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Relaciones internacionales

versión On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.32 no.65 La Plata dic. 2023

 

Lecturas

The Digital Sovereignty Trap. Avoiding the Return of Silos and a Divided World

Gustavo Alfonso Morales Sánchez1 

1licenciado en Relaciones internacionales (UNAM, México), miembro del Grupo de Jóvenes Investigadores (IRI – UNLP)

Jelinek, Thorsten. The Digital Sovereignty Trap. Avoiding the Return of Silos and a Divided World. 2023. Springer, 101p. ISBN: ISBN: 978-981-19-8414-3.

El impacto e importancia de las telecomunicaciones en nuestras vidas es innegable. Es difícil imaginar tanto la política como la economía internacional sin intercambios instantáneos de información, productos y servicios. El siglo XXI y sus dinámicas son producto, o correlato, del auge, desarrollo e irrupción de las tecnologías de la información y el conocimiento.

Si bien es cierto esta apreciación es bien conocida por los tomadores de decisiones, la naturaleza de esa relación ha cambiado mucho desde la aparición de los primeros instrumentos de comunicación masiva como el telégrafo. Sin regresar tanto en el tiempo, a finales de la década de los años 80 experimentamos una transformación profunda en cuanto a regulación de telecomunicación se refiere. La tendencia a desmonopolizar la operación y consumo de información marcó un camino que, se pensaba, sería progresivo en los años venideros.

Sin embargo, apenas treinta años más tarde, asistimos a una nueva tendencia en la materia: la implementación de controles económicos a las grandes empresas tecnológicas, y el desarrollo de marcos regulatorios nacionales o comunitarios para el flujo informativo. Lo que el autor de la obra “The Digital Sovereignty Trap”, Thortsten Jelinek, llama la soberanía digital.

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Cambridge, e investigador asociado al Taihe Institute, sus líneas de investigación son la ética de la Inteligencia Artificial (IA), así como la gobernanza digital y ciber seguridad.

En su obra, Jelinek propone observar la recuperación de la soberanía digital a la luz de los acontecimientos más recientes de la política internacional. Anticipa que este movimiento, aparentemente conservador e incluso con tintes nacionalistas, tiene su explicación en eventos de alcance mundial como la crisis financiera del 2008, los casos de espionaje internacional de Edward Snowden (2013) y Cambridge Analytica (2018), entre otros.

Con Estados Unidos, la Unión Europea y China como principales impulsores de esta nueva tendencia, Jelinek describe la naturaleza de los nuevos controles en la materia. No obstante, el texto va más allá y propone los riesgos de este tipo de medidas en un mundo asediado por retos que exigen la cooperación internacional, tales como el cambio climático o la IA.

En el primer capítulo de su obra, Jelinek describe el desarrollo de las telecomunica-ciones como industria a principios del siglo XX. Durante esta primera etapa de desarrollo tecnológico, destaca el papel del gobierno estadounidense para monopolizar la prestación del servicio de telégrafo y telefonía. La activa participación del Estado operaba bajo una lógica de satisfacer una demanda creciente, buscando optimizar las tecnologías disponibles para la época, con el firme propósito de evitar la duplicidad de actores dentro de un sector en proceso de expansión.

Las políticas liberales de Margaret Thatcher y Ronald Regan cambiarán las reglas del juego. A partir de la década de los años 80, la potestad estatal sobre las telecomunicaciones pasaría a manos de empresas privadas para adelgazar el gasto público. Ahora el discurso se anclaba en la importancia de un mercado con mayor número de competidores para ofrecer una mejor calidad en el servicio para todos los usuarios.

Esta nueva tendencia liberal que, en palabras del autor, ganó momentum durante la década siguiente, pronto perdería impulso en los primeros años del siglo XXI. Sin embargo, para abordar los retos contemporáneos y la nueva tendencia sobre el control soberano de las tecnologías de la información, el autor abre un espacio para caracterizar cómo en menos de dos décadas China superó el atraso tecnológico con respecto a Estados Unidos.[1]

Agotado el segundo capítulo de la obra, el autor retoma lo importancia que tuvo la transformación de esta industria a finales del siglo XX. Romper los silos – acabar con los monopolios, abrir el mercado informático – posibilitó un crecimiento y desarrollo tecnológico inimaginable. Aunque, como hemos mencionado, distintos eventos de alcance mundial han alertado a los gobiernos de retomar el control sobre este mercado.

Para describir las medidas y controles de soberanía digital, Jelinek habla de nuevos silos tecnológicos en el tercer capítulo de su obra. Aunque cada Estado tiene una forma de describir su propia estrategia, en el fondo supone el regreso de nuevos “feudos” tecnológicos que compiten entre sí.

Para China, por ejemplo, “Digital China” representa un control sobre Internet a través de medidas muy particulares sobre el contenido digital. El posicionamiento de los gigantes tecnológicos chinos como Alibaba o Tencent, su papel casi hegemónico en el desarrollo de microcomponentes como es el caso de los semiconductores, entre otros, son elementos clave para mantener a China como un actor con plena agencia en el mercado tecnológico.

Por otro lado, Estados Unidos rivaliza con China amparado en un discurso muy distinto. Si para China el control y regulación del desarrollo tecnológico empata con su particular noción de “democracia” (la activa participación del Estado en los asuntos públicos), para Estados Unidos estas medidas empatan con su noción de “seguridad nacional”.

Durante la era Trump, por ejemplo, se introdujo la “Secure Equipment Act” con el propósito de contener la proliferación de equipos con tecnología 5G provenientes de China. El riesgo del espionaje tecnológico, así como la aparición de softwares cada vez más sofisticados para la violación a los derechos de privacidad, son preocupaciones compartidas tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea.

Sin embargo, el caso de la Unión Europea merece su propio apartado. En los últimos años, países como Italia y Francia han promovido medidas orientadas a robustecer la seguridad en el ciberespacio, así como controles estrictos para la protección de datos personales. Medidas que, aunque menos agresivas en lo comercial, tienen como base la idea de protegerse de posibles amenazas sin dejar de competir en el mercado.

Como expresa el autor, retomando un reporte reciente sobre las políticas de seguridad y control cibernético: aunque existen riesgos en competir con China, los riesgos de no competir son aún más grandes.

En este contexto, Jelinek anticipa que la creación de estos silos soberanos son factores a considerar en el marco de dos grandes problemáticas internacionales: el cambio climático, y la IA. Aunque en el primero no profundiza, destaca que cuanto mayor sea el distanciamiento entre bloques económicos a raíz de la trampa de la soberanía, mayores serán las dificultades para encontrar caminos de gobernanza. ¿Cómo fortalecer los acuerdos de descarbonización si existen suspicacias entre las partes? ¿Qué alternativas tenemos frente a las murallas de información entre actores?

La IA, por otro lado, es un tema al cual Jelinek presta especial atención. No solo porque se trata de un tema mucho más novedoso en la agenda, sino por las notorias consecuencias que ha tenido su insperado crecimiento y presencia en el desarrollo de las relaciones políticas y comerciales entre los Estados.

El quinto y sexto capítulo de la obra de Jelinek es una revisión panorámica del contexto actual. Como señala oportunamente, la IA es una carrera tecnológica que deja ver los efectos de la soberanía digital en el marco de las tensiones entre China y Estados Unidos.

A pesar de los esfuerzos de la UNESCO en materia de ética e IA, Jelinek se pregunta hasta que punto estos acuerdos tendrán vigencia en un contexto altamente politizado. Si bien las acusaciones del uso irresponsable de esta tecnología han disminuido su intensidad en el marco de la Guerra Rusia-Ucrania, la cooperación absoluta entre las partes aún está muy lejos de ocurrir. Sobre todo considerando la presión doméstica para, una vez más, robustecer los controles soberanos sobre estas tecnologías.

Jelinek concluye su obra señalando algunas observaciones de política pública. Con base en su texto, señala que los grandes retos internacionales de nuestro tiempo requieren de estrategias atravesadas por la gobernanza internacionales. Un escenario donde los distintos actores asuman su agencia, participando activamente del debate en busca de soluciones antes que refugiarse en medidas proteccionistas con tintes nacionalistas.

El peligro, anticipa el autor, puede observarse en dos aspectos. Primero, que el debate sobre los controles soberanos sobrepase el límite de lo justo y se expanda a otras áreas de cooperación multilateral. Es decir: que el discurso proteccionista en materia de tecnología y telecomunicaciones arrastre a otros actores a pensar que el sistema de cooperación de Naciones Unidas es ineficiente, y por lo tanto inaceptable.

Por último, pero no menos importante, está el peligro de cercar el desarrollo tecnológico en unos cuantos actores, excluyendo a los países menos desarrollados de la conversación. Si bien el caso de China es admirable, el autor rescata la importancia de ver su propio desarrollo tecnológico en el marco de los acontecimientos que marcaron el siglo XX. China no es el resto del Sur Global.

En su obra, Jelinek procura una mirada crítica sobre el desarrollo tecnológico. Aunque paradójico, el autor deja entrever que cuanto mayor ha sido la posibilidad de cooperar a través de la tecnología mayor ha sido la necesidad de regular su uso. Por supuesto, no omite hacer énfasis que su lectura puede ser estrictamente neorrealista, pero no por eso menos acertada sobre el devenir político de nuestro tiempo.

Notas

1Para cuando la Guerra Fría llega a su fin, China ya no era un actor secundario en la escena internacional. En materia de telecomunicaciones, señala el autor, China superó la barrera tecnológica de los países del sur global gracias a las medidas liberales estadounidenses que buscaban “democratizar” al país asiático. Un mayor acceso a tecnologías de la información desde occidente supuso una mayor capacidad para investigar y desarrollar tecnologías propias, lo que a su vez significó una participación decidida del Partido Comunista de China (PCC) en el impulso y consolidación de este sector. No es un dato menor el que aporta el autor para ejemplificar la brecha tecnológica que separaba a China de Estados Unidos durante el siglo XX. En 1978, señala Jelinek, el 0.38% de la población en China poseía un teléfono de casa. Esto significaba un atraso de por lo menos 75 años con respecto a la proporción de hogares con teléfono fijo en Estados Unidos. En contraste, a inicios del siglo XXI, China ya era líder mundial en usuarios de telefonía móvil, desplazando por un amplio margen a otros países como Estados Unidos, o bloques económicos enteros como la Unión Europea.

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