se hallaron dos llamitas de oro en Tabladitas en la Puna jujeña, una de ellas decorada con repujados (Ventura, 1984-85; Tarragó et al., 2010; Plaza Colange, 2018).

En la Tumba 11 de La Isla de Tilcara, además de las llamitas de oro mencionadas, se registraron 23 piezas de oro y campanitas de bronce, numerosas vasijas cerámicas, grandes cuentas de collar de rocas blandas, pintura roja, mineral y escorias de cobre (Debenedetti, 1910; Tarragó et al., 2010).Se hallaron también materiales relacionados con recursos provenientes de sectores orientales, como restos óseos de un guacamayo grande (Belotti López de Medina, 2012), restos de un felino, astas de ciervo y tubos de huesos posiblemente vinculados con la absorción de alucinógenos (Nielsen, 2018).Un fechado data el sitio en 838±43 AP (Cocilovo et al., 2019, p. 236).

Debenedetti (1910, p. 36) menciona un entierro de adultos en urna en el yacimiento 6 del Morro de La Isla, hallados junto con el esqueleto de un “pequeño carnicero”, mazorcas de maíz, grandes cuentas de collar de piedra, un tumi de bronce, tres pequeños rodados, pedazos de mineral de cobre y un mortero de piedra. Consideró las relaciones que habrían unido a los personajes enterrados allí con las zonas orientales (Debendedetti, 1910). Dado que el entierro de adultos en urnas no es una práctica común en la Quebrada de Humahuaca, en los casos registrados se ha considerado su relación con poblaciones de sectores orientales (Scaro y Gheggi, 2011).

Posteriores excavaciones en diversos sitios de la Quebrada de Humahuaca, como Muyuna, registraron tabletas de madera, tubos de hueso, en algunos casos con tapones, espátulas, cucharitas, estuches, etc., que indicarían el uso de sustancias alucinógenas como el cebil proveniente de las selvas y bosques de las Yungas (Nielsen, 2018).

Para Nielsen y colaboradores, el consumo de plantas psicoactivas, los restos de aves tropicales y ciertas maderas señalan a las tierras bajas del pedemonte oriental como origen de muchos de los objetos en circulación en los primeros siglos del segundo milenio, ambientes que se encuentran a solo dos jornadas al este de la Quebrada (Nielsen et al., 2021, p. 14).

En las Yungas de Calilegua (figura 1), al oriente de la Quebrada de Humahuaca, Cruz (2010) detectó más de 40 sitios de diferentes características que abarcan desde el Período Formativo hasta la ocupación incaica. Registró cerámica San Francisco y también cerámica tardía que evidencia vinculaciones con la Quebrada de Humahuaca. Halló minas en el Cerro Fundición, en las serranías de Calilegua, que atribuye a explotaciones prehispánicas, y corresponderían a cobre y plomo. Al no registrar evidencias de actividades metalúrgicas (restos de hornos, escorias, crisoles) Cruz deduce que el mineral extraído fue procesado en otros sectores. Considera que el Cerro Fundición y la serranía del Socavón fueron una zona minera (figura 1) y que los recintos circulares que allí registra pudieron relacionarse con la recolección de recursos silvestres, la producción agrícola y la producción minera-metalúrgica. También detectó una red de senderos prehispánicos, entre el valle del río Grande4 y las mesetas de altura, que comunican con las planicies pedemontanas del valle del río San Francisco. Junto a estos senderos registró aleros, algunos de ellos con arte rupestre (Cruz, 2010).

El arte rupestre

En el alero del cerro Fundición observamos que ciertos motivos representados en el arte rupestre (Cruz,2010, p. 136, figura 7)son similares a las Formas B y D de las piezas de bronce de O y ET (figura 6).Este último sitio está ubicado a unos 40 km lineales de estas serranías (figura 1), donde, además de abundantes piezas de metal se registraron dos residuos de fundición, uno de cobre y otro de bronce.

En relación con la Forma B de bronce de ET, Hosler y colaboradores (1990, p. 24, figura 21) sugirieron que podría tratarse de la representación de cueros (hides) extendidos de animales y, en ese caso, representar cueros de llamas (figura 7).

La representación de figuras zoomorfas es frecuente en el arte rupestre andino, principalmente de camélidos. También ciertos motivos asociados con piezas de metal, entre ellas, ornamentos, insignias, símbolos de jerarquía y de poder o autoridad como armas o hachas (Núñez, 1987; Cruz, 2010; Fauconnier, 2016). En este caso, aceptamos la asociación que hacen Hosler y colaboradores (1999) con la posible representación de cueros extendidos de animales para los ornamentos de bronce de las Formas B de ET, los cuales con el agregado de unas simples muescas adquieren los rasgos de llamas (Ventura, 1984-85).

Figura 6: (A) Arte rupestre de Cerro Fundición (Cruz, 2010, figura 7), (B) formas B y D de bronce de El Talar

Figura 7: Placas de bronce de Formas A y B de El Talar

LOS RECURSOS ORIENTALES EN MOVIMIENTO

Los Cueros

Las piezas de cuero se hallan poco representadas en el NOA, posiblemente por su fácil destrucción. Sin embargo, debió ser un material con múltiples usos, incluyendo vestimentas, carcajs para flechas, sandalias, bolsas y correas utilizadas en los atados, entre otros usos (Rydén, 1944;Boman, 1992).Además, el requerimiento de cueros de ciertos animales de los bosques y selvas subtropicales fue importante en usos, creencias y rituales andinos y su registro arqueológico se ha detectado en regiones muy alejadas. Una coraza de cuero de yacaré con aplicaciones de piel de mono fue hallada en un cementerio cerca de Chiu Chiu en el río Loa, Chile (Rydén, 1944, figura 65), al igual que una bolsa de cuero del hocico de un coatí (Nasuanasua) (Rydén, 1944, p. 196, figura 117).

Seguramente, para las poblaciones de las tierras altas, las pieles y cueros de animales -tales como yaguareté (Panthera onca), gato montés (Leopardus geoffroyi), gato pintado (Leopardus wiedii), gato tigre (Leopardus tigrinus), anta o tapir (Tapirus terrestris), monos (Cebus apella y Alouatta caraya), hurón mayor (Eira barbara),coatí, agutí rojizo (Dasyprocta punctata),oso melero (Tamandua tetradactityla), osito lavador o mayuato (Procyon cancrivorus), corzuelas roja y parda (Mazama americana y Mazama gouazoubira), carpincho (Hydrochoerus hydrochaeris), pecaríes (Pecari tajacu y Tayassu pecari), y aún grandes reptiles como la boa de las vizcacheras (Boa constrictor occidentalis) o la curiyu (Eunectes notaes), yacarés (Caimán latirostris y Caiman crocodylus yacare) e iguanas (Salvator merianae, Salvator rufescens) (Mares et al., 1989), entre otros- habrían significado bienes exóticos, de difícil obtención, a los que se les otorgaba un valor especial, a veces adquiriendo sus propiedades o virtudes. Las pieles de jaguares, por ejemplo, eran usadas por los guerreros en los combates (Bouysse-Cassagne, 2008). También, el arte rupestre registra motivos de antropomorfos vestidos con pieles moteadas en regiones alejadas de las tierras bajas orientales (Berenguer, 2004) y se ha plasmado la representación de ese felino en la pared de una mina de turquesa en la Puna salteña (López et al., 2021).

Destacamos la importancia del culto al felino en la minería, ya que el otorongo era la divinidad del bosque tropical de piedemonte de los Andes orientales y constituye también una de las figuras representadas en la parafernalia utilizada para inhalar alucinógenos (Bouysse-Cassagne, 2008; Horta Tricallotis, 2012).

Otro caso es el gato montés, considerado “apu de los otorongos” (Bouysse-Cassagne, 2008, p. 341). El titi (aymara) era el gato montés, pero también significaba estaño. Siendo titi a la vez “estaño” y “gato montés” la palabra titicamana designaba en aymara “el minero que sacaba el plomo (estaño) y el que tenía como oficio coger los gatos monteses y de aderezar sus pellejos” (Bertonio, 1612, p. 313).Citando a Bertonio, Bouysse-Cassagne (2008, p. 341) refiere que el oficio de curtidor de pieles de gatos monteses se equiparaba simbólicamente con el de minero. Las hijas de los titicamanas, mineros y curtidores, recibían el nombre de titi (gatos monteses) mientras que los hijos, que heredaban el oficio del padre, llevaban el nombre de copa (el de la piedra de color verdoso) refiriendo al ídolo de Copacabana, emplazado frente a la isla del Sol, estando emparentados ambos ídolos con el mundo sagrado de la minería (Bouysse-Cassagne, 2008) (el resaltado en itálica es nuestro).

Es interesante esta asociación entre minero, quien también cazaba los gatos monteses y curtía sus pieles, y las piedras de color verde con referencias al ídolo del Titicaca. El intercambio de cueros de animales de diversos ambientes, de minerales -incluyendo las cuentas de turquesa- y de polvos psicoactivos pudo haberse llevado a cabo a través de estos u otros especialistas.

Nos referimos, por ejemplo, al atado de Pallqa en Amaguaya (departamento de La Paz, Bolivia) (Capriles, 2002; Loza, 2007) que incluye dos estuches de piel de jaguar y diversas bolsas de cueros de animales tanto silvestres (jaguar, tarucas, vizcacha, vicuña), como domesticados (llamas y alpacas). Capriles (2002) destaca el gran conocimiento de las técnicas de curtido de los cueros que, con excepción del jaguar, son de especies locales. Incluye también una tableta de madera para inhalar polvos psicoactivos de filiación Tiwanaku, asociada a varios estuches para guardar polvos psicoactivos, fragmentos de un textil, una cuchara de hueso de camélido, cuerdas que atan los cueros, plumas de colores, minerales y una figurilla de camélido cuyo cuello está unido con una fina cuerda azul (Loza, 2007).

En cuanto al textil del atado, así como la tableta y la cuchara de hueso de camélido, Capri-les (2002) considera que es probable que su manufactura fuera realizada en Tiwanaku o algún asentamiento relacionado, por algún grupo corporativo especializado.

Para Loza (2007, p. 337), quien estudia estos materiales con un enfoque etnográfico, la función de los cueros va más allá de su rol de contenedores “estableciendo diferencias en las funciones de los cueros mostrando jerarquías y conexiones relaciónales”. Por ejemplo, los cordajes de vicuña sujetan los cueros de vizcacha que contienen minerales. La vicuña -según los k’awayu- sería la encargada de transportar por la noche los minerales para los dioses-antepasados en virtud de ser uno de los “animales preferidos de los espíritus ancestrales” (Loza, 2007, p. 329). La autora considera que este atado de remedios correspondería a un religioso/médico, cumpliendo funciones médicas en el ámbito de la prevención y la curación.

En Cueva del chileno (Lípez, Bolivia) Albarracín-Jordan y colaboradores (2014) analizan una bolsa de cuero de zorro con dos tabletas de madera que contienen trazas de múltiples plantas psicoactivas, incluyendo cebil, datada en 1042±52 AP (cal AD 905-1175). Estos materiales refieren a chamanes o viajeros itinerantes especialistas en rituales andinos. Entre los hallazgos en el sitio hay cuentas de turquesa.

También en Bolivia, en el área minera de Pulacayo, al este del Salar de Uyuni (departamento Potosí),un entierro de cinco individuos que presentaba ricas piezas textiles, de metal y dos collares de cuentas de turquesa, incluía, además, tres bolsitas de cuero que contenían pigmentos blanco, verde y rojo (Aguero, 2007).

En Pucará de Rinconada, en la Puna jujeña, Boman (1992, p. 651) registra en un contexto funerario una bolsa tejida de lana de llama en cuyo interior había una cuchara de madera. La bolsa contenía otra más “pequeña hecha con el cuero de una pata de ciervo, lo que le permitió evitar las costuras de los lados. Esta última bolsita contenía un polvo blancuzco de origen orgánico”. La bolsa de lana incluía un punzón de cobre rodeado por una correa de cuero, además de un cincel de cobre y un instrumento compuesto por dos juncos unidos en un extremo, al que se superpone un trozo de cuero de forma oblonga a modo de tapa. Por último, la bolsa tejida incluía instrumentos de madera para hacer fuego.

En otra zona minera, ubicada en el oriente de las serranías de Santa Victoria, Salta, en Pueblo Viejo de Rodeo Colorado (PVRC) (figura 1), se registraron cuatro bolsitas de cuero. En una de ellas, realizada posiblemente con la pata de una llama (Yacobaccio, comunicación personal), había polvo amarillo5, mientras otra contenía concreciones cuyo análisis indicó turquesa alterada (Solá, 2016). Estas piezas fueron, probablemente, usadas como amuletos (Ventura y Scambato, 2013).El sitio cuenta con fechados de 1595±40 AP, 1510±80 AP y 845±35 AP y una posterior ocupación incaica (Ventura y Gheggi, 2021).

El cebil, las tabletas y las maderas

Otro recurso de las Yungas es el cebil, cuyas semillas contienen bufotenina como principal sustancia activa (Shultes y Hofman, 2010). Algunas veces es mencionado también como vilca o rapé y fue usado por las poblaciones que ocuparon el río San Francisco inferior en momentos Formativos (800 a.C.-500 d.C., Tradición San Francisco) donde era fumado en pipas de cerámica (Dougherty, 1972; Ortíz, 2020).

Posteriormente, el uso de la parafernalia del cebil pasa de las pipas cerámicas a las tabletas de madera de fácil destrucción en los ambientes húmedos. Las pipas San Francisco parecen haber sido objetos sacralizados de uso local, que no entraban en los mecanismos de intercambio extrarregionales (Ortíz, 2020), mientras que las tabletas de madera registran posteriormente una amplia distribución en el ámbito de los Andes centro-sur al formar parte de la parafernalia ritual de las poblaciones altiplánicas, cuya interacción se extendió en toda el área.

Las influencias desde el sector altoandino -principalmente Tiwanaku y su cosmovisión andina- que promueve el intercambio de plantas psicoactivas (cebil, coca, tabaco, etc.) provenientes de las zonas orientales, junto con el incremento del tráfico caravanero otorgaron importancia a las figuras del felino y del chaman. También, la distribución de la parafernalia psicoactiva hizo de las tabletas uno de los principales elementos en la inhalación del polvo del cebil junto con los tubos inhalatorios, algunos de ellos con pequeños tapones, cucharitas de hueso, espátulas y estuches.

En la Puna jujeña y en la Quebrada de Humahuaca, las tabletas corresponden principalmente al denominado estilo Circumpuneño que, al igual que los tubos inhalatorios, incluyen la representación de un ser antropomorfo con características felínicas (Horta Tricallotis, 2012, p. 16).

Poco se sabe sobre las especies de las maderas con que se fabricaron las tabletas ya que son escasos los análisis realizados. Las dos tabletas y el tubo de inhalar decorado de Los Amarillos (Jujuy) y las dos tabletas de La Paya (Salta) se hicieron sobre Anadenanthera colubrina (cebil) (Nielsen, 2007; Sprovieri y Rivera, 2014). En San Pedro de Atacama, Chile, donde se han registrado numerosas tabletas, los análisis realizados muestran el uso de un conjunto limitado de maderas ya que en la mayoría de los casos fueron confeccionadas con especies foráneas, independientemente de su estilo, algunas (Juglans olanchana y Cinnamomun porphyrium) con procedencia en los bosques orientales (Riquelme-Toro y Niemeyer, 2015, p. 287). Se observó la gran calidad de las maderas utilizadas para las prácticas alucinógenas, además de la capacidad de los artesanos que las manufacturaron. Esto evidencia tanto el conocimiento que tenían de las propiedades mecánicas de las maderas como su capacidad de llevar a cabo un diseño preconcebido en cualquier tipo de madera (Riquelme-Toro y Niemeyer, 2015). También se han registrado tubos decorados de madera de cedro en Calama, al igual que campanas de madera similares a las halladas en la Puna jujeña, en donde diversos objetos se han realizado con maderas de los bosques orientales (Boman, 1992).

Caracoles y cuentas

La presencia de gasterópodos dulceacuícolas en los cementerios de ME1 y ET marca la utilización de un recurso local. Su colocación en los entierros fue realizada tanto como ofrenda en los ajuares -transformados en cuentas y colgantes- o como contenedor de alguna sustancia. Martínez Soler (1958-59, p. 290) menciona su uso para guardar rapé. También, Megalobulimus fueron registrados como raspadores para el trabajo de la madera en grupos etnográficos en las selvas del oriente de Paraguay (Borrero y Yacobaccio, 1989).

El uso atribuido a estos caracoles, hallados en numerosos entierros en Chile, ha sido para contener y transportar ciertas materias colorantes, aunque también podrían guardar algún tipo de elementos relacionados con alucinógenos o con otros aditivos asociados con este consumo, como ceniza. En ocasiones se han asociado con la parafernalia alucinógena y también han sido nombrados recipientes o “caja porta colorantes” (Tellez, 1997, p. 103).

Las cuentas malacológicas, en general pequeñas y circulares planas, se registran en diversos sitios del NOA y parecen provenir de las tierras bajas, aunque por la amplia distribución que presenta Megalobulimus sp. las cuentas realizadas sobre la concha de este caracol pudieron haber sido manufacturadas en diversos sectores. Un posible ejemplo se registró en el alero Mal Paso en los valles orientales del norte de Salta (Becerra et al., 2021).

La fabricación de estas cuentas se verifica en el valle de San Francisco en el Formativo y perdura hasta momentos históricos (Martínez Soler, 1958-59; Ortíz, 2003). Este caracol fue un recurso que utilizaban los aborígenes del área chaqueña para confeccionar cuentas de collares que llegaban a medir 20 m de largo y también para decorar vestimentas (Metraux, 1946).

Otros recursos locales

Las plumas y ciertas aves de coloridos plumajes (Capriles et al., 2021) al igual que los peces de los grandes ríos como el San Francisco y el Bermejo (Lozano, 1941 [1733]) y textiles con fibras vegetales (López Campeny et al., 2020) fueron también bienes requeridos e intercambiados por las poblaciones andinas en distintos momentos. Numerosas plumas de aves -tanto locales como de las Yungas- fueron registradas en la Puna de Salta, en la mina de turquesa prehispánica Cueva Inca Viejo, asociadas posiblemente con ritos mineros y con ornamentos personales (López et al., 2020). Este sitio cuenta con fechados de 1120±50 AP y 860±60 AP (897-1020 d.C. y 1.179-1273 d.C.) y una posterior ocupación incaica (López et al., 2021).

Minerales

Al este de la Cordillera oriental, en las serranías de Santa Victoria y Zenta, en las sierras subandinas del norte de Salta y en el oriente de Jujuy se han registrado minerales de cobre, plata, níquel, zinc, plomo y oro aluvional (Turner y Méndez, 1975; Argañaráz y Castillo, 1999; Rubiolo 2003; Cruz, 2010; Ventura y Scambato, 2013) y la documentación histórica da cuenta de la explotación de algunos de ellos en tiempos prehispánicos (Lozano, 1941; Ventura y Oliveto, 2014). En PVRC se ha registrado un importante conjunto de piezas de metal (de plata, bronce, cobre, latón y cuproníquel), algunos de los cuales podrían provenir de yacimientos locales (Ventura y Scambato, 2013). Sin embargo, no sabemos si esos minerales metalíferos fueron usados en la fabricación de las piezas halladas en los sitios de selva.

RECURSOS ALÓCTONOS

Las piezas de metal

Como hemos referido, en los tres sitios de la Selva pedemontana los entierros presentan piezas de bronce de buena factura, principalmente ornamentales, de variadas morfologías con altos porcentajes de estaño. Los promedios de estaño son 13,22% en ME1 y 13,5% en ET, alcanzando máximos de estaño de 24% en ET y de 21% en ME1 (Ventura, 1984-85, 1999). Estos altos valores en los bronces estañíferos no son comunes en piezas del NOA y hemos propuesto su origen en sectores altoandinos de Bolivia (Ventura, 1999). Las piezas de bronce de la Puna jujeña, donde se hallan yacimientos de estaño, tampoco reportan esos valores en la mayoría de los casos analizados (Becerra et al., 2018).

También, los brazaletes de latón (cobre-zinc) de ET presentan una aleación poco común en el NOA. Sin embargo, un brazalete de latón, morfológicamente similar a los de ET, fue registrado en Farallones Norte (Doncellas), en la Puna jujeña (Rolandi, 1974; Becerra et al., 2018). Junto a este brazalete se hallaron dos vasos retrato de plata-oro, que estilísticamente corresponden al Tiwanaku Clásico, tres colgantes circulares de plata y un collar de casi 400 cuentas (Rolandi, 1974, pp. 158-9). Además, en latón se registraron dos topus en Doncellas (Becerra et al., 2018) y un cincel en PVRC (Ventura y Scambato, 2013).

El hallazgo de representaciones de llamitas en láminas de oro fuera de las quebradas de Humahuaca y de La Cueva se registró en ME1 (en la Selva), en Tabladitas (en la Puna jujeña) (Ventura, 1984-85; Plaza Colange, 2018),en Larache (San Pedro de Atacama, Chile) (Berenguer, 2000; Plaza Colange, 2018) y en La Paz (Bolivia) (Jedu Sagárnaga, comunicación personal).Sin embargo, las representaciones de llamas en bronce de los cementerios de selva no se han registrado en otros sitios arqueológicos del NOA, al igual que los ornamentos de bronce de diversas formas, entre ellas las Formas B y D, ya mencionados (Ventura, 1984-85, 1985, 1999) (figuras 3 y 7). No obstante, ciertos adornos personales y/o colgantes (como pulseras, anillos y campanitas de bronce) se han hallado en diversos sitios del NOA, Bolivia y Chile. La presencia en ET de dos residuos de fundición (de bronce y de cobre) y de un fragmento de una pieza de cuproníquel plantea ciertos interrogantes en relación con una posible producción regional que deben ser investigados.6

Las cuentas minerales

En numerosos entierros en sitios arqueológicos del NOA se han incluido cuentas de diversas materias primas, confeccionadas en piedras semipreciosas como turquesa, sodalita, crisocola, jaspe, ópalo, etc. Gran cantidad de cuentas fueron confeccionadas sobre minerales, pero son aún escasos los análisis de estas piezas. Trabajos realizados en la Quebrada de Humahuaca, los Valles orientales y la Puna jujeña se han referido a las cuentas como realizadas en malaquita y lapislázuli (Casanova, 1933; Debenedetti y Casanova, 1933-35; Márquez Miranda, 1939), cuando en realidad al ser analizadas han resultado principalmente de turquesa, sodalita, crisocola y ópalo (Boman, 1992; Ventura, 1991;Ventura y Scambato, 2013; Becerra et al., 2021; López Campeny, 2022). Más allá de su valorización simbólica (López Campeny y Escola, 2007; Soto Rodríguez y Pimentel Guzmán, 2020; Ventura y Gheggi, 2021) el origen de estas piezas ha sido variado, considerando, en algunos casos, su fabricación local.

En la Quebrada de Humahuaca, en el sitio Malka (Tilcara), se registraron numerosas cuentas de sodalita, turquesa, crisocola y jaspe provenientes de contextos funerarios. En este caso, al igual que en ME1, predominan las de sodalita sobre las de turquesa o crisocola (López Campeny, 2022) mostrando que estas cuentas y ciertas piezas de metalurgia ya circulaban en la Quebrada de Humahuaca en momentos previos a las registradas en ME1 y ET.

En La Isla de Tilcara, además de la calidad y variedad de materiales cerámicos y de piezas de oro, se hallaron dos collares de cuentas de “malaquita” (Debenedetti, 1910). Sin embargo, en los entierros predominan las cuentas grandes de esquisto pizarroso junto con numerosos “fragmentos de esquistos en estado bruto que probablemente estaban destinados a ser transformados en cuentas de collares” (Debenedetti, 1910, p. 243).

También, en la quebrada de La Cueva, además de los brazaletes y anillos de oro y de un colgante de plata-oro en forma de ave, se hallaron cuentas de collares que Casanova (1933, p. 321) define como de “malaquita y lapizlázuli” aunque, probablemente, sean de turquesa y sodalita.

Las piedras verdes -ya sea en forma de cuentas de turquesa o crisocola o colocadas en las tabletas de madera- eran también importantes piezas de valor simbólico. Las cuentas de turquesa de los sitios de selva provendrían de minas ubicadas a más de 500 km, ya que las pocas minas prehispánicas conocidas se ubican en el norte de Chile (Núñez et al., 2003; Salazar et al., 2010; González Godoy et al., 2017) y en la Puna de Salta, en Cueva Inca Viejo (López et al., 2015).

La fuente de sodalita más cercana conocida hasta ahora y utilizada en momentos prehispánicos es Cerro Sapo, en Cochabamba, Bolivia. Esta cantera fue explotada durante tiempos Tiwanaku (Browman, 1998) y posteriormente y se ubica también a más de 500 km de los sitios de selva (Ventura, 1991; Becerra et al., 2021).

Los textiles

Los tejidos sobre fibras de camélidos fueron piezas de gran prestigio que integraban los intercambios a lo largo de las rutas caravaneras (Gayton, 1978; Berenguer, 2000). La presencia en ET de fragmentos textiles de fibra de llama con hilado en dirección Z, característico del área andina meridional (Rolandi de Perrot, 1984-85), muestra que eran incluidos en los entierros, posiblemente como vestimentas en las cuales podrían haberse cosido algunas de las placas de metal. Estos textiles de lana serían intercambiados, tal vez, por productos locales similares, como tejidos realizados con fibras vegetales o por otros recursos de Yungas.

IMPORTANCIA DE LA DISTRIBUCIÓN DE LOS RECURSOS

La distribución de los recursos tanto vegetales como faunísticos requeridos es, sin duda, relevante, pues no es similar en todos los sectores de las Yungas, destacándose por su mayor biodiversidad el sector septentrional (Salta y Jujuy) (Brown et al., 2001).

Brown y colaboradores (2001) observan una reducción de la diversidad según aumentan la latitud y el clima. Los cambios climáticos de la región y distintos grados de aislamiento determinarían la composición biológica actual, apreciable en el patrón de endemismos. Estos endemismos responderían a las posibilidades de migración latitudinal y a la existencia de potenciales refugios a largo plazo. Dado el número de especies endémicas pertenecientes a distintos grupos taxonómicos y formas de vida (plantas epífitas y arbóreas, aves, anfibios, moluscos) “la Alta Cuenca del río Bermejo en Argentina y las áreas contiguas de Bolivia (Tariquía, Tarija) posiblemente se comportaron como un refugio de biodiversidad durante el Pleistoceno” (Brown et al., 2001, p. 631).

Donald Lathrap (1981) destaca el posible papel de la complejidad biológica del bosque tropical y menciona que la distribución endémica de sus recursos pudo generar sistemas de intercambios a larga distancia, lo que solo se pudo lograr “por personas con una exquisitamente detallada categorización del mundo vegetal y con conocimiento empírico de cómo este conglomerado de variedades podía ser usado para fines humanos” (Lathrap, 1981, p. 81). Se habrían generado usos específicos de diversas manufacturas(fibras, maderas, resinas, aceites, etc.) e identificado y manejado una gran variedad de drogas alucinógenas.

Dada la heterogeneidad en la distribución de recursos en las Yungas será importante, en los casos de hallazgos arqueológicos en regiones con buena preservación del material orgánico, no limitarse a indicar que su origen está en las Yungas o en los sectores orientales y procurar ser más precisos en las determinaciones. Esto es porque la procedencia de algunos de sus recursos es muy específica dentro del ámbito de las Yungas. Un ejemplo de esto, aunque de momentos anteriores al aquí tratado, corresponde a los textiles con fibras de Acrocomia aculeata en el sitio Peña de las Trampas 1.1 de Antofagasta de la Sierra (Catamarca) a más de 600 km de la selva, en donde el lugar más cercano en el que crece esta palmera es en las proximidades de los ríos Tarija y Pescado en el departamento de Orán (Salta), con una alta selectividad en el uso de ese recurso vegetal y una gran calidad técnica (López Campeny et al., 2020).

¿LOS “ESPECIALISTAS”? O ¿QUIÉNES PARTICIPABAN DEL INTERCAMBIO?

Al igual que el caravaneo, la metalurgia, la textilería, la orfebrería y la lapidaria requerían de especialistas, las actividades propias de ambientes selváticos necesitarían también de expertos en las distintas tareas. Cazar grandes felinos en selvas y bosques, saber dónde hallarlos, ubicar los bosques de cebil, saber cómo llegar hasta las aves de coloridos plumajes requería de personas con conocimientos y habilidades en este tipo de ambientes, expertos en las propiedades de las plantas (medicinales, tintóreas, estimulantes, rituales, ornamentales, alimenticias, etc.), de los animales y de sus comportamientos. Individuos conocedores de los senderos en la selva y de sus dificultades estacionales y climáticas y de tabúes, que manejen los “permisos” o restricciones de caza, pesca o consumo.

Se ha referido que las pipas San Francisco integrarían la parafernalia del chamán, siendo objetos que se vincularían a seres auxiliares quienes acudirían en su apoyo al realizar los rituales. En estas pipas los seres representados son aves y está ausente el felino (Ortíz, 2020, p. 95). Posteriormente, en la Quebrada de Humahuaca las evidencias de materiales correspondientes al equipo inhalatorio de sustancias psicoactivas avalarían la propuesta de la existencia de chamanes o curanderos especializados en el manejo de sustancias de valor ritual/medicinal (Nielsen, 2018, p. 96). También, en su análisis de las tabletas puneñas, Montenegro y Ruiz sugieren que:

hayan sido los chamanes quienes detentaron la propiedad de las redes de intercambio (Llagostera et al. 1988); o tal vez, como planteara Lautaro Núñez (1999) los portadores de las tabletas podrían haber formado parte de un grupo de gente itinerante, así como en la actualidad, ocurre con los médicos Kallawayas andinos; ¿serían los caravaneros del cebil?” (Montenegro y Ruiz, 2007, p. 170).

En los estudios de la Tumba 11 de La Isla de Tilcara los investigadores registran diferencias en cuanto a quien fue enterrado allí. Se trataría de un personaje destacado y relacionado con actividades metalúrgicas (Tarrago et al., 2010), una persona encargada del tráfico de bienes (Yacobaccio, 2012) o un curaca que posiblemente intermediaría en las redes de intercambio interregionales; el acompañamiento del guacamayo, por su exotismo, sería un posible símbolo de estatus (Belotti López de Medina, 2012).

En su paso por los bosques y selvas orientales, la interacción de los caravaneros con diversos individuos o grupos con conocimientos especiales fue más allá de los mencionados chamanes. Seguramente, la falta de investigaciones en estas regiones y las propuestas desde las zonas áridas han ocultado una diversidad de tareas y funciones de quienes interactuaron en las redes de tráfico a larga distancia.

Es difícil proponer quiénes fueron inhumados en los cementerios de la Selva pedemontana. Principalmente en ET, algunos de los entierros sobresalen por sus acompañamientos funerarios con mayor abundancia en bienes alóctonos (Ventura, 1999). Con excepción de las vasijas cerámicas de manufactura local, los caracoles de agua dulce y las cuentas malacológicas, en los entierros predominan las piezas de origen alóctono como los ornamentos y adornos personales de bronce, las cuentas minerales, algunas vasijas cerámicas, destacándose la pieza de oro en ME1 y los fragmentos de textiles sobre fibras de camélidos en ET. La presencia en estos contextos funerarios de brazaletes de metal de forma cilíndrica y abiertos (figura 2) refieren a personas con cierto estatus, sin duda estas piezas han sido ornamentos de alto valor simbólico que fueron enterrados con sus dueños, igual que algunas de las placas de bronce (Formas D en ET y O).

Las representaciones de llamas tanto en bronce como en oro indican la valorización que estas poblaciones dieron a estos camélidos al incluirlos en los contextos funerarios aun cuando no correspondan a una fauna local (Ventura, 1984-85). Al igual que las campanitas, las siluetas de llamas de oro de La Isla de Tilcara han sido, entre otras piezas exóticas, relacionadas con individuos vinculados al tráfico de bienes (Yacobaccio, 2012).Podríamos agregar a esta propuesta las placas de bronce con Formas B -que representan, posiblemente, cueros extendidos de animales- y relacionarlas con mineros que cumplían tareas de caza de felinos y la curtiembre de sus cueros, u otras faenas relacionadas con recursos de Yungas, integrando estas complejas redes de tráfico a larga distancia.

Se ha señalado la importancia del tráfico de metales a lo largo del territorio sur-centro andino en diversos momentos (Núñez, 1987, 2006). Para Nielsen (2003, p. 278) durante el Período Tardío “el cobre más que otros elementos que pudieron transportar o descartar las caravanas de la época, debió desempeñarse como emblema o diacrítico social para los artífices del tráfico”.

En las rutas caravaneras, otros indicadores de las interacciones se han registrado en el arte rupestre (Berenguer, 2004) relacionando también áreas mineras y de circulación. La presencia de motivos similares a las placas de bronce de Formas B halladas en los sitios ET y O han sido registradas en el sur de Bolivia, en el valle del río San Juan del Oro, en el sitio La Fragua (Fauconnier, 2016). Más allá de que el nombre pueda asociarse a tareas metalúrgicas, varios motivos rupestres corresponden a los representados en el Cerro Fundición en las serranías de Calilegua (figura 8).

Figura 8: (A) Arte rupestre de Cerro Fundición (Cruz, 2010, figura 7); (B) motivos representados en el sitio La Fragua y otros sitios del valle del río San Juan del Oro, Bolivia (Fauconnier, 2016, figura 10)

Lechtman y Macfarlane (2006, p. 507) también consideran que las caravanas de llamas transportaban las menas requeridas para la producción de las aleaciones del bronce a lo largo de una red de intercambios que cruzaba el altiplano de Lípez conectando la Puna con los valles bajos y cálidos del este y oeste. Los pastores habrían sido quienes dirigían esas caravanas y quienes podrían haber extraído y luego abastecido menas metálicas de cobre, estaño, arsénico y níquel a lugares en donde se elaboraba y producía bronces, logrados a lo largo de esas redes de interacción.

Ya hemos propuesto que el origen de ciertas piezas de bronce con altos porcentajes de estaño registrados en los entierros de la Selva pedemontana serían los sectores altoandinos de Bolivia (Ventura, 1999). Son pocas las piezas de bronces que presentan esos altos porcentajes de estaño en la Quebrada de Humahuaca o en la Puna jujeña en donde abunda el recurso (Tarragó y González, 1998; Angiorama, 2001; Becerra et al., 2018).

Nos preguntamos si en estos momentos se explotaron minas de cobre y de níquel en el oriente de las sierras de Santa Victoria, como parece haber ocurrido posteriormente durante la ocupación incaica (Ventura y Scambato, 2013).¿Qué recursos de Yungas pueden haber sido intercambiados por metales? Algunas piezas sobre material orgánico, como cueros o madera, pudieron haber sido manufacturados localmente en las Yungas, pero han desaparecido de estos contextos funerarios. Otros posibles recursos de subsistencia podrían haber formado parte del tráfico y ser importados en las Yungas como pieles de camélidos y charqui -que no han dejado allí registro- (Yacobaccio, 2012, p. 41) o textiles de fibras de camélidos. Es posible que en algunos casos la presencia de material orgánico se vea facilitada por ciertos microambientes o condiciones que se presenten en el interior de las vasijas donde actuaron situaciones que favorecieron una preservación diferencial. Por ejemplo, en ET las piezas de metal halladas en el interior de vasijas hicieron posible la preservación de los fragmentos textiles que se encontraban junto con ellas, ya que el cobre actuaría como un efectivo bactericida (Sagárnaga y Esquerdo, 2019).

En los sitios arqueológicos de zonas áridas, la preservación del material orgánico permite hallar ciertos materiales de selvas y bosques, destacando la importancia del tráfico caravanero de larga distancia y su asociación con los rituales mineros. Un ejemplo es la mina de turquesa Cueva Inca Viejo, en la Puna salteña, donde se registraron elementos de selva como plumas de aves (loros), semillas de cebil y semillas y frutos de Capsicum, aff. chacoense (ajies), Cucúrbita (zapallo) y cañas de tierras bajas; se destaca en el arte rupestre la representación de un jaguar en la pared de la mina (López et al., 2021). ¿Será posible registrar un caso excepcional como éste en los sectores altos de las serranías de Santa Victoria? Esperemos que futuras investigaciones lo logren.

Las fechas de las ocupaciones de sitios arqueológicos en la Selva pedemontana, los Valles orientales, la Quebrada de Humahuaca y la Puna de Salta y Jujuy, confirmarían el acceso a recursos lejanos a finales del primer milenio y en los primeros siglos del segundo, aunque en varios de esos sitios su reutilización e incremento se detecta posteriormente, en ocupaciones incaicas.

A MODO DE CIERRE

Sin duda las interacciones entre la Quebrada de Humahuaca, la Puna y los bosques y selvas orientales tienen origen previo al final del primer milenio o comienzos del segundo, pero parece ser que en los primeros siglos de éste último aumentaron los requerimientos de ciertos recursos de esos ambientes, tales como plantas psicoactivas (cebil, coca, tabaco, entre otras), las pieles y cueros de ciertos animales, como los felinos, las aves tropicales y sus plumas, maderas de diversos tipos, cañas, etc., así como muchos otros bienes intensificaron el tráfico interregional. Seguramente, además de las caravanas de llamas se utilizaron diversos mecanismos de interacción entre la Quebrada de Humahuaca y las Yungas como también a lo largo de las rutas macrorregionales. Estos incluirían, entre otros, el acceso directo, movimientos de grupos o agentes especializados en diversos oficios o actividades como viajeros itinerantes especialistas en rituales andinos o gente regida por principios derivados de sistemas de parentesco.

Los metales, las cuentas y los textiles de fibras de camélidos y las vasijas fueron algunos de los objetos que llegaban a través de esas redes de interacción a ciertos individuos que habitaban la Selva pedemontana. Entre ellos, se registró una vasija del componente Alfarcito Antiguo propio de la Quebrada de Humahuaca integrando un entierro en ME1. Los fechados ubican al sitio entre cal. 904 AD y cal. 1292 AD.

En estos contextos funerarios, las representaciones de los camélidos señalarían, dentro de la cosmovisión caravanera, la movilidad de estos grupos y la relevancia simbólica de las llamas. Seguramente, dicho sistema de interacción se extendería fuera de esos límites, como lo plantean las cuentas de sodalita proveniente de Cochabamba y el estaño de la mayor parte de las piezas de bronce, quizás provenientes el altiplano boliviano, las turquesas de la Puna salteña o del norte chileno. Que los productos de tierras bajas llegaban hasta el norte de Chile lo atestiguan hallazgos en entierros de San Pedro de Atacama, donde se han registrado preparados conteniendo psicoacti-vos de cebil (Berenguer, 2000), las pieles de yacaré y monos en el Loa ya mencionados (Rydén, 1944) o maderas de bosques y selvas recuperados en Calama (Boman, 1992).

Sin duda, se requieren mayores investigaciones en los bosques y selvas del norte salteño y jujeño, así como nuevos análisis y determinaciones precisas sobre la composición y procedencia de los materiales que se registran en regiones con mejores condiciones de preservación, reconociendo la diversidad de posibilidades que las Yungas ofrecen. Esa sería la forma más adecuada para plantear una discusión profunda de las interacciones entre las Yungas y otras áreas del centro sur andino.

AGRADECIMIENTOS

A Beatriz Cremonte, María Florencia Becerra y Luis Borrero por la lectura y comentarios del trabajo, a Lorena Duprez y Federico García Blaya por las figuras y a los evaluadores por sus sugerencias. A CONICET.

NOTAS

1 El Talar fue excavado por Osvaldo Menghin en 1952 y los materiales estudiados corresponden a la Colección Menghin, depositados en el Instituto de Arqueología y en el Museo Etnográfico, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Los materiales arqueológicos de Manuel Elordi 1 corresponden a un rescate realizado en 1972 por aficionados locales, a la excavación de la UNSA en 1975 y a las excavaciones que realizamos en 1981 y 1983. Están depositados en el Museo de Orán, en el Museo de Antropología de Salta (llamita de oro) y, en tránsito, en el Instituto de Arqueología (UBA).

2 Determinación realizada por la Dra. Castellanos del Museo de La Plata (Ventura, 1999).

3 Su análisis por difracción de Rayos X solo registró arcillas (itita y cadinita), cuarzo, feldespatos y posiblemente montmortillonita.

4 El valle del río Grande corre al noroeste de las serranías de Calilegua en el departamento de Valle Grande (Jujuy).

5 Este polvo amarillo se halla en proceso de análisis.

6 Dos brazaletes tubulares y una pulsera de cuproniquel se hallaron en PVRC (Ventura y Scambato, 2013; Ventura, 2019). Considerando que un yacimiento de níquel se registra en la región, este es un tema en estudio.

Fecha de recepción: 8 de abril de 2023

Fecha de aceptación: 4 de noviembre de 2023

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