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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.23 no.2 Mendoza jun. 2022  Epub 05-Ene-2023

http://dx.doi.org/10.48162/rev.34.055 

Dossier

Maternidad/paternidad y el pasado no vivido: cuerpos divididos y monstruosos en la literatura argentina contemporánea

Maternity/paternity and the unlived past: divided and monstrous bodies in contemporary Argentine literature

1Universidad Católica Pázmány Péter. bakucz.dora@btk.ppke.hu. Hungría.

Resumen:

El artículo propone analizar cómo en la experiencia de la maternidad/paternidad el cuerpo puede convertirse en una estampa de ciertos cambios sociales, políticos, ideológicos, emocionales que caracterizan por un lado nuestros tiempos y por el otro lo que heredaron las generaciones de la posdictadura argentina. El propósito de este trabajo es estudiar a través de cuatro textos contemporáneos de autores de la nueva narrativa argentina cómo distintos tipos y formas de experiencias físicas (distancia, proximidad, transformaciones del cuerpo) relacionadas con el hecho de convertirse en madre o padre activan una serie de asociaciones que generan tensión y angustia existenciales. Los textos analizados son dos cuentos de la antología El nuevo cuento argentino, una antología, seleccionada y prologada por Elsa Drucaroff, y publicada en 2017 por la Editorial Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA: “Lo que ha comenzado” de Alejandra Laurencich (1963-) y “Los viejitos” de Patricia Suárez (1969-), así como las novelas (cortas) Distancia de rescate de Samanta Schweblin (1978-) y La uruguaya de Pedro Mairal (1970-).

Palabras clave: Maternidad/paternidad; Cuerpos; Literatura argentina; Nueva narrativa argentina; Posdictadura argentina

Abstract:

The article aims to analyze how in the experience of motherhood/fatherhood the human body can become a stamp of certain social, political, ideological, emotional changes that characterize our times on the one hand, and, on the other hand, what generations of the Argentine post-dictatorship inherited from a past they had not personally experienced. The purpose of this work is to study through four contemporary texts by authors of the new Argentine narrative how different types and forms of physical experiences (distance, proximity, transformations of the body) related to the fact of becoming a mother or father activate a series of associations that generate existential tension and anguish. The texts analyzed are two short stories from the anthology El nuevo cuento argentino, una antología (The New Argentine Short Story, An Antology), selected and prefaced by Elsa Drucaroff, and published in 2017 by the University Publishing House of the Faculty of Philosophy and Letters of the UBA: “Lo que ha comenzado” (What has begun) by Alejandra Laurencich (1963-) and “Los viejitos” (The old couple) by Patricia Suárez (1969-), as well as the (short) novels: Distancia de rescate (Fever Dream) by Samanta Schweblin (1978-) and La uruguaya (The Uruguayan Woman) by Pedro Mairal (1970-).

Keywords: Maternity/paternity; Bodies; Argentine literature; New Argentine Narrative; Argentine post-dictatorship

1. La maternidad en el siglo XXI y la imagen de la sociedad y la literatura argentinas

“Una madre es una partición permanente, una división de la propia carne”, dice Julia Kristeva en su libro Historias de amor en los años 80 (1987, p. 224), refiriéndose a las contradicciones y problemática de la maternidad. Es un tema eterno, y justo por eso puede resultar interesante estudiar los discursos que provoca, los criterios en las distintas épocas y contextos: qué es lo que cambia en las relaciones de madres/padres e hijos en diferentes contextos sociales, culturales y temporales. Hoy día el tema parece estar en el centro de la atención tanto de teóricos de distintas disciplinas como de escritores, de una manera llamativa. En cuanto a los textos teóricos hay muchas aproximaciones, algunos consideran la tecnología y la hiperconexión como motor de los cambios (Millet, 2015), otros la influencia de la cultura mediática actual en la sociedad (Sarlo, 2018), o la democracia capitalista (Meruane, 2018). Las voces feministas recurren a las aproximaciones desde el punto de vista de la mujer, su posición social, la (des)igualdad, los derechos, la libre decisión, así como la presión social y hasta muchas veces política. En la literatura actual se reflejan todos estos aspectos y los textos (tanto en general como los que sirven de corpus de este trabajo) exploran la problemática con la ayuda de la ficción que por su naturaleza es un espacio que hace posible la manifestación de los fenómenos, miedos, deseos más contradictorios, irreales o excesivos.

Respecto a la situación de la mujer en Argentina y su relación con la maternidad, ampliamente entendida, los temas y las noticias que se han conocido en todo el mundo y que han llegado también a la parte central-oriental de Europa, están relacionados con el movimiento de las Abuelas de la Plaza de Mayo (la aparición de cada vez más nietos que habían vivido cerca o más de cuarenta años pensando que eran hijos de personas que realmente no eran sus padres), los infinitos casos de violencia de género y últimamente la larga lucha por el aborto legal que entró en vigor a principios de este año, 2021. Otros dos temas que aparecen con frecuencia en la prensa internacional y que directa- o indirectamente están relacionados con la situación de madres (padres) e hijos, y con la manera de pensar sobre el hecho o la decisión de tener hijos (y el sentido del futuro) son los problemas económicos y los escándalos de la contaminación de la naturaleza (como el del uso del glifosato) y sus consecuencias.

Para los que observamos desde fuera una cultura, una sociedad, y sus reflejos en una literatura ajena a la nuestra (como es mi caso con Argentina), las noticias de la prensa internacional y los temas de interés en las redes sociales respecto a los acontecimientos económicos, políticos y sociales de un país, significan los elementos de los que construimos nuestra imagen sobre la sociedad de dicha región. Y algo parecido ocurre con las antologías literarias (y los libros que llegan a Europa gracias a las ediciones en España, las traducciones o los premios literarios) en el campo de la literatura: muchas veces las consideramos como una muestra fidedigna y representativa de la literatura en cuestión.

Es por esta razón que también en este caso tomaré como punto de partida una antología, en concreto El nuevo cuento argentino, una antología, seleccionada y prologada por Elsa Drucaroff, y publicada en 2017 por la Editorial Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Estudiaré el tema de la maternidad en dos narraciones de dicha selección y después las relacionaré con otros dos textos, dos novelas (cortas) argentinas publicadas en España, porque en ellas se observan estrategias semejantes, fenómenos parecidos respecto a la maternidad/paternidad y ciertas preocupaciones y experiencias que van mucho más allá de la crisis normativa que significa convertirse en madre o padre.

La editora de la antología titula su introducción “Cuentos de un tiempo desencantado” y plantea la pregunta en qué consiste la nueva narrativa argentina y si cambió el cuento cuando las generaciones recientes empezaron a escribir.1 Ella considera que la literatura es realmente un lenguaje social (y este es el punto de partida del análisis de este artículo también), y uno de sus argumentos a favor de la existencia de cierta ruptura es acudir a las “vertiginosas transformaciones del mundo” y a los cambios radicales ideológicos, políticos y tecnológicos por los que está signada la narrativa actual (Drucaroff, 2017, p. 7). La antología está dividida en tres partes según las generaciones de la posdictadura argentina de las que esta vez me interesan las que pertenecen a lo que llamamos la generación X (en la teoría de Strauss y Howe), es decir, los nacidos entre 1960 y 19802. Drucaroff considera como experiencias generacionales en el caso de la primera subgeneración (los nacidos entre 1960 y 70) el hecho de despertar a la conciencia ciudadana con la Guerra de Malvinas (1982), y en el caso de la segunda (los nacidos entre 1970 y 80) el menemismo (la presidencia de Carlos Menem), así como la crisis del 2001. La consecuencia común de sus experiencias, según la antologadora-investigadora, es que “los fantasmas todavía no están enterrados en sus obras”, “las heridas siguen abiertas” (p. 10), y viven las consecuencias de un pasado del que no habían formado parte personalmente.

Leyendo los cuentos de la antología podemos observar que realmente no es la experiencia misma de la maternidad lo que interesa, sino algo que influye, y hasta determina la relación que hay entre las madres-protagonistas y sus bebés, algo que va más allá a la historia personal de los personajes. El otro punto en común de los textos es que hay una serie de acontecimientos-recuerdos-asociaciones relacionados con la experiencia de la maternidad/paternidad -y de lo que activa esta experiencia- que se manifiestan de manera física, y por lo tanto se expresan y se describen a través de lo que padece el cuerpo humano en esta situación. La corporalidad y todo lo que esto implica (y vice versa) en la relación madre/padre e hijo es una estampa de ciertos cambios sociales, políticos, ideológicos, emocionales que caracterizan por un lado nuestros tiempos, y por el otro tienen que ver con lo que heredaron las generaciones de las que habla Elsa Drucaroff. El propósito de este trabajo es, pues, estudiar a través de cuatro textos contemporáneos de autores argentinos cómo distintos tipos y formas de experiencias físicas (distancia, proximidad, transformaciones del cuerpo) relacionados con el hecho de convertirse en madre o padre activan una serie de asociaciones que generan tensión y angustia existenciales.

Respecto al corpus de este trabajo, los dos cuentos de la antología mencionada son “Lo que ha comenzado” de Alejandra Laurencich (1963-) y “Los viejitos” de Patricia Suárez (1969-), así como las novelas (cortas) Distancia de rescate de Samanta Schweblin (1978-) y La uruguaya de Pedro Mairal (1970-).

2. La maternidad/paternidad como experiencia del cuerpo

Volvamos por un momento a la cita de Kristeva con la que empecé la introducción: una de las consecuencias de esa división carnal (corporal) que significa la maternidad es que se produce una tensión irremediable cuando lo propio se vuelve ajeno, se convierte en otro (es ella misma y otro al mismo tiempo): “Está después ese otro abismo entre la madre y el hijo. ¿Qué relación hay entre yo, o incluso más modestamente entre mi cuerpo y ese pliegue-injerto interno que, una vez cortado el cordón umbilical, es otro inaccesible?” (1987, pp. 224-225).

No se trata aquí de la idea nacida de la protesta que relacionamos con Simone de Beauvoir, dicha otredad no es la de un monstruo parasitario que causa la pérdida de la individualidad y la anulación como persona de la mujer que en algunas interpretaciones llega hasta la matrofobia, en palabras de Vanessa Vilches Norat quien estudia la madre como metáfora:

Aún hoy la representación de la maternidad como experiencia alienante es una importante línea de pensamiento en el discurso llamado feminista. […] Incluso ha llegado a postularse la matrofobia, el deseo de estar purgada de una vez y por todas de las bondades de la madre, como una postura política que haría de los sujetos femeninos sujetos individuales y libres (pp. 435-436).

Vilches Norat alude también a los trabajos de Adrienne Rich que, en parte, van en contra de la postura de Kristeva, pero desde mi punto de vista las dos maneras de pensar plantean la misma tensión con la diferencia de que Rich no considera como importante el momento de la ruptura (de hecho, para ella no hay ruptura, pero sí tensión y ambigüedad) cuando afirma: “El hijo que llevé en mí durante nueve meses no puede definirse ni como un yo, ni como un no yo” (2019, p. 114). Para ella dentro y fuera no son dos espacios opuestos, sino “ambos conceptos son continuos” (p. 114). En el ensayo introductorio del libro titulado El cuerpo hendido, fruto de un proyecto reciente e internacional que explora el tema de la maternidad y de la paternidad desde ángulos muy distintos, pero curiosamente con un claro énfasis en la relación de esta experiencia y la corporeidad, las coordinadoras, Rei Berroa y María Ángeles Pérez López, vinculan la maternidad/paternidad con “una próxima relación con la muerte, con el acto de deshacerse de lo abyecto” (2020, p. 16). La conectan también al “paradigma maternal del labor latino (con su doble manifestación de agonía […]: lucha, combate) y castigo […] lo cual podría llevar al descarrilamiento del cuerpo a través de la hemorragia” (p. 16).

Implícitamente en todas estas consideraciones está presente la visión de que la maternidad es una experiencia que, a través de lo que ocurre con el cuerpo (los cuerpos) y de la experiencia corporal, afecta algo esencial y existencial que va más allá de lo personal. La manera de ser, la naturaleza, los límites físicos del ser humano, la existencia cuya condición inseparable es el cuerpo siempre han suscitado interés, generando una inmensa bibliografía sobre el tema. Lo que nos preocupa en este caso es la consideración del cuerpo como algo que nos define y distingue y lo que determina nuestra existencia. En este sentido parto del concepto del cuerpo que rima con las consideraciones mencionadas en el contexto de la maternidad, del hecho de que no tenemos un cuerpo, sino que somos uno, planteado por varios autores desde Paracelso a través de Heidegger hasta Jean Luc Nancy, este último en su monografía titulada justamente Corpus poniendo signo de igualdad entre “el mundo = cuerpos = ‘nosotros’” (2003, p. 57). Es una idea que determina en gran medida el discurso actual sobre el tema y lo que también en este trabajo sirve como punto de partida en la interpretación de los textos.

3. El tema de la maternidad en la literatura argentina

Como ya hemos mencionado, el tema de la maternidad en la literatura no es un fenómeno surgido recientemente. En un artículo titulado “Cuerpos que insisten: familia, matrimonio y maternidad en la literatura argentina de la última década” Guadalupe Maradei resume las conclusiones de la monografía de textos literarios del siglo XX dedicados al tema (De dónde vienen los niños. Maternidad y escritura en la cultura argentina de Nora Domínguez), subrayando tres rasgos:

  1. El discurso de las madres es un discurso dominado y desplegado por la voz de los hijos,

  2. Las hijas miran y reconocen a la maternidad como un conjunto de actos a mirar e interpretar,

  3. Las madres en este sistema literario no constituyen un objeto de representación privilegiado, sino que surgen dentro de un registro intermitente que las coloca en constante tensión entre la presencia y la ausencia, la centralidad y la exclusión (2016, p. 3).

Y continúa constatando que en las últimas décadas la maternidad (y también el matrimonio y la familia, así como las perspectivas y cambios sociales) llegan al primer plano, y “buscan desafiar las estrategias discursivas para narrarlos” (p. 3). Afirma también que “Entre esas nuevas estrategias se vuelve significativa […] la apelación a un discurso del cuerpo, que narra hasta las transformaciones más micro que sobre él ejercen las fuerzas de la reproducción, del trabajo, del erotismo, o de la enfermedad” (p. 3). Veremos que en nuestros ejemplos está presente de manera llamativa tanto el discurso del cuerpo como las descripciones minuciosas relacionadas con él, pero no necesariamente y no solo en lo que se refiere a las transformaciones corporales, sino en un sentido más amplio. Lo que ocurre con el cuerpo en estas narrativas sirve como signo físico, como señal, como una manifestación palpable de inquietudes más complejas.

Como ya hemos adelantado, los textos que han servido como punto de partida de este trabajo forman parte de la antología de Elsa Drucaroff, El nuevo cuento argentino, confiando en que se trata de una selección representativa de la cuentística de la nueva narrativa argentina de las generaciones de posdictadura. El hecho de que encontremos el mismo fenómeno, la misma significación de lo corporal, pero tratado desde otra perspectiva en las dos novelas cortas con las que completamos el corpus del análisis es claramente una señal de la importancia del motivo corpóreo.

4. Cuerpos divididos y maternidad en la posdictadura argentina (Alejandra Laurencich: “Lo que ha comenzado” y Patricia

Nada más abrir la antología de Drucaroff, encontramos un primer cuento de mucha fuerza narrativa, de Alejandra Laurencich, titulado “Lo que ha comenzado”, un texto reflexivo que plantea perfectamente el tema que nos interesa. La trama es muy simple, se trata de la primera vez que una madre deja solo a su bebé, todavía en el hospital, algunos días después de la cesárea (símbolo de una división de carnes agresiva y artificial) cuando la enfermera le indica que es hora de ducharse mientras el bebé duerme. La mayor parte del texto relata las reflexiones de la protagonista cuando deja solo al pequeño ser que poco tiempo antes era parte de ella, compartían un solo cuerpo. Llama la atención el narrador extradiegético que explica detalles íntimos del personaje principal, quitándole toda subjetividad a la experiencia contada y reproduciendo la tensión que hay entre el comportamiento obediente de la mujer y sus deseos. Como consecuencia de dicha tensión, su angustia es cada vez más profunda.

Cuando abrió la ducha, todavía se estremecía ante esa evidencia: ya no eran una unidad, su bebé podía quedarse durmiendo en una habitación y ella trasladarse a la de al lado. Podía haber una pared, una puerta separándolos, ella podía bañarse incluso, y el agua que corriera por su cuerpo, no lo mojaría (2017, p. 18).

La tensión se produce también por la diferencia que nota la protagonista entre cómo se supone que tendría que estar y comportarse y entre su percepción del momento: “[…] por qué no ser como las otras madres que disfrutan contando los detalles del parto y que se sacan fotos con el bebé en brazos mientras charlan con las visitas, orgullosas de su logro” (p. 18). Pero pronto vemos que las preocupaciones van más allá de las paredes de la sala y del baño del hospital. El texto muestra de manera muy plástica cómo la inquietud por la forzosa y creciente distancia se transforma en una angustia mucho más compleja.

[…] El agua salía demasiado caliente ahora y era mejor terminar pronto la ducha y volver a la habitación. Sintió el sofoco. Pedían por el boleto estudiantil. Había caído en ese recuerdo. Diez adolescentes torturados. Por favor, gimió como si hubiera alguien que pudiera salvarla de ese testimonio oído en un juicio televisado, que ahora veía frente a ella. Otra vez el dolor en el bajo vientre le agarrotó los sentidos. […] Ya nada de lo que le ocurriera a ella podía ser peor que lo que pudiera ocurrirle a su bebé. Qué había hecho. Qué había hecho, por favor, que alguien le explicara cómo podía uno atreverse a traer al mundo a un hijo (pp. 20-21).

Vemos que es una reflexión que nace de una preocupación personal, la cual, con el recuerdo de la Noche de los Lápices (1976), cuando en los primeros meses de la dictadura militar en La Plata secuestraron y torturaron a estudiantes de secundaria (hecho histórico que recuerda los momentos más duros y tristes de la dictadura, la guerra sucia), pronto da un sentido mucho más amplio y una dimensión, una fuerza mucho mayor a ese miedo que se mezcla o en lo que se convierte el dolor de la herida que queda después del parto, la división corporal y la irremediable distancia que expresa de manera muy plástica la siguiente imagen: “Eran dos personas, dos vidas. Que se alejaban una de otra, como dos manos que se van soltando, sin querer, llevadas por la corriente de un río” (p. 19). Por un lado, lo que domina en toda la narración es la experiencia de estar dividida en ambos sentidos, físico y psíquico, pero por el otro lado el dolor concreto y personal cobra un sentido abstracto con la evocación del trágico hecho histórico de este pasado no vivido del que habla Elsa Drucaroff como algo determinante en la generación en cuestión y que en el texto aparece en la televisión, subrayando así su carácter transmitido, en sentido directo y figurado también.

La situación narrada por el texto concluye con una aproximación impulsiva, como un intento desesperado de compensar la distancia, la división y todo lo que puede ser su consecuencia: “cómo pude hacerte esto”- piensa. La madre abraza al bebé para “pedirle perdón” y por un momento “supo que podría seguir hasta que no hubiera más movimiento, hasta hacerlo desaparecer” (p. 21), como solución desesperada y como manifiesto físico de este acto de intentar deshacerse de lo abyecto que mencionamos al comienzo.

Esta angustia existencial como consecuencia de la herencia de un pasado que no permite construir un futuro libre de demonios parece que prosigue también en el caso de la segunda subgeneración de las de posdictadura. En el otro cuento que estudiamos, “Los viejitos” de Patricia Suárez, se evoca también la guerra sucia en Argentina. En este caso es el tema de los niños robados que constituye el trasfondo de la narración y la fuerza está justo en que esta protagonista-madre (niña robada), hasta cierto punto neurótica, parece no darse cuenta del trauma que habían vivido sus padres (y lo que indirectamente está viviendo ella también), ya que lo que a ella le preocupa es únicamente su bebé y lo que su cuerpo experimenta en esta relación física que la une con y la separa de su hijo.

En la introducción de la antología Elsa Drucaroff pregunta: “¿Qué hacer con la herencia? […] ¿Con los hijos ausentes o apropiados?” Su breve resumen del cuento de Patricia Suárez es el siguiente: “Para no admitir su verdadero origen, una puérpera desata una voz loca y extraña” (p. 12). Se trata del encuentro de una pareja, “los viejitos”, con una mujer que según las suposiciones (o algo más) del matrimonio mayor es su hija, robada de bebé durante la dictadura militar. Edit (u Ofelia, que era su nombre al nacer) se preocupa mucho más por su propio bebé que por la historia que los viejitos vienen a contarle y que parece que no le interesa en absoluto. Ella ya tiene su propia versión de lo que había pasado, lo inventó cuando todo parecía indicar que no la había parido la mujer que era su madre y que de hecho su padre no podía tener hijos. Hasta este punto el lector está en una incertidumbre perfecta, pero con esta información la narradora -esta vez intradiegética y de una voz marcadamente subjetiva- indica que probablemente la joven madre es hija biológica de los visitantes: “[…] me inventé lo del abandono en la puerta de la iglesia porque era más romántico, y porque uno tiene que contar algo sobre su pasado que lo complazca, si no, todo es demasiado penoso, la realidad es muy dura de soportar” (p. 87). Como si esta dura realidad estuviera todo el tiempo al límite de la consciencia y como si la casi locura de la protagonista-narradora sirviera justamente para protegerla, a ella y a su bebé, para que su historia pudiera tomar otro camino, en el que se puedan desvanecer las huellas del pasado. También en esta narración se expresa la experiencia de la maternidad a través del cuerpo, la relación madre-hijo se corporifica, podríamos decir:

Ocurrió que me descalcifiqué durante el embarazo y entonces empezaron a rompérseme los dientes y se me cayó el pelo. […] Era injusto: me cubría la cabeza con un pañuelo de seda amarilla que llamaba mucho la atención. […] Pero mi bebé era precioso. Mi bebé es precioso, decía yo, y tendrá una madre calva y desdentada (p. 83).

En el momento cuando ella se convierte en un lazo entre pasado y futuro empieza a sufrir físicamente por el esfuerzo de romper el continuo que supondría continuar con su herencia. También es llamativo cómo para proteger al bebé (otra vez tanto en un sentido directo como figurado) intenta alejar al pequeño de todo lo que no es ella:

Este bebé es mío. […] La vieja estiró la mano para acariciarlo, pero yo lo alejé: no me gusta que los extraños toquen a mi hijo, no lo permito. Tampoco me gusta que lo miren mucho, pero no puedo evitarlo. […] No quiero que mi bebé se dé cuenta del lío de locos en el que estoy metida (p. 84).

Hasta la mirada ajena le parece una amenaza, solo es bueno mientras son un solo cuerpo, mientras el bebé no sea otro. Hay un lazo que los sigue uniendo, pero la distancia incluso así le parece demasiado grande. La conclusión de la protagonista y el final de la narración verbalizan el deseo de una unión corporal durante mucho tiempo, mucho más de lo que permite el embarazo:

En realidad no me gusta que me vean con mi bebé, cómo se mueve cuando está conmigo, cómo agita sus manitos o sonríe, en definitiva, que vean el lazo que nos une. A veces pienso que, si pudiera desear algo todavía, desearía que él volviera a la panza, desearía que Dios nos hubiera hecho diferentes y que los bebés humanos pudieran estar dentro de la panza de la madre mucho tiempo, mucho, hasta que nacieran grandes, ya adultos (pp. 87-88).

El lazo, ese hilo invisible que une madre e hijo, es lo que tiene protagonismo en la novela corta de Samanta Schweblin donde la unión y separación de madres e hijos, cuerpos y almas se plantea en circunstancias extremas.

5. Cuerpos monstruosos en la posdictadura argentina (Samanta Schweblin: Distancia de rescate y Pedro Mairal: La uruguaya)

Distancia de rescate de Samanta Schweblin es, probablemente, el texto más conocido internacionalmente de los cuatro que estamos estudiando, es la primera novela (corta) de la autora, la historia de dos madres y dos hijos: uno, David, que es uno de los muchos niños que sufre una intoxicación al principio del libro (no de la narración, ya que se trata de un diálogo posterior en el que se mezclan los distintos momentos recordados y narrados) en un pueblo del campo argentino. En la novela no se explica qué es exactamente lo que causa las malformaciones en los niños ni lo que envenena a los personajes, pero en las críticas muchas veces se identifica el veneno del texto con el glifosato. La misma autora dice en una entrevista a la semana.com: “Todas las desgracias que nombro, abortos espontáneos, muertes por intoxicación, chicos con malformaciones, son cosas que pasan ahora mismo en muchas poblaciones que viven alrededor de los cultivos con fumigaciones de glifosato. No hay nada inventado en ese sentido” (Castaño Guzmán, 2016). De todas formas, no tiene que ser un herbicida en concreto para notar la denuncia de la contaminación del medio ambiente y para reconocer nuestros problemas ambientales. Carla, la madre de David, lo deja claro cuando explica la situación a la otra madre, Amanda, que va a pasar las vacaciones a este pueblo: “Eso pasa, Amanda, estamos en un campo rodeado de sembrados. Cada dos por tres alguno cae, y si se salva, igual queda raro. Los ves por la calle, cuando aprendés a reconocerlo te sorprende la cantidad que hay” (2014, p. 70), refiriéndose a los niños y jóvenes enfermos. Más tarde la misma Amanda, después de verlos por el pueblo los describe como “[…] chicos extraños. […] Chicos con deformaciones. No tienen pestañas, ni cejas, la piel es colorada, y escamosa también” (p. 108). La intoxicación convierte al hijo de Carla, David, en un monstruo, al menos es lo que confiesa la mujer a Amanda. Aunque no nació así, el mundo en el que vivimos y el amor maternal que insiste en la permanencia del hijo y mantener su cuerpo, su manifestación física, intacta, lo transforma en otro, en un sentido físico también, no solo abstracto. Después de que una curandera del pueblo hace una transmigración del alma del niño (ella sí es capaz de dividir lo indivisible) para que el pequeño pueda sobrevivir el efecto del veneno, Carla misma lo explica así: “Así que este es mi nuevo David. Este monstruo” (p. 34).

Sin embargo, la parte más citada de la novela es donde Amanda le explica a Carla lo que es “la distancia de rescate” que mantiene unido al hijo a la madre, un lazo, hilo que permite la no separación y que al mismo tiempo es la manifestación casi física del miedo y la preocupación maternales después de la división en los dos cuerpos: “Yo siempre pienso en el peor de los casos. […] Lo llamo distancia de rescate, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería” (p. 22). Pero al final la tragedia ocurre justo en un momento cuando la distancia física es mínima, Amanda y su hija, Nina, están sentadas una al lado de la otra cuando ambas se intoxican. En este sentido la división, la separación es inevitable y resulta que todo intento de alargar la unidad, la protección ante las vicisitudes y tragedias del mundo que la protagonista de “Los viejitos” solucionaría prolongando el embarazo durante largos años, está destinado a fracasar. Durante la conversación David le pregunta a Amanda:

¿Por qué las madres hacen eso? ¿Qué cosa? Lo de ir por delante de lo que podría ocurrir, lo de la distancia de rescate. Es porque tarde o temprano sucederá algo terrible (p. 89).

En este caso ya no es la sombra del pasado, ni los posibles males del mundo lo que causa la angustia, sino el mismo presente, el mundo actual (que por el otro lado también es consecuencia de un largo pasado). Amanda muere y Nina también es sometida a una transmigración, la dividen en dos partes porque no hay otra solución para que pueda sobrevivir. La Amanda moribunda explica lo que ocurre con el hilo cuando la distancia de rescate es demasiado corta, y es algo que otra vez sucede en el cuerpo, si pensábamos que el hilo era algo ficticio, imaginado o simbólico, ahora vemos que lo experimenta el cuerpo, es lo que le ocurre a la persona, a Amanda. La separación se manifiesta en un dolor físico insoportable que al mismo tiempo es un miedo incontrolable:

Y ahora el hilo, el hilo de la distancia de rescate. Sí. Es como si atara el estómago desde afuera. Lo aprieta. No te asustes. La ahorca, David. Va a cortarse. No, eso no puede ser. Eso no puede pasar con el hilo, porque yo soy la madre de Nina y Nina es mi hija. […] El hilo me va a partir el estómago. […] Ahora queda muy poco tiempo. ¿Me estoy muriendo? Sí. (pp. 116-117).

Y efectivamente, Amanda muere. En la novela de Samanta Schweblin se hace realidad la pesadilla de las protagonistas de los cuentos de la antología, después de haber sufrido la división de su propia carne, la distancia empieza a crecer y los hijos se convierten en monstruos, queda su cuerpo, pero es un cuerpo transformado, irremediablemente ajeno. Si aceptamos que el sujeto (el niño) es el cuerpo, las consecuencias son aún más trágicas, y las madres (y los padres) que quedan tienen que enfrentarse al cuidado de un futuro poco prometedor, más bien amenazador.

Pedro Mairal, en su novela La uruguaya también escribe sobre esa amenaza, pero en este caso, gracias a una perspectiva totalmente distinta, la distancia se vuelve hasta deseable (en plan irónico). En este caso el narrador-protagonista es un hombre y la paternidad no es el tema central de la historia, pero sí un elemento importante, hasta determinante de la identidad del protagonista. La novela cuenta la aventura amorosa de un escritor -autor del texto que está leyendo el lector- y que conduce al fin de la relación con su mujer. Añadimos la novela a esta pequeña lista de textos argentinos contemporáneos que tratan el tema de la maternidad/paternidad a través de lo corporal, y que a nuestro parecer expresan algo fundamental de los miedos y preocupaciones de esta generación, porque en algunos detalles encontramos los mismos elementos que veníamos analizando en los otros textos, pero al mismo tiempo ofrece una perspectiva distinta. El autor es de la misma generación, la de la posdictadura, es decir, las características resumidas al comienzo valen también en su caso, y por un lado así podemos ver que no se trata de una visión exclusivamente maternal, ya que el narrador-protagonista en este caso es el padre, y por el otro lado podemos ver algunos elementos y estrategias muy parecidos, en un texto completamente distinto en cuanto a su clase literaria.

En esta narración la metáfora del monstruo se refiere a la formación que nace de una pareja cuando empieza a ser una familia, y el lazo va a ser el hijo, pero no en el sentido romántico, sino como algo realmente asfixiante:

Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo. […] ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo, un ser binario con un solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea (2017, p. 9).

La ironía oculta la profundidad de las preocupaciones hasta cierto punto, sobre todo porque muchas veces el efecto humorístico claramente tiene prioridad para el autor. Las partes más auténticas e interesantes de la novela son aquellas donde la narración se suspende y el narrador explora y analiza sus relaciones personales, familiares, así como sus propios sentimientos. También en este caso aparece el miedo como emoción fundamental e incontrolable que se describe con el mismo estilo irónico y un tanto efectista, pero si le quitamos esa capa de humor que sin duda añade un toque divertido a la lectura, veremos que las preocupaciones riman perfectamente con las de los otros textos.

A veces también le tengo miedo a Maiko. Miedo a él. […] Lo veo avanzar con sus mocos, dice papá medio llorando, con esa burbuja de moco que se le hace en un agujerito de la nariz, viene hacia mí, es un estreptococo de noventa centímetros. Mi sangre, mi foquito infeccioso. Me mete jugando los dedos en la boca, la cuchara chupada para jugar a la comidita, me mata. Éramos un mismo cuerpo, porque era uno y trino el monstruo (pp. 44-45).

De la misma manera como en el caso de la otra novela, la trama aquí también se centra en un presente reconocible, y la experiencia de la paternidad es expresada con la ayuda de imágenes basadas en lo corporal: “es un estreptococo”, “mi sangre”, “éramos un mismo cuerpo”. Lo que revela esa angustia existencial -que veníamos observando en los otros textos también- es que esta vez el monstruo no es el hijo (como en la novela de Samanta Schweblin donde los hijos se convierten en monstruos debido a los efectos secundarios de los herbicidas o porque para salvarlos hace falta que pierdan parte de su identidad), sino esa unidad familiar tradicionalmente deseada de la que forma parte el narrador-protagonista también. Aquí todos son otros, de una identidad dividida. No hay, pues, explicación, o está oculta y para darle una interpretación una de las soluciones es leer la historia en el contexto que le da a la nueva narrativa argentina Elsa Drucaroff: “Sombras en pena que no logran enterrarse, pasiones derrotadas. Herencias de un pasado que estos escritores no vivieron, pero los marca, que aparece a veces explícitamente, muchas otras agazapado, aunque cuenten otra cosa” (2011, p. 295).

6. A modo de conclusión

Resumiendo, hemos visto cómo cuatro autores de la misma generación de la posdictadura argentina, que forman parte de la llamada nueva narrativa argentina, expresan mediante la experiencia de la maternidad/paternidad y las relaciones entre padres e hijos una ansiedad existencial, un temor que excede lo personal, que difícilmente se explica por sí y que se manifiesta de maneras distintas, pero siempre en lo físico, en lo corporal. Partimos del concepto de cuerpo considerado como condición esencial de la existencia humana y que, por lo tanto, es un recurso eficaz para exteriorizar lingüísticamente esos sucesos personales y al mismo tiempo colectivos. En los dos cuentos de la antología de Elsa Drucaroff, que consideramos una selección representativa, aparecen algunas alusiones que podemos interpretar como un deseo de romper con el pasado y empezar una cuenta nueva. Tanto en “Lo que ha comenzado” como en “Los viejitos” es el cuerpo de la madre el que se transforma y las conclusiones de las dos protagonistas son que este mundo no es un lugar idóneo para los bebés. En el segundo de los dos la transformación física es más grave, hasta evoca monstruosidad. En ambos casos hay un distanciamiento y son los hijos y la unidad familiar que se transforman y empiezan a asemejarse a un monstruo (concretamente o en un sentido abstracto).

Siempre consciente de que mi visión es una perspectiva desde fuera (y con el riesgo de atribuir una mayor importancia a los elementos reconocidos de la cultura en cuestión), podemos observar paralelismos convincentes si consideramos los resultados de las investigaciones de Elsa Drucaroff, especialista del tema y conocedora (desde dentro) de los autores de la generación de la posdictadura argentina:

La narrativa actual […] se interroga constantemente con la historia, el trauma de la dictadura retorna con horror, aunque se transforme y contamine con múltiples sentidos ajenos a él, es el efecto siniestro de una hybris heredada, casi a la manera de los hijos que en la tragedia griega saben que no tienen chance, están marcados por las transgresiones que no protagonizaron. Y como a esos hijos, los precios por la desgracia del ayer se les presentan de modos múltiples, no evidentes, mezcladas por sus propias pasiones y sus propios terrores y conflictos en los mundos imaginarios que escriben (2011, p. 293).

Volviendo a mi perspectiva, las cuatro narraciones parecen afirmar la presencia y el efecto de lo que nos llega con las noticias al continente europeo: aunque en estos textos concretos queden en segundo plano (o hasta no se pronuncien), una posible causa de los fenómenos estudiados es que las consecuencias de la dictadura, los traumas del siglo pasado son mucho más profundos e incalculables de lo que pensaríamos, incluso en el caso de esta generación que nació en aquellos años -o que era muy joven entonces-, porque son los padres de la próxima generación y quién sabe hasta dónde llegan las secuelas. Al mismo tiempo hemos podido ver también los problemas económicos y ecológicos actuales (“sus propios terrores y conflictos” -en palabras de Elsa Drucaroff) que intoxican, en sentido concreto o abstracto, y que pueden relacionarse con las emociones muchas veces contradictorias respecto a la maternidad/paternidad, pero no necesariamente por la experiencia personal, sino porque con el acto de dar vida (asegurar el futuro) al fin y al cabo servimos la misma sociedad, la misma humanidad compuesta por personas capaces de matarse entre ellas, de reproducir jerarquías, desigualdades y sistemas de poder inaceptables, de mantener un mundo en el que muchas veces domina un miedo y unas preocupaciones existenciales, donde, parafraseando a Judith Butler, los cuerpos que somos son tratados de maneras que no se sabe hasta qué punto importan.

Referencias

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Butler, J. (2017). Cossos que encara importen / Bodies that still matter. Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. [ Links ]

Castaño Guzmán, Á. (23 de mayo de 2016). Las desgracias que nombro pasan alrededor de los cultivos con glifosato. Semana. https://www.semana.com/libros/articulo/samanta-schweblin-distancia-de-rescate-literatura-argentina-entrevista/48848/Links ]

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Drucaroff, E. (2011). Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la posdictadura. Planeta. [ Links ]

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1 De la generación de autores sobre los que escribe la editora en la introducción véase también su monografía sobre el tema: Drucaroff, Elsa, Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura. Planeta, 2011.

2Las tres generaciones que distingue Elsa Drucaroff en la antología son: 1. De posdictadura 1 -los nacidos entre 1960 y 1970, 2. De posdictadura 2 -los nacidos entre 1970 y 1980, y 3. Una nueva generación que en el periodo de la publicación de la antología atraviesa su treintena y está comenzando a publicar.

Recibido: 02 de Mayo de 2022; Aprobado: 15 de Septiembre de 2022

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