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Olivar

versión On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.14 no.20 La Plata dic. 2013

 

ARTICULOS

La herencia de una guerra perdida. La memoria multidireccional en Los rojos de ultramar de jordi Soler

 

Elina Liikanen

Universidad de Helsinki


Resumen

Los rojos de Ultramar (2004) del mexicano Jordi Soler es una novela que sondea la memoria de la guerra civil española y la dictadura franquista, indagando en sus consecuencias a nivel individual y colectivo a partir de la experiencia de los exiliados. El narrador de la novela, trasunto del propio autor, es nieto de un republicano exiliado que se propone investigar a fondo la accidentada biografía de su abuelo. La obra comparte muchos rasgos formales y temáticos con varias novelas de la memoria recientes de autores españoles, tales como Soldados de Salamina de Javier Cercas y Mala gente que camina de Benjamín Prado, en las que la investigación histórica de un narrador-personaje funciona como motor narrativo. Sin embargo, la obra aporta al debate español en torno a la memoria histórica una novedosa visión desde fuera de las fronteras nacionales. Por medio de la voz del narrador, portador de dos culturas (la mexicana y la catalana) y dos lenguas (el castellano y el catalán), la novela de Soler proporciona una perspectiva transnacional y multicultural, que se aproxima a lo que Michael Rothberg ha denominado memoria multidireccional. El objetivo de este artículo es, por un lado, identificar y discutir las características narrativas que Los rojos de ultramar comparte con las novelas-investigación de autores españoles y, por otro lado, profundizar en la aportación particular de esta obra, que reivindica la hibridez cultural y utiliza la memoria de una comunidad cultural específica (la de los republicanos exiliados) de modo ejemplar para crear solidaridad entre diferentes grupos culturales.

Palabras clave: Novela de la memoria; Memoria multidireccional; Autoficción; Guerra Civil española; Exilio.

Abstract

Los rojos de Ultramar (2004), by the Mexican author Jordi Soler, is a novel that looks into the memory of the Spanish Civil War and Franco’s dictatorship, and explores both individual and collective consequences of these events through the experience of exiles. The narrator of the novel, a fictional version of the author, is the grandson of a Spanish republican exile who decides to reconstruct his grandfather’s biography. The book shares many formal and thematic features with several recent Spanish memory novels, such as Soldados de Salamina by Javier Cercas and Mala gente que camina by Benjamin Prado, in which the historical research of a narrator-character functions as the motor of the narrative. However, Los rojos de ultramar contributes a novel point of view to the ongoing debate over the interpertation of the Spanish recent past from outside the national borders. Through the voice of the narrator, who grew up at the intersection of two cultures (the Mexican and the Catalan) and two languages (Castilian and Catalan), Soler’s novel provides a transnational and multicultural perspective that bears resemblance to the model of multidirectional memory proposed by Michael Rothberg. The aim of this paper is, on the one hand, to identify the narrative features that Los rojos de ultramar shares with the memory novels by Spanish authors and, on the other hand, to discuss the particular contribution of this work that promotes cultural hybridity and uses the memory of a specific group (Spanish Republican exiles) in an exemplary way in order to create solidarity between different cultural groups.

Keywords: Novel of memory; Multidirectional memory; Autofiction; Spanish Civil War; Exile.


 

Los rojos de Ultramar (2004) del mexicano Jordi Soler es una novela que sondea la memoria de la guerra civil española y la dictadura franquista, indagando en sus consecuencias a nivel individual y colectivo, a partir de la experiencia de los exiliados. El narrador de la obra, trasunto del propio autor, es nieto de un republicano catalán exiliado cuya accidentada biografía está poblada de episodios desconocidos. Paso a paso, el narrador va reconstruyendo su periplo, desde el año y medio pasado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer (en el sur de Francia) hasta la partida hacia México gracias a la ayuda del embajador mexicano Luis Rodríguez. Allí fundó una plantación de café en la selva veracruzana junto con otros cuatro catalanes exiliados, los "rojos de ultramar" a los que alude el título. No obstante, la novela revela que aunque todos ellos rehicieron su vida en México, nunca dejaron de soñar con volver a España, llegando a implicarse en los años sesenta en un complot cuyo objetivo era matar a Franco, considerado requisito imprescindible para poder regresar a su tierra natal. De este modo, a través de la historia particular de su abuelo, el narrador no solo profundiza en la historia del exilio republicano, sino también en la huella emocional del destierro, que persiste hasta su propia generación.
Los rojos de Ultramar comparte muchos rasgos formales y temáticos con varias novelas de la memoria1 recientes de autores españoles, tales como Soldados de Salamina de Javier Cercas y Mala gente que camina de Benjamín Prado, en las que la investigación histórica de un narradorpersonaje funciona como motor narrativo. Por tanto, Los rojos de ultramar no puede considerarse especialmente original desde el punto de vista narratológico o temático en el contexto español2. Sin embargo, la obra aporta al debate español en torno a la memoria histórica una novedosa visión desde fuera de las fronteras nacionales. Por medio de la voz del narrador, portador de dos culturas (la mexicana y la catalana) y dos lenguas (el castellano y el catalán), la novela de Soler proporciona una perspectiva transnacional y multicultural, que se aproxima a lo que Michael Rothberg (2009) ha denominado memoria multidireccional. En este artículo, mi objetivo es, por un lado, identificar y discutir las características narrativas que Los rojos de ultramar comparte con las novelas-investigación de autores españoles y, por otro lado, profundizar en la aportación particular de esta obra, que reivindica la hibridez cultural y utiliza la memoria de una comunidad cultural específica -la de los republicanos exiliados- de modo ejemplar para crear solidaridad entre diferentes grupos culturales3.

Una investigación biográfica en clave autoficticia

Como señala José Martínez Rubio (2012c: 71, 73-74), la estructura narrativa de la novela de investigación se ha popularizado en la novela de la memoria española en los años 2000, en buena medida gracias al enorme éxito crítico y de ventas de Soldados de Salamina de Javier Cercas4. En este tipo de novelas hay siempre un narrador-personaje que investiga hechos del pasado en el presente y relata detalladamente los pasos de este proceso: la tarea de reunir documentación y/o testimonios, la labor de cotejar, seleccionar, ordenar e interpretar datos y, finalmente, de producir una narrativa que dé sentido al pasado5. Por tanto, se detecta en esta modalidad narrativa "una retórica de la anti-ficcionalidad" (Gómez López-Quiñones, 2006: 16) y una voluntad de autenticidad, pero también una consciencia de la imposibilidad de alcanzar una objetividad absoluta, dado que las obras ponen de manifiesto la subjetividad de la perspectiva del narrador-investigador. En el curso de la novela, el narrador no sólo revela sus fuentes de información y sus métodos de trabajo, sino también su situación personal y su carácter, sus motivaciones y sus intereses, sus capacidades y sus limitaciones.
En muchos casos, las novelas-investigación contienen un juego autoficticio. Este se produce cuando, en principio, el autor, el narrador y el personaje de la novela se identifican como una misma persona, aunque las características de los dos últimos no coincidan plenamente con las del referente externo. De este modo, la referencialidad se afirma y se desmiente a la vez, lo que da lugar a un pacto ambiguo entre la autobiografía y la ficción. La modalidad narrativa de la novela-investigación también toma prestados algunos elementos propios de la novela de aprendizaje (bildungsroman) y de la novela negra. Casi siempre, la pesquisa histórica del narrador se convierte en una búsqueda identitaria, en un viaje a las propias raíces. En el curso de la investigación, el narrador llega a identificarse con un personaje del pasado, testigo o protagonista de los hechos bajo escrutinio. Esta conexión intergeneracional hace que los acontecimientos pretéritos vayan recobrando vida y sentido para el narrador, que al final acaba reconociéndolos como parte de su propia
memoria. El hecho de restablecer una conexión entre el pasado y el presente permite al narrador afirmar sus señas de identidad, así como su pertenencia a una comunidad específica. Como señala José Martínez Rubio (2012b, 2012c), las novelas de investigación emplean y, a la vez, modifican muchos recursos típicos del género negro. Sin embargo, el autor señala tres diferencias clave entre los dos géneros. En primer lugar, en la novela negra la trama se organiza en torno a un crimen, y el objetivo de la investigación es identificar al culpable y resolver el caso. En las novelas de la memoria, en cambio, es el propio proceso de investigación el que cobra protagonismo. En el género negro, el crimen funciona como motor de la acción, mientras que en las novelas de la memoria es el olvido o la ignorancia de un suceso histórico lo que da comienzo al proceso de investigación. En segundo lugar, las novelas-investigación tienden a problematizar las categorías típicas -el criminal, la víctima, el investigador, el cliente- de la novela negra. Generalmente, las novelas de la memoria no procuran simplemente identificar a las "víctimas" o a los "culpables" del pasado, sino que el objetivo de la pesquisa es más bien profundizar en la vida y en las motivaciones de un personaje concreto y, con ello, comprender toda una coyuntura histórica. En tercer lugar, en la novela negra el objetivo del detective es atar los cabos de la historia y resolver el caso de modo más o menos objetivo, mientras que el narrador de las novelas de la memoria construye una interpretación abiertamente subjetiva de lo ocurrido. De este modo, la voluntad de neutralidad característica del género negro se sustituye por un compromiso ideológico. Como dice Martínez Rubio,

[l]a lucha del investigador clásico por descubrir las discordancias de la coartada del criminal se convierte, en la nueva investigación, en una lucha por extraer una historia y un sentido sumergido en la más aparente y absoluta normalidad histórica. La investigación vendrá a poner fin al silencio de esa normalidad, a descubrir unos estigmas históricos invisibilizados pero latentes aún en el tejido social y cultural de un país. En última instancia, este tipo de narración sería una acusación directa a un Estado que ha dejado en completa oscuridad sus historias y sus protagonistas. (2012c: 78)

Al igual que muchas otras novelas de la memoria que siguen la estructura de investigación, Los rojos de ultramar emplea una serie de estrategias que producen cierta indefinición con respecto a la referencialidad del texto. La mezcla de datos autobiográficos e históricos con otros ficticios da lugar a un pacto ambiguo que conocemos como autoficción. El narrador-protagonista de Los rojos de ultramar no revela su nombre ni su apellido, pero se presenta como el nieto del personaje de Arcadi, cuyo apellido tampoco consta en la obra. A pesar de esta indeterminación, los paratextos favorecen claramente una lectura autobiográfica6. Por un lado, la breve biografía del autor en la solapa del libro reza que "Jordi Soler nació en La Portuguesa, una comunidad de republicanos catalanes situada en la selva de Veracruz, en México", lo que coincide con los datos que el narrador-protagonista proporciona de su infancia. Asimismo, la contraportada de la obra informa al lector que la fotografía de la cubierta es, en efecto, la "[f]otografía militar del abuelo del autor", hecho que también contribuye a reforzar la idea de que el personaje de Arcadi es realmente el abuelo del autor, o por lo menos un trasunto de él, ya que la contracubierta advierte que en la prosa "arrolladora" del autor "la frontera entre la realidad y la ficción desaparece". Con todo, el propio texto del libro contiene algunos indicios de ficcionalización. Por ejemplo, la profesión del narrador-protagonista -profesor de antropología en la UNAM- no coincide con la del autor. Sin duda, el relato en sí contiene muchos datos verificables y personajes históricos, sobre todo los pasajes que narran las condiciones de los refugiados en el campo de concentración y los esfuerzos del embajador mexicano Luis Rodríguez para llevar a cabo el ambicioso proyecto del general Lázaro Cárdenas, cuyo objetivo era dar asilo en México a todos los republicanos españoles que lo quisieran. De hecho, el autor (Soler, 19/12/2005 [2003]) ha publicado en El País un reportaje sobre los esfuerzos de Luis Rodríguez para auxiliar a los republicanos españoles en general y al presidente Manuel Azaña en particular, cuyo contenido es casi idéntico a algunos pasajes de la novela, publicada al año siguiente. Asimismo, Soler ha confirmado en varias entrevistas y artículos que también aquellas secciones de la novela que se centran en la biografía de Arcadi y la historia familiar del narrador están basadas en la realidad, aunque han sido literaturizadas: "La memoria de mi abuelo es la mía [y] este libro es la reconstrucción de su memoria", aclara el autor en una entrevista, y sigue: "Él me dio las claves, pero a medida en que avanzaba, mis abuelos se convirtieron en personajes literarios" (Mora, 23/10/2009)7. De todas maneras, el autor confirma que la trayectoria de Arcadi coincide, a grandes rasgos (y también en muchos detalles), con la de su abuelo, cuyo nombre en la vida real sin embargo fue Francesc (Obiols, 24/11/2004). Ni siquiera el complot para asesinar a Franco, por muy quimérico que pueda parecer, es una invención del novelista, sino que tuvo lugar realmente.
Aparte de reconstruir la historia de Arcadi, el narrador de Los rojos de ultramar también relata los pasos de su propio proceso de investigación. En el primer capítulo del libro, el narrador expone la génesis del relato, que tuvo lugar en 1995 cuando su abuelo le entregó unas memorias que había escrito al llegar a México como exiliado en 1940. El narrador tuvo la idea de hacer algo con la historia de Arcadi y, dos semanas más tarde, grabó unas conversaciones con su abuelo para cubrir las lagunas que percibía en el texto. Sin embargo, el narrador abandonó el proyecto hasta que, en una visita a España, se dio cuenta de que los jóvenes universitarios del país ignoraban la historia de la guerra civil y el exilio. Sintiéndose "un poco ofendido de que el exilio republicano hubiera sido extirpado de la historia oficial de España" (16), decidió retomar el proyecto. De este modo, la ignorancia y el olvido del pasado funcionan en Los rojos de ultramar como el catalizador del proceso de indagación del narrador-personaje.
En el curso de la novela, el narrador inserta pasajes de las memorias de su abuelo en el texto y los distingue de su propia voz con el uso de la cursiva. La inclusión de documentos es un recurso habitual en las novelas de la memoria y forma parte de la retórica de la anti-ficcionalidad, cuyo objetivo principal es crear un efecto de autenticidad. Este efecto se reforzará en el caso de que el lector sea consciente de que las memorias no son un invento del autor, sino que existen realmente, como Jordi Soler ha confirmado en varias entrevistas8. Si el lector, por el contrario, ignora este hecho y si, además, se ha percatado de las "pistas falsas" del texto, que forman parte del juego autoficticio, también puede interpretar las citas como mero recurso de ficción, cuyo objetivo es solo reforzar la verosimilitud del texto9.
Aparte de la memorias, el narrador-protagonista también cita numerosas otras fuentes de información, de las cuales unas son fácilmente verficables, pero otras no. Menciona, por ejemplo, las grabaciones que hizo con su abuelo, una entrevista con un amigo de Arcadi, una carta personal, fotografías, folletos turísticos y un libro de historia sobre Argelès-sur-Mer, un documental inédito sobre el complot y el archivo, situado en París, que contiene la documentación del embajador Rodríguez. Aunque el narrador identifica cuidadosamente sus fuentes, llama la atención que apenas reflexiona acerca del valor de verdad de las mismas, al contrario de lo que hace, por ejemplo, el narrador-protagonista de Soldados de Salamina. En principio, el nieto no cuestiona la veracidad de lo que Arcadi le cuenta o de lo que escribe en sus memorias. Sin embargo, como señala Mónica Quijano Velasco (2011: 46), la fragilidad del discurso testimonial se hace evidente por medio de la propia estructura de la novela, que se organiza en torno al enigma de un suceso que Arcadi decidió omitir por completo, el fallido atentado contra Franco. Arcadi nunca reveló a su familia que había formado parte del complot, por lo que el narrador desconoce por completo esta parte de la biografía de su abuelo hasta que lo descubre por casualidad en el curso de sus indagaciones (Quijano Velasco, 2011: 46). Lo que disminuye la validez del testimonio de Arcadi no son los pequeños "errores e imprecisiones" (Soler, 2004: 13) que el narrador detecta enseguida, sino la ocultación de un acontecimiento significativo, imprescindible para la comprensión de la trayectoria vital del personaje. Aunque Los rojos de ultramar utiliza los recursos de la retórica de la anti-ficcionalidad para legitimar el relato y enfatizar su referencialidad, la obra también emplea una técnica que, según Dorrit Cohn (1990, 1999), constituye una de las características distintivas de la ficción: la focalización interna. A menudo, el narrador-personaje relata los pensamientos y los sentimientos de otros personajes, especialmente de Arcadi y del embajador Rodríguez, aunque evidentemente no los puede conocer con seguridad, sino solo adivinar o intuir por medio de la empatía. Sin embargo, es significativo que entre el nieto y el abuelo no haya una compenetración perfecta; por el contrario, el narrador-protagonista constata que su abuelo fue "un hombre bastante hermético" (Soler, 2004: 20) y contradictorio al que nunca llegó a entender bien10. Precisamente de esta dificultad surge la necesidad del narrador-protagonista de reconstruir la historia de Arcadi: a mi ver, el principal motor de la novela, junto con el deseo de combatir la supuesta ignorancia sobre el pasado reciente de España, es el deseo del nieto de entender a su abuelo para así entenderse a sí mismo. Profundizaré en esta cuestión en el apartado siguiente.
Por consiguiente, el narrador-investigador no sólo expone en el relato sus fuentes, sino también las reacciones que éstas suscitan en él y sus esfuerzos por interpretarlas. Gracias a la combinación de estos dos procedimientos, se percibe en la novela una clara voluntad de hablar de la realidad y, al tiempo, también una necesidad de mostrar que esta realidad se construye desde un punto de vista concreto, necesariamente subjetivo y parcial. En el curso de la novela, el narrador busca datos, visita los lugares en los que estuvo Arcadi, imagina las vivencias, los sentimientos y los pensamientos de su abuelo, y gracias a sus esfuerzos, consigue reconstruir la trayectoria de su antepasado con mucho detalle. Sin embargo, hay una pregunta fundamental que queda sin respuesta:

[...] no sé qué tanto jugó su voluntad en aquel proyecto [de atentado contra Franco], ni qué tanto se dejó arrastrar por la voluntad de los otros, la misma duda que planea sobre aquel 11 de enero de 1937, el día que empezó su guerra [...]. Nunca he sabido qué tanto influyó la voluntad de su padre en la suya, qué tanto creía Arcadi en la república: qué clase de rojo era. (Soler, 2004: 204)

A pesar de la minuciosidad de su investigación, el narrador nunca llega a saber hasta qué punto Arcadi actuó por voluntad propia y en qué medida sus decisiones fueron influidas por otros en los dos momentos clave de su vida. De esta forma, la novela pone de manifiesto que el pasado, al igual que el mundo interior de otra persona, es inaccesible e imposible de reconstruir o "recuperar" en su totalidad. Lo que nos queda del pasado son vestigios fragmentarios, que nunca revelan una verdad objetiva; la única verdad posible es una verdad subjetiva, que se construye a partir de las huellas materiales y los recuerdos por medio de un proceso de indagación, interpretación y reflexión. Así, toda historia reconstruida es irremediablemente inestable, elíptica e incompleta. Como argumenta Mónica Quijano Velasco (2011: 41), en Los rojos de ultramar "no se propone una relación directa (e ingenua) entre realidad y ficción", pero sin embargo las estrategias narrativas de la obra incitan "al lector a establecer un vínculo referencial con el mundo (y con ciertos acontecimientos históricos)". Esto coincide seguramente con el propósito del autor, que denuncia la ignorancia de los jóvenes españoles con respecto a la historia reciente de su país tanto en Los rojos de ultramar como en su producción periodística. En un artículo titulado "La Ignorancia" (Soler, 01/02/2008), Soler compara los conocimientos históricos de los alumnos de los institutos españoles con los de los alumnos franceses, muy superiores, e insiste en la necesidad de mejorar la enseñanza de la historia reciente en los colegios e institutos españoles. Como señala el autor, el conocimiento del pasado es requisito imprescindible para la comprensión del presente:

[...] quien ignora la Guerra Civil, no entiende del todo las claves de la España contemporánea, le falta instrumental para comprender los debates en el Parlamento, o las arengas de los obispos o, por tocar una preocupación ciudadana rabiosamente actual, fenómenos como el de la inmigración. (Soler, 01/02/2008)

De esta forma, tanto el narrador como el autor de Los rojos de ultramar asumen un compromiso ético e ideológico, que se diferencia de la voluntad de neutralidad que caracteriza a los protagonistas de la novela negra tradicional (Martínez Rubio, 2012c: 77).

La construcción de una identidad híbrida

Aparte de divulgar el conocimiento del exilio republicano, Los rojos de ultramar también tiene otro objetivo, mencionado antes: investigando la trayectoria y la experiencia de Arcadi, el narrador procura, a fin de cuentas, situarse en las coordenadas espacio-temporales de la historia de su familia para así comprenderse a sí mismo. Como dice el narrador en la primera página de la novela, la decisión de Arcadi de alistarse como voluntario en la guerra civil en 1937 "detona una mina que irá estallándose durante varias generaciones" (Soler, 2004: 9); "por obra de esta mina" (Soler, 2004: 14), él mismo llega a nacer y crecer en medio de la selva mexicana en lugar de la Barcelona natal de su abuelo y su madre. En sus memorias, Arcadi cuenta también historias de otros exiliados, pero el narrador-protagonista toma una decisión consciente de "salvar" únicamente la historia que considera suya, la que le define:

Durante varios días, después de releer las memorias de Arcadi, estuve dándole vueltas a la idea de hacer algo con estas historias: el material que está ahí escrito es una tentación [...] pero, concluí días después, no son nuestras, [...] y en una maniobra parecida a la del embajador Rodríguez, que salvó lo que pudo, a un refugiado de cada diez, o de cada mil, decidí [...] que salvaría exclusivamente la historia que me define, la que desde que tengo memoria me perturba [...] los demás son la historia de otro. (Soler, 2004: 171)11

Arcadi llega a México en 1940, a los 19 años, arrastrando una guerra perdida y una larga estancia en un campo de concentración, pero se muestra dispuesto a rehacer su vida. El joven catalán tiene varios oficios hasta que, en 1946, funda una plantación de café llamada La Portuguesa en la región veracruzana junto con otros cuatro exiliados catalanes. Cinco años más tarde, cuando la plantación se ha convertido en un negocio próspero, los cinco amigos construyen cada uno su propia casa al lado del cafetal y se instalan allí con sus respectivas familias formando así "una extraña comunidad de blancos que hablaban catalán en medio de una selva que había sido territorio indígena desde hacía milenios" (Soler, 2004: 194). En el curso de los años, el negocio crece, los catalanes tienen hijos y nietos mexicanos, y van estableciendo vínculos afectivos con el lugar y sus habitantes. Pero, a pesar de todo, nunca arraigan del todo en su nuevo país, sino que viven el exilio como una experiencia provisional, soñando siempre con la posibilidad de volver a España. A principios de los años cincuenta, cuando la dictadura de Franco es gradualmente aceptada por las potencias occidentales como un gobierno normal y España es admitida en varios organismos internacionales, "la gente de La Portuguesa seguía pensando que el dictador estaba por caer" (Soler, 2004: 194), afirma el narrador. El acontecimiento que finalmente saca a los habitantes de La Portuguesa de sus ensoñaciones es la noticia de la inclusión de España en la ONU que alcanza a los exiliados el 15 de diciembre de 1955. Ese mismo día, cuenta el narrador, surge entre los catalanes desterrados la idea de que para volver a su país natal es necesario matar a Franco. En lugar de celebrar la vida que se han labrado en México, indica el narrador, los catalanes siguen sintiéndose expulsados de su país, y el plan de asesinato es su forma de recuperar la sensación de tener "en sus manos el timón de su vida" (Soler, 2004: 197):

Esa misma noche, los socios y sus mujeres se reunieron en la terraza de Arcadi. En un acto de digestión colectiva, [...] trataron de darle [a la noticia] un encuadre positivo que, a fin de cuentas, no hacía sino reafirmar la situación de esas cinco familias que, en lo que esperaban a que Franco se fuera, habían invertido ahí muchos años y habían tenido hijos y levantado un negocio y construido casas y relaciones y afectos y eso parecía, a todas luces, el cimiento del porvenir. Pero ese encuadre se resquebrajó horas después, cuando ya las mujeres se habían ido a la cama y los republicanos [...] empezaban a concluir que el porvenir estaba efectivamente cimentado pero no por su gusto ni porque así lo hubieran elegido ni deseado, sino porque el dictador que gobernaba su país no les había dejado otra opción. (Soler, 2004: 195-196)

Al principio, Arcadi y sus amigos tantean la posibilidad de planear y realizar el atentado en colaboración con la comunidad de españoles exiliados instalada en la capital, pero abandonan pronto este plan. Sin embargo, el proyecto resurge en los años 60 cuando los catalanes entran en contacto con la Izquierda Latinoamericana, movimiento que lleva años planificando el asesinato de Franco, y deciden sumarse al proyecto. Como sabemos, el atentado fracasa pero además, durante los preparativos, Arcadi pierde un brazo y uno de sus amigos, la vida. Arcadi y sus socios nunca revelan la verdadera causa de la muerte y de la pérdida del brazo ni siquiera a sus mujeres, pero de todas formas este episodio trágico supone, según el narrador, el comienzo de la decadencia de La Portuguesa y el inicio del proceso autodestructivo de Arcadi. Dos años después de la muerte de Franco, en 1977, Arcadi regresa finalmente a Barcelona, pero para su gran disgusto solo descubre allí "la dimensión total e irremediable de su desarraigo cultural con respecto a su Cataluña natal" (Sánchez, 2007: 168). Arcadi apenas reconoce a su hermana, descubre que su hogar de juventud ha sido demolido y sustituido por un edificio moderno y, además, se da cuenta de que "la lengua, el catalán que había preservado, junto con sus amigos, durante tanto tiempo en La Portuguesa, y que había transmitido a dos generaciones, era una lengua contaminada, híbrida, con un notorio acento de ultramar" (Soler, 2004: 228). En lugar de quedarse en Barcelona los tres meses que había planeado, Arcadi vuelve a México al cabo de quince días. La imposibilidad de volver a su tierra natal supone para él una segunda derrota y marca un punto de inflexión en su biografía. Después de su vuelta a México, Arcadi abandona sus convicciones anteriores -el antiguo militante republicano se convierte en un creyente fervoroso- y va alejándose progresivamente de la sociedad hasta quedarse confinado en un cobertizo en medio de la selva12.
En el primer capítulo de la novela, el narrador recuerda cómo Arcadi, poco después de haberle dado las memorias, insistió en que no fue él el que había luchado en la contienda, sino que "aquélla era la guerra de otro" (Soler, 2004: 19). El narrador vuelve sobre esta afirmación extraña varias veces en el curso de la novela, pero solo en los últimos capítulos empieza a entender lo que Arcadi quiso decir. En el penúltimo capítulo, el narrador evoca una comida de Navidad en La Portuguesa en 1963, en la que coincidían los miembros del complot con la familia de Arcadi y el servicio de la casa, e identifica en ese encuentro de dos "mundos incompatibles" el origen de la idea de Arcadi. En la mesa navideña, uno de los miembros del complot, "técnicamente un comecuras" (Soler, 2004: 210), empezó a contar "una serie de anécdotas, llenas de mecagoendiós, mecagoenlavirgen y risas explosivas, que hacían santiguarse continuamente a [...] la servidumbre" (Soler, 2004: 210). Como indica el narrador,

[l]os dos mundos que convivían en esa mesa tenían como el único referente común a Arcadi, que pertenecía a uno y a otro pero también se daba cuenta de que eran mundos incompatibles, y él tenía muy claro a cuál pertenecía entonces. Seguramente en aquella mesa había empezado a formularse esa idea que otro, y no él, había peleado en la Guerra Civil. (Soler, 2004: 210)

Aunque Arcadi se ha sumado al complot por su deseo de volver a España y supuestamente comparte las convicciones de sus aliados, se da cuenta de que el exilio ha influido en su forma de ser, que se ha convertido en otra persona. Según el narrador, llega a plantearse si realmente sería "capaz de dejarlo todo y regresar" (Soler, 2004: 206), pero a pesar de sus dudas, sigue formando parte del complot. En el último capítulo, el narrador da una explicación complementaria al asociar la extraña afirmación de Arcadi con su desafortunado regreso a Barcelona en 1977. Según el narrador, esta experiencia que puso de manifiesto su desarraigo dio lugar a un "viraje vital" (Soler, 2004: 228) en la vida del abuelo, que consistía en un proceso de progresiva pérdida de rasgos identitarios y en un marcado deseo de deshacerse de su pasado:

El repliegue de Arcadi tenía que ver con su capitulación, con su retirada, era la representación de la derrota, en el fondo se parecía al repliegue de los miles de individuos que vivieron la guerra y que, puestos frente a la memoria de aquel horror, decidieron, como él, replegarse, darle la espalda, perder aquel episodio incómodo de vista, pensar que aquella guerra había sido peleada por otros, en un tiempo y un lugar remotos, tan remotos que en aquella aula de Complutense y en la playa de Argelès-sur-Mer, unas cuantas décadas más tarde, apenas queda memoria de esa guerra. Al final, al maquillaje que puso el general Franco sobre la guerra civil se fue sumando el acuerdo colectivo de olvidar. (Soler, 2004: 234-235)

Como muestra la cita, el narrador no limita esta diagnosis solo a su abuelo, sino que sugiere que el mismo problema -el deseo de olvidar el pasado, con la consiguiente pérdida de la propia identidad- afecta también a la sociedad española (y francesa) en general. La historia de Arcadi es una historia de derrota, exilio y desarraigo cultural. El personaje nunca asume la condición permanente del exilio ni se adapta del todo a su nuevo contexto vital. En las palabras de Sánchez (2007: 168), "[s]u hibridación es traumática y su identidad nunca llega a conciliar positivamente las dos realidades que se han cruzado", la de su tierra natal y la del país de acogida. El narrador, en cambio, constituye un contrapunto a la figura de su abuelo. Nacido y crecido en La Portuguesa, el nieto es, desde la primera infancia, portador de dos culturas (la catalana y la mexicana) y de dos lenguas (el catalán y la variedad mexicana de castellano). Como indica Quijano Velasco (2011: 59), la búsqueda del narrador puede por tanto entenderse como un intento de comprender, asumir y, de este modo, superar tanto la traumática historia familiar -la herencia de una guerra perdida- como su propia condición cultural híbrida.
En su artículo "Geografías del recuerdo" Quijano Velasco (2011) analiza la relación entre el espacio y la memoria en Los rojos de ultramar. El espacio es un elemento narrativo que cobra especial importancia en la novela de Soler porque los lugares constituyen en ella escenarios que le permiten al narrador construir su propia identidad como descendiente de exiliados. Como señala la autora, los espacios geográficos no son entidades neutras, sino representaciones simbólicas que la memoria diaspórica de los exiliados resignifica y redefine constantemente13. Para los habitantes catalanes de La Portuguesa, conservar la memoria de su país de origen es una forma de marcar un territorio propio y crear una comunidad cultural específica, la de los exiliados. De hecho, la novela pone de manifiesto cómo la familia de Arcadi construye su identidad particular en la intersección de la selva mexicana y la añorada Barcelona a la manera de un juego de pertenencias y diferencias respecto a las culturas nacionales de origen y destino, la catalana (o la española) y la mexicana (Quijano Velasco 2011: 49-50).
El espacio central de la novela es La Portuguesa, la colonia fundada por Arcadi y sus compañeros catalanes. Es el lugar en el que transcurre la infancia del narrador y el único espacio que éste comparte físicamente con su abuelo. La Portuguesa se sitúa en un lugar apartado, en medio de la selva, que es un ambiente exótico desde el punto vista español. En el segundo capítulo de la novela, el narrador utiliza un léxico marcadamente mexicano para describir la abundante vegetación y las múltiples especies de insectos y reptiles de este lugar selvático, lo que acentúa su condición de mexicano:

Cada desplazamiento por la casa entrañaba toparse con un espécimen que hubiera puesto a brincar de gusto a un entomólogo. Las marimbolas planeaban por los pasillos, [...] disputándose el espacio aéreo con avispas zapateras, cigarrones, zancudos, amoyotes y azayacates [...] El piso era otro capítulo por donde cruzaban cucarachas, cuatapalcates, atepocates y lagartijas cuijas. (Soler, 2004: 49-50)

En principio, la familia de Arcadi lleva en la Portuguesa una vida mexicana sin mantener contacto con otras comunidades de exiliados o descendientes de españoles ni sus instituciones:

Joan y yo éramos mexicanos y punto, habíamos nacido allí, en la plantación de café, nunca fuimos ni al colegio Madrid, ni al Luis Vives, ni al Orfeo Català, ni a ninguna de las instituciones que frecuentaban los hijos y los nietos de los republicanos. Tampoco teníamos relación ni con los gachupines, ni con los españoletes, esos tataranietos de españoles, descendientes de varias generaciones de mexicanos, que siguen ceceando como si hubieran nacido en Madrid y acabaran de aterrizar por primera vez en la Nueva España. (Soler, 2004: 46)14

Además, los adultos nunca hablan de la guerra civil o de las razones del exilio en casa. Sin embargo, la familia se distingue de los nativos de la región por medio de dos elementos clave, la lengua y la gastronomía: por un lado, los habitantes de La Portuguesa hablan catalán entre sí y, por el otro, comen "fuet, butifarra, mongetes y panellets" (Soler, 2004: 46). De forma paralela, la comunidad circundante también marca diferencia respecto a los exiliados, a los que consideran extranjeros. El día de la independencia de México, cuenta el narrador, los habitantes de La Portuguesa solían "permanecer encerrados en casa porque los mexicanos de Galatea y sus alrededores tenían la costumbre de celebrar esa fiesta moliendo a palos a los españoles" (Soler, 2004: 47). Identificados con los colonizadores por la gente sencilla de Galatea, el pueblo más cercano, los exiliados tienen que luchar para "quitarse de encima el fantasma de Hernán Cortés, y de sus conquistadores despiadados" (Soler, 2004: 45) sin conseguirlo nunca del todo. A pesar de la actitud de los habitantes de Galatea, el narrador se considera mexicano y, alejándose de la tradicional cortesía y gratitud de los exiliados hacia la sociedad de acogida, critica las estructuras coloniales que aún perduran en la sociedad mexicana y las que su propia familia reproduce, a pesar de los frustrados intentos de Arcadi de romper "el círculo perverso" (Soler, 2004: 52) de desigualdad que marca las relaciones de la familia con sus criados (Sánchez, 2007: 167-168).
Barcelona constituye el segundo espacio central en Los rojos de ultramar. Esta ciudad originaria, recordada por los exiliados e imaginada por los hijos y nietos nacidos en México, forma un contrapunto mítico a la selva mexicana y constituye un lugar que permite a los habitantes de La Portuguesa legitimar su diferencia y construir su particular identidad diaspórica (Quijano Velasco, 2011: 53). Para el narrador y su hermano, los adultos presentan Barcelona como "un objeto de deseo" (Soler, 2004: 66) algo irreal, que los niños intentan imaginar a partir de las diapositivas que el abuelo proyecta los domingos en la pared del salón hasta que una invasión de insectos, atraídos por el zumbido del sistema de ventilación del proyector, obliga a Arcadi a apagar el aparato. Sin embargo, Barcelona no es una ciudad imaginaria solo para los nietos, sino que el propio Arcadi se da cuenta, al volver a Barcelona en 1977, de que su ciudad natal, evocada con nostalgia en el exilio durante décadas, se ha convertido en un lugar desconocido. Para él, al igual que para sus nietos, Barcelona se ha reducido a "una colección de filminas que desfilaba cada domingo por la pared en la casa de la Portuguesa" (Soler, 2004: 228). El tercer espacio importante de la novela es Francia. Por un lado, es el país donde Arcadi fue recibido como un prisionero en lugar de un refugiado político y, por otro lado, es también el lugar donde su nieto encuentra finalmente las claves necesarias para entender el verdadero alcance de la experiencia de exilio de su antepasado. El narrador viaja a París para investigar el archivo del embajador Rodríguez esperando hallar en él respuestas a las dudas que aún tiene sobre la trayectoria de su abuelo. En la capital francesa le recibe el cónsul general de México, también nieto de un español exiliado, con quien comparte "esa condición omnipresente de haber heredado una guerra perdida" (Soler, 2004: 175) que influye su forma de ver el mundo15. En el archivo, el narrador encuentra un documento en el que consta que Arcadi fue miembro del Partido Comunista, al contrario de lo que había contado a su nieto. Debido a esta discordancia, el narrador empieza a sospechar que hay una parte de la historia de Arcadi que él desconoce.
Gracias al consejo del cónsul, cuyo abuelo murió en un campo de prisioneros francés, el narrador decide visitar Argelès-sur-Mer. Se trata de un "viaje de arqueología interior, una experiencia cuyos hallazgos me ayudarían a obtener un mejor perfil de Arcadi y, consecuentemente, de mí mismo" (Soler, 2004: 176), explica el narrador. Es consciente de que su idea del lugar está basada en un recuerdo transmitido y, por tanto, de que el encuentro con el lugar real puede decepcionarlo. El narrador pasea en la playa entre los campings, los clubes y los negocios buscando algún rastro de la estancia de los más de cien mil republicanos españoles que la poblaron hace sesenta años:

[...] algo tenía que haber pegado a la arena, o a las rocas, o mezclado con el agua, cualquier cosa que sirviera de nexo entre esa playa y la playa que trabajaba en mí, un trozo de alambre, la huella de un spahi, las pisadas de la rata que le mordía el cinturón a Arcadi, la vibración, el trasgo, el fantasma de los miles de muertos que hubo. (Soler, 2004: 181)

Un taxista le informa que en la playa hay un obelisco conmemorativo, pero cuando el narrador lo localiza después de una larga búsqueda resulta que solo se trata de "un poste enano" (Soler, 2004: 184) en medio de matojos. Asimismo, el narrador se da cuenta de que la estancia de los españoles en la playa de Argelès-sur-Mer ni siquiera se menciona en los folletos turísticos ni en un libro sobre la historia de la ciudad que consulta en el Ayuntamiento. Así, el narrador se percata en Argelès-sur- Mer de "la misma voluntad de olvidar ese pasado oscuro" (Soler, 2004: 183) que percibió al conversar con los estudiantes españoles durante su visita a Madrid. Para aprovechar su viaje, el narrador decide visitar a Putxo, un amigo de Arcadi, que vive cerca de Argelès-sur-Mer. Esa visita resulta decisiva para la pesquisa del narrador porque Putxo le revela finalmente la parte desconocida de la historia de Arcadi, su participación en el complot de la Izquierda Internacional. Gracias a Putxo, el narrador también encuentra un lugar en el que es finalmente capaz de sentir la presencia de su abuelo que buscó en vano en la playa. Según Putxo, Arcadi se alojó en su casa durante una visita a Francia en 1970, pero pasó la mayor parte del tiempo "en un picacho en los Pirineos" (Soler, 2004: 188) mirando hacia Cataluña porque era "lo más cerca que podía estar de España" (Soler, 2004: 188)16. Esa imagen de su abuelo sentado en una piedra mirando hacia su país natal permite al narrador comprender de modo más profundo el desarraigo de Arcadi:

Me pareció que esa imagen era la quintaesencia de la orfandad, del desamparo, sentí un golpe de melancolía y otro de rabia porque aquel dictador no sólo había destruido la vida de Arcadi, también, durante treinta y cinco años, le había impedido que la reconstruyera, como si perder la guerra y perderlo todo no hubiera sido castigo suficiente. (Soler, 2004: 188)

Al visitar el mismo lugar, el narrador de repente siente la presencia de su abuelo en una piedra específica, y gracias a esa conexión, decide continuar su búsqueda. El hecho de seguir la trayectoria de Arcadi en la dirección inversa -desde México hasta Cataluña, pasando por Francia- es un viaje simbólico para el narrador. Cataluña, por muy imaginaria que sea, es un lugar que también forma parte de la identidad del narrador y, para conciliar esa cultura heredada con la adquirida, es necesario que el narrador comprenda la experiencia de exilio de sus antepasados. Sin embargo, el lugar que realmente define la identidad del narrador es La Portuguesa, el hogar de infancia. La selva veracruzana, poblada de flora y fauna de nombres mexicanos, y en la que sin embargo se habla un catalán "contaminado" y se come butifarra, constituye en la novela un espacio fronterizo, híbrido, que no es ni plenamente mexicano ni catalán, sino más bien una síntesis de ambas culturas, al igual que la identidad del narrador (Quijano Velasco 2011: 55). Del mismo modo que el narrador, el propio autor de la novela reivindica una pertenencia múltiple y una identidad plural. En lugar de considerarse un autor mexicano o español, prefiere identificarse como "un escritor en español", o incluso como un escritor irlandés (Azancot 22/06/2012)17. De este modo, Jordi Soler rechaza las etiquetas excluyentes y se declara un "partidario de lo híbrido", que "prefier[e] sumar que restar" (Mora, 23/10/2009)18.

Una memoria multidireccional

En el artículo titulado "Diaspora and Nation", Andreas Huyssen (2003: 152) escribe sobre las diferencias y las convergencias entre la memoria diaspórica y la memoria nacional en el contexto globalizado de hoy en día, y se pregunta qué tipo de lecciones las memorias de orden nacional -que aún son poderosas a pesar de la creciente movilidad en la escala mundial- pueden aprender de las memorias diaspóricas. Como para responder a la pregunta planteada por Huyssen, la obra de Jordi Soler -tanto Los rojos de ultramar como sus artículos periodísticos- se caracteriza, en mi opinión, por una voluntad de usar la memoria del exilio republicano de modo ejemplar. Aunque la novela se centra en la memoria de la propia comunidad del narrador, éste muestra sensibilidad hacia otras historias y memorias de sufrimiento, como las del colonialismo europeo y la expulsión de judíos de España. De este modo, la obra no representa el exilio republicano como un acontecimiento singular, sino como una historia de destierro y exclusión más entre muchas otras, aproximándose así al modelo de la memoria multidireccional de Michael Rothberg (2009).
La noción de la memoria multidireccional presta atención a los contactos, los intercambios y los préstamos entre las diferentes memorias colectivas y sus articulaciones. En su obra, Rothberg lleva a cabo una reconceptualización de la memoria colectiva que cuestiona tres ideas comunes. En primer lugar, el autor rechaza los planteamientos que acentúan la competitividad -la lucha por la preeminencia y el reconocimiento- de las memorias de diferentes grupos sociales. En segundo lugar, también problematiza la idea de que exista una relación causal y directa entre las memorias del pasado y las identidades colectivas del presente. En cambio, Rothberg enfatiza el carácter dinámico y constructivo de las memorias colectivas y conceptualiza la esfera pública como un espacio discursivo en el que diferentes grupos sociales se construyen y se redefinen constantemente mediante la interacción dialéctica con otros grupos. Por consiguiente, no existen memorias o identidades "puras" o "auténticas". Aunque Rothberg admite que nuestra relación con el pasado define en parte quiénes somos en el presente, insiste en que la conexión no es directa, sino que siempre existen vínculos que nos unen con los que consideramos "otros". En tercer lugar, el modelo de la memoria multidireccional se opone a la retórica de la singularidad, que caracteriza una parte de los estudios del Holocausto, y reivindica la necesidad de un pensamiento comparativo. Según Rothberg, el hecho de reclamar la singularidad de una historia particular no solo conlleva el riesgo de crear jerarquías de sufrimiento, sino que puede también impedir el reconocimiento de otros casos de violencia u opresión en el pasado o en el presente. Aunque dos acontecimientos históricos nunca son iguales y las diferencias no deberían subestimarse, Rothberg sin embargo defiende la tarea de buscar paralelismos y puntos de conexión entre diferentes experiencias históricas. En la obra de Soler, las memorias de diferentes grupos no son percibidas como mutuamente excluyentes o competitivas, como propo- ne el modelo de Rothberg, sino que el autor pone de manifiesto cómo el (re)conocimiento de las experiencias ajenas puede servir para crear solidaridad, comprensión y respeto hacia otras comunidades, a pesar de que estas pertenezcan a otros tiempos, etnias, religiones, territorios o nacionalidades. En mi opinión, el punto de vista novedoso que la obra de Soler aporta al discurso literario español en torno a la memoria histórica consiste precisamente en este enfoque transnacional y multicultural, que yuxtapone la memoria de la guerra civil y del exilio con la de otras historias de violencia y exclusión.
En primer lugar, Los rojos de ultramar enfatiza las similitudes entre la experiencia de los republicanos españoles y la de otros grupos desterrados, y evita así la sacralización de la memoria de los exiliados. En el tercer capítulo de la novela, el narrador recrea las terribles condiciones del campo de concentración de Argelès-sur-Mer en el que Arcadi, al igual que otros 250.000 refugiados españoles, fue encerrado después de cruzar la frontera al final de la guerra escapando de las represalias del bando vencedor. Aunque los españoles componían el grueso de la población, el narrador señala que éstos, sin embargo, no fueron los únicos reclusos:

A los refugiados españoles que seguían prisioneros en Argelès-sur-Mer, se sumaron un millar de gitanos que habían llegado empujados por la Segunda Guerra [Mundial], más un cientos de croatas, que nadie sabía bien cómo habían llegado hasta allí, ni cuál era el objetivo que se perseguía al encerrarlos. Unas semanas más tarde llegó a engrosar la población un contingente de judíos sefarditas, una oleada de individuos vestidos de civil cuyas ropas pusieron de relieve el menoscabo de los uniformes republicanos. (Soler, 2004: 86)

Las diferencias entre los republicanos españoles y los recién llegados sin embargo se desvanecen pronto debido a la dureza de las condiciones en la playa y, al cabo de unos meses, los presos se han convertido en "una banda homogénea de hombres barbudos, astrosos y esqueléticos" (Soler 2004: 86). Además, el narrador establece un paralelismo histórico entre los republicanos y los sefarditas, dos grupos unidos por "un pasado semejante", marcado por la persecución y el destierro:

[Los republicanos y los sefarditas] no sólo compartían el islote y la comida, también vislumbraban un destino parecido y, en el caso de los republicanos y los sefarditas, un pasado semejante, los dos habían sido expulsados, cada quien en su tiempo, de España, una desgracia histórica que ya los venía asociando desde los preámbulos de la Guerra Civil, mediante esa idea de la derecha española y de sus curas y de sus militares, que reducía todo el proyecto republicano a una conspiración judeobolchevique- masónica. La Iglesia católica había confundido al demonio con los judíos y cuatrocientos y tantos años después volvía a confundirlo con los rojos". (Soler, 2004: 87)

En lugar de destacar la singularidad del exilio republicano como experiencia histórica, el narrador busca puntos de conexión entre las historias de los otros dos grupos con el objetivo de crear así empatía y solidaridad hacia otros. Jordi Soler ha evocado la convivencia de los republicanos españoles, los judíos y los gitanos, "tribu[s] errante[s] [...] sin un país al cual regresar" (Soler, 15/02/2009), en los campos de concentración franceses y alemanes también en un artículo titulado "Rojos y judíos", publicado en El País en medio del Conflicto de la Franja de Gaza en 2009, que dio lugar a grandes manifestaciones contra Israel en muchas ciudades españolas. El objetivo del artículo es alertar a los españoles del alto nivel de antisemitismo en el país y recordar la necesidad de distinguir entre los dirigentes y el ejército del Estado de Israel, cuya actuación contra los palestinos considera desproporcionada, y "las personas que, por puro azar, han nacido judías, y viven entre nosotros" (Soler, 15/02/2009). De este modo, el autor llama la atención sobre la heterogeneidad de todos los grupos sociales o culturales por un lado y por el otro utiliza la historia y la memoria del exilio republicano como una herramienta para defender la diversidad cultural y para promover la empatía hacia otros en un momento en el que se percata de un riesgo de enfrentamiento.
En segundo lugar, Jordi Soler evoca el tema del colonialismo europeo tanto en Los rojos de ultramar como en su producción periodística. Al discutir las condiciones en el campo de Argelès-sur-Mer, el narrador menciona varias veces que los guardias spahis y senegaleses -sujetos coloniales que los franceses utilizaban para vigilar a los presos- pasaban casi las mismas incomodidades que los propios presos. Aparte de estas referencias breves, Soler también discute la herencia de la colonización española de América y denuncia las estructuras coloniales que perviven en el México contemporáneo y en su propia familia19. Por un lado, como se ha señalado más arriba, Arcadi y sus compañeros catalanes, refugiados que llegan a México porque no tienen otro lugar adonde ir, fueron recibidos con desconfianza por los nativos, que los identificaron con los conquistadores del siglo XVI. Por otro lado, el narrador observa cómo los exiliados, a pesar de su militancia republicana, asumen pronto el papel tradicional de los patrones blancos:

La Portuguesa era una comunidad de blancos rodeada de nativos por los cuatro costados, el típico esquema social latinoamericano donde blancos y morenos viven en santa paz, siempre y cuando los morenos entiendan que los blancos mandan y que, de vez en vez, lo manifiesten, para que los blancos no se inquieten, para que no empiecen a pensar que la cosa se está poniendo del cocol, que los criados empiezan a trepárseles por las barbas, ¡pinches indios!, les da uno la mano y te agarran el pie. Ese estilo vigente desde el año 1521 que se sigue aplicando en México en todos los rincones de la cotidianidad. (Soler, 2004: 48-49)

La tensión entre los dueños de la plantación y los empleados nativos se agudiza en los años 60 cuando el volumen del negocio crece:

Las ventajas productivas que tenía el aumento en la población de trabajadores de la plantación comprendían también un germen de descontento social que comenzó a hacerse grande y a volverse en un punto de choque permanente entre los empleados y los patrones, los unos empezaban a sentir como afrenta las posiciones de otros, que vivían ahí mismo en sus casas grandes, separados por una alambrada de las casas chicas de ellos. Ese enfrentamiento que lleva siglos en México y que se agrava cuando los otros son extranjeros y blancos y tienen más que los unos, que llevan siglos siendo pobres en ese mismo suelo. (Soler, 2004: 200)

Aunque la denuncia de la desigualdad social podría ser más contundente, como indica Sánchez (2007: 167), es significativo que Soler opte por no representar a los exiliados como figuras heroicas o como meras víctimas, sino que también muestra cómo éstos acaban adquiriendo el mismo tipo de comportamientos y actitudes contra los que lucharon en España. Así, la historia del exilio no borra de vista la larga historia del colonialismo, y la condición de víctimas de la guerra y la dictadura de los exiliados no impide que ellos, a su vez, ejerzan un rol opresivo en otro contexto20. En tercer lugar, el tema de la migración y los lazos entre España y Latinoamérica son un tema constante en la obra de Soler. El autor defiende en sus escritos su visión de la migración como un fenómeno positivo, como una realidad que los Estados deberían aceptar y gestionar lo mejor posible en lugar de intentar impedir la circulación de personas. Soler aporta al debate sobre la inmigración un punto de vista histórico, que permite concebir la migración entre los dos continentes como un fenómeno cíclico y circular. En un artículo titulado "Los nuevos españoles" (Soler, 03/01/2008), el autor reivindica explícitamente la necesidad de una mirada "en palimpsesto" -que consiste en ver el pasado por debajo del presente y prever el futuro en el presente- para comprender que la inmigración no se trata de "una invasión creciente e incontrolable", sino de un movimiento de ida y vuelta:

Si pudiéramos mirar en cámara rápida [...] los flujos migratorios entre España y Latinoamérica en los últimos cien años, veríamos una secuencia perfectamente circular: una multitud que se desplaza hacia el otro lado del mar y al cabo de unos años [...] otra multitud que regresa al punto de partida. (Soler, 03/01/2008)

Asimismo, el autor enfatiza la estrecha relación histórica y las afinidades culturales entre España y los países latinoamericanos. Por un lado, recuerda cómo España "puso" en el nuevo mundo "su lengua, su religión y una forma particular, y única, de encarar la vida" (Soler, 12/01/2013), por lo que Latinoamérica puede considerarse "un continente, en buena medida, español" (Soler, 03/01/2008) o incluso "una suerte de España exterior" (Soler, 29/06/2013). Por otro lado, el autor señala que las afinidades entre los habitantes de las dos regiones "son tantas que al final España parece un país mucho más latinoamericano que europeo" (Soler, 29/06/2013). A pesar de la conexión histórica y las semejanzas culturales, el autor detecta en España un profundo desconocimiento de los países latinoamericanos y un desdén hacia sus ciudadanos, mientras que critica a los latinoamericanos por considerar a los españoles como herederos de los conquistadores (Soler, 29/06/2013). En un artículo reciente, Soler (12/01/2013) recuerda cómo hace algunos años el principal miedo de los españoles era la inmigración, lo que considera un "miedo sintomático de un país rico". Sin embargo, la inmigración a España ha disminuido últimamente por la crisis económica y son ahora los españoles los que parten hacia Latinoamérica, donde varios países experimentan un fuerte crecimiento económico. El autor detecta en esta oleada de emigrantes españoles el eco de la oleada anterior, la de los republicanos españoles que llegaron a los países latinoamericanos después de la guerra civil "buscando un empleo, una casa y un futuro, lo mismo que buscan los jóvenes emigrantes de hoy, aunque el origen de una y otra migración sea completamente distinto" (Soler, 29/06/2013). Soler recuerda a sus lectores españoles la solidaridad del presidente mexicano Lázaro Cárdenas que no solo defendió a la República ante la Sociedad de Naciones cuando ningún otro líder del mundo lo hacía, sino que también ofreció refugio a todos los españoles que quisieran instalarse en México después de la guerra civil española. Asimismo, el autor destaca los aspectos positivos de la inmigración española, cuyo legado sigue enriqueciendo al país receptor hoy en día. El objetivo que Soler persigue con sus escritos es que la memoria de la emigración española sirva para tratar mejor a los inmigrantes que llegan a Europa en busca de una oportunidad. En lugar de considerar a los inmigrantes latinoamericanos como una amenaza, sugiere que los españoles deberían considerarlos simplemente como "nuevos españoles" con potencial de enriquecer la sociedad21. En varios artículos, Soler habla de la necesidad de revisar las duras leyes migratorias, que dificultan la entrada de latinoamericanos en España. Advierte que, en la actualidad, el flujo migratorio "llega al continente americano y se queda allí, ya no completa el trayecto de regreso que lo pondría a [...] producir sinergias que redundarían en el beneficio de las dos orillas del mundo hispano" (Soler, 29/06/2013). Soler sugiere que España debería aprovechar la crisis para replantear el papel que ha jugado tradicionalmente en el mundo hispánico y "empezar a contar, de verdad, con esos trescientos setenta y cinco millones de potenciales aliados que tiene en Latinoamérica y que ya empiezan a ser más prósperos y más ricos que ella" (Soler, 29/06/2013). Formar "una causa común" con el resto del mundo hispánico es sin embargo una tarea que requiere mucha diplomacia y seriedad. El éxito del proyecto depende de la capacidad de los españoles de superar "la mirada imperial", pero también exige que los latinoamericanos finalmente entierren "el cadáver de la conquista" (Soler, 29/06/2013), advierte el autor. De esta forma, Soler cuestiona la "concepción arcaica del país como un terruño donde circulan exclusivamente nativos" (Soler, 03/01/2008). El autor considera, citando a Borges, que las naciones "no son otra cosa que actos de fe" (Soler, 03/01/2008), meros relatos que se construyen a partir de "un ramillete de variables" aleatorio:

[...] soy hijo de una familia barcelonesa que emigró a Veracruz, México, donde ser catalán consistía en sumar un ramillete de variables tal como llamarme Jordi, oír a Joan Manuel Serrat, seguir los resultados del Barça en el periódico, cantar Sol solet y el Cargoltreubanya, comer butifarras, beber un horrible vino importado del penedés y hablar catalán, una lengua que, en aquella selva mexicana donde nací, nos dotaba de un lustre exótico. (Soler, 31/10/2010)

Para su familia instalada en México, Cataluña era en muchos sentidos un país imaginario. Sin embargo, al instalarse en Barcelona años después el autor se da cuenta de que, en realidad, la Cataluña imaginada desde la selva mexicana no se diferencia radicalmente de la que encuentra al llegar a Barcelona, sino que "en el fondo, una es tan real, y tan imaginaria, como la otra" (Soler, 31/10/2010), ya que los catalanes nacidos en Cataluña también tienen como referente "un ramillete de variables" parecido al suyo. "¿[Q]ué es un país?", se pregunta Soler (31/10/2010), y contesta: "Una lengua, una docena de afectos, tres o cuatro paisajes, unos cuantos sabores y olores, y no mucho más".
En el mundo globalizado, la inmigración es una realidad que obliga a las naciones replantearse sus señas de identidad. Como muestran sus escritos, Soler se posiciona en contra de las definiciones esenciales y los criterios exclusivos de nacionalidad, y llama la atención sobre los potenciales efectos positivos de la migración tanto en el nivel personal como en el nacional. En resumen, el autor utiliza la memoria de su propia familia de modo ejemplar con el propósito de reivindicar la multiculturalidad y crear solidaridad hacia los inmigrantes y otros grupos excluidos u oprimidos. En Los rojos de ultramar, Jordi Soler narra en clave autoficticia los orígenes y el proceso de construcción de su propia identidad plural en la intersección de la selva mexicana y la Barcelona imaginada. Mientras que Arcadi, su abuelo catalán, fue incapaz de asumir la calidad permanente del exilio y conciliar de modo positivo las dos realidades culturales e históricas en su identidad, el autor sí lo ha conseguido ganando así una doble pertenencia, que no solo le permite llevar una vida personal satisfactoria sino también ejercer de intérprete y puente cultural entre España y Latinoamérica, dos áreas culturales semejantes, pero distanciadas a causa del desconocimiento y los prejuicios mutuos.

Notas

1 Con el término novela de la memoria me refiero a una corriente inagurada en la narrativa española de mediados de los años noventa del siglo pasado, en la que se advierte un cambio en la forma predominante de representar la guerra civil y la dictadura franquista. En ella, la preocupación por la memoria del pasado cobra protagonismo, hasta el punto de que el objeto de las obras dedicadas al tema histórico ya no es tanto novelar los acontecimientos de la guerra y la posguerra, sino su recuerdo tanto en el nivel individual como colectivo.

2 En cambio, Pablo Sánchez (2007: 163), que analiza la novela desde el punto de vista de las relaciones literarias transatlánticas, argumenta que visto "desde la orilla americana la tentativa de Soler es bastante excepcional (ya que, como miembro de una generación crecida y educada plenamente en México, no pertenece estrictamente al colectivo de lo que llamaríamos exiliados)". Sin embargo, Quijano Velasco (2011) desmiente en parte este argumento al detectar muchas similitudes entre Los rojos de ultramar y Las genealogías de Margo Glanz, otra novela mexicana escrita por una descendiente de exiliados.

3 El filósofo Tzvetan Todorov (2000: 32) distingue entre uso literal y uso ejemplar de la memoria. La memoria literal acentúa la singularidad del acontecimiento recordado y lo hace insuperable, lo que "desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado". En cambio, el uso ejemplar de la memoria consiste en abrir los sucesos del pasado a la analogía y la generalización. Todorov considera que la memoria ejemplar es una forma superior de reminiscencia tanto desde el punto de vista ético como el pragmático porque "permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día" (Todorov, 2000: 32). El pensamiento de Todorov muestra coincidencias con el modelo de la memoria multidireccional de Rothberg, sobre el que volveré más adelante.

4 En una entrevista, Soler indica que no leyó Soldados de Salamina hasta después de haber terminado la novela, pero reconoce varias coincidencias entre su obra y la de Cercas: "Me perdí Soldados de Salamina, estaba en Irlanda cuando salió. Lo leí después de entregar Los rojos de ultramar y vi que nuestros puntos de vista eran coincidentes. Hablamos ya [sic] una tercera generación, lo analizamos desde la óptica especial de los nietos de la guerra, y nuestras novelas son productos de estos tiempos: una mezcolanza de forma y fondo, de realidad y ficción; en fondo en la superficie..." (Geli, 13/12/2009).

5 En otro lugar, he denominado esta modalidad narrativa "el modo reconstructivo de representar el pasado" (Liikanen, 2012). Mi conceptualización de esta modalidad narrativa se diferencia ligeramente de la de Martínez Rubio (2012c). A diferencia de este autor, relaciono la novela de investigación no sólo con la tradición de la novela negra, sino también con la de la novela de aprendizaje. Al contrario que Martínez Rubio, no incluyo las novelas El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! de Isaac Rosa en la misma categoría que Los rojos de ultramar, Mala gente que camina y Soldados de Salamina, sino que las considero representativas de lo que he llamado "el modo contestatario de representar el pasado" (Liikanen, 2012).

6 En otra entrevista, el autor afirma que el narrador de la novela es él mismo (Azancot, 22/06/2012).

7 En otra entrevista, Soler dice al respecto que la "novela está contaminada por la realidad, pero también es cierto que, una vez que empezó a ser leída, empezó a contaminar a la realidad, al grado que ocho años después de publicada me cuesta trabajo distinguir entre lo que pasó y lo que inventé" (Azancot, 22/06/2012).

8 Véase, por ejemplo, Mora (23/10/2009) y Obiols (24/11/2004). De todas formas, aunque el lector sepa que las memorias existen en la vida real, cabe la posibilidad de que el autor haya manipulado o inventado el contenido de los pasajes citados según las necesidades del relato.

9 Según Martínez Rubio (2012a: 4-5), "el documento es el elemento privilegiado que otorga un efecto de autenticidad en las obras de no ficción, y un elemento de verosimilitud en las obras de ficción, y en el reino de la ambigüedad, entre ficción y no-ficción, el documento hará creer lo primero para conseguir lo segundo, es decir, parecerá que es la marca de autenticidad como recurso eficaz para lograr la verosimilitud, creando una ‘fuerte y convincente ilusión referencial’".

10 El autor confiesa que de joven tuvo una relación difícil con su abuelo: "Admiré a mi abuelo en la misma medida que lo odié. Poco a poco fue metamorfoseándose en el tipo de persona contra la que luchó en España. ¡Acabó yendo a misa! Pero cuando conocí su historia empecé a comprenderle: un trauma como el suyo se puede administrar de muchas maneras" (Obiols, 24/11/2004).

11 Centrándose únicamente en la historia que le pertenece, que le define, el narrador- protagonista consigue sortear, en parte, los problemas éticos en torno a la cuestión de la apropiación de las memorias ajenas. Al igual que el autor, el narrador de la novela parece considerar que la historia de Arcadi es también suya, por lo que tiene el derecho de escribir sobre ella, incluso en contra de la voluntad de su abuelo. En el primer capítulo de la novela, el narrador cuenta que, para que Arcadi permitiera que él le grabara, tuvo que prometerle que no usaría el material hasta después de la muerte del abuelo; en el párrafo final de la novela, cuando el narrador le comunica a Arcadi, poco antes de su muerte, su intención de hacer algo con las memorias de éste, el abuelo solo le contesta "Mira que eres necio, nen" (Soler, 2004: 235) . En la vida real, el autor confiesa que el abuelo le había prohibido utilizar sus memorias y que se enfadó cuando Soler reprodujo fragmentos de éstas en un reportaje publicado en El País. "Apliqué la moral del novelista: escribe sobre lo que te apetezca" (Mora, 23/10/2009), dice Soler, pero añade que Francesc y él se reconciliaron poco después. En otra entrevista, en cambio, se ha defendido diciendo que "[u]no no da a un nieto escritor 120 páginas de memorias mecanografiadas si en el fondo no quiere que escriba algo sobre ello" (Obiols, 24/11/2004).

12 El autor ha sintetizado la dolorosa experiencia de su abuelo en otro lugar de modo siguiente: "el exilio es mucho más que no estar en el sitio donde has nacido, y [...] es mucho más que no poder regresar: es no poder volver aunque vuelvas" (Masoliver Ródenas, 14/11/2007).

13 En su artículo "Diaspora and Nation", Andreas Huyssen (2003: 152) define la memoria diaspórica en oposición a la memoria nacional de la siguiente manera: "Diaspora, as opposed to nation in the traditional sense, is based on geographic displacement, on migration, and on an absence either it may be lamented or celebrated. National memory presents itself as natural, authentic, coherent and homogenous. Disporic memory in its traditional sense is by definition cut off, hybrid, displaced, split. This fact grounds the affinity of diasporic memory to the structure of memory itself which is always based on temporal displacement between the act of remembrance and the content of that which is remembered, an act of rechecher rather than recuperation. Of course, this will not prevent diasporic memories from mimicking the identity fictions that energize nationhood. But structurally, disporic conscience comes closer to the structures of memory than national memory does. National memory usually veils its Nachträglichkeit [afterwardsness]. Diasporic memory in the vital as opposed to its reified sense remains critically aware of it. This could and should be an advantage".

14 Como señala Quijano Velasco (2011: 51-52), esta diferencia respecto a otras comunidades de emigrantes sirve también la función de "mostrar que las identidades del exilio no son homogéneas, como suelen presentarse cuando se definen con respecto al orden nacional de los lugares en donde se instauran".

15 En 2002, cuando estaba escribiendo Los rojos de ultramar Soler visitó a su amigo Eduardo Vázquez en Madrid y conoció a su tío, un anarquista vuelto del exilio mexicano al que también le faltaba un brazo como a Arcadi. En un artículo, Vázquez (03/06/2005) dice que gracias a Soler comprendió "el significado metafórico de aquella extremidad [...]: la derrota dejó mancos a los exiliados; la mano que perdieron Fernando y Arcadi nos falta a todos, hijos y nietos de aquella emigración forzada. El exilio aparece aquí [en la novela] como lo que es: una forma de mutilación. La mano que nos falta se llama también España". En una entrevista, Soler hace referencia a la misma visita a Madrid y confirma que "los nietos de la guerra también somos mutilados. Es como una metáfora: esa mano que les faltaba era la España que nos faltaba a nosotros" (Mora, 23/10/2009).

16 En otro pasaje de la novela, el narrador relaciona este viaje a Francia, realizado bajo el pretexto de un viaje de negocios, con el comienzo del proceso de cambio vital de su abuelo: "Algo le pasó a Arcadi en ese viaje porque a partir de entonces comenzó a convertirse en otra persona, tengo la sensación de que aquello que me dijo en las cintas de La Portuguesa, de que su guerra había sido la guerra de otro, empezó a operar desde que regresó de aquel viaje [...] Después de aquel viaje, durante muchas noches, oí cómo Arcadi lloraba en su habitación, con un llanto manso, bajito, atroz" (Soler, 2004: 67).

17 El autor trabajó como agregado cultural en la Embajada de México en Dublín de 2000 a 2003. Después, se mudó a Barcelona, donde reside actualmente con su familia en el mismo barrio en el que vivía su familia antes de exiliarse (Soler, sin fecha).

18 "Estoy casado con Alexandra, que es judía mexicana y francesa. Con nuestros hijos, Matías y Laia, habla en francés; yo, en catalán y, cuando estamos todos juntos hablamos en castellano. Soy mexicano, catalán y un poco irlandés" explica el autor en una entrevista (Mora, 23/10/2009).

19 El abuelo paterno del narrador era, según las palabras del nieto, un adinerado descendiente de españoles, que se jactaba de no haber tocado en su vida "ni a un indio ni a un negro" (Soler, 2004: 53).

20 Aunque los patrones y los empleados vivían separados y tenían roles sociales desiguales, los catalanes, sin embargo, "tenían la idea de que delegar todo el trabajo a los empleados, como era normal hacer en la zona de Galatea, iba volviendo inútiles a los patrones y sobre todo los iba distanciando del pulso de la casa y del negocio", por lo que "[n]o había actividad en la plantación donde no estuviera cuando menos uno de los cinco socios trabajando cuerpo a cuerpo con los empleados" (Soler, 2004: 196). Asimismo, Arcadi intentó, como dice Vázquez Martín (03/06/2005), "emancipar de su ignorancia, incluso contra su voluntad, al servicio doméstico y a su descendencia". Curiosamente, cuando hubo una revuelta en la plantación en 1961, Arcadi acabó en el mismo calabozo con el líder de los empleados y llegó a trabar una amistad con éste. Fue este mismo trabajador el que puso a Arcadi y a sus socios en contacto con la Izquierda Latinoamericana.

21 Soler prevé que al cabo de unos años, los hijos de inmigrantes latinoamericanos empezarán a ocupar puestos de poder en España. En un artículo vaticina que "los hijos y nietos de los emigrantes ecuatorianos, por citar un contingente numeroso, significativo y boyante, serán tan españoles como El Quijote y en unos años empezarán a gobernar municipios y ciudades, y antes de que podamos comprobar que efectivamente ‘las naciones no son otra cosa que actos de fe’, el presidente de España no será andaluz, ni gallego, ni vasco, ni catalán; será ecuatoriano" (Soler, 03/01/2008), y en otro asegura que "más pronto que tarde, el alcalde de Barcelona y el presidente de la generalitat serán, por poner un ejemplo, hijos de ecuatorianos" (Soler, 31/10/2010).

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