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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.26 Córdoba dic. 2011

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

El peronismo kirchnerista…
el peronismo de siempre
1

Marcelo Cavarozzi2

Resumen

El autor de este trabajo basa su análisis en una conclusión elaborada a diez años del 2001: el elevado grado de productividad de la política a partir de esa coyuntura, puesto de manifiesto en novedades significativas en la política de América Latina donde los cambios del fin de siglo no se limitaron a alternancias en el gobierno, sino que abarcaron dimensiones más profundas, vinculadas con las maneras de hacer política en las sociedades de la región. Se pregunta si estamos en el camino correcto tratando de encuadrar América Latina dentro de un continuun de izquierda-derecha dado que dicha dicotomía habría dificultado la consideración de la especificidad de cada país. En la segunda sección, propone una interpretación del «fenómeno kirchnerista» a partir de las estrategias políticas implementadas desde el 2003 en Argentina e invocando el clásico texto de Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista, abre vías de análisis para discutir el legado de esa agonía: el propio peronismo.
Palabras claves: América Latina-política régimen político-kirchnerismo-peronismo

Abstract

The author of this paper bases its analysis on a finding made in 2001 to ten years: the high degree of productivity of politics from that situation, revealed in significant developments in the politics of Latin America where changes to century were not limited to alternation in government, but deeper dimensions covered, linked to the ways of doing politics in the societies of the region. Wondering if we’re on the right track trying to frame Latin America within a continuun left-right dichotomy since that would have hindered the consideration of the specificity of each country. The second section proposes an interpretation of «fenómeno kirchnerista» from political strategies implemented since 2003 in Argentina and invoking the classic text de Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista, opens way analysis to discuss the legacy this agony: Peronismo itself.
Keywords: Latin America-political-political regime-peronismo-kirchnerismo


Introducción

Releyendo la trascripción de una conferencia sobre las tendencias políticas en la Argentina de fines del Siglo XX que pronuncié en la Universidad Nacional del Litoral en Octubre de 2001, en esos meses en que el país se estaba derrumbando, resulta evidente que varias de mis observaciones de aquel momento deben ser revisadas y puestas en perspectiva.

Algunos de los rasgos que entonces parecían excepcionales para el caso argentino, no lo eran en realidad. Las crisis económicas y sociales asociadas a las peripecias de la panacea neoliberal en América Latina, se reprodujeron en prácticamente todos los países siguiendo una secuencia relativamente parecida. La tendencia abarcó toda la región, aunque algunos de los procesos alcanzaron una intensidad excepcional en ciertos países, entre ellos la Argentina. En realidad a partir de la crisis de la deuda, desatada en 1980-1982, se produjo en América Latina una suerte de convergencia catastrófica, dentro de la cual se generaron ciclos de turbulencias cada vez más acentuadas. El fenómeno fue in crescendo hasta alcanzar su culminación entre 1998 y 2002, período que el economista colombiano José Antonio Ocampo definió como la «media década perdida». Si bien esta metáfora resulta apropiada para describir la evolución de las economías latinoamericanas -a la profunda recesión se asoció un nuevo agravamiento de la regresividad en la distribución del ingreso— la conclusión que se puede extraer una década más tarde es que, contrastando con la economía, la política de esa coyuntura se caracterizó por un elevado grado de productividad. Como analizo en la primera sección de este artículo, las turbulencias también alcanzaron el espacio político, pero en él los efectos fueron diferentes. A partir de 1999 se produjeron, novedades significativas en la política de América Latina; los cambios del fin de siglo no se limitaron a alternancias en el gobierno, sino que abarcaron dimensiones más profundas, vinculadas con las maneras de hacer política en las sociedades de la región. En este sentido, el colapso político que sufrió la Argentina, que incluyó tanto el derrumbe del gobierno de la Alianza, como la renuncia y fuga del presidente de la Rúa, y las idas y vueltas que marcaron el siguiente año y medio, hasta la asunción de la presidencia por Néstor Kirchner, no fue sino uno más de los episodios dentro del conjunto de drásticos cambios que atravesó la región durante esos años. La mayoría de dichos episodios se caracterizó por el reemplazo de regímenes políticos que habían estado asociados con reformas neoliberales, como los encabezados por Alberto Fujimori (Perú), Fernando Henrique Cardoso (Brasil), Jorge Batlle (Uruguay), Gonzalo Sánchez de Losada (Bolivia), además del de Carlos Menem en nuestro país, y la subsiguiente instauración de gobiernos que, en su retórica o en la práctica, repudiaron o condenaron dichas reformas y proclamaron, con mayor o menor estridencia, que se apartaban de ellas.

Estas coincidencias, que efectivamente existieron, han llevado a algunos analistas a postular la existencia de una tendencia identificada genéricamente como un «giro a la izquierda» especialmente en América del Sur, de la cual se habrían apartado solamente Colombia y Perú, donde la primera década del Siglo XXI estuvo dominada por gobiernos conservadores, Uribe en el primer caso, y Toledo/Alan García en el segundo. Nos podríamos preguntar, eso sí, si estamos en el camino correcto tratando de encuadrar América Latina dentro de un continuum de izquierda-derecha. Como ha señalado agudamente Wanderley Guilherme dos Santos, la «periferia turbulenta» resulta a menudo menos maleable que los países del centro, a las dicotomías que escinden la realidad en izquierda y derecha. Wanderley ha argumentado de manera más general que,

… las dicotomías raramente van más allá del nivel elemental de las premuras conceptuales. Derecha e izquierda no dan cuenta habitualmente de la existencia de ambidiestros; el combate entre el bien y el mal tiende a olvidar a los purgatorios; la bella y la bestia son insensibles al fenómeno intermedio del charme.3

Sin embargo, no es mi intención en este breve artículo discutir las orientaciones ideológicas y políticas atribuidas a los regímenes sudamericanos en lo que va del presente siglo. Más bien, quiero enfatizar que el tema del giro a la izquierda, incluso cuando se discutieron sus presuntas variantes, ha llevado a velar la especificidad de los procesos desarrollados en cada país. En particular, en el caso argentino han abundado los trabajos preocupados por demostrar las cercanías (o lejanías según el caso) de los Kirchner con Chávez … o con Lula. Tales trabajos han seguido ese camino con intenciones muy diversas, a veces para elogiar a los gobernantes argentinos, en otras ocasiones para criticarlos; pero a menudo han pecado de una falla compartida: han dejado de lado la circunstancia que tanto Néstor como Cristina fueron y son peronistas. Y como peronistas, buena parte de los rasgos que ha asumido la política argentina a partir de 2003 tiene que ver con la pertenencia de sus principales figuras a un linaje con una extensa historia que ya abarca dos tercios de siglo. El propósito de explorar algunas de estas características a la luz de casi un decenio de despliegue del fenómeno kirchnerista, y ya inaugurado el tercer período presidencial conducido por un miembro de la pareja, proporciona el eje de la segunda sección del artículo.

América Latina en el cambio de siglo

Los fracasos no son un fenómeno extraño a la política latinoamericana. Y la mayoría de los gobiernos democráticos que protagonizaron las transiciones de la década del 80 en América del Sur no escapó a esa regla; casi todos terminaron mal. A partir de 1985 se produjo la debacle de muchos de los partidos o coaliciones que habían sucedido a las dictaduras; ellos terminaron siendo desalojados del poder al sufrir el impacto directo de la crisis de la deuda. En aquel año la precursora de estas experiencias fracasadas fue la Unión Democrática y Popular boliviana de signo izquierdista; esta coalición ya estaba deshecha cuando el viejo líder Hernán Siles Zuazo renunció anticipadamente a la presidencia. A la extensa lista de fracasos se fueron agregando posteriormente la UCR argentina, el APRA peruano, el PMDB brasilero y, trazando una ruta diferente, la Acción Democrática venezolana. En la mayoría de esos países, los desempeños del partido del presidente en las derrotas electorales que marcaron el descalabro fueron, en el mejor de los casos, mediocres, y en otros, penosos. Sin embargo, en todos los países, con la excepción del Perú, tanto los recién llegados al poder como sus partidos, constituían parte de los elencos estables de la política nacional de cada país; en muchos casos desde partidos con extenso pasado político que habían estado asociados a experiencias presidenciales previas —como el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz Estenssoro, el peronismo de Carlos Menem y COPEI de Rafael Caldera— y en otros, que provinieron de espacios extremadamente marginales como el Partido da Reconstruçâo Nacional de Collor de Mello.4

En cambio, las transformaciones que tuvieron lugar en la política latinoamericana entre 1998 y 2003, es decir, la media década perdida a la que aludí en la Introducción, fueron más radicales que las que señalo en el párrafo anterior. Dichas transformaciones constituyeron verdaderas metamorfosis que incluyeron, en algunos casos, quiebres con tradiciones políticas que habían arrancado antes de las transiciones a la democracia de la década del 80 y que, por ende, no habían sido afectadas por esas transiciones. Me refiero, en ese sentido, al derrumbe de los sistemas bipartidistas de Venezuela y Colombia y al ocaso del virtual monopartidismo mexicano. En otros casos, las metamorfosis tuvieron que ver con la consolidación de personajes cuyos accesos a la presidencia representaron en sí mismos, una verdadera revolución social y cultural en sociedades de tradiciones jerárquicas de larga data, como la de un pobre nordestino, Lula da Silva, o la de un discriminado aymará, Evo Morales. Con la excepción de Chile, donde continuó gobernando la alianza de socialistas y demócratas cristianos, el cambio de siglo produjo, como se puede constatar al enumerarlos, virajes de enorme magnitud política:

• La única derrota electoral del peronismo ocupando el poder que se produjo en 1999 -circunstancia que eliminó la última esclusa que impedía el derrumbe de la convertibilidad argentina—y la coda de Menem; es decir, el gobierno de la denominada Alianza (de la UCR y el FREPASO) que al no intentar siquiera modificar la herencia económica del menemismo, en particular la ley de convertibilidad, no hizo más que ser el testigo inerme de la catástrofe política y económica de 2001;
• El traumático fin del Fujimorato al pretender el presidente -reelecto a esa altura por segunda vez— renunciar a su cargo en viaje por Asia. El congreso peruano respondió rechazando la renuncia y destituyéndolo por «incapacidad moral». Sumado al cataclismo en la Argentina, la destitución de Fujimori implicó la clausura de los dos hiperpresidencialismos neoliberales más fuertes del fin de siglo;
• El triunfo de Lula, evento que no sólo marcó el ascenso al poder del único partido societalista del siglo XX brasilero, el PT (Partido dos Trabalhadores) —es decir la única agrupación política no creada desde las alturas del Estado— sino también la llegada a la presidencia de un líder sindical proveniente de las clases desposeídas de la región más pobre de Brasil, el Nordeste;
• La victoria de Tabaré Vázquez y del Frente Amplio uruguayo poniendo fin así al duopolio bipartidista Colorado/Blanco (Nacional) que superaba un siglo de duración, ya que había arrancado cuando finalizó la guerra civil de 1904 y había monopolizado también los primeros veinte años posteriores a la clausura de la dictadura militar;
• El triunfo de Evo Morales, que no sólo terminó con la centralidad que había tenido el MNR en la vida política de su país durante medio siglo, sino que además significó el arribo a la presidencia de un aymará, es decir, del primer boliviano perteneciente a una de las etnias indígenas mayoritarias, sojuzgadas durante cinco siglos por españoles y criollos;
• La primera derrota del PRI en elecciones presidenciales, que marcó en México el fin del sistema político de más larga duración y de más estabilidad de América Latina. El monopolio del PRI había descansado en la incorporación de los sectores populares a la política pero generando un presidencialismo extremo, que no carecía de rasgos autoritarios y que practicaba sistemáticamente el fraude electoral;
• El derrumbe de los dos sistemas partidarios que habían alcanzado elevados niveles de estabilidad institucional desde fines de la década de 1950, es decir, los de Venezuela y Colombia. En ambos casos, los regímenes bipartidistas de Adecos y Copeyanos, y Liberales y Conservadores, respectivamente, había estado asociado con alternancias ordenadas en la presidencia desde aquella década.

La enumeración de las profundas transformaciones producidas en América Latina durante el cambio de siglo, permite extraer un primer corolario. El fracaso y posterior deslegitimación de las políticas de ajuste y reestructuración inspirados en el Consenso de Washington y el concomitante ocaso de los gobiernos que habían basado su discurso y sus éxitos electorales en la implementación de políticas económicas inspiradas en la panacea neoliberal generaron un vacío político de magnitud. Esto permitió el surgimiento de proyectos de signo contrario al neoliberal; la mayoría de los proyectos políticos que germinaron en América del Sur durante los primeros años del Siglo XXI proclamaran su adhesión a principios que se ubicaban en las antípodas de las recomendaciones de la ortodoxia económica. Como es bien sabido, en algunos casos la retórica anti-Consenso de Washington, no se tradujo en el abandono de los más estrictos preceptos de la ortodoxia; así ocurrió en Brasil con los gobiernos del PT y en Uruguay con los gobiernos del Frente Amplio. En otros casos, en cambio, especialmente en la Venezuela chavista, la política económica se tornó más nacionalista y menos preocupada por la defensa de los «fundamentals», como la contención de la inflación mínima y el superávit fiscal.5 Pero no me propongo en este espacio analizar las diferencias entre «malos» y «buenos», sino destacar otro fenómeno que subyace a los cambios en las orientaciones de las políticas económicas.

Lo fundamental que ocurrió en América del Sur a partir del 2003 es que el alza en el mercado mundial del precio (y de la demanda) de los commodities mineros y agrícolas exportados por los países de la región les permitió escapar a la trampa de la deuda en la que habían estado liados desde 1980. El segundo corolario, por ende, es que los nuevos fenómenos políticos registrados en América del Sur durante la primera década del Siglo XXI tienen una explicación relativamente simple: fueron posibles porque los Estados de la región recuperaron el margen de maniobras del cual habían carecido durante las dos décadas previas. Las transformaciones favorables de la economía internacional abrieron una ventana de oportunidad para encarar políticas económicas activas, cualquiera fuera el signo de éstas. Y las políticas económicas de la Argentina kirchnerista que dicho sea paso fueron iniciadas por su predecesor, Eduardo Duhalde, y el ministro de economía Roberto Lavagna que sirvió tanto a Duhalde como a Néstor Kirchner, fueron un ejemplo más de esa tendencia,

El fenómeno kirchnerista

Es bien conocido que la situación en la que llegó Néstor Kirchner a la presidencia en 2003 no le resultaba favorable al gobernador santacruceño. No tuvo la oportunidad de vencer a Menem en el ballotage que hubiera debido celebrarse a raíz de los resultados de la primera vuelta; la renuncia del riojano a enfrentar a Kirchner frustró la realización del ballotage. Esto implicó que el político santacruceño asumiera la primera magistratura habiendo sido votado sólo por el veintidós por ciento de los electores, lo que llevó a muchos a denunciar una presunta ilegitimidad de origen.

Además, como se recordará, el propio procedimiento electoral que permitió el peculiar triunfo de Kirchner estuvo empañado por la manipulación ilegal de la legislación electoral realizada por Duhalde y tolerada por la oposición. Esta maniobra inconstitucional le dio al Partido Justicialista la posibilidad de presentar más de un candidato en la elección presidencial. No resulta necesario reiterar que si bien todos los partidos tuvieron la posibilidad de presentar varios candidatos encabezando siglas diferentes, fueron los peronistas, deseosos de bloquear a Menem, los únicos beneficiados realmente por la disposición.

Kirchner se enfrentó a una situación bastante inusual para la Argentina. El deterioro político iniciado en Octubre de 2000 cuando el vicepresidente Chacho Álvarez renunció a su cargo, había contribuido a un proceso de evaporación extrema de la autoridad presidencial, que por cierto resultó amplificado por la ineptitud de Fernando de la Rúa. A lo largo de 2001, y en parte como resultado de la convergencia de los objetivos de los líderes peronistas y del alfonsinismo, de debilitar aún más al titular del ejecutivo nacional, el congreso nacional y los líderes de los dos principales partidos, el PJ y la UCR, incluyendo a varios gobernadores provinciales, habían incrementado su poder institucional. Al mismo tiempo, como se recordará, a medida que avanzaban los meses y la situación económica se deterioraba crecientemente, el desprestigio de los políticos iba en aumento. Esta combinación contradictoria explica, en parte, la paradoja de que al producirse la caída de De la Rúa, fueran el congreso nacional y el binomio Duhalde-Alfonsín los actores que, en un tortuoso itinerario que incluyó varios desvíos e inesperados accidentes, pudieran encaminar el torrente político hacia un remanso, al mismo tiempo que buena parte de la ciudadanía se manifestaba a favor del «Que se vayan todos».

El régimen político que se armó entre 2002 y 2003 se apoyó en una «mesa de tres patas» Esta expresión, que aludía a un fenómeno que no tenía relevancia en la política argentina desde fines del Siglo XIX, recuperó alguna vigencia. La primera pata fue la «Liga de Gobernadores». Los gobernadores comenzaron a tejer una red ya en los tiempos postreros de la presidencia Menem, al manifestarse los primeros signos del cul-de-sac en que había ingresado la economía argentina y que repercutió de manera especialmente intensa en el sector público de las economías subnacionales. Los gobernadores, entonces, no sólo intercambiaban información con respecto a experiencias como las del «Patacón» o del «Cecor», sino que también comenzaban a discutir, hacia fines del 2001, la eventual salida del gobierno de De la Rúa.6 Esta red no se deshizo durante el año y medio de la presidencia Duhalde, si bien su trama también proveyó uno de los telones de fondo donde se proyectó la sorda competencia de varios gobernadores y ex gobernadores peronistas en torno a la candidatura presidencial de 2003. Entre ellos se contaban, Kirchner, De la Sota, Adolfo Rodríguez Saa, Reutemann y Ruckauf, aunque estaba excluido, claro está, Menem.

La segunda pata de la mesa la proveyó el congreso. El ámbito parlamentario cobró relevancia, primero, al tener que procesar la renuncia del presidente de la Rúa, después, con las negociaciones internas del peronismo para consagrar un sucesor. Y esa relevancia se incrementó durante el período de Duhalde debido a que el congreso se constituyó en una de las piezas esenciales de los intentos del presidente de legitimarse. Duhalde procuró lavar la manera poco ortodoxa como había llegado al cargo, y también desligarse de la responsabilidad que la ciudadanía le atribuía a él, como un integrante destacado de la clase política a la que repudiaba, en el estallido de la crisis económica y social que afectaba a la Argentina. Como resultado de este proceso, el período 2002-2003 fue de las pocas coyunturas en las cuales el parlamento resultó ser un espacio fundamental de construcción de política, o más bien, de reconstrucción de la política, al debatirse dentro de él los dilemas generados por la crisis y el armado de una salida política definitiva a través de la convocatoria a elecciones presidenciales. La tercera pata, que en parte funcionó superpuesta con la segunda, pero también fuera de ella, fueron los dos grandes partidos políticos: es decir, la negociación entre peronistas y radicales, que tuvo como protagonistas centrales a Duhalde y a Raúl Alfonsín —quien ejercía el liderazgo de hecho de la UCR a pesar de que no ocupaba la presidencia del partido—. Tal negociación fue también una pieza necesaria de los acuerdos informales que permitieron armar el rompecabezas para llegar sin demasiados tropiezos a la elección de abril de 2003.

El eje de la estrategia de Néstor Kirchner, a partir de mayo de 2003, fue reconstruir la autoridad presidencial. Para ello, no sólo requería asegurar la continuidad de las políticas económicas implementadas por Lavagna, para lo cual lo mantuvo en el ministerio de economía durante los primeros dos, y cruciales, años de su presidencia. También necesitaba quebrar las tres patas que habían permitido que la Argentina saliera de la honda crisis política abierta en 2000. Y realmente tuvo una eficacia letal. En primer lugar, despachó a sus adversarios más formidables, los gobernadores, sometiéndolos sistemáticamente a la humillación de tener que rogar al presidente el otorgamiento de recursos. Los gobernadores, y a veces los intendentes de las principales ciudades del país, fueron sometidos a la lógica implacable de un poder ejecutivo nacional que fue centralizando, progresiva e irremisiblemente, el manejo de los recursos fiscales y parafiscales, a la par que tanto en las provincias «ricas» como en las «pobres» el aumento del gasto público fue constante y significativo. Tanto durante su período presidencial, como en el primero de Cristina Fernández de Kirchner, el sometimiento de gobernadores oficialistas y opositores fue facilitado por la tendencia a que los recursos coparticipados con las provincias en cumplimiento de leyes y reglas formales permaneciera estancado. Como, a su vez, fueron en aumento los recursos de manejo discrecional del poder ejecutivo nacional, como las retenciones y los vinculados a movimientos de partidas dentro del presupuesto nacional, la Argentina kirchnerista retrocedió varios pasos en los avances que había experimentado el país en las primeras dos décadas democráticas, en la dirección de un sistema más federalizado y descentralizado.7

Un capítulo especial en la reducción del poder de los gobernadores tuvo que ver con el manejo kirchnerista de la relación entre el (o la) presidente y el gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires. En ese sentido, los Kirchner transitaron con suma habilidad un estrecho desfiladero. Por un lado, para todo candidato presidencial peronista, ocupando o no el poder, resulta esencial lograr un buen resultado en la provincia de Buenos Aires.8 Dado que desde 1987, o sea prácticamente durante todo el presente período democrático, la gobernación ha sido ocupada por dirigentes del PJ, el corolario de lo anterior es que los candidatos presidenciales, especialmente si están ocupando la presidencia tal como ocurrió en 2007 y 2011, necesitan que la gestión del gobernador peronista de la provincia sea evaluada positivamente, o al menos que no tenga una evaluación extremadamente negativa. Por otro lado, resulta innegable que desde que Daniel Scioli ocupa la gobernación en La Plata, el juego político conllevaba la posibilidad de una reiteración de la confrontación potencial entre un presidente peronista con aspiraciones de continuar en el poder (Néstor o Cristina según el caso) y un gobernador bonaerense con aspiraciones manifiestas o potenciales de convertirse en candidato presidencial. La historia peronista tiene varios ejemplos de este tipo de enfrentamientos: Perón-Mercante y Menem-Duhalde constituyen los ejemplos más obvios.9 Lo que resulta evidente en nuestro caso es que Néstor, mientras vivió, y Cristina por ahora, han logrado que Scioli no tenga éxito en una potencial proyección hacia una candidatura presidencial evitando, al mismo tiempo, sabotearlo en su gestión provincial. Obviamente tanto Scioli como los Kirchner se afanan en no perder votos peronistas en su tradicional bastión.

En segundo lugar, el problema de reducir al congreso nacional a una posición secundaria dentro del esquema de poder, recortándole incluso algunas de sus atribuciones expresas, resultó ser un problema que los Kirchner resolvieron con relativa sencillez. Incluso durante el período 2009-2011, en el cual Cristina Kirchner no contó con mayoría automática en la Cámara de Diputados, la impericia de los distintos bloques opositores para estructurar una estrategia que les permitiera mantener los perfiles ideológicos que se autoatribuían y, al mismo tiempo, actuar de manera a bloquear las iniciativas presidenciales más arbitrarias, jugó en favor de la ocupante del poder ejecutivo. Ésta logró en prácticamente todos los casos imponer sus designios, y de paso, desacreditar a las oposiciones; quizás el ejemplo más evidente fuera el de las disputas que se sucedieron a fines del 2010 en torno a la aprobación del presupuesto 2011. El resultado de dichas disputas, como es sabido, fue que el poder ejecutivo nacional, a pesar de no contar con un presupuesto aprobado por el parlamento, siguió manejando las cuentas públicas sin obstáculos ni controles.

En último lugar, los Kirchner jugaron sus cartas en la escena partidaria como verdaderos maestros de la política. En el caso de las oposiciones, éstas han hecho lo suyo para facilitar el aplastante triunfo de Cristina Kirchner en las internas y las elecciones presidenciales de 2011. A comienzos de su segundo período presidencial, ella tiene enfrente contendientes partidarios de peso y con presencia nacional. El radicalismo parece haber retrocedido a sus peores momentos de hace una década, aunque cuenta con activos importantes en las figuras provinciales que han obtenido triunfos en contiendas municipales en grandes ciudades como Córdoba, Santa Fe y Resistencia; el socialismo y sus aliados no pasan de ser una fuerza provincial santafesina con proyección en la capital federal a partir de trayectorias como las de Binner y Lifschitz que ligan honestidad y política. A su vez, el PRO, si bien cuenta con la atractiva figura de Mauricio Macri, es un partido que carece de proyección nacional -incluyendo la cuestión fundamental de la ausencia de cuadros políticos de segundo y tercer nivel que le permitan aspirar a una efectiva presencia territorial. De todos modos, Macri es el único político opositor que ha salido incólume del agitado año electoral 2011 y puede constituirse en alternativa a un cuarto gobierno peronista, si el kirchnerismo-cristinismo se llegara a debilitar en los próximos cuatro años.

Donde la cuestión se presenta más complicada al kirchnerismo es en el propio espacio peronista. La existencia de participantes obvios en la carrera presidencial de 2015 como Scioli, Capitanich y quizás Urtubey, está vinculada con la debilidad de cualquier candidatura kirchnerista que no sea Cristina. La muerte de Néstor obviamente eliminó la posibilidad de que la pareja presidencial protagonizara una suerte de sucesión indefinida y cualquier intento de reforma constitucional —en la dirección de permitir una segunda reelección presidencial o de instaurar un sistema mixto semi-parlamentarista— se enfrentaría con la resistencia de los gobernadores peronistas que presumiblemente aspirarán a la presidencia en 2015.

Epílogo

Es indudable que los Kirchner han logrado materializar un fenómeno que contradice la predicción contenida en el título del brillante ensayo que escribiera Tulio Halperín Donghi en la década del 90. La larga agonía de la Argentina peronista ha dejado un legado importantísimo: el peronismo. Cristina y Néstor, combinando rasgos del primer Perón, del tumultuoso peronismo de la década del 70 y, aunque no lo reconozcan, también de la década menemista, han asegurado que el PJ sea el único partido nacional en la Argentina del Siglo XXI. Más allá del favorable contexto internacional de la primera década del siglo, sin el cual hubiera sido imposible generar los recursos fiscales con los que el gobierno nacional contó estos años, es cierto que los dos integrantes de la pareja han resultado decisivos para avanzar en la construcción de una herramienta de la cual Argentina carecía desde hacía muchas décadas: un gobierno fuerte. Que la propia Cristina, o personajes más desprolijos como Moreno, generen temor en grandes empresarios tiene su lado bueno, además del efecto negativo de desalentar inversiones. Hace tiempo Peter Evans señalaba que un «Estado imbricado» con los capitalistas tiene como uno de sus ingredientes la capacidad de inducir temor al castigo en aquellos agentes económicos que se rehúsan a establecer negociaciones relativamente equilibradas con el sector público.10 En el caso argentino, se podría extender ese argumento a otros actores esenciales para la construcción de un capitalismo dinámico y, a la vez, más equitativo, es decir, los dirigentes sindicales.

Sin embargo, si los Kirchner han tenido los éxitos de los últimos años porque, como señalo en la introducción, fueron y son esencialmente peronistas, esa misma circunstancia está asociada a debilidades y carencias que los han afectado y afectan en la actualidad. La primera es que el gobierno fuerte tiene una base precaria: un Estado débil. El kirchnerismo no ha avanzado en lo más mínimo en la reconstrucción del Estado argentino, que se planteó como una posibilidad a partir de la bonanza que despuntó en 2002-2003.11 Si bien explorando el mapa actual del Estado argentino, se pueden encontrar algunos enclaves en los cuales se ha avanzado en la recuperación de las capacidades de gestión y planeamiento -se pueden mencionar el INTA, algunos programas del ministerio de agricultura y de la jefatura de gabinete, la CONEA—, la realidad predominante es la contraria. En muchos casos, como en Ferrocarriles o en los organismos de control, no se ha construido a pesar que existían las condiciones y los recursos; en otros se ha destruido, como en el INDEC y en el Banco Central.

Y el kirchnerismo, como el Perón de la década 1945-1955, aborrece el conflicto y, como consecuencia, a menudo cree que la única solución a las disputas es la «conducción» autoritaria, sea con el garrote o con la zanahoria. Como muestra de esa tendencia, ciertamente muy peronista, está la incapacidad para evitar que se reproduzcan los episodios de rebeliones sociales, chantajes sindicales y derrumbes de los gobiernos provinciales precisamente en el feudo kirchnerista: la provincia de Santa Cruz. Es en esa provincia, como en innumerables ámbitos de la Argentina, donde se advierte la falta de … política. Entre otras razones, falta política porque faltan partidos. En la Argentina falta partido, en el sentido más clásico de esa institución; falta partido como instrumento de procesamiento de intereses y valores contrapuestos. Y a esa ausencia contribuyen las oposiciones, pero sobre todo el peronismo, esto es la fuerza que gobierna la nación y la casi totalidad de las provincias.

Notas

1. Trabajo recibido: 10-11-2011. Aceptado: 24-11-2011.
2. Dr. en Ciencia Política por la Universidad de California (Berkeley) e Investigador Principal del CONICET.
3. WANDERLEY Guilherme dos Santos. (2006),. Horizonte do desejo: instabilidade, fracasso coletivo e inércia social. Rio de Janeiro, Editora FGV.
4. Collor de Mello, de todas maneras, antes de fundar el minúsculo partido desde el cual optó a la presidencia, el PRN, había sido miembro de los dos principales partidos de Brasil del período militar, el oficialista ARENA (luego PDS) y el opositor PMDB.
5. Otro de los rasgos del nuevo siglo fue que varios países latinoamericanas adoptaron una retórica de fuerte tono anti-norteamericano que se intensificó a partir de las políticas belicistas de George W. Bush.
6. Ya desde fines de la década del 90 varios gobiernos provinciales emitieron bonos y certificados que representaban diferentes modalidades de cuasimonedas, en clara violación de la constitución nacional. En cuanto a los debates en torno a la salida del gobierno de De la Rúa y la evaluación informal de candidaturas potenciales de varios primeros mandatarios provinciales, un episodio sugerente se produjo cuando el gobernador de San Luis, Rodríguez Saa, convocó a sus colegas peronistas a la inauguración del aeropuerto de Merlo, una ciudad de su provincia. La fecha de este evento: … 20 de Diciembre de 2001.
7. Debe reconocerse, sin embargo, que los avances en la federalización de hecho fueron posibles sobre por todo por la precariedad de la situación económica y los varios fracasos de los intentos de estabilizar políticas económicas sostenibles.
8. Esto es obvio, dado que Buenos Aires cuenta con el 39 por ciento de los electores de la Argentina si se toma como base la participación en las elecciones presidenciales del pasado mes de Octubre. La afirmación previa no significa negar que este contingente electoral también debe ser penetrado con cifras elevadas por cualquier aspirante a la presidencia, sea este peronista o no.
9. Quizás una excepción a este fenómeno sea la de Felipe Solá, quien no llegó en ningún momento a ser un aspirante verosímil a una candidatura presidencial peronista.
10. Peter Evans sostiene que en la economía capitalista de la actualidad el único estado que puede generar desarrollo sostenible es aquel que ni es colonizado por los capitalistas, ni es demasiado hostil a ellos. Es decir, un estado «imbricado» con el capital. «El estado como problema y como solución» en Desarrollo Económico; 35:140 (Enero-Marzo 1996).
11. La destrucción del Estado en la Argentina tiene una fecha de arranque relativamente precisa: los meses que fueron de la muerte de Perón en Julio de 1974 hasta mediados del año siguiente. El comienzo del gobierno de Isabel Perón casi coincidió con el inicio de su derrumbe, cuyo hito más obvio fue el Rodrigazo: el fallido intento de reajuste intentado por la dupla López Rega-Rodrigo marcó la entrada en un régimen de alta inflación —del que no se salió ni durante la dictadura militar ni durante la primera presidencia democrática— y el distanciamiento del sindicalismo peronista de la frágil coalición gubernamental. Durante el cuarto de siglo siguiente, es decir el período 1976-2001, tres oleadas sucesivas de procesos políticos y económicos, tanto domésticos como internacionales, profundizaron el fenómeno de destrucción estatal: 1) las políticas económicas y represivas de la dictadura militar; 2) los efectos de la crisis de la deuda iniciada en 1982 y 3) el deliberado desmantelamiento implementado en la década del noventa de las ya destartaladas herramientas regulatorias y redistributivas del Estado.

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