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Cuaderno urbano

versión On-line ISSN 1853-3655

Cuad. urbano vol.9 no.9 Resistencia dic. 2010

 

ARTICULOS ARBITRADOS

La ciudad como escenario de lo múltiple: planificar entre la diferencia y la invisibilidad

 

Julio de Freitas

Antropólogo. Universidad Central de Venezuela. Especialista em Hábitat em Países Amazônicos. Universidade Federal do Pará (UFPa). Belém, Brasil. Magister Scientiarium em Planificación Urbana. Instituto de Urbanismo. Universidad Central de Venezuela. Doctorante em Urbanismo. Instituto de Urbanismo. Universidad Central de Venezuela. Premio Nacional de Investigación en Vivienda 1994. Investigador-becario del Swiss National Centre of Competence in Research (NCCR) y docente de la Universidad Central de Venezuela. Escuela de Antropología.

Recibido: 01-04-09 - Aceptado: 20-04-10

 


Resumen

Este artículo pretende dar cuenta de la ciudad como espacio de alteridad y las dificultades de aprehensión que, hasta el momento, pareciera tener la planificación urbana de la realidad que se vive en los asentamientos precarios, realizando un recorrido por distintas visiones socio-antropológicas, jurídicas y de las nuevas corrientes en la Planificación Urbana, sin descuidar aspectos como la participación y la ciudadanía; comenzando con el uso de la llamada "perspectiva dialógica" en las Ciencias Sociales y la necesidad de ésta en la Planificación Urbana.

Palabras clave Dialógica; planificación urbana; alteridad; ciudad; ciudadanía.

Abstract

This article tries to explain the city as a space of alterity and the difficulties of understanding that, up to the moment, the practice of Urban Planning seems to have of the reality lives in low-income settlements. Through a tour of different socio-anthropological and juridical views and of new currents in Urban Planning, without neglecting aspects such as participation and citizenship.it considers the use of the so-called "dialogical perspective" in Social Sciences and the need for its instroduction into the practices of Urban Planning.

Keywords: Alterity, urban planning, dialogical perspective.


 

LO URBANO REAL Y LO URBANO VIRTUAL

Treinta y cuatro grados centígrados, verde que se huele, se toca, se pega en la piel, pero que a veces no se ve... el río Amazonas, el río Guamá, coloridos barcos en aguas que parecen más bien de chocolate... después de eso, la tierra, el barro, el asfalto... coches arrastrados por mulas o caballos, que, de tan flacos, bien pudieran ser galgos narigudos, compitiendo sin ánimo contra autobuses que por alguna razón - y que como usuario de éstos nunca me interesé en descifrar -intentan superar toda marca de velocidad establecida por cualquier cosa que se mueva...

Calor y verde infinitos, "tercer mundo", que persigue, que agobia al que no quiere estar allí... para algunos la salida está en los shopping centers, verdaderas arcas de Noé en concreto y Curtain Wall, que no por casualidad llevan los nombres de otros centros comerciales de una ciudad a varias horas de vuelo, São Paulo, el llamado "corazón de Brasil". ¡Venga al primer mundo! ¡El único lugar de Belém con clima de montaña! La invitación venía desde la televisión, ese "mago de la cara de vidrio" cuyo poder lograba incluso materializar semejante metáfora en los rostros petulantes de algunos adolescentes riquillos locales.

Vitrinas repletas de joyas, trajes de marca, abrigos de lana y ropa de invierno se agregaban al performance, mientras la nieve artificial que caía desde el techo hacia el patio interior, al son del Jingle Bells, completaba el cuadro de amnesia temporal.

La música continúa, y como la banda sonora de una película va guiando el recorrido por el shopping Iguatemí; los nombres en inglés o francés en los carteles de las tiendas le dan el toque final a la escenografía. Por esas raras cosas que tenemos los humanos me provoca un chocolate caliente, estilo suizo. Mi antojo se ve recompensado; a pocos metros de donde estoy hay un café donde lo sirven bien, acompañado del tradicional pan de queso brasileño...

Mientras disfruto de mi chocolate, recuerdo una valla publicitaria que poco tiempo antes de mi ingreso en este escaparate de alucinaciones había leído fuera del centro comercial: si usted no habla inglés usted no es nadie, que ofrecía un curso de inglés en CD-ROM. Aldea global, tristes trópicos... Portugués, español, de aquí y de otras partes, millones de seres humanos reducidos a la nada, convertidos en nadie por obra y gracia de la lengua que por azares de la historia les tocó en suerte, pero que para su tranquilidad, la redención -y con ella la monocultura como absolución- les es ofrecida en pequeños discos de plástico.

Un timbre se encarga de devolver a la clientela hasta la cotidiani-realidad. El arca de sueños cerrará por unas horas y un pequeño ejército de marinos rasos, tripulación forzada de la nave inmueble, cuadrará las cajas registradoras y recogerá todo vestigio de la travesía del día, para ofrecerla nueva, intacta, a los viajeros del día siguiente...

Belém do Pará, São Paulo, Caracas, Maracaibo... Cualquier ciudad latinoamericana pudiera ofrecernos un escenario tan contrastante como el descrito anteriormente; para quien sólo está de paso, ello representaría seguramente el sitio que le ha sido recomendado para visitar. Pocas veces se ofrecerían al turista otros lados de la ciudad que, en términos de nuestros imaginarios urbanos, tratamos de hacer invisibles, de negarlos, esconderlos, hasta el punto de desear su completa erradicación1.

Puede que ese paseante salga de cualquiera de estas ciudades sin haber visto, al menos de cerca, uno de esos espacios, Favelas, Baixadas, Callampas, Chabolas, Tugurios, Pueblos Jóvenes, Casas Brujas2, Barrios de Ranchos, etc., tan "informales" e, incluso, "ilegales", que existen, están allí, y, no pocas veces, en mayor proporción que lo que, "distraídamente", sólo reconocemos como ciudad, la denominada "ciudad formal", cuya legalidad y formalidad no siempre están del todo bien dibujadas.

Pero esta negación no siempre se limita sólo al "ciudadano común", ése que esconde, por vergüenza a la visita, el "lado feo" de su ciudad. También la Planificación Urbana se ha encargado de "invisibilizar" estos espacios, mostrando, no pocas veces, en los planos de nuestras ciudades apenas una mancha en las áreas ocupadas por este tipo de asentamientos. En este sentido, coincidimos con Ermínia Maricato, cuando señala que en las ciudades latinoamericanas existe una permanente dualidad y ambivalencia entre lo urbano real, la ciudad tal cual es, y lo urbano virtual, producto de una construcción ideológica hegemónica de la representación de lo urbano, que niega permanentemente —a pesar de un doble discurso acerca de la "incorporación a la ciudad" de este hábitat popular urbano— la existencia, material o ideal de los barrios venezolanos. A propósito del caso brasileño, esta investigadora señala: "Esa es la ciudad ilegal frecuentemente inexistente para la planificación urbana en los municipios. Las grandes ciudades brasileñas cuentan con un respetable número de profesionales relacionados con el tema, pero que no pocas veces trabajan con una realidad virtual a través de las representaciones que de estos asentamientos se tienen en las oficinas, lejos del territorio sin ley, sin seguridad, sin calidad ambiental y sin salubridad constituido por las áreas de viviendas más pobres" (Maricato, 1997: 263. Traducción nuestra).

 

Así, también nos dice: "Gran parte de las áreas urbanas ocupadas por los barrios pobres no existen en los catastros municipales. En el municipio de São Paulo, ciudad núcleo del área metropolitana, había en 1989 aproximadamente 30.000 calles ilegales y que, por tanto, no tenían nombre, lo que no le daba derecho a los ocupantes (en su mayoría de lotes ilegales) ni siquiera a tener una dirección."
(Maricato, 1997: 263. Traducción y destacado nuestro).

DEL TERRITORIO INVISIBLE AL RECONOCIMIENTO CIUDADANO

¿Cómo plantearnos la posibilidad de cualquier tipo de intervención a favor de estos "territorios populares contemporáneos"3, sin reconocer en primer término su existencia física? Resulta, asimismo, paradójico fomentar la participación de los pobladores de estos espacios, sin reconocer por una parte su condición de citadinos, es decir, que ellos también forman parte de la ciudad y por otra la de ciudadanos, en tanto que: "La ciudadanía se adquiere... Cuando vives en áreas que tienen visibilidad para los otros. Se es ciudadano cuando los otros te ven como ciudadano. Se es ciudadano cuando uno está orgulloso de vivir en tal sitio, y tiene una calle y un nombre de calle, un número de calle y de casa... Ciudadano es aquel que es igual a los otros, que es igual porque puede acceder a los equipamientos, aquel que puede acceder a las distintas oportunidades de trabajo, en teoría al menos, porque puede moverse por el ámbito de la ciudad, porque hay movilidad, porque hay medios de comunicación, porque es visto por los otros como formando parte de la misma ciudad." (Borja, 2000: 28).

No podemos hablar de reconocimiento ciudadano cuando se coloca al poblador de estos espacios con una humanidad por debajo de la nuestra. Por exagerado que parezca, con mucha frecuencia es fácil notar en los discursos -políticos, sociales, académicos, técnicos, etc.- una tendencia que va desde la creación de una especie de "salvaje urbano" en la que recaen toda suerte de vicios y defectos, y se culpabiliza de la mayoría de los problemas que afectan a nuestras ciudades, por lo que es necesario asimilarlos definitivamente o desterrarlos hacia otras zonas lo más lejanas posible4, hasta la de verlos como "minusválidos sociales", en la más absoluta indefensión, a pesar de una serie de características que los definen como "buenos" y cuyo bagaje cultural está lleno de valores

pueblerinos de solidaridad y afectividad extremas, que el resto de los habitantes de las ciudades pareciéramos haber perdido; a los que es necesario "acompañar" constantemente y "dotarlos" permanentemente de todos los elementos materiales que requieran para vivir, convirtiéndose entonces en una "carga social" que indefectiblemente toda ciudad debe llevar a cuestas.

Como podrá observarse, ambos extremos terminan en la discapacitación del habitante de barrio como actor social, pero lo más grave es que a veces este tipo de posiciones se expresan de manera tan sutil - obviamente con ciertos matices y no siempre tan extremas- y aparentemente tan bien fundamentadas, incluso desde el punto de vista "científico", que se hace difícil su reconocimiento dentro de un discurso determinado.


Imágenes del autor

 

Este tipo de posiciones extremas abunda, insistimos, en la literatura "especializada", y con frecuencia determinan el tipo de intervenciones técnico-sociales que se realizan en los barrios pobres urbanos. De esta manera, la distancia que separa a los técnicos, investigadores, funcionarios, etc. y al poblador de los asentamientos pobres parece absolutamente irreductible.

Estas "alteridades urbanas", planteadas al extremo de la descalificación por la diferencia, no sólo imposibilitan cualquier clase de diálogo o "negociación" entre unos y otros, sino, además, contribuyen a generar mutua desconfianza e imposiciones de puntos de vista particulares, cuyo impacto muchas veces termina ocasionando problemas mayores que los que se esperaba resolver en un momento determinado, y, lo que es peor, a fortalecer la opinión negativa con respecto al "otro", haciendo cada vez más difícil el trabajo con determinadas comunidades o la posibilidad de comunicación con una determinada institución5.

Otro de los obstáculos para el desarrollo del diálogo entre los técnicos, investigadores, funcionarios y pobladores de los barrios es -aunque ello resulte aún más difícil de percibir- la posibilidad de darse cuenta de que estos últimos coexisten en el mismo espacio de tiempo que los primeros, es decir, que son contemporáneos. Puede que a primera vista un planteamiento como el anterior parezca carecer de sentido. No obstante, si se analiza en detalle podemos encontrar ciertas posturas que niegan tal contemporaneidad.

Así por ejemplo, el uso del tiempo como espacio de alteridad se ha expresado en determinados contextos políticos, económicos y sociales en los que las viviendas de los pobres urbanos han sido vistas como expresiones de "atraso cultural", como en el caso de la "batalla contra el rancho", en la época de Marcos Pérez Jiménez, y la sustitución de éstas por "viviendas funcionales modernas" (Martín Frechilla, 1993), que en teoría estaban más acordes con la vida urbana de la Venezuela futura. Igualmente ha ocurrido con los intentos de sustitución de las viviendas tradicionales de algunas etnias indígenas, ya no sólo por razones sanitarias, sino también de "modernización". Lo mismo también puede señalarse con relación a la demolición de numerosos sitios de carácter histórico-patrimonial, para ser sustituidos por edificaciones más "modernas".

Esa misma negación de tiempo, o mejor dicho de un tiempo extraño a nuestra propia temporalidad, puede encontrarse en las posiciones extremas de ver a los "otros urbanos", señaladas anteriormente, en las que se describe al poblador de barrio como un "salvaje urbano", guiado sólo por instintos o como la expresión humana de un "tiempo perdido" en el que la solidaridad y afectividad humanas permanecen intactas, mientras el resto de los habitantes de la ciudad la han perdido en medio de la modernidad.

Estas formas de ver "el tiempo de los otros" se han desarrollado en los conceptos de coevalidad, en el que se reconoce que otra sociedad o grupo está en la misma dimensión temporal que quien lo estudia, es contemporáneo, y de alocronía, en el que se niega la posibilidad de contemporaneidad; es decir, se considera que el otro vive aún en una época ya superada por quien lo estudia, una especie de "vestigio viviente" del pasado (Cf. Fabian, 2002).

En este sentido, el manejo discursivo del tiempo puede tener consecuencias que afecten radicalmente a poblaciones enteras. Los lugares y costumbres alocrónicos, es decir, "atrasados", deben ser modificados, tanto en términos económicos, como políticos y sociales, como en términos de la "adecuación" de sus espacios, para hacerlos llegar hasta la dimensión temporal en la que en teoría se encuentra el resto de una ciudad o país, lo cual no pocas veces puede justificar desde el desalojo hasta la pérdida de la memoria colectiva y de las formas de habitar de comunidades enteras, en aras de una "modernidad" no siempre definida.

Hasta aquí hemos revisado algunos elementos que dificultan la comunicación entre los técnicos, profesionales y los pobladores de barrios. No obstante, debe señalarse que dichas dificultades también se presentan con frecuencia entre los mismos pobladores de estos asentamientos, por lo que la idea de seguir "observándolos" como un todo homogéneo carece de sentido.

Tal como afirma el sociólogo francés Pierre Bourdieu, el espacio social se modela como un espacio de relaciones donde los actores sociales se definen por sus posiciones relativas en él. El mundo social se presenta como un sistema simbólico que está organizado según la lógica de la diferencia, y es por ello que "... el espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico" (Bourdieu, 1989: 144. Traducción nuestra).

Esta afirmación tiene su lógica si tenemos en cuenta que las propiedades materiales, una vez que son percibidas y apreciadas con relación a otras propiedades, funcionan como propiedades simbólicas, es decir, las diferencias materiales se retraducen en signos de distinción o marcas de "bajeza" o "vulgaridad".

Desde esta perspectiva, el rating social que poseen los habitantes de un determinado barrio no necesariamente se diferencia de los de un sector de éste o de otro barrio. No obstante, la disputa construida alrededor de la diferencia es tanto más grande en los espacios más próximos de la distribución social, aquellos espacios que, incluso para una persona ajena al barrio, resultarían iguales, ante su proximidad. La lucha por la diferencia específica, enmascara esta "igualdad", pues estos pobladores "... deben enfrentar cotidianamente un sistema de clasificación... que los denigra, sin contar con la posibilidad de mostrar su éxito económico para desmentir el estereotipo que de ellos se tiene. Por el contrario... tienen que lidiar con el hecho de que, a primera vista, los estereotipos... parecen confirmarse" (Bourdieu, 1989:184. Traducción nuestra).

Frente a este sistema de clasificación que se basa en la pura evidencia física, la única salida posible se vincula con la construcción de una diferencia o la "invención" de otra fachada6 para aumentar su "cotización" como grupo social. Así, es posible que en un determinado barrio se estigmatice a un sector particular de éste, achacando a estos últimos toda la violencia o las características negativas que, desde la "ciudad formal" se endilgan a los pobladores en general7.

Estamos de acuerdo con Bourdieu cuando señala que la lucha simbólica tiende a circunscribirse a la vecindad inmediata, por lo cual el más próximo es el que más amenaza la identidad social. Esta lucha simbólica por imponer una determinada visión del mundo -que se procesa en la vida cotidiana de estos sectores- está permanentemente en función de la mirada del otro. Así, la identidad del actor social es el resultado de dos definiciones: la externa y la interna. Por un lado, encontramos las clasificaciones originadas en el "exterior" del grupo, que muestran cómo el grupo es reconocido por los demás (alter-atribución). Por otro, esta definición se completa con la identidad que "parte" del interior del grupo; las formas en que la identidad es simbólicamente representada por ese mismo grupo (auto-atribución).

Así, aun los sectores menos favorecidos reconocen a un "otro" con menor rating que ellos mismos, sobre el cual colocan las acusaciones que la sociedad pretende hacer sobre ellos. Este desplazamiento permite rechazar la identidad imputada y legitimar la identidad pretendida, procurando otorgar nuevos contenidos al sistema de clasificación hegemónico.

Estas múltiples maneras de concebir a los otros, en nuestro caso particular, en el contexto urbano, suponen un reto permanente no sólo para la existencia cotidiana dentro de éste, sino, además, para el desarrollo de la planificación y la gestión de la ciudad.

LA CIUDAD COMO ESCENARIO DE LO MÚLTIPLE

Plantearse las ciudades como escenarios de la diversidad no representa, aparentemente, nada novedoso; de hecho, si algún elemento caracteriza a la ciudad en tanto entorno humano es la heterogeneidad de cosmovisiones que ella alberga y la formación de las diferentes identidades, que en constante lucha entre unas y otras, con sus expresiones materiales e ideales, se producen en el seno de ésta. No obstante, para muchos teóricos de la planificación urbana en la actualidad, la racionalidad liberal de la que ha estado imbuida ésta ha permitido de alguna manera suprimir las diferencias.

Esto que pareciera anunciarse como una "crisis de paradigmas" dentro de la Planificación Urbana cobra mayor fuerza en una realidad en la que las migraciones transnacionales, el postcolonialismo y la emergencia de la Sociedad Civil a través de los llamados "nuevos movimientos sociales" han colocado el concepto de diferencia en la agenda de discusión de la amplia gama de profesiones relacionadas con la planificación y el diseño, incluyendo necesariamente disciplinas como la Antropología, la Sociología y el Derecho, en un sentido más reflexivo que meramente operativo.

Se trata, entonces, tal como ha sido señalado por Patsy Healey, de administrar nuestra coexistencia en un espacio compartido, el espacio urbano, pues "... nos guste o no, compartimos un espacio con otros que en muchas formas no son como nosotros y necesitamos maneras de co-existir en esos espacios, desde el vecino más cercano, al de la calle, el vecindario, la ciudad y la región." (Healey 1997, citada por Sandercock, 2000: 13. Traducción nuestra).

He aquí que la Planificación Urbana pareciera repensarse, en medio de una "política de reconocimiento cultural" que no puede ser simplemente un medio para la consecución de determinados fines, sino que se constituye en una reinterpretación del hecho urbano y la esencia misma de la planificación, que es, en palabras de Leonie Sandercock, garantizar, en medio de la diferencia y el derecho a ésta, el Derecho a la Ciudad.

Así, planificar en medio de estas "ciudades de diferencia" parte del re-conocimiento de que esta diversidad presente en las ciudades se traduce en múltiples maneras de percibir, construir y "consumir" el espacio, en medio de una pluralidad humana que se traduce en términos de grupos de población, etnicidad, grupos de edad -desde los más jóvenes hasta los más ancianos- género, clase, y hasta de capacidades y discapacidades fisiológicas y corporales; por lo que se hace imperativo un establecimiento de un verdadero diálogo entre cada una de las partes o actores que conforman el escenario urbano.

Pero el establecimiento de un verdadero diálogo entre estas partes es un proceso intersubjetivo, es decir, de un encuentro de subjetividades, en cual se puede reconocer al otro como un igual en medio de las diferencias visibles o no que entre éstas existan, partiendo de la base de que la comunicación y por ende el diálogo sólo es posible entre pares, esto significa, entre iguales, dentro de la diversidad.

En este sentido, creemos que esta perspectiva dialógica sólo es posible si se trasciende la idea de un pluralismo liberal relativizante en el que cada visión individual es tan válida como otra, la cual enmascara los conflictos y divergencias de intereses políticos, sociales, económicos y culturales que se producen entre los diversos actores que conforman la ciudad y las graves diferencias de acceso y disfrute al espacio de ésta, así como las prácticas perversas de exclusión y opresión de las que amplios sectores son víctimas, al reducirlos a una "comunidad imaginada" en la que, en teoría, todos tienen derecho a expresarse, pero que en la práctica dicho derecho se les niega de manera constante.

Se trata pues de adecuar mutuos entendimientos en medio de las diferentes comunidades de discurso que es posible encontrar en el espacio de la ciudad (Cf. Foley y Lauría, 2000: 219). Ello significa, además, que los planificadores deben comenzar a ser menos dependientes de la racionalidad determinada por un reducido grupo de actores dominantes y permitirse escuchar las voces de otras racionalidades, que, en tanto protagonistas también del hecho urbano, merecen que lo vivido por ellos cobre sentido en el ámbito citadino y ciudadano.

Asimismo, esta posibilidad de diálogo sólo puede ser posible a través de un proceso educativo en el que se involucre a cada uno -y no sólo un sector en particular al que hay que "concientizar"- de los múltiples actores que conforman y hacen ciudad, que permita la creación de un proyecto colectivo de ciudad y que fomente la posibilidad de una verdadera participación dentro de la política y la toma de decisiones que afecten a ésta como espacio de todos.

Desde luego, no se trata de una tarea fácil, pero tampoco debe interpretarse como una utopía ni llevar al extremo una "teoría del conflicto" o una declaración hacia la absoluta incompetencia y descrédito de la Planificación y de la Gestión Urbana como meros vigilantes del estatus establecido. Abrirse a la posibilidad de reconocer y comprender la alteridad y complejidad en el espacio urbano implica también entender que ambas actividades deben ser efectivamente transdisciplinarias, apoyándose y compartiendo sus saberes con el de otras disciplinas sociales y humanísticas que tienen mucho que aportar en la cuestión urbana, entendiendo que estas últimas no constituyen simplemente herramientas o disciplinas auxiliares de las que se puede "echar mano" en momentos de contingencia, sino reconociendo también que la ciudad como fenómeno no puede ser comprendida desde una sola óptica, por lo que esta actitud dialógica debe comenzar desde adentro, incluyendo, además, los llamados "saberes y prácticas populares".

En el caso de los países latinoamericanos, esta aproximación dialógica requiere, necesariamente, ubicar otras aristas de la problemática urbana que cobran mucho más fuerza en este espacio y que se traducen en una serie de "efectos perversos" que deben ser tomados en cuenta si efectivamente buscamos un acercamiento a la comprensión de la diferencia en nuestras ciudades, y con ello a una Planificación y Gestión Urbana que garanticen una vida urbana más justa y solidaria. No se trata, evidentemente, de plantearnos como una clase "especial" de seres humanos; se trata de reconocer, en primer término, nuestros particulares y accidentados procesos de urbanización, que han conllevado que la ciudad latinoamericana sea: "... otra realidad, un universo diferente, difuso, ambiguo, paradójico, formal e informal, una realidad dinámica con un futuro incierto, y con una dialéctica del 'mal', destructora que Mientras más crece más se destruye, y mientras más se desarrolla menos ciudades y, sin embargo, más urbana sigue siendo" (Pedrazzini y Sánchez, 1992: 25).

En este sentido, uno de los aspectos que requiere particular atención es el de la naturaleza de la dimensión socio-antropológica y jurídica de nuestros procesos de urbanización, pues ésta, al decir de autores como Edesio Fernándes (Fernándes, 2000), es todavía muy limitada.

Este mismo autor señala que en la gran mayoría de los estudios urbano-ambientales de nuestra región, el derecho, por ejemplo, incluyendo las leyes, decisiones judiciales y la jurisprudencia, y, en términos generales, la cultura jurídica, se ha reducido a una dimensión puramente instrumental; es decir, se ha convertido apenas en un instrumento técnico, no problemático, con el que sólo se busca dar soluciones "inmediatas" a los gravísimos problemas urbanos y sociales existentes en nuestros países.

Por ello, es muy poco lo que se conoce acerca de las causas de las prácticas de ilegalidad que se vienen generando en las áreas urbanas de estas ciudades, prácticas éstas que van desde los mecanismos de "justicia popular" que se han creado en varias ciudades, la economía informal en sus múltiples dimensiones y, particularmente, las prácticas ilegales de acceso al suelo y a la vivienda que caracterizan a más de la mitad de la población de los países latinoamericanos, por lo que oposiciones tradicionales como la de "ciudad legal" y "ciudad ilegal" constituyen elementos que reflejan el poco conocimiento de la dinámica de las ciudades latinoamericanas que hoy día se tiene: "... La mayoría de los analistas no ha percibido que, contrariamente a ser una especie de muro invisible, la división aparente entre 'ciudad ilegal' y 'ciudad legal' se asemeja a una red intrincada en la cual hay relaciones íntimas, si bien contradictorias, entre las reglas oficiales y las reglas no oficiales, y entre el mercado formal y el mercado informal de tierras urbanas. La ciudad legal y la ciudad ilegal han de entenderse como las dos fases del mismo proceso de concentración económica, segregación socio-espacial y exclusión política que han caracterizado al proceso de crecimiento urbano intensivo, sobre todo en los países en desarrollo." (Fernándes, 2000: 13).

De esta forma, la llamada ilegalidad urbana en estos países es, en gran medida, el resultado de la naturaleza elitista y excluyente de los actuales sistemas jurídicos latinoamericanos, pues éstos no reflejan las realidades sociales y culturales que determinan el acceso a la tierra urbana y a la vivienda, así como la falta de reglamentaciones adecuadas a nuestros contextos económicos, políticos, sociales y culturales, coadyuvando de esta manera al agravamiento -cuando no a la propia determinación- del proceso de exclusión y segregación espacial que prevalece en Latinoamérica.

Para la investigadora brasileña Sonia Rabelo (Rabelo, 1999), el problema de la ilegalidad urbana en América Latina, en las múltiples expresiones en las que éste se materializa, se explica básicamente en términos de la dificultad de aprehensión cognitiva de los complejos sistemas jurídicos de estos países por parte de las llamadas "clases populares".

Esto significa que los sistemas simbólicos y las cosmovisiones que están recogidas en el Derecho -todos de fuerte tradición europea o norteamericana e impuestos de manera violenta por las clases dominantes- no se corresponden con nuestros sistemas culturales, y con ello, con nuestras formas de percibir conceptos, como el de propiedad, público, privado, legalidad y legitimidad, entre otros, por lo cual se van creando resemantizaciones de aquél, que a la larga se han transformado en un "Derecho alternativo" que ha permitido a estos sectores acceder al espacio de la ciudad.

La exclusión del acceso al conocimiento jurídico y la falta de aprehensión cultural de los derechos (y de la forma de buscarlos) ha traído -según lo explica la citada investigadora- una ruptura entre el Estado de Derecho que se pretende en estos países y sus efectivas posibilidades de realización social, por lo que no puede hablarse de un ejercicio pleno de la ciudadanía en nuestros países.

Es por ello que se hace necesario un proceso educativo que permita una comprensión formal y sistemática de las reglas jurídicas, y que además coadyuve a entender las formas que han adquirido estas resemantizaciones del Derecho formal en las "clases populares", pues de lo contrario, éstas están destinadas a funcionar como instrumentos de dominación por parte de aquéllos que detentan su discurso o que tienen condiciones económicas de operarlo en su beneficio. Se trata, asimismo, de que las leyes se adapten a la realidad de nuestros países y no al contrario -es decir, ¡que la realidad se adapte a las leyes!-, como de una cierta manera, por paradójico que parezca, ocurre.

Este proceso educativo, insistimos, debe centrarse en la creación de un proyecto colectivo de ciudad que fomente la posibilidad de búsqueda de un actor social, en el sentido que le ha impreso Alain Touraine (1984) de ser un sujeto colectivo estructurado a partir de una conciencia de identidad propia, sujeto, además, portador de valores y poseedor de un cierto número de recursos que le permiten actuar en el seno de una sociedad para defender los intereses de los miembros que lo componen o de los individuos a los cuales representa.

Se trata, entonces, de la creación de un nuevo "pacto social" urbano, capaz de permitir la construcción de nuevas formas de aprehender la ciudad, no sólo desde el punto de vista teórico y epistemológico, sino además político, que promuevan una verdadera reforma del liberalismo político aún predominante en la interpretación del fenómeno de la urbanización, y que asuman como mínimo ético la defensa constante de los Derechos del Ciudadano, que son, a nuestro modo de ver, la base misma del régimen democrático.

El "derecho a la vivienda" y, en general, el "derecho a la ciudad" no pueden constituirse en "vacíos léxicos" ni garantizarse por la pura promulgación de leyes y decretos, elementos discursivos sin significados en la realidad concreta. Tampoco deben ser interpretados y justificados a partir de una perspectiva meramente humanitaria, pues su reconocimiento en tanto que derechos colectivos, expresiones del ejercicio de la plena ciudadanía social, son la condición misma para que ciudad y ciudadanía sean un mismo tema.

La creación de una esfera pública efectiva en el proceso político de toma de decisiones, y por consiguiente en el proceso de gestión urbana, requiere de la combinación entre los mecanismos tradicionales de la democracia representativa y nuevos procesos y mecanismos que aseguren formas diferenciadas y efectivas de participación directa de los ciudadanos en la administración de la ciudad, en la que exista un compromiso de cada uno de los distintos actores involucrados, incluyendo especialmente a los pobladores de los asentamientos autoconstruidos. Ciudadanos que más allá de la búsqueda de reivindicaciones inmediatas están dispuestos a asumir su papel desde el espacio vecinal hasta instancias más amplias, en la construcción de ese proyecto colectivo de ciudad.

Notas

 

1- Desde finales de la década de los 90, grupos de pobladores de las llamadas favelas de Río de Janeiro se han organizado para ofrecer a los turistas paquetes de "turismo de aventura", que consisten en un recorrido por las favelas que incluyen la posibilidad de comer y hasta dormir en un "típico" barraco (rancho) de "pobre urbano". Ello, sin embargo, se trata más de una estrategia de aprovechamiento del "exotismo" que los medios le han impreso a esta ciudad brasileña que de una búsqueda de reconocimiento citadino.

2- El término se utiliza para "describir" el hecho de que las viviendas de este tipo de asentamientos "aparecen como por arte de magia de un día para otro".

3- La expresión fue utilizada por quien suscribe y la antropóloga Teresa Ontiveros en el artículo "Metrópoli y Territorialización Popular Contemporánea". Allí indicábamos: "tomamos prestadas las consideraciones que al respecto hace el investigador Darío Daghini de los barrios ‘italianos’ o ‘españoles’ en ciertas ciudades suizas, o las ‘ciudades’ ‘islámicas’ o ‘indochinas’ en París, que conforman las territo-rializaciones contemporáneas, debido a las ‘mezclas culturales’ y prácticas de estos grupos locales con relación a la ciudad" (Ontiveros y de Freitas, 1993: 71). Ello significa que estos barrios constituyen: "... nuevos espacios con una dinámica sociocultural particular, pero inmersos en la sociedad envolvente" (Ontiveros y de Freitas, 1993: 71). Esa dinámica sociocultural se caracteriza por las mezclas y prácticas culturales en constante interrelación con lo local-global. Aunque pudiera señalarse que tal generalización es riesgosa, pues los barrios encierran una gran heterogeneidad, se puede afirmar, empero, que en éstos subyace una "base" que los aproxima como comunidad, como territorio.

4- Así mismo, con frecuencia cuando se plantea la desconcentración de las metrópolis latinoamericanas no es raro encontrarse con discursos que comprometen —u obligan— a los pobladores de estas áreas de barrios a convertirse en "nuevos colonizadores" de las zonas por ser creadas.

5- Desde luego, no siempre estas expresiones de "alteridad extrema" y los problemas que pueden ocasionar se deben a una posición malintencionada de uno u otro actor. Es posible que este tipo de conflictos se presente aun cuando exista de una u otra de las partes muy "buena intención", sobre todo por parte de altos "funcionarios". Ello, no obstante, supone también el "encasillarse" en un punto de vista "personal", que no permite "escuchar" otros puntos de vista, que niega la existencia de los otros, lo cual puede ser igual de perjudicial. Sobre este punto confróntese el texto de Hannah Arendt (1958).

6- El término es de Erving Goff-man, quien la define como: "... la parte del desempeño del individuo que funciona regularmente de forma general y fija con el fin de definir la situación para los que observan la representación. La fachada por tanto, es el equipamiento expresivo, estereotipado e intencional o inconsciente, empleado por el individuo durante su representación." (Goffman, 1975: 29. Traducción nuestra).

7- En la investigación "Densificación y Vivienda en los Barrios Caraqueños", coordinada por Teolinda Bolívar en 1993, pudimos observar cómo mientras los habitantes de una calle en el barrio Carpintero de Petare, la calle Lara, decidieron restringir el acceso a ésta, convirtiéndose en un "barrio aparte", ante la violencia y robo que provenía del resto del barrio, los habitantes del Carpintero señalaban como culpables de la violencia y los robos en la zona a quienes vivían en la calle Lara.

BIBLIOGRAFÍA

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