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Relaciones internacionales

versión On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.30 no.60 La Plata ene. 2021

 

Lecturas

Regional-Global: dilemas de la región y de la regionalización en la Geografía contemporánea

Melisa Wilson1 

1IRI – UNLP

Haesbaert, Rogério. Regional-Global: dilemas de la región y de la regionalización en la Geografía contemporánea. 2019. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá: 176p. ISBN: ISBN 978-987-722-412-2.

El libro enfatiza un sentido geográfico, centrándose en el escaso consenso de la relación entre las partes (“regional”) y el todo (“global”) y preguntándose si es posible encontrar aún parcelas, subdivisiones, recortes, “regiones” coherentes dentro de este todo espacial pretendidamente globalizado. Analiza la regionalización, la cual es al mismo tiempo condicionada y condicionante de los procesos globalizadores, y explica que muchas veces ambas se tornan complementarias y en la práctica se vuelven indiscernibles.

En el capítulo 1 se expresa que la cuestión regional retoma fuerza por la proliferación de regionalismos, identidades regionales y de nuevas-viejas desigualdades regionales, tanto en el plano global como en el intranacional, desde corrientes como el posmodernismo y el posestructuralismo con retorno a las singularidades y a lo específico. En el ámbito académico, se analiza una “nueva geografía regional” desde lo teórico y lo empírico, lo general y lo singular, lo analítico y lo sintético. Para algunos autores, la nueva valoración de lo regional tiene lugar en la globalización de los mercados y de las comunicaciones, y pensar sobre la región significa reflexionar sobre los procesos de regionalización. Desde el ámbito epistemológico, detrás de discusiones tales como entre globalización y “fragmentación” (o “regionalización”), se despliega uno de sus grandes dilemas entre la geografía general o sistemática y la geografía regional o temática (“especial”). La trayectoria del concepto de región está marcada por una gran polisemia. Este concepto estaba originalmente ligado a relaciones de poder y fue perdiendo terreno de forma gradual, lo cual probablemente explica su relativa disminución de la importancia para comprender los procesos socio-espaciales ligados a la esfera política.

El texto retoma a Ptolomeo con el término “corología” –la ciencia de las regiones, más cualitativa– y diferencia de la geografía mundial, “geographia”, que presenta un carácter cuantitativo. Destaca a autores que hacen referencia al abordaje de la “geografía tradicional”, desde los más antiguos geógrafos como Heródoto y Estrabón, que han sido preponderante hasta principios del siglo XX, cuando se amplió la geografía regional desde perspectivas de Vidal de la Blache, Sauer y Hartshorne. Ozouf-Marignier y Robic (1995) reelaboraron el concepto de región, reunidos en tres fases que coinciden con concepciones distintas de región, partiendo de la centralidad de la geografía física, pasando hacia la humana y concluyendo en la importancia económica. Destaca que Vidal de la Blache explicita la relevancia del tratamiento regional a partir de regionalismos, desde su dimensión política.

En las últimas dos (o tres) décadas, algunos autores han hablado de “muerte de la región”, en el marco de discursos que incluyen el “fin de los territorios” o del espacio” (O’Brien, 1992; Virilio, 1997). El concepto tuvo tres “muertes” a lo largo de la historia: por primera vez, con la perspectiva clásica de los cuantitativistas o neopositivistas; la otra vino con la geografía crítica de fundamentación marxista, que comienza “matando” la región de la geografía regional clásica, fruto de la difusión de las relaciones económicas capitalistas homogeneizadoras, donde destaca la tendencia a la desaparición de las regiones. Gramsci había discutido la cuestión regional a partir no sólo de esta “fusión” entre lo económico y lo político, sino también de la dimensión ideológica, simbólica-cultural. Mientras que la idea del fin de los territorios se acopla a la crisis del “sujeto territorializador” clásico, el Estado-nación, el fin de las regiones se asocia a la creciente homogeneización (“capitalista”, “globalizadora”) que lleva a la estandarización del espacio geográfico, dificulta el reconocimiento de singularidades “regionales” en un mundo cada vez más unificado por las redes comerciales de una sociedad culturalmente mundializada, que fueron analizadas por teorías como el neopositivismo, el marxismo y el “globalismo posmoderno”.

En las últimas décadas se ha manifestado la “resurrección” del concepto por lo menos desde tres vertientes interpretativas: el posestructuralismo (de gran influencia en el pensamiento crítico latinoamericano en conceptos tales como identidad regional), desde una perspectiva materialista como idealista (o “discursiva”), la teoría de la (estructur)acción, y las nuevas corrientes materialistas. Cita a autores que han identificado fases de un proceso de construcción, destrucción y reconstrucción del concepto. El reconocimiento de la región no es resultado de un simple artificio metodológico creado por el investigador, sino que su construcción se reconoce a partir de prácticas sociales y una cierta representatividad política. Algunos marxistas tomaron posiciones distintas como Markusen (1981), quien admitió la existencia del fenómeno regional (el regionalismo) y no la región como categoría de análisis. Se incluyen posiciones del materialismo histórico, como el pensamiento de que los procesos de globalización van a imponer cada vez más una “sociedad en red”, en detrimento de una sociedad “territorial” (Badie, 1996) o claramente “regionalizada”. Desde la “modernidad radicalizada”, en palabras de Giddens (1991), puede adquirir diferentes connotaciones de acuerdo con la posición filosófica y/o política de los autores, con varias derivaciones, desde más conservadoras y más optimistas como es el caso del globalismo neoliberal y el “Estado-región” de Ohmae. Se da a los “sistemas sociales regionalizados” el nombre de locales, haciendo hincapié en la institucionalización y delimitando una diferenciación geográfico-material del espacio. Además, propone tres tipos y seis subtipos de regionalizaciones que abarcan desde el ámbito productivo y del consumo hasta el normativo-político y el informativo-simbólico. Se analiza a su vez, la escala de “región subnacional”, la cual tiene presente no sólo la economía, sino también las iniciativas políticas que incluye regiones transfronterizas.

El autor afirma que el concepto de región y los procesos de regionalización están dentro de un amplio espectro, desde la visión más racionalista que la percibe como constructo de nuestro intelecto, artificio o instrumento que permite el entendimiento de las “partes” del espacio geográfico (principios de diferenciación/homogeneización), hasta abordajes más realistas en torno a fenómenos socioespaciales en el sentido más objetivo y/o funcional, con realidades inmateriales, simbólicas, a través, por ejemplo de la manifestación de identidades regionales.

La región se puede concebir como un hecho o una realidad, desde el ámbito materialista desde la perspectiva idealista de las representaciones y símbolos, y en un ámbito más epistemológico puede ser vista como un artificio o mecanismo social. Finalmente, la región es vista como instrumento de análisis, como un instrumento de acción/intervención o una “región por construir” que adquiere un carácter normativo. Los neopositivistas (o positivistas lógicos) sobrevalorararon modelos a priori y se concentraron en el sujeto del conocimiento y en los modelos teóricos. En este caso, la región aparece como simple artificio, un instrumento analítico del investigador. Al enfocar la región como arte-facto, se discute desde un constructivismo no-dicotómico entre campo de las ideas y campo de la materialidad, o en términos epistemológicos, entre racionalismo y empirismo.

En la “geografía activa” de los años sesenta, se buscaba conceder un papel más práctico, entre campo analítico y campo de intervención (política). Se trata una noción normativa de región, para proponer acciones efectivas y en la planificación regional. Se intenta concebir regiones desde la intervención política y un cambio regional por descentralización, lo que implica no solo conocer “lo que es” la región o “cómo” ella “viene a ser lo que es” a través de la acción. Hoy hay una recuperación de la ciencia regional, especialmente en Europa y en América Latina, con un intento de rediseñar el espacio, a modo de subvertir el antiguo orden de las diferencias, con el reconocimiento de distintos grupos y territorios culturales.

En el capítulo 2 se analiza la comprensión de la región no simplemente como un “hecho” (concreto), un “artificio” (teórico) o un instrumento de acción, sino como un “artefacto”, tomado de la estrecha relación entre hecho y artificio, y en cuanto herramienta política. La región vista como artefacto se concibe en el sentido de romper con la dualidad entre realistas e idealistas, y como “constructo” de naturaleza ideal-simbólica y material-funcional. “Artefacto” hace referencia a la región como producto de procesos de diferenciación espacial, de las dinámicas de la globalización y fragmentación, finalmente construida a través de la actuación de diferentes sujetos sociales. La “identidad de una región” se refiere “a las características de naturaleza que distinguen la región frente a las demás”, es un espacio (no institucionalizado como Estado-nación) de identidad cultural y representatividad política, articulado en función de intereses. Contemporáneamente se puede evaluar la “crisis regional” y la re-emergencia de la región como concepto que responde a cuestiones de des-ordenamiento territorial.

La diferenciación geográfica emprende las dinámicas de regionalización. Se conjugan diferencias de grado y diferencias de naturaleza, y aparece la “multiterritorialidad”. El espacio geográfico estaría constituido por una multiplicidad de tipos de territorio y a través de las diferentes relaciones de poder desencadenadas por las más distintas instituciones y grupos sociales. Dos de los “principios generales” de la geografía son la homogeneidad o uniformidad ligada al principio de extensión y la cohesión regional, ligada al principio de conexión. Existe la articulación en un espacio dotado tanto de relativa cohesión interna como de parcelas desarticuladas, que manifiestan la discontinuidad como un componente indisociable de los espacios regionales que ocurre en dos perspectivas, una más general, que implica las dinámicas de continuidad y discontinuidad espacial y otra específica, que trata de la relación entre las dimensiones del espacio entrelazadas como la económica, la política, la cultural, la social y la ambiental. Algunos autores, refiriéndose al espacio geográfico como un todo, consideran la discontinuidad como una de sus características destacadas en el mismo contexto intrarregional. La región se toma en su sentido más genérico y epistemológico como instrumento de análisis, como “recorte” espacial o “parte de un todo”, como escala intermedia, cuyas raíces de este abordaje estarían en la “geografía” de Kant, quien vinculaba estrechamente la regionalización con el instrumento analítico y la región con el recorte espacial. En los años ochenta, Paasi propuso una distinción entre lugar y región en relación con la vida cotidiana y desde una visión estructuralista. En los años noventa se analizó la relación entre globalización y “regionalización” y se creó un nuevo binomio en que “se regionaliza para globalizar mejor” con bloques, adquiriendo una connotación económica y supranacional. Scott explica la relación de subordinación a partir del nivel regional a lo nacional y del nivel regional directamente con relación al global, muchas veces frente a los macrocircuitos de la globalización.

Otra categoría clave es el espacio. Hay un gran debate respecto a la “constelación” geográfica de conceptos, en especial, los de región y territorio. El primero es mayoritario en la geografía regional clásica, mientras que el de territorio, dominante en la actual geografía latinoamericana. Los términos “espacio” y “territorio”, a pesar de que suelen utilizarse como sinónimos, deben ser tratados como concepciones distintas. Toda territorialización se define conjugando procesos más concretos y funcionales y simbólico-identitarios. El concepto de territorio se asocia con el tratamiento de problemáticas de relaciones entre espacio y poder, la dimensión política de la sociedad en su composición espacial o geográfica. El autor se pregunta cuál sería el foco conceptual de la región y presenta dos posibilidades: tratar la región como respuesta a cuestiones epistemológicas, en cuanto instrumento de análisis, o tratarla como una composición entre categoría de análisis y de práctica, entre artificio y hecho, como arte-facto. Aquí se propone el término “focal”, donde lo que define un concepto es su foco de abordaje, no el objeto en sí. Algunos autores llegan a proponer a la región como un concepto más amplio que el territorio, englobándolo. En cuanto a la distinción entre los conceptos, mientras que el territorio tiene su foco principal en el campo de las prácticas o articulaciones espaciales de poder, la región lo tiene en los procesos generales de articulación y “recorte” del espacio. Las perspectivas disociativas entre región y territorio se pueden encarar de dos formas, como “categorías de la práctica” o “categoría de análisis”. Un concepto aparece separado del otro, o lo sustituye, aunque también existen perspectivas integradoras.

En el capítulo 3, el autor realiza un análisis desde su constelación conceptual. Intentando superar el tratamiento entre los campos empírico y racional o desde una perspectiva más ontológica, la región no estaría en el mismo nivel conceptual que el territorio, sino en una situación intermedia entre este concepto y directamente vinculado al mundo de las prácticas, políticas, económicas y/o culturales. En las consideraciones finales se analizan algunas de las cuestiones que, en continuidad o ruptura con el pasado, continuarán el debate regional en las próximas décadas son la revitalización de los regionalismos e identidades regionales, especialmente frente a la reconfiguración del papel del Estado y de las contradicciones de la globalización, que lleva a insertar en el propio discurso regionalista varios dilemas; el papel de la descentralización y de la desconcentración regional del poder político y económico, frente a los flujos económicos cada vez más concentrados en espacios como las ciudades-región globales, lo que refuerza las desigualdades regionales en las regiones periféricas.

Paradójicamente, cuando la globalización parece más evidente, se destaca la necesidad de reconocer las “diferenciaciones regionales”, aunque más simplemente para adecuarse a estos procesos más amplios. La regionalización puede ser instrumento de análisis (“artificio”), centrada en la figura del investigador, una regionalización como instrumento de la práctica, como “hecho”; también una regionalización como instrumento de intervención (la región normativa), centrada en la perspectiva política de la planificación que busca redireccionar la dinámica socioespacial regional, con objetivos político-pragmáticos y una regionalización como proceso, teórico y práctico, que responda a las diferentes articulaciones sociedad-espacio en sus dimensiones. Se destaca que no se trata de un ascenso de lo regional frente a lo nacional en crisis, sino una articulación entre distintos sujetos sociales, entre espacios sociales (redes), una articulación entre diferentes escalas y dimensiones del espacio, en el sentido de control (político), de la producción (económica), de las significaciones (culturales) y de la construcción físico-ambiental (natural) involucradas en el des-ordenamiento regional. La regionalización que combina la región en su dimensión material-funcional y en su dimensión “ideal”, a su vez se distingue entre la articulación regional y la “región-síntesis” o “totalizadora”. Se contextualiza histórica y políticamente como un “momento” de la articulación del espacio, a través de la acción de los sujetos sociales que lo construyen. La región es un espacio-momento articulado, en proceso más o menos de transformación o “desterritorialización”, que involucra múltiples dimensiones y escalas, es decir, que dependerá de los grupos sociales y del contexto geo-histórico en que se inserta.

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