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El taco en la brea

On-line version ISSN 2362-4191

Taco brea  no.18 Santa Fe  2023

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.14409/eltaco.2023.18.e0121 

Dossier

La enunciación literaria como posición extranjera: hipótesis sobre su enseñanza e investigación en la Argentina

Literary Enunciation as a Foreign Position: Hypothesis on its Teaching and Research in Argentina

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Resumen

Este artículo analiza la posición de las así llamadas «literaturas extranjeras» en el currículum universitario de los estudios literarios en la Argentina. A través de un recorte que examina diversos casos en que la nacionalidad resulta insuficiente para abordar la complejidad del texto literario, se revisan consensos establecidos y se actualiza un debate que atraviesa el campo de la literatura comparada. Se trata de una discusión necesaria para repensar la organización del conocimiento literario y la economía de los saberes en las humanidades y formular alternativas para enseñar e investigar literatura más allá de las fronteras nacionales, en un marco cosmopolita, alejado tanto de marcas eurocéntricas como de agendas provincianas y chauvinistas.

Palabras clave literatura nacional; nueva literatura comparada; cosmopolitismo; teoría literaria

Abstract

This article analyzes the position of the so‒called «foreign literatures» in the university curriculum of literary studies in Argentina. Through a clipping that examines various cases in which nationality is insufficient to address the complexity of the literary text, established consensuses are reviewed and a debate that crosses the field of comparative literature is updated. This is a necessary discussion to rethink the organization of literary knowledge and the knowledge economy in the humanities and to formulate alternatives for teaching and researching literature beyond national borders, in a cosmopolitan framework, far removed from both Eurocentric brands and provincial and chauvinistic agendas.

Keywords national literature; new comparative literature; cosmopolitism; literary theory

Apología del apátrida

Cuando Cristian Molina me invitó a participar del encuentro que dio origen a esta publicación acepté de inmediato. Conozco a Cristian desde hace varios años, hemos compartido trabajo junto a otros colegas de Rosario, ciudad a la que amo regresar y a la que vine con frecuencia durante mucho tiempo. Mi conversación con Cristian ya había visitado este tópico: el de las «literaturas extranjeras», un término que se emplea en el currículum académico argentino para denominar a un conjunto de tradiciones literarias que ocupan en general un lugar marginal respecto de los cursos centrales en la carrera de Letras.

Las literaturas argentinas y latinoamericanas y, dependiendo de cada unidad académica en el país, los cursos de Teoría Literaria tienen una posición mucho más importante que, digamos, literatura inglesa, francesa, alemana o norteamericana, cuando existe. Por la cantidad de cursos ofrecidos, en la Argentina todavía ocupan un sorprendente espacio los cursos de literatura española. Hay varios, dos o tres creo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, con docenas de profesores y ayudantes enseñándolos, pero no se enseña un curso de literatura china o japonesa o india de manera regular, y mucho menos literatura africana. Ignoro en detalle la situación del resto del país, pero tiendo a creer que reproduce ese modelo naturalizado, un currículum a todas luces obsoleto, a todas luces eurocéntrico incluso en la periferia de las «literaturas extranjeras», calcificado, artereoesclerótico como se decía antes, para emplear una antropomorfización de las cosas como la que practican los indios amazónicos, de los que hablaré un poco más adelante.

Una primera pregunta relacionada con este problema es por qué resulta tan complejo actualizar el currículum de una disciplina académica. ¿Alguien supone que en las ciencias médicas o en la física el currículum permanece inalterado durante décadas, sino siglos, como ocurre a menudo con las humanidades en la Argentina? Un ejemplo que suelo citar en mis clases es el de una disciplina afín a la nuestra, la semiología, que tuvo su edad de oro en la década de 1970, y que entonces aterrizó en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, cuando se realizaron cambios a partir del retorno de la democracia. Nuevamente es posible identificar docenas de docentes, miles de alumnos, páginas y páginas fotocopiadas o ahora escaneadas con nociones tomadas de Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson o Emile Benveniste que siguen siendo enseñadas y aprendidas con escasa actualización porque la semiología, como ocurre con cualquier campo de saber, tuvo su momento y ese momento ya pasó. No obstante, allí permanece sin que nadie se moleste por preguntar si es necesario seguir enseñándola o si sería necesario actualizar o revisar la currícula del CBC, cursos que toman decenas de miles de estudiantes todos los años, cincuenta años después de su creación. La idea de invertir tiempo y recursos intelectuales para establecer si vale la pena que los estudiantes sigan leyendo fragmentos del Curso de Lingüística General o no sería mejor, quizás, que leyeran un libro de Sarmiento, Marguerite Duras, Chimamanda Ngozie Adichie o de William Shakespeare (es decir: «literatura extranjera»), solo para sugerir una idea, queda siempre lejos de la Universidad de Buenos Aires, que como todas las universidades públicas nacionales, invierte poco o nada en investigación o en cuestionar sus modos de funcionamiento.

El concepto de «literatura extranjera», una extraña denominación que se opone, por defecto, a «literatura nacional» y quizás también a «literatura regional», es decir, latinoamericana, o a cursos de mayor peso por proveer instrumentos metodológicos, como los de Teoría Literaria, pertenece a una genealogía que tiene paralelos con el caso de la semiología. ¿Qué entendemos por «literatura extranjera» en las universidades argentinas? ¿Por qué emplear esa denominación no exenta de connotaciones xenófobas, nacionalistas, acaso racistas por no decir «fachas» —para emplear el término de la película Argentina 1985— en un país como el nuestro, formado en un gran porcentaje de hijos de inmigrantes europeos, latinoamericanos en las últimas décadas y también de otros orígenes, como la inmigración asiática, que existe en rigor desde hace mucho tiempo (todos tenemos un supermercado chino en nuestra cuadra, ¿no?), y resulta reconocible sin ir más lejos, en la obra de Juan José Saer, escritor santafesino de origen árabe, aunque él no hable mucho de eso en su obra? ¿Dónde ubicar, además de las literaturas de nuestros antepasados europeos, a las tradiciones literarias de la población de los pueblos originarios y a la de las comunidades de origen africano, paraguayo o asiático, solo para tomar al azar algunos ejemplos definidos por colectivos altamente discutibles (Spivak, 2009), tanto en el pasado histórico como en la contemporaneidad poblada de cosmopolitas pobres, como los denomina Silviano Santiago (2004)? ¿Deberíamos considerar chilena a la poesía mapuche de Jaime Huenún por ejemplo, un poeta que discute y siembra dudas, como muchos miembros de su pueblo, sobre la pertenencia del pueblo mapuche al colectivo nacional «chileno»?

El pueblo mapuche comprende, como sabemos, a una nación preexistente a la formación de los estados argentino y chileno e incluye a personas a ambos lados de la cordillera de los Andes. La frontera entre Chile y Argentina es un fenómeno moderno, que estudié en mi libro Literatura y frontera, y es una frontera porosa. Todas las fronteras los son en diversos grados, pero en este caso la porosidad es condición de posibilidad para la existencia de los habitantes de la Patagonia que trafican bienes a ambos lados de la cordillera y hacen de ese tránsito casi una forma de vida. Muchos mapuches que viven hoy en la Argentina tienen familiares o nacieron ellos mismos del otro lado de la Cordillera de los Andes, porque su pueblo siempre se desplazó en ambas direcciones. En la ofensiva que ejerce hoy el Estado sobre los activistas mapuches, acusados a menudo de «extranjeros», esa condición parece habilitar razones para ejercer la violencia sobre ellos, perseguirlos, encarcelarlos o simplemente matarlos. Se trata de argumentos con elementos nacionalistas que tienen eco en el concepto de «literaturas extranjeras».

¿La literatura mapuche debería incluirse dentro de las así llamadas «literaturas extranjeras» o bajo la categoría «literatura argentina» o «chilena»? ¿Debe considerarse «extranjera» la obra de Augusto Roa Bastos, escrita en gran parte cuando Roa Bastos vivía en Buenos Aires, y poblada de referencias y lugares situados en el territorio argentino (El trueno entre las hojas) o en esa zona indefinida, por fronteriza e indígena, donde la nación se pierde, se confunde y procura a la vez, definir su identidad? ¿Y los libros de Sergio Chejfec, también conocido como «el polaco», que no solo viene, como muchos argentinos, de antepasados judíos polacos que carecen de nostalgia por Polonia, sino más bien todo lo contrario, ya que sabemos qué pasó con los judíos en Polonia, son literatura argentina o polaca? La obra de Chejfec fue escrita en su mayor parte fuera de la Argentina, en Venezuela y en Nueva York o en una posición móvil, en desplazamiento, en tránsito, aunque fue publicada íntegramente en la Argentina, por lo que es estudiada como «literatura argentina» aunque tiene varios elementos, incluyendo una mirada distanciada sobre el país donde nació, así como amplios tramos de su narrativa referentes a Venezuela, Nueva York, Europa o Brasil, por lo tanto también merecería ser leída como «extranjera» o al menos con el gentilicio nacional bajo sospecha o en suspenso, algo que varios críticos contemporáneos parecen sugerir (Berg, Seifert).

¿Qué hacer con la obra de Guillermo Enrique Hudson, como lo llamamos en nuestro país (aunque no solamos decir Guillermo Shakespeare)? La obra de Hudson decía, escrita en su mayor parte en Inglaterra pero que habla de la pampa, del Uruguay, o de otros lugares en América Latina, ¿cómo leerla? ¿Hudson es un escritor argentino? Nació y vivió en la Argentina, pero no escribió en español y publicó toda su obra, en las antípodas de Chejfec, en el Reino Unido. Cito a Hudson para nombrar un ejemplo literario fuera del canon presentista que infecta los estudios literarios en nuestro país, donde el 90 % de los especialistas solo lee o estudia, digamos, libros publicados en los últimos treinta años.

George Steiner, uno de los más reconocidos profesores de literatura comparada, de nacionalidad imprecisa, fallecido en 2020, enseñaba en Suiza y en Inglaterra, era judío como Chejfec y como muchos judíos europeos, como lo analiza Hannah Arendt en su magistral tratado sobre los usos perversos de la nacionalidad, TheOrigins of Totalitarianism, Steiner decía, perdió la ciudadanía cuando su familia fue expulsada de Austria. En Extraterritorial: Ensayos sobre literatura y la revolución lingüística, Steiner examina la obra de autores que se ubican fuera de la nacionalidad y rompen la alianza lengua‒pueblo‒Estado:[1] Nabokov, Beckett, Kafka y también Borges, que leyó el Quijote en inglés en aquella «ilimitada biblioteca de libros ingleses», son todos autores que comparten con el propio Steiner una condición cosmopolita y migrante, es decir, fuera o más allá de la nacionalidad o la ciudadanía. ¿Pueden afiliarse sin dudarlo las obras de Kafka, Becket o Borges, con una nacionalidad o con una ciudadanía maciza y sin fisuras? ¿Son sus «lenguas menores», para citar a Gilles Deleuze, nítidamente nacionales?

Kafka vivía en Praga, una ciudad que cambió de jurisdicción estatal varias veces durante el siglo XX. Praga fue parte del imperio austrohúngaro, luego de Checoslovaquia —una nación que ya no existe—, y cuando entraron los tanques rusos en la Primavera de Praga, en 1968, quedó bajo la égida de la bota rusa, la misma que asola ahora provincias de Ucrania. Kafka era judío y escribía en alemán, no lo hacía en idish ni en checo, aunque vivía en lo que hoy es la República Checa. Su lengua literaria era minoritaria y era la del país que quiso exterminar a los judíos de Europa. Joyce vivió la mayor parte de su vida, como Hudson, como Saer, como Salman Rushdie, fuera del país donde sitúa casi toda su obra literaria. Clarice Lispector nació en lo que entonces era (creo que ya no lo es) Ucrania. Borges está enterrado en Ginebra, donde asistió al liceo y se familiarizó con la lengua alemana. Todos estos autores creo que podrían estar en un curso de «literatura extranjera» en la Argentina porque fueron ellos mismos, extranjeros a sus naciones, críticos del nacionalismo parroquial, provinciano y facho. Eligieron distanciarse de sus países de origen, aunque hayan mantenido, sin duda, una relación simbólica, imaginaria con ellos. Estos son, en fin, solo algunos ejemplos para empezar a pensar la cuestión de la «literatura extranjera».

Quiero comenzar a intentar responder algunas de estas preguntas en primer lugar a partir de un libro de Gayatri Chakravorty Spivak, una profesora y teórica nacida en Calcuta en 1942 cuando la India como nación aun no existía. El libro que voy a citar es Deathof a Discipline, de 2004, un ensayo que aborda el tema que nos ocupa: la transformación (o la no transformación) de los estudios literarios. Spivak trabaja en su ensayo sobre un campo que en la Argentina y en América Latina es débil, el de la Literatura Comparada. La Literatura Comparada (o CompLit, como se la conoce en los Estados Unidos), se consolidó a partir de la diáspora de profesores europeos a partir de la Segunda Guerra Mundial. Eric Auerbach es el más conocido de ellos, y comprende en otros lugares del mundo el área de estudios que nosotros conocemos como «Teoría Literaria».

Un breve desvío: aclaro que tanto término «literatura extranjera», como el término «teoría literaria», ambos presentes en el currículum universitario local, así como las más bien planas, provincianas (y poco problematizadas) categorías «literatura argentina (I o II)», o «literatura latinoamericana (I o II)» (así como «literatura española I, II o III»), son términos poco usuales en otros lugares del mundo. En ningún lugar del mundo, excepto en la Argentina, se enseña «Literatura argentina I» o literatura argentina a secas como denominación de un curso; los cursos de literaturas nacionales (mucho menos «extranjeras») son, en mi opinión para bien, una práctica obsoleta, que responde no obstante a la formación de los estudios literarios en la historia de la disciplina, tanto en América Latina como en Europa, según lo estudian algunos libros recientes (Degiovanni, 2018; Schaffer, 2013). Pero se trata de un rastro obsoleto que persiste, aunque las razones que dieron origen a esa división hayan desaparecido.

Los estudiantes de literatura en la Argentina naturalizan categorías que por supuesto no tienen nada de naturales. La literatura no es algo «natural» y su división en clases y subclases mucho menos. No obstante, en la Argentina el currículum raras veces es materia de un examen minucioso, de una discusión razonada y atenta, particularmente entre las autoridades de las universidades, que como sabemos a menudo no son académicos sino cuadros políticos con escaso conocimiento de problemas curriculares y veces ni siquiera del mundo académico. Resulta sorprendente sin embargo la escasa voluntad o capacidad de revisar el currículum y actualizarlo entre nuestros propios colegas. Como dije antes, nadie esperaría que los estudios de química o de biología mantuvieran una organización virtualmente inalterada durante cien años, como ocurre en la Argentina con los cursos de literatura.

En las nuevas universidades fundadas en el conurbano bonaerense, por ejemplo, tienden a repetirse mecánicamente las estructuras de la Universidad de Buenos Aires y de otras grandes universidades públicas, invirtiendo muy poca discusión en pensar cómo están hechos esos planes de estudio y cómo deberían ser los recorridos curriculares de las carreras y departamentos académicos. En una universidad en la Provincia de Buenos Aires se realizó hace poco tiempo un congreso con el título «Literaturas y conurbanos». Además de su manifiesta fealdad lingüística ¿el término conurbano es universal? ¿Tiene alguna relación significativa «el conurbano» con los estudios literarios? ¿Se emplea esta palabra en algún otro lugar del cosmos que no sea en la provincia de Buenos Aires? Yo creo que no, aunque quizás me equivoque. Acaso quien asignó ese tema a un congreso de literatura sea alguno de los intendentes o los caudillos barriales de los partidos del conurbano bonaerense, responsables del control de esas, no sé si podemos llamarlas así, «universidades», donde florecen departamentos de literatura y existe también un registro de cursos de las así llamadas «literaturas extranjeras».

¿Qué quiero decir con esto? Creo que hay marcas de un provincianismo empobrecedor y naturalizado, que tiende a asumir categorías como «literatura argentina» o «literatura extranjera» sin discutirlas, como casilleros establecidos y «naturales». Según veremos a continuación, el conocimiento y su organización cambian, se modifican, incorporan nuevas preguntas y problemas. En nuestro campo, problemas como el género sexual pero también otros como el cosmopolitismo o el afecto, la cuestión de lo viviente, la teoría queer, cuestiones asociadas con la identidad y la raza, o incluso la discusión de las humanidades como categoría, como el congreso que se realizó hace poco tiempo en el IECH (Instituto de Estudios Críticos en Humanidades), que hospedaron las jornadas para las que escribí esta contribución, son todos problemas presentes en la agenda de los estudios literarios, muy alejados por cierto de la pobre y poco discutida categoría de «literatura extranjera».

El conocimiento cambia su organización y su distribución en campos disciplinarios también. Sabemos que la economía por ejemplo, hoy una ciencia dominante en el sistema académico moderno (a pesar de sus dudosos resultados, particularmente en la Argentina), ocupaba en el siglo XIX un lugar menor frente al campo de los estudios de lengua, parientes de nuestra propia disciplina (Pantaleón). Como especialistas en estudios literarios estamos familiarizados con el concepto de ostranenie, el extrañamiento teorizado por los formalistas rusos. Curiosamente no lo empleamos para observar la organización del currículum de los estudios literarios. Creo que deberíamos intentar practicar el extrañamiento para cuestionar lo que Peggy Kamuf llamó «the division of literature» y que en nuestras universidades permanece escandalosamente petrificada.

Gayatri Spivak y el comparatismo

Spivak comienza su ensayo Muerte de una disciplina relevando las alteraciones que impactaron en un área de los estudios literarios poco representada en América Latina: la literatura comparada, que en los Estados Unidos se constituyó a partir de la migración de profesores que escaparon del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y en Europa atravesó también diversos recorridos. Quiero enfatizar sin embargo, la importancia de la migración en los estudios literarios, porque creo que ese elemento también tiene relación con el término «literaturas extranjeras».

En la Argentina vivimos una experiencia semejante a la que Spivak, Emily Apter, Nora Catelli, Miranda Lida y otras distinguidas especialistas estudian en relación con la genealogía de los estudios de literatura comparada. El Instituto de Filología Hispánica de la UBA, donde trabajaron Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Raimundo y María Rosa Lida y muchos otros especialistas, también se formó como efecto de la diáspora europea como resultado de las guerras mundiales y la agudización del antisemitismo. Mi colega en la Universidad de San Andrés, Miranda Lida estudió esa cuestión recientemente en dos libros.

Como sabemos, las carreras de letras no existían a nivel universitario en el siglo XIX en la Argentina. Su formación acontece a comienzos del siglo XX y, de un modo que tiene ciertos paralelos con el argumento de Spivak en su libro, a partir de marcos políticos («we are in politics» dice Spivak en relación con la discusión sobre la literatura comparada). En los Estados Unidos, la guerra fría determinó la formación del currículum universitario de los estudios de lengua y literatura, asignándole a la Literatura Comparada un lugar de importancia en la posguerra: entender la división política que afectó al viejo mundo y prevenir el surgimiento de nuevos totalitarismos como los que asolaron Europa con el surgimiento del nazismo. También recibir y dar trabajo a distinguidos especialistas que buscaron refugio en los Estados Unidos como consecuencia de ese mismo fenómeno, entre otros, varios miembros de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer). Los estudios de área, donde quedó confinada la Literatura Latinoamericana, también tuvieron su parte en este proceso. Dice Spivak:

Los Estudios de Área se ocupaban de «áreas» extranjeras. La Literatura Comparada estaba compuesta de «naciones» europeas occidentales. Esta distinción, entre «áreas» y «naciones», infectó a la Literatura Comparada desde el comienzo.

Si los Estudios de Ärea se «originaron» a partir de la Guerra Fría, el «origen» de la Literatura Comparada estadounidense tuvo cierta relación con los eventos que la hicieron posible: las fugas de intelectuales europeos, incluyendo a hombres distinguidos como Erich Auerbach, Leo Spitzer, Rene Wellek, Renato Poggioli y Claudio Guillén, de regímenes «totalitarios» en Europa. Uno podría decir que la Literatura Comparada estadounidense fue fundada por la hospitalidad inter‒europea, mientras que los Estudios de Área fueron engendrados por la vigilancia interregional. (2009:43)

En la Argentina, el proyecto modernizador de la generación el 80 y la preocupación por el idioma, en particular cuando el influjo inmigratorio creció, fue simultáneo al establecimiento de la carrera de letras: cuidar el idioma español, promover la formación de ciudadanía, algo de lo que habla Sarmiento en Condición del extranjero en América. Como observa Jean‒Marie Schaffer en su Pequeña ecología de los estudios literarios, lo que ocurrió en la Argentina no es diferente de lo que aconteció en casi todas partes, donde los estudios literarios estuvieron cercados y determinados por fronteras y agendas nacionalistas.

Tulio Halperin Donghi, en un ensayo al que siempre regreso, «¿Para qué la inmigración», historiza la transición de la legislación que promovió la inmigración y la educación universal y laica, de la que habla Sarmiento en Condición del extranjero en América a los giros que florecen en torno al Centenario, y que coinciden con la formación de las primeras cátedras de literatura argentina que lideró Ricardo Rojas, autor de nuestra primera Historia de la Literatura Argentina en 1923 y primer profesor de ese curso en la Argentina. En las antípodas de la literatura argentina quedaban las «literaturas extranjeras» que ocupaban, como las lenguas extranjeras, un lugar percibido como amenazante, ya que las ideas de Koprotkin o Karl Marx llegaron a la Argentina junto a la inmigración europea. Analía Gerbaudo, que estudia con precisión la genealogía epistemológica de nuestra disciplina, seguramente dirá cosas mejor informadas que estas consideraciones apresuradas. No obstante, la mutación que ocurre durante el Centenario, en que la inmigración deja de ser percibida como remedio y solución para el legado colonial e hispánico y comienza a reconocerse como una amenaza, explica en parte el lugar que ocupan «las literaturas extranjeras» en un país donde, como observa Manuel Gálvez citado por Halperin Donghi,

los extranjeros levantan fortunas, que casi siempre se llevan con ellos a Europa, en este país que nos pertenece y que es nuestro capital; de modo que nosotros resultamos los patrones, los capitalistas, y los extranjeros los verdaderos trabajadores. (Gálvez en Halperín Donghi, 1987:231)

Es decir, los criollos, los «hidalgos de provincia» tal como definió David Viñas a intelectuales como Ricardo Rojas, son los patrones, a cargo no solo de la primera cátedra de literatura argentina, del Instituto de Literatura Argentina y, eventualmente, como Rector de la Universidad de Buenos Aires, sino también de los puestos directivos en el Estado (la Justicia, la burocracia, el parlamento o el Poder Ejecutivo, como es el caso de Leopoldo Lugones en el Ministerio de Educación). Son ellos quienes mandan y quienes ubican los estudios de la literatura nacional en el centro del canon académico en su función de custodios de la nacionalidad. El presidente Sáenz Peña sentado escuchando la conferencia de Leopoldo Lugones que estudiaron Miguel Dalmaroni y Fernando Degiovanni (2006). La extraña estructura en que los europeos son obreros y los patrones, criollos que gozan de los recursos públicos administrando el capital simbólico, es un peculiar orden argentino con pocos paralelos incluso en otros países de América Latina, que recibieron proporcionalmente un menor porcentaje de inmigración europea en relación con el total de su población. La posición de sectores subalternos estaba formada por indígenas o africanos antes que por inmigrantes europeos e incluso en la Argentina, fuera de la zona del litoral, como ocurre también en el Uruguay, también se replicó la estructura social de subalternos con piel de color más oscuro. Las «literaturas extranjeras», del mismo modo que los inmigrantes europeos trabajadores, quedaron entonces confinadas como satélites del sistema curricular, con «literatura argentina» en el centro.

Fredric Jameson, uno de los padres de los estudios literarios modernos, fundador de una perspectiva marxiana en los estudios de literatura y «padre» de distinguidos especialistas como John Beverly, Ileana Rodríguez o Walter Mignolo dentro del subcampo de los estudios literarios latinoamericanos, dijo en un ensayo controvertido, «Third World Literature in the Era of Multinational Capitalism» (1986) que las literaturas del Tercer Mundo son siempre una alegoría nacional.

All third‒world texts are necessarily, I want to argue, allegorical, and in a very specific way: they are to be read as what I will call national allegories, even when, or perhaps I should say, particularly when their forms develop out of predominantly western machineries of representation, such as the novel. (1986:69)

Ese ensayo produjo irritación y polémicas cuando fue publicado y continúa produciéndolas. Spivak lo retoma en Death of a Discipline, a partir de la polémica de Jameson con Aijaz Ahmad, crítico de esa caracterización sin dudas discutible, en particular por reducir «la literatura» al género novela, algo que Franco Moretti vuelve a repetir en Distant Reading (2012).

No obstante, continuamos atrapados en una coyuntura nacional y provinciana no solo en la Argentina. En el Perú o en Brasil, se estudia primordialmente literatura peruana y literatura brasileña y las «literaturas extranjeras» ocupan también una posición marginal frente a la hegemonía de tesis, congresos, revistas, jornadas, cursos, artículos o cátedras de literatura brasileña o peruana en los estudios universitarios de literatura en ambos países. El repertorio varía y en Brasil existe un número creciente de cursos de literatura africana, pero la literatura portuguesa, de modo análogo a Hispanoamérica, ocupa una posición elevada incluso en relación con la literatura latinoamericana. Esto sirve solo como ejemplo para indagar la posición y el peso de las «literaturas extranjeras» en otros lugares de nuestra región. Con esto quiero decir que en la controversia Jameson‒Ahmad sobre la «literatura del tercer mundo» ambos parecen tener algo de razón.

Casi cincuenta años después de la proclama de Jameson, la currícula nacionalista de los estudios literarios universitarios en América Latina le dan la razón al padre de la teoría literaria de inspiración marxiana en los Estados Unidos. Pero como observa Ahmad Jameson, como Franco Moretti, no lee urdu ni lee español, desconoce en general aquello de lo que habla (la «literatura del tercer mundo») y abunda en generalizaciones formuladas a partir de «informantes nativos», del mismo modo que lo hace Franco Moretti.

Si miramos un poco más lejos, podemos observar que la objeción de Ahmad cuando dice:

I realized that what was being theorized was, among many other things, myself. Now, I was born in India and write poetry in Urdu, a language not commonly understood among US intellectuals. So I said to myself: «All... necessarily?» I felt odd. (1994:96)

Esa observación, decíamos, aplica no solo al tercer mundo o mejor, que el binarismo primer/tercer mundo oculta la presencia de terceros y primeros mundos en cada uno de ellos, y también provincianismos pueblerinos entre los habitantes de las metrópolis.

Así el mercado literario en inglés, como observa Edith Grossman, incluso fuera de América Latina la circulación de literatura en otras lenguas diferentes de las lenguas nacionales es baja. Dice al respecto Grossman:

Las tristes estadísticas indican que en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, por ejemplo, sólo el dos o el tres por ciento de los libros publicados cada año son traducciones literarias. Ésta no es la naturaleza universal de la traducción: en Europa occidental, en países como Francia o Alemania, Italia o España, y en América Latina, el porcentaje se sitúa entre el veinticinco y el cuarenta por ciento. No sé cómo explicar esto, pero la terquedad del idioma inglés parece inconmovible e inmutable. (2011:42)

Las traducciones al inglés de libros publicados en otras lenguas son bajísimas y en el mundo anglosajón se lee muy poca «literatura extranjera». Quiero decir que la internacionalización de los estudios literarios (no así del lectorado que se interesa por la literatura africana o asiática, como las obras de Chimamanda Ngozie Adichie, Haruki Murakami o Roberto Bolaño, para citar algunos ejemplos, lo atestiguan), camina en general más lentamente en las estructuras universitarias, caracterizadas por su escasa voluntad en revisar la currícula y la distribución de cursos, departamentos y programas de enseñanza. El apego a la obsoleta categoría de «literatura extranjera» es una prueba de ello.

Quiero terminar estas consideraciones con una cita de un libro reciente de Ailton Krenak, un activista indígena de la etnia Krenak, al que me cuesta denominar «brasileño». Dice Krenak en su libro Ideias para aidar o fim do mundo .Ideas para alejar el fin del mundo):

Em 2018, quando estabamos na iminência de ser assaltados por uma situação nova no Brasil, me perguntaram: «Como os índios vão fazer diante disso tudo?» Eu falei: «Tem quinhentos anos que os índios estão resistindo, eu estou preocupado é com os brancos, como que vão fazer para escapar dessa». A gente resistiu expandindo a nossa subjetividade, não aceitando essa idea de que nós somos todos iguais. Ainda existem aproximadamente 250 etnias que querem ser diferentes umas das outras no Brasil, que falam mais de 150 línguas e dialetos. (2020:31)

Ailton Krenak vindica la diferencia y observa al Brasil desde fuera, distanciándose de la cultura hegemónica responsable de parte de la pérdida cultural y medioambiental de los habitantes de las forestas sudamericanas. Krenak no solo distingue a su pueblo de los blancos y los mira como otros, herederos de los invasores que intentaron y no consiguieron exterminar su mundo. También ofrece su conocimiento y experiencia para que el Brasil sobreviva a la catástrofe ambiental, el suicidio que conocemos como Antropoceno o Capitaloceno pero fundamenta su distanciamiento (ostranenie) en poner en cuestión que seamos todos iguales, como proclaman los principios liberales sobre las que se fundaron las repúblicas sudamericanas. No somos todos iguales dice Ailton, e incluso entre los indígenas existen importantes diferencias, como las ciento cincuenta lenguas que ellos hablan. No somos ciudadanos de la nación que nos ataca y sentimos que la pertenencia (nunca solicitada) al colectivo brasileño (como antes vimos en el caso mapuche), es problemática —sugieren las palabras del líder indígena—. Sin embargo, Ailton adopta una posición cosmopolita: como habitante del mundo debe contribuir a protegerlo del daño causado por los blancos, responsable de la amenaza del fin del mundo que su libro recomienda intentar evitar.

¿Debemos leer los libros de Ailton Krenak o los de Davi Kopenawa, escritos en idioma portugués, como literatura brasileña, o como literatura extranjera, en el marco de una nueva literatura comparada? ¿Es preciso mantener las afiliaciones nacionales para leer literatura? En Brasil esos libros tienen amplia circulación y los indios le hablan al mundo y al pueblo brasileño desde su propia experiencia. No sé bajo qué colectivo deberían leerse los libros de los chamanes amazónicos que hablan del fin del mundo, pero creo con Hannah Arendt, que el apátrida, los sujetos refugiados que fueron despojados de la ciudadanía, como Eric Auerbach o también los exiliados de la Guerra Civil española que vinieron a la Argentina y trabajaron en el Instituto de Filología Hispánica, ofrecen un buen punto de partida para repensar la división de la literatura, renovar la distribución del conocimiento, cuestionar un orden que nos ha llevado hasta donde estamos, bastante cerca del fin del mundo. Acaso sea necesario contemplar el orden capitalista en el que vivimos desde el extrañamiento, como extranjeros ubicados fuera de la nación, fuera de la lengua, fuera de cualquier ciudadanía, como apátridas frente a nuestro campo de estudio, los estudios literarios, cuya relación con lo nacional y lo extranjero es puramente contingente.

Referencias bibliográficas

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Notas

[1]Agamben denuncia lo que denomina el «entrelazamiento vicioso de lengua, pueblo y Estado» (2000:60) como un peligro que sería deseable evitar y defiende el concepto de «jerga», que proviene de los gitanos, pueblo nómade que llegó a Europa en el siglo XV proveniente de Egipto. La jerga es útil para romper el entrelazamiento entre lengua, pueblo y Estado y proviene de un grupo humano nómade, sin Estado ni bandera: los gitanos.

Recibido: 10 de Diciembre de 2022; Aprobado: 21 de Junio de 2023

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