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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.43 Rosario jun. 2022

 

DOSSIER

Legitimación tradicional y privatización del sentimiento peronista. La identidad peronista en la provincia de Santa Fe (1983-1995)

Traditional Legitimation and Privatization of the Peronist Feeling. The Peronist Identity in the Province of Santa Fe (1983-1995)

 

María Cecilia Lascurain

María Cecilia Lascurain es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: mcecilia.lascurain@outlook.com


resumen

El artículo analiza las características y los desplazamientos de la identidad peronista en la provincia de Santa Fe entre los años 1983 y 1995. A partir de un enfoque de sociología política de las identidades, se indaga en el modo en el que el peronismo provincial recuperó y resignificó elementos de su tradición y de su historia, como así también la manera en la que definió sus límites internos a partir de operaciones de representación movilizadas por el liderazgo de los distintos gobernadores peronistas del período. La investigación recurre al análisis de contenido del discurso y se sustenta en la exploración de materiales de prensa, de archivos provinciales y de bibliografía especializada. Como resultado, se observa (contra el sentido común académico extendido en torno a las ideas de “vaciamiento”, “desintegración” y “crisis” de las identidades políticas históricas durante los años ochenta y, especialmente, durante los noventa) la persistencia y, por ello mismo, la transformación y la ductilidad de la identidad política peronista.

palabras clave: Identidades políticas; Peronismo; Legitimación tradicional; Privatización del sentimiento; Santa Fe

summary

The article analyzes the characteristics and changes of Peronist identity in the province of Santa Fe between 1983 and 1995. From an approach based on a political sociology of identities, it investigates the way in which provincial Peronism re-signified elements of its tradition and its history, as well as the way in which it defined its internal limits from processes of representation carried out by the leadership of the different Peronist governors of the period. The research is based on the content analysis of the discourse and it explores press materials, provincial archives and specialized bibliography. As a result, it is observed (against the widespread academic common sense around the ideas of "emptying", "disintegration" and "crisis" of the historical political identities during the eighties and, especially, during the nineties) the persistence and, for this reason, the transformation and ductility of the Peronist political identity.

keywords: Political identities; Peronism; Traditional legitimation; Privatized feeling; Santa Fe


Introducción1

El análisis de las tradiciones e identidades políticas constituye hace tiempo un campo de estudio propio en Argentina. En base al pensamiento de Ernesto Laclau (1993 y 1994) en relación con el modo en el que se constituyen las identidades políticas y se articulan –a través de operaciones hegemónicas– los “mitos” políticos, hace ya dos décadas una producción incesante de investigaciones se viene inspirando en los conceptos y en los problemas teorizados por el pensador argentino. En una articulación de ersas perspectivas disciplinarias –la teoría política, la sociología política y la historia–, una multiplicidad de estudios ha abordado la conformación de ersas identidades y tradiciones políticas nacionales –peronismo, radicalismo, socialismo–, cuyo marco de referencia fue la producción teórica laclauiana.2 
Ahora bien, como sucede con otros enfoques analíticos, la mayor parte de los trabajos abordan la constitución de identidades políticas desde una perspectiva “nacional” o tomando como centro aquello que acontece en la Ciudad de Buenos Aires o en sus alrededores. Por el contrario, los estudios que analizan tradiciones e identidades políticas desde esta perspectiva3 en espacios provinciales, regionales o subnacionales son más escasos. Se destacan, en este sentido, el trabajo de Sebastián Barros (2009) sobre el peronismo en el período clásico en la Patagonia Central; el de Barros y Anaclara Raffaele (2017) sobre las identidades territoriales en Chubut; el de Florencia Campo (2020) sobre aspectos puntuales de la dinámica identitaria del peronismo en provincias como Santa Fe, Mendoza, Corrientes y Chaco; y los de Juan Manuel Reynares (2017a, 2017b y 2018) sobre el devenir de la identidad peronista en la provincia de Córdoba entre 1983 y 2003.
En este marco de estudios, en el presente trabajo analizamos los componentes de la identidad peronista en la provincia de Santa Fe y sus desplazamientos entre la recuperación democrática y el año 1995. El período coincide con las gobernaciones justicialistas de José María Vernet (1983-1987), Víctor Reviglio (1987-1991) y Carlos Reutemann (1991-1995).4
 Según Aboy Carlés (2001), en toda identidad política se pueden identificar tres dimensiones: 1) la dimensión de alteridad o límite exterior; 2) la dimensión representativa o de cierre interior; y 3) la “perspectiva de la tradición” o dimensión de relación con el pasado. En este artículo, nos enfocamos especialmente en el modo en el que se desplegaron las dimensiones representativas y de la perspectiva de la tradición en el peronismo santafesino entre los años 1983 y 1995.5
Partimos, en primer lugar, del supuesto de que todo proceso de representación viabilizado por un liderazgo político constituye y con-forma límites identitarios. En efecto, las identidades políticas no se constituyen como una “identidad cabal” (Laclau, 1994), sino que son delimitadas y significadas a partir de operaciones representativas (de un liderazgo, de una ideología política o de cualquier conjunto de símbolos).6 Del mismo modo, ningún representante político se erige como tal en un vacío identitario, sino que opera sobre un campo de representaciones y de prácticas parcialmente sedimentado (Laclau, 1993). El principio de identidad es, por lo tanto, una condición a priori de la representación; es, a la vez, antecedente y producto de dicha representación, excede a la representación, aunque, sin ella, solo puede ser políticamente activo en términos reactivos o dispersarse como particularidades sociales sin cohesión (Novaro, 2000).
En segundo lugar, toda identidad política se constituye y transforma en referencia a un sistema temporal que involucra la interpretación del pasado y la construcción de un futuro deseado (Aboy Carlés, 2001). La acción colectiva se compone, entonces, tanto de objetivos que persiguen una intencionalidad racional como de sentidos que movilizan visiones, emociones y afectos que hunden sus raíces en un pasado más o menos remoto y proyectan, al mismo tiempo, expectativas y deseos futuros. Esta dimensión, por tanto, será central para advertir las continuidades y los desplazamientos de la identidad peronista santafesina entre 1983 y 1995 con respecto al pasado remoto del movimiento, pero, también, dentro del período estudiado. 
Bajo este recorte conceptual, utilizamos una metodología sustentada en el análisis de contenido del discurso (Laclau y Mouffe, 1987). En función de ello, analizamos los discursos políticos de los tres gobernadores peronistas del período: José María Vernet, Víctor Reviglio y Carlos Reutemann. Asimismo, analizamos declaraciones, solicitadas de prensa y apariciones públicas de dirigentes y agrupaciones u organizaciones peronistas cercanas a cada uno de ellos. Puntualmente, nos detenemos en el estudio de sus manifestaciones discursivas en tres coyunturas electorales: la campaña para las elecciones generales del 30 de octubre de 1983 y del 6 de septiembre de 19877, y la campaña para las elecciones internas del Partido Justicialista de Santa Fe (en adelante, PJSF) de mayo de 1993.8 Los datos son reconstruidos a partir de un relevamiento que involucró, por un lado, los diarios locales de mayor tirada en la provincia –El Litoral, de la ciudad de Santa Fe, y La Capital, de la ciudad de Rosario– para todo el período considerado; por otro lado, archivos e instituciones provinciales, como el Archivo de Historia Oral del Programa “Historia y Memoria” de la Universidad Nacional del Litoral –en el que hallamos entrevistas a Vernet y Reviglio– y la Hemeroteca de la Legislatura provincial, que nos permitió acceder a los discursos de Apertura de Sesiones y de asunción de los gobernadores. Asimismo, nos servimos de bibliografía secundaria en la que son citados discursos y extractos de declaraciones públicas de estos y otros líderes del peronismo (como Juan Domingo Perón o el expresidente Carlos Menem).
El trabajo se propone, entonces, responder las siguientes preguntas: ¿de qué modo recuperaron cada uno de estos gobernadores justicialistas las simbologías, imaginarios y figuras históricas del peronismo? ¿Qué contornos le imprimieron a la identidad peronista santafesina las disputas y los desafíos del presente? ¿Qué marcas establecieron sobre el “ser peronista” de los años ochenta y primeros noventa en la provincia de Santa Fe la trayectoria personal de cada gobernador y el modo en el que cada uno se inscribió en el peronismo como tradición y como partido político? Más en general, ¿qué características adoptó la identidad peronista en la provincia de Santa Fe entre 1983 y 1995, y cuáles de cuyos aspectos articularon los distintos gobernadores del período?
La indagación nos ofrece como resultado que la identidad peronista en esta provincia adoptó una legitimación –para referirnos a los términos de Aboy Carlés– de tipo “tradicional” durante los gobiernos de Vernet y de Reviglio. Esto quiere decir que recuperó de manera central elementos del pasado y de la historia originaria del movimiento peronista y los movilizó a partir de las disputas presentes. Nos referimos, concretamente, a cuatro elementos que estructuraron la identidad peronista local entre 1983 y 1991: 1) la militancia política y sindical; 2) el “pueblo” como principal sujeto de identificación; 3) la idea de democracia como “justicia social”; y 4) la centralidad de las figuras de Perón y de Eva.
A distancia de este tipo de reposición del ser peronista/justicialista9, bajo el discurso de Reutemann la legitimación tradicional de la identidad muta hacia lo que denominamos una legitimación inidualizante o “privatizadora” del sentimiento peronista. Así, se abandonan los elementos de la tradición peronista relativos a la historia de lucha y de militancia colectiva –en el mismo sentido que lo hizo contemporáneamente el expresidente Carlos Menem (Canelo, 2011)–10 y se moldea una identidad más atada a las experiencias del pasado reciente y a los componentes que imprimen los atributos del nuevo liderazgo. Dichos componentes son: 1) la reconstrucción de una dimensión pretérita basada en un pasado reciente y exclusivamente sustentada en los vínculos interpersonales de Reutemann con Menem y con Perón; 2) la naturaleza abstracta del “sentimiento” peronista, desanclado de toda referencia a experiencias colectivas pretéritas; y 3) el clivaje moral –un “peronismo transparente”– como propuesta política futura.
Finalmente, en las conclusiones, recuperamos los principales hallazgos del trabajo y destacamos los aportes del caso en relación con el devenir de la identidad peronista en el ámbito “nacional” o en otros espacios provinciales.

1. La legitimación tradicional de la identidad peronista en los años ochenta

La vuelta de la democracia en 1983 expresó en Argentina cambios significativos en los formatos del vínculo entre políticos y ciudadanos, especialmente, entre los partidos políticos mayoritarios (Partido Justicialista y Unión Cívica Radical) y en las identidades configuradas por ellos. Una de las novedades más notables estuvo relacionada con el discurso de campaña del radicalismo, que se articuló en torno a la ruptura con el pasado militar (Aboy Carlés, 2001; Landi, 1988), apeló a la “democracia” como “mito” fundamental (Barros, 2002) e interpeló a un electorado amplio, principalmente compuesto por los denominados “nuevos sectores medios” (Catterberg y Braun, 1989). Por su parte, el peronismo mantuvo un discurso más atado a la historia del movimiento y a su condición de mayoría “natural” (De Ipola, 1987; Vommaro, 2008). Interpeló esencialmente al electorado partidario (Arfuch, 1987) y se mostró más ambiguo que su principal rival en la condena al período dictatorial anterior.
Con la experiencia de la derrota nacional de 1983, los peronistas nucleados en la Renovación Peronista –críticos de la dirigencia partidaria que había conducido aquel proceso que los llevó al primer fracaso electoral en condiciones de libertad de participación– recuperaron la “democracia” como valor fundamental, y la vincularon a un componente de “justicia social” que, desde su perspectiva, el radicalismo desatendía (Altamirano, 2004). Asimismo, subordinaron al actor sindical y al componente obrerista del movimiento, al darle mayor espacio en su discurso a la interpelación de sectores medios y profesionales (Levitsky, 2005). Finalmente, comenzaron a privilegiar estrategias proselitistas menos atadas a las modalidades del pasado y más enfocadas en captar a un electorado no definido partidariamente (los “indecisos” o “independientes”). Así, los tradicionales actos masivos dieron paso a las largas caravanas por el territorio y a los novedosos debates televisivos (Fabris, 2006; Vommaro, 2008; Waisbord, 1995).
¿Qué forma adoptaron estos cambios en el ámbito santafesino? Puntualmente, en el peronismo provincial, ¿qué ejes atravesó el discurso de los gobernadores de la transición democrática? ¿Qué elementos de la tradición histórica del movimiento (figuras fundantes, nociones sobre la política y la militancia, el sujeto “pueblo”) aparecieron como centrales en la construcción de la identidad peronista de la época? ¿Qué sentidos adoptó la noción de “democracia”?   
Una primera continuidad que se destaca en el discurso de los gobernadores Vernet y Reviglio es la centralidad que otorgaron a las figuras de Perón y de Eva Perón. El candidato a gobernador por el peronismo provincial en 1983 exclamaba en su último acto de campaña previo a las elecciones:
Los que estamos aquí estamos unidos por el amor a Perón y Evita, somos el pueblo que está de pie y el próximo domingo le vamos a demostrar a la oligarquía y a la antipatria cómo se la destruye democráticamente con el voto del pueblo en las urnas (Vernet, La Capital,28/10/83).

Más adelante, en el mismo discurso, Vernet articulaba un continuum entre el presente y los primeros años del movimiento peronista en el gobierno: los “compañeros” presentes en el acto, otrora “los niños privilegiados de Eva”, venían a cumplir el “mandato de Perón”. Allí se lee:
Los que estamos aquí, compañeros, somos aquellos que en algún momento fuimos los niños privilegiados de Eva y somos los que hoy venimos a cumplir el mandato de Perón, que es la reconstrucción de la Nación y la felicidad del pueblo argentino(Vernet, La Capital,28/10/83).

Como se advierte, en 1983 la figura del fundador del movimiento aparecía ocupando un lugar central en la construcción identitaria del peronismo santafesino. Otras expresiones del rol preponderante de Perón en los discursos de la época aparecen, asimismo, en los dichos de los candidatos Carlos Martínez (a la vicegobernación) y Liliana Gurdulich (a la senaduría nacional). En otro acto de campaña afirmaban: 
Perón ganó las elecciones que lo llevaron a la primera presidencia desde la cárcel, las del ‘73 desde el exilio y las del ‘83 las ganará desde el cielo(Martínez, La Capital, 07/10/83).

La patria está en peligro. (…) Lo que no comprenden nuestros enemigos es que hemos sido preparados para que sin su presencia [la de Perón] afrontemos estos momentos(Gurdulich, La Capital, 07/10/83).

La memoria de las figuras de Perón y de Eva (o Evita) venía unida al recuerdo del mito peronista por excelencia: la jornada del 17 de octubre de 1945. En esta reconstrucción, así como el pueblo se había manifestado en las calles aquel día, lo haría del mismo modo los días previos a la elección, en un “anticipo” del triunfo justicialista. Eduardo Cevallo, candidato a intendente de la ciudad de Rosario por el PJ, decía:
El peronismo ganó las calles para festejar la jornada histórica del 17 de octubre de 1945. El pueblo en las calles ha demostrado la vigencia del justicialismo y anticipa el triunfo del 30 de octubre(Cevallo, La Capital, 18/10/83).11

El vínculo entre representantes y ciudadanos se construía, entonces, en torno a una dimensión marcadamente tradicional que recuperaba el pasado glorioso del peronismo. La condición misma de “ser peronista” –según el discurso de los dirigentes peronistas del período de la transición democrática– se adquiría desde el propio nacimiento y se proyectaba hacia otros colectivos mayores como la “provincia”, la “Nación” o el “pueblo”. Como afirman Danilo Martuccelli y Maristella Svampa, en las narraciones de todo peronista (dirigente o militante) “existe una voluntad de insertar el compromiso dentro de un desarrollo histórico ‘natural’” (1997: 155). Esto es, de enlazar la propia historia personal que, en muchos casos, comienza con el nacimiento en una “familia peronista” con una dimensión colectiva. En este sentido, afirmaba Vernet:
Tenemos la certeza de que nada mejor nos podría haber pasado en la vida que haber nacido peronistas. (…) Enterrar definitivamente los sueños de la oligarquía. (…) Cada peronista de Santa Fe será una trinchera que defenderá la provincia, la Nación y la felicidad del pueblo argentino(Vernet, La Capital, 28/10/83).12

Para el año 1987, si bien el peso de las figuras históricas del peronismo había mermado en el discurso de los candidatos, se mantenía igualmente presente. Asimismo, los nombres de Perón y Eva continuaban asociados a otros términos caros a la tradición peronista, como el sujeto “pueblo”, el valor de la “fidelidad/lealtad” y la rememoración de los “mártires” y del “glorioso 17 de octubre”. Así hablaba, por ejemplo, Gualberto Venesia, primer candidato a diputado nacional, ante el nuevo triunfo del PJ al frente de la provincia:
Este es el pueblo que es fiel a la mente de Perón y al corazón de Evita. (…) El peronismo ha vuelto a ser la alternativa de poder en todo el país. El peronismo vuelve a ser el eje de toda transformación futura(Venesia, La Capital, 07/09/87).

En el mismo sentido, en una solicitada de las 62 Organizaciones Peronistas de Santa Fe (brazo político del gremialismo peronista) en apoyo a la candidatura de Reviglio, se lee:
En función de una identidad político-doctrinaria que nunca hemos ocultado, el próximo 6 de septiembre votamos a los candidatos oficiales del Partido Justicialista, en todos los distritos del país. Votamos al justicialismo porque confiamos en el compromiso de todos los compañeros que resulten electos con la doctrina de Perón, el ejemplo de Evita, la memoria de nuestros mártires y el legado de la revolución en paz iniciada en aquel glorioso 17 de octubre de 1945 (La Capital, 04/09/87).

Otro elemento que encontramos como propio de una legitimación tradicional de la identidad peronista es el que recuperaba el pasado de militancia y lucha política y social. En particular, la actividad sindical era repuesta como una práctica militante en sí misma, constitutiva del “ser peronista”. El propio gobernador Vernet, un contador cuyo padre había sido militante peronista y asesor contable de ersos sindicatos durante los años cincuenta y sesenta, fue expresión del predominio del que gozaba la “rama” sindical hacia el interior de la estructura del PJSF en el año 1983. En efecto, el sindicalismo (con el predominio del gremio metalúrgico de la ciudad de Rosario y sus alrededores) constituía el principal articulador y puente de acceso para la obtención de las candidaturas del partido (Lascurain, 2018). Es así como Vernet, siendo asesor de la Unión Obrera Metalúrgica rosarina, fue seleccionado como candidato a la gobernación. Desde su percepción, por lo tanto, el peronismo estaba fuertemente asociado a la memoria de la experiencia sindical vivida a lo largo de los años de la “Resistencia peronista”, durante los cuales los sindicatos se habrían constituido en el principal refugio para la militancia en un contexto de proscripción político-electoral del peronismo. Decía Vernet:
Yo nací en un hogar político, en un hogar peronista. (…) Yo empecé a militar conscientemente el día que salí a pintar una pared; tenía 14 años, en época de Resistencia Peronista. (…) El peronismo ortodoxo, nací ahí. Los sapos no nos vamos del pozo (…) y el trabajo en el área sindical para mantener el peronismo en los movimientos sindicales para que no se vayan para otro lado. Ese era el trabajo básico [que hacía él en el peronismo] (Vernet, entrevista del Archivo de Historia Oral. Programa Historia y Memoria, UNL, 29/10/2010).

Vemos, entonces, que “militancia política” y actividad sindical eran términos que se solapaban y adoptaban sentidos equivalentes. En otros términos, “militancia gremial” y “militancia política” aparecían como sinónimos en la memoria de este dirigente santafesino de los años ochenta. 
Por su parte, el gobernador que lo sucedió, Víctor Reviglio, también recuperaba un pasado de militancia por las “ideas” y de lucha por los “estilos de vida”. Sin embargo, a diferencia de Vernet, la actividad militante de Reviglio transitó principalmente por el ámbito universitario (como presidente de la Federación de Centros de Practicantes mientras estudiaba Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba) y por los gremios médicos (fue presidente de la Sociedad Médica de Santa Fe). Decía Reviglio en la campaña electoral:  
En épocas en que hablar de democracia era un delito y nuestras ideas no podían expresarse en las urnas, fui detenido como tantos otros argentinos por defender el estilo de vida. (…) Esto, lejos de resentirme, ha fortalecido mi convicción democrática (Reviglio, La Capital, 02/09/87).13

Las organizaciones sindicales que apoyaban a los candidatos del PJSF también otorgaban un lugar al valor de la militancia. En una solicitada en la prensa local se lee: “Dichos compañeros, que reúnen militancia, capacidad y honestidad, prestigian nuestro partido”(Dirigentes de las 62 Organizaciones Peronistas, La Capital, 03/09/87).
Un tercer elemento muy presente también en estos discursos fue la figura del “pueblo” como sujeto de la representación. El pueblo constituye un sujeto ambiguo y, a la vez, central en el universo discursivo y simbólico del peronismo en tanto identidad popular. Por un lado, refiere a una parte de la sociedad –los trabajadores, la clase trabajadora– y, por el otro, se erige como una categoría global que incluye a toda la comunidad en la figura de la “nación” (Aboy Carlés, 2001; Sigal y Verón, [2003] 2010; Martuccelli y Svampa, 1997). El pueblo conforma, así, un juego pendular y ambiguo como parte (plebs)y como todo (populus) a la vez (Aboy Carlés, 2010).
Ese carácter dual del sujeto popular propio de la tradición populista argentina aparece con claridad en la discursividad del peronismo santafesino de esta época. En su discurso de asunción, Vernet le hablaba al pueblo en su doble faceta de plebs y de populus. Decía:  
Nosotros llegamos aquí porque salimos del pueblo, porque el pueblo nos ha formado, nos ha educado y nos ha entregado y nosotros no renegamos del pueblo. Estamos aquí para cumplir con un mandato y para servir al pueblo y no servirnos del pueblo(Vernet, discurso de Asunción, Hemeroteca de la Legislatura provincial, 12/12/83).

En este fragmento se evidencia, entonces, cómo el gobernador se posicionaba a la vez como “servidor” (o representante) del conjunto del pueblo de la provincia, pero, a la vez, como alguien que había “salido” de allí (como trabajador, como peronista, como parte de ese pueblo). En el mismo sentido, exclamaba aquel día desde el balcón de la Casa de Gobierno, frente a la ciudadanía:
Estoy aquí para gobernar con todos los habitantes de esta provincia, para gobernar con el espíritu justicialista, con la ideología justicialista y con los objetivos de grandeza que nos legaron el General Perón y Eva Perón (Vernet, La Capital, 12/12/83).

Nuevamente, aparece aquí la mixtura o la directa identificación entre una parte de la comunidad –a través de las nominaciones del “espíritu justicialista” y la “ideología justicialista”– con la voz del gobernador que busca representar a –y gobernar con– “todos los habitantes” de la provincia.
Hacia 1987, la comunidad que integraba a los peronistas de Santa Fe aún reconocía al pueblo como sujeto de la representación, a pesar de que desde ese año –como parte de un fenómeno más general relacionado con los nuevos formatos de la comunicación política– las campañas electorales comenzaron a innovar en torno a quiénes debían ser los nuevos destinatarios de los discursos.14 Así, en el acto de cierre de su campaña, Reviglio identificaba al peronismo con “la mayoría del pueblo argentino”, destacaba el valor de la “lealtad” y evocaba una memoria cara a esta identidad: la de los años de proscripción política. Expresaba: 
Yo quiero agradecerles este magnífico acto. Es el pueblo que manifiesta su fervor y lealtad a una causa que es la mayoría del pueblo argentino. Dentro de pocos días (…) el pueblo argentino vuelve a las urnas para manifestar su voluntad. Eso tantas veces negado no solo a los argentinos sino particularmente al peronismo (Reviglio, La Capital, 04/09/87).

Un cuarto y último elemento que se puede vincular con una legitimación tradicional de la identidad peronista fue la idea de democracia asociada a la “justicia social”. Esta idea se enmarcaba en un debate contemporáneo que buscaba oponer una concepción formal o procedimental de la democracia (relacionada con el discurso alfonsinista) a la de una democracia que –respetuosa de las reglas formales del régimen democrático– incorporara el elemento de la “justicia social”, propio de la tradición peronista. En efecto, desde sus orígenes, el peronismo involucraba un doble componente: uno “nacional-estatal”, vinculado a su condición de “Partido del Orden”, que buscaba integrar los factores de poder económico al esquema político y gubernamental, y uno “nacional-popular”, que remitía a una dimensión reformista de conquistas sociales, de movilización de los trabajadores y de ruptura del orden nacional-estatal (Aboy Carlés, 2001). Esta segunda dimensión será dejada de lado como elemento constitutivo de la identidad peronista con el advenimiento del menemismo.  
La concepción de una democracia con justicia social estuvo presente tanto en el discurso de Vernet como en el de Reviglio. Ambos mandatarios afirmaban, uno en 1983 y otro en 1987: 
Hoy empezamos una nueva etapa en el país. Juntos tenemos que crear un lugar digno para vivir. La democracia se construye en cada momento y la justicia social es el fundamento de la democracia(Vernet, La Capital,12/12/83).

[El PJ] ha recuperado no solamente la imagen sino también el poder de convocatoria. (…) Pretendemos una democracia fuerte, que significa vivir en un Estado de Derecho pero también en un Estado con justicia social, donde exista la solidaridad y por sobre todas las cosas la participación(Reviglio, La Capital,08/09/87).

Todos estos elementos, como veremos a continuación, sufrirán importantes desplazamientos desde que el peronismo provincial posicionó (a partir del año 1991) a Carlos Reutemann como líder principal de la fuerza.

2. La “llegada” de Reutemann al peronismo

¿Qué significó “ser peronista” en Santa Fe bajo el liderazgo de Carlos Reutemann, una figura por completo ajena a esta tradición? ¿A través de qué operaciones discursivas y de qué nuevas imputaciones de sentido el propio Reutemann (y los dirigentes alineados con su figura) se inscribió como miembro –y, a posteriori, como conductor– de la comunidad peronista santafesina?15
Antes de indagar en los rasgos que adoptó la identidad peronista en la etapa reutemannista auscultaremos en el modo en el que este excorredor de automovilismo se inscribió en la nueva comunidad política. En primer lugar, Reutemann llevó adelante una operación discursiva que Silvia Sigal y Eliseo Verón identifican como típica de la estructura enunciativa de Perón: el “modelo de la llegada”. Según este modelo, “el enunciador se coloca (…) en una posición peculiar que consiste en construir una distancia explícita entre sí mismo y sus destinatarios” (Sigal y Verón, [2003] 2010: 30, énfasis original). En este modelo discursivo, el enunciador se posiciona como alguien que viene de afuera, de un “exterior” extrapolítico. En el caso de Perón, ese afuera lo constituyen, en 1943, los cuarteles y, en 1973, el exilio.16 Así, la relación entre Perón y el pueblo es, según los autores, de pura exterioridad. El líder “llega” para ponerse al servicio del pueblo y de la Patria, mientras que el pueblo se encuentra en la posición de un actor social pasivo, con anhelos de redención, a quien el líder solo le solicita confianza y fe en las futuras realizaciones que hará en su favor (Sigal y Verón, [2003] 2010: 30-35).17
Veamos, entonces, de qué modo Reutemann construyó su “llegada” al peronismo. En ocasión de la campaña interna de 1993 para disputar la presidencia del PJSF, el grupo de sector interno (llamado Creo en Santa Fe) que había acompañado su candidatura a la gobernación en 1991 le “solicitó” la candidatura a la presidencia del partido.18 El pedido fue publicado en una nota en la prensa local en la que se transcribe otra “nota” que habría sido entregada al propio Reutemann por parte de este grupo de dirigentes, en el contexto de una cena en el Colegio de Escribanos de la ciudad de Santa Fe. Allí se lee:
“Mi único heredero es el pueblo”. Esto es el legado claro y terminante que nos dejó el General Perón. Por ello, con el oído puesto en las inquietudes y anhelos de nuestro pueblo, es que venimos hoy a solicitarle que acepte la candidatura a presidente del Partido Justicialista de Santa Fe. (…) Nuestro movimiento nunca fue sectario ni excluyente. Su doctrina es simple y está basada en una concepción humanista y cristiana de la vida, la misma que usted aplica a diario en sus actos de gobierno (El Litoral, 25/03/93).

Unos días después de esta “solicitud”, la departamental Santa Fe del agrupamiento Creo en Santa Fe organizó un acto en la sala de cine de Luz y Fuerza de dicha ciudad, en el cual Reutemann –en un brevísimo discurso frente a cientos de militantes y dirigentes peronistas– “respondió” lo siguiente:
He sabido interpretar la importancia que significó para un argentino que por estas tierras pasara alguna vez un hombre como el General Perón y una mujer como Evita. Porque después de haber vivido muchos años lejos de estas tierras, tomé la decisión de trabajar por ella, sintiendo un gran amor por mi patria. (…) Aprendí a convivir de cerca con cada uno de ustedes. Comprendí al justicialismo como un verdadero sentimiento. Por eso decidí también formar parte de este movimiento, afiliándome al PJ. Cada acto que realicé en mi vida lo hice con absoluta convicción y responsabilidad, consciente de que el justicialismo en esta provincia y en el país es una realidad vigente y válida, como proyecto de una comunidad organizada que sirve para la felicidad de su pueblo. Y por eso, compañeros, hoy me siento justicialista(Carlos Reutemann, El Litoral, 08/04/93).

Ambos fragmentos son claros al evidenciar que Reutemann se posicionaba como alguien que venía desde “afuera”. Esa exterioridad era, a su vez, doble: una exterioridad geográfica (“después de haber vivido muchos años lejos de estas tierras”), marcada por su larga estancia en Europa producto de su profesión como deportista, y una exterioridad política, dada por su condición de ciudadano sin ninguna adscripción político-partidaria. Además, el naciente líder justificaba su venida y su afiliación al justicialismo en el hecho de haber “aprendido” a convivir de cerca con cada uno de los peronistas que lo rodearon desde que “tomó la decisión” de “trabajar por la Patria”. Tenemos, por lo tanto, dos elementos más que se corresponden con el modelo de la llegada. Uno es la posición del líder que, según Sigal y Verón, “observ[a], desde afuera, lo que ocurr[e] en el país” ([2003] 2010: 34, énfasis original). Reutemann “aprendió”, “observó”, “comprendió”, “interpretó” desde afuera a los argentinos y a los justicialistas. Por eso se decidió a venir. El otro elemento –como espejo del anterior– es que viene en respuesta a “las inquietudes y los anhelos del pueblo” (tal como versa la nota de Creo en Santa Fe): es la situación de necesidad del pueblo santafesino la que lo mueve a “entrar” en el juego de la política y a afiliarse y disputar un lugar de liderazgo en el peronismo provincial.19 
Unos días después de la interna, Reutemann asumió formalmente la presidencia del PJSF. Para la ocasión se realizó un acto en la sede partidaria provincial que contó con la presencia del presidente Menem. Allí, este último se refirió también a la llegada (“incursión”) del gobernador santafesino a “la política” como un acto de “servicio al pueblo”:
Este hombre, deportista, empresario (…) de golpe, conociendo de su capacidad, de su talento y de su honestidad, decidió además incursionar en la política. Pero la política asumida como lo que es, no la politiquería barata. La política como ciencia y como arte, al servicio del pueblo. Así la asumimos en 1989(Carlos Menem, El Litoral,21/06/93).

Una segunda operación discursiva que le permitió al peronismo santafesino incorporar a Reutemann como “compañero”, y luego como “conductor”, fue la de inscribir su llegada en la idea de que el peronismo no es “sectario ni excluyente” sino que es un movimiento “abierto a todos los argentinos” (aquí remitimos, nuevamente, a la nota de Creo en Santa Fe). Esta idea abrevaba en el discurso del mismo Perón. En efecto, como vimos más arriba, un elemento constitutivo de la identidad peronista es la alternancia o, incluso, la identificación (mediante una operación sinecdóquica) entre la parte y el todo, la plebs y el populus, los trabajadores y el pueblo/la nación/la patria, los peronistas y los argentinos. Como afirman Sigal y Verón ([2003] 2010), entre las entidades “peronistas” y “argentinos” hay una relación compleja y ambigua: si durante sus dos primeros gobiernos Perón establecía como condición del ser “argentino” el ser, primero, “peronista” (de ahí, la oposición peronistas/antiperonistas que estructuró la isión del campo político hasta 1973), luego de su exilio en España redefinió el status de esas entidades bajo la siguiente fórmula:
Habíamos establecido que para un justicialista no hay nada mejor que otro justicialista. Pero ahora cambiamos y decimos que para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino. Y lo demás son pamplinas…(Perón, 15/12/73, citado en Sigal y Verón, [2003] 2010: 93).

Así, el líder fundador redefinía al peronismo como un movimiento que se abría a recibir a todos los argentinos. Esta operación identitaria aparece, incluso, unos años antes en la conocida entrevista que le realizaron a Perón Fernando Solanas y Octavio Getino en Madrid. Allí se lee:
El movimiento peronista jamás ha sido ni excluyente ni sectario. Nuestro movimiento, por ser de una tercera posición es un movimiento de gran amplitud. Ahora, dentro de la acción política que se desarrolla todos los días vemos mucha gente que proviene de otros sectores políticos, que puede ser del comunismo, del conservadurismo, porque hay de todo en el huerto del Señor. Por aquí han pasado las más ersas tendencias. (…) Y todos esos hombres han demostrado a lo largo de estos años que han sido buenos peronistas, por qué vamos a presuponer que un hombre que se incorpora hoy debió haberlo hecho hace 25 años y va a ser peor que esos que se incorporaron entonces. En ese sentido, para ser realmente justicialista, debe admitir que todos los hombres pueden ser buenos y que todos pueden tener razón, e incorporarlo para servir al movimiento(Perón, 1971, entrevista publicada en Revista Crisis).20

Según este Perón de 1971, los peronistas son aquellos que se incorporan al movimiento sin importar su trayectoria anterior ni el momento en el que lo hicieron. Según el argumento, lo que verdaderamente importa para “ser realmente justicialista” es la cualidad moral o intelectual de las personas (“todos los hombres pueden ser buenos [y] todos pueden tener razón”) y no una específica trayectoria política o partidaria (“por qué vamos a presuponer que un hombre que se incorpora hoy debió haberlo hecho hace 25 años y va a ser peor que esos que se incorporaron entonces”).  Lo que importa, entonces, no es la trayectoria sino la condición moral/intelectual de la persona que “se hace” peronista.21
Este fragmento señala, también, otro aspecto de la forma del discurso de Perón que nos interesa destacar aquí: el lugar subalterno que ocupan los partidos políticos o las ideologías políticas (“otros sectores políticos”, “las más ersas tendencias”) en la definición del colectivo de identificación peronista. De acuerdo con Sigal y Verón ([2003] 2010), este aspecto remite al “vaciamiento del campo político” que opera en la estructura discursiva de Perón.
Estos elementos del andamiaje discursivo del fundador del movimiento (la “apertura” a todos los argentinos, la valoración de la condición moral o intelectual de las personas que se “incorporan” al peronismo y el lugar subalterno de las adscripciones político-partidarias) fueron recuperados y resignificados en los años noventa por parte del presidente Menem, y quedaron plasmados programáticamente en lo que se llamó la “Actualización Doctrinaria”. Numerosas investigaciones han analizado el contenido del discurso menemista –sus continuidades y desplazamientos con la tradición peronista– y el modo en el que dicho discurso cobró nuevos sentidos en el marco de las políticas neoliberales de la época (Aboy Carlés, 2001; Canelo, 2011; Novaro, 2009; Palermo y Novaro, 1996; Souroujon, 2014).
 En efecto, en el Congreso de Actualización Doctrinaria del 16 de marzo de 1991, Menem decía:
[Hemos convocado a] todos los argentinos de buena voluntad, provinieran de donde provinieran, a integrarse a un nuevo frente social y político de reconstrucción nacional (…) sin preguntarles qué hicieron en el pasado, porque el problema argentino lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie (citado en Palermo y Novaro, 1996: 340).

Unos meses después –concretamente, un 17 de octubre– en el contexto de la campaña por las elecciones legislativas nacionales, el presidente reprodujo esta consigna en Santa Fe, ante dirigentes del gobierno y del peronismo provincial. En esa ocasión, expresó:
[Convoco] a quienes militan en nuestra causa y también a los que no, pero que acompañan este proceso de cambio que estamos llevando adelante en el país. (…) Esta es la verdad de esta visita. No tan sólo estar con el compañero gobernador (…) sino pedirle al pueblo santafesino que me siga acompañando (Menem, El Litoral, 17/10/91).

Desde esta visión, entonces, el criterio que definía la integración al movimiento justicialista era de gran amplitud: lo que importaba no era “militar en [la] causa [peronista]” sino “acompañar el proceso de cambio” que se llevaba adelante en el país.22
En continuidad con estos componentes de los discursos de Perón y de Menem, Reutemann dio significado y contenido a la identidad peronista en el ámbito provincial. Durante la campaña a gobernador, algunos dirigentes que apoyaban su candidatura y buscaban captar votos peronistas afirmaban:
Por allí algunos no se explican esto [la candidatura a gobernador de un extrapartidario], pero yo les digo que esto no es más que la concreción de una afirmación que nos legara Perón, cuando dijo que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”(Papaleo, senador provincial, El Litoral, 27/07/91).

Dos años más tarde, en el contexto de la afiliación de Reutemann al PJ, un comunicado publicado en la prensa de los senadores peronistas pertenecientes al sector de Creo en Santa Fe recuperaba la consigna de incluir “a todos los hombres de buena voluntad” en el peronismo, respondiendo al “espíritu amplio y generoso” de Perón y del movimiento. Allí se lee:
El preámbulo de la Constitución Nacional abre las puertas a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino. Este mismo espíritu amplio y generoso inspiró al creador de nuestro movimiento, el General Perón, al señalar que el justicialismo “no es sectario ni excluyente”, más aún si quienes ingresan a sus filas son dignos del afecto y el reconocimiento de las mayorías populares. (…) Las bases (…) supieron ver en Reutemann al conductor natural capaz de llevarlos a la victoria y de recuperar la confianza en la sociedad. Por eso, su reciente afiliación viene a consolidar ese liderazgo (“Con los brazos y el corazón abierto”, El Litoral, 28/02/93: 7).

Este fragmento nos aporta otro elemento de relevancia. Además del “espíritu de amplitud y generosidad” que sería propio de la tradición y la identidad peronistas para recibir a cualquier argentino “de buena voluntad”, se suma el criterio del “afecto y el reconocimiento de las mayorías populares” que portaba, en especial, el recientemente afiliado gobernador Reutemann. Este elemento es crucial para una tradición popular como la peronista. En efecto, la legitimidad popular consagrada por el voto ciudadano constituye un atributo fundamental, ya no para integrar el colectivo peronista sino para quien pretenda conducirlo en sus distintos niveles (nacional, provincial o municipal). Como afirma María Matilde Ollier (2010), por su tradición y lógica organizacional (y una vez muerto su fundador) el peronismo –en tanto movimiento carismático– se estructura en torno de la figura de un líder elegido por la ciudadanía o por los afiliados al partido. El líder, luego, es quien ordena las relaciones internas de la organización y quien le da también una orientación en las ideas. En este sentido, Reutemann era aclamado como miembro de la comunidad justicialista en virtud de su condición de “conductor natural”. Decía Jorge Obeid (entonces intendente de la ciudad de Santa Fe): “Reutemann no forma parte del equilibrio [de poder] sino que es nuestra conducción” (El Litoral, 5/12/95). Aquí aparece –en un sentido inverso– aquello que Tulio Halperín Donghi ([1994] 2005) designa como la “legitimidad de la conducción”. Según esta noción, bajo el liderazgo del General Perón la vía electoral funcionaba como un reconocimiento procedimental y subsidiario de una legitimidad anterior, la del conductor, que le era reconocida al líder como una condición “natural” de su persona política. Sin embargo, en este caso, se invierte el orden de los factores que hacen al reconocimiento del conductor. Si con Perón el voto popular venía a confirmar su condición primera en tanto que conductor “natural”, luego de su muerte, quien pretenda liderar al peronismo debe consagrarse, en primer término, a través del procedimiento eleccionario para, luego, ser reconocido como conductor “natural”.

3. La identidad peronista en el discurso de Carlos Reutemann

Una vez definida la “llegada” de Reutemann al peronismo (los sentidos que se atribuyeron a su ingreso a la comunidad política y a su lugar como “compañero” y como “conductor” del peronismo provincial), pasaremos a indagar qué significados adoptó la identidad peronista para el propio líder.
En primer lugar, nos preguntamos por el modo en el que Reutemann delineó una experiencia pasada, una “historia” –aun en su brevedad y en su proximidad en el tiempo–, en el peronismo. Nuestro hallazgo, en este punto, es que este excorredor de automovilismo remitía sus vinculaciones previas con el universo peronista a experiencias de exclusiva índole interpersonal. Dada su condición de completa ajenidad con la militancia política y con cualquier tipo de identificación político-partidaria, la construcción de una experiencia pretérita en el peronismo estaba fuertemente atravesada por el relato de sus relaciones personales tejidas con los líderes del movimiento (concretamente, con Perón y con Menem). Así, por ejemplo, le dio sentido a su afiliación en el PJ:
Al compromiso grande lo tengo con Carlos Menem, que es quien me llamó a la política en enero de 1991. Era a él a quien yo debía llevarle la ficha de afiliación. Quién sino él debía presentarme ante el PJ(El Litoral,22/02/93).

En el acto de su asunción como presidente del PJSF, con Menem presente, el gobernador expresó:   
Sentí una fuerte emoción aquel día de 1974, cuando le presté un fuerte abrazo al General Perón. Fue un día también muy importante para mi vida cuando un día de 1991, usted me invitó a trabajar para la provincia de Santa Fe(El Litoral,21/06/93).

El vínculo con la identidad peronista estaba, entonces, mediado por relaciones de tipo uno-a-uno. En este marco, adquirían especial significado los objetos materiales que circulaban como intercambio entre ambas partes de estas relaciones. Así, en la crónica de un diario local sobre el día en el que Reutemann se afilió al PJ, se lee que el reciente afiliado había firmado su ficha “utilizando la lapicera que le regaló el ex presidente Juan Domingo Perón en 1974 cuando asistió al circuito capitalino a una carrera de Fórmula Uno” (El Litoral, 19/02/93). También, es demostrativa del modo en el que Reutemann reconstruía su vinculación con el peronismo la referencia que hizo en plena campaña a la gobernación a “un libro del General Perón” que “le[í]a de vez en cuando”. Así lo expresó en la siguiente declaración:
Tengo un libro del General Perón en el auto que lo leo de vez en cuando y dice “los hombres son todos buenos, pero controlados son mejores”, y eso me parece muy bueno. En mi relación con el peronismo lo mejor que voy a hacer será exhibir el libro de Perón porque es buenísimo(La Capital, 12/09/91).

Según Aboy Carlés, “toda identidad política se constituye en referencia a un sistema temporal en el que la interpretación del pasado y la construcción del futuro deseado se conjugan para dotar de sentido a la acción presente” (2001: 68). Ahora bien, ¿cómo se constituye una identidad cuando alguno de los actores (que tiene, además, un rol central como representante de las ideas y los símbolos que mueven a los demás miembros) no formó parte de ningún pasado, de ninguna instancia pretérita en el devenir de dicha identidad? Según buscamos argumentar, la emergencia de Reutemann en el peronismo santafesino borró prácticamente la dimensión de la tradición de esta identidad. Sin un pasado en el peronismo, poco podía fundar su acción presente en un pasado inexistente. Sin embargo, hasta en los casos como el que estamos analizando, donde no parece haber vestigio alguno de un recorrido anterior, de un suelo de mínima historicidad, la acción colectiva debe fundarse, aunque más no sea, en “puntos mínimos” de alguna instancia pretérita. Como advertimos en las declaraciones públicas citadas, esta instancia pretérita debió fundarse en acontecimientos puntuales de interacción personal, cara a cara, del líder recién llegado con los máximos representantes del movimiento.
Esto nos conduce a la segunda dimensión que caracterizó la configuración de la identidad peronista en el discurso reutemannista. La “personalización” o “iniduación” del vínculo identitario dio paso a su constitución como sentimiento o afectividad abstracta. Esta segunda dimensión se puede comprender a partir de lo que Martuccelli y Svampa llaman el “carácter esotérico” del peronismo. Según los autores,
[La] experiencia subjetiva de la identidad da lugar a la concepción esotérica del peronismo. (…) El peronismo escapa a las categorías “racionales”, (…) hay en él una dimensión “afectiva”, una connivencia secreta entre los miembros, que lo define de manera “esencial” y que excede toda determinación racional. (…) Entre los peronistas [el compromiso político] es fundamentalmente construido en términos “emotivos” e “identitarios”. (…) Lo que cambia y singulariza al peronismo es el deseo de presentar el vínculo político como una forma de vínculo pre-político (1997: 161; 163).

Antes de retomar el punto que nos interesa de esta definición, quisiéramos hacer una aclaración sobre un aspecto del argumento de los autores con el que disentimos. Martuccelli y Svampa definen al peronismo solamente a partir de una instancia “irracional” (que también llaman “identitaria” aunque, ¿cuál sería el término “no identitario” de una identidad?) que abarcaría todo el campo de su constitución. Por contraste, se puede pensar que habría otras identidades que sí contendrían –a diferencia del peronismo– categorías racionales, “políticas”, no emotivas. Ahora bien, desde la perspectiva de la sociología de las identidades políticas que estamos siguiendo, se asume que toda identidad supone ambas dimensiones. Por un lado, implica la persecución de objetivos definidos como deseables (lo que conduce a enfocar la mirada en el costado racional de la acción). Por otro lado, determina su significación bajo parámetros relativos a una lectura del pasado y a una interacción entre los actores que escapa a todo control racional. Esto último lleva a abordar la acción desde su costado no racional, atento a una legitimación de tipo tradicional (Aboy Carlés, 2001). En términos weberianos, se correspondería con el aspecto racional de la acción con arreglo a fines, por un lado, y con la acción tradicional, por otro (Weber, [1922] 1992).  
Hecha esta aclaración, sí nos resulta pertinente analizar el discurso de Reutemann sobre el peronismo bajo la faz llamada “esotérica”, sentimental o afectiva que trae consigo la construcción de esta identidad. En efecto, la idea de que el peronismo se percibe más como un sentimiento que como un corpus de ideas fijas23 o doctrinas estables que remitan a situaciones sociales objetivas forma parte misma de su historia y de su tradición. Ya en tiempos de la Resistencia Peronista fue interpretado en su capacidad de constituir la “experiencia” de los militantes y obreros de mediados de siglo y de dotarlos de una identidad cultural (James, 2010) que trascendiera sus condiciones materiales objetivas. Sin embargo, como aseveran Martucelli y Svampa, a partir del fenómeno menemista el peronismo dejó de constituir una “estructura del sentir” (según la célebre expresión que los autores retoman de Raymond Williams). Esto significa que dejó de organizar simbólicamente la vida colectiva e inidual, que estableciera una continuidad entre ambas esferas, para devenir en un conjunto de recuerdos aislados que se expresaban en la forma de la nostalgia, o que solo remitían a experiencias personales desancladas de una memoria colectiva.24 En este sentido, se habría producido, según los autores, 
un vaciamiento de la experiencia social y la “privatización” del sentimiento peronista. (…) Los acontecimientos permanec[ía]n, entonces, desorganizados y aparec[ía]n como profundamente subjetivos. Cada uno p[odía] hablar con mayor libertad en términos irremediablemente personales (Martucelli y Svampa, 1997: 351).

En efecto, durante los años noventa la identidad peronista se vio profundamente transformada al calor de los cambios estructurales operados en la sociedad y en la economía argentinas. En una sociedad crecientemente desintegrada, en especial luego del giro neoliberal del gobierno de Menem, el imaginario peronista habría entrado en crisis en tanto motorizador de la acción colectiva de los sectores populares urbanos, donde la subcultura peronista había arraigado con fuerza a lo largo del siglo XX. La identidad peronista solo persistiría bajo la forma de recuerdos aislados del pasado y de exigencias abstractas de dignidad personal, cuyas imágenes aparecerían, cada vez más, multiplicadas y fragmentadas (ibíd.). De ahí la imagen de “la plaza vacía” que evocan los autores.25
Ahora bien, este fenómeno de iniduación y privatización del sentimiento peronista, y –por contraste– la licuación de su capacidad para dar sentido a la acción colectiva, no se expresó solamente entre los sectores populares y militantes. De él participaban también los líderes y dirigentes, cuyas figuras se volvieron centrales como punto de apoyo de una identidad en crisis y en transformación (Novaro, 1994). En efecto, durante la campaña presidencial de 1989 –fuertemente emotiva, y que integró una potente simbología en torno a rasgos mesiánicos y cuasi religiosos en la figura del candidato (Mora y Araujo, 1995; Novaro, 1994)–, Carlos Menem hablaba del peronismo en términos de “una mística, un sentimiento, un movimiento, una emoción” (citado en Cerruti y Ciancaglini, 1991: 12). En esta línea, también Reutemann rememoraba –en el inicio de su campaña por la presidencia del partido– la campaña por la gobernación, al significar al peronismo en términos de una “gran pasión” y un “verdadero sentimiento”. Decía:
Aquellos días que yo competí con el justicialismo, fueron para mí conocer la pasión de un gran movimiento, y la de haber trabajado para nuestra provincia de Santa Fe(El Litoral,08/04/93).

En una entrevista que se le realizó en el último año de su primer mandato, el gobernador volvía a agradecer a los “compañeros” por el trabajo realizado juntos. Definía el movimiento por la “gran pasión” que lo caracterizaba:
Me viene a la memoria aquel 4 de enero de 1991, cuando yo ingresé en la quinta presidencial de Olivos a hablar con el compañero Menem. En aquel momento me preguntó si quería trabajar en un sublema en la provincia de Santa Fe. (…) Pasó el tiempo, hicimos unas brillantes elecciones (…) y en eso tuve una gran transmisión del movimiento nacional justicialista, de esa gran pasión que los envuelve (El Litoral,25/01/95).26

La identidad peronista quedaba, entonces, definida por dos elementos centrales. Por un lado, su afianzamiento como dimensión privada, personal, inidual, articulada en torno a relaciones uno-a-uno y a la evocación de recuerdos o memorias personales (“me viene a la memoria aquel día que ingresé a hablar con el compañero Menem”).27 Por otro lado, su cualidad de “emoción”, de afecto, de “pasión” abstracta, escindida de cualquier corpus de ideas, consignas o doctrinas arraigadas en una tradición política (colectiva) pretérita. El discurso de Reutemann sobre el peronismo era la expresión exacta de este fenómeno de “privatización” de una subjetividad política que supo, en el pasado, dar sentido a la vida inidual en el marco de una cosmovisión colectiva.28
Por último, en el peronismo de estos años adquirió un lugar central la consideración de la condición moral de las personas. Como analizamos más arriba, este no fue un componente ajeno a la construcción identitaria histórica del peronismo.29 Sin embargo, como señala Sabina Frederic, “en la Argentina de los noventa el problema de la política fue definido por dirigentes y candidatos políticos como de naturaleza moral” (2004: 21). Los políticos empezaron a ser juzgados por sus conductas en tanto iniduos privados, y no en tanto representantes de ideas, tradiciones o programas políticos. Se trataba, en definitiva, del advenimiento de nuevos criterios en la configuración de la relación de representación política que ponían en el centro de la escena valores de tipo moral y de tipo tecnocrático (Pereyra, 2013). Así, los políticos con perfiles “tradicionales” (esto es, dirigentes vinculados a largas trayectorias políticas y a la militancia partidaria o sindical en los partidos políticos tradicionales, como el PJ y la UCR) empezaron a ser cuestionados en su rol de representantes políticos por parte de la ciudadanía.
La política santafesina en general, y el peronismo en particular, no escaparon a estos cambios de época. La emergencia misma de la figura de Reutemann fue una manifestación de este proceso. En una coyuntura fuertemente atravesada por la crítica a la corrupción de los funcionarios del gobierno anterior (el exvicegobernador había sido destituido por incumplimiento de los deberes de funcionario público mediante un juicio político), que se tradujo en un cuestionamiento generalizado hacia los políticos de partido, la imagen de un candidato sin vínculos aparentes con la dirigencia gobernante vino a representar los valores de la honestidad y de la ética en el manejo de los asuntos públicos.30
En ese marco, la condición moral de las personas constituyó un aspecto central del “ser peronista” bajo la conducción reutemannista. Las categorías morales ocuparon el lugar de las motivaciones construidas como sentimientos extrapolíticos de las que hablan Sigal y Verón en el “modelo de la llegada”. Como ya vimos, ese “venir desde afuera” en Reutemann (desde el deporte y desde la práctica empresarial) estaba asociado al ejercicio de valores morales y éticos que cobraban sentido en el devenir de la esfera privada: la honestidad, el esfuerzo, el sacrificio, la vocación de servicio, la simpleza, la moderación, la prudencia, la paciencia, entre otros.31 Estos valores, alejados de la “politiquería barata” –como expresó Menem–, redefinieron la identidad peronista al vaciarla de contenidos relativos al mundo político-partidario (verbigracia, la militancia partidaria o sindical y la acción política entendida como “lucha” por ideales y valores políticos) y dotarla de nuevos sentidos vinculados al universo de los valores éticos y morales iniduales.
En este sentido, en su discurso de lanzamiento de la candidatura a presidente del PJSF, Reutemann convocaba a sus compañeros a formar una “nueva dirigencia” y un “justicialismo transparente”:
Yo los convoco, compañeros, a compartir esta nueva propuesta, esta nueva manera de comprender la política, que tiene que ver con un justicialismo transparente (…) donde los compañeros y compañeras no sirvan sólo para juntar votos, sino para contribuir al crecimiento de una nueva dirigencia (El Litoral, 08/04/93).

Por su parte, el sector reutemannista del partido publicaba un documento en la prensa titulado “La honestidad es la garantía; la política es el servicio”, donde se definía como fracción partidaria desde un paradigma moral, por oposición a la dirigencia identificada con la “alta política” que había gobernado la provincia en los períodos previos, “cuestionada por la sociedad”. Allí se lee:
[Los] responsables de lo ocurrido en nuestra provincia en los últimos años, forman parte de la dirigencia del peronismo que en víspera de las elecciones de 1991 se hallaba severamente cuestionada por la sociedad y que había puesto al justicialismo al borde de la desintegración. (…) No necesitamos lecciones ni clases de alta política de aquéllos que, habiendo tenido la oportunidad de hacer lo que hoy proclaman, terminaron avalando por acción u omisión todo lo contrario(El Litoral,08/03/93).

La puesta en valor de las virtudes morales y –como contracara– el opacamiento de los símbolos y rituales “tradicionales” de la identidad peronista se expresaron también en cierta crónica sobre los festejos por la victoria de Reutemann y su sector en las elecciones internas. La “mesura”, las “celebraciones medidas”, el “buen tono” cobraban protagonismo frente a “la marchita” y el “viejo folklore justicialista”:
El festejo de los militantes de Creo en Santa Fe fue mesurado, de buen tono. La antigua iconografía peronista sólo amagó a aparecer con la llegada al viejo local de Santa Fe y Roca de la diputada Gastaldi. Entonces los ánimos se caldearon lo suficiente como para largar con la marchita. Muchos sólo acompañaron con palmas porque, evidentemente, desconocían casi por completo la letra. (…) Hacia las 21 comenzaron los festejos en el local del oficialismo: celebraciones muy medidas, a media voz, sin nada del viejo folklore justicialista (La Capital, 31/05/93, énfasis original).

El peronismo santafesino se adentró, así, en una nueva etapa, en la que se desplazó de la construcción identitaria el contenido vinculado con el imaginario nacional-popular y de justicia social, y se definieron nuevos límites en torno a las exigencias de “moderación”, “transparencia” y “honestidad” esgrimidas por parte de la dirigencia que vino a ocupar los puestos centrales de poder en el gobierno y en la esfera partidaria provincial. 

Conclusiones

En este trabajo, nos propusimos analizar los componentes de la identidad peronista en la provincia de Santa Fe entre 1983 y 1995. En particular, buscamos resaltar los desplazamientos operados en torno a lo que significó “ser peronista” en este distrito provincial entre, por un lado, los dos primeros gobiernos peronistas del período democrático (a cargo de los gobernadores Vernet y Reviglio, respectivamente) y, por otro lado, la transformación que implicó el ascenso a la primera magistratura provincial de la figura de Reutemann en el año 1991.
El análisis de la identidad peronista santafesina durante los años ochenta nos encontró con una configuración identitaria que se inscribió, principalmente, en una legitimación de tipo “tradicional”. Esto es, se sustentó en elementos relativos al pasado remoto del movimiento (la historia de militancia y lucha política y sindical, la rememoración del 17 de octubre como jornada “gloriosa” y de las épocas de persecución y proscripción, la escenificación del “pueblo” como sujeto de la representación, la condición del peronismo como “mayoría natural” y el lugar central otorgado a las figuras fundantes). Estos límites identitarios fueron constituidos, además, por liderazgos cuyos atributos tenían basamento en arraigadas trayectorias dentro del movimiento peronista (como militantes políticos o como personas vinculadas al mundo sindical). Es de destacar –además– que, mientras en otros espacios territoriales (como en la provincia de Buenos Aires) estas características tuvieron presencias oscilantes (que fueron fuertemente desplazadas, por ejemplo, por el discurso de la Renovación Cafierista), en este espacio provincial se mantuvieron más o menos presentes a lo largo de todo el período 1983-1991.
El inicio de un nuevo ciclo político en la provincia, a partir de la emergencia del liderazgo de Reutemann, supuso la circulación de nuevos imaginarios en la configuración de la identidad peronista local. En primer lugar, analizamos cómo la movilización de distintas operaciones discursivas (el “modelo de la llegada”, la apertura a “todo argentino de buena voluntad” y el reconocimiento de la legitimidad popular) permitieron al peronismo santafesino de comienzos de los noventa “incorporar” dentro de su campo identitario una figura ajena a su historia y a su tradición político-partidaria. En segundo lugar, identificamos el modo en el que el peronismo, como identidad política, abandonó las referencias a los tópicos relacionados con el pasado mediato del movimiento y reificó, en su lugar, un sentido del “ser peronista” escenificado en torno a las relaciones de exclusiva índole interpersonal entre el gobernador y los líderes principales de la fuerza (Perón y Menem). Además, los nuevos límites identitarios se expresaron en la construcción de una afectividad abstracta sin correlato en prácticas colectivas o grupales, y al clivaje moral predominante en el discurso público de la época. De ahí que Reutemann recuperara, por ejemplo, las figuras de Perón y Eva como símbolos abstractos de una identificación personal con los líderes, mas no con una cosmovisión que tuviese efectos en una praxis política y social de conjunto. El recorrido permite advertir que, si bien existen notorias continuidades con el devenir de la identidad peronista bajo el liderazgo y la impronta reformista del presidente Menem, el análisis del caso ofrece una especificidad y un matiz interesantes al tratarse de la reconfiguración identitaria del peronismo bajo la égida de un liderazgo que era completamente ajeno a esta tradición política, y que supo reconvertir esa condición de extranjería en la de representante principal de la fuerza.
Por último, destacamos el modo en el que este estudio nos conduce a matizar las proposiciones extendidas entre las investigaciones académicas acerca del “debilitamiento”, la “neutralización”, la “fragilidad” o la “crisis” de las identidades políticas históricas de nuestro país. Estas hipótesis, formuladas a partir del advenimiento de los nuevos formatos de la representación política, de las mutaciones en el comportamiento de los partidos políticos y en el rol de los liderazgos durante los años ochenta y noventa, pierden de vista el modo en el que esas mismas identidades, lejos de debilitarse y quedar sometidas a una pura lógica de “estatización de los partidos” (Alonso, 2006), persisten en su reconfiguración, adquieren nuevos contenidos y resignifican otros que recuperan desde el pasado para dar sentido, así, a las disputas y acciones del presente.  

Referencias

1 El presente artículo expone los resultados de uno de los capítulos de mi tesis doctoral, titulada Partido, identidad y representación en el peronismo santafesino (1991-1995). Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina.

2 Sin intención de exhaustividad, mencionamos algunos trabajos que se inscriben en la línea del análisis político del discurso planteado por Laclau para abordar distintas “tradiciones”, “identidades” o “mitos” políticos nacionales. Entre ellos, se encuentra el trabajo pionero de Gerardo Aboy Carlés (2001) que –desde una sociología política de las identidades– operacionaliza el concepto de “identidad política” para, luego, aplicarlo al estudio del peronismo y del radicalismo. En esta línea se halla, también, la pesquisa de Ricardo Martínez Mazzola (2012) sobre el socialismo de principios del siglo XX; la de Julián Melo (2008), Sebastián Barros (2009), Alejandro Groppo (2009), Nicolás Azzolini (2016) y Pablo Pizzorno (2020) sobre el período originario del peronismo; la de Sebastián Giménez (2016) sobre el radicalismo de entreguerras; las de Daniela Slipak (2018) y Andrés Funes (2021) sobre el peronismo de los años setenta y sesenta, respectivamente; la de Fernando Suárez (2018) sobre las tradiciones socialistas de los años setenta y ochenta; la de Adrián Velázquez Ramírez (2015) sobre las identidades políticas durante la transición democrática; y la de Barros (2002), que analiza los mitos políticos argentinos entre 1976 y 1991.

3 Por supuesto, existe una importante literatura que analiza las tradiciones políticas en las provincias. Basta mencionar los clásicos trabajos de Darío Macor ([2003] 2014 y 2013) sobre Santa Fe y de César Tcach ([2003] 2014) sobre Córdoba. Sin embargo, estos y otros autores utilizan el término “tradición política” como una heredad fija anclada en el pasado. Se interrogan poco acerca de cómo esas tradiciones asumían nuevos (y múltiples) moldes en función de las disputas del presente y de proyectos de comunidad futuros. Para una crítica sobre este punto, se puede consultar la introducción a la tesis de Andrés Funes (2021).

4Vale aclarar que en Santa Fe está imposibilitada por la Constitución provincial la reelección inmediata del gobernador.

5Dejamos de lado el análisis de la alteridad o el límite exterior en la configuración de la identidad peronista santafesina durante el período mencionado pues nos interesa ahondar en los límites internos, en los contornos que adoptó el peronismo como identidad hacia adentro de la comunidad política, tanto en su dimensión representativa (de ahí la importancia de los liderazgos de los gobernadores del PJ para articular los sentidos ersos del “ser peronista” en la provincia) como en su relación con una tradición pretérita de referencia. 

6Dice Aboy Carlés: “no hay identidad política ajena a un juego de representación suplementaria entre representantes y representados, o lo que es lo mismo, no hay política fuera de la representación” (2001: 66).

7En 1983, el PJ del distrito Santa Fe obtuvo una ajustada victoria del 41,41% de los votos contra el 40,32% de la Unión Cívica Radical (UCR). En cambio, en 1987 la victoria del peronismo santafesino fue contundente. El PJ obtuvo el 44,11% de los votos, mientras que la UCR sacó el 28,01% y el Partido Demócrata Progresista (PDP), el 13,80%. El PJ había concurrido en alianza con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) [Fuente: Tribunal Electoral Provincial].

8En las elecciones a gobernador del 8 de septiembre de 1991, en las que Reutemann ganó la gobernación, el candidato se presentó fundamentalmente como un outsider de la política, enfatizando su condición de “extrapartidario” al justicialismo. Es por esa razón que, aun sin dejar de hablarle a la “base justicialista”, en esa ocasión el naciente líder no buscó posicionarse como parte de la comunidad peronista. Sobre este punto se puede consultar Lascurain (2014a).   

9Utilizamos indistintamente los términos “peronismo” y “justicialismo”.

10Debemos aclarar que este tipo de legitimación de la identidad peronista bajo el liderazgo reutemannista está lejos de conformarse como una recreación totalmente vaciada de referencias a un pasado o instancia pretérita. Ello no sería posible, pues toda identidad se constituye en referencia –y en tensión– con la propia tradición. Por ejemplo, como lo demostraremos a lo largo del trabajo, Reutemann, al recuperar en sus discursos las figuras fundadoras del movimiento (Perón y Eva), vuelve y da sentido –de algún modo– a simbologías y referentes troncales de la tradición peronista histórica. 

11La imagen del “pueblo en las calles” durante la campaña de 1983 tuvo su manifestación concreta en los actos proselitistas. Según Gabriel Vommaro (2008), la cantidad de participantes en los actos se constituyó en uno de los principales “indicadores prácticos” que utilizaron los políticos y los periodistas como forma de lectura de la competencia político-electoral.  

12Como veremos luego, este aspecto de la construcción identitaria será fuertemente desarticulado por el discurso del gobernador Carlos Reutemann.

13Como veremos más adelante, la razón de defender la “democracia” como régimen y como estilo de vida se inscribía en la disputa por el sentido de este término frente al radicalismo –específicamente, en su versión alfonsinista– en el contexto de la campaña de 1987 (Fabris, 2006).

14A partir de la campaña de 1987, los dirigentes santafesinos de todos los partidos empezaron a introducir nuevos elementos en el modo de relacionarse con los ciudadanos/electores, en línea con las innovaciones en la comunicación  política y en las estrategias proselitistas presentes en las esferas nacional y bonaerense (Fabris, 2006; Vommaro, 2008; Waisbord, 1995). En el caso del PJ y su candidato a la gobernación, Reviglio, desplazó parcialmente las referencias partidarias en su discurso e interpeló al electorado desde categorías no relacionadas directamente con un contenido ideológico o partidario específico (le habló, por ejemplo, a las “familias”, los “amigos”, los “indecisos”). Además, se reforzaron las marcas de la personalización política (Novaro, 1994): se hacía hincapié en las cualidades personales del candidato (“Confiamos en el Dr. Reviglio y en sus convicciones”, rezaba una solicitada en el diario) más que en consignas partidarias o en ideas relativas a una tradición política común. Un editorial del diario rosarino La Capital afirmaba: “La ‘marchita’ había estado ausente en gran parte de la campaña propagandística del PJ con la intención de atraer a los miles de indecisos sin afiliación política alguna” (07/09/87).

15Carlos Reutemann gobernó la provincia de Santa Fe entre 1991 y 1995 y entre 1999 y 2003. Como un completo outsider político (fue un destacado corredor internacional de Fórmula Uno y se desempeñaba, al momento de ser candidato, como empresario agropecuario), había sido convocado por el presidente Carlos Menem para disputar las elecciones provinciales de 1991 como extrapartidario por un sublema del Partido Justicialista. En 1993, decidió afiliarse al PJ para consolidar su liderazgo también dentro del peronismo a través de elecciones internas. Desde entonces, y hasta el final de su segundo mandato, se convirtió en el líder indiscutido de la fuerza. Para un análisis detallado de este proceso, ver Lascurain (2020).

16No creemos, sin embargo, que el modelo enunciativo de la “llegada” se corresponda exclusivamente con una estructura discursiva propia del peronismo. Este es, más bien, un rasgo que asume todo enunciador que construye una presentación de sí como “externo” al mundo de las instituciones de la política (conocido como el prototipo del outsider). En procesos políticos más recientes se ha observado, en efecto, que la presentación de un candidato/líder político como proveniente de un campo no-político (la empresa, el deporte, la actividad artística, entre otros) es propia de las nuevas formas que asume el vínculo entre representantes y representados, y que atraviesa a todos los partidos políticos y niveles de gobierno. Al respecto, ver Annunziata (2013).

17Carlos Memen, por ejemplo, también elaboró un discurso en el que se posicionaba como alguien que venía “desde afuera”: desde la cárcel, adonde lo había recluido la última dictadura militar (Canelo, 2011), o desde su tierra de nacimiento, en tanto “caudillo riojano” (Novaro, 1994).

18Vale aclarar con respecto a la relación de Reutemann con el justicialismo santafesino que, si bien no se afilió y ni participó formalmente de las disputas internas del partido sino casi dos años después de ganar la gobernación, para la campaña de 1991 se rodeó de un importante sector de dirigentes de segunda línea del PJ, quienes le proveyeron la estructura partidaria necesaria para disputar aquellas elecciones. Estos dirigentes conformaron el sector denominado Creo en Santa Fe, que funcionaría como el grupo de sector interno del reutemannismo.

19Algunas investigaciones critican el modelo de la llegada de Sigal y Verón, al considerarlo “una simplificación extrema que desconoce las características reales de las multitudes obreras que emergen a la vida pública con voz propia como nunca antes en la historia argentina” (Vasallo, 2016: 1047). Según esta crítica, el modelo niega la existencia de una relación dialógica entre el líder y las masas, en la cual las multitudes no son pasivas sino que “hablan, actúan y se mueven con rebeldía e irreverencia” (Ibídem.). En nuestro caso de análisis, en el liderazgo de Reutemann –y a distancia del de Perón–, creemos que sí es posible advertir este posicionamiento de exterioridad entre el líder y sus seguidores. La explicación la encontramos en la inexistencia de “interacciones masivas”. Los escenarios discursivos en los que hablaba Reutemann se desarrollaban, como muestran los extractos citados, en espacios reducidos (en su mayoría cerrados, en contextos de una “cena” o de actos en teatros o edificios partidarios) y con una afluencia de público acotada (algunos cientos de personas, como mucho). Además, eran escenificaciones controladas, cuidadas, en las que el discurso del líder era breve, generalmente leído, y en las que la interacción no iba más allá de los aplausos finales o del canto de la “marcha” por parte de los participantes. Incluso, en algunas ocasiones, Reutemann no era el único orador, sino que compartía la escena con el líder nacional del movimiento de la época, el presidente Carlos Menem. Un último elemento, en este sentido, lo da el tipo de relación que el gobernador entablaba con sus destinatarios: no le hablaba a las “masas” de trabajadores peronistas sino a “cada uno” de ellos; era una relación particular, inidual, uno-a-uno, entre él y los iniduos o ciudadanos (que eran peronistas). Sobre este último aspecto, nos extenderemos más adelante. 

20 La entrevista puede consultarse en https://www.elhistoriador.com.ar/entrevista-a-juan-domingo-peron-crisis/

21Debemos explicitar el contexto de producción de esta entrevista a Perón. Son los años de incorporación creciente al movimiento peronista de nuevas generaciones de militantes peronistas (la “juventud”), como así también de sectores provenientes de la izquierda partidaria (comunismo, socialismo, marxismo, entre otros) que se vuelcan al seguimiento del liderazgo de Perón, ejercido desde su exilio en España.  

22 Estas operaciones discursivas, donde Menem desestima el “pasado” de aquellos a quienes convoca para formar parte de su proyecto político (“provengan de donde provengan”, “sin preguntarles qué hicieron en el pasado”, u otras fórmulas similares), se corresponden con el intento del presidente por “silenciar” e “invertir” a Perón durante los primeros años de su gobierno. Al respecto, consultar la riquísima investigación de Gastón Souroujon (2014) sobre los mecanismos de resignificación y reapropiación del imaginario peronista tradicional por parte del discurso menemista. 

23Sin embargo, el peronismo no carece tampoco de un corpusde doctrina o de principios, los cuales están plasmados en las canónicas “Veinte verdades peronistas”, definidas por el fundador del movimiento. Esa doctrina escrita es, empero, actualizada a lo largo del tiempo, tal como lo expresa, por ejemplo, la “Actualización Doctrinaria” menemista. No queremos dejar de señalar este punto, aunque no es nuestro propósito realizar un análisis de la doctrina peronista, sino solo de los sentidos que el discurso de Reutemann otorgó a esta identidad (de aquello que recuperó de ella y de lo que decidió omitir o abandonar). 

24Algunas de las voces de militantes peronistas que los autores citan a este respecto son: “el trabajador antes, en el gobierno de Perón, estaba protegido, el trabajador era una persona digna, hoy no”. O bien, “el peronismo era una época en la que, yo no se por qué, si por el sindicalismo o por otra cosa, pero había un respeto hacia el trabajador. Se lo respetaba, no como ahora” (Martuccelli y Svampa, 1997: 346; 347).

25Para un análisis en clave histórica de la Plaza de Mayo como símbolo y expresión de la capacidad movilizadora de los sectores populares y, en especial, del peronismo, ver Sergio De Piero y Violeta Rosemberg (2016).

26 Nótese aquí el uso de la segunda persona del plural (“esa gran pasión que los envuelve”), indicativa de la relación de “exterioridad” que construyó Reutemann con respecto al peronismo, presente, incluso, varios años después de haber “arribado” a esta fuerza política.

27 Este tipo de vínculo personalizado, inidualizado, particularizado, que definía a Reutemann dentro de la comunidad peronista, formó parte del despliegue de un formato de representación política que privilegiaba la proximidad “empática” y de “escucha” con cada santafesino y santafesina, y la presentación de sí mismo como un hombre “no-político”. Al respecto, consultar Lascurain (2021).

28No desconocemos por ello que el componente subjetivo, afectivo, de contacto directo con los “centros de poder” (en el sentido de Clifford Geertz [1994]) haya formado parte de la identidad peronista desde sus orígenes (Quiroga, 2008). Sin embargo, lo que encontramos en la identidad peronista configurada por Reutemann es la sola permanencia de ese componente afectivo, del lazo interpersonal que estructura la identidad (sobre todo, con los grandes líderes como Perón, Eva o, contemporáneamente, con Menem). Como contracara, la identidad se desvincula de la dimensión plebeya, revolucionaria, comunitaria, de justicia social (o “nacional-popular”, en los términos de Aboy Carlés [2001]), proceso que advino ya con el menemismo y que se plasmó, también, en el peronismo santafesino en su versión reutemannista.

29La importancia de los atributos morales/inmorales de las personas en la configuración de la identidad peronista en distintos momentos históricos ha sido resaltada por una multiplicidad de investigaciones. Solo para mencionar algunas de ellas, podemos destacar el estudio de referencia en la materia del antropólogo Fernando Balbi (2007) sobre la “lealtad” como valor moral fundamental en el pensamiento y la acción de los peronistas desde los orígenes hasta el presente. Por su parte, Funes (2021) señala para los años sesenta el modo en el que el cuestionamiento a la figura de Augusto Vandor por su “soberbia” y su “apetencia de poder” redefinía los límites identitarios hacia el interior del movimiento peronista y movilizaba fuertes posicionamientos políticos. Para períodos más recientes, Daniela Losiggio (2017) analiza los roles del “enojo” y la “soberbia” en la propaganda peronista bajo el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner.   

30Sobre este proceso, ver Lascurain (2014b).

31Para un análisis detallado sobre las características del vínculo de representación política desplegado por Carlos Reutemann en la provincia de Santa Fe, ver Lascurain (2021).

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Enviado: 11/06/2021.
Aceptado: 21/09/2021.

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