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Cuyo

versión On-line ISSN 1853-3175

Cuyo vol.29 no.2 Mendoza dic. 2012

 

DOSSIER

 

Francisco Romero: cartas con intelectuales mexicanos

Francisco Romero: Letters with Mexican Intellectuals

 

Walter César Camargo1

Universidad Nacional de Cuyo

 


Resumen

Francisco Romero (Sevilla, 1891 - Buenos Aires, 1962) es una de las personalidades más significativas de América Latina. Sus escritos, su labor pedagógica, la difusión de su pensamiento y el intercambio epistolar con figuras de renombre internacional dan muestra de ello. En el trabajo nos detenemos en este último aspecto para comprobar su manifiesta intención de construir una red intelectual de filósofos en América Latina. También están presentes las inquietudes editoriales tanto de Romero, como de sus pares mexicanos. Asimismo hacemos hincapié en el tópico del exilio y la Guerra Civil Española (1936-1939) a través de las cartas que el autor argentino recibió de algunos refugiados en México. El análisis de esta fuente histórica nos permite ver el estado del campo intelectual (preferentemente filosófico) de la región en los años estudiados, al mismo tiempo que indica un panorama valioso del contexto histórico argentino y de América Latina.

Palabras clave: Francisco Romero; Redes epistolares; México, Intelectuales.

Abstract

Francisco Romero (Seville, 1891 - Buenos Aires, 1962) is one of the most significant intellectuals in Latin America. His writings, his teaching, the dissemination of his thought, and the exchange of letters with internationally renowned figures are evidence of his legacy. In this paper we focus on this last aspect to prove the manifest intent of building an intellectual network of philosophers in Latin America. The editorial concerns of both Romero as well as his Mexican counterparts are present. We also focus on the topic of exile and the Spanish Civil War (1936-1939), through the letters that the Argentine author received from refugees in Mexico. The analysis of this historical source shows the state of the intellectual field (preferably philosophical) of the region in the period studied, at the same time that it provides a valuable overview of the historical context in Argentina and Latin America.

Keywords: Francisco Romero; Epistolary Network; Mexico; Intellectuals.


 

Introducción

La correspondencia entre Francisco Romero y algunas figuras mexicanas fue activa y permanente a partir de la década del cuarenta y se mantuvo hasta el año en que el autor murió, como fueron las cartas de Jesús Silva Herzog y Eduardo García Máynez, fechadas el 24 de enero y el 27 de junio de 1962, respectivamente.

Destacamos la heterogeneidad de las personalidades con las que mantuvo contacto. En primer lugar debemos señalar a Lucio Mendieta y Núñez (México, 1895-1983), Eduardo García Máynez (México, 1908-1993), Francisco Larroyo (México, 1908-1981, Jesús Silva Herzog (México, 1892-1985), Antonio Gómez Robledo (México, 1908-1994, Agustín Basave Fernández del Valle (México, 1923-2006), y Alfonso Reyes (México, 1889-1959)2. No abordamos en esta oportunidad las cartas que mantuvo con José Gaos y con Leopoldo Zea por ser dignas de una consideración especial.

Se trata de prestigiosas figuras de la cultura mexicana con quienes Romero compartió inquietudes intelectuales. Mendieta y Núñez es considerado el fundador de las instituciones sociológicas en México y era Director del Instituto de Investigaciones Sociales cuando se escribió con Romero. García Máynez fue jurista, filósofo del Derecho, miembro del Colegio Nacional y director del Centro de Estudios Filosóficos de la UNAM. En tanto que Basave Fernández del Valle era presidente del Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo León y de la Sociedad de Filosofía de Monterrey. Gómez Robledo era un reconocido filósofo que perteneció al Colegio de México, con formación jurídica y filosófica, además de ser miembro del Servicio Exterior de su país, y Francisco Larroyo era doctor en Filosofía por la UNAM y un referente de la filosofía mexicana de mediados del siglo XX. Por último, Alfonso Reyes era una de las figuras más relevantes de las letras mexicanas y su ascendente irradiaba en varios campos de la cultura de ese país.

En segundo lugar contamos con las cartas mantenidas con Adolfo Menéndez Samará (España, 1906-México, 1953), Eduardo Nicol (Barcelona, España, 1907-México, 1990), Eugenio Ímaz (San Sebastián, España, 1900-México, 1951), José Medina Echavarría (Castellón de la Plana, España, 1903-México, 1977) y Arnaldo Orfila Reynal (La Plata, Argentina, 1897-México, 1997). Los cuatro primeros emigraron de España por la Guerra Civil (1936-1939), en tanto que el último dejó la Argentina para suceder a Daniel Cosío Villegas en la dirección de la Editorial Fondo de Cultura Económica en el año 19483.

El estilo de Romero en las comunicaciones estudiadas, en un necesario recorte, es ameno y formal. El temario es diverso y comprende aspectos de índole intelectual. También hay referencias personales, pero principalmente hay cartas donde queda manifiesta su intención de construir una red intelectual en América Latina. También están presentes las inquietudes editoriales tanto de Romero, como de sus corresponsales, por lo cual estas cartas nos permiten ver el estado del campo intelectual (preferentemente filosófico) de la región en los años estudiados, al mismo tiempo que le otorgan al investigador un panorama valioso del contexto histórico argentino y de América Latina.

1. La construcción del yo romeriano

El epistolario de un escritor es parte importante de la obra. Si se trata de un pensador, permite precisar situaciones ignoradas de su biografía, y a veces es posible, al conocer sus cartas, establecer el origen o el momento en el que surgieron algunas de sus ideas, o bien explicar su nacimiento o relaciones con otros pensadores de su época.

La correspondencia entre intelectuales constituye un sistema de conexiones entre individuos o entidades sociales interdependientes por diversas vías y medios. A su vez son parte de la vida privada del autor. Son las opiniones vertidas por un escritor, destinadas a un receptor en concreto. Tocan temas concernientes a alguna problemática de la que participan lector y emisor. Son esporádicas en el tiempo -algunas tienen continuidad- y por sí mismas fragmentarias. Lo personal, lo contextual, lo conceptual, lo estético, etcétera, pueden ser objeto de exposición y tratamiento (Romera Castillo, J. 1981, 53).

Por tal motivo, para José Romero Castilla las cartas poseen una esencia que reside en ser una escritura complementaria, una literatura menor si se quiere, que un emisor envía a un receptor determinado para darle cuenta de informaciones personales, juicios sobre determinados acontecimientos y opiniones sobre su propia creación o la ajena. Romero escribe allí sobre temas filosóficos, editoriales y teóricos, pero al mismo tiempo relata asuntos políticos y personales, cuya inclusión no es azarosa, sino que responde a una intencionalidad. Selecciona detalles por distintos motivos: por un lado, intenta justificar su conducta personal ante la vida, la familia o la sociedad; en tanto que en otras ocasiones cumple una función informativa, pues sabe que ayudarán al receptor a comprender el rumbo intelectual y político seguido (especialmente si este desconoce su trayectoria vital).

El procedimiento es también un artificio literario que tiene en cuenta el "pacto autobiográfico", como lo plantea Philippe Lejeune (1991)4, pues el lector sabe que el destinatario de las cartas -y sus respuestas, si las hay- es el mismo autor. La forma epistolar posee las idénticas posibilidades que el monólogo, pues el lector está en contacto con los personajes, pero con la limitación de que puede no ser el pensamiento mismo de estos, sino que, de alguna manera, es una selección que el personaje hace: es el pensamiento que quiere transmitir al destinatario de las cartas (Román Gutiérrez, I. 1988, 58-59). De modo que el conocimiento de las cartas escritas por un autor nos lleva a la posibilidad de una mejor comprensión de sus motivaciones y a la valoración más exacta de su trabajo intelectual, pues este se cumple a lo largo de una vida y las cartas muchas veces suelen acompañar, en forma paralela, ese trabajo, de manera que pueden aportar elementos importantes para su mejor estudio.

El epistolario de Romero con personalidades residentes en México permite seguir la existencia y en buena medida el pensamiento del filósofo argentino. Aporta información valiosa sobre su persona, su actividad de docencia universitaria y, lo más importante, sobre su pensamiento filosófico-político (Rangel Guerra, A. 1999, Prólogo).

Así, por ejemplo, en la carta que envía a Jesús Silva Herzog el 16 de abril de 1954 Romero le explica por qué no había podido cumplir en tiempo y forma con el pedido de envío de un artículo a México para la Revista Cuadernos Americanos. Aducía que había cuidado por tres meses a un familiar enfermo, lo que lo había alejado de sus obligaciones intelectuales (16 de abril de 1954).

También se excusa por cuestiones familiares cuando debe rechazar una invitación para visitar México. Explicaba a Eduardo García Máynez que tenía hijos pequeños, de seis a un año y medio. "Para mí no hay sino mi trabajo y mi familia, con una relación familiar sumamente estrecha, y no concibo un alejamiento que vaya más allá de tres o cuatro días" (16 de diciembre de 1942). Justifica no haber recibido por cuestiones personales a Adolfo Menéndez Samará cuando visitó la Argentina. Argumentaba que se encontraba alejado de la capital en ese momento, pues vivía "[...] en un pequeño pueblo de los alrededores de Buenos Aires, a veinticinco minutos de tren, y me ilusiono con vivir en el campo", a lo que agregaba: "me aíslo sistemáticamente, salvo en lo concerniente a mi trabajo y a las amistades más cercanas" (6 de diciembre de 1940).

En estos casos el pensador argentino intentaba disculparse por alguna conducta que creía provocaría una reacción negativa en sus interlocutores. Romero tuvo opción de no referirse a estos temas, dejarlos pasar de modo intrascendente, sin embargo, prefirió dar explicaciones. Con lo cual, creemos, manifiesta una preocupación inmediata por mantener la amistad de esas personas, pero al mismo tiempo, siente la necesidad de clarificar su imagen. Ello, probablemente, porque sus destinatarios podían dar cuenta de sus disculpas en los círculos intelectuales que frecuentaban o, posteriormente, cuando sus cartas fueran leídas y formaran parte de los documentos a través de los cuales se estudiaría su obra, pero esto es una conjetura nuestra.

Es interesante igualmente analizar el papel que juega la intimidad en la comunicación entre Romero y los autores aquí tratados. En este caso también la investigación soporta más de un tipo de análisis. Es evidente la relación de cercanía que podemos identificar entre el argentino y algunos intelectuales aztecas, previa a la comunicación epistolar. Alfonso Reyes, por ejemplo, recuerda en "Carta a una Sombra" la proximidad que construyeron cuando estuvo en la Argentina, pues es dable recordar que fue embajador entre 1927 y 1930 (Reyes, A. 1989, 22: 365-369).

Sin embargo, están presentes también temas personales en cartas donde los destinatarios iniciaban o no tenían una relación cercana con el filósofo. Es evidente que en esos casos Romero intentó forjar vínculos personales con ellos, buscar romper con la formalidad de una comunicación a la distancia. Por eso, entre las líneas que escribió relató aspectos de su vida personal. Así lo reconocía en una extensa carta que envió a Adolfo Menéndez Samará al afirmar: "[...] cuando se está tan lejos, no es posible la comunicación sin conocerse". Por tal motivo comenta una faceta suya que creyó necesaria dar a conocer a su interlocutor: su condición de militar y la transición que efectuó hacia la vida académica. Le decía al filósofo mexicano: "[...] no sé si le comuniqué algún dato más personal: se lo digo, por si acaso. Yo soy de profesión militar". Aclaraba luego que, aunque su vocación filosófica había sido muy temprana y resuelta, hizo la carrera militar "[...] con gusto y hasta con brillo, desempeñando puestos importantes, hasta de director de una escuela militar técnica".

No obstante ello, Romero le relata cómo se acercó a la filosofía y el conflicto emocional que le significó abandonar sus labores castrenses. Allí recuerda que en su trato con Alejandro Korn, este propuso que debía ser su sucesor, y trabajó en ello para convencerlo. Relata que al principio alternó la docencia con las obligaciones militares; era capitán y lo habían designado suplente e interino en Filosofía, tanto en la Universidad de Buenos Aires, como en la Universidad de La Plata, aunque reconocía que "casi a mi pesar, y sin que yo pensara abandonar las filas".

Al poco tiempo le propusieron ser titular, por jubilación de Korn. Entonces, jefes y amigos militares se empeñaron en que no abandonara las Fuerzas Armadas, ofreciéndole facilidades y tiempo para la lectura. No obstante ello, le explicaba que si iba a dedicarse a la docencia universitaria sería para consagrarse en adelante a ella con exclusividad: "después de mucho reflexionar, me retiré del Ejército, con mucho pesar". Por último, expresaba que, aunque estaba "muy satisfecho" de su nueva vida y había tenido:

[...] más éxitos de los que imaginara nunca, siempre me duele mi alejamiento de una profesión que forma hábito, que amé mucho y en la que en realidad me he formado [...]. La confraternidad militar, una de esa cosas que no conoce sino quien la ha vivido, es para mí algo irremplazable. Y ello es uno de los sacrificios mayores, más doloroso, que he hecho en filosofía (25 de abril de 1940).

En esta carta es donde aparece con mayor fuerza el yo íntimo. En el resto de las fuentes epistolares analizadas, Romero se circunscribe a ofrecer datos académicos, intercambio de libros, folletos, etc. Sin embargo, cuando relata cómo eligió finalmente el camino de las ideas filosóficas es donde encontramos una pluma más personal. Probablemente sospechaba que su epistolario iba a ser leído públicamente, por lo cual escribió pensando en un destinatario más amplio, pero quizá también indirectamente lo hizo teniendo presente a quienes podían llegar a leer las carta en un futuro próximo (paradestinatario), justificando, de ese modo, su conducta hasta dar paso al intelectual (Verón, E. 1987, 16-17). Romero da forma a la construcción de un yo, pero conserva la disciplina y formación castrense, utilizadas en esta nueva orientación profesional.

Otro tema significativo que encontramos en este intercambio epistolar son las menciones sobre la política argentina. Como se sabe, Romero fue opositor al gobierno peronista y, por ejemplo, no asistió al Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949, realizado en la provincia de Mendoza. El evento debe enmarcarse en la dicotomía peronismo-antiperonismo, propia de aquellos años, a la que la Universidad no escapó. (Roig, A. et al., 2004, 307). El motivo principal del conflicto fue ideológico. Coriolano Alberini, al aceptar dirigir la organización, reconocía la valía del gobierno. Por el contrario, había un sector de filósofos con ideas socialistas y comunistas, o que simplemente rechazaban a Perón porque no acordaban con sus ideas y forma de gobierno, que no asistió al Congreso. Sus representantes más significativos fueron discípulos de Alejandro Korn, destacándose entre ellos Francisco Romero (ibid., 314).

Previamente el filósofo argentino había renunciado a las cátedras en Universidades públicas durante ese periodo, por motivos que él mismo recordó: "[...] el peronismo había cometido una serie de tropelías en la universidad, el gobierno nos quiere obligar a que cantemos el himno peronista todas las mañanas en el patio de la Facultad. Me negué rotundamente y renuncié" (Ardao et al., 1983, 139).

A partir de ese momento su vida cambió, pues debió recurrir a diversas actividades para sobrevivir y no pudo sostener su producción intelectual con el mismo ritmo. A Jesús Silva Herzog le comentaba en julio de 1952 sobre los inconvenientes que se le presentaban para enviar un artículo a la revista Cuadernos Americanos. Además, en esa carta, ponía de manifiesto su situación académica luego del alejamiento del ámbito universitario: "[...] varias veces proyecto prepararle algún trabajo, pero se me acumularon las obligaciones y tuve que ir postergando el propósito; este oficio de profesor por propia cuenta es muy atareado por lo mismo que escasamente remunerativo [...]" (5 de julio de 1952).

La llegada del peronismo y las consecuencias que provocaron sobre su situación académica, no hicieron sino acentuar una preocupación que el autor ya había expresado desde la década anterior: el tiempo insuficiente que tenía para lograr una producción académica acorde con sus exigencias. En 1940 le escribía a García Máynez que la actividad docente: "[...] me ocupa mucho tiempo, no sólo por las clases propiamente dichas, sino también por el trabajo personal con alumnos y exalumnos que quedan trabajando a mi lado, labor ésta cuyos resultados a veces insospechados me anima a consagrarle toda atención" (21 de mayo de 1940).

El tema de la falta de tiempo para cumplir con los requerimientos y pedidos que le hacían fue repetido. Al año siguiente le decía al mismo autor que tenía una "crónica carencia de tiempo". Las causas principales que esgrimía eran la Biblioteca Filosófica y la Cátedra Alejandro Korn. Intentaba, de algún modo, explicar lo que creyó era una insuficiente producción científica.

Romero, como decimos, fue una las figuras intelectuales más significativas enfrentadas con el peronismo y actuó dentro de grupos que elaboraron documentos críticos, además de integrar corporaciones que los reunían, como la Asociación Cultural Argentina para la Defensa y la Superación de Mayo-ASCUA y la Revista Sur, dirigida, como sabemos, por Victoria Ocampo. Su posición militante y la intolerancia oficial provocaron que fuera detenido, acusado de rebeldía (ibid., 52 y 139). Así, su epistolario, reflejo de su itinerario vital e intelectual, es una fuente esencial para recoger su alineamiento y las dificultades que manifiesta tener. Destacamos aquélla en la que intercambió opiniones con Alfonso Reyes donde le respondía por lo dicho en la mencionada "Carta a una Sombra", que se difundiera en setiembre de 1953. En ese texto Reyes lamentaba "[...] los incendios mediocres de bibliotecas y galerías de arte, contra las cortapisas a la cátedra, al libro, la prensa o la libertad de pensamiento en todas sus formas" en la Argentina. Asimismo, se solidarizaba con algunos intelectuales argentinos, como Alfredo Palacios, Roberto Giusti y el mismo Romero -entre otros- por sus detenciones políticas. Respecto de este último dirá: "Francisco Romero, el filósofo, una de las más claras luminarias de la mente hispanoamericana y sin dudas uno de los hombres más puros".

En ese diálogo imaginario que mantiene Reyes con Pedro Henríquez Ureña, exaltaba la figura del pensador argentino, con quien ambos intercambiaron sus puntos de vista en la década del veinte, cuando se encontraban en la Argentina5. A partir de entonces forjaron una amistad que se mantuvo largamente. Decía Reyes, refiriéndose al peronismo, que se "[...] echó sobre cada uno de nosotros el Leviatán de Hobbes" o que era la lucha "[...] del individuo contra el Estado", especialmente cuando este adoptaba la forma de "la tiranía estatal" (ibid.).

Romero, luego de agradecer las palabras del mexicano, comentaba su situación en el momento:

[...] el episodio porque hemos pasado ha sido una experiencia más, y (¿por qué no decirlo a tan excepcional amigo?) la seguridad de no haber salido de él disminuido. Estamos, como usted tan bien dice, en una especie de laberinto cretense; lo importante es que no perdamos ese hilo salvador, que cada uno sólo puede mantener si lo ata en el eje céntrico y vertical de su espíritu (10 de noviembre de 1953).

Además, le decía al escritor mexicano que le ayudaban a superar momentos difíciles "[...] sentir esa fraternidad que muchas veces existe, pero se anula en sus efectos por distante y silenciosa, y que usted, con sus palabras, sabe hacer presente y noblemente resonante (10 de noviembre de 1953).

Romero celebró la caída de Perón por un golpe de Estado y volvió a la Universidad cuando ello aconteció, con su grupo más cercano. Un par de años después reflexionaba sobre la Argentina pos-peronista en la carta que envía el 13 de enero de 1957 al director de Cuadernos Americanos, Jesús Silva Herzog: "[...] las cosas aquí se desenvuelven bien, aunque con los previsibles tropiezos después del desbarajuste de 12 años. El gobierno se ve jaqueado por diferentes fuerzas empeñadas en desacreditarle a él y a la Revolución Libertadora". Agregaba: "[...] la postura legítima y acertada, en mi opinión, es la que han adoptado dos partidos políticos de línea tan inequívoca en lo ético y lo cívico como el socialista y el Demócrata Progresista (el fundado por el gran Lisandro de la Torre); apoyo y adhesión al gobierno en general, y crítica constructiva en sus parciales errores". Alababa al régimen surgido luego de 1955, pues creía que el gobierno de la "Revolución" les había asegurado a los argentinos la Ley 1.420 de educación común, así como la autonomía universitaria, conseguida en esos años. Sin embargo, aclaraba que se detenía en su argumentación política, pues reconocía que el tema era muy largo y difícil de explicar en unas pocas líneas (13 de enero de 1957).

También en sus cartas detallaba sus ocupaciones en la Universidad. Decía que de sus cursos, el que le permitía una labor más interesante era el de la Universidad de La Plata (Filosofía Contemporánea) por ser de doctorado y de asistencia limitada (10 o 12 inscriptos). La mitad de los alumnos habían sido formados por Romero, lo que permitía encarar el curso en "el libre tenor de una indagación". Además, narraba que, aparte de sus tres cursos regulares, daba uno en el Colegio Libre de Estudios Superiores, "institución privada muy original e interesante", de cuya dirección técnica era miembro. También relataba que por año daba algunas conferencias o cursillos en otras partes del país, como por ejemplo, en la ciudad de Rosario.

Romero participaba de otras tareas y reconocía que le llegaban innumerables invitaciones, sin embargo elegía aquellas que le interesaban de acuerdo con sus propósitos. En este aspecto destacaba su participación en la Revista Sur, a cuya directora describía como "una mujer excepcional". Igualmente mencionaba que le agradaba publicar en el periódico La Nacióny que era miembro de instituciones, como la Academia de Ciencias de Buenos Aires o el Instituto Argentino de Filosofía Jurídica y Social, entre otros. A su vez, afirmaba que era miembro del Consejo Superior de la Universidad de La Plata. También se refería a su inserción en asociaciones científicas de prestigio mundial, como la Gesellschaft Philosophie (Belgrado-Birmingham), heredera de la Kant-Gesellschaft, en la cual integraba la mesa directiva. Asimismo era corresponsal para América Latina de la revista bibliográfica Philosophic Abstracts (New York).

2. Labor editorial

Una de las actividades que mayores obligaciones le significaron a Romero fue el compromiso asumido con la Editorial Losada para crear la Biblioteca Filosófica. Desde 1938, y en las décadas del cuarenta y cincuenta, bajo su dirección, la misma logró (y se mantuvo en forma ininterrumpida) ser un referente de consulta en el campo de la filosofía. Losada, desde su fundación, pensó en un público interesado en la filosofía, por lo que la colección fue conformando un corpus de avanzada para la época, sobre esta especialidad.

Romero en varias oportunidades expresó las horas que le ocupaba este compromiso. En 1940 le avisaba a García Máynez que casi no tenía tiempo para escribir artículos debido a esta tarea y calculaba que esa situación se mantendría, "[...] hasta tanto no se supere la etapa difícil de la creación y organización" de la Cátedra Alejandro Korn (21 de mayo de 1940). Al poco tiempo le repetía a Lucio Mendieta y Núñez el mismo concepto: "[...] representa un enorme trabajo, que ha venido a sumarse al ya excesivo que pesaba sobre mí" (14 de mayo de 1940). La reiteración de este tópico en sus cartas denota que fue una preocupación recurrente. Reconocía que le dedicaba gran parte de sus esfuerzos, pues estaba expectante de los resultados. En la carta precisaba que aspiraba a que la "Biblioteca" llegara a ser el instrumento filosófico que exigía la conciencia americana, y para ello no omitía la dedicación que le demandaba [ibid.].

El tema está presente también en el intercambio epistolar con Adolfo Menéndez Samará por la misma época. La labor proyectada era muy grande y tenía incertidumbres sobre su futuro. A su vez, reconocía que se trataba de una tarea conjunta en la que él sólo era un elemento, pues para el éxito del proyecto era necesario "[...] contar con el apoyo de los estudiosos de filosofía sin el cual esta máquina que tanto trabajo me da se vendría al suelo" (25 de abril de 1940). Le exponía los resultados parciales de su labor: para 1940, se habían publicado 12 volúmenes y otros 3 estaban en prensa. Comentaba que esa "Biblioteca" estaba concebida como un vasto intento de cooperación americana. Además, resaltaba que el editor le dejaba las manos libres, con lo cual podría hacer muchas cosas que no estaban al alcance de las editoriales movidas únicamente por el incentivo comercial: "[...] ninguna vez me ha preguntado [Losada] sobre las probabilidades de venta de lo que yo elijo y ni siquiera sabe con precisión lo que me propongo hacer" [ibid.].

Su labor al frente de la misma fue reconocida por sus contemporáneos mexicanos. Menéndez Samará le decía que le habían llegado varios números de la Biblioteca Filosófica de Losada y había comprendido que la labor de Romero, como principal animador de ella, era muy importante:

[...] pero ahora caigo en que supera mucho su esfuerzo real de lo que me había figurado, pues por encima de la simple labor editorial están sus aspiraciones de pedagogo y maestro, que quiere entregar a la juventud un acervo doctrinario, clásico, del pensamiento universal.

Esto último es lo que hacía más valiosa su actividad si se la comparaba con los directores de otras bibliotecas filosóficas que, o bien, se preocupaban nada más que del éxito de librería o desarrollaban una cierta política filosófica (México, D. F. 25 de marzo de 1940).

3. Redes en América Latina

También destacamos en el intercambio entre Romero y los intelectuales mexicanos el tópico de la construcción de redes intelectuales. Al respecto debemos mencionar que la correspondencia constituye un sistema de conexiones entre individuos o entidades sociales interdependientes, por diversas vías y medios. El concepto de red ha sido atractivo para un gran número de investigadores sociales, quienes lo utilizan como imagen metafórica o como modelo, para diferenciarlo de la perspectiva de quienes centran sus análisis en individuos (Devés V., E. et al., 2008, 452-454).

Romero era consciente de la necesidad de conformar redes intelectuales entre los filósofos de América Latina. A García Máynez le escribía: "Uno de los signos de la vitalidad y autenticidad del movimiento filosófico que en nuestros países se inicia es este afán de cada uno de buscar trato y conexión con quienes practican los mismos estudios" (21 de mayo de 1940).

El filósofo argentino comprendía que estrechar vínculos entre los pensadores de la región era una necesidad y quedaba una vasta tarea por realizar. Por eso, al mismo García Máynez le escribía: "La situación de nuestros estudios en filosofía y afines me parece inadecuada. Hay ya una masa de producción valiosa por el mérito y el volumen, pero nadie conoce a nadie, y muchos esfuerzos felices se pierden en la ineficacia". Para revertir esa situación le decía que se le había ocurrido ayudar en la medida de sus fuerzas y, solicitando el auxilio de todos, crear un centro de intercambio e información: "[...] abriremos legajo para cada estudioso activo en estas materias (profesor o publicista) y después por varios medios ya planeados pondremos en marcha esta máquina", ante lo cual pedía auxilio de los filósofos de los demás países de América Latina. Necesitaba que le mandasen informes con todos los datos que le concernían a cada pensador. Así, le solicitaba a García Máynez, que informase de esa idea a los filósofos mexicanos que conociera (28 de agosto de 1940). Algo similar le requería a Adolfo Menéndez Samará en su carta del 23 de octubre de 1940: "Le ruego me mande su ficha docente y bibliográfica completa para un archivo de la Filosofía en América que empezamos a reunir, con fines de información e intercambio. Recibirá muy pronto el prospecto y entonces acaso se le ocurra manera de ayudarnos más ampliamente".

Para lograr este objetivo, le expresaba a García Máynez que para asegurar estabilidad y continuidad a la empresa, la iba a sustraer de los vaivenes burocráticos, inevitables en las instituciones oficiales, por lo cual funcionaría en el Colegio Libre de Estudios Superiores, "[...] institución privada ejemplar a cuyo directorio pertenezco, de mucho prestigio y acción, y cuyo absoluto desinterés la pone por ventura a cubierto de ambiciones y riesgos" (28 de agosto de 1940). Se trataba de la creación de la Cátedra Alejandro Korn, ya mencionada.

En realidad lo escrito por Romero era la respuesta a una petición previa que le había hecho el autor mexicano, donde le solicitaba que le enviara "[...] las direcciones de algunos Profesores Sud-americanos de Filosofía, a fin de que les remita algunos trabajos y revistas. Me interesa principalmente conocer los nombres de los profesores argentinos de Filosofía del Derecho" (México, D. F. 10 de abril de 1940). Por su parte, Menéndez Samará en una fecha cercana le requería algo similar:

Me permitiría suplicarle [...] que me diese noticias de usted, hasta donde fuese posible con cierto detalle, así como de los principales estudiosos de la Filosofía en esa nación, pues la ignorancia nuestra por el pensamiento argentino es más grande que, quizás, de otros pueblos y continentes, pese a los esfuerzos que se han venido realizando en los últimos tiempos para acercar a México y la América del Sur.

Por mi parte le envío, en hojas aparte, unas breves fichas bio-bibliográficas de algunos compañeros, casi con seguridad los principales. Si logro de ellos algunas de sus publicaciones también se las enviaré (México, D.F. 25 de marzo de 1940).

Con lo cual confirmamos que la necesidad de conocer la actividad filosófica y los nombres de los pensadores del resto del Continente no fue una idea aislada del pensador argentino, sino un requerimiento propio del campo intelectual de América Latina en el segundo cuarto del siglo XX.

La construcción de redes intelectuales en esos años comprendió principalmente la tarea de conocer la nómina de pensadores de los demás países y darle difusión al envío de artículos y libros que se intercambiaron, para conocer el estado de los temas filosóficos en otros lugares. Esa labor Romero la realizó especialmente desde la Cátedra Alejandro Korn. Así lo confirma su carta al director de la Facultad de Filosofía mexicana en 1941, el mencionado García Máynez: "[...] se han hecho ya muchos repartos, y en parte importante de los materiales remitidos por ustedes". Luego agregaba: "[...] queremos también distribuir en estos periódicos repartos informativos prospectos individuales de los libros filosóficos que vayan saliendo (o han salido no ha mucho). Téngalo en cuenta y le ruego lo haga saber ahí". Para lo cual le solicitaba al mexicano, en primer lugar, la nómina de profesores de la Facultad en Filosofía y materias afines (Psicología, Sociología, etc.), con especificación de la cátedra a la que pertenecían y si eran titulares, suplentes, etc.; y también la nómina de los miembros del Centro de Estudios Filosóficos, con domicilio. Asimismo le pedía que le enviara una colección de programas, planes y disposiciones de todo orden de la Facultad de Filosofía (30 de noviembre de 1941).

En las cartas leídas el intercambio de información de autores fue notorio y refleja una intensa actividad intelectual. El mismo Romero le expresaba a Mendieta Núñez: "[...] voy tomando conocimiento de la notable actividad filosófica que ahí se desarrolla, y logrando relación con sus más destacados representantes" (24 de marzo de 1941).

Además de la nómina de pensadores, observamos un intercambio de libros que son comentados por Romero y los filósofos mexicanos. Este es el caso de Filosofía del Quijote: un estudio de antropología sociológica, de Agustín Basave Fernández del Valle, que en carta del 26 de febrero de 1959 le anuncia el envío del libro, o de Exposición y crítica del personalismo espiritualista de nuestro tiempo: misiva a Francisco Romero a propósito de su Filosofía de la persona, de Francisco Larroyo, a quien en carta del 3 de abril de 1941, Romero le agradece lo remitido, sin entrar en los detalles críticos hechos por el mexicano en la publicación, por citar algunos ejemplos. También se mencionan en reiteradas ocasiones las colaboraciones de Romero y otros pensadores en las revistas científicas de la época. Con lo cual apreciamos un intercambio bibliográfico asiduo, que facilitó, dentro del campo cultural de entonces, la formación de las mencionadas redes.

Por último, queremos destacar que tanto los autores mexicanos, como Romero, cumplieron con el pedido de sus colegas y en diferentes cartas ofrecieron listados de los pensadores de renombre, es decir, aquellos que debían ser tenidos en cuenta al momento de configurar las redes, con lo cual estaban conformando también un canon. Así, por ejemplo, Mendieta y Núñez lo hizo con los mexicanos cuando decía: "[...] son varias las personas, muy distinguidas en el mundo intelectual, que se dedican en México a la enseñanza de la filosofía y especulaciones filosóficas". En primer lugar situaba a Antonio Caso, quien "[...] ha publicado varios libros que seguramente usted ya conoce". Luego mencionaba a García Máynez, "[...] joven intelectual, actualmente Director de la Facultad de Filosofía y Letras, ha escrito también algunas obras sobre filosofía". A continuación se refería a Francisco Larroyo, "[...] autor igualmente de importantes estudios sobre la materia", y, por último, a Samuel Ramos (1897-1959), aunque aclaraba que existían "[...] otros muchos intelectuales, principalmente españoles que por circunstancias políticas se han venido a radicar en México, y están publicando con frecuencia estudios en las Revistas y libros de carácter filosófico" (México D. F. 13 de febrero de 1941).

En tanto, Romero cumplía tarea similar respecto de los intelectuales argentinos. Decía a Menéndez Samará: Ángel Vassallo (1902-1978) y Carlos Astrada (1894-1970) "[...] son dos cabezas sólidas y dos vocaciones resueltas; ambos más jóvenes que yo". Agregaba que reconocía a Eugenio Pucciarelli (1907-1995) y a Aníbal Sánchez Reulet (1910-1998), "[...] formados a mi lado, inteligentes y muy capaces: ambos profesores desde hace poco en la Universidad de Tucumán", donde también enseñaba Risieri Frondizi (1910-1985), "[...] que igualmente trabajó a mi lado algún tiempo, menos brillante pero tenaz y estudioso". Fuera de las Universidades consideraba que existían dos personalidades filosóficas "muy vigorosas": José Corts Grau (1905-1995) y Alberto Rougès (1880-1945). "Grau (admírese) es gerente de una gran institución comercial; Rougès es propietario de un ingenio azucarero; los dos altos espíritus, un tanto solitarios" (25 de abril de 1940).

4. El exilio español

El tema del exilio político ha sido abordado en diferentes trabajos que han enriquecido el campo de estudio en América Latina. Como dice Egon Schwarz, "el exilio y el destierro han existido siempre". Basta con recordar las lamentaciones elegíacas de Ovidio, el amargo orgullo de Dante, el odio desdeñoso de Unamuno, como ejemplos de los diferentes estados anímicos del emigrante. Destaca, también, que a partir de los trastornos producidos por la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, clases sociales enteras perdieron su patria (Schwarz, E. 1999, 13).

En la correspondencia analizada entre Romero y los exiliados españoles que vivían en México, fue un tópico recurrente. Además de comentarios sobre sus sensaciones personales (como fue el caso de Ímaz) e intelectuales (como el caso de Nicol), libros, precisiones editoriales e intercambio de información sobre autores, los pensadores españoles se refirieron a su condición política.

Se ha explicado la relación directa que existe entre exilio y sensación de pérdida que tiene quien ha abandonado su país, a propósito de la Guerra Civil en España: "La primera experiencia inmediata de quien ha sido desterrado es la de haberlo perdido todo, lo cual desencadena el ensimismamiento, la conciencia del despojo y el refugio en lo espiritual". En general, las pérdidas que consideran más comunes los exiliados son: la lengua, el espacio, el tiempo y, por último, el sitio donde morir (Puceiro, E. 1999, 37 y ss).

Eduardo Nicol expresa esa sensación de pérdida y extrañamiento cuando le escribe a Romero luego de un tiempo extenso en el exilio que:

En todo caso, aunque hemos penetrado mucho en México, a través de las amistades personales y de las instituciones, nuestra existencia aquí no deja de ser un paréntesis. Es imposible que hagamos aquí las cosas que hubiéramos podido hacer en España; y la dimensión del paréntesis le pone a uno ante la perspectiva de que esas 'cosas' no lleguen a hacerse ni aquí ni en España (México, DF. 9 de mayo de 1948).

Una gran experiencia del exiliado -dice Alfredo Schwarcz- tiene relación con el descubrimiento de una nueva realidad (la del país que lo recibe) ante la cual tiene distintas actitudes: la melancólica, donde hay una fijación con lo que se ha dejado (fuga hacia atrás); caracteriza este estado los sentimientos de dolor, tristeza y culpa que la nostalgia provoca. La otra experiencia es la maníaca, que es un intento de "borrón y cuenta nueva", para volcar toda la energía en la nueva vida que comienza (fuga hacia adelante), en la cual la negación del dolor por lo perdido es la característica principal, y la consecuencia un empobrecimiento de la identidad personal, pues no se produce el diálogo interno con el pasado. Por último, existe la actitud de la elaboración integradora, que se da cuando el inmigrante se permite sentir la nostalgia por lo que ha dejado y hacer un verdadero duelo por las pérdidas y lo "nuevo" y lo "viejo" se integran en el desarrollo personal, de modo que el sujeto puede transitar fluidamente por el tiempo pasado, presente y futuro (Schwarcz, A. 1999, 65-66).

Esa nostalgia por la patria perdida podemos observarla en Eugenio Ímaz, cuando recuerda su actividad intelectual en España: "[...] tengo gusto en decirle que, [soy] conocedor de parte de su labor intelectual desde mis tiempos de secretario de la revista Cruz y Raya"6. Sin embargo, a continuación se situaba en el presente y agregaba que en esos momentos era: "Profesor de Filosofía en una de las Academias fundadas por los refugiados españoles" (México, DF. 28 de mayo de 1940).

Romero estaba al tanto de la situación de los exiliados y lamentaba su suerte. A veces los alentó sobre su presente y otras intercambió opiniones con ellos sobre la historia de su país. Para sintetizar sus puntos de vista, incluimos su comentario acerca de José Ortega y Gasset (1883-1995) referido al tercer y último viaje al país. En una carta a Eduardo Nicol de 1942 reflejaba tanto el estado de ánimo que sentía hacia el filósofo europeo, como la posición política que tenía sobre el tema español:

Ortega estuvo aquí completamente aislado, salvo alguna relación 'de sociedad': [...]. Eludió o se alejó de los grupos que, por todas las razones, hubieran sido su ambiente propio. Todo ello es consecuencia, en mi opinión de su indecisa posición en la guerra española. Observe usted que, desde mi punto de vista, no le reprocho tanto el no haber estado de corazón con la República derrotada, como el no haber dicho con franqueza con quién estaba y qué pensaba de todo eso. El tenía la obligación de tomar partido, y de decir su posición porque durante mucho tiempo se asignó el papel de decir a todos lo que se debía hacer. En fin, ha sido una cosa sumamente dolorosa y desairada. Se fue de aquí sigilosamente (no se sabe bien porqué), encomendando a los poquísimos que supieron de su viaje que no lo revelaran (1 de mayo de 1942).

Conclusión

La correspondencia analizada entre Romero y los autores mexicanos evidencia determinados aspectos que nos parece destacar. En primer lugar, valoramos las cartas como fuentes de estudio para completar la biografía del autor. Claramente esos datos deben ser confrontados con otros documentos históricos, pero su valor científico es innegable. Asimismo ponen de manifiesto el lugar de renombre que ocupó Romero entre los intelectuales de América Latina. Las consultas que recibió en reiteradas ocasiones sobre libros que se publicaban en México, eventos filosóficos o empresas editoriales que se estaban desarrollando en ese país, dan cuenta de ello.

Sin embargo, la información obtenida en este artículo es parcial y correspondería cotejarla con el resto del análisis del epistolario del autor. De este modo dejamos para otra oportunidad una aproximación más exacta a la personalidad del filósofo argentino con el fin de conocer el lugar que ocupó entre los intelectuales de su época. Así, las conclusiones logradas en este artículo deberían ser completadas por un trabajo más abarcativo, que dé cuenta del tema en su totalidad.

A través de su epistolario es posible acceder al conocimiento de hechos que han escapado a una consideración lineal o general de los acontecimientos. Hechos, emociones, acciones y sentimientos que corresponden a un nivel más profundo de la vida personal y política, ofrecen al historiador la posibilidad de captar niveles más finos de la realidad vivenciada. Si bien este tipo de comentarios no abunda en las cartas analizadas, desde la perspectiva de una literatura íntima se abre la posibilidad de ahondar en la génesis de la adhesión o el rechazo de determinadas ideas y actitudes, o sea, de la forma como se accedió al nivel de la actividad social (reacción a favor o en contra) de aquel proceso genético. El caso del exilio español y la Guerra Civil es un claro ejemplo.

Asimismo, este nivel de análisis nos permite también apreciar el sentido de la atmósfera en la cual se desenvolvió tanto la vida personal del protagonista, como la del grupo social dentro del que se insertó. Sus cartas son uno de los mejores documentos para la captación de las ideas que pesan en la conducta personal y en su proyección colectiva.

A través del epistolario se aprecia la necesidad instalada en el campo filosófico latinoamericano de difundir obras de pensamiento y construir una red intelectual que el filósofo argentino promovía desde su patria y encontró eco en otras figuras del Continente. Del análisis de las fuentes analizadas inferimos que Romero avanzaba firmemente en el objetivo propuesto. La actividad epistolar de esos años, que hemos recortado en nuestro estudio a un solo país, refleja la intensidad con la que se promovió el contacto y comunicación intelectual. El resultado final fue una ampliación de las relaciones entre los referentes de la filosofía continental y la circulación de obras y artículos que permitieron el intercambio de ideas que enriqueció, finalmente, la configuración de una filosofía americana.

Pero sobre todo, en sus cartas hemos detectado una de las funciones propias de los textos autorreferenciales, la autojustificación. Creemos que Romero comprendía que no se puede reconstruir el pasado tal como fue ni que se puede alcanzar la recreación objetiva del mismo, sino que esta consiste en una lectura de la experiencia: expresión de un ser más interior. Quizá por eso la inclusión intencional de ciertos tópicos y justificaciones ayudan a completar una imagen que Romero aspiraba para sí. En consecuencia, como sostiene Georges Gusdorf, la importancia de la autobiografía se debe buscar más allá de los conceptos de verdad y falsedad puesto que se trata de un documento sobre una vida, que también es una obra de arte (Gusdorf, G. 1991, 9-18).

En su epistolario Romero se preocupó porque se conocieran sus facetas como intelectual, docente e investigador, pero también como hombre de familia y sujeto político. En reiteradas ocasiones dio cuenta de sus inconvenientes para llevar adelante su tarea de investigación filosófica, por lo que se autoconstruyó como un intelectual atareado, al que sus pares y la posteridad sabrían disculparle sus posibles insuficiencias o limitaciones en la producción académica.

Finalmente, el contacto que mantuvo con pensadores mexicanos evidencia su deseo de estrechar vínculos afectuosos con ellos, dando muestras de la perspectiva latinoamericanista que tuvo de la filosofía.

Notas

1. Docente e investigador Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. <wccamargo@hotmail.com>

2. Contamos con las siguientes fuentes epistolares: Lucio Mendieta y Núñez, 5 cartas, 1940-1941; Eduardo García Máynez, 11 cartas, 1940-1962; Francisco Larroyo, 1 carta, 1949; Jesús Silva Herzog, 12 cartas, 1949-1962; Antonio Gómez Robledo, 2 cartas, 1954-1955; Agustín Basave Fernández del Valle, 6 cartas, 1959-1961; y Alfonso Reyes, 9 cartas, 1941-1959.

3. Las fuentes son aquí: Adolfo Menéndez Samará, 10 cartas, 1940-1941; Eduardo Nicol, 8 cartas, 1942-1954; Eugenio Ímaz, 7 cartas, 1940-1946; José Medina Echavarría, 3 cartas, 1940 y Arnaldo Orfila Reynal, 25 cartas, 1942-1961.

4. Lejeune, en uno de sus primeros trabajos -Le pacte autobiographique, 1975-, cuestiona la identidad de este tipo de estudios. Llega a la conclusión de que la diferencia entre la autobiografía y otros géneros literarios es la instauración de un pacto, en virtud del cual el lector establece espontáneamente una relación de identidad entre autor, narrador y personaje a través de la forma discursiva yo y la firma (el nombre propio) estampada en la portada del libro. El que dice yo, sea narrador o personaje es, al mismo tiempo, el que vive realmente en el mundo objetivo, el que cuenta su vida y el que ha vivido determinados acontecimientos en un tiempo anterior.

5. Alfonso Reyes, siendo embajador, compartió con círculos intelectuales argentinos, entre quienes estaba Pedro Henríquez Ureña, residente a partir de 1924. Véase:Henríquez Ureña de Hlito, Sonia. 1993. Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía. México: Siglo XXI.

6. La revista se fundó en 1933 y su último número, el 39, apareció en junio de 1936, días antes del inicio de la Guerra Civil. Fue dirigida por José Bergamín, opositor a la dictadura de Primo de Rivera. Conocida como "revista del más y del menos" o "de la afirmación y la negación", fue una de las publicaciones más originales, abiertas e independientes de entonces y donde participaron numerosos autores.

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