Sumario:
Introducción; 1. Consideraciones metodológicas; 2. Ciudadanía digital: la dimensión del compromiso y la participación cívico-política; 3. Las juventudes: entre desigualdades y procesos de reconfiguración socio políticos y culturales; 4. Indagación de las representaciones, sentidos y prácticas involucradas en el compromiso cívico-político digital, 4.1. Representaciones y valoraciones sobre la democracia, la ciudadanía y la política, 4.1.1. Una democracia con falencias, 4.1.2. La dimensión cotidiana de la ciudadanía, 4.1.3. Tensiones y ambivalencias sobre la política; 4.2. Compromiso cívico-político digital, 4.2.1. Representaciones sobre internet y política, 4.2.2. Prácticas comunicativas e informativas digitales: consumo informativo, interacciones y opiniones, 4.2.3. Consumo de información e interés, 4.2.4. Socialización cívico-política y fuentes de información, 4.2.5. Alfabetización mediática crítica digital: lógicas de redes y procesos informativos; 5. Discusión final; Bibliografía. Fuentes.
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Introducción
Nos encontramos en una etapa del capitalismo que estudios de la historia económica han caracterizado como capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018). En este contexto, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías digitales han contribuido a rediseñar la vida social en general y, más particularmente, los vínculos que se producen entre la comunicación y la política (García Canclini, 2020). Gradualmente, el uso de las tecnologías de la información y la comunicación se ha vuelto más ubicuo, penetrando en diversas dimensiones sociales y cotidianas, incluida la dimensión cívico-política. Los entornos digitales se relacionan tanto con las configuraciones de sentido sobre lo común como con el acceso a diferentes derechos, incluidos el derecho a la información y a la comunicación. Al mismo tiempo, la pandemia global ha visibilizado las desigualdades digitales y sus implicaciones para la participación económica, social, política y ciudadana.
Desde este punto de partida, en primer lugar, realizamos una revisión de la literatura sobre el compromiso cívico-político digital. Mapeamos las principales corrientes de análisis, discusiones teóricas y conceptuales sobre ese eje temático y proponemos un marco de análisis que se aleje de perspectivas deterministas de la tecnología, que incorpore una perspectiva sociocultural y que retome el ensanchamiento del concepto de política y el de ciudadanía. Luego, presentamos un análisis empírico, cualitativo y descriptivo sobre las representaciones, sentidos y prácticas involucradas en el compromiso ciudadano y la vida política en entornos digitales, de jóvenes de clases de servicios e intermedias del Conurbano Bonaerense de Argentina. El enfoque generacional nos permitirá definir a las juventudes en términos heterogéneos, pero también inscriptas en procesos culturales, de socialización y subjetivación comunes. Más allá de nuestro interés específico en la dimensión digital, consideramos la experiencia de los sujetos tanto en ambientes online como offline1. Más en particular: a) reconstruimos las representaciones y valoraciones sobre la democracia, la ciudadanía y la política en un contexto sociohistórico y cultural de desciudadanización y digitalización b) identificamos los sentidos y prácticas relativas al compromiso cívico-político digital de los jóvenes a partir de las siguientes subdimensiones: las representaciones sobre política e internet, las prácticas comunicativas e informativas digitales, la participación e interacción cívico-política y la alfabetización digital crítica.
1. Consideraciones metodológicas
Al reconocer que el proceso de digitalización de la sociedad no se produce de manera igualitaria en todos los sectores sociales, sino que se instala sobre estructuras de desigualdades preexistentes, consideramos necesario situar a los sujetos que analizamos. En nuestro caso, partimos de comprender a las juventudes latinoamericanas inscriptas en las tramas de desigualdad que experimentan (Vommaro, 2019)
El abordaje empírico consta de una indagación descriptiva de las representaciones sociales (Jodelet,1984), sentidos y prácticas (desde un abordaje sociocultural) involucradas en el compromiso ciudadano y la vida política en entornos digitales, de jóvenes de clases de servicios e intermedias que viven en el Conurbano Bonaerense de Argentina2. La clase social se definió por medio del esquema de clases de Erikson, Goldthorpe y Portocarero (Goldthorpe y Heath, 1992; Goldthorpe, 2010) La madre y/o el padre de las y los jóvenes entrevistados pertenece a las clases socio-ocupacionales de servicios o intermedias.
Lo esencial en el esquema de clases, según el desarrollo teórico de Goldthorpe (2010), es la distinción en los modos de regulación del empleo. Las diversas ocupaciones tienden a estar asociadas con diferencias en las relaciones de empleo que producen distintas posiciones de clase. Su esquema establece un contraste entre el contrato de trabajo y la relación de servicios. El contrato de trabajo se produce típicamente en los trabajadores manuales y no manuales de grado inferior, porque son ocupaciones con menores dificultades de supervisión y grado de especificidad. En estos contratos es posible un tipo de pago a destajo o por tiempo determinado, con tiempos de contrato de corta duración, ya que los costes de rotación son escasos. La relación de servicios se asocia al personal profesional y directivo de las organizaciones burocráticas (públicas y privadas), quienes tienen ocupaciones con mayor especificidad y presentan mayores dificultades de supervisión. Las relaciones son a largo plazo y hay una posibilidad de elevar gradualmente los ingresos. Las clases de servicio, quienes participan de esas relaciones, tienen mayor grado de autonomía y discrecionalidad, mayor seguridad en el estatus y rutas de promoción. Las formas mixtas quedan asociadas a posiciones intermedias. El esquema de clases que se deriva de esta perspectiva es uno de los más utilizados, aunque no está exento de críticas.
Construimos la muestra con ocho jóvenes de entre 18 y 21 años, que se encuentran en las clases de servicios e intermedias pero que, a su vez, tienen condiciones de vida favorables: todos viven con sus familias de origen, estudian carreras universitarias o terciarias y la mayoría no trabaja, solo dos jóvenes están dando sus primeros pasos en el mundo laboral en tareas técnicas y calificadas de su interés. Si nos situamos en la primera dimensión de las desigualdades digitales (acceso material) son jóvenes que cuentan con los recursos para acceder a conectividad de calidad y en caso de dificultades activan estrategias (como cambiarse de compañía) para conseguirlo. Todas/os cuentan con dispositivos propios: tienen smartphones con acceso a internet y computadoras o tablets que son consideradas como propias, aunque hay casos en las que las comparten con un hermano/a. Otros factores que determinan la calidad en el acceso, como la ubicuidad y la autonomía3 también son dimensiones en las que se encuentran en posiciones favorecidas: se relacionan libremente con sus dispositivos y con internet, en un proceso de experimentación autónomo, según sus necesidades e intereses. Durante la pandemia no experimentaron dificultades socioeconómicas e incrementaron el uso de las tecnologías digitales. Mientras algunos consideran que su relación con la tecnología se mantuvo igual, para otros fue una oportunidad para un mayor aprendizaje y desarrollo de habilidades digitales, pero en ningún caso vivenciaron el contexto pandémico como un momento en el que se encontraron en desventaja tecnológica.
Indagaciones previas (Galeano y Pla, 2021) demuestran las desigualdades en el acceso y uso de tecnologías digitales que se presentan entre distintas clases sociales y el impacto desigual que ha tenido la pandemia en mejorar el acceso. Las clases trabajadoras han ido incorporando internet en sus hogares y utilizado en mayor medida teléfonos móviles mientras las clases de servicios e intermedias se benefician en el acceso no solo de internet y teléfonos móviles sino principalmente en la utilización de computadoras.4
Con esta delimitación de la muestra, buscamos comprender las experiencias y percepciones de jóvenes que habitan hogares relativamente privilegiados en términos socioeconómicos y socioculturales, con la hipótesis final de que habrá diferencias entre las distintas posiciones de clase asociadas a condiciones de vida desiguales. Sin embargo, la heterogeneidad desde la que nos posicionamos no impide que reconozcamos la existencia de una experiencia generacional común en cuanto al aumento de digitalización de sus prácticas.
Son jóvenes que no forman parte (no se representan como parte) de partidos políticos, sindicatos ni organizaciones o movimientos sociales, aunque votan en las elecciones correspondientes y algunos realizan actividades específicas como ir a una marcha o participar en actividades puntuales de voluntariado. Por ende, ¿hablamos de jóvenes “no comprometidos” con los asuntos públicos y políticos? Antes que definirlos a priori en tales términos, optamos por detenernos a indagar sus experiencias con los problemas públicos, la vida política y democrática. Como evidenciaremos más adelante, sus experiencias online son comprendidas como parte de contextos históricos, socioculturales y políticos más amplios y como expresiones de la construcción constante de la cultura cívico-política y democrática argentina.
Realizamos entrevistas en profundidad online (por medio de videollamadas) entre los meses de febrero y marzo de 2022, que fueron grabadas y transcriptas. Las/los entrevistados tuvieron ambas opciones de entrevista (cara a cara o por videollamada) y la libertad de elegir su modo de participación. En todos los casos las/los jóvenes prefirieron la comunicación digital. Esto nos permite situarnos aún más en la experiencia de jóvenes que conviven y se encuentran adaptados a los procesos de digitalización de la vida cotidiana, pudiendo convertirse, a futuro, en un punto de comparación con otro perfil de jóvenes con menores niveles de uso y apropiación de las tecnologías digitales. El recorte presentado es parte de una investigación doctoral más amplia, comparativa entre diferentes sectores sociales, con el propósito de problematizar las desigualdades digitales.
La selección de los casos se realizó con una técnica de bola de nieve que inició con tres anzuelos distintos y tuvo en cuenta las características de delimitación de la muestra ya explicadas. Las entrevistas fueron pautadas en día y horario y se pidió consentimiento para la participación, grabación de la conversación y utilización de la información con fines de investigación académica. Se estableció un contrato ético de confidencialidad, por ende, los nombres de los participantes fueron modificados. Se adoptó una técnica de entrevista abierta, en la que se construyó una guía de temas y preguntas, pero su seguimiento fue flexible, priorizando un ambiente cómodo para conversar y propicio para generar confianza. Comprendemos a la entrevista abierta como un constructo comunicativo, que se crea conjuntamente entre el entrevistador y el entrevistado. Fue efectiva para nuestros propósitos porque se sitúa en un campo intermedio entre la conducta y lo lingüístico. Se trata de “algo así como el decir del hacer” (Alonso, 1994: 226;230)
Somos conscientes de la distancia que separa al entrevistador del entrevistado y de la necesidad de reflexionar sobre el posicionamiento frente al otro. En nuestras entrevistas buscamos conocer la diferencia del otro desde una escucha abierta entre iguales; las y los jóvenes fueron considerados como sujetos activos, con sus propias configuraciones de sentidos, alejándonos de posiciones adultocéntricas que colocan a las juventudes en posiciones de desigualdad frente a los adultos.
Los hallazgos se obtuvieron a través de un análisis temático (AT): constructivista, inductivo y semántico (basado en verbalizaciones explícitas) (Braun and Clark, 2006). El análisis temático es un método para identificar, analizar y reportar patrones en un conjunto de datos cualitativos. Permite describir la información e interpretar aspectos de un tema de investigación, pero a diferencia de otros métodos de análisis cualitativo no se encuentra asociado a un único encuadre teórico-metodológico existente (Idem.).5Una de sus mayores ventajas es la flexibilidad del método que no predetermina una jerarquía preestablecida de los datos y sus funciones, aunque sí ofrece una manera específica y sistemática de análisis de los relatos de las personas. Fundado en la psicología, es un método poco extendido en Latinoamérica en el campo comunicacional, pero es de extrema utilidad en abordajes cualitativos (Escudero, 2020). Trabajos de otras regiones, como el de Mascheroni (2015) evidencian su productividad en el estudio del compromiso y la participación política juvenil.
De manera complementaria, utilizamos datos secundarios para contextualizar y comparar nuestros hallazgos.
Entrevistadas/os | Clase social del hogar | Edad | Residencia |
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Ludmila | Clase de servicios | 18 | Lanús |
Lucas | Clase de servicios | 20 | Monte Grande |
ranco | Clase de servicios | 21 | Monte Grande |
Sofía | Clase de servicios | 18 | Virrey del Pino |
Bruno | Clases intermedias | 20 | Claypole |
Martina | Clases intermedias | 19 | Burzaco |
Daniela | Clases intermedias | 21 | Lomas de Zamora |
Valentina | Clases intermedias | 21 | Virrey del Pino |
2. Ciudadanía digital: la dimensión del compromiso y la participación cívico-política
Desde el campo comunicacional, Van Dijk y Hacker (2018) analizan la relación entre internet y política, y consideran que se puede hablar de una nueva forma de comprender la democracia como crossmediática, en la que se combina el broadcasting (radiodifusión masiva) con los medios interactivos y digitales, donde las tecnologías de la información y la comunicación se usan de forma colectiva para prácticas políticas y ciudadanas en ambientes online y offline dentro del contexto de la sociedad red.
Un segundo concepto que replantea la manera de pensar la democracia es el de ciudadanía digital, que en una de sus acepciones se refiere a la apropiación de las tecnologías de la información y la comunicación por los ciudadanos, de manera individual o colectiva, para ejercer todos o parte de sus derechos (Robles, 2009). No obstante, es un concepto que se ha ido reformulando a lo largo del tiempo y que no tiene consenso sobre su definición. Se han establecido definiciones normativas que definen los comportamientos éticos y legales para la utilización de las tecnologías digitales, mientras otras definiciones incluyen la participación de los ciudadanos en la sociedad (en términos económicos, sociales y políticos) a partir de la utilización de las tecnologías digitales, problematizando su acceso y las habilidades necesarias para utilizarlas de forma beneficiosa (Cortesi et al., 2020).
Diversos organismos internacionales también han definido el concepto de ciudadanía digital. Claro y sus colaboradores (2021), quienes realizaron un análisis del concepto para la CEPAL, identifican tres enfoques para entender la ciudadanía digital: un primer enfoque que realza la participación e inclusión digital, un segundo enfoque que se sitúa en las nuevas formas de participación y dinámicas de poder en el espacio digital, un tercer enfoque que piensa en una comunidad moral interconectada por las redes digitales. Luego, proponen definirla en términos descriptivos como “el conjunto de iniciativas y acciones que buscan la adaptación y transformación de prácticas, normas y valores de lo considerado ‘ciudadano, público y/o social’ para responder a los desafíos de la sociedad digital” (Claro et al.; 2021:6).
Es decir, que el concepto de ciudadanía digital es abarcativo y holístico e incluye reconocer la inclusión digital de los ciudadanos, las nuevas dinámicas de poder y la construcción de comunidades en el espacio digital. Asociada a los debates sobre democracia y ciudadanía digital aparece la pregunta por el compromiso y la participación cívico-política a partir de las tecnologías digitales. Uno de los principales problemas abordados por los estudios comunicacionales y de las ciencias políticas es si Internet y la utilización de los medios digitales aumentan o disminuyen la participación y el compromiso cívico-político y de qué manera se produce. Complejizando la relación, se incorporan entre otras variables el interés, el conocimiento, la eficacia, la confianza política y las habilidades digitales (Echeverría y Meyer, 2017; Hargittai y Shaw, 2013; Norris, 2007).
Por otro lado, mientras algunos estudios utilizan el concepto de compromiso y participación de forma intercambiable, otros le otorgan a lo cívico un estatus general y a la participación política una dimensión más específica relacionada con la confrontación, la intención de influir en las decisiones de gobierno, imbricada en las relaciones de poder y autoridad. Norris (2001) define el compromiso ciudadano a partir de tres dimensiones: el conocimiento sobre los asuntos públicos, la confianza en las instituciones y la participación política, esta última vinculada a las actividades realizadas para influir en las decisiones de gobierno. En esta definición la participación política aparece como subdimensión del compromiso cívico. Sin embargo, otras posturas complejizan la tensión entre lo cívico y lo político. El compromiso (engagement) y la participación ciudadana se vinculan con la idea del bien común e involucramiento en la esfera pública, pudiendo tener dimensiones políticas potenciales, no explícitas. De igual manera, las acciones políticas pueden buscar incidir en el gobierno, pero relacionarse de manera opuesta con el bien común democrático. Siguiendo esa lógica, lo cívico es definido como un prerrequisito para la política democrática. Son categorías en tensión que pueden superponerse, pero no necesariamente (Banaji y Buckingham, 2013). Asimismo, la participación queda vinculada a comportamientos observables empíricamente mientras el compromiso tiene, a su vez, una connotación subjetiva (Van Dijk y Hacker, 2018).
En general, los estudios sobre participación política han priorizado las formas tradicionales e institucionales de participación democrática, dándole especial relevancia al voto. Pero las preocupaciones se extendieron a prácticas informales como la participación en protestas o movimientos sociales. También, las definiciones de participación y compromiso ciudadano se han utilizado para incluir distintas formas y grados de participación: desde participantes “intensamente” comprometidos a otras formas de participación “menores” o esporádicas como firmar una petición, participar en una única campaña pública, informarse sobre política, hablar de asuntos públicos o expresar opiniones sobre política (Banaji y Buckingham, 2013; Parés, 2014).
Consideramos que la ampliación observada en los estudios de ciudadanía y participación política se vincula con un ensanchamiento del concepto de política. Cada vez más, se la entiende como una actividad cotidiana que excede y subyace el marco estatal y está vinculada con la resolución de problemas colectivos o con el gobierno de “lo común” (Parés, 2014).
Siguiendo esa tendencia, el compromiso y la participación cívico-política digital también se han abordado de forma ampliada. Helsper (2021) menciona que los estudios de compromiso cívico digital se han centrado en el compromiso formal como el e-voto, los servicios de e-gobierno, la organización política y el activismo, pero también está siendo motivo creciente de preocupación los aspectos informales del compromiso cívico digital como aquellas actividades que se producen a través de organizaciones locales o al mantenerse informado de los asuntos públicos. La ciudadanía digital, entendida en términos de participación política e inclusión, también contempla el interés, el conocimiento y la discusión política en internet (Claro et al.; 2021) Las tecnologías de la información y la comunicación, principalmente internet y los medios digitales, median gran parte de los procesos a partir de los cuales las personas se informan, producen y comparten información. En ese sentido, se convierten en medios de información política y en espacios de formación de la opinión pública, al posibilitar el encuentro e intercambio de ideas sobre asuntos de interés público. Se reconoce que hay una relación estrecha entre la búsqueda de información y la participación política en entornos digitales (Catalina-García, 2018). Sin embargo, más allá de las potencialidades informativas hay limitaciones que deben ser consideradas: una mayor información no siempre se transforma en otras formas de compromiso y participación y aparecen fenómenos asociados como los procesos de desinformación y el riesgo de individualización o fragmentación social (Ramos Chávez, 2019).
Las limitaciones para la investigación aparecen cuando se adoptan posturas instrumentalistas y deterministas que parten del supuesto que per se la tecnología puede producir algún efecto y no toman en cuenta otros aspectos contextuales e históricos. Bajo esas premisas, se instituyen disputas entre los optimistas que desde principio de siglo auguran un proceso directo de mayor participación y democracia a partir del desarrollo de internet y las tecnologías de la información y la comunicación; los pesimistas, que consideran que solo se reproducen los procesos de desigualdad, concentración de poder y control, y aquellos que piensan que nada cambia (Norris, 2001; Van Dijk y Hacker, 2018).
Como mencionamos anteriormente, dentro de la democracia crossmediática y la ciudadanía digital, para poder participar en la sociedad digitalizada primero es necesario tener acceso y poseer los recursos necesarios para utilizar las tecnologías digitales y poder beneficiarse por medio de ellas. Las categorías diferenciales de las personas proporcionan accesos desiguales a los recursos que, a la vez, permiten o dificultan la apropiación de las tecnologías digitales (Van Dijk, 2020). La dimensión cívico-política no queda ajena a los procesos de desigualdades (Banaji y Buckingham, 2013), que se relacionan con los recursos económicos, pero también culturales y sociales de los individuos y los grupos (Helsper, 2021; Van Dijk, 2020). En concordancia con la pregunta y las visiones esbozadas sobre las potencialidades de internet para la democracia, se discuten dos tesis: la tesis de la normalización y la de la movilización. La primera postula que los medios digitales permiten participar en mayor medida a las personas que ya están interesadas en política de forma offline y a los grupos social y económicamente favorecidos, que son, por lo general, aquellos que poseen más intereses en la política formal. La segunda, postula que las tecnologías y medios digitales eliminan ciertas barreras de acceso y fomentan el compromiso y la participación de “nuevos” grupos socialmente desventajados, que comienzan a participar de forma online con prácticas menos formales (Van Dijk y Hacker, 2018; Catalina-García et al. 2018) En términos generales, la evidencia muestra que a partir de los medios digitales se incrementa el compromiso y la participación cívico-político entre algunos grupos tradicionalmente desventajados y se refuerzan las desigualdades existentes entre otros (Helsper, 2021).
Más productivo que discutir posturas deterministas entre dos polos resulta analizar el uso de las tecnologías y medios digitales en sus relaciones particulares con las circunstancias políticas, los contextos históricos y socioculturales más amplios. Una de las formas es darle relevancia a las visiones que se producen sobre la democracia y las culturas políticas en las que se utilizan determinados medios digitales (Van Dijk y Hacker, 2018). En este caso en particular, el compromiso cívico-político en entornos digitales lo vinculamos con las representaciones y valoraciones sobre la democracia, la ciudadanía y la política que tienen los sujetos. Consideramos que las formas de compromiso y participación cívico-políticas y la incidencia de la dimensión tecnológica y comunicativa digital, propia de nuestra época, debe ser analizada desde una perspectiva sociocultural que reconozca las transformaciones en las representaciones, sentidos, prácticas y experiencias involucradas en la construcción de ciudadanía (García Canclini, 2020). Reconocemos que estas transformaciones se desarrollan dentro de un proceso sociocultural mundial de desciudanización, desglobalización y despolitización. Nos basamos en los análisis de García Canclini (2020), quien identifica un creciente desapego a las instituciones formales y políticas, siendo su rostro cultural la desciudadanización, (definida como una pérdida del sentido clásico de ciudadanía y de la política), mientras los ejercicios de la ciudadanía se reconfiguran y emergen nuevos modos de acción.
En este trabajo, cuando enfatizamos en el compromiso ciudadano, estamos pensando a la ciudadanía más allá de categorías jurídicas y atributos formales, implica reconocer que la ciudadanía es también una forma de agencia social que se conforma en procesos de aprendizaje experienciales, cuando las personas actúan en asuntos públicos y políticos (Dahlgren, 2010). En ese sentido, se vuelven relevantes las relaciones interpersonales y las normas socioculturales alrededor del compromiso cívico político y el uso de las tecnologías y medios digitales.
3. Las juventudes: entre desigualdades y procesos de reconfiguración socio políticos y culturales
Como en este trabajo nos centraremos en las representaciones, sentidos y experiencias de los jóvenes, es preciso detenernos en el concepto de juventud. En el sentido común, en el debate público e incluso en algunos discursos políticos, la juventud suele ser definida en términos etarios, biológicos o como etapa de moratoria social, donde se le atribuyen características esenciales a un todo homogéneo. Sin embargo, la noción de juventud tiene una construcción sociohistórica y cultural (Vommaro, 2015). Es desde la cultura e inserta en el mundo social, desde donde se podrá explicar la condición juvenil: “qué es ser/ estar joven en ese tiempo y lugar para esas personas jóvenes y no jóvenes, lo cual resulta en unos conjuntos identificables por auto y/ o heteropercepción a los que se denominará juventudes” (Chaves, 2009:15).
Margulis y Urresti (2008) complejizan la definición al aclarar que la juventud no puede ser entendida como mero signo. Es una condición constituida por la cultura pero que tiene una base material: la edad al ser procesada por la historia y la cultura produce generaciones. Cada generación alude a la época en que cada individuo se socializa. Por lo tanto, si bien las generaciones jóvenes poseen una faceta energética y corporal, tiene un plus de vida porque están “más lejos” de la muerte que los no jóvenes (moratoria vital), esa faceta material no está separada de la faceta sociocultural. Hay marcas históricas determinantes de socialización de las generaciones, a las que deben incluirse otros clivajes como la clase social y el género. Las generaciones son producidas por los cambios en las condiciones materiales y sociales de existencia, cuando la contemporaneidad cronológica de determinados sujetos se asocia a acontecimientos y experiencias propias que impactarán en habitus diferenciados (Martín Criado,2009).
Centrándonos en el contexto socio histórico actual, las juventudes latinoamericanas se constituyen a partir de una trama de desigualdades como condición de vida (Vommaro, 2019) Las juventudes son uno de los sectores más vulnerable en el mercado laboral y más afectados por la desocupación6. Aunque esta situación no deriva del hecho de “ser joven” (como condición esencial) sino que hay que considerar las heterogeneidades por medio de otros clivajes. Las situaciones varían y suelen agravarse según la clase social, la condición de ser mujer o pertenecer a ciertos grupos minoritarios (CEPAL, 2020). Es esperable que las experiencias de grupos juveniles sean diferenciadas según estos ejes de desigualdad en distintas dimensiones.
En la dimensión de la vida política y ciudadana, la problemática de la “apatía” juvenil se ha discutido ampliamente a nivel mundial y local incorporando a los debates los nuevos espacios y prácticas digitales. Si en los discursos públicos y académicos los medios de comunicación masiva fueron identificados como uno de los “culpables” hacia fines del SXX, con el cambio de siglo, las tecnologías digitales se erigieron como las “salvadoras” (Dahlgren, 2010). El enfoque generacional y el abordaje de la construcción social de las juventudes impide asociarlas naturalmente a la apatía política, al desinterés por los problemas públicos o, por el contrario, a la acción social y la rebeldía (Vommaro, 2015) Por el contrario, nos situarnos en la experiencia ciudadana y los modos diferenciados de compromiso y participación cívico-políticos dentro de un proceso general de desciudadanización, en el que toma centralidad la “reconfiguración sociocultural de la ciudadanía en las generaciones de jóvenes y en sus prácticas online y offline” (García Canclini, 2020:16) En esta línea, frente a la tesis de la apatía juvenil, una segunda postura observa la construcción de un nuevo fenómeno: la reconfiguración cultural del compromiso y la participación política y ciudadana juvenil en vínculo con las tecnologías digitales. Los modos de compromiso y participación político-ciudadana en diversos grupos juveniles se alejan de las concepciones tradicionales o clásicas.
Cuando García Canclini (2020) analiza el proceso cultural de desciudadanización, sostiene que las formas clásicas de ser ciudadano y el sentido de la política ya venían siendo impactadas por los medios masivos, los cuales se volvieron centrales en el proceso de formación de la opinión pública, en la redefinición del juego político y se convirtieron en espacios que al dar reconocimiento social y visibilizar malestares establecieron ciudadanos mediáticos. Pero una nueva escena comunicacional se instala a partir de los poderes y medios digitales. Los nuevos medios adquieren el papel de testigos y justicieros, redistribuyen la cámara, el micrófono, pero también dejan expuestos a los ciudadanos frente a quienes controlan sus datos. La reconfiguración actual construye ciudadanos monitoriales, quienes discuten y observan todos los asuntos (públicos y privados) y están en contacto con las diversas personas a quienes se monitoriza constantemente.
Por otro lado, posicionado en los estudios sobre identidad y educación ciudadana, Bennet, Wells y Rank, (2009) reconocen dos tipos ideales de ciudadanía, marcados por una tendencia generacional. No los observan como modelos excluyentes sino como complementarios en los procesos de formación ciudadana. Según los autores, las generaciones anteriores a la década del 80 del siglo XX presentan una tendencia a experimentar la ciudadanía con “obediencia”, por medio del deber de participación, asociado a prácticas convencionales como las elecciones democráticas, los partidos políticos, las organizaciones institucionales, los grupos de interés y el seguimiento de las noticias por medio de diarios y noticieros. A este tipo de ciudadanía la denominan dutiful citizen (DC). Las generaciones posteriores, producto de transformaciones sociales de la era postindustrial, tienden a un tipo de ciudadanía que caracterizan como actualizin citizen (AC), en la que los ciudadanos se involucran con asuntos conectados con los valores importantes para sus vidas, en organizaciones sociales en red, muchas veces utilizando nuevas tecnologías y participando en procesos no solo de consumo informativos sino también de producción.
Aportes de reiteradas investigaciones sobre jóvenes, aún con distintos enfoques, reconocen que tendencialmente existe desconfianza a la política formal, aumento de la participación relacionada a aspectos socioculturales, a temas cotidianos y un impulso a la construcción de redes horizontales de acción, en vez de participar de iniciativas institucionalizadas, producto de la búsqueda de autonomía. La información política es preferida en formatos “menos serios” o tradicionales y a veces es producida por los propios jóvenes para “responder” a los medios hegemónicos e instituciones oficiales (Álvaro Martín y Rubio Núñez, 2016; Campos Guido y Garza Sánchez, 2015; Loader et al. 2014; Martín Echeverría, 2011)
Otro elemento para considerar es la creciente digitalización de las vidas juveniles latinoamericanas. En términos generacionales, se relacionan con el espacio digital con mayor intensidad, el cual se les presenta como un lugar donde construir vínculos, subjetividad y crear identidad. Internet y los dispositivos digitales conforman un espacio en el que desarrolla una parte significativa de su experiencia social, histórica, generacional y personal (Urresti, Linne y Basile, 2015) 7.
Se suele denominar nativos digitales a las personas que nacieron luego de 1980, que comparten una cultura global y tienen características particulares para interactuar con la tecnología, los otros y el mundo social (Prensky, 2001) Pero esta concepción, ha sido criticada por su carácter esencialista, que supone ventajas absolutas para los y las jóvenes en relación con las tecnologías (cuando más bien se trata de fenómenos relacionales y heterogéneos entre jóvenes y adultos) y por no considerar las desigualdades digitales y sociales. Es necesario tomar las precauciones que sostienen los críticos sobre el concepto de nativos digitales, aunque sí es posible observar una tendencia o patrón cultural común entre “las jóvenes generaciones que se han abierto a la vida en un mundo comunicacional dominado por las tecnologías digitales” (Urresti, Linne y Basile, 2015: 81).
Por ende, la perspectiva generacional de la juventud y su inserción en un contexto sociohistórico y cultural específico nos aporta una manera de abordar las juventudes en su heterogeneidad, entramada en múltiples desigualdades y vinculaciones con lo público, lo común, lo político y lo tecnológico. No obstante, las heterogeneidades juveniles, se asientan en configuraciones generacionales históricas que ofrecen procesos culturales, de socialización y subjetivación comunes. Tal enfoque ofrece una posibilidad más flexible y dinámica al concepto de ciudadanía digital para analizar las juventudes. Por un lado, vuelve necesario mantener la conceptualización abierta a contextos socioculturales y regionales específicos e impedir definiciones normativas y adultrocéntricas que les indique a los y las jóvenes cómo ser ciudadanos y cuál es la forma “correcta” de relacionarse con las tecnologías. Por el otro, posibilita incluir las imbricaciones entre el mundo online y el offline, ya que en la actualidad no suelen ser vivimos como mundos separados (Cortesi et al., 2020)
4. Indagación de las representaciones, sentidos y prácticas involucradas en el compromiso cívico-político digital
En primer lugar, contextualizamos y situamos a las y los jóvenes entrevistadas/os en términos sociohistóricos. Todas/os nacieron en el año 2001 o después. Por ende, no experimentaron la crisis social, económica y política que se produjo en Argentina en esa época y atravesaron su niñez en los primeros años de recomposición económica, social y política de la primera década del siglo XX. Vivieron el ascenso del kirchnerismo8 (con el trasfondo de un viraje latinoamericano de gobiernos denominados positivamente como progresistas y desde posturas contrarias como populistas), pero también su creciente conflictividad con otros sectores de poder y la polarización política, tematizada mediática y políticamente como “grieta”9. Con mayor edad, asistieron al giro político de 2015 y a la disputa cultural, simbólica y discursiva que propuso Cambiemos10 durante y después de su gestión, con un proyecto político posicionado en la centroderecha del arco ideológico, que promovía valores culturales ligados al emprendedurismo y al individualismo meritocrático.
4.1 Representaciones y valoraciones sobre la democracia, la ciudadanía y la política
Preguntarse por el compromiso cívico-político en entornos digitales incluye analizar el uso concreto de los medios y las tecnologías digitales en su relación con los contextos sociopolíticos y la dimensión sociocultural. Cómo los sujetos se representan y valoran la democracia, la ciudadanía y la política sustenta y significa las experiencias de compromiso cívico-político tanto offline como online.
4.1.1 Una democracia con falencias
Datos brindados por el Latinobarómetro11 2020, a nivel nacional, indican que el 89.6% de la población de entre 15 a 25 años cree que vive en una democracia, pero solo el 4.4% la considera una democracia plena. El 85 % considera que vive en una democracia con problemas mientras el 8,1% piensa que no vive en una democracia. En relación con la satisfacción con la democracia, el 84,3% se encuentra no muy satisfecho o nada satisfecho con la democracia. Hallazgos de otra fuente a nivel nacional (EDSA, UCA) de 2018, sin desagregar por edades, presenta tendencias similares: la disconformidad con la democracia es alta y más de la mitad no está conforme con su funcionamiento, pero “9 de cada 10 participantes acuerda con que ella es preferible a cualquier otra forma de gobierno” (Delfino, 2019:67). Según los datos del informe, la confianza y la preferencia por la democracia, a nivel general, queda asociada al sector social. Disminuye entre sectores socio-ocupacionales más vulnerables: los desempleados, los obreros y los trabajadores marginales son los más disconformes con la democracia (Idem.).
Concordando con las mediciones presentadas, todos/as los y las jóvenes entrevistadas consideran que viven en una democracia. Los sentidos asociados a la democracia son: el ejercicio de derechos, la garantía de libertades individuales y un sistema de normas consensuadas que nos regulan como sociedad. Votar es reconocido como requisito para que haya democracia, pero ello no impide que se signifique como una democracia con falencias. Dos de las problemáticas son presentadas por diferentes entrevistados de la siguiente manera:
“Sí. vivimos en una democracia, a veces es medio comprada igual… y también una vez que se elige a un representante, cierta cantidad de una población elige a un representante, pero después como que los que no ganaron siempre están tratando de ensuciar al opositor que ganó, ¿entendés? No sé cómo se dice, pero es así. Se impide que los que están en el poder desarrollen bien sus habilidades, sus tareas. (Valentina, 21 años, febrero 2022)”
“Es una democracia con falencias porque como te digo, hay falta de información y yo creo que por más de que un lado tenga la razón o el otro no, se tiene que saber todo, lo malo de cada lado y lo bueno, cuando falta eso, cuando un lado no reconoce sus errores es peligroso.” (Bruno, 20 años, marzo 2022)”
Las problemáticas enunciadas pueden ser variadas, pero se reconoce un patrón de descontento o escepticismo con la práctica política partidaria e institucional vinculada a la democracia. Aspectos que veremos con mayor profundidad al trabajar los sentidos asociados a la política.
4.1.2 La dimensión cotidiana de la ciudadanía
Los sentidos sobre la ciudadanía no son estáticos, sino que se transforman y se disputa la legitimidad de diversos modelos por medio de procesos históricos y socioculturales. Un estudio sobre jóvenes estudiantes del área metropolitana de Buenos Aires (Kriger y Daiban, 2015) identificó tipos ideales de ciudadanos vinculados a dimensiones individuales, sociales y políticas con prácticas asociadas a cada una. Dentro de todas las dimensiones, las prácticas más valoradas fueron: a) la responsabilidad en el estudio, trabajo o profesión b) votar responsablemente c) cumplir y hacer respetar deberes y derechos. Otros estudios sobre las representaciones y sentidos de la ciudadanía en Córdoba (menos recientes) evidenciaron una vigencia de los valores de la ciudadanía y la cultura ciudadana ligados a la modernidad, aunque al mismo tiempo destacan la desconfianza en las instituciones que se postulan como garantes de ciudadanía (Aquín et al. 2007; Bermúdez et al. 2004).
En nuestro corpus de entrevistas, si bien la ciudadanía queda asociada a cumplir obligaciones y reclamar derechos, y en algunos casos con la pertenencia a la nacionalidad, predomina la dimensión de la vida cotidiana. Todos seríamos ciudadanos porque compartimos una comunidad y nos regimos por ciertas normas, pero ser “un buen ciudadano” es aportar a esa comunidad y a la convivencia respetuosa. Ser ciudadano en ese sentido es:
“Ser lo mejor posible, tratar de no estafar a nadie, de respetar a todo el mundo. Está bien dar una opinión, pero tampoco ser irrespetuoso (…) Ser ciudadano me parece que es como dar lo mejor posible hacia todas las otras personas” (Ludmila, 18 años, febrero 2022)”
“Somos ciudadanos porque convivimos todos dentro del mismo sistema, vamos, compramos, nos manejamos por plata, el que comete un delito va preso, el que mata a otro va preso, digamos… convivimos juntos, somos ciudadanos, somos compañeros” (Franco, 21 años, febrero 2022)”
“Si vos sabés que en toda tu cuadra son todos adultos mayores que se duermen a las 10 de la noche vos no le vas a poner la música a todo volumen a las cuatro de la mañana, eso para mí es ser buen ciudadano” (Daniela, 21 años, marzo 2022)”
Dentro de esas prácticas cotidianas ser ciudadano es aportar al debate público más allá del voto. Se asocia a la expresión de opiniones, demandas y la construcción de consensos para debatir temas públicos. Un entrevistado menciona al respecto:
“(…) intento dar mi parte como ciudadano para que la gente que me rodea sepa lo bueno y lo malo de todos los lados (…) pero me parece una boludez eso de que dicen que si no votás no sos ciudadano o no estás cumpliendo con tu deber cívico.” (Bruno, 20 años, marzo 2022)”
Esta dimensión y representaciones, poco evidenciadas en otros estudios, inferimos están relacionadas a la posición de nuestros entrevistados, que no son parte de organizaciones, movimientos y partidos políticos. Por ende, experimentan la ciudadanía desde su vida cotidiana y relaciones interpersonales. La ciudadanía en las sociedades democráticas capitalistas actuales presenta un modelo hegemónico relacionado con la integración laboral, los derechos, deberes y la participación formal. Pero las y los jóvenes aprenden a ser ciudadanos y se construyen como tal en la experiencia cívica de sus espacios cotidianos, pudiendo ser uno de esos espacios los creados a partir de tecnologías digitales. “Se es ciudadano, se aprende a serlo haciendo cosas en la arena pública” (Benedicto,2016: 934).
4.1.3 Tensiones y ambivalencias sobre la política
Como en otros estudios que indagan las representaciones juveniles sobre política (Benedicto, 2013; Berlinguer y Moreno, 2014; Vázquez et al., 2021; Zaffaroni et al., 2009), en nuestro corpus se observa una tensión entre las representaciones, sentidos y valores que se le otorgan a la política, así como aparece una ambivalencia entre el interés y el desinterés por los asuntos públicos y la política institucional.
Una de las representaciones con connotaciones positivas de la política la presenta como una herramienta que permite el desarrollo social, en tanto es capaz de producir transformaciones sociales que generen bienestar común. En ese sentido, la política queda ligada a la resolución de problemáticas públicas. Entrelazado con la línea de sentido anterior, pero más vinculado a una visión institucional, la política aparece representada como medio para organizar la sociedad y controlar los conflictos. Por último, se la reconoce como intercambio de opiniones sobre los asuntos públicos. Si conceptualizamos la política como búsqueda de soluciones a problemas colectivos, se trata de una valoración positiva de la misma. Sin embargo, es valorada positivamente y significada como necesaria y efectiva siempre y cuando funcione dentro de un ideal del deber ser. Algunos fragmentos lo ejemplifican de la siguiente manera:
“Para mí la política es gente que dirige y representa las opiniones, lo que quiere un pueblo y organizarlo para que se cumpla todo lo que se dicta y que haya leyes que justamente fomenten la igualdad y cosas así, que hagan que un país sea mejor económicamente, culturalmente, socialmente, en todos los ámbitos.” (Franco, 21 años, febrero 2022)”
“Va a ser el medio por el cual cuando pase algo malo tiene que ser el que garantice el bienestar de la comunidad, o el medio para que garantice la salud de una comunidad otorgando los recursos para que se desarrolle, por ejemplo.” (Daniela, 21 años, marzo 2022)
Los sentidos con connotaciones positivas se tensionan con los negativos. La política pierde su razón de ser cuando se utiliza en beneficios de unos pocos, o para el beneficio propio. Este sentido sobre la política conduce a una desconfianza o rechazo hacia los políticos o los dirigentes de movimientos y organizaciones sociales. La desafección hacia la política institucionalizada está estrechamente vinculada con la desconfianza y el escepticismo.
“La política sirve un montón, siempre y cuando sea por el bien común. Nunca que sea en beneficio de unas minorías. Ahí sirve la política, ya cuando cambia la perspectiva y se la ubica solo para el beneficio de unos pocos ahí ya se estaría perdiendo el sentido. La política va para que avance todo un grupo de gente, todo un país, toda una provincia, todo un continente. Ya cuando se pierde ese objetivo, creo que no estaría sirviendo.” (Martina, 19 años, marzo 2022)
“Yo básicamente no veo a ninguna persona… no vi a ninguna persona que de verdad se esté preocupando por el pueblo, que de verdad se esté preocupando por hacer de Argentina un lugar mejor que nos saque del pozo en el que estamos, sino que veo mucha gente peleando entre sí para que el otro no gane, para que el otro no se pueda llenar los bolsillos.” (Bruno, 20 años, marzo 2022)
Un segundo aspecto negativo se vincula a la representación de la política como discusión o enfrentamiento, que se observa tanto en un plano formal como informal o cotidiano. Es decir, se construye un ideal de la política donde el conflicto debe ser neutralizado y es moralmente reprochable. Sin embargo, no se invalida el debate como tal, sino la discusión que se asocia con posturas radicalizadas. De manera generalizada se rechaza una identidad política total, se evidencian esfuerzos por alejarse de posiciones o identidades definidas y hay una preocupación por el desarrollo de un pensamiento crítico y propio.
Entre estas tensiones encontramos variaciones de desafección y compromiso político. La desafección debe leerse en términos relativos. Mientras hay perfiles más desafectados que reconocen explícitamente que no les interesa la política o no les gusta, otros le asignan valoraciones positivas, porque la consideran necesaria, pero no presentan un interés explícito en conocer sobre temas políticos. Finalmente, hay perfiles que se tensionan entre el compromiso y el descontento: explicitan mayor interés en aprender e informarse sobre política, pero se esfuerzan por evitar posturas radicalizadas tanto en el plano discursivo como en la acción, incorporando una postura crítica que se asocia al descontento y el escepticismo. Por ejemplo, uno de los entrevistados que valoraba la política y mostraba gran interés por conocer distintos temas, posturas y opiniones, mostraba su descontento y escepticismo con la política institucional a través de la impugnación del voto.
4.2 Compromiso cívico-político digital
4.2.1 Representaciones sobre internet y política
Se les ofreció a los y las entrevistadas que relacionaran libremente internet y política. La representación que se conformó fue la de una esfera pública12 digital, experimentada como un espacio de flujos informativos constantes, un lugar de intercambio de opiniones y un espacio de libertad de expresión. Las y los jóvenes entrevistados reconocen que en internet se puede opinar libremente, se permite a las personas decir lo que piensan. La relevancia de esta representación proviene de pensar de manera comparada las posibilidades que permiten las tecnologías digitales para el compromiso y la participación cívico-política. Países con sistemas políticos que restringen la utilización de internet o ejercen un control autoritario, propician experiencias de censura o autocensura (Helsper, 2021).
Asimismo, tener acceso a diferentes opiniones es una oportunidad valorada positivamente, aunque se tensiona con las consecuencias negativas que experimentan del flujo intenso de información y opiniones. “Que cualquiera pueda decir lo que quiera libremente” conforma posturas alertas y sentimientos de desconfianza de las fuentes. Por otro lado, consideran a Internet (principalmente a las redes sociales) como un lugar propicio para las discusiones y enfrentamientos. Estas situaciones, que ya son percibidas como negativas y estas/os jóvenes tratan de evitar en relación con la política de manera general, se experimentan de forma intensificada en Internet, llevándolos a repensar sus estrategias de involucramiento online.
Por último, si bien reconocen el poder de Internet como fuente de información y acceso a opiniones sociales y políticas, no consideran que sea un instrumento que permita comunicarse con los políticos o gobiernos. Se reconoce a la política institucional “alejada” de lo que pasa en internet.
Coincidiendo con otro estudio español (Berlinguer y Martínez Moreno, 2014) lo que se representan es una esfera pública limitada, de la que se tiene dudas respecto a su eficacia. Probablemente, parte de este sentido esté expresado en los últimos datos del Latinobarómetro de Argentina (2020), los cuales indican que el 78.5% de los jóvenes de entre 15 a 25 años creen que las redes sociales no sirven para participar en política o crean una ilusión de que uno está participando en política. Es interesante leer esos datos en relación con sentidos como los siguientes:
“La gente se ceba muchísimo en defender su opinión y se vuelve muy tóxica, pierden amigos, se pelean con familiares por política y no me parece algo por lo que valga la pena pelearse, por una opinión, una convicción con gente que querés. Pero la gente se ceba y se pelea y pasa todo el día con un montón de tiempo libre peleando con un desconocido por internet y me parece, después de haber estado muy expuesto a eso (discusiones políticas en internet) fue como que dije: esto es un embole la verdad”.
(…)
“Si es gente inteligente con la que de verdad se está debatiendo entonces sí (sirve internet), porque si de verdad debaten entonces están abiertos a que se pueda cambiar una opinión, a que se puedan compartir ideas, pero si es simplemente una pelea, es simplemente dos personas gritándose y para eso no se… miro una batalla de rap.” (Bruno, 20 años, marzo 2022)
Internet se construye como un espacio de posibilidad de conversación con un otro diferente en el espectro de ideologías políticas. En ese sentido, reconocemos una potencialidad de los entornos digitales para el desarrollo del compromiso y la participación cívico-política. Ahora bien, los procesos de interacción política efectivos con esos otros no se significan siempre como experiencias satisfactorias, más bien pueden llegar a “ser un embole” o “una ilusión de participación”. Si ciertos espacios de Internet son propicios para reproducir conversaciones sordas, crean para las y los jóvenes una apariencia de participación, un desgaste corporal y emocional que se experimenta como sinsentido.
4.2.2 Prácticas comunicativas e informativas digitales: consumo informativo, interacciones y opiniones
Las y los jóvenes entrevistados utilizan internet como un medio privilegiado de información: consumen tanto medios digitales ligados al periodismo profesional (como diarios online) así como otras fuentes de información digitales informales. Cada red social, dispositivo y tecnología, con sus características propias, ofrece diferentes alternativas de flujo informativo y de opiniones. Por ejemplo, Twitter ofrece información instantánea y coyuntural, Instagram permite seguir referentes sobre temas de interés, Google, YouTube y Spotify se presentan como opciones más amplias de investigación, información detallada y procesos de aprendizaje con mayor profundidad. Reconocen y valoran con gran énfasis la oportunidad de acceso informativo que internet ofrece a sus necesidades e intereses. El consumo informativo incidental es generalizado. Se consume la información que “va apareciendo”. En relación con las noticias mencionan:
“Entro a Instagram y lo que me aparece me aparece. No me pongo a buscar qué pasó con tal persona. Si me aparece me aparece.” (Martina, 19 años, marzo 2022)
“En Google voy chusmeando en realidad, no es que voy a buscar una noticia en específico.” (Franco, 21 años, febrero 2022)
“Hay bastantes famosos que van a marchas y eso. Y me interesa leer, porque me interesa estar informada para capaz tener una opinión más concreta.” (Ludmila, 18 años, febrero 2022)
Pero también, profundizan la búsqueda de información (a través de procesos de investigación y de aprendizaje autodidáctico) según intereses determinados. Son jóvenes que tienen una biblioteca multimedia al alcance de la mano; lo saben y lo valoran. El problema lo enfrentan cuando esa biblioteca se convierte en un laberinto y necesitan desarrollar pautas y estrategias de orientación informativa y de autoaprendizaje. Se enfrentan en la abundancia con la desconfianza y la desinformación.
Sus prácticas informativas reflejan un compromiso ciudadano, en tanto y en cuanto les interesa saber qué sucede en el país, en el mundo, con las causas y problemáticas que los interpelan. Se informan de temas sociales y públicos. Algunos también reconocen interesarse por temas estrictamente identificados con el sistema político, no obstante, sin tanta profundidad.
Los formatos informativos consumidos se combinan entre lo lúdico y lo formal. Leer noticias y ver memes son parte de un continuo que se retroalimenta. Los medios de comunicación tradicionales son representados como “no tan confiables” y reconocen que es necesario “leer entre líneas”. La desconfianza en los medios de comunicación tradicionales es una tendencia incluida en la crisis de legitimidad y confianza en otras instituciones como los partidos políticos. Los diarios o portales digitales corren la misma suerte en la medida en que quedan asociados a los medios masivos tradicionales. La tensión es permanente, Internet ofrece un amplio abanico de posibilidades informativas, que se percibe de manera positiva, pero no es pensado como un espacio homogéneo, como un “todo” alternativo en el que se pueda confiar.
Al respecto, un entrevistado sostiene:
“Yo creo que la mayor bendición de internet es también su mayor maldición que es la información, porque tiene muchísima información, pero también tiene muchísima información falsa. A mí me encanta saber cosas nuevas, aprender, pero siempre hay que tener muchísimo cuidado con lo que leés y dónde lo leés porque tal vez te informaste mal y creés que es la verdad” (Bruno, 20 años, marzo 2022)
Otras dos dimensiones que exploramos como prácticas participativas, en vinculación con el consumo informativo, fueron la interacción social en espacios digitales y las expresiones de opiniones sobre temas públicos y sobre política. Identificamos tres tipos de consumo que podrían colocarse en un gradiente ascendente de participación cívico-política digital: un consumo atento, uno que incorpora algún grado de interacción y uno que incluye además la expresión de opiniones. En los tres casos nos encontramos dentro del proceso de monitorización ciudadana, donde hay una vigilancia constante.
Consumir de forma atenta implica prestar atención y reflexionar sobre distintas opiniones, seguir asuntos públicos, sociales o mediáticos como leyes, hechos sociales y campañas en internet. Las opiniones que circulan por internet son “escuchadas” atentamente si se refieren a un tema de su interés.
Al observar los cambios que se producen con en el compromiso cívico digital, Helsper (2021) divide analíticamente la ciudadanía digital en tres dimensiones: la crítica, la activa o selectiva y la menos activa13. La dimensión menos activa de la ciudadanía digital la relaciona con los términos "clicktivism" y "slacktivism"14, que describen cómo las personas se involucran cívica y políticamente en el ámbito digital a partir de formas que no requieren mucho esfuerzo. Se trata de actividades puntuales como publicar e interactuar en redes sociales, compartir información, firmar peticiones o donar dinero online. Se las considera tradicionalmente como un compromiso cívico digital de “bajo costo” y prácticas menos valiosas que otras, incluso perjudiciales para formas más activas de participación. Sin embargo, en la actualidad hay estudios que critican la falta de legitimidad y efectividad que se les otorga a estas prácticas (Dennis, 2018; Halupka, 2018)
En nuestro análisis, el segundo tipo de consumo identificado, el interactivo, incluye compartir información, comentar publicaciones y utilizar las herramientas interactivas que ofrece cada plataforma. La interacción sucede con mayor frecuencia entre vínculos cercanos (familiares y amigos) pero puede extenderse si se trata de causas sociales (por ejemplo, difundir campañas de bien público). Un tercer tipo de consumo, que incluye expresar opiniones en internet (una práctica que podría incluirse dentro de la producción de contenido) es la práctica más compleja, la menos frecuente y la que implicaría un mayor esfuerzo personal y exposición social. Puede aparecer como un simple desinterés, pero en otros casos se mencionan explícitamente emociones negativas o conflictos y presiones asociadas.
“A veces como que me da una cierta presión que le vaya a molestar a otra persona lo que yo opino, entonces a veces prefiero no opinar.” (Daniela, 21 años, marzo 2022)
Por lo tanto, prácticas que pueden ser entendidas como slacktivismo o clicktivismo, no son experimentadas como de “bajo costo” para las y los jóvenes. Otra manera de pensarlo es que son parte de la transformación de las prácticas de compromiso y participación cívico-política que se lleva a cabo en un mundo digital y en red. Del mismo modo, los movimientos sociales, organizaciones o instituciones que realizan acciones más activas de manera digital necesitan la fuerza de este tipo de participación de miles, y a veces millones, de acciones de bajo costo para producir un efecto significativo.
De todos modos, la producción de contenido en internet y el supuesto de participantes prosumidores debe ser analizado cuidadosamente desde la mirada de las desigualdades digitales (Casero Ripollés, 2018), al igual que las comunidades y las normas socioculturales en las cuáles se insertan los sujetos. Por ejemplo, en países con roles de género más enraizados, como la India, las opiniones de las mujeres sobre asuntos públicos y políticos tanto offline como online suelen sufrir autocensuras (Helsper, 2021) Algunos resultados específicos para la zona metropolitana de Buenos Aires indican que son las generaciones más jóvenes (entre 18 y 33 años en 2015) las que realizan actividades políticas online en mayor medida pero hablan menos sobre política (Delfino et al., 2019) Según el Latinobarómentro (2020), son las y los jóvenes de entre 15-25 años quienes no expresan en mayor medida sus opiniones sobre los problema del país (30.9%) y los que menos lo hacen en redes sociales (12.3%) frente a, por ejemplo, los adultos de entre 41 - 60 años (22.1% y 18.4% respectivamente). A nivel regional, en este segundo nivel de las desigualdades digitales, las mujeres presentan menores niveles de búsqueda de información política de forma online (Gray et al., 2017) y de expresión de opiniones en redes sociales sobre problemas del país. Datos para Argentina de este último indicador también confirman la tendencia (Latinobarómetro, 2020).
4.2.3 Consumo de información e interés
En nuestro corpus identificamos que, si a las/os jóvenes les interesa la política, lo ambiental, la economía, la tecnología, la historia, etc. identifican en internet un lugar para seguir profundizando su conocimiento, estar al día, construir opiniones y reflexionar. ¿Qué pasa entonces con aquellos y aquellas jóvenes que tienen menos interés en los asuntos públicos y políticos? En nuestro caso, identificamos un aprovechamiento menos variado e intensivo de internet como espacio de exploración y aprendizaje.
El interés está relacionado con el consumo de información y el aprendizaje, pero no con procesos interactivos o expresivos. Estar interesado, informarse o aprender sobre un tema no lleva necesariamente a querer expresar opiniones, interactuar o crear contenido, más allá que consideren que tienen las habilidades para hacerlo. Mencionan que si quisieran podrían crear contenidos, pero no se sienten interpelados. De hecho, un entrevistado, que podría definirse como youtuber crea contenido sobre entretenimiento, pero abandonó la creación de contenido político.
A todas/os las/los entrevistados les preguntamos por la campaña y el movimiento feminista #NiUnaMenos, que tuvo gran difusión por Internet y redes sociales en Argentina desde 2016. Se lo considera un caso de cyberactivismo15 que se ha expandido a prácticas de participación offline (Accossatto y Sendra, 2018) y ha logrado constituirse en un movimiento social que perdura hasta la actualidad. Se trabajó con este tema común para poder compararlo entre todas las y los jóvenes.
Nos encontramos con que quienes siguen en mayor medida al movimiento feminista de manera online y profundizan sobre temas vinculados a los derechos de las mujeres en base a información que encuentran en Internet, son quienes están interesadas/os previamente en el feminismo. Aquellos/as que no están interesados/as en temas feministas, si bien no quedan excluidos de la información, porque se encuentran con este tipo de contenido online de forma casual o la información les llega por otros medios, como la televisión o la escuela, no utilizan Internet como medio de profundización de la información, ni realizan un seguimiento o interacción con el movimiento en el ámbito digital. Mientras que las y los que sí están interesados en el movimiento feminista, buscan videos al respecto o siguen influencers que les brindan información.
4.2.4 Socialización cívico-política y fuentes de información
Internet se posiciona en un entramado de espacios de socialización política y ciudadana. El ámbito familiar, la escuela, los grupos de pares, se entrelaza con medios digitales, redes sociales y medios de comunicación masiva. Se aprende sobre política y las problemáticas públicas, charlando con amigos, con familiares, en la escuela, en la televisión, pero también en procesos individuales y colectivos a través de Internet. Aparecen influencers, youtubers16, otras personas conocidas o desconocidas que comparten información y opiniones. Las y los jóvenes lo relatan de forma circular, en un pasaje constante del ámbito offline al online, donde las fuentes de información y formación son variadas y se van entrelazando.
Una de las entrevistadas al contar cómo comenzó a investigar sobre política y economía en Internet relataba:
“Salió como esas preguntas que se me vienen a la cabeza, porque mi hermana como que criticaba mucho a un gobierno y yo me cuestionaba el por qué… ¿Por qué será que ella dice que arruinó la economía? y me puse a investigar la historia de la economía argentina, me miré un documental de 45 minutos de un youtuber que hace animaciones divertidas que te explica todo re bien” (Daniela, 21 años, marzo 2022)
Las fronteras entre los espacios de socialización y sociabilidad online y offline son borrosas y se inciden mutuamente. Las tecnologías digitales amplían los lazos sociales y resignifican los intercambios entre familiares, amigos y conocidos. Habitar las redes sociales y las comunidades virtuales, no se trata de “una experiencia paralela” sino de una “experiencia resignificada por otras formas de socialización y por el uso de otras tecnologías mediáticas” Según Winocur (en Poliszuk, 2013)
4.2.5 Alfabetización mediática crítica digital: lógicas de redes y procesos informativos
De las tres dimensiones de la ciudadanía digital que resalta Helsper (2021) nos detuvimos solo en la menos activa. En este apartado discutiremos la dimensión de la ciudadanía digital activa o selectiva y la crítica. La primera se relaciona con las posibilidades que presentan las tecnologías digitales para construir comunidades afectivas. Este punto de partida sobre las relaciones sociales que se traman en espacios digitales lleva a la disputa de dos tesis. Mientras algunos apuntan que las personas terminan involucradas en “cámaras de eco”, por seguir las mismas noticias y a otras personas con opiniones y características similares, la segunda tesis postula que en el ámbito digital es posible encontrar información que no se conocía o no se esperaba encontrar (Van Dijk y Hacker, 2018).
La dimensión crítica de la ciudadanía digital está vinculada a la alfabetización mediática crítica digital, definida como la habilidad de encontrar y entender cómo se organiza y produce el contenido y la información online (Helsper, 2021) La alfabetización mediática crítica incluye las habilidades necesarias para informarse de manera digital comprendiendo cómo se genera contenido y cómo trabajan las plataformas digitales, para poder seleccionar y juzgar la confiabilidad de la información.
Ya mencionamos que tener acceso a diferentes opiniones es una oportunidad valorada positivamente por las y los jóvenes. Asimismo, cuentan con alfabetización mediática crítica digital. Al enfrentarse al proceso informativo les preocupa la desinformación y explicitan enormes esfuerzos para encontrar fuentes confiables, construir estrategias para informarse y formar sus opiniones. Su principal estrategia es consultar distintas opiniones, comparar y verificar fuentes. El temor a la desinformación se complementa con la búsqueda de alejarse de opiniones extremas. Ambos fenómenos no solo generan desconfianza sino también emociones negativas. Son dos de las principales dificultades que las y los jóvenes reconocen al momento de involucrarse con asuntos públicos y políticos en ambientes digitales.
Por otro lado, conocen las lógicas de producción y consumo de las plataformas digitales: la construcción subjetiva de las noticias, la existencia de fake news (noticias falsas)17, de posibles cámaras de eco con polos extremos e identifican procesos de verificación de información. Es un saber práctico que se experimenta como cotidiano, aunque reconocen aportes de la socialización familiar y escolar. Aprendieron a no confiar en una sola opinión ni en cualquier fuente de información. Pero más allá de la desconfianza creen que con los recursos que poseen pueden construir sus propias opiniones y puntos de vista. No sabemos si sucede efectivamente o si ofrecen una respuesta políticamente correcta, pero sus respuestas evidencian conocimiento de las lógicas del ambiente digital e informativo.
“Ponele, yo sé que hay un montón de fake news entonces no me quedo con algo en particular, ponele… yo veo hasta de alguna página no verificada que lo sube cualquiera, hasta lo que se sube en una noticia… verificada como TN o C5N, no me quedo con nada de lo que dicen, sino que trato de juntar un poquito de cada cosa, un poquito de muchas informaciones y después armar mi propia información, ¿no?, pero no me quedo con nada.” (Franco, 21 años, febrero 2022)
Cabe recordar que son jóvenes de sectores medios que atravesaron un contexto de polarización política nacional durante los últimos diez años, con fuertes conflictos mediáticos, que se intensificaron en escenarios críticos como los atravesados durante la pandemia. Ese contexto político y cultural nacional e internacional enmarca la desconfianza, la preocupación por la desinformación y el enorme esfuerzo por alejarse de posiciones y opiniones radicalizadas.
Al conocer las lógicas, normas y lenguajes de cada red social también tienen mayores oportunidades para moldear sus estrategias según sus intereses. Por ejemplo, uno de los entrevistados aprendió que en Twitter es positivo formar un personaje con un lenguaje violento, inflexible y confrontativo, construyó una identidad que identifica como ficticia, pero al querer alejarse de las sensaciones negativas que le producían las discusiones políticas, reconfiguró ese personaje que discutía y confrontaba sobre política hacia otro que comenta y discute sobre videojuegos.
5 Discusión final
Las discusiones sobre la democracia y la ciudadanía digital han puesto sobre la mesa la pregunta por las transformaciones que las tecnologías digitales imprimen a la vida cívica y política, a la manera de vincularnos socialmente, comunicarnos e informarnos, de procesar las problemáticas públicas y participar en su resolución. También, obliga a analizar quiénes se benefician y quiénes se perjudican del proceso de digitalización en un mundo con niveles cada vez más elevados de desigualdades.
Evitar una mirada instrumentalista, requiere reconocer los contextos culturales y políticos y los devenires sociohistóricos en los cuales se desarrollan las experiencias online/offline y a las cuales le otorgan sentido. La política viene primero que los medios (sean estos medios tradicionales o digitales), nos alertan Van Dijk y Hacker (2018) Esa premisa no quiere decir que nada cambie. Las tecnologías y los medios digitales contribuyen a la aparición de nuevas formas de ser ciudadanos y comprender tanto la ciudadanía como la política. Es por eso, que se vuelve relevante indagar los sentidos, valoraciones y prácticas que experimentan los ciudadanos en la construcción constante de su cultura democrática y política.
Dentro de los procesos de transformación social y política, las juventudes a nivel internacional y regional adquieren cada vez más protagonismo como actor social. El enfoque generacional permite reconocer la heterogeneidad de las juventudes, que se encuentran atravesadas por múltiples tramas de desigualdad, pero también patrones comunes de socialización y subjetivación. En la introducción de este trabajo nos preguntábamos si las y los jóvenes que no forman parte de partidos políticos, sindicatos ni organizaciones o movimientos sociales son o no jóvenes comprometidos con los asuntos públicos y políticos.
La manera en que los sujetos se representan y valoran la democracia, la ciudadanía y la política sustenta y significa las experiencias de compromiso cívico-político tanto offline como online. La indagación empírica puso de relieve, en primer lugar, las representaciones y valoraciones positivas que presenta la democracia y la política frente a sus tensiones y ambivalencias con las negativas. Estos sentidos enmarcan la construcción de ciudadanía entre los ideales tradicionales modernos y la valorización de la convivencia en la vida cotidiana. La representación de un “buen ciudadano” asociada al respeto y la tolerancia en las relaciones sociales interpersonales del día a día no debería ser desvalorizada como compromiso juvenil ciudadano. En tanto y en cuanto Internet se experimenta como posibilidad de realizar la ciudadanía, la democracia y la política en sus sentidos positivos (permitir el intercambio de opiniones e información de manera respetuosa y el desarrollo del bien común) es representado como una esfera pública digital, valorado y utilizado. En la medida que se experimenta como parte de los sentidos negativos de la democracia y la política es representado como limitado, ineficaz y perjudicial. Aunque vimos que hay un cierto desinterés o desafección política, la encontramos mayormente vinculada a modelos institucionalizados y tradicionales, que no cumplen con expectativas idealizadas construidas sobre la democracia y la política. Eso no significa que no haya procesos de información y una búsqueda de comprensión de los asuntos públicos y sociales e incluso, en algunos casos, de la política más institucionalizada. El ámbito digital es un espacio más de socialización y sociabilidad cívico-política, pero entrelazado con otras formas de socialización y sociabilidad.
Internet, los dispositivos y plataformas digitales ofrecen potencialidades informativas y de aprendizaje que son aprovechados para el involucramiento cívico-político, pero, la mediación del interés y las habilidades digitales son críticas. Las y los jóvenes entrevistados experimentan el mundo digital con desconfianza generalizada y una de sus mayores preocupaciones es la desinformación. Deben contar con habilidades apropiadas y desarrollar estrategias para involucrarse de forma online. La alfabetización digital crítica es indispensable para el desarrollo de una ciudadanía digital crítica, pero no da por sentado prácticas participativas que no se observan generalizadas y se encuentran en distintos grados.
Reconociendo a las juventudes en plural, atravesadas por desigualdades como condición social, asumimos el enfoque de las desigualdades digitales. En base a lo hasta aquí trabajado, las y los jóvenes analizados se encuentran en una situación social y económica relativamente favorable. Para futuras investigaciones deberían compararse con las experiencias juveniles de las clases trabajadoras en situaciones de desventajas, que en la misma franja etaria no se encuentren en procesos de formación y que ya estén integrados al mercado de trabajo, en sectores informales o de baja calificación.
El nivel socioeconómico y la condición de pobreza son variables que se discuten dentro de los estudios sobre confianza y preferencia por la democracia y sobre participación política y ciudadana (tanto online como offline). Aunque los resultados no son concluyentes (más bien varían según la región o país, el momento histórico bajo estudio y los indicadores considerados)18,como comentamos anteriormente, datos estadísticos para Argentina de 2017/2018 parecen indicar una tendencia asociada a una mayor disconformidad con la democracia y menores niveles de participación política en los niveles socioeconómicos más bajos (Delfino, 2019). De igual manera, se observan menores niveles de participación activa (expresar opiniones) en redes sociales en sectores en condición de pobreza (Filgueira, 2019). Considerando la alfabetización digital crítica, el nivel educativo incide en su adquisición. Mayores niveles educativos muestran mayor conciencia y acciones compensatorias frente a la desinformación (Helsper, 2021)
Relevando evidencias como las anteriores queda por indagar si las y los jóvenes de clases sociales menos privilegiadas de Argentina, asociadas a menores recursos socioeconómicos y socioculturales, experimentan de igual manera o a través de experiencias de desigualdad y exclusión las prácticas y sentidos relacionados con el compromiso cívico-político digital. ¿Cuáles son sus representaciones y valoraciones sobre la democracia, la ciudadanía y la política? ¿Cómo se involucran en el mundo online y los asuntos públicos? Al momento de informarse ¿experimentan mayor incertidumbre, cuentan con las mismas habilidades y desarrollan las mismas estrategias que los jóvenes en situaciones relativamente más privilegiadas?